- Introducción
- Sistema insostenible, mundo inhabitable
- La apuesta del desarrollo sustentable
- Sistema de vida sustentable
- Conclusión
- Referencias bibliográficas
"Lo que hay en el mundo basta para satisfacer las necesidades de todos, pero no la codicia de algunos." Gandhi
"El hombre es el único animal cuya superpoblación lo pone en peligro de extinción." B. Nizzoli
"Había una vez un hombre tan pero tan pobre que sólo tenía dinero." Anónimo
Cada vez se hace más evidente que nuestro estilo de vida y la cultura materialista, que hemos incorporado la mayoría de los habitantes de los países desarrollados y en vías de desarrollo, se apoyan y a la vez promueven un sistema de expansión y explotación que es degradante para el ser humano, el medioambiente y los ecosistema naturales, e insostenible en términos económicos y sociales. Ante esto, comienzan a difundirse opciones de un modo de vida y cultura radicalmente diferentes, que pretenden ser sostenibles en el tiempo, orientadas a un bienestar de calidad superior, y que suponen una integración más armónica entre los hombres y su medio natural. A medida que se vaya extendiendo esta otra forma de habitar el mundo en armonía con la naturaleza, se irán erosionando las bases de un sistema que es el máximo responsable por los graves problemas que enfrenta hoy la humanidad y que amenazan la supervivencia de muchas especies en el planeta, incluido el ser humano.
Nuestro sistema económico genera privaciones innecesarias para muchos y consumo banal y despilfarro para pocos, mientras que contribuye al deterioro de los ecosistemas y el agotamiento de los recursos imprescindibles para la subsistencia de las nuevas generaciones. El capitalismo global ha impulsado el crecimiento de corporaciones y el flujo de capital financiero, permitiendo que los líderes empresarios, grandes inversores, accionistas y banqueros decidan, de acuerdo a sus cálculos de maximización de ganancias, qué se va a producir y de qué manera, eclipsando en gran medida el poder de decisión y planificación de los gobiernos y el pueblo en general sobre la economía. Debido en buena parte a la sobreexposición a criterios puramente economicistas y la conducta inmoderada e imprevisora de las corporaciones, la humanidad enfrenta problemas enormes que están incluso poniendo límites a la expansión económica, y al sustento del sistema mismo.
Dentro de un sistema cuyo principal incentivo para prevalecer es la competitividad, el lucro y la expansión económica, muchas empresas no dan cuenta de los daños colaterales que ocasionan, lo cual las hace seguir extrayendo materias primas como si éstas no se fueran a acabar nunca, o contaminando como si el planeta tuviera un poder ilimitado de autodepuración. Los gobiernos son subsidiarios de la economía y a pesar de que han impuesto varias restricciones a la depredación de los recursos y la contaminación del medioambiente, no pueden enfrentarse al hecho de que es necesario disminuir drásticamente el nivel de explotación de los recursos como el petróleo, el gas, la tierra fértil, el agua, etc. pues ello supondría menor poder de recaudación, es decir, a su vez, menor poder de intervención en una economía dominada por estos insumos, y enfrentar serios problemas sociales a consecuencia de la desaceleración económica.
El gran desafío actual es pues, operar una transición hacia un mayor reparto del poder y la riqueza, para lo cual, deben comenzar a cobrar vida las comunidades locales en el sentido de volverse cada vez más autónomas y autosuficientes. A nivel local y a través de iniciativas solidarias como ONGs o cooperativas de productores, y a partir del compromiso de la ciudadanía, es posible ir encauzando la economía hacía un mayor compromiso con el bienestar humano y medioambiental. Existe el conocimiento y la experiencia necesarios para lograr producir de manera sustentable, pero es necesario también moderar los hábitos de consumo y repartir de manera más igualitaria la renta. A su vez, la relocalización de muchas actividades supone una mayor capacidad de autogestión y organización de la comunidad, de manera que es necesario promover una cultura que valoriza la acción comunitaria y el bien común, antes bien que el individualismo y la ambición material, como ocurre en la actualidad.
