Dentro de nuestro sistema materialista e individualista hemos creado distancias, divisiones, amputaciones, justificadas sólo para la supervivencia del sistema en sí mismo, y el sostenimiento de los privilegios alcanzados por una pequeña minoría. La gente vive en condición de escasez creada, de ahí que cada quien cuide lo suyo e intente acceder a una porción más grande del pastel del que le ha tocado en suerte. Sobre los bienes que se hallan en abundancia no hay propiedad privada, el aire, el agua de lluvia, la luz del sol, pero también muchas ideas, creaciones artísticas y descubrimientos científicos son de todos y de nadie en particular. Pero la propiedad privada es casi la primera lección que un niño pequeño aprende de sus padres, como si los bienes públicos y los que se hallan en abundancia, es decir, los bienes que comparte con todos, no tuvieran valor por ser también de otros. La identidad asociada a la posesión material es uno de los principales factores diferenciadores entre las personas y genera división en ámbitos ajenos al dinero, y, por lo tanto, actúa como un obstáculo más para el relacionamiento.
No sólo eso, se ha podido comprobar que los países con menor desigualdad social y un aceptable nivel de vida, son menos violentos, tienen tasas de drogadicción, suicidio y crimen menores que en los países con mayor desigualdad y el mismo nivel de vida promedio. En una sociedad en la que se logre frenar el consumismo y exista a su vez una mejor distribución de la renta para que todos puedan alcanzar un nivel de vida aceptable, la cohesión social será mayor y podrá dar lugar a una mejor calidad de relacionamientos.
La escasez percibida y la competencia que impone el sistema a través de una cultura materialista e individualista corroen las relaciones. El tipo de entorno en el que un sujeto se desenvuelve es determinante para definir su predisposición y el compromiso que éste asuma para con los demás. Dentro de una sociedad más igualitaria, con menos tentaciones materiales y con mayor oportunidad de cooperar con los demás para perseguir objetivos comunes que redunden en el bien de todos, las personas tenderían a establecer relaciones más solidarias y menos egoístas, que permitirían enriquecerse mutuamente y afianzar lazos de afecto.
Todos los problemas y dificultades que encontramos para relacionarnos se originan por el marco social en el que estamos inmersos, cualquier defecto o incapacidad personal para relacionarnos, en el fondo, no es sino consecuencia del sistema, y nunca algo que podamos atribuir sólo al individuo. En un sistema más humano todo el mundo sería aceptado y tendría infinidad de oportunidades para interactuar de forma satisfactoria con los demás. Las dificultades obedecen a las limitaciones a las que nos expone el actual modelo de convivencia, y no a incapacidades personales como se suele creer. Todo el mundo quiere establecer relaciones satisfactorias con los demás, pero las condiciones de subsistencia o el deseo de conservar los privilegios en una sociedad desigual hacen que las relaciones se subordinen a los logros personales y el prójimo se vea como una amenaza o competencia.
La promoción del bienestar social, además, debe tener en cuenta la satisfacción con respecto a las actividades que el hombre desempeña, y con alta probabilidad, ello se asocia con la posibilidad de contar con mayor tiempo libre para poder disfrutar de las actividades de propia elección y que sean gratificantes por sí mismas. Para ello, es evidente que el mayor obstáculo es la cantidad excesiva de horas destinadas al trabajo. El exceso de trabajo es algo que viene de la mano del deseo de alcanzar un mejor estándar de vida material, o, en el peor de los casos, de mantener lo poco que se tiene. En un mundo que tiende a decrecer y tecnificarse, el acceso al trabajo será cada vez más escaso y está destinado a generar mayor desigualdad social, además de poner en riesgo de mayor recesión a la economía de muchos países. Por lo tanto, los gobiernos no encontrarán otra salida que reducir la jornada laborar y de esa forma distribuir el trabajo que aún exista entre más personas. También cabe la posibilidad de seguir creando –como sucede en Argentina- subsidios, empleo estatal y obra pública, pero cada vez será más difícil que un crecimiento del mercado interno se traduzca en más puestos de trabajo en la economía formal debido a que las empresas emplean cada vez menos personal para producir la misma o mayor cantidad de bienes y servicios, por lo que los gastos del Estado que opten por esta solución crecerán sin control, y no serán sostenibles.
Para Eduardo Galeano, las actuales sociedades industrializadas contemplan un modelo de desarrollo que desprecia la vida y adora las cosas. Y se pregunta si puede ser normal que el hombre trabaje como una hormiga en las cumbres del desarrollo.
"En las fábricas automatizadas hay diez obreros donde antes había mil; pero el progreso tecnológico genera desocupación en lugar de ampliar los espacios de libertad. La libertad de perder el tiempo: la sociedad de consumo no autoriza semejante desperdicio. Hasta las vacaciones organizadas por las grandes empresas que industrializan el turismo de masas, se han convertido en una ocupación agotadora."
" Ser es ser útil, para ser hay que ser vendible. El tiempo que no se traduce en dinero, tiempo libre, tiempo de vida vivida por el placer de vivir, genera miedo." (Galeano. 2005, p. 176)
Si la gente decidiera consumir menos y reducir su carga de trabajo seguramente tendría más tiempo disponible para mejorar su calidad de vida, pero es probable que ello genere una recesión. Lo que es bueno para el sujeto es nefasto para el sistema. Con la reducción de la jornada laboral se fomenta el empleo del tiempo libre que podría ser canalizado hacia actividades integradoras, creativas, no consumistas. Mayor tiempo de ocio y menor consumo, son los grandes ingredientes de una vida simple, que privilegia las relaciones humanas y la actividad desinteresada al consumo banal y el trabajo repetitivo. Cuando el hombre en gran número ocupe mayor tiempo en actividades no comerciales, asestará un golpe mortal al sistema, lo que deberá acompañar la transición a una economía más solidaria y menos dependiente de la producción.
El modo de vida simple que postulan los ideólogos del decrecimiento no consiste en forzar o convencer a la gente de que puede vivir con menos. Sino, que esa es la consecuencia que sobrevendría de desarticular los mecanismos que tiene el sistema para impulsar el consumo innecesario y diferencial, como ser la publicidad y el crédito. El lucro, por ejemplo, no es ni por asomo una necesidad connatural del hombre, así como sucede con la insatisfacción crónica que nos hace desear más y más bienes, son formas de conducta implantadas culturalmente. Y así como se crearon dispositivos para reforzar esa conducta, también se puede hacer que culturalmente se desalienten.
Vemos enseguida cuáles son los valores que hay que priorizar y que deberían prevalecer sobre los valores dominantes actuales. El altruismo debería anteponerse al egoísmo, la cooperación a la competencia desenfrenada, el placer del ocio no consumista a la obsesión por el trabajo y el lucro, la importancia de la vida social al consumo ilimitado, el gusto por el trabajo bien hecho a la eficiencia productiva, lo razonable a lo racional, etc. El problema es que los valores actuales son sistémicos. Esto significa que son suscitados y estimulados por el sistema y contribuyen a su vez a fortalecerlo. Por cierto, la elección de una ética personal diferente, como la sencillez voluntaria, puede modificar la tendencia y socavar las bases imaginarias del sistema, pero sin un cuestionamiento radical del mismo, el cambio corre el riesgo de ser limitado. (Latouche 2003, p.3)
Dentro del sistema materialista las actividades grupales que predominan son las laborales, donde la interacción está condicionada por el interés comercial individual. Incluso en el deporte y en el arte prevalecen las relaciones comerciales. Sólo si un equipo es exitoso profesional y económicamente tendrá verdaderas chances de seguir adelante. Y como el éxito está reservado para unos pocos, la mayoría se queda en el camino. Si por acaso eres un sujeto al que no le interesa ser el mejor, ni competir, si te gusta juntarte con otras personas a desarrollar una actividad artística por puro placer, y aun decides regalar el fruto de ese trabajo en conjunto, en esta tierra de muchas tentaciones y pocas oportunidades encontrarás serias dificultades para formar un buen equipo de gente. Por el contrario, si tienes mucho dinero que ofrecer a cambio de la participación verás que comienzan a aparecer interesados de hasta donde menos lo esperabas.
