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Etapa, Fase y Crisis (página 2)

Enviado por Claudio Katz


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Las etapas constituyen un tema clásico del marxismo que la ortodoxia neoclásica ni siquiera puede abordar, porque resulta imposible periodizar con la metodología de la optimización racional o con supuestos de eternidad mercantil.

Las investigaciones heterodoxas de los patrones de cambio tecnológico (schumpeterianos), laboral (regulacionistas más recientes), financiero (keyenesianos) y social (institucionalistas) han contribuido al estudio de las etapas. Pero estos criterios resultan insuficientes, porque ignoran los procesos de extracción, apropiación y acumulación de plusvalía que singularizan a cada período.

Marx presenció el surgimiento del capitalismo, contrastó su evolución con los regímenes sociales precedentes y distinguió también la gestación del nuevo modo de producción (acumulación primitiva) de su pleno desenvolvimiento (acumulación del capital). Pero no estudió las etapas de este sistema en su madurez.

Lenin inauguró esta indagación al caracterizar la situación creada con el fin de la depresión de 1873-96. A diferencia de Bernstein y Kaustky, que situaban sus divergentes diagnósticos en el marco del mismo período (atenuación o agravamiento de las crisis, respectivamente), Lenin planteó la vigencia de una nueva etapa imperialista. Esta caracterización quedó posteriormente incorporada al cuerpo teórico del marxismo y fue completada en la posguerra, por los autores que subrayaron la presencia de otra etapa del capitalismo (monopolista, monopolista de estado, tardía).

En su mayor parte, estos pensadores incluyeron a este nuevo período en la era históricamente declinante del capitalismo, que para Lenin había comenzado con la primera guerra mundial. Pero a su vez señalaron que esta decadencia no elimina la continuidad de la acumulación y la consiguiente existencia de nuevas etapas de funcionamiento diferenciado del sistema.

Para retratar las características del nuevo período de posguerra, algunos teóricos priorizaron el estudio del tipo de plusvalía extraída (absoluta y relativa) o la forma de la acumulación (extensiva o intensiva), otros fijaron su atención en la modalidad predominante del capital (financiero, industrial, comercial) o en el proceso de trabajo (taylorista, fordista, toyotista) y algunos observaron con más interés el tipo de competencia prevaleciente (libre cambio, monopolio, regulación pública) o las peculiaridades de la intervención estatal (liberalismo, keynesianismo, neoliberalismo). Pero la mayoría de los estudiosos marxistas destacó acertadamente la existencia de este tercer período, frente a los pensadores que circunscribían dogmáticamente la vigencia de las etapas a los dos momentos señalados por Lenin.

El estudio de las etapas despierta en la actualidad cierto escepticismo entre los autores que descartan la periodización, intentado privilegiar la búsqueda de fundamentos más rigurosos para la definición de las leyes y las contradicciones del capitalismo. Pero esta postura detecta obstáculos dónde existen puentes, porque desconoce que la periodización constituye un instrumento de gran utilidad para estudiar como el curso de la acumulación se modifica junto al contexto histórico .

La caracterización de etapas encontró inicialmente buena acogida entre los regulacionistas, que identificaban la vigencia de estos períodos con el predominio de ciertos "regímenes de acumulación". Pero esta pista de reflexión quedó trunca cuándo fue sustituida por el análisis comparativo de modos de regulación nacionales, especialmente centrado en la contraposición del neotaylorismo anglosajón con el kalmarismo sueco o renano . Esta investigación sincrónica de modelos que coexisten rivalizando no brinda los conceptos unificadores, que podrían surgir de la indagación diacrónica de las modalidades históricas del capitalismo. Las dificultades de esta visión se acentuaron posteriormente con el énfasis puesto en inspeccionar instituciones, que representan apenas un componente y no el rasgo definitorio de estos períodos.

Para estudiar las etapas hay que situarse analíticamente en el plano internacional del capitalismo, como acertadamente proponen los historiadores sistémicos . Pero la periodización que postulan estos autores, observando "ciclos de acumulación" hegemonizados por diversas potencias (Génova, Holanda, Gran Bretaña, Estados Unidos) desde el siglo XVI, diluye las diferencias que separan el origen de la consolidación del capitalismo. Esta visión "transcapitalista" olvida que este modo de producción se caracteriza por crisis intrínsecas, que recién debutaron con la presencia de las fluctuaciones cíclicas de la economía, es decir en 1793 en Gran Bretaña, en 1847 en Francia, en 1857 en Alemania y en 1860 en Estados Unidos.

Recogiendo esta tradición de debates, el enfoque marxista habitualmente caracteriza la existencia de tres etapas del capitalismo: el librecambio del siglo XIX, el imperialismo clásico de 1914 a 1945 y el período tardío de posguerra. ¿Qué ocurrió en las últimas dos décadas?

TRANSFORMACIONES BLOQUEADAS

Existe coincidencia entre los teóricos marxistas en considerar que la recesión de l974-75 marca el punto final del boom de posguerra y el inicio de la crisis de la tercer etapa del capitalismo. También es plenamente aceptado que esta crítica situación se prolongó durante los 80, pero en un nuevo cuadro de ofensiva del capital contra el trabajo. El ascenso del thatcherismo, la ideología neoliberal, la aplicación del ajuste económico monetarista signaron una década de retroceso de los trabajadores y de estabilización de relaciones sociales de fuerza favorables a la clase dominante .

Los años 90 constituyen, en cambio, un período más controvertido, porque dos acontecimientos claves impulsaron un nuevo proceso de reconversión del capital: la implosión del ex "bloque socialista" y la recuperación del crecimiento y liderazgo norteamericanos.

Durante estos años emergieron los rasgos que podrían tipificar una cuarta etapa del capitalismo. Pero la presencia de estos elementos no alcanza para caracterizar la vigencia de un período claramente diferente, porque estos cambios suponen la presencia de procesos de expansión económica que consoliden las transformaciones registradas en el sistema. Un cambio de funcionamiento se plasma efectivamente sólo cuándo se debilitan las formas precedentes de la acumulación y se afianzan las nuevas modalidades. Justamente el término de "funcionamiento" alude a un mecanismo que ya está operando y que ha superado su período de gestación. El paso de una situación a otra depende de un desenlace significativo de las contradicciones características de la etapa ya agotada.

Tomando en cuenta este marco analítico podemos plantear la siguiente hipótesis: con la ofensiva perpetrada por el neoliberalismo se registró una recuperación de la tasa de ganancia que provocó una erosión del poder adquisitivo. Como consecuencia de este desequilibrio los rasgos configuratorios de una nueva etapa que aparecieron en varios planos no se han desarrollado. Este bloqueo resultante de un repunte de la rentabilidad que estrecha la demanda se puede observar en siete campos del proceso de acumulación.