Nuestra intervención en la naturaleza podría generar mucho menos daño del que provoca, hasta llegar a ser sustentable, pero el desarrollo económico ha prevalecido como objetivo rector de las sociedades industriales y ello ha impulsado los niveles de extracción y emisión de contaminantes a niveles que el planeta difícilmente pueda tolerar por mas de una o dos generaciones. Mantener un alto nivel de producción y de consumo es una necesidad del sistema económico y no de la sociedad. En tanto el mercado formal entre en crisis y disminuya su alcance, la gente podrá optar por otras alternativas más ecológicas para hacerse de los bienes necesarios, como el trueque, el uso de monedas locales que promuevan el intercambio de servicios directos y la producción artesanal, la solidaridad, el prosumo, el autocultivo, etc.
Deberemos disociar culturalmente la abundancia de bienes y servicios con la productividad y el comercio, y observar las distintas formas que existen de promover su disponibilidad, por ejemplo, haciendo bienes más durables aunque no tan modernos, utilizando las energías renovables y gratuitas, reciclando, compartiendo, autoproduciendo, etc. Un cambio profundo de perspectivas y horizontes hacía una vida más frugal que se acoja a los ritmos de la naturaleza, serán también cualidades destacadas de esta nueva civilización, más conciente de sus límites y del futuro que deberá seguir compartiendo con las demás especies que habitan el planeta. Como se hará evidente a lo largo del ensayo, esta transición no es opcional, sino una necesidad que más tarde o más temprano se volverá imperiosa para toda la humanidad, pero sobre todo, para los países más desarrollados, y por ende, más responsables del daño ecológico.
En el presente trabajo analizo los factores sociales y culturales asociados al desarrollo económico (maximización de la producción y consumo) como objetivo rector del sistema, y expongo sus consecuencias medioambientales, sociales y económicas. Así mismo, resalto las ideas y conceptos de base de una nueva cultura integradora, y reviso algunas experiencias de comunidades que están abriendo alternativas de vida social y ecológicamente responsables. El bienestar, y aún, la subsistencia de las nuevas generaciones dependen hoy de aplicar el concepto de sustentabilidad y resiliencia a nuestras actividades económicas, y de entendernos como parte del ecosistema general que abarca a todos los seres vivos, y que, por lo tanto, debemos cuidar tan bien como a nosotros mismos.
Capítulo 1:
Sistema insostenible, mundo inhabitable
En sus manos
Uno de los problemas más graves que enfrenta la humanidad en la actualidad y desde hace al menos cuatro décadas es la inminente crisis de escasez planetaria de recursos vitales como el agua, el petróleo, la tierra fértil, los bosques, etc., ocasionada por la explotación no sustentable que el hombre hace de esos recursos y los efectos de la contaminación ambiental producidos por la industria y las grandes ciudades. El planeta es extraordinariamente rico en recursos, pero nos estamos extralimitando en su uso, al punto de que a una mayor capacidad extractiva le sigue un continuo declive de la disponibilidad de esos recursos, lo que hará en mediano plazo disminuir necesariamente la calidad de vida de la población, la cual deberá adaptarse a un escenario de cada vez mayor privación y contaminación.
El planeta está herido, mientras que el hombre goza de "buena salud" y se encuentra en la cumbre de su capacidad de depredación y contaminación. Así como un virus, nos multiplicamos y nos hacemos fuertes, pero sólo a costa del deterioro y desaparición de nuestra fuente de sustento, nuestro hábitat. Las graves consecuencias de esta conducta están en ciernes y repercutirán en la esfera social y económica de manera muy preocupante, motivando cambios radicales de comportamientos en todas las escalas sociales.
A lo largo de su historia, la humanidad tuvo que enfrentar el problema de la escasez de alimentos y de bienes. Pero ello no obedeció siempre a épocas de malas cosechas o catástrofes naturales, sino, muchas veces, a la propia habilidad del hombre para actuar sin mesura ni previsibilidad, como se supone ha sucedido con los habitantes de muchas civilizaciones avanzadas de la antigüedad. Estos dos vicios, lejos de haber sido superados, se encuentran aún hoy muy presentes entre aquellos que concentran poder y riqueza (políticos, empresarios, banqueros, etc.). De resultas de lo cual, nada que se tenga en abundancia puede perdurar y dejar de caer más tarde o más temprano en la insuficiencia o escasez.