Esa acción desinteresada, por supuesto, en un sistema humano en abundancia, que permita superar la necesidad de competir para vivir, sería de lo más común. En un sistema más humano, quien pinte un cuadro querrá regalarlo, no venderlo; quien escriba un libro lo publicará gratuitamente, quienes hagan música no se molestarán en gustar a los demás o vender discos, etc. Los emprendedores sociales reunidos en ONGs, los artistas y deportistas amateur, los comunicadores sociales independientes, y otros que hoy aman lo que hacen aunque ello no les reditúe en dinero o fama, son los verdaderos vencedores de este tiempo de escasez forzada, los verdaderos adelantados.
Uno de los factores que confluyen para poner en cuestionamiento la actual dependencia al trabajo es la proliferación de medios de intercambio, o de accesibilidad de bienes compartidos sin intermediarios. Es importante entender que la abundancia no significa necesariamente, como hemos visto más arriba, producir más bienes. Cuando nos desprendemos de la idea de propiedad individual podemos enfocarnos en lo más fundamental que es la disponibilidad del uso del bien. Es así que, por ejemplo, muchos bienes, que no se agotan con el uso, podrían ser compartidos, como ocurre con las bicicletas en algunas capitales, se pueden usar y cuando ya no se precisan quedan disponibles para otro usuario, es decir, una sola bicicleta queda disponible para varias personas. Esto no es diferente a lo que ocurrió siempre con las bibliotecas; el mismo concepto se podría aplicar a los artículos electrónicos, herramientas, vestimenta, vehículos, artículos deportivos, etc. También existen otras vías de acceso a bienes y servicio alternativas al mercado formal que podrían expandirse en los próximos años, como ser el intercambio de bienes usados o la oferta de servicios personales vía Internet.
Así como mayor abundancia no significa mayor producción, menos trabajo tampoco debe asociarse con menos comodidades materiales dentro de una economía más humana. De hecho, hoy día, con menos horas dedicadas al trabajo se puede acceder a más bienes y servicios que hace apenas unos años atrás. La necesidad de progreso material, de mayor producción y consumo es una necesidad del sistema y no de nosotros los humanos, por el contrario, es nocivo para el hombre y tanto más para los ecosistemas y el medioambiente. Este tipo de desarrollo es además responsable de que buena parte de la población no acceda a los recursos de su tierra ni a los beneficios heredados de la civilización. Nos divide, nos hace competitivos, y en el calor de la competencia para acceder a los recursos supuestamente escasos nos hace desear el mal al prójimo. En una economía competitiva de mercado nos aislamos, el dinero crea diferencias que llevan a la corrupción estructural de los más ricos y la violencia de los más pobres.
Alcanzar mayor abundancia o una accesibilidad más generalizada a los bienes necesarios, no requiere de mayor inversión de la que se está aplicando en este momento, por el contrario, la producción dentro de un sistema que se propone realmente el bienestar humano sería más eficiente y austera en el gasto porque no habría necesidad de marketing, de mantener puestos obsoletos por presión sindical en lugar de aplicar tecnología automatizada, de pagar altos salarios a los funcionarios, pero principalmente, porque como se dijo, la abundancia no significa producir más, sino producir lo que se precisa y de la mejor manera para que cumpla su cometido el mayor tiempo posible. De hecho, la productividad tendería a decrecer contrariando los indicadores de buenos resultados que utilizan los gobiernos en la actualidad. La gente no estaría siendo bombardeada por la publicidad para comprar lo que no necesita, ni trataría de compensar una insatisfacción creada por su estilo de vida o la rutina de trabajo con consumo banal, es decir, encontraría verdadera satisfacción en lo que hace con otros y consumirían menos.
¿Qué es exactamente lo que está ocurriendo en nuestros días? No estamos padeciendo una crisis sino un conjunto de ellas: crisis ecológica (energética, climática, pérdida de la biodiversidad, etcétera); crisis social (individual y colectiva, aumento de las desigualdades entre las naciones y en el seno de las mismas, etcétera); crisis cultural (inversión de valores, pérdida de referentes y de las identidades, etcétera); a lo que ahora se añade la doble crisis financiera y económica. Todas ellas no son crisis aisladas, sino más bien el resultado de un problema estructural, sistémico: cuyo origen está en la desmesura, en la búsqueda obsesiva del "cada vez más".
La filosofía del decrecimiento hoy dice que debemos trabajar menos para vivir mejor. No tener la mira puesta en el poder adquisitivo (que a menudo es engañoso y reduce al hombre a la única dimensión de consumidor), sino buscar el poder de vivir. Se trata de cambiar la actual organización de la producción y repartir mejor el trabajo: utilizar los beneficios obtenidos para que todos trabajen moderadamente y todas las personas tengan un empleo. (Ridoux, p. 234)
Haciendo pronóstico ante estas eventuales crisis, desde mi punto de vista, el sistema de mercado no desaparecerá, pero se reducirá considerablemente. La gente tendrá acceso a todos los bienes necesarios, y aún los deseables, con mucho menos horas destinadas al trabajo. Se irá imponiendo un sistema que genera mayor abundancia compartida y cooperación a gran escala. Los tiempos de escasez promovida y marginación social, de dependencia a las corporaciones y a las instituciones del Estado, y de separación y competencia entre los individuos, mas tarde o más temprano llegará a su fin, y con ellos la marginación y violencia innecesaria actualmente ejercidas sobre gran parte de la población. El tiempo libre prevalecerá al tiempo de trabajo y el hombre tendrá la oportunidad de disfrutar de actividades de propia elección y de mejores relaciones con los otros.
Los espacios para un relacionamiento de tipo colaborativo en este sistema son escasos. Clubes, centros culturales, cooperativas, etc. se multiplicarán en la era de la abundancia compartida, haciendo posible que cada vez más y más humanos tengan la oportunidad de vivir experiencias integradoras, donde las diferencias se aprovechen para sumar en pos de un bien común. Más libre del trabajo formal, el sujeto podrá decidir a cada momento la actividad que deseé realizar, la vida se hace más presente y menos ligada a decisiones pasadas o proyecciones futuras, como la de realizar una carrera profesional o especializarse en algo para competir por los escasos puestos de trabajo. En un sistema más humano no hay competencia, todos somos iguales, se depende menos de los resultados, y sobre todo, se es más feliz sin pretender ser más de lo que se es. En suma, creo que si salimos bien de las crisis que se aproximan nos espera un futuro muy alentador para crear las condiciones de libertad, abundancia e integración que harán posible establecer relaciones integradoras más satisfactorias entre los seres humanos.
Vivir en armonía con la naturaleza
Quizá el primer crimen que cometimos contra la naturaleza haya sido el dejar de concebirnos como parte de ella. Las ciudades llegaron a conformar un hábitat sustituto para la mayoría de nosotros, dentro del cual todo lo que necesitamos lo adquirimos con facilidad en la feria o supermercado, y como nos basta pensar que esos bienes que adquirimos son producidos por la industria, da la impresión de que la fuente de todo lo que nos rodea es creación del hombre y su tecnología. A medida que nos fuimos desarrollando, nos convencimos de que nuestra supervivencia en las ciudades depende menos de la naturaleza que de la industria y el buen funcionamiento de la economía. Para los escépticos, la ingeniería genética se está encargando denodadamente de persuadirnos de que podemos ser creadores aun en lo que respecta a los procesos biológicos en sí mismos.