RESTRICCIÓN DEL CONSUMO Y EXPANSIÓN DEL CAPITAL

La esfera del consumo constituye el primer ámbito de los desajustes creados por la recomposición de la rentabilidad a expensas de los asalariados. Con el asalto al "estado de bienestar" y la implantación de una legislación flexibilizadora del trabajo, el desempleo se masificó, la pobreza se expandió y este deterioro del nivel de vida contrajo el poder compra de los trabajadores.

Los patrones de "confianza del consumidor" forjados durante el pleno empleo keynesiano de posguerra quedaron severamente afectados por el impacto negativo de la inestabilidad laboral sobre el nivel de ventas. Por eso, el mayor beneficio logrado por los capitalistas a través de la reducción de los costos no se ha traducido en un ensanchamiento de los mercados. El "clima general de los negocios", que comenzó a repuntar con el incremento de la tasa de explotación y la recuperación del nivel del beneficio (en declinación desde fines del 60), no se estabilizó por este estancamiento del poder de compra.

El efecto de la desconexión creada entre el beneficio recompuesto y los mercados bloqueados ha sido muy desigual en las economías que recuperaron el crecimiento (Estados Unidos), en comparación a las que permanecieron estancadas (Europa), ingresaron en una larga recesión (Japón) o padecieron descomunales colapsos (Periferia). Pero en el marco de una generalizada regresión social, ningún país quedó exento de este desequilibrio.

Los nuevos productos surgidos en los últimos 20 años han sido absorbidos por una franja restringida de consumidores. Esta limitación del círculo de compras acentuada por la fractura social ha sofocado el desarrollo de un patrón de consumo sustitutivo del "fordismo", porque dado el sostenido desarrollo de las fuerzas productivas un nuevo modelo en este campo ya no puede surgir de la simple incorporación de bienes adicionales al esquema de adquisición de mercancías afianzado durante la posguerra. En los países desarrollados un salto en el consumo implica actualmente un cambio cualitativo asociado a la satisfacción de necesidades insatisfechas en otro de campos, por ejemplo vinculados a la educación o la salud.

Y este tipo de productos no se han abaratado, ni generalizado. Al contrario, todas las transformaciones en curso -como la crisis de la familia tradicional o la reducción del gasto público social- obstruyen un avance en estos consumo vitales de la sociedad contemporánea.

La irradiación del aumento del beneficio hacia el poder adquisitivo ha quedado bloqueada, en segundo lugar, por la propia expansión geográfica y sectorial del capital. Es indudable que el derrumbe de la ex Unión Soviética, la introducción masiva de la "economía de mercado" en Europa Oriental y la conversión de China en el principal destino de las colocaciones extranjeras ampliaron las fronteras de la inversión. Pero este ensanchamiento no ha generado un salto significativo en la acumulación.

Esta hecho obedece a que en las nuevas regiones el saqueo de los recursos naturales, al empobrecimiento de la fuerza de trabajo y a la degradación cultural incentivan más la acumulación primitiva que el desarrollo económico. Aunque este carácter depredador de la expansión capitalista no es absoluto -como lo prueba el crecimiento chino- su efecto destructivo se evidencia en la mayor parte del Este Europeo y Oriente.

La expansión del capitalismo se apoya, además, en una ruptura del equilibrio mundial de bloques y zonas de influencia, que brindaba cierta seguridad a la inversión. Aunque el universo capitalista ahora no tiene límites significativos, también carece de los reaseguros y las garantías políticas de la posguerra. Invertir se ha vuelto una aventura de riesgo creciente. En economías criminalizadas y en sociedades desarticuladas, las fortunas se agigantan y se pulverizan con la misma velocidad.

Estas contradicciones afectan también al proceso de privatizaciones. Numerosas compañías de infraestructura y servicios y una amplia gama de actividades educativas, sanitarias y previsionales anteriormente pertenecientes a la esfera pública se encuentran ahora directamente reguladas por el patrón de la ganancia.

Esta reconversión ha creado un nicho de excepcional rentabilidad inmediata, porque en los casos más extremos (América Latina, Este Europeo) los mercados ya estaban constituidos y las inversiones de riesgo ya habían sido efectuadas con el presupuesto público. En estas situaciones la demanda tiende a contraerse frente a los aumentos tarifarios y las reducciones de subsidios estatales al consumidor. Pero también en los países centrales, el creciente proceso de privatización de actividades sociales retrae la demanda, porque el grueso de la población debe prevenirse frente a cierto tipo de acontecimientos anteriormente inimaginables. Por ejemplo, la perspectiva de quiebra de un colegio, de un hospital o de un fondo de pensión ya forma parte de los nuevos peligros creados por la expansión de la "economía de mercado".

MUNDIALIZACIÓN E IMPERIALISMO

El aumento de la tasa de beneficio sin correlato en la ampliación de los mercados es también la principal contradicción que afecta a un tercer aspecto clave de transformaciones capitalistas: la mundialización. El salto registrado en este campo se verifica en el crecimiento del comercio por encima del incremento de la producción, en la formación de un mercado financiero planetario y en la influencia alcanzada por las 200 corporaciones que han internacionalizado sus líneas de producción. El creciente porcentaje de exportaciones en relación al PBI, la gravitación de las inversiones extranjeras y el papel de los flujos globales de capital constituyen tres indicadores contundentes de este proceso.

Pero esta integración de los mercados -junto al ascendente peso de las transnacionales y la homogeinización de las políticas macroeconómicas- han debilitado los mecanismos de regulación que contenían el descontrol competitivo. La mundialización acentúa la sobreproducción, porque incentiva la rivalidad por bajar costos mediante el incremento de la explotación y precipita una brutal remodelación de la división internacional del trabajo.

Por esa vía el aumento de la producción se divorcia de las posibilidades de colocación de las mercancías, multiplicando las quiebras y la destrucción de los tejidos industriales más vulnerables. Este proceso tiende a perdurar ya que la mundialización no es un episodio cíclico, sino un proceso estructural impulsado por la tendencia de la acumulación a desbordar los marcos locales, regionales y nacionales.

Un efecto de esta transformación es la creciente sincronización del ciclo económico mundial y la acelerada transmisión de los impulsos recesivos o expansivos a todo el planeta.

Pero esta convergencia coexiste con la polarización entre "ganadores y perdedores de la globalización", resultante de las crecientes transferencias de recursos que el centro capitalista absorbe de la periferia. En este plano opera la cuarta transformación significativa: el reforzamiento de los mecanismos de apropiación imperialista que han bloqueado la expansión internacional del poder de compra. Estas exacciones se ejercen a través del intercambio desigual en el comercio, la succión financiera de la deuda externa y la remisión transnacional de utilidades industriales desde el Tercer Mundo.