Cual si fuéramos los amos del mundo y los únicos seres que importan, hemos privatizado el agua del planeta, y ahora solo existe para el hombre; la hemos represado, la desviamos de su curso para abastecer nuestras colosales ciudades y regar nuestros campos; estamos aniquilando la vida acuática con la sobrepesca y los residuos tóxicos que vertimos en ella, etc. Suponemos que los bosques y la tierra fértil también están allí para nuestro usufructo exclusivo, por lo que podemos deforestar y usar la tierra como sustrato para alimentar nuestros animales de confinamiento o para hacer biocombustibles. Por supuesto que como contrapartida, somos una especie tan mezquina y arrogante que no sólo no devolvemos nada por lo que nos es dado, sino que tampoco cuidamos de estos recursos que hemos arrebatado. Es poco decir, que somos la plaga más nefasta para este planeta, y aún así nos consideramos importantes, los seres más dotados e inteligentes del mundo, la materia viva autoconsciente del universo, o cosas como esas.
Hacernos con los recursos planetarios nos ha permitido prosperar como especie y hoy somos el mamífero más abundante, junto con los roedores. El exponencial crecimiento poblacional que se originó con la industrialización y el uso del petróleo barato a gran escala es quizá la consecuencia más evidente de nuestra desmesura. Si la población actual fuera similar a la de hace 60 años, no habría escasez de prácticamente ningún recurso importante y todos podríamos tener un alto nivel de vida sin preocuparnos por nuestro futuro. Pero el hombre siempre se las ingenió para arruinar la bonanza y hoy padecemos la irreversible contaminación y depredación de los recursos naturales que se han vuelto escasos para sostener a la cantidad 3 veces superior de seres humanos en el mundo, y ni que pensar de las futuras generaciones.
Sin embargo, no es la superpoblación, ni la ambición desmedida de los dueños de las corporaciones, ni la estreches de mira de nuestros políticos, lo que hay detrás de este gran desacuerdo con los límites que impone la naturaleza. A lo largo de este ensayo señalo como el gran responsable de nuestra grave situación medio ambiental y ecológica al sistema económico. Pero este sistema se desdobla en varios aspectos que es oportuno describir para entender cómo en conjunto tienden todos a la extralimitación de la producción y el consumo. Nuestro sistema económico supone la necesidad de desarrollo y expansión del comercio y la industria, además, supone una instancia de poder prevaleciente, el libre mercado y las corporaciones ligeramente regulados por el Estado; un mismo medio de intercambio e incentivo: el dinero; un modo de vincularnos con nuestro entorno: la propiedad privada y la explotación para uso exclusivo del hombre; un modo de producción y distribución de los bienes que tienden a la desigualdad y la desmesura, etc.
Pero vamos por parte. Todos vemos al dinero como un medio muy útil de intercambio, pero el dinero a su vez ha permitido que gente muy poco razonable acceda a un poder inusitado en la sociedad. Gente obsesionada con el dinero ha creado imperios corporativos y ha comprado medios de comunicación y productoras para difundir su estrecha visión del mundo. El dinero, que nació como un instrumento eficaz para promover el comercio muy pronto se tornó un bien en sí mismo para la especulación, la usura y la acumulación desmedida. Generalmente la clase de personas obsesionadas con estas actividades son egoístas e inescrupulosas, y han transferido estas cualidades a las corporaciones que lideran, hoy no casualmente las instituciones de mayor poder en la sociedad.
Si el medio de intercambio fuera, supongamos, el trueque directo entre bienes o a través de monedas locales, o aún, el dinero respaldado en un bien de existencia limitada como lo fue en un tiempo el oro, por supuesto, veríamos transacciones mucho más limitadas en tiempo y espacio, no habría mucho crédito disponible ni los países se podrían endeudar en demasía, el desarrollo material sería por ende muy inferior al que es hoy, pero también habría menos personas y empresas extraordinariamente ricas y poderosas con tal poder de decisión sobre la economía. A más amplia escala, las inversiones financieras especuladoras con las que se financian muchas empresas extractivas también sucumbirían de no ser por el dinero, y el comercio internacional sería muy inferior disminuyendo así la presión sobre los recursos naturales de los países más débiles económicamente. Vale decir que el medio de intercambio prevaleciente en el mundo, el dinero, no obstante ser uno de los principales dinamizadores de la economía, coadyuva para crear un poder inusitado en instancias que no se orientan precisamente al bien común ni la conservación de los ecosistemas.