Así es que la naturaleza pasó a segundo plano, a ser considerada como un bien o recurso a nuestra disposición para ser explotado, o un espacio donde verter nuestros residuos y las sobras del despilfarro consumista. Actuamos sin previsión, sin percibir que la extraordinaria prodigalidad de la naturaleza no es infinita y que debido a nuestra explotación desmedida y maltrato estos límites se estrechan, y su deterioro está poniendo en riesgo los cimientos de toda esta artificialidad creada por el hombre. Tuvimos que sufrir para reaccionar, y hoy se comienza a reconocer tímidamente la obvia dependencia que tenemos con la naturaleza, que la naturaleza es nuestro hogar y soporte vital, y que está detrás incluso de todo lo que hemos construido con la industria y desarrollado con la ciencia y la tecnología.
Pero para ello tuvimos que entrar en crisis, los planteos ecologistas comienzan recién por la década de 1960. Pero la visión positivista y las ideas de los economistas del libremercado se anticipan en el siglo 19, y asumían que la naturaleza proveía recursos ilimitados a ser dominados y explotados en provecho del hombre. La industrialización y el libremercado, se apropian de la idea de progreso del positivismo como un vehículo para elevar la calidad de vida de los hombres a expensas de la calidad de vida de los ecosistemas y las reservas naturales de recursos y energía del planeta.
Los economistas clásicos que dieron forma al sistema capitalista de libremercado que padecemos aún hoy en la actualidad, no asignaban un valor sustantivo a los recursos naturales, el capital natural era un factor de producción intercambiable o sustituible por trabajo y tecnología, es decir, que eran de alguna manera equivalentes porque tanto el trabajo como los recursos podían ser, según su visión, ilimitados. Suponían pues que la naturaleza podía se explotada de forma ilimitada y no incluían dentro del cálculo de los costos el agotamiento de los recursos ni los daños causados por la contaminación o las consecuencias climáticas. Aunque parezca absurdo que no lo hicieran, en la actualidad muchas veces se sigue operando de la misma manera.
Marcando diferencia con los economistas clásicos, que siguen siendo la mayoría, desde la economía ecológica se argumenta que el capital humano y el capital manufacturado son complementarios al capital natural, y no intercambiables, ya que el capital humano y el capital fabricado derivan inevitablemente del capital natural de una u otra forma. La economía ecológica estudia de qué manera el crecimiento económico está vinculado con el aumento en la explotación de insumos materiales y energéticos. Se interesa por establecer las relaciones que existen entre el sistema natural y los subsistemas social y económico, incluyendo los conflictos entre el crecimiento económico y los límites físicos y biológicos de los ecosistemas debido a que la carga ambiental de la economía aumenta con el consumo y el crecimiento demográfico.
El catolicismo y otras religiones sirvieron también para desviar la atención de la naturaleza como la madre creadora, en la que, entre otros, creían muchos de los indígenas que habitaron América antes de la llegada de los españoles, y especialmente de los jesuitas. Qué diferente hubiese sido la reacción de las masas a esta destrucción y degradación del entorno si en lugar de cundir la fe cristiana se hubiese propagado, en la misma escala, una adoración tal por la madre tierra. La naturaleza también imparte preceptos, y nuestros pecados son castigados aquí en la tierra.
Los aborígenes de muchas partes del mundo, así como los antiguos chinos que profesaban el Taoísmo, tenían reverencia por las entidades y procesos naturales. Antiguas religiones como el hinduismo, el budismo y culturas precolombinas americanas manifiestan una visión unicista e integradora del hombre con su entorno natural. Ellos se consideraban como una parte de la Naturaleza, y no algo separado de ella, de ahí que el interés de velar por el entorno natural y las otras especies, era equivalente a cuidar de ellos mismos. Las religiones cristianas, en cambio, no absorbieron ni inculcaron históricamente preceptos favorables al cuidado del medioambiente, es deber de buen cristiano estar bien con Dios y con la iglesia, lo que, en atención a su impronta moral, las hace cómplices por omisión o inacción de las consecuencias generadas por este sistema. La nueva encíclica papal es la excepción que confirma la regla.
En la actualidad, una actitud similar a los antiguos adoradores de la madre naturaleza es la profesada por algunos grupos ecologistas. Organizados en Ongs de alcance internacional, alguno de ellos han logrado el apoyo social y político necesario para promulgar leyes y ejecutar acciones de protección del medioambiente que abarcan desde la extensión de áreas preservadas y la creación de reservas para animales en peligro de extinción, hasta la denuncia pública de distintas formas de abuso por parte de empresas extractivas o industrias contaminantes. El movimiento ecologista está unido por el compromiso de proteger de la degradación y contaminación los ecosistemas naturales, preservar la biodiversidad, y aplicar el principio de sustentabilidad en cualquier práctica que suponga la intervención del hombre en la naturaleza.
Dentro del movimiento ecologista hay dos grandes grupos mayoritarios:
El "Ecologismo reformista" tiene una filosofía de orientación antropocéntrica. Se ve a la naturaleza y a la tierra como recursos valiosos para el hombre, y que por tal motivo deben ser preservados y enriquecidos. El ecologismo reformista no presenta una objeción al sistema como tal, sino que promueve reformas de orden legislativo y programas de acción que intentan frenar el daño causado al medioambiente, sin que ello represente un cambio radical en las directrices económicas y políticas en curso. Es decir, entiende que es posible y necesario conciliar el desarrollo con la sustentabilidad, orientándose a la aplicación de políticas verdes, el uso de tecnologías más eficientes y limpias, el cambio por recursos renovables, el reciclaje, junto con una mayor responsabilidad ciudadana y empresarial. Muchas ONG ambientalistas están dentro de esta corriente.
El ecologismo reformista no es decrecentista o antisistema, sino que está alineado a la propuesta de desarrollo sustentable, por lo que supone que los problemas medioambientales pueden ser solucionados con medidas de control que incluyen prohibiciones y sanciones proteccionistas, la obligación del uso de tecnologías limpias y recursos renovables de forma sustentable, entre otras medidas que al no eliminar las causas deben ser aplicadas de forma permanente. El autor de este ensayo considera que éste es el camino más largo y costoso si al mismo tiempo no se combate el consumismo, la codicia corporativa, el crecimiento poblacional y las desigualdades sociales. Sin embargo, a través de sus campañas de concientización y el activismo, varias renombradas ONGs lograron imponer reformas para combatir el avance de la industria extractivista y contaminante, la matanza de especies en peligro, así como incidir en el promulgación de leyes para protección y preservación de los espacios verdes y reservas naturales. Además de ser una permanente voz de alerta y denuncia sobre los factores que perjudican o atentan contra la vida en el planeta.
El "Ecologismo Profundo" propone una visión más holística de los seres humanos en relación con su entorno y trata de aplicar a la vida el entendimiento de que las distintas partes de los ecosistemas (incluyendo humanos) funcionan como un todo de forma interdependiente. Vale decir que el ser humano no es una especie privilegiada con mayores derechos que las demás especies, y que en los hechos, no es posible que una especie tome el control y explote el entorno a su antojo sin que ello derive en un enorme perjuicio para todos. Se propone pues establecer una nueva sociedad que funcione en una relación armónica con el medio ambiente, otorgando derecho de existir y desarrollarse a los ecosistemas naturales y la biodiversidad, interfiriendo lo menos posible en ellos.