La fractura mundial no es novedosa, pero ha registrado un ensanchamiento sin precedentes en las últimas dos décadas y por eso el 20% de la población del planeta consume actualmente el 80% de los bienes producidos . Esta polarización explica también porqué los "mercados emergentes" han sido epicentro de las mayores crisis recientes. En lugar de continuar el proceso de industrialización sustitutiva y desarrollo parcial de los mercados internos iniciado en los 50, estos países han soportado los efectos devastadores de la apertura comercial, la dualización exportadora (México, Brasil) o la desindustrialización reprimarizadora (Rusia, Argentina).

El correlato político de este agravamiento es la recolonización y una pérdida de soberanía que provoca la desestabilización continuada de la periferia, como consecuencia del dislocamiento de muchos estados y la desintegración de numerosas sociedades. Por eso el Tercer Mundo es también el principal escenario de las guerras que han ensangrentado especialmente a la población de Africa y Oriente . La aguda retracción del poder de compra en la periferia es producto de esta combinación de hecatombes, en el marco de la explosión demográfica, el fracaso de las reformas agrarias y la crisis de emigración y refugiados.

La sustitución de las tradicionales guerras interimperialistas masivas por masacres imperialistas tecnificadas que devastan al Tercer Mundo constituye una quinta transformación, que ha debilitado el viejo mecanismo de limpieza de los capitales obsoletos. El mayor entrelazamiento entre los grupos dominantes de Estados Unidos, Europa y Japón bloquea los desenlaces bélicos de las crisis, que permitían en el pasado reiniciar la acumulación en gran escala. El clima de confrontación entre potencias que caracterizó la primera mitad del siglo XX no ha reaparecido ni siquiera luego del colapso de la URSS. La clásica conflagración interimperialista ha quedado sustituida por nuevas formas de rivalidad, que combinan el choque comercial entre potencias y bloques regionales con la pugna entre corporaciones transnacionalizadas.

En este marco de nuevas tensiones competitivas, la recuperación de la hegemonía norteamericana no es absoluta. El liderazgo estadounidense se reforzó a expensas de sus rivales, pero sin consumar el sometimiento de Europa o Japón a la condición de vástagos dependientes. Por eso, la mundialización recrea rivalidades, que el imperialismo contemporáneo no zanja.

TECNOLOGÍA Y FINANZAS

El desarrollo de la revolución tecnológica representa una sexta transformación, que acentuó la reducción de costos sin expandir los mercados. La difusión de aparatos que potencian el uso económico de la información alentó la reconversión energética y la reorganización de los procesos de trabajo, distribución y almacenaje de las mercancías. Pero a diferencia de lo ocurrido en la posguerra con los materiales plásticos, la electrónica o los electrodomésticos, este cambio no ha coincidido con el ensanchamiento cualitativo del consumo. Las nuevas formas de gestión que acompañan al veloz procesamiento de la información han impactado más sobre la oferta que sobre la demanda, debido al estancamiento del poder de compra .

Este desfasaje indica el estado aún embrionario de la revolución tecnológica. Luego de un período de experimentación, las invenciones informáticas se están transformando en innovaciones radicales que impactan sobre el conjunto del proceso económico. No se trata de una "revolución industrial" (un proceso específico del surgimiento del capitalismo), sino de un cambio tecnológico de efectos generalizados, que hasta ahora no ha dado lugar a una ampliación de la demanda comparable a la era del ferrocarril o del automóvil .

La mejora parcial de la productividad en la economía norteamericana (aumentos del 2,2% entre 1995-2000 que superan el promedio de 1,1% de 1975-1995, aunque sin alcanzar el 2,6 % de 1953-1973), ilustra tanto el efecto como las limitaciones de esta revolución tecnológica. Algunas mediciones de la productividad resaltan como esta mejora se concentró en los procesos de gestión de la empresa, otras subrayan que favoreció el aumento de la "intensidad del capital" (relación bienes de capital-mano de obra) y otros cálculos destacan que incrementó la producción por horas trabajadas. Pero las tres evaluaciones indican que este impacto favorable sobre la tasa de ganancia no se extendió a la esfera de los mercados .

La transformación tecnológica no está restringida a la esfera de las finanzas, como piensan algunos autores . Esta limitación quizás podía observarse a fines de los 80, cuándo la informatización en gran escala debutó con la interconexión de los mercados bursátiles. Pero este inicio fue seguido por la aplicación industrial de las nuevas tecnologías y la difusión masiva de las computadoras. Por eso el punto crítico del cambio tecnológico actual se ubica más en la contracción del poder de compra que en el uso exclusivamente financiero de la informática.

Las grandes turbulencias en la órbita financiera también expresan esta fragilidad de la demanda. Los tres grandes cambios financieros recientes constituyen el séptimo cambio en curso y se concentran en la desregulación, la globalización y la gestión accionaria de las firmas. Estas transformaciones apuntalaron inicialmente la rentabilidad al facilitar el proceso de reestructuración, fusión y cierre de empresas. Pero también potenciaron la influencia del capital financiero y la preeminencia de los acreedores, que por medio de políticas restrictivas acentuaron la contracción de los mercados. Por eso se reiteran las burbujas financieras y se multiplica la concurrencia especulativa entre bancos y fondos de inversión por gestionar títulos de corto plazo, liderar riesgosas transacciones cambiarias y participar en los casinos bursátiles.

Estas operaciones han creado una explosión de liquidez muy superior a los antecedentes de los años 60 y los 70 (los mercados del eurodólar y del petrodólar). Además, se desenvuelven fuera de la supervisión de los bancos centrales y este descontrol financiero es particularmente agudo a escala internacional, porque la mundialización multiplicó las fuentes de emisión sin estabilizar una moneda ordenadora de esta creciente circulación. A nivel de las firmas, la presión de los accionistas por aumentar los rendimientos ha creado ficciones contables totalmente desconectadas de la realidad de los mercados. En síntesis: el agravamiento de la vulnerabilidad financiera es otro efecto de una mejora del beneficio que hasta ahora no ha desembocado en la ampliación del poder de compra.

EL SIGNIFICADO DE LAS FASES

Los rasgos embrionarios de la nueva etapa del capitalismo despuntan, por lo tanto, en siete transformaciones que no maduraron, ni lograron imprimir un giro radical al proceso de acumulación. Se ha creado una situación de grandes cambios laborales, internacionales, tecnológicos y financieros que no alcanzan para impulsar un período de alto crecimiento, porque el repunte de la rentabilidad estrecha los mercados. Para comprender este paradójico resultado conviene distinguir la noción de etapa del concepto de fase.

