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Las Adicciones (socialmente) Permitidas

Enviado por Mariano Gonzalez


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

  1. Generalidades de las adicciones
  2. Algunas adicciones en particular
  3. Generalidades
  4. Breve referencia al sistema de creencias y a la personalidad adictiva
  5. La personalidad adictiva
  6. La familia adictiva
  7. La sociedad adictiva
  8. Adicción al amor y las relaciones personales
  9. Adicción al sexo
  10. Adicción al juego
  11. Adicción al trabajo
  12. Adicción al deporte
  13. Adicción a la TV., los videojuegos e Internet

PRIMERA PARTE:

Generalidades de las adicciones

1 : Características

Generalidades: Algunas características: Compulsión. Pérdida de control. Conducta reiterativa. De tiempo completo. Obsesión. Progresivo desgaste.

El alfiler y el imán. Se compara al adicto con un alfiler y a la adicción con el imán que lo atrae.

El ojo de la tormenta. La falta de honestidad consigo mismo como causa central de las adicciones, junto con la negación que conlleva.

Un baile de máscaras. Las adicciones yuxtapuestas y la falta de honestidad para admitirlas. Rasgos de la adicción.

De la calesita al remolino. Tendencia a la repetición de conductas y el progresivo deterioro del adicto.

El ciclo adictivo. Un gráfico muestra los pasos y estados de ánimo que siente el adicto en ejercicio de su adicción.

Adicciones legales e ilegales. Adicción a la comida.

Las nuevas adicciones: adicciones de moda. (las relaciones afectivas, el sexo, el juego, las compras, el trabajo, los ejercicios físicos, la T.V. y los videojuegos).

Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Los cuatro síntomas básicos de la adicción: negación, fijación, efectos perjudiciales, descontrol.

Breve referencia al sistema de creencias y a la personalidad adictiva. Las creencias contradictorias que causan el malestar adictivo y algunos rasgos de personalidad.

2 : Sistema de pensamiento y creencias adictivas

El miedo a vivir. El miedo como motor del sistema de pensamiento adictivo.

Oscilar entre el pasado y el futuro. La tendencia a eludir el momento presente y las proyecciones negativas hacia lo pretérito o el porvenir.

La carencia que no tiene fin. El pensamiento adictivo se basa en la creencia errónea de que los seres humanos "somos insuficientes".

Mensajes y pensamientos tóxicos. Diferenciación entre mensajes sanos y mensajes tóxicos. Los mensajes se transforman en pensamientos y éstos en mandatos.

Descalificación del otro. Desvalorización: la autoestima por el piso.

Creencias básicas del sistema. Sentimiento de exclusión. Juzgar y defenderse. El perfeccionismo. El pasado y el futuro como entidades omnipresentes. La culpa. No corregir los errores, sino pagarlos. El miedo no se discute porque es real. La trampa del subjuntivo. Sin competencia no hay éxito. La felicidad está en el extranjero. Cumplir con el deseo del otro. Dirigir la vida ajena.

Un mensaje a dos voces. El deber ser.

3 : La personalidad adictiva

Las emociones. Qué son, qué función cumplen.

¿Luz verde para la emoción? El otro extremo y la necesidad de encontrar un equilibrio.

Desarrollar emociones que sostienen la adicción. La alegría y la tristeza. El placer y el dolor. Funciones del dolor.

Un diálogo entre sordos. La paradoja entre la creciente comunicación tecnológica y la falta de comunicación a nivel interpersonal.

La vida ingobernable.

La búsqueda de la dicha fuera de nosotros.

La raíz de la adicción. Referencia al miedo.

La propuesta espiritual. El vacío existencial como factor de riesgo. El "despertar espiritual" propuesto por Alcohólicos Anónimos.

Buscar las coincidencias y no las diferencias. El sistema de educación occidental. El temor a no diferenciarse sino a coincidir.

Tres factores de riesgo. Culpa, vergüenza y temor.

¿La felicidad está afuera? En qué consiste la auténtica felicidad.

Mecanismos de defensa. La negación. La proyección.

Rasgos de la personalidad adictiva. Vacío existencial. Obsesión egocéntrica. Severa autocrítica. Culpabilidad excesiva. Necesidad de aprobación. Difícil control de la ira. Letargo emocional. Depresión latente. Temor a situaciones de riesgo. Inquietud constante. Ocultar la necesidad de dependencia. Problemas con las figuras de autoridad. Incompetencia para afrontar problemas. Secreto deseo de no crecer. Pensar en términos condicionales. Carencia de límites. Urgencia por gratificarse. Intimidad conflictiva. Problemas para experimentar placer. Intolerancia a la frustración.

4 : La familia adictiva

Generalidades. Factores emocionales de la adicción. Identificación de la familia adictiva. Hijos de adictos. Diversos mensajes tóxicos.

Allá lejos y hace tiempo. Primeros años de vida.

Padres a la deriva. Las dificultades para inculcar una educación adecuada, y los medios para lograrlo.