El dinero se ha creado tanto como correlato de los bienes producidos y comercializables en una economía, como de las obligaciones contraídas, o deuda con intereses. El sistema financiero presupone el crecimiento de la economía pues de otra manera no habría forma de afrontar el pago de deuda con intereses en la que se ha asentado la extraordinaria expansión del mercado. Además, toda inversión se realiza con la expectativa de que la empresa que se financia aumente sus ganancias. Sin el sistema financiero un componente crucial para impulsar la oferta de bienes y servicios se pierde. Este mecanismo, junto con el crédito a privados, que el sistema ha creado para acrecentar el consumo de esa mayor cantidad de bienes y servicios creados, se resentirá fuertemente ante los primeros síntomas de agotamiento y estancamiento de la economía debido a la falta de recursos, reforzando la caída estrepitosa en una recesión y decrecimiento de largo plazo.
Pero el principal asunto aquí es que este sistema financiero impone la necesidad de crecimiento perpetuo de la economía como contraparte de la inyección de mayor liquidez al mercado. El proceso de creación y circulación del dinero representa el principal motor de la actual economía global insostenible. La gran parte del dinero en circulación es creado por los bancos en forma de préstamos con intereses. Esta situación crea necesariamente un imperativo de crecimiento porque todos los que piden un préstamo necesitan incrementar su economía para poder saldar la deuda y el interés añadido. Es decir, la economía debe crecer para poder pagar las deudas y adquirir otras nuevas.
En el centro de poder del sistema está el libremercado, que funciona según la lógica de la escasez. Es decir, si todos los bienes se produjeran en abundancia ya no habría necesidad de comprar nada, por lo tanto, a la inversión privada no le interesa producir ningún servicio o bien para alcanzar suficiencia real, sino que financiará cualquier cosa que resuelva alguna necesidad insatisfecha por un doble mecanismo: extendiéndose a las poblaciones más necesitadas (en vías de ascenso social) e instando al consumo de bienes y servicios deseables pero innecesarios a la población más acomodada. La consecuencia de lo primero es el exponencial crecimiento poblacional, mientras que lo segundo promueve un consumismo y despilfarro inaudito de recursos para un grupo relativamente pequeño de personas en el mundo.
Es incalculable la cantidad de recursos que se han utilizado en la producción de lujo y servicios innecesarios para que el mercado siga funcionando y expandiéndose. Por otro lado, el libre mercado ha supuesto el imperio de la mano invisible, que si bien puede ser muy ágil para dinamizar la economía y extenderla más allá de los límites físicos, es muy torpe para prevenir los efectos del desajuste medioambiental o la inminente escasez de recursos que está provocando la industria extractiva. Por lo tanto, el libremercado es un componente más del sistema que colabora en ampliar la producción innecesaria de bienes y el despilfarro de recursos planetarios.
La promoción comercial cumple un papel fundamental en dicha expansión, es el elemento del sistema que más se ha modificado y extendido. Es a su vez el responsable directo del extraordinario boom del consumo desde mediados de siglo XX hasta nuestros días. Aunque la humanidad usa el comercio desde tiempos remotos, las características que asume en el capitalismo son inéditas a lo largo de la historia. Se transformó en la punta de lanza de la industria y el mercado para crecer y expandirse a todos los rincones del mundo. A través del marketing, especialmente de la publicidad, el estudio de mercado, la financiación a plazo o créditos, y la vasta infraestructura comercial montada en las ciudades (tiendas, shopping, hipermercados, etc.), logró instalar lo que se dio en llamar la sociedad del consumo, integrada por personas (que habitan especialmente en las grandes ciudades) que se ven forzadas – o tentadas- a trabajar para tener acceso a toda clase de objetos y servicios prescindibles, los que suponen también una demandan enorme de recursos planetarios.
Pero quizá el máximo representante del actual sistema responsable de nuestra posible aniquilación sea la propiedad privada de los medios de producción y el incentivo ganancial para producir bienes y servicios, propios del capitalismo, o, si se quiere, el derecho consagrado a la explotación privada de los recursos que son de todos los seres vivos, y de nadie en particular. El capitalismo permite la apropiación de un recurso como la tierra, el petróleo o los minerales, que la tierra tardó millones de años en crear, para ser explotados de manera insostenible con el único objetivo de generar las máximas ganancias en el menor tiempo posible a un puñado de individuos, que lógicamente no están muy preocupados por la contaminación y la escasez que padecerán las futuras generaciones. Al capitalismo, que nos expone a las consecuencias de dejar actuar a esas empresas con gran poder de destrucción sin mayor previsión que sus expectativa de ganancias, le debemos el agotamiento de muchos recursos esenciales, la contaminación de los alimentos, del aire y el agua, la desertificación y reducción de los ecosistemas y la biodiversidad, el cambio climático y otras formas de degradación humana y medioambiental difíciles de cuantificar.