El filósofo noruego Arne Naes acuñó en 1973 la expresión "Ecología profunda" en un artículo en el que advertía que "los esfuerzos ecológicos pueden orientarse en dos direcciones diversas. La primera de ellas busca ofrecer soluciones rápidas a la contaminación y al agotamiento de recursos que amenazan al mundo; en este esfuerzo, sin embargo, más que resolver los problemas, contribuye a esconderlos. La segunda orientación constituye no una política de soluciones fáciles sino una crítica de los fundamentos culturales que han empujado a Occidente al abismo en que se encuentra". En definitiva, Naes abogaba por un cambio en las ideas que habían permitido a nuestra civilización progresar, con el fin de hallar el equilibrio perdido entre el hombre y la naturaleza. Su propuesta era, que comencemos a hacer "preguntas y búsquedas mas profundas", observando el "para qué y cómo" de la forma en que vivimos, identificando cómo esto encaja en nuestras creencias, necesidades y valores mas profundos. Haciéndose preguntas del estilo: "¿Cómo puedo vivir de una manera que esté bien para mi, los demás y el planeta?, quizás una simple pregunta como esta nos ayude a hacer cambios profundos en la forma como vivimos."
La ecología profunda se halla en abierta oposición con la visión del mundo imperante de las sociedades tecnocrático-industriales que consideran que los seres humanos estamos diferenciados de las demás especies, separados del entorno y que debemos ejercer nuestro poder sobre el resto de la creación. Esta visión del ser humano como una especie superior que se halla separada de la naturaleza es una manifestación de un patrón cultural que ha venido obsesionando a la cultura occidental desde hace miles de años, el concepto de "dominio": el dominio de la humanidad sobre la naturaleza, de lo masculino sobre lo femenino, de los ricos y poderosos sobre los pobres, etc. La conciencia ecológica profunda, por su parte, nos permite ir más allá de estas ilusiones erróneas y peligrosas. Según la ecología profunda, el estudio de nuestro lugar en el planeta Tierra nos obliga a reconocernos como parte de una totalidad orgánica, sin mayor importancia ni privilegios como especie, sino, por el contrario, totalmente dependientes, vulnerables y a merced de nuestro entorno (factores abióticos y bióticos que sostienen la vida). La ilusión de poder del hombre que somete a la naturaleza es un absurdo siniestro, que contempla toda clase de abusos con costos terribles para todas las especies, incluida la nuestra.
La ecología profunda va un paso más allá de nuestra identificación como seres humanos y con la humanidad, subraya también la necesidad de llegar a identificarnos con el mundo no humano. En última instancia, defender los ecosistemas es una forma de reconocer que el anclaje primario de la humanidad es la naturaleza. Debemos, pues, aprender a mirar más allá de las creencias y presupuestos de nuestra sociedad contemporánea, más allá de la sabiduría convencional de nuestra época y lugar, y esto sólo puede lograrse mediante un proceso meditativo de cuestionamiento profundo de todos los patrones culturales aprendidos. El antropocentrismo y desarrollismo de nuestra era han colonizado nuestra mente como si se trataran de moldes a partir de los cuales percibimos y juzgamos los hechos, es necesario pues hacer un cuestionamiento profundo tanto de la forma en que actuamos en el mundo, como de la forma en que elaboramos nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos.
Para el ecologismo profundo la búsqueda del nuevo paradigma tiende a revalorizar todo lo no occidental. La cultura, según esta perspectiva, necesitaría nuevas fuentes de inspiración según las cuales reordenar nuestra relación con la naturaleza, especialmente de las culturas indígenas y su mensaje de respeto a la tierra. Pero no faltan también orientaciones hacia las religiones y la sabiduría oriental; el hinduismo, el taoísmo chino y el budismo, en los que el ecologismo profundo tiende muchas veces a reconocerse e identificarse. Este nuevo paradigma, no sólo se apoya en pueblos indígenas o en sabidurías orientales, también busca confirmaciones en el mundo de la ciencia moderna, acercando temáticas de la filosofía oriental a la física, como la famosa "Tesis Gaia" de J.Lovelock o la tesis acerca de la analogía entre la física subatómica y la visión oriental de un mundo unificado y en perpetua interacción, de Capra.
Según la hipótesis Gaia, la tierra entera posee la propiedad esencial de los seres vivos: la estabilidad que le permite mantener las condiciones de su existencia dentro de los límites estrechos que la hacen posible. Por lo tanto, la tierra entera se concibe como una enorme red de interacciones que se regulan por otros tantos lazos de realimentación. Toda la tierra actúa entonces como un sistema homeostático, regulándose así mismo y compensando hasta ciertos límites las variaciones que puedan poner en peligro este sutil equilibrio que hace posible los ciclos naturales de vida e intercambio de materia y energía que operan constantemente en ella.
Necesitamos erradicar la concepción antropocéntrica del hombre en lucha con las supuestas privaciones que impone la naturaleza por conquistar un mayor confort material. Por el contrario, entender que somos parte de un todo orgánico y que nuestro bienestar no puede ser conquistado a expensas de la suerte que corran los ecosistemas y el medio ambiente. La humanidad se ha servido de la abundancia de recursos disponibles, de clima favorable y leyes naturales simples para hacer posible su progreso material; hemos sido subsidiados por el planeta en prácticamente todos los aspectos que hacen a lo que creemos son conquistas humanas, y, sin embargo, nos comportamos como un huésped arrogante e ingrato, que desprecia todo lo que le es dado y muerde la mano de quien le da de comer. En lugar de utilizar nuestro poder e ingenio en colaborar con la madre tierra, estamos destruyéndola, tal como si fuéramos un virus o una plaga, sin conciencia de que al propagarnos en número y sobreexplotar la fuente de nuestra existencia estamos sentenciando nuestra propia muerte.
Además de la unidad del hombre con la naturaleza, otra de las principales formulaciones de la ecología profunda es la de igualdad biocéntrica, que afirma que todas las cosas tienen el mismo derecho a vivir, crecer y alcanzar sus propias formas individuales de expresión y autorrealización. Esta intuición básica se resume en la idea de que todos los organismos y entidades que pueblan la ecoesfera participan de la misma totalidad interrelacionada y que, por consiguiente, tienen el mismo valor intrínseco. El ser humano no tiene más derecho o importancia que cualquier otro ser vivo, lo que contradice cualquier argumento basado en la preponderancia del bienestar, o, incluso, la supervivencia del hombre, por sobre el desenvolvimiento natural de los ecosistemas y el respeto al medioambiente y las demás especies.
Este concepto de igualdad biocéntrica está estrechamente relacionado con la noción de autorrealización omni-inclusiva en el sentido de que, si dañamos a la naturaleza, en realidad nos estamos dañando a nosotros mismos. Desde este punto de vista, todo está interrelacionado y no existe frontera alguna. Pero, en la medida en que percibimos las cosas en tanto que entidades u organismos individuales, esta intuición nos conduce a respetar a todos los individuos -humanos y no humanos – como parte de la totalidad, sin tener la necesidad de establecer un orden jerárquico entre las distintas especies.
Nuestro segundo hábitat, el entorno cultural, pues, no debería interferir negativamente con nuestra casa mayor, la naturaleza. Con el fin de integrarse a la naturaleza de tal manera que nuestras creaciones reproduzcan, al tiempo que cuiden, los procesos naturales y el entorno no humano, nace la permacultura. Todos aquellos grupos que aplican los principios de la permacultura para producir alimentos, diseñar sus casas, herramientas, etc. en la actualidad pueden considerarse dentro del movimiento de ecología profunda. La Permacultura se podría definir como un sistema de diseño para la creación de medioambientes humanos sostenibles, cuya estrategia principal es identificar, reproducir y fortalecer muchas de las estrategias que utiliza la propia naturaleza para sostenerse y evolucionar, sin interferir en su desenvolvimiento. Este concepto puede ser aplicado a diversos sistemas y lugares que pueden ir de pequeños espacios, como una casa de campo, hasta asentamientos humanos donde vivan más de 300 personas.