La familia modelo. Contradicción entre los valores declamados y la conducta.

Los preceptos de la familia adictiva. Las cinco reglas de oro: perfeccionismo. Atenerse alas pautas enseñadas. Altruismo a cualquier costo. Introversión. Desarrollo de cada una.

La adolescencia: luz roja. Características de esta etapa de la vida.

Adicción: el adolescente y su familia.

Tipología de los grupos familiares. Características de los miembros de las familias adictivas. Familias eliptoides y esquizoides.

Cuando la adicción "sostiene" a la familia. Síndrome del nido vacío. Actitudes negativas de los padres. Normas para criar hijos adictos. Familias funcionales.

5 : La sociedad adictiva

La cultura adictiva.

Cambio de valores. El hombre, economía de mercado y sociedad. La sociedad "imaginaria".

El marketing y las adicciones. Tener o no tener. La doctrina del "sálvese quien pueda".

Aquí y ahora. Discriminación social.

SEGUNDA PARTE:

Algunas adicciones en particular

6 : Adicción al amor y las relaciones personales

Generalidades.

Amores que matan. El adicto a la relación amorosa.

El adicto a la evitación. Encuentros cercanos de muchos tipos. Descripción de las diversas posibilidades de relación entre los adictos. Roles y actitudes.

7 : Adicción al sexo

Generalidades. Sexualidad autoerótica. Homosexualidad. Fetichismo. El caso de la bisexualidad. Pluralismo, pedofilia, gerontofilia. Sadismo, masoquismo, travestismo, transexualismo, voyeurismo, exhibicionismo.

8 : Adicción al juego

Generalidades. La búsqueda del tesoro. Principales características del adicto al juego.

Un mundo subterráneo.

Test para saber si usted es adicto al juego.

9 : Adicción al trabajo

Generalidades.

Los miedos característicos: a perder el control, a la posibilidad de fracasar, a la inactividad, a reconocerse.

Rasgos de personalidad.

La influencia de la sociedad. Influencia de los cambios geo políticos en la sociedad.

El fin de la aventura. Síntomas de la adicción al trabajo. Del orden a la obsesión. Claustrofobia. Intolerancia. Aparición de otras adicciones.

10 : Adicción al deporte

Generalidades.

Mens sana in corpore sano.

11 : Adicción a la T.V., los videojuegos e Internet

Generalidades.

Los niños: principales telespectadores. Una suerte de sonambulismo. Peculiaridades de los adictos a la TV. Y algunas características de la adicción. Algunos problemas sociales.

Los videojuegos.

Internet. ¿Qué es la adicción a internet?

Primera Parte

Generalidades

Generalidades de las Adicciones

Características

"Sobre todo, esto: sé leal contigo mismo, y de ello se seguirá -como la noche sigue al día- que ya no podrás ser falso con ninguno."

William Shakespeare (Hamlet)

Generalidades.

La mayoría de la gente tiene un concepto bastante ingenuo y limitado de los alcances de la adicción. En primer lugar, porque todavía se tiende a circunscribir su ámbito al terreno de las adicciones químicas (es decir que la palabra adicto nos lleva a imaginar automáticamente a un sujeto que consume drogas y/o alcohol), excluyendo otras adicciones quizá menos notorias pero de todas formas nocivas. Y en segundo lugar, como consecuencia inmediata de lo primero, se adjudica a la sustancia adictiva todo el peso del problema; es decir, se supone erróneamente que, una vez suprimida la misma, el adicto podrá continuar ejerciendo sus actividades normales como si allí "nada hubiera pasado".

Algunos alcohólicos dejan de beber, en efecto, porque se los obliga a hacerlo bajo amenazas. La esposa, por ejemplo, pone un ultimátum luego de años de infructuosas reprimendas: "Esta vez va en serio. O dejás la bebida o te pongo la valija en la puerta". Incluso algunos despiertan de su última borrachera y se encuentran con la casa vacía: toda la familia se ha mudado, dejándolos allí desolados y temblando. Necesitan dejar de beber y así lo hacen, al menos por un tiempo. Pero no tienen el más mínimo deseo de dejar la bebida, por lo que inician una cruel y mortificante abstinencia. Es distinto el caso de que estas acciones por parte de la familia, sean estrategias para el cambio supervisadas por un profesional, para que el adicto toque fondo y comience cuanto antes a realizar un tratamiento.

Suele decirse de ellos que continúan en una especie de "borrachera seca", pues sólo han detenido la ingesta, sin enfrentarse con los desarreglos emocionales que los llevaban a buscar un desahogo a través del alcohol. Si esas emociones profundas no son tratadas, es casi inevitable que la adicción suprimida no sea reemplazada por otras, o que luego de un lapso se recaiga en la adicción reprimida. Estas son las llamadas adicciones químicas y entre las más comunes se encuentran: alcohol, cocaína, marihuana, LSD, anfetaminas, heroína, éxtasis, pegamentos, psicofármacos, café, chocolate, tabaco, comida, bebidas colas, laxantes.