Mientras que las etapas definen patrones de funcionamiento del capitalismo, las fases indican el signo prevaleciente de crecimiento o estancamiento de períodos prolongados de este sistema. Las fases se diferencian de los ciclos corrientes porque ilustran el predominio de grandes tendencias a la prosperidad o las crisis y no el curso de las fluctuaciones de corto o mediano plazo. Las fases condicionan la tónica de los ciclos, que tienden hacia recesiones suaves y auges sostenidos durante los períodos de crecimiento y a depresiones agudas y reactivaciones débiles durante las fases de crisis.

Históricamente cada etapa del capitalismo incluyó una "edad de oro" de sostenida prosperidad. Estos períodos se extendieron entre 1850 y 1873 durante el librecambio, entre 1890 y 1914 durante el imperialismo y entre 1950 y 1975 durante el capitalismo tardío. Muchos investigadores han detectado también la existencia de largas depresiones entre estos períodos, deduciendo la presencia de un patrón de sucesivos ciclos largos ascendentes y descendentes de 25 años.

Pero mientras la corroboración empírica de estas ondas continúa en debate, lo más cuestionable de las tesis de Kondratieff y Schumpeter es su justificación teórica.

No existe ningún fundamento sólido para postular que las fases de prosperidad y estancamiento están sujetas a una periodicidad fija y previsible. Incluso el predominio de esta regularidad en el pasado, no indica la repetición futura de este patrón. Los fundamentos tecnológicos, monetarios o institucionales utilizados para explicar la aparición y declinación de estas ondas, sólo explican en todo caso porqué estos períodos ocurrieron en distintos momentos del siglo XIX y XX.

A diferencia del término "onda" que está asociado con la periodicidad fija, el concepto de fase solo indica la vigencia de períodos de prosperidad y depresión en cada etapa. Mandel sugiere esta diferencia al criticar el enfoque mecanicista de Kondratieff, pero diluye la distinción al utilizar la denominación de "ondas largas" en su exposición. Sigue la pista de Trotsky para desarrollar una teoría centrada en el análisis cualitativo de las etapas y no cuantitativo de las fases. Por eso distintos autores que han trabajado la temática de las etapas encuentran puntos de convergencia con Mandel , mientras que los críticos de la periodización objetan la totalidad de su enfoque . Entre ambas posiciones se ubica el numeroso grupo de analistas que identifica equivocadamente a Mandel con Kondratieff, sin percibir que mientras el marxista belga indaga períodos diferenciados del capitalismo, el economista ruso extrapola la dinámica del ciclo corto a proceso de acumulación de largo plazo.

El término de fase para denominar los períodos estructurales de crecimiento y estancamiento contribuye a superar la "visión dicotómica" del modelo de Kondratieff, que sólo incluye secuencias de auges o crisis. Permite, además, observar la existencia de "períodos grises" distanciados del nítido ascenso o declinación de la producción y caracterizados por cierta indefinición del signo del nivel de actividad . Entender que el problema de las etapas difiere del estudio de las fases y que los procesos indagados por Kondratieff y Schumpeter son distintos a los estudiados por Lenin, Trotsky y Mandel, conduce a observar que el análisis de largo plazo del capitalismo involucra dos incógnitas y no solo una. Para definir la existencia de una nueva etapa del capitalismo hay que preguntarse por la forma de acumulación, mientras que para discernir el signo de este período hay que interrogarse sobre los niveles de actividad, empleo, ganancias o ventas. Esclarecidos estos conceptos: ¿Qué tipo de fase predomina en la actualidad ?

UNA FASE GRIS E INCIERTA

Si se observa el período inicial que siguió al boom de posguerra (1975-90) y el período posterior de repunte de la rentabilidad con mercados retraídos (1990-2001), resulta evidente que ambas fases presentan un color gris. Su tónica no está dominada por el blanco floreciente de posguerra, ni tampoco por el negro tenebroso de la entreguerra. Una comparación con fases históricas precedentes ilustra estas peculiaridades.

En primer lugar, el contraste con la prosperidad de posguerra es contundente en todos los planos. El bajo crecimiento actual es la contracara de la cuadruplicación de la producción industrial mundial que se registró entre los años 50 y 70 y la misma asimetría se extiende a la tasa de desempleo (1,5% en Europa, 1,3% en Japón durante ese período). Una divergencia idéntica se observa en la evolución del salario y en el comportamiento del gasto público social (los incrementos del 60% en Francia o Alemania son un lejano recuerdo). El crecimiento de posguerra estuvo asociado a la generalización de un nuevo patrón de consumo "fordista", que perdió vigencia en las últimas dos décadas y no fue sustituido por ningún otro esquema alternativo.

La segunda comparación con la depresión de entreguerra es mucho más compleja, porque aquí hay que ponderar semejanzas y no contrastes. Existe una generalizada tendencia a trazar paralelos entre la crisis del 29 y los desplomes financieros de los últimos años, olvidando la experiencia adquirida por la clase dominante en el manejo de estas situaciones. Actualmente, los responsables de la gestión monetaria en los países centrales actúan en forma preventiva, teniendo siempre en mente lo sucedido durante el 30. Cómo intentan comandar un sistema económico carente de coordinación, este conocimiento no alcanza para impedir un colapso, pero ofrece indicadores de advertencia que prenden señales de alarma frente a cualquier descalabro bursátil.

Lo más importante no es igualmente comparar coyunturas financieras, sino fases y en este caso, la entreguerra con el período inaugurado a mitad de los 70. Observando ambos procesos cabe concluir que hasta el momento solo en la periferia se ha consumado un colapso semejante al 30. En los países dependientes se repite una catástrofe análoga en el plano económico (derrumbe de la producción, desempleo masivo, escalada de devaluaciones, cesación de pagos generalizada, caídas de bancos) y en el plano social (terrorífico escenario de miseria).

Pero la semejanza no se extiende a los centros capitalistas. Allí el crecimiento industrial es bajo, pero la actividad industrial no se ha desplomado un tercio como en los años 20 o 30 y el comercio internacional se expande por encima de la producción, en lugar de caer un 60% como en los picos de la gran depresión. Además, la circulación mundial de capitales se aceleró en las últimas décadas, mientras que declinó un 90 % entre 1927 y 1933. Tampoco el sistema bancario de algún país central ha quebrado y ninguna potencia se enfrenta hasta ahora a la cesación de pagos de sus deudas internacionales. La política de socializar pérdidas -que comparten neoliberales y antiliberales- evita por el momento las típicas deflaciones del 30.