Un hábitat diseñado según los principios de la permacultura se entiende como un sistema en el cual se combinan la vida de los seres humanos de una manera respetuosa y beneficiosa con la de los animales y las plantas, para responder a las necesidades de todos de una forma justa y equilibrada, respetando los ciclos y ritmos de la naturaleza, y aprovechando su eficiencia y capacidad de readaptación. Aunque las decisiones las tome el hombre, el interés de cualquier persona imbuido en los principios de la permacultura trasciende las necesidades y deseos netamente humanos, y se preocupa por la salud y bienestar de los ecosistemas, que son en definitiva, parte del todo de lo que uno a su vez forma parte.
El desafío de la permacultura es establecer los modos de relacionarse con el entorno que puedan perdurar en el tiempo. Los planificadores deben considerar que las funciones naturales que sostienen la vida en un determinado lugar, no sólo deben preservarse, sino mejorarse siempre que sea posible. La estrategia aquí es trabajar con la Naturaleza, más que contra la Naturaleza, aprender de ella y profundizar los lazos que nos unen a nuestro entorno natural aún a través de las propias creaciones culturales. El objetivo último del diseño sostenible de un asentamiento es la creación de sistemas vivos autosuficientes, que se mantengan, se regeneren, y puedan asumir una vida propia o con mínima intervención humana.
El proceso de diseño tiene como objetivo una integración óptima de las necesidades ecológicas, económicas y sociales del sistema, de modo que a largo plazo se pueda auto regular y mantener en un equilibrio dinámico mediante interferencias mínimas. El modelo para esto son los procesos de autorregulación que podemos observar diariamente en sistemas ecológicos como, por ejemplo, en los bosques, lagos o los océanos.
La permacultura es aplicable en comunas que deciden respetar el ambiente natural donde se asientan, la dificultad se incrementa en las ciudades de gran número de habitantes, ya que no tienen la capacidad de proveerse a sí mismas alimentos y energía en grado suficiente, pues generalmente consumen mucho más de lo que producen. Así mismo, donde se construyen las ciudades se reduce de forma extrema la vegetación y fauna autóctonas, se modifica la geografía y se generan enormes cantidades de residuos que alteran necesariamente los cursos de agua y la tierra de la región.
Lo que se podría llamar permacultura urbana apunta a que se vuelva a producir alimentos en áreas urbanas, y a rediseñar o remodelar los edificios para que no solo ahorren sino que produzcan su propia energía. En algunas ciudades de Cuba, se producen huertas orgánicas en baldíos, sobre los techos o terrazas, etc. Tratan de recrear de alguna manera el ambiente selvático autosostenible, con diversidad de plantas y preparados para que produzcan, por ejemplo, frutas con poca intervención humana y mínima utilización de insumos. Las ciudades en transición, como veremos en el próximo apartado, están logrando de a poco aplicar los conceptos de resiliencia y autosuficiencia derivados de la permacultura.
Resiliencia y autosustentabilidad: Ecoaldeas y ciudades en transición.
En un contexto caracterizado por la primacía de lo urbano sobre lo rural, y lo global sobre lo local, existen ciertos grupos de individuos que están optando transitar el camino contrario; volviendo a las raíces, al contacto con la tierra y a estrechar los lazos de cooperación con la familia más extensa que conforma la comunidad. Concientes del deterioro medioambiental y de los otros flagelos asociados al estilo de vida de las grandes ciudades, se alejan del patrón de trabajo asalariado y consumo banal que dicta el sistema, e intentan vivir de forma autosustentable, estableciendo relaciones igualitarias y de solidaridad entre sí, y en armonía con la naturaleza.
Con una propuesta que se transmite a través del ejemplo de vida, demostrando que es posible el cambio a partir de cada individuo o de pequeños grupos, en rebeldía con la solución que plantea el desarrollo sustentable, que deja incólume la base de poder responsable del deterioro que venimos padeciendo, estas comunidades vienen demostrando que es posible otra forma de vivir fuera de las redes de consumo y derroche, aplicando los principios sociales de distribución igualitaria y democracia participativa, de cooperación, de ecología y respeto al medio ambiente. Las ecoaldeas representan un sistema de vida alternativo que propone experiencias comunitarias de pequeña escala, intentando construir la sostenibilidad a nivel local, y revalorizando las relaciones humanas, así como la relación simbiótica entre el hombre y su entorno.
Ecoaldeas:
Como ejemplo de la relación armónica entre hombre y naturaleza, de aplicación de una economía solidaria en la práctica, así como de los conceptos de autosustentabilidad y simplicidad voluntaria, están las llamadas "ecoaldeas". Éstas se componen por un conjunto de personas que optan por realizar su proyecto de vida en conjunto, en un entorno natural, o a veces urbano, a contramano de las costumbres e ideales de la cultura dominante, materialista e individualista. Representan una opción de vida afín al decrecimiento puesto que en las ecoaldeas se produce y consume sólo lo necesario y sin derroche. Además, tratan de ser lo más autosuficientes posible utilizando energía de fuentes renovables, produciendo su propio alimento en pequeñas huertas y criaderos, y utilizando el material de la zona (como ser madera, piedra, barro, etc.) para hacer sus casas, muebles, etc. De tal manera que su impacto en la naturaleza es mínimo, o más aun, enriquecedor, ya que en muchos casos tanto se aprende de ella como se toman medidas para su restauración o mejora.
A diferencia de los denominados neorrurales, que componen cada vez más personas que desencantadas con la vida de las ciudades por sus crecientes problemas de aglomeración, inseguridad, alto costo de vida, contaminación, etc. deciden vivir en el campo, los ecoaldeanos son ecologistas y tienen presente que la vida de las ciudades, amen de incómoda, es insostenible. Muchos ecoaldeanos, además, están armados de técnicas avanzadas de bioconstrucción, agroecología, aprovechamiento de energías alternativas, permacultura, etc. El campo en sí, ofrece mejores condiciones para la autosuficiencia y sostenibilidad, pero ello es aún más cierto si se cuenta con un grupo de gente bien organizado para repartirse las tareas y apoyarse mutuamente.
Los proyectos de ecoaldeas dejan ver un nuevo modelo de vida que refleja una tendencia minoritaria pero creciente de personas que han decidido ser parte activa de la solución a la actual crisis planetaria. La infinidad de ecoaldeas que se extienden por todos los continentes hoy demuestra la posibilidad real de vivir fuera del entorno consumista del capitalismo y de acuerdo a los principios de cooperación y un ecologismo profundo. Dentro de ellas se crea una atmósfera de solidaridad y respeto mutuo que es difícil de encontrar en otras comunidades, la igualdad y la autodeterminación son también valores profesados por todos los que la conforman. Por lo que las ecoaldeas además se convierten en polos desde los que se proyecta una cultura alternativa, rica para ser vivida, más humana, y al mismo tiempo más comprometida con el entorno.
En ellas, todas las decisiones son tomadas de forma abierta, horizontal y asamblearia. Una gran apuesta de las ecoaldeas es la convivencia próxima entre los que la componen. Los bienes son compartidos, si hay un auto, por ejemplo, éste puede ser utilizado alternativamente por varias familias. Las actividades grupales son alentadas creando espacios comunitarios para la interacción donde se desarrollan actividades artísticas, deportivas y educativas. Nadie es líder o tiene más privilegios que los demás, y la distribución de bienes es equitativa o proporcional a las necesidades. La producción de alimento y otros se pone en común o intercambia sin mediación del dinero. Por lo que la confianza y capacidad de relacionamiento es importante en las ecoaldeas. La cohesión grupal es un elemento básico que parte de una visión compartida acerca del tipo de vida que se busca desarrollar y de la construcción conjunta, paulatina y continua del proceso.