Hay otro tipo de adicciones que son las denominadas socialmente permitidas y de las cuales nos ocuparemos más adelante. Desde hace varios años se tomó conciencia de que las adicciones químicas no son las únicas, ya que existen conductas repetitivas y compulsivas que muy bien pueden describirse como adicciones emocionales. Entre éstas, las más comunes son: trabajo en exceso, masturbación o sexo compulsivo, limpieza obsesiva, ya sea personal o doméstica, deporte compulsivo, compras compulsivas, TV y videojuegos, adicción a la PC e Internet, juego compulsivo, adicción a las relaciones personales (al amor).

Si bien la distinción entre adicciones químicas y emocionales es en principio válida, en la realidad muchas veces se yuxtaponen y coexisten, denominándose en ese caso adicciones simultáneas. Así, por ejemplo, la adicción a comer dulces suele combinarse con la adicción a dormir o a la inercia; o ver televisión en forma compulsiva se asocia con la ingesta de chocolates en exceso. Generalmente, la adicción emocional, al igual que la química, consiste en la reiteración de una conducta que se lleva a cabo para ocultar cierta realidad conflictiva, y que se repite con sentimientos de culpa y menosprecio a causa de esa misma conducta. Quizá el caso más típico sea la adicción al trabajo: personas que no pueden detenerse a reflexionar sobre sí mismas. Su hiperactividad, por momentos puede valorizarlas y procurarles gratificación, pero la mayor cantidad de veces sienten culpa por desatender las relaciones familiares. Suelen hacer crisis en el llamado "surmenage", un verdadero cortocircuito producido por el exceso de trabajo y una situación emocional "tapada" por aquel exceso.

Difícilmente una persona tenga sólo una adicción. Las formas "puras" se dan más en la teoría que en la práctica. Es frecuente que el adicto al sexo esté involucrado en el abuso de alcohol y drogas, o que un adicto a las compras tenga una manera compulsiva de trabajar. Una adicción parece estar ligada a otras. Así, cortar una adicción no hace desaparecer las demás como por encanto. Es más, comúnmente produce la aparición de otra nueva. "Creí que al dejar de beber todo se solucionaría como por arte de magia", comenta Carlos, un alcohólico que concurre a los grupos de A. A. "Pero lejos de eso, dupliqué en pocos días el número de cigarrillos, y empecé a tomar café compulsivamente y en grandes cantidades. Tardé un buen tiempo en comprender que lo adictivo era, no una determinada sustancia, sino sobre todo mi actitud."

A veces, el elemento usado tiene propiedades adictivas. Pero en muchos otros casos no, por ejemplo, actividades que no suponen el uso de productos químicos, o una exagerada necesidad de alguien, no hay una sustancia que provoque la adicción. También existía la creencia de que todo el problema radicaba en el consumo en sí, y que la solución estaba en suprimirlo por medio de un programa de desintoxicación. Una vez erradicada la sustancia, el ex-adicto había superado ese mal trance y todo lo que debía hacer era abstenerse en adelante de reincidir.

Recuperarse de una adicción exige mucho más que suprimir la conducta adictiva. Demanda un profundo cambio de actitud y de estilo de vida, adquirir una visión diferente de sí mismo y del mundo. Liberarse de una adicción sin estas pautas significará caer en otra. Es necesario, indispensable, cambiar el modo en que se vive.

Todas las adicciones tienen un denominador común, a pesar de las diferencias que puedan presentar. Se trata, en todo caso, de una sola enfermedad. Ese denominador común no es una determinada sustancia, una actividad específica o una persona especial. Lo que prevalece en toda adicción es el adicto. El malestar interior es lo que nos vuelve vulnerables a la adicción. Su verdadera causa se encuentra dentro de nosotros mismos.

Aunque un adicto desarrolle una actividad saludable, como el ejercicio físico por ejemplo, terminará por realizarla de manera descontrolada. Seguiremos siendo vulnerables mientras no seamos capaces de fomentar y poner en práctica un estilo diferente.

Muchas adicciones suelen ser el disparador de otras, y se encuentran íntimamente entrelazadas. Un adicto al juego, por ejemplo, siente la necesidad imperiosa de tomarse unas copas para darse ánimo, y si se ve precisado a dejar el alcohol no podrá hacerlo, a menos que deje primero el juego. En cambio, si abandona su adicción al juego, el alcohol dejará de llamarle la atención y podrá prescindir de él sin ningún problema. Lo contrario también ocurre, y casos semejantes son mucho más frecuentes de lo que se supone. Pero ya se trate de adicciones aisladas o yuxtapuestas, para abandonarlas en forma definitiva es indispensable encarar y resolver los trastornos emocionales que las provocan.