También en el plano social existen diferencias sustanciales, porque las tasas de desempleo de la gran depresión (22% en Gran Bretaña, 27% en Estados Unidos, 44% en Alemania) están muy lejos de los niveles actualmente prevalecientes en la tríada. La seguridad social cubre mucho más que el limitado porcentaje del 10% al 25% de la población, que contaba con alguna protección estatal en esa época. Los movimientos inmigratorios tampoco se han detenido.

Pero las principales diferencias se ubican en el plano político-militar, porque "la falta de liderazgo de una gran potencia" que caracterizó a ese período diverge con la recuperación hegemónica actual de Estados Unidos. La perspectiva de una guerra interimperialista ha desaparecido del horizonte estratégico de los países avanzados y no existe ningún clima de preparación de confrontaciones de ese tipo. Además, el salto registrado en la mundialización ha creado un marco de conflictos comerciales muy diferente a los bloques proteccionistas de los años 30 .

Una tercer comparación puede establecerse con la depresión de 1873-90 y la prosperidad posterior de 1890-1914. Aquí aparecen ciertas semejanzas con la fase contractiva por el carácter limitado de la crisis, la gravitación de la sobreproducción y el estancamiento del consumo. Algunos autores también destacan analogías con la fase de posterior recuperación, en el salto registrado en la internacionalización de la economía (con eje exclusivamente comercial y financiero en esa época), en la presencia de una revolución tecnológica (electricidad, química, motor a combustión) y en la existencia de un proceso de recuperación de la tasa de ganancia sin desvalorización masiva de capitales. Pero estos rasgos estuvieron asociados con un auge económico, mientras que ahora forman parte de una fase indeterminada. Esta indefinición se verifica en la evolución mediocre del PBI, el elevado desempleo y la mejora en la inversión sin ampliación de los mercados. Pero estas dos comparaciones deben igualmente tomarse con cautela, porque lo escala de la acumulación en el capitalismo maduro del siglo XX es cualitativamente diferente a la prevaleciente en la segunda mitad del siglo XIX.

El predominio de una fase gris es coherente con la persistencia de la crisis del capitalismo de posguerra y con la presencia de nuevos rasgos de una etapa que no se consolida. Este complejo mosaico es retratado por autores que enfatizan la continuidad de la crisis (Bocarrá), que realzan el impacto de las transformaciones en curso (Dumenil, Levy, Wilno) o que remarcan la ausencia de una fase económica ascendente (Husson, Rigacci, Went) . Estas caracterizaciones no son incompatibles, sino que resaltan distintos aspectos de un período signado por los desequilibrios creados por una reducción de los costos que ahoga el mejoramiento del poder adquisitivo. Este divorcio induce el predominio de una fase gris y bloquea el desenvolvimiento de las transformaciones que alumbrarían una cuarta etapa del capitalismo. Ambas particularidades también se verifican en la actual coyuntura recesiva internacional.

UNA CRISIS PECULIAR

La crisis en curso no implica hasta ahora una depresión global. En el año 2002 volverá a declinar la tasa de crecimiento del PBI mundial (2,4% o 2,8%), pero sin alcanzar los promedios negativos absolutos de los años 30 (desplomes de 16,4% en Estados Unidos entre 1921 y 1938). La contracción está sincronizada a escala mundial, pero al mismo tiempo genera fuertes diferenciaciones entre las cuatro principales áreas internacionales (Estados Unidos, Europa, Japón y la periferia).

En primer lugar, la gravitación internacional del ciclo económico norteamericano es cada vez mayor. Luego de una década de expansión, el año pasado comenzó en Estados Unidos un giro recesivo que pareció interrumpirse a principios del 2002 y que reapareció con mayor intensidad desde julio pasado. En vez de la recuperación rápida en V que esperaban los optimistas (A.Greenspan) o la reactivación suave en U que imaginaban los escépticos (P.Samuelson) se está produciendo la "doble caída" en W que previeron los pesimistas (P.Krugman).

Pero los economistas del "mainstream" suelen modificar sus evaluaciones con inusitada celeridad y más que seguir estas cambiantes impresiones, conviene evaluar ante todo, cual será el impacto del terremoto bursátil creado por los fraudes contables sobre el sistema bancario.

Otro indicador clave es el resultado del giro exportador sobre el debilitamiento del dólar y la consiguiente salida de capitales de Estados Unidos. Contrarrestar la contracción de la inversión y el estancamiento del consumo revirtiendo el modelo de dólar caro y déficit comercial que predominó bajo Clinton es una apuesta difícil -por el grado de internacionalización de la economía norteamericana- y también riesgosa, porque su fracaso puede desatar una retirada de los capitales extranjeros que financian el déficit comercial. Bush espera imponer este rumbo con medidas proteccionistas (subsidios al agro, leyes antidumping, cláusulas de salvaguarda), ultimátums en la OMC y acuerdos de penetración comercial bajo la pantalla del ALCA.

Pero este curso también depende de la preparación de una guerra contra Irak, cuyo propósito es la apropiación norteamericana de las segundas reservas petroleras de planeta. Esta invasión sólo podría impulsar la reactivación si un nítido triunfo militar (estabilidad en el Medio Oriente luego del derrocamiento de Hussein) asegura el financiamiento de la operación colonial, que esta vez retacean los participantes occidentales y árabes de la anterior guerra del golfo (una alternativa sería la depredación inmediata del petróleo conquistado). En cualquier caso, Bush necesita -luego de grandes recortes impositivos "ofertistas"-que el gasto armamentista no dispare el déficit fiscal, provocando un desborde inflacionario semejante a la época de Vietnam. Además, debe mantener bajo control el volátil precio del crudo, neutralizar a la OPEP, acordar con las compañías europeas rivales y sobre todo, lograr que la población norteamericana tolere su cruzada de muerte, dolor y tragedias.

El fracaso de Europa en sustituir a Estados Unidos como locomotora del nivel de actividad constituye el acontecimiento central en la segunda área de la economía mundial. Europa no solo se mantiene retrasada en productividad, consumo e inversión frente a su principal competidor, sino que el proyecto del euro obliga a los capitalistas del viejo continente a adoptar políticas monetarias duras que obstruyen el crecimiento. El intento de disputarle el señoreazgo mundial al dólar tiene un elevado costo de ajuste fiscal y por ahora, las oscilaciones del euro obstaculizan la exportación en los picos de encarecimiento y socavan el objetivo de la moneda internacional en los momentos de abaratamiento. Además, la unificación europea avanza en medio de indefiniciones (ingreso británico al euro) y grandes riesgos (costosa incorporación de los nuevos miembros del Este).