La política de consenso se basa en un proceso de toma de decisiones en grupo, que no sólo busca el acuerdo de la mayoría de los participantes, sino también la resolución o mitigación de las objeciones de las minorías. El término consenso se refiere tanto al acuerdo general, como al proceso para llegar a ese acuerdo. Un modelo consensual es esencialmente un esquema anti-ético para la regla de mayorías. De esta manera se busca el igualitarismo versus el autoritarismo, proveyendo de voz al llamado "hombre pequeño" que es rechazado y ninguneado en los modelos autoritarios típicos, o por la imposición de la mayoría como sucede en las democracias. Durante el proceso de toma de decisiones en consenso existe la figura del facilitador. Su rol es conducir el proceso y articular el sentido de la discusión, proponer un acta de la decisión, etc. Es un sistema que se asocia a un grupo limitado de personas y no aparecen ejemplos de aplicación en una escala mayor.
Otra gran apuesta de los ecoaldeanos es la de aplicar esa misma política de respeto, sin autoritarismos, fuera del grupo, y consiste en integrarse a los procesos naturales interfiriendo lo menos posible en el ecosistema, aprender y sacar provecho de su funcionamiento. Para eso deben encontrar maneras de preservar y enriquecer el hábitat natural del lugar, producir alimentos aptos de la zona, utilizar madera y otros bio-recursos, procesar los residuos orgánicos y líquidos generados en la Ecoaldea y verter el menor residuo tóxico posible, reduciendo al máximo toda generación de basura. Se utilizan los principios de la permacultura para la autoeficiencia de los ciclos naturales en los procesos de construcción, producción y reciclado, creando así un medio ambiente humanos sostenibles.
En lo que hace estrictamente a una mejor convivencia con el entorno, además de la agricultura ecológica que practican los ecoaldeanos, uno de los grandes elementos de esta apuesta es la bioconstrucción. Se entiende por bioconstrucción el conjunto de sistemas de construcción que utilizan materiales de bajo impacto ambiental, altamente reciclables, o extraíbles mediante procesos sencillos, como por ejemplo, materiales de origen vegetal. Se basa en las tradiciones de construcción con materiales primarios, naturales, y propios de la zona a construir. El objeto de este sistema debe ser fundirse en el entorno natural en el que se emplaza y de esta manera no constituir elementos demasiado invasivos y ajenos a lo existente. La construcción civil tradicional ocupa una gran porción de los recursos naturales y están en marcha varias investigaciones que buscan materiales biológicos más accesibles y amigables con el medio.
Las ecoaldeas se presentan como laboratorios prácticos del concepto de sustentabilidad y más aun de ecología profunda, y pueden servir como guía en la reestructuración de asentamientos humanos, tanto rurales como urbanos. Aparece especialmente interesante la posibilidad de aplicación del modelo en la rehabilitación de comunidades alejadas o poblados pequeños, y es un modelo que puede servir para repoblar el campo invirtiendo la tendencia a la concentración demográfica en las ciudades. En cualquier caso, puede ser la alternativa de vida ideal para un grupo cada vez mayor de personas que están desencantadas del estilo de vida en la ciudad y de la cultura materialista dominante.
En una ecoaldea de España llamada Lakabe, los miembros decidieron reconstruir unas cuantas casas en ruinas y establecerse hace unos 20 años. No tenían más que su juventud y buena predisposición para abordar la difícil tarea de reconstruir y comenzar a vivir con lo poco que en un principio podían generar. Hoy día son energéticamente autosuficientes, producen y elaboran su propio alimento, se reparten las tareas y oficios entre panadería, huerta, carpintería, taller, construcción de viviendas, etc. Por supuesto, no cuentan con todo lo deseable, ni mucho menos con la variedad y cantidad de las cosas accesibles en las ciudades, pero como dice una de sus integrantes: "La austeridad forma parte de su forma de ser, no existe el deseo de consumir por consumir". Sin embargo, tienen todas las comodidades necesarias para un buen vivir, en libertad y sin los apremios de los problemas que azotan cada vez con mayor frecuencia a los asentamientos urbanos.
Algunas de las Ecoaldeas en marcha son Lebensgarten (Alemania, creada en 1985), Findhorn (Escocia), The Farm (EE.UU.), Huehuecoyotl (México), Sasardí (Colombia), Crystal Waters (Australia) y Ecovilla Gaia (Argentina), entre muchas otras esparcidas por todo el mundo. En 1994 se creó la Red Global de Ecoaldeas (GEN, según la sigla en inglés) con el objetivo de fomentar el desarrollo de asentamientos humanos sostenibles, favorecer el intercambio de información entre los asentamientos y difundir mundialmente el concepto de Ecoaldea.
Desde mi punto de vista, la ecoaldea propone una forma real (no utópica) de realización de todos los valores morales, sociales y ecológicos, además de proyectarse a futuro como una manera de sobrevivir a las crisis climáticas y socieconómicas que nos esperan. Sin embargo, no se podría sacar del contexto de un grupo humano pequeño en un hábitat natural. Por consiguiente, creo que este modelo seguirá expandiéndose como una alternativa de vida al sistema conservando el formato e incorporando, eso si, nueva tecnología que facilite la vida de quienes la integren. La solución para los que opten por seguir viviendo en ciudades, en cambio, pueden ser las ciudades en transición.
Ciudades en transición:
A diferencia de las ecoaldeas, algunas de la cuales funcionan dentro de entornos urbanos, las ciudades en transición intentan aplicar soluciones ecológica y sustentables para todos los habitantes de una comunidad extensa ya existente. Son ciudades que transitan por unas etapas de cambios planificados dirigidos a poder afrontar de la mejor manera posible las dificultades del agotamiento de los recursos –especialmente el petróleo-, el cambio climático y la crisis financiera. Los propulsores aseguran que las urbes pueden reducir su gasto energético, y al mismo tiempo implementar tecnologías verdes para la generación de energía, así como aumentar la producción local de bienes con recursos renovables provenientes de la misma región donde operan. De esta manera, al ser más autosuficientes, sus habitantes podrán resistir y recuperarse más rápidamente de cualquier crisis energética, medioambiental o económica, como la escasez repentina de alimentos, el fuerte incremento de los precios de los bienes de primera necesidad o de los combustibles, o los efectos del calentamiento global.
La Transición se dirige también a reforzar los lazos comunitarios y a recuperar el poder de autodeterminación política y económica de las ciudades. Nos vuelve a conectar con el hecho de que somos socialmente interdependientes, partes de un equipo y de un sistema sobre el que tenemos poder de decisión y no al que todos estamos sujetos. Culturalmente se revaloriza en forma especial el rol protagónico de las culturas ancestrales autosuficientes y respetuosas de la naturaleza, su sabiduría para convivir e interactuar con el medio sin generar daños al entorno, sino, por el contrario, contribuyendo a su regeneración y desarrollo.
El primer pueblo que se lanzó formalmente a la aventura de la transición fue Totnes, en el sur de Inglaterra. Una pintoresca localidad de 8.500 habitantes, que históricamente ha sido considerada como una especie de laboratorio social, dada la particular idiosincrasia de muchos de sus habitantes. Allí viven ex hippies, artistas, librepensadores, y una gran proporción de mentes abiertas, naturalmente receptivas a las ideas de autosuficiencia. Y como factor de gran ayuda, las autoridades locales también tuvieron la suficiente apertura para visualizar la importancia de la Transición, apoyando algunas normas que dieron más impulso al fenómeno.