Hoy casi todo el mundo habla de adicción. Es una palabra de uso común, pero sin embargo no resulta fácil dar una definición ajustada. ¿Qué significa, a qué responde, qué es una adicción?

Parece tratarse de algo oculto, que se instala furtivamente en la vida de alguien sin pedir permiso. Antes de ensayar una definición parece útil referirse a los requisitos que la fomentan. En primer lugar, hay en el adicto una suerte de vacío existencial, una carencia afectiva que es imperioso llenar. Y en segundo término una persona, actividad, objeto o sustancia que supuestamente cubrirá ese vacío.

La adicción de nuestra época ofrece diversas modalidades. Un alcohólico, un jugador compulsivo, un fumador empedernido, son personas que generalmente sienten falta de amor, no soportan los contratiempos, carecen de límites y de un objetivo o estímulo que les ofrezca la ilusión para encarar la vida con motivación. Por esta razón, lo que empieza como un gratificante entretenimiento puede desembocar en una conducta adictiva, cuya clase e intensidad se relacionará de manera directa con la personalidad de cada individuo.

Cualquier adicción pone de manifiesto una actitud básica de falta de ajuste a la realidad. En efecto, las reacciones del adicto se rigen más por el principio del placer que por el principio de realidad, que es el que debería prevalecer en la edad adulta. Por eso, el adicto no puede tolerar dilaciones y exige que su deseo se cumpla en forma inmediata. En este sentido podría comparárselo a un chico de dos años. El adicto, como el niño, preferirá siempre el placer inmediato a la posibilidad de esperar para conseguir un bien mayor.

Juancito viene de la mano de su mamá, que ha ido a buscarlo al preescolar y le ha prometido un rico postre dado su buen comportamiento. Todo parece en orden, Juancito entendió y viene tranquilamente jugueteando por la vereda. De pronto se detiene y señala con la mano un cartel de la vereda de enfrente. Su mamá entiende. Es la heladería de la esquina, donde a veces llevan con su marido a Juancito. "Ahora no", explica la mamá. "Ahora vamos a almorzar y ya te dije que te voy a dar un helado en casa." Pero Juancito niega con la cabeza. Quiere un helado ya mismo. Ante la nueva negativa de la mamá, el deseo de Juancito se convierte en un reclamo, y pasa sin transición a una feroz exigencia. Como la mamá no está dispuesta a ceder, Juancito organiza una pataleta, se suelta de la mano de su madre y se arroja al suelo en la actitud más desafiante que se le puede ocurrir.

El comportamiento del adicto, como dijimos, independientemente de su edad cronológica, es similar al de Juancito.

Lo que hace que una persona llegue a la adicción no es la actividad o el consumo de una determinada sustancia, sino el modo de relacionarse con éstas. Entre el vacío afectivo y el estímulo -objeto, sustancia, actividad o persona- se establece un círculo vicioso, ya que terminado el efecto del estímulo, la angustia aumenta y la compulsión hacia aquel estímulo se vuelve poco a poco incontrolable, hasta marchar por un camino que en muchos casos no tiene retorno.

Después de un difícil y doloroso divorcio, que la dejó destruida según sus propias palabras, Agustina resolvió emprender un viaje para poner distancia con todo aquel clima de pesadumbre.

Aunque no tiene una profesión, Agustina se considera a sí misma como una escritora frustrada. Ya de chica en la escuela y luego de adolescente en el colegio, sus maestros y profesores le otorgaban las más altas calificaciones en Gramática y Literatura. Siempre le gustó llevar un diario de su vida, y escribió además cuentos y relatos que jamás ha mostrado, por un prurito perfeccionista. En realidad, no estaría dispuesta a aceptar la menor crítica o sugerencia al respecto.

Hasta los veintiséis años, época en que se divorció, había usado el alcohol con bastante moderación. Un par de whiskies antes de sentarse a escribir la ayudaban a imaginar historias, y su fantasía rica de por sí parecía cobrar vuelo y llevarla a un mundo de situaciones imprevisibles. Programaba escribir sobre un asunto concreto y sus relatos concluían siempre en forma insospechada para ella misma.

A partir del divorcio comenzó a aumentar gradualmente las dosis. Si bien no bebía todos los días, al hacerlo tenía la sensación de que "faltaba algo" y llenaba ese vacío con otra copa más. Durante aquel viaje, que hizo con una amiga de la infancia, Agustina trató por todos los medios de disfrutar, pero la separación de su marido -un escribano casi veinte años mayor que ella- le había dejado un dolor difícil de disipar. Aquello había sido tan imprevisto como los finales de los cuentos de Agustina: se enteró de golpe de que su marido tenía una amante, y el amor propio le impidió perdonarlo y seguir a su lado, a pesar de las protestas y promesas que él reiteraba. La frustración y el despecho la llevaron a urdir una venganza tardía: resolvió mantener relaciones sexuales ocasionales con desconocidos, para lo que necesitaba desinhibirse tomando más alcohol. Más tarde se desquitaba contando a su marido la verdad. Luego del divorcio dejó sus aventuras amorosas pero no quiso, o no pudo, desprenderse de la bebida.