Pero el eslabón más débil de las economías avanzadas se ubica en Japón. En esta tercer área predomina una "trampa de liquidez" que impide remontar el nivel de actividad, a pesar de las reducciones de las tasas de interés y el aumento del gasto público. Ni el consumo, ni la inversión reaccionan positivamente frente a estos estímulos, porque la clase dominante carece de dos recursos estratégicos que poseen sus rivales: un dispositivo imperialista y un amplio mercado de consumo interior. Por eso Japón continúa dependiendo de superávits comerciales que tienden a declinar frente al crecimiento de competidores de la envergadura de China.

Aunque mantienen su liderazgo de gran potencia, los capitalistas nipones continúan perdiendo posiciones en el mundo y están sometido a una presión norteamericana (apertura comercial, desmantelamiento de la red estatal de protección a los grupos locales) que socava su poderío. Las empresas en crisis posponen los cierres y despidos, pero ya se observan índices de pobreza y mendicidad sin precedentes.

La recesión que atraviesan los países desarrollados no presenta la dimensión de la depresión que soporta la periferia. En esta cuarta región, las crisis conjugan desmoronamientos cambiarios, quebrantos bancarios y colapsos de la deuda pública que provocan enormes catástrofes sociales.

Aunque este impacto se ha suavizado en el sudeste asiático, ningún país de esa región ha logrado recuperarse del crack de 1997-98, porque la dependencia exportadora de insumos industriales mantiene sometidas a estas economías a la decreciente demanda de los grandes centros. Y lo mismo ocurre con un país "emergente" como Rusia, cuyo nivel de actividad depende del oscilante precio del petróleo exportado.

Pero el epicentro de la crisis se ubica nuevamente en América Latina, cuya tasa de crecimiento volverá a contraerse durante este año. Desde 1995 el PBI regional solo aumenta al 2% anual (1% en la medición per capita) y este porcentaje irrisorio se ha reducido aún más en los últimos dos años por la crisis de la deuda y la salida de capitales. Actualmente el "contagio" del colapso argentino se ha extendido a Uruguay (devaluación, fuga de capitales, clausuras de bancos, expropiaciones de pequeños depositantes), amenaza al Brasil (que bordea un default de la deuda) y a otras naciones de la región (cierre de bancos en Paraguay, salida de capitales en Perú, degradación crediticia en Colombia y Venezuela). Latinoamérica no sólo es más frágil a nivel industrial y comercial que el sudeste asiático, sino que se ha convertido en el conejillo de indias de la nueva política de endurecimiento crediticio que impulsa Bush.

La convergencia de la crisis de sobreinversión norteamericana con el estancamiento europeo, la recesión japonesa y el colapso de la periferia ilustra la gravedad de una coyuntura que puede desembocar en un estancamiento prolongado. Pero, por el momento, la fase mantiene su tónica gris y su peculiar fractura en cuatro áreas de evolución divergente .

EL ENFOQUE MULTICAUSAL

¿Cuál es la explicación en el plano teórico del bajo crecimiento de la fase en curso, que a su vez frustra la aparición de una cuarta etapa del capitalismo? ¿A qué obedece la contradicción entre la mejora de la tasa de beneficio y la retracción del poder de compra?

La concepción marxista atribuye estos desequilibrios a la dinámica intrínseca del capitalismo. A diferencia de la ortodoxia, que observa estos desajustes como hechos fortuitos (o resultantes de alguna interferencia al mercado) y la heterodoxia, que los explica por la ausencia de regulaciones estatales; el marxismo postula que todas las turbulencias, desfasajes y conmociones de la acumulación derivan del propio funcionamiento del sistema. ¿Pero cuáles son los mecanismos específicos de estas crisis?

Desde el punto de vista metodológico existen dos respuestas. La tesis monocausal destaca la existencia de una contradicción determinante de todos los desequilibrios y el planteo multicausal, atribuye estos estallidos a la acción combinada de variados desajustes. En el primer campo se situaron desde principio del siglo XX los teóricos del subconsumo (crisis derivadas de la caída del poder de compra) y sus opositores de la desproporcionalidad (desequilibrios resultantes de los intercambios entre bienes de consumo y de producción). También podrían ubicarse en este terreno los economistas que atribuyen la crisis a la acción primordial o exclusiva a la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. En las teorías centradas en la superproducción y el descontrol financiero predomina cierta indefinición metodológica.

En oposición a estas visiones, varios teóricos marxistas desarrollaron el planteo multicausal. Primero N.Bujarín explicó porqué una crisis general solo irrumpe cuándo todas las contradicciones del sistema convergen en un punto crítico común . Posteriormente R.Rosdolsky aclaró porqué es inadecuada la justificación de cualquier teoría monocausal en los esquemas de reproducción ampliada de Marx, recordando que estos modelos están destinados a indagar la continuidad y no la interrupción de la acumulación.

Finalmente, Mandel describió las crisis cómo un proceso simultáneo de bloqueo a la valorización de la plusvalía y a la realización del valor de las mercancías, explicando que el capitalismo constituye una totalidad dinámica sujeta a contradicciones en ambos planos de la reproducción.

Algunos críticos plantearon que al "descomponer y atomizar la interpretación en múltiples factores" se atenta contra la caracterización unitaria de la crisis. Pero en realidad la multicausalidad no fragmenta el análisis, sino que evita la simplificación que aparece en la observación restrictiva del desenvolvimiento de una sola contradicción. Estudiar el comportamiento combinado de todos los desequilibrios es, además, totalmente compatible con la investigación ordenada de las crisis en términos jerárquicos y secuenciales.

Un debate paralelo a esta controversia ha opuesto en la economía burguesa a los partidarios de la "crisis por oferta" (los obstáculos se ubican en la inversión y la ganancia) con los defensores de la "crisis por la demanda" (las limitaciones provienen de la restricción del poder de compra). Y también aquí se ha propuesto una síntesis basada en considerar simultáneamente los factores que inciden sobre los costos (materias primas, tasas de interés, salarios, impuestos) y los que impactan sobre el nivel de las ventas (nivel de ingreso, evolución de la demanda agregada) .

Pero esta aplicación de criterios pluricausales al análisis del ciclo difiere metodológicamente de su utilización para el estudio de las crisis estructurales. En esta investigación, los marxistas no indagan los impactos de la oferta y la demanda sobre las fluctuaciones periódicas, sino la conexión entre la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y las contradicciones de la producción y el consumo, en sus relaciones con la sobreproducción y los desequilibrios financieros.