En Totnes se ha creado una activa red de ciudadanos integrada por diversos grupos de trabajo en áreas específicas, quienes planifican acciones enfocadas en los principales temas críticos de la Transición. Entre ellos se ha consolidado un grupo coordinador del plan central de descenso energético pensado para los próximos 20 años. Hay otros grupos que trabajan en el desarrollo productivo de la población, mantenimiento de bancos de semillas, plantación de frutales, o gestión de huertas compartidas entre quienes disponen de tierra y quienes sólo tienen tiempo para cultivar, participando de la producción resultante. Asimismo, constantemente se desarrollan nuevos emprendimientos, artesanías y manufacturas para evitar traer de sitios lejanos lo que se puede producir localmente. También se destaca el uso de una moneda complementaria (la libra de Totnes) para promover el comercio local.
La experiencia de Totnes se expandió rápido, y también en otras partes del mundo se están poniendo en marcha de manera espontánea diversas iniciativas similares generadas por los propios ciudadanos. Tanto en Nueva Zelanda como en México, Estados Unidos, Francia, Italia y España, han surgido grupos de ciudadanos, que ya trabajan en planes concretos para ir adaptando a los nuevos tiempos la producción local de alimentos, la tecnología, la educación, la salud, la economía, los transportes, y cada una de las actividades que hacen posible la vida, y que se verán seriamente afectadas por las turbulencias económicas y ambientales que se avecinan. Todos apuntan hacia el objetivo común de aumentar la resiliencia, es decir, la capacidad de resistir los efectos de la crisis global sobre la región.
Por otra parte, sus impulsores asumen que la mayoría de las personas viven y vivirán en los grandes y pequeños núcleos urbanos, por lo que es en ellos donde hay que buscar soluciones. Aunque pudiera parecer que este modelo sólo es viable para pequeños pueblos o aldeas, algunas grandes ciudades, como la británica Bristol, con sus 400.000 habitantes, también forman parte del cambio necesario. En estos casos la gran urbe funciona en red con sus diferentes barrios, cada uno con su propio proceso de transición, de manera que puedan llegar a ser localmente autosuficientes. Por su parte, estos barrios o "aldeas de transición" aportan su contribución de un plan para toda la ciudad, la cual, a su vez, dará apoyo a dichas "aldeas".
Hoy por hoy, el movimiento se ha consolidado en la Red de Ciudades en Transición que agrupa a 126 ciudades. Según sus responsables, más de 600 comunidades de todo el mundo se han puesto en contacto con ellos para formalizar su adhesión a la red. Hay que mencionar, no obstante, que algunas ciudades, aunque tal vez por otros motivos, han emprendido cambios similares mucho antes que Totnes. Algunas ciudades de Cuba han tenido forzosamente que ajustarse a un modo de vida que prescinda del petróleo barato y a la falta de recursos en general, y lo lograron sin que ello tuviera un efecto negativo sobre la calidad de vida en los aspectos no materiales, pero que tienen mayor importancia en relación al bienestar social. Hoy Cuba puede mostrar al mundo un nivel de uso de recursos y contaminación muy bajo, mientras que los indicadores sociales como acceso a la salud, educación, brecha socioeconómica, delincuencia, la coloca entre los mejores países del planeta. De hecho, Cuba está siendo considerada cada vez más como un ejemplo a seguir en varias ciudades del mundo para afrontar los grandes problemas que presenta el capitalismo global.
Entre las principales medidas adoptadas por las ciudades en transición se cuentan las siguientes:
Algunos componentes del movimiento Slow, como la creación de espacios de trueque para intercambiar ropa usada, y ferias francas donde adquirir alimentos y bienes directamente de mano de los agricultores y artesanos. De esta manera se promueve la producción y mano de obra locales.
Agricultura urbana. Se utilizan los espacios verdes de la ciudad para plantar árboles frutales, hacer huertas y cultivar plantas medicinales. Se cuentan muchas experiencias de huertas orgánicas en terrazas de edificios e hidroponía en espacios cerrados.
Campañas para reducir el gasto energético de la población y el aprovechamiento de fuentes de energía renovables como el uso de paneles fotovoltaicos y turbinas eólicas. Se intenta alcanzar la autosuficiencia energética aprovechando los recursos de la región, evitando la centralización y el transporte desde largas distancias.
Separación, tratamiento y aprovechamiento de los residuos. Por ejemplo, la separación de los residuos orgánicos se usa para generar biogás u abono orgánico; los plásticos y metales pueden reingresar al proceso productivo, etc.
Promoción del transporte público, creación de bicisendas, y facilitación de la circulación a pié. También se van incorporando en todo lo posible vehículos híbridos o movidos exclusivamente con baterías eléctricas.
El uso, en algunos, casos de moneda local sin interés para afrontar la crisis del sistema monetario. Con ello además se intenta promover el intercambio de mercancías y servicios dentro de la ciudad, evitando los altos costos del transporte y la intervención de acopiadores o intermediarios foráneos.
La importancia del control local sobre el dinero está bien explicada por el economista Richard Douthwaite: "Si las personas que viven en un área no pueden comerciar entre ellos sin usar el dinero creado por forasteros, su economía local siempre estará a merced de acontecimientos que ocurran en otra parte. El primer paso para cualquier comunidad que quiera ser más autosuficiente es, entonces, el de establecer su propio sistema monetario". (Documental: Transition I)
Pero la moneda local no tendría ningún sentido si las personas de la localidad no tuvieran nada que ofrecer en forma de bienes y servicios. En las ciudades en transición deben implementarse medidas para que la gente de la comunidad gaste su dinero e invierta en su propia localidad, para ello se deben generar ferias francas de productores, facilitar el trueque y el intercambio de servicios, diseñando proyectos locales que capten el interés por colaborar de varias formas con la economía local.
Un potente recurso que debe ser fomentado y recreado continuamente en las ciudades en transición son las relaciones humanas, los lazos humanos que se extienden cuando la población es consciente de la necesidad de compartir y actuar en conjunto para lograr las metas que beneficiarán a todos. En estas ciudades se arman grupos o comisiones que se ocupan de funciones particulares como el hacer un uso eficiente del transporte, la organización de ferias, las campañas de concientización, el trabajo en las huertas urbanas, etc. Las decisiones son tomadas en asambleas muy concurridas donde se presenta el estado de situación, se votan propuestas de acción y se forman comisiones encargadas de llevar a cabo las acciones que siempre tienen como objetivo explícito el mayor bien para el mayor número.
Las ciudades en transición deben estar preparadas para niveles de lluvias muy superiores a la media o a sequías prolongadas, deben tender a ser autosuficiente en relación a la producción de alimento, energía, así como autoabastecerse de bienes y servicios de necesidad básica. Además, no de deben prescindir de una organización social que les permita responder rápidamente a los cambios aportando soluciones efectivas en el tiempo adecuado.
Es por ello que el concepto de resiliencia está muy emparentado con estas ciudades. Se refiere a la capacidad de resistir los cambios y crisis que sobrevengan del exterior, de tal manera que, por ejemplo, una crisis financiera global que provoque recesión y desabastecimiento, afecte lo menos posible a la economía local. El cambio climático podría afectar menos las zonas donde se preservó la biodiversidad, y la producción de pequeña escala tiene mayor capacidad de readaptarse a los cambios que puedan surgir en relación a la provisión de recursos. En cuanto a la crisis energética, las ciudades en transición deben abrirse a la incorporación de tecnologías verdes tanto para uso industrial como para el uso domiciliario, de tal manera que todos los hogares sean energéticamente autosuficientes.