Estos son sólo algunos elementos del sistema que interactúan regulando las formas de producción y distribución de bienes y que están vinculados con el modo en que los seres humanos nos relacionamos con el entorno natural. El dinero no sería tan dañino si no fuera por el capitalismo y viceversa, lo mismo que el mercado no sería tan poderoso sin la promoción comercial y viceversa. Cada elemento del sistema económico coopera entre si y tiende hacia la expansión y el desarrollo de la economía, lo que está directamente asociado con el uso insostenible de los recursos y la contaminación ambiental.
La participación del Estado dentro de este sistema es variable, llegando a casos en que la planificación y regulación económica ejercida por los gobiernos interviene en la formación de precios, el mercado cambiario o la gestión de grandes empresas. De cualquier forma, el funcionamiento del Estado es subsidiado por el sistema económico a través de la recaudación de impuestos varios y préstamos privados. Es decir, lejos de ser un organismo que aporte racionalidad y direccionalidad al sistema, es funcional a las mismas directrices de desarrollo y expansión de la economía, pues, como no se cansan de decir nuestros políticos, "el bienestar de todos depende de la buena salud de los mercados".
Los gobiernos cumplen una gran tarea de distribución de la renta y de brindan servicios esenciales a la población de bajos recursos, pero la renta no la generan los gobiernos sino las empresas, de ahí que esta heroica función de distribución orientada a la justicia social, debe estar acompañada de estímulos permanentes a la inversión, las exportaciones, y el buen desempeño de la economía en general. Los gobiernos se interesan especialmente por las cifras de crecimiento de la economía, del PBI, la balanza comercial, el consumo interno, etc. Estos índices reflejan la situación de la economía a muy corto plazo, que no casualmente es lo que interesa a los inversores. Es decir, los gobiernos con políticas de plazos electorales buscan, tanto como los inversionistas privados, crecer hoy sin prever la sostenibilidad de ese crecimiento hacia el futuro, crecimiento que hoy está siendo amenazado por el agotamiento de los recursos fundamentales como el petróleo, la desertificación y el cambio climático.
El sistema está conformado por estos y otros elementos que actúan de forma conjunta para establecer las pautas de interacción e intercambio entre los sujetos y su acción sobre el planeta. El ser humano está pues a merced de este sistema al que hemos delegado la capacidad de decidir sobre los derroteros de la humanidad. El mercado, los grandes capitales, el sistema financiero, los gobiernos obsecuentes del mercado, sin embargo, a la luz de los hechos, no son capaces de previsión ni moderación, ni mucho menos de fijar una meta superadora que garantice el bienestar, o al menos, la supervivencia de nuestra especie y la de los demás seres que habitan el planeta.
Nuestra confianza en este orden de cosas nos mantiene disgregados pero gozando de una falsa sensación de bienestar y libertad, pues se ve que el sistema mal que mal funciona y hacia algún lugar nos dirigimos; creemos que la sociedad en su conjunto actúa con sobriedad y se depura así misma de sus errores; que el Estado vela por los intereses comunes y que de la mano invisible del mercado hallaremos por fin la justicia distributiva. Sin embargo, alguien con estrechez de miras no sólo es incapaz de plantear un objetivo adecuado, tampoco es posible que tenga una idea medianamente acertada del cuadro de situación para identificar los problemas y desafíos a los que nos enfrentamos. Estamos pues a merced de un poder absurdo y siniestro que, sin mediar un cambio profundo, nos llevará directo a la aniquilación.
El fetiche del desarrollo ilimitado.
Uno de los objetivos centrales de las sociedades desde la revolución industrial ha sido el desarrollo económico. Este objetivo fue tan convincente como para articular toda una serie de consensos políticos que legitimaron la transferencia del poder público a las instancias que nos librarían de las penurias pasadas elevando nuestro nivel de vida hasta alturas inimaginables. Pero esas instancias, que no son otras que el mercado, la industria, etc. se han focalizado tanto en ese objetivo que han descuidado casi por completo las consecuencias de su accionar, y ahora su alta eficiencia nos conduce hacia el objetivo contrario, que es la destrucción de todo cuanto hace al bienestar de quienes habitamos este planeta, y pone en riesgo la subsistencia de las futuras generaciones.