En el viaje con su amiga empezó a tomar bebidas nuevas, quiso probar los exquisitos tragos locales que, según dijo, le fascinaban. Y el licor pasó a ocupar lentamente ese vacío afectivo que acaso existía en ella desde mucho tiempo antes. Los detalles de su lenta degradación podrían llenar un libro entero. Hoy, Agustina se está recuperando de su adicción al alcohol y recuerda con estupor la forma artera en que se fue enredando. No pudo tomar conciencia del peligro que corría, ni siquiera después de cada borrachera. Tuvo que dejar de beber, para lo que debieron internarla, y recién luego de esa "tocada de fondo" estuvo en condiciones de comenzar a comprender lo sucedido.

La adicción constituye un hábito, una costumbre que participa de las siguientes particularidades:

1) Compulsión: La conducta humana se desarrolla a partir de una reflexión crítica. Educar implica en cierta medida reprimir desde el punto de vista psicológico, o más exactamente orientar el instinto, de modo que el niño pueda desenvolverse en la sociedad sin causar perjuicios a otro o a sí mismo. Este mecanismo se denomina sublimación. La compulsión impide poner límites al instinto y a la conducta. Se caracteriza por obstruir el proceso reflexivo, impidiendo cualquier tipo de análisis. La mayor parte de las veces el adicto desarrolla una adicción sin percatarse de lo que hace, y si alguien se lo señala opta por ponerse a la defensiva, negar el hecho o restarle importancia; o bien suele ofenderse ante la menor insinuación y se encierra en sí mismo, irritándose con aquellos que lo critican o simplemente pretenden ayudarlo.

2) Incontrolable: Como consecuencia inmediata de lo anterior, la adicción no puede contenerse, si bien hay etapas en las que se recurre a una defensa muy común, consistente en crear la ilusión de un cierto dominio por parte del adicto. Como toda conducta progresiva, la adicción tiene un desarrollo en el tiempo, y es frecuente que en determinado momento el adicto tome conciencia del peligro y haga múltiples experimentos para controlarse. Pero si no se detiene a tiempo, la adicción terminará inexorablemente por dominarlo, y arrasará con todas las barreras que se pretenda levantar para contenerla.

3) Reiterativa: La conducta adictiva "cava un pozo sin fondo" en el que el adicto entra en un círculo vicioso, enterrándose cada día más. Esto se comprueba con toda claridad en muchas adicciones orales, particularmente en aquellas que implican dependencia química. Pero esta característica no es exclusiva de ellas, ya que muchos adictos al juego o al trabajo, por citar sólo dos ejemplos, caen en ese pozo y no pueden salir de él. Una vez iniciada la adicción, se produce implacablemente un ahondamiento en la misma, y lo único que se atina a hacer es incurrir en la reiteración, como una forma de aliviar la creciente angustia que se va apoderando del adicto.

4) De tiempo completo: Si bien al principio generalmente se incurre en la adicción por motivos de entretenimiento, moda o desahogo, a la larga la conducta esporádica va transformándose en hábito y termina por ocupar todo el tiempo disponible. En efecto, nadie "resuelve" volverse adicto a alguien o a algo, y al principio la novedad no pasa de ser una mera diversión. Con el tiempo, el adicto concede cada vez más horas del día a aquello que empezó como un simple "pasatiempo." Y de eso se trata precisamente, más allá del juego de palabras: el "pasatiempo" se convierte en un tiempo que pasa vacío, inútil. Es común que el adicto termine por no disponer de su propio tiempo; si el ejercicio de su adicción le consume algunas horas, dedica el resto a pensar en ella, ya sea para repetirla, para encontrar la manera de reducirla o librarse de ella definitivamente; o bien para reponerse al cabo de una noche de juerga. El adicto no solamente evita y tapa sentimientos displacenteros al incurrir en su adicción, sino que el solo hecho de pensar en ella distrae la atención de sentimientos displacenteros. Un adicto al alcohol puede tapar un problema financiero o sentimental cuando se embriaga, pero asimismo puede escaparse de esta realidad sin beber una sola gota, por el simple hecho de pensar en el alcohol o como será su próxima ingesta. Este ejemplo abarca a todas las demás adicciones. La adicción se parece a un amante celoso: no está dispuesta a que se le robe ni un solo minuto.

5) Obsesión: El adicto renuncia a los variados intereses que ofrece la vida. Ese "tiempo completo" que ocupa la adicción habla a las claras de una mente obsesiva, que progresivamente se vuelve incapaz de distraerse o diversificarse en temas que la puedan apartar de su adicción. Aunque el adicto no piense el día entero en ella, la adicción se encarga de que esté siempre pendiente de satisfacerla. Consciente o inconscientemente, la actividad del adicto gira alrededor de su conducta adictiva, hasta convertirlo de hecho en un autómata, un satélite que recorre obediente la órbita que le ha sido prefijada.