Algunas voces críticas señalan que el factor tiempo juega en contra del éxito de esa transición. Víctor Bronstein, director del Centro de Estudios de Energía, Política y Sociedad de la Argentina, sostiene que las tecnologías necesarias que permitirían prescindir del petróleo no estarán a punto durante, como mínimo, treinta años más ("Hoy las energías alternativas no mueven un amperímetro en la Argentina", asegura, apenas el 1% de toda la energía generada). Y que, en todo caso, las transiciones energéticas suelen ser lentas, de un siglo de duración aproximadamente. Esta tardanza en lo técnico imposibilita la substitución de los sistemas energéticos que actualmente mueven nuestra civilización: la electricidad, el combustible y la comida. Las ciudades en transición son válidas en ámbitos reducidos, pero no en grandes urbes, donde la necesidad energética se concentra.
Como está dicho, considero que la gran urbe es la criatura sin alma que cobró vida a expensas del fácil acceso a los combustibles fósiles y que contribuyó a la crisis en tanto que ha servido a la concentración comercial y por ende al consumismo y derroche desmedido, al crecimiento demográfico exponencial, la contaminación, la acumulación en pocas manos, la explotación y manipulación social, y al imperio de la inversión especulativa y los bancos. Como tal, no veo que la vida en las grandes urbes tenga futuro cuando la economía se paralice, porque las grandes ciudades no tienen la capacidad de autogenerar la inmensa cantidad de bienes y servicios que consume, ni aunque consuman con austeridad. Su dependencia del mercado es total, por lo que una recesión global tendría consecuencias nefastas agravando mas y mas la situación del poder adquisitivo por falta de empleo, lo que está ocurriendo en varias ciudades de Europa, y aún en países como Brasil, con un extraordinario potencial para crecer. Con la intención de preservar las fuentes de empleo, los brasileros están comenzando a permitir por ley la reducción de la jornada laboral, lo que tiene efectos aliviadores pero sólo en el corto plazo si es que la crisis no se profundiza.
Así mismo, muchas de las ciudades mas grandes están a orillas de ríos o mares, por lo que corren riesgo de ser inundadas con la subida del agua o las inclemencias del tiempo. Los temporales se están haciendo cada vez más frecuentes y las ciudades no están planificadas para absorber la ingente cantidad de agua que llega a caer en pocas horas. En resumidas cuentas, las grandes metrópolis tienen poca o nula resiliencia o capacidad de soportar los embates de las crisis que comenzamos a afrontar. Probablemente se invierta la tendencia de huir del campo a la ciudad y veamos una nueva repoblación de las zonas rurales, pero también es muy probable que los enfrentamientos sociales se agudicen y la violencia se apodere de las ciudades.
Mientras tantos, las ecoaldeas y las ciudades con un fuerte compromiso de transición hacia la era posmercado, conformarán los faros que guiarán hacia un nuevo modelo de vida, menos materialista y mas autosuficiente, menos competitivo y más cooperativo, menos atomizado y egoísta, y más comprometido con la humanidad y la naturaleza. Camino a esta nueva humanización es probable que debamos afrontar muchas pérdidas, pero está dicho que lo que no nos mata nos hace más fuertes.
El decrecimiento será un proceso irrefrenable, la duda sólo cabe en la forma y los tiempos de la transición a una era postmercado. Pero no creo que el hombre pueda dar ese paso por sí sólo. De no reaccionar a tiempo, los límites al crecimiento serán impuestos de forma cada vez más dramática por los acontecimientos, generando una gran ola de despidos y recesión a nivel planetario. Con tantos factores convergiendo hacia una crisis del sistema económico es difícil ser optimistas. Si además consideramos la enorme inercia social al cambio y la negación de los que tienen intereses creados y el poder de impulsar el cambio, me temo que el escenario no es nada alentador. La reacción, si la hay, será tardía, y antes de prevenir los sucesos estaremos lidiando con los problemas presentes que se irán multiplicando.
"Nos encontramos en la situación de un conductor de camión con acoplado que quiere frenarlo cuando ve un potencial accidente; aprieta el freno, pero la inercia es tan grande que el camión, a lo sumo, se detendrá en cincuenta años y, más probablemente, en un siglo. En realidad, no hemos comenzado a frenar, sino que seguimos acelerando." (Pascal Acot )
Por otro lado, hay que tener en cuenta que el cambio climático y los efectos de la contaminación ambiental son imprevisibles, y probablemente irreversibles. Si la crisis es imprevisible también lo es la efectividad de las soluciones aplicables. No hay certeza de que aun logrando frenar el consumismo y abasteciéndonos de energías renovables, o ejerciendo un control más estricto sobre el mercado y las corporaciones, etc. sea seguro evitar la amenaza de enormes sequías e inundaciones, la degradación de la tierra, la crisis de los ecosistemas, la contaminación del aire y del agua, etc. que como se sabe seguirán su curso por varios años más luego de ser suprimidos los factores desencadenantes.
Creo que inevitablemente atravesaremos una crisis socioeconómica de gran alcance, y que muchos de los que están en condiciones desfavorables, por ser marginales o estar en situación vulnerable en ciudades costeras donde se concentrarán las precipitaciones, o países enteros sin recursos naturales como Japón, y otros con un gran potencial de conflictividad social como Brasil, donde existe una enorme brecha socioeconómica y concentración urbana, enfrentarán la peor parte. La crisis económica y política derivará en conflictos sociales y sólo aquellos pueblos que hayan al menos cultivado lazos de cooperación y solidaridad, y creando los medios de autosuficiencia, podrán emerger de esta crisis más fortalecidos.
En medio de la crisis, mucha gente se rebelará incrédula de las soluciones generales propuestas por los gobiernos y optará por salvarse ella misma, por ejemplo, trasladándose al campo o eligiendo vivir en ecoaldeas, lo cual se difundirá tornándose una opción de vida para cada vez más personas que comienzan a percibir en carne propia las insuficiencias del sistema para generar seguridad y bienestar.
En cualquier caso, si la naturaleza nos da otra chance, la crisis no durará para siempre, aunque la transición afecte a una o dos generaciones de seres humanos servirá para aprender a vivir de otra manera. Y sin dudas ésta es la parte positiva de todo el asunto. Reducir las aspiraciones materiales y elevar las aspiraciones espirituales, afectivas, intelectuales, creativas, etc. Es decir, se trata en el futuro de ser más ambiciosos, y no menos. En una sociedad más humana, la codicia, el lucro, la ostentación material, serán de mal gusto y blanco de críticas o desprecio. La austeridad será algo normal, no forzado, al igual que se tendrá una mayor conciencia de los límites naturales y humanos. Estoy convencido de que cuanto más se asciende en la carrera de conquistas materiales o profesionales, más se desciende en lo que al amor y la libertad respecta. Teniendo en cuenta estas nuevas aspiraciones e incentivos, la libertad y el amor serán las recompensas, no declaradas, de volvernos más simples y menos egoístas.
Todas las visiones prospectivas hacia el futuro posterior a la crisis general demuestran que en última instancia, tenemos el poder de hacer que la vida postmercado sea mejor que la vida actual. De hecho, las crisis que enfrentaremos son también, en opinión de la transición, una oportunidad para recuperar nuestras vidas, dar un sentido a la comunidad local, volver a encontrar prácticas de solidaridad y acceder así a un bienestar de calidad superior.
En este sentido, la perspectiva de una crisis generalizada del sistema es percibida como un evento potencialmente liberador, y como una oportunidad para recuperar el control sobre nuestras vidas, librándonos de todo tipo de dependencias: dependencia a los combustibles fósiles, al mercado y la economía, al trabajo y a las corporaciones, al Estado y los gobiernos, y sobre todo, al crecimiento como medida del bienestar. En última instancia, esta nueva libertad que sabremos conquistar también servirá para estrechar los lazos comunitarios apoyados en bases más sólidas de interdependencia. Por eso digo, para terminar que: No nos queda más opción que vivir mejor con menos.
Bruno Nizzoli, Misiones, 2015
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Autor:
Bruno Nizzoli,
2015
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