La idea de desarrollo, antes de ser un valor en sí, se forjó junto con la necesidad de instituir un sistema de incentivos monetarios para afianzar la industria en plena revolución industrial, cuando las naciones competían por su poderío productivo y comercial. Con la incipiente aplicación de los principales descubrimientos del siglo 19, las oportunidades de crecer y enriquecerse eran muchas, y también lo eran la posibilidad de expandir el poder de una nación industrializada a partir del comercio exterior y el mercado interno. El desarrollo hacía al poderío nacional, y a su vez, permitía resolver muchos problemas sociales acuciantes distribuyendo bienes y servicios útiles a cada vez más gente. El desarrollo estaba asociado a la extensión del servicio público de comunicación, transporte, vivienda, etc., todos ellos reportaban enormes beneficios sociales, de ahí que el desarrollo productivo siempre estuvo asociado al incremento del bienestar de la población.
La Modernidad hizo del desarrollo una bandera o estandarte hacia lo cual deberían estar dirigidos los esfuerzos humanos en la ciencia, la tecnología, la empresa, el gobierno, etc. El desarrollo económico era lo que sintetizaba de alguna manera el desarrollo en todas estas áreas, y por supuesto, también era un indicador del progreso humano y de la sociedad. El progreso se torna deseable y se instala en el imaginario colectivo como un criterio de valoración. A tal punto, que las formas tradicionales de vida de hacía apenas unas generaciones eran vistas como arcaicas y despreciadas por su falta de progreso, como sucede aun hoy con las sociedades en vía de desarrollo o subdesarrolladas. El progreso y el desarrollo, en cambio, eran la alquimia que convertía lo que es artesanal e ineficiente en útil y productivo, hacían al poderío de defensa y conquista de un grupo humano sobre otro y estaban asociados al despegue de la civilización en contraposición a la barbarie; eran, a su vez, la luz de esperanza para resolver todos los problemas de la humanidad y, por último, suponían el triunfo del hombre sobre las limitaciones que imponía la naturaleza.
El desarrollo estuvo desde siempre asociado al poder, la libertad y el bienestar general. La idea de desarrollo tuvo un consenso unánime entre distintas facciones de poder político, entre personas ricas y pobres, y la población en general, de tal manera que cualquier cosa que se hiciera en nombre del desarrollo, y que demostrara ser efectivo, contaba con la simpatía del público y la aceptación de quienes tenían poder de decisión en la sociedad. En ese contexto, el capitalismo y el libremercado demostraban ser los medios más efectivos para liderar ese desarrollo. De esta manera, el hombre terminó delegando mucho poder al mercado y lateralmente a las corporaciones, mientras el sistema monetario se impuso con total naturalidad y la propiedad privada de los medios de producción y los recursos, aunque tuvo cierta resistencia ideológica por parte de los socialistas, terminó por instalarse de forma generalizada. El lucro privado y la competencia serían pues los mayores propulsores de la industrialización y el crecimiento económico de las naciones.
No tardaría mucho en difundirse una cultura apegada a ese ideal de progreso material ilimitado, lo que entre otras cosas serviría para legitimar el enorme nivel de recaudación e inversiones en infraestructura de parte de los gobiernos y la concentración de riqueza en manos de encumbrados empresarios. Junto al proceso de desarrollo económico se dio pues un proceso extraordinario de concentración de poder y riqueza. El sistema se torna un aliado de estos grupos concentrados que no querrían desde entonces perder sus privilegios construidos sobre los padecimientos de cientos de obreros explotados y la usurpación de recursos naturales. El sistema ahora suma un propósito adicional al desarrollo, la conservación del statu quo.
A pesar de los avances indiscutibles en términos de calidad de vida, el sistema económico vendría asociado desde principios del siglo XX a serias amenazas como las crisis financieras que se sucedieron desde 1929, o las guerras, que además de dejar a buena parte de la población diezmada reservaba la pobreza más extrema a los sobrevivientes. Comenzaba a ser visible que el desarrollo, promovido por estos medios, no era indiscutiblemente beneficioso para la humanidad. Hoy día son muchas más las voces que se alzan contra el desarrollismo moderno a la vista de las consecuencias medioambientales y la rápida reducción de los recursos planetarios.