6) Desgastante: Todas las características anteriores producen en el individuo que las padece un deterioro inevitable. Física y psíquicamente el adicto sufre un progresivo desgaste, sin contar con el menoscabo de las relaciones familiares, laborales y sociales, incluidas muchas veces la pérdida de bienes patrimoniales.

El alfiler y el imán

Al principio, como vimos, las adicciones se cuidan muy bien de mostrar sus garras. Muchas veces crean la ilusión de haber descubierto por fin la panacea para todos los males. La adicción ejerce sobre el adicto un efecto comparable al que se produce entre un imán y un alfiler. Existe una atracción irresistible, y la fuerza de voluntad queda completamente neutralizada. Pareciera no haber fuerza humana capaz de oponerse a la adicción, y gran parte de su poder consiste en que el adicto no está en condiciones de admitir su impotencia; fantasea inútilmente con la posibilidad de manejar la situación. También podría equipararse a un estado de sonambulismo, hipnosis o encandilamiento, en lo que se refiere específicamente al hecho de la adicción en sí. Personas capaces de reflexionar con un mediano o alto nivel de lucidez acerca de múltiples asuntos, se ven imposibilitadas de discernir con una mínima coherencia en lo que respecta a su adicción, echando mano a innumerables excusas y racionalizaciones para negar su situación, o sea: para defender contra viento y marea su conducta adictiva.

El problema fundamental de toda adicción pasa por el hecho de que cercena la libertad de elección y lleva al adicto hacia el exterminio físico o mental. Incluso puede haber un momento en el que se rompa esa "hipnosis" y el adicto "despierte", tomando conciencia de su situación. Ocurre con muchos alcohólicos durante la resaca posterior a una borrachera, con drogadictos cuando se les acaba la droga o con otros adictos cuando se sienten desencantados. Pero aun a pesar de esa "tocada de fondo", angustia y malestar interno se persiste en la conducta destructiva, pues el adicto ya no está en condiciones de optar, volviendo a beber, tomar droga o persistir con alguna otra adicción aun en contra de su voluntad. Es más, muchas veces este es el mecanismo que refuerza el ciclo adictivo.

Más adelante, en los capítulos correspondientes a cada adicción, analizaremos en detalle la posibilidad de una solución. (ver si esto aun va)

Juan, un alcohólico recuperado que sigue concurriendo a los grupos de autoayuda, escuchó al llegar esta pequeña historia del alfiler y el imán, y estuvo a punto de creer que para su caso no había salida. Pero tuvo el acierto de plantear sus temores en la siguiente reunión y ante su inevitable pregunta: "¿qué queda por hacer, entonces?", tuvo la alegría de escuchar la respuesta salvadora, que le devolvió la esperanza y las ganas de vivir: "Hay que poner del otro lado un imán más fuerte."

El ojo de la tormenta

El tema central de la adicción está relacionado con el epígrafe de este capítulo. La deshonestidad consigo mismo está en el núcleo de todo el sistema de creencias adictivo. También otro grande de la literatura, Jorge Luis Borges, manifestó alguna vez que "nada hay tan incómodo como la realidad." Y claro, una de las formas de sacarse rápidamente algo de encima es negarlo. Aquello que molesta ha dejado de hacerlo, o acaso nunca molestó, por la sencilla razón de que no existe. Si en el pasado hay hechos dolorosos e incluso traumáticos, muchas veces la memoria decide borrarlos. De ahí también aquel famoso "cómo a nuestro parecer / todo tiempo pasado fue mejor", que escribió Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de su padre.

Esta negación, característica del ser humano, constituye un mecanismo de defensa pero se da con particular énfasis en los adictos. Y naturalmente, resulta imposible detectarla mientras se la ejerce, ya que nadie puede tomar conciencia de una negación destinada justamente a borrar esa conciencia. Las adicciones cumplen, entre otras, la función de custodiar esa negación, enmascarando los hechos negados bajo la sustancia, persona o actividad objeto de la adicción.

Por este motivo, al poco tiempo de abandonar una adicción, las máscaras caen y ya no resulta posible seguir negando lo innegable. Esa es la oportunidad para empezar a comprender las verdaderas causas personales que fomentaron la caída en el comportamiento adictivo, sin perjuicio de otras causas que puedan haber contribuido.

Primero lo primero. Esta breve sentencia suele repetirse en los grupos de autoayuda, y parte de una experiencia común: muy a menudo los seres humanos tenemos dificultad para establecer un orden de prioridades. Por lo general, los adictos que resuelven liberarse, de su adicción, tienden a dos posiciones extremas: o se paralizan en medio del camino, o pretenden arremeter con todo. A veces, adictos al alcohol descubren al dejarlo que incrementan considerablemente su adicción al tabaco, y pretenden eliminar de un solo golpe ambas adicciones. El resultado se manifiesta en un aumento incontrolable de la ansiedad, y sin darse cuenta pueden recurrir a ciertos calmantes que los mantienen en un estado de letargo, iniciándose así en una nueva adicción. Es indispensable reforzar los medios para suprimir primero la adicción que se considere más dañina, y comenzar lo antes posible a encarar las causas emocionales que la originaron.