Partiendo de la visión multicausal se pueden también construir modelos para indagar como se procesa específicamente la crisis en los distintos "sitios" de la acumulación (trabajo, consumo, financiero, etc), analizando el impacto de tendencias, barreras y puntos críticos en estas áreas . Vinculando estas observaciones a la tesis multicausal resulta también posible explicar porqué las crisis adoptan características tan diferentes en cada país. Estas particularidades dependen tanto de la inserción (central o periférica) como de las modalidades de la acumulación prevalecientes en estas naciones. Para estudiar estos rasgos hay que observar cómo las dos tendencias centrales de la crisis -decrecimiento porcentual de la tasa de ganancia y desequilibrios entre la producción y el consumo- impactan sobre cuatro áreas diferenciadas de la economía mundial (Estados Unidos, Europa, Japón y la periferia).

Partiendo de estos criterios el enfoque multicausal brinda un esquema analítico para explicar porqué el conflicto entre el repunte de la rentabilidad y la estrechez de los mercados singulariza a la fase actual.

LAS CONTRADICCIONES DE LA VALORIZACIÓN

La recuperación frágil, inestable y limitada que registró la tasa de ganancia desde mitad de los 80 se explica desde una óptica de largo plazo por las fluctuaciones que caracterizan la acción de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.

Marx atribuyó el efecto de este principio al curso de tres variables (la tasa de plusvalía, el capital variable y el capital constante) y una relación clave (la composición orgánica del capital). Observando estos componentes en las últimas dos décadas resulta evidente el rumbo de dos elementos. Por un lado, la tasa de plusvalía aumentó con la flexibilización laboral, la nueva "era del tiempo récord", la intensificación de los ritmos de trabajo y el incremento del control patronal sobre los sectores más descalificados de la clase obrera.

En segundo lugar, el capital variable se abarató con la reducción del costo salarial, que en Estados Unidos disminuyó por encima del 15% desde principio de los 80 y que incluso no repuntó en los períodos de mayor demanda laboral de los 90. Por esta razón, la proporción del ingreso apropiado por los capitalistas ("profit share") volvió a ascender intensamente entre 1982 y 1997 luego de haber caído entre 1965 y 1982 .

En cambio, el tercer determinante de la tasa de ganancia -el capital constante- registró una evolución más compleja.

Por una parte, su valuación tendió a caer con el uso de nuevas tecnologías en los procesos de fabricación, gerenciamiento y organización del trabajo. Pero es un tema muy controvertido si este abaratamiento, condujo a una significativa desvalorización del capital y si tuvo la extensión suficiente para reducir la composición orgánica del capital .

Las políticas neoliberales han actuado de manera contradictoria sobre este proceso, porque las medidas de "austeridad" y "selección de los capitales más eficientes"(que refuerzan las tendencias desvalorizantes) han coexistido con el rescate estatal (que revaloriza a las empresas en quiebra).

Otro indicio de la recuperación parcial de la tasa de ganancia en las últimas dos décadas ha sido la presencia de fuertes desequilibrios relacionados con la sobreinversión coyuntural y el bajo impacto de las turbulencias derivadas de la "presión salarial" ("profit squeeze"). Esa preeminencia es un indicio de mayor inversión en capital fijo y de tasas de plusvalía crecientes. La actual crisis norteamericana es, por ejemplo, una típica consecuencia de inversiones desmedidas, compras excesivas y stocks elevados. Por eso afecta especialmente al sector sobreexpandido de las nuevas tecnologías.

Pero también en otras ramas, el avance de la productividad ha inducido a mantener la escala de producción con menores dotaciones de mano de obra, provocando pérdidas de empleo que triplican las reducciones de recesiones anteriores. Estas crisis han derivado en una contracción de la tasa de ganancia de corto plazo, que puede implicar el fin o un respiro de la recuperación iniciada en los 80 .

El curso general de la tasa de ganancia ha estado principalmente dictado por su comportamiento en la economía estadounidense. Aunque la recuperación parcial de los 90 se extendió también a Europa (no así a Japón), sólo en Estados Unidos se observaron significativos procesos de inversión. Por su parte, la periferia nutrió los recursos que facilitan el abaratamiento de los costos de las economías centrales, sin participar en ningún fruto del repunte de la rentabilidad. Pero, en todos los casos, la reducción de los costos que apuntaló el beneficio ha quedado posteriormente contrabalanceada por la retracción del poder de compra .

LAS CONTRADICCIONES DE LA REALIZACIÓN

El capitalista solo puede valorizar su inversión si los beneficios potencialmente generados por la explotación de la fuerza de trabajo se traducen en un volumen creciente de valores realizados en el mercado. En las últimas dos décadas predominó la fractura y no el empalme entre estos dos procesos. Pero este desfasaje presenta una distribución internacional muy desigual.

En Estados Unidos el consumo no registró el salto cualitativo requerido para acompañar un avance de gran escala de la acumulación. Pero tampoco declinó sustancialmente, ya que el endeudamiento familiar contrapesó el estancamiento salarial. En Europa, el rezago del poder de compra ha sido más visible, porque la política neoliberal intentó una traslación forzosa del "modelo americano" de incentivo del consumo privado en desmedro del "consumo socializado" (salud, transporte, educación, etc) más desarrollado en la región. El resultado de esta presión ha sido la erosión del poder adquisitivo.

En Japón, la retracción del consumo tuvo mayores efectos porque recreó un estado de recesión prolongada. El patrón histórico de alto ahorro, que en otra época permitió el crecimiento acelerado, actualmente sofoca el desenvolvimiento del mercado interno. Finalmente, en la periferia se produjo una debacle absoluta del poder de compra, que afectó principalmente a las "economías emergentes", cuyo incipiente despegue ha quedado sepultado por la pauperización.

Esta diversidad de situaciones se explica por la inserción de cada país en el mercado mundial, por la historia del capitalismo local (especialmente el carácter extensivo o intensivo de sus formas de acumulación) y por las formas de distribución del ingreso. Estos tres rasgos determinan qué impacto tienen los incrementos de la productividad sobre el poder adquisitivo. Si bien por un lado, el avance de la mundialización ha tendido a uniformar esta relación, por otra parte la polarización imperialista de ingresos reconfigura las especificidades locales .

Dentro de esta diversidad, el dato común ha sido la fragilidad del poder de compra acentuada por el neoliberalismo, pero originada en la contradicción de la producción y el consumo que caracteriza al capitalismo.

En este sistema existe una tensión permanente entre subas salariales que afectan las ganancias e incrementos del beneficio a expensas del salario que disminuyen el poder adquisitivo. La causa de este desequilibrio se encuentra en la tendencia de la producción a expandirse ilimitadamente bajo la compulsión de la competencia, en condiciones de estrechez del consumo necesariamente recreadas por la vigencia de relaciones de explotación. Por eso irrumpen periódicas crisis de realización, que dificultan la venta de las mercancías al valor estimado por los capitalistas para asegurar su nivel de ganancia. Esta desconexión entre la producción y el consumo obedece en última instancia a una contradicción irresoluble bajo el capitalismo: el trabajador explotado por el capitalista es al mismo tiempo un cliente, cuya capacidad de compra está afectada por las reducciones periódicas de los salarios que introduce el empresario .