La raíz de muchos de nuestros más graves problemas se encuentra en un sistema que crea incentivos monetarios para la producción de bienes y servicios (lucro), que preserva y fomenta la propiedad privada y la libertad económica casi sin límites, y permite así la concentración de poder y riqueza en pocas manos. Este sistema se refuerza, por supuesto, en la cultura de un individualismo y materialismo exacerbado que mantiene a los hombres en competencia entre sí y actuando de acuerdo a su propia conveniencia. En un sistema semejante, el mercado y las corporaciones son las instancias que deciden los aspectos económicos más importantes como ser qué y cuántos bienes se van a producir, y entre quienes se va a distribuir. El desarrollo sería el resultado deseable de este sistema, el síntoma de que goza de buena salud, pero como veremos seguidamente, para los principales beneficiarios, más acuciante que el desarrollo y las necesidades de la población, son las ganancias que se puedan obtener en el más corto plazo.
En la actualidad, la idea de desarrollo se ha incorporado como una condicionalidad del sistema en curso; es necesario mayor producción y consumo para mantener el nivel de empleo, de inversión y el poder recaudador del Estado. Es decir, el desarrollo, que era el fin que legitimaba el sistema, ahora se hace funcional a la conservación del sistema y de los privilegios consagrados por él. Tal es así, que aun los problemas medioambientales, como se verá, se intentan solucionar con más desarrollo. Las pérdidas ocasionadas por la crisis climática y medioambiental están llamando la atención sobre los efectos nefastos que podría tener para el sistema, pero no es sino éste mismo el que los ocasiona. Hoy día, más que un objetivo directriz, como a veces pretenden instalarlo, el desarrollo es una necesidad, el alimento de un sistema que necesita expandirse y crecer para sobrevivir, y que tal como si hubiese cobrado vida propia se aparte de cualquier supuesto beneficio social.
Cómo el sistema se opone a la libertad y a la abundancia
En un sistema de mercado que funciona según la oferta y demanda de bienes y servicios, la necesidad de las personas se traduce erróneamente en intensión y poder de compra, para lo cual hay que tener poder adquisitivo. Es decir, si alguien tiene necesidad de un bien pero no tiene el dinero para adquirirlo, entonces esa necesidad no es considerada como demanda efectiva, o sea, no es necesidad para el sistema. Aunque los recursos y la tecnología existan para producir ese bien, no se producirá y no se ofrecerá en el mercado. Entonces, la producción se orienta a satisfacer las necesidades y deseos con poder adquisitivo, pero en una situación en la que el poder adquisitivo es tan desigual las necesidades que prevalecerán son siempre las de una parte de la población por encima de otra. Esto trae aparejado que los recursos y tecnologías disponibles sean dedicados a producir, por ejemplo, bienes de lujo (innecesarios) para una pequeña parte de la población, antes bien que los bienes necesarios para una parte mayor de ésta. En efecto, la demanda para el sistema de mercado no solo no considera la necesidad de buena parte de la población, sino que atiende deseos construidos por el propio sistema a través de la promoción comercial (el marketing, la publicidad y los estereotipos mediáticos).
"En un sistema de mercado el dinero es el factor determinante del nivel de vida de las personas, en lugar de serlo la disponibilidad de recursos. En un sistema monetario el poder adquisitivo no está relacionado con nuestra capacidad de producir bienes y servicios. Por ejemplo, durante una recesión, hay muchos CD's en los escaparates y automóviles en las distribuidoras, pero muchas personas no cuentan con el poder adquisitivo para comprarlos. La tierra sigue siendo el mismo lugar, son sólo las reglas del juego las que han quedado obsoletas y crean disputas, privaciones y sufrimientos humanos innecesarios. En la cultura actual de las utilidades, la producción de bienes no se realiza basada en las necesidades humanas. No construimos viviendas sobre la base de las necesidades de la población. No cultivamos alimentos para alimentar a la población. La principal motivación de la industria son las utilidades." (Jacque Fresco, entrevista)
La ley de oferta y demanda, se podría traducir en ley del lucro y poder adquisitivo, de esta manera se hace más evidente que ni el lucro representa nuestra capacidad de