Un baile de máscaras

Amelia cree estar contenta. Ha cumplido cuarenta y cinco años y por fin su vida parece haber encontrado un cauce. "La tempestad ha pasado", dice, y en su mirada aparece un tenue brillo de emoción. "Siento que me lo he ganado. Son muchos años de terapia, años de bucear y sufrir, tratar de conocerme y volverme consciente de mis problemas". Las circunstancias de su pasado no vienen al caso, y después de todo no hay en ella nada que escape a la condición humana: el amor y el odio, la benevolencia y el rencor, la incertidumbre y la decisión no le son desconocidos y formaron parte de su vasta experiencia.

Sí, Amelia está contenta. En cuanto se despierta bebe una gran taza de café con mucho azúcar; lo necesita para despejarse, y a lo largo del día toma varias tazas más para mantenerse activa y entusiasta. A pesar de su alegría, sus nervios suelen jugarle alguna mala pasada, y con el almuerzo toma un tranquilizante "para estar prevenida." Su cátedra de música le da alguno que otro disgusto, por lo que agrega una nueva dosis de calmante alrededor de las cuatro de la tarde. Los días que no dicta clase igual recurre a la píldora, "por las dudas", y repite la costumbre antes de irse a dormir. El alcohol no le llama la atención, pero no se priva de un buen vino cuando se reúne a comer con amigos y colegas, cosa que hace regularmente tres o cuatro veces por semana. Es sumamente sociable. Y eso sí: que no le saquen sus cuarenta cigarrillos diarios, porque "…me da un ataque. Intenté dejarlos un par de veces y me trepaba por las paredes."

Algunos conocidos la critican por esto a sus espaldas, y sólo un par de amigos le ha dicho en la cara que lo que hace no es adecuado para su salud.

Comenzó con la psicoterapia a los dieciocho años, y salvo breves intervalos no ha dejado de analizarse. Piensa que es un proceso que le llevará toda la vida, y la idea de ponerle un punto final le resulta inquietante. Quizá sea ésta su adicción más secreta, una muleta sin la cual se siente imposibilitada de avanzar por la vida. Porque la terapia es un eficaz instrumento (muchas veces indispensable) para saber manejarse, pero a veces también puede ser usada para justificar la inmovilidad.

Amelia usa múltiples disfraces para ocultar sus emociones. En definitiva, debe tener miedo de perder el control. ¿Qué sucedería si de la noche a la mañana se viera privada del arsenal químico que la "protege" de la realidad? ¿Podría afirmar con tanto aplomo que la tempestad ha pasado? Sin duda, experimentaría uno o más síndromes de abstinencia. Pero una vez superados, ¿volvería a insistir con la idea de que su vida está en calma?.

Los adictos son básicamente personas relegadas a etapas pretéritas de su desarrollo. Si bien cronológicamente pueden ser adultos, emocionalmente son como niños, dado que no han podido resolver con éxito sentimientos de miedo, vergüenza e inseguridad propios de toda persona. Es en la adolescencia cuando más se da este tipo de sentimientos acerca de uno mismo o de su familia de origen. En el adicto parecería haber una adolescencia retardada, sentimientos no elaborados y un intento de falsa solución a través de la adicción. Esta le permite, (en lugar de aceptarse a sí mismo con sus defectos y virtudes, lo que sería el proceso natural de todo ser humano), comprar una falsa identidad a través de una mascara o disfraz de algo que él no es.

Las adicciones comienzan con una ilusión que al cabo de un tiempo queda incumplida: encontrar en ellas la plenitud. El desengaño llega tarde, demora en ser reconocido, y cuando surge la sospecha el adicto ya se ha "enganchado." Aristóteles afirmó que el hombre es un animal de costumbre, y su sentencia se confirma plenamente en el caso de las adicciones. Y no sólo de las adicciones a substancias químicas, en las que el producto es adictivo por sí mismo. Porque una vez que se comprueba que la felicidad no pasa por allí, el adicto se conforma con un beneficio secundario: por lo menos, y gracias a su conducta adictiva, puede ocultar, cubrir ese malestar que lo asalta todos los días.

El problema de las adicciones consiste en que muchas veces, al principio, hacen sentirse bien o alivian de sentirse mal, impidiendo que la ansiedad o la angustia perturben. Quitan la preocupación, devuelven la seguridad perdida, y hasta pueden crear una euforia intensa. Se trata ni más ni menos que de "puentear" el dolor, enmascararlo, soslayar esa pesadumbre que inmoviliza.