Esta contradicción se agravó en las últimas dos décadas, aunque sin desembocar en el subconsumo (con excepción de los países periféricos), porque la acumulación no depende exclusivamente de la demanda final y se apoya en diversos pilares de la producción básica e intermedia. Tampoco se ha creado el estado de subutilización permanente de la capacidad instalada o declinación del progreso técnico que describe el estancacionismo keynesiano. La política neoliberal agravó la contradicciones del capitalismo, pero sin provocar la paralización del sistema.

Estos desequilibrios se acentuaron, además, por la frustración del "modelo posfordista", que desmintiendo los augurios regulacionistas no emergió en ningún lado. Un nuevo régimen de la demanda basado en la utilización más colectiva de los bienes de uso no prosperó, ni sustituyó al tradicional patrón de consumo individual. Pero este fracaso no obedece al avance del modelo anglosajón frente al esquema europeo, sino al propio desenvolvimiento del capitalismo, que no puede compatibilizar la satisfacción de las necesidades sociales con los requerimientos de la inversión. Este divorcio entre la utilidad social y la rentabilidad -que genera múltiples desconexiones entre las prioridades del consumo y los objetivos del mercado- irrumpe con mayor nitidez en los países europeos con salarios indirectos más desarrollados y esferas sociales del consumo más extendidas .

El capitalismo excluyente de las últimas dos décadas socavó al "modelo fordista" de los países desarrollados, pero sin reemplazarlo por otra alternativa. Algunas características del viejo esquema se han amplificado (saturación de la demanda de bienes inferiores, desplazamiento de la familia como unidad de consumo, privatización de la esfera recreativa), pero en un contexto de ensanchamiento de la brecha distributiva que potencia su fragilidad. Esta debilidad no ha sido contrarrestada por el poder de compra de la reducida la "clase media global", ni tampoco por el consumo capitalista, que en la actualidad ya no puede cumplir el mismo rol locomotor que jugaba en el siglo XIX. El avance de la producción choca con la estrechez del consumo popular .

EL PAPEL DE LA SOBREPRODUCCIÓN

Un efecto clásico de los novedosos desequilibrios de las últimas dos décadas es la sobreproducción. La saturación actual de la oferta es la consecuencia específica del avance de la mundialización, que al incentivar la competencia de "todos contra todos" ha debilitado la regulación de los excedentes. Además, la contracción del poder de compra potencia el sobrante de productos y al obstaculizar la depuración de plantas y equipos obsoletos, el rescate estatal de empresas en quiebra acentúa la plétora de mercancías.

Interpretar la superproducción como un efecto específico de estos desequilibrios permite entender porqué el aumento de los excedentes presenta características tan diversas en cada región. La crisis de sobreinversión norteamericana en nuevas tecnologías difiere sustancialmente de los desequilibrios derivados del superávit comercial japonés. Y estas dos situaciones son muy distintas a la sobreoferta de insumos tecnológicos que soporta el sudeste asiático y a la sobreproducción de bienes agrícolas y energéticos que golpea a Latinoamérica.

La omisión de estas peculiaridades constituye la principal limitación de las interpretaciones de la crisis exclusivamente centradas en la sobreproducción . Esta contradicción puede tomarse como punto de partida o como interpretación última de la crisis, pero no como explicación de los mecanismos concretos de este proceso.

Para analizar estos eslabones hay que referirse a la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia (en el campo de la valorización) y a la contradicción entre la producción y el consumo (en el plano de la realización).

La sobreproducción indica una contradicción general del capitalismo, mientras que los desajustes específicamente derivados de la ausencia de coordinación constituyen crisis de desproporcionalidad. Estos desequilibrios obedecen a la falta de correspondencia entre la oferta y la demanda sectorial y fueron estudiados por los economistas que comprobaron, como los precios de los bienes de consumo fluctúan menos que las cotizaciones de los bienes de capital, creando situaciones de sobreinversión y cuellos de botella en la acumulación. Estos desajustes no originan, en cambio, las depresiones de largo plazo que preferentemente indaga la teoría marxista de la crisis y por eso, no pueden ser investigados en el mismo plano que las contradicciones centrales del capitalismo. Bajo una misma situación de sobreproducción subyacen desajustes parciales y desequilibrios estructurales que conviene diferenciar.

INTERPRETACIONES FINANCIERAS

La esfera financiera es la vitrina de la crisis porque allí irrumpen las burbujas bursátiles, los desplomes cambiarios y las turbulencias bancarias. Pero estas conmociones son consecuencia de contradicciones originadas en la esfera productiva y por eso, el principal desafío teórico en esta área radica en precisar cuales son esas conexiones.

En las últimas dos décadas se multiplicó la especulación, porque la desregulación bancaria al aumentar la inestabilidad económica socavó la demanda, porque la mundialización financiera potenció el descontrol competitivo y porque la gestión accionaria de las firmas alentó los fraudes contables para inflar las ganancias. El impacto político y social de estos últimos escándalos en Estados Unidos ha sido enorme .

Pero estos hechos también incrementan el predicamento de las interpretaciones que atribuyen la crisis actual exclusivamente a la acción parasitaria de los financistas. Estos enfoques desconectan los efectos especulativos de sus fundamentos productivos, olvidando que el capitalismo se sostiene en la explotación del trabajo asalariado. Desconocen que la principal función de los financistas es facilitar la continuidad de esa expropiación, a través de instrumentos crediticios que representan adelantos o promesas del plusvalor que obtendrán los empresarios.

La dependencia de los desequilibrios financieros de contradicciones localizadas en el proceso productivo es habitualmente ignorada por los teóricos keynesianos que contraponen el avance de los especuladores a la declinación de los industriales, como si ambas actividades estuvieran completamente divorciadas y no conectadas a distintas instancias de la conversión de la plusvalía en capital.

Reconocer estos nexos no implica ignorar la hipertrofia especulativa de las últimas dos décadas, ni desconocer el rol preeminente de los banqueros. Pero esta influencia -que se expresa en la gravitación de los acreedores y en la primacía de las políticas de restricción presupuestaria o monetaria- es transitoria y no indica un "triunfo de los banqueros sobre los industriales". Ambos grupos han participado en común del atropello a las conquistas sociales a fin de recomponer la tasa de beneficio. El eje del "orden neoliberal" ha sido esta agresión y no los conflictos entre especuladores e inversores.

Partes: 1, 2, 3
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