A la larga, la sensación de bienestar se agota y el adicto cae en la trampa. Recurrió a la adicción a causa de experimentar una baja autoestima. La conducta adictiva actúa como un espejismo: nos ilusiona con la posibilidad de agua en medio del desierto. Al principio hay un alivio: la sensación de tenerse en menos desaparece. Es más, a medida que el adicto se interna en su adicción puede abrigar la esperanza de sentirse el centro del sistema, un sol inmutable alrededor del cual giran innumerables satélites. Pero sin darse cuenta es él quien empieza a girar alrededor de su adicción, y todo lo que ha logrado es sustituir un dolor por otro. Ha cambiado de dependencia, se ha bajado de la calesita para zambullirse en el remolino.

De la calesita al remolino

La tendencia a repetir conductas es común a todos los seres humanos. En algún momento de la vida es posible que se adquiera conciencia de este camino circular, y algunas personas optan por una terapia que las ayude a encontrar la tangente de ese círculo. Otras, en cambio, prefieren recurrir a alguien o a algo capaz de apoyarlas en su intento por "despegar", levantar vuelo y adquirir un sentido pleno de la vida. Este es el caso del adicto, que repite inconscientemente aquella actitud circular.

Para el adicto es imposible estar con lo que hay. Tiene dificultades para estar en el "aquí y ahora". Su angustia es causada por la brecha que existe entre el "aquí y ahora" y "el allá y mañana". No pueden vivenciar lo actual ya que están permanentemente proyectándose en el futuro. Su estado es de permanente ansiedad manifiesta o latente. La frase que describiría este fenómeno sería "No sé lo que quiero, pero lo quiero ya". Debido a esto es fácil comprender que sus proyectos queden truncos. Es como un chico que desea poderosamente un juguete y cuando lo tiene se cansa enseguida de él. Muchos adictos desean comenzar alguna actividad, anotarse en un curso, comprarse algo que aparentemente les solucionaría la vida, idealizando así estas actividades u objetos, para luego abandonarlos.

Si la persona se siente aislada, triste, con poco ánimo para encarar sus obligaciones, o demasiado cansada luego de afrontarlas, buscará tenazmente el modo de compensar esa deficiencia, encontrando cierto alivio en su adicción. Al principio, es casi seguro que encuentre lo que buscaba. Se siente mejor. La tensión disminuye, el horizonte parece ensancharse y hasta se puede experimentar la ilusión de que comienza una nueva vida. Y en realidad empieza una nueva vida, cuyo fin puede convertirse en una catástrofe. Aunque lo peor, después de todo, no será el fin sino el tortuoso camino que habrá que recorrer hasta alcanzarlo. Es más en el caso de adicciones químicas es frecuente que el suicidio, una enfermedad consecuencia de la adicción o un accidente precipiten la muerte interpretándose como un alivio.

Al cabo de cierto tiempo las expectativas no se cumplen y el adicto se siente defraudado. Muchas veces suele desplomarse de golpe, y es allí por lo general donde empieza lo más penoso; entonces ya no se recurre a la adicción para encontrar la felicidad sino para esconderse de aquello que perturba. La misma adicción comienza a causar serios inconvenientes, y se pretende eliminarlos incrementándola. Es común escuchar en los grupos de Alcohólicos Anónimos este testimonio esclarecedor: "Yo afirmaba que bebía porque tenía problemas, y terminé teniendo más problemas porque bebía". Es decir, se ha pasado de la calesita al remolino, y la adicción concluye por fagocitar al adicto. Lo manifestado en el caso de los alcohólicos es aplicable a todas las adicciones, más allá de las circunstancias particulares.

El ciclo adictivo

Al analizar la trayectoria de un adicto, surgen elementos en común que muestran la necesidad de un "bastón emocional" que le sirva para andar por la vida. Ese "bastón", que antes se asociaba exclusivamente a las drogas ilegales, hoy abarca, como ya vimos, un vasto abanico de adicciones a las que se entregan quienes tienen serias carencias en sus relaciones personales. Desde un "inocente" vaso de whisky, pasando por un sedante, una vuelta por el casino para jugarse algunas fichas, unas horas extra de trabajo, hasta el aferrarse con ansiedad a una persona "salvadora", lo que se persigue en realidad es acallar por un tiempo la voz de ese yo que desde adentro señala debilidades y errores.

Así, el individuo obtiene un breve descanso que pone distancia a su conflicto interno, una especie de amortiguador de la realidad, experimentando de esa forma una sensación de plenitud ficticia. Es ahí precisamente cuando se puede traspasar la sutil frontera que separa el uso del abuso. Cuando el placer se transforma en compulsión y surge la necesidad imperiosa de repetirla una y otra vez para hacer soportable la vida, allí aparece la adicción.

El adicto siente el fuerte impulso de repetir su conducta, sin importarle el resultado pernicioso de la misma, como si no le quedara más remedio que obedecer a una especie de programación interna. Por lo tanto, la característica fundamental de la adicción consiste en que la fuerza de voluntad no alcanza para controlarla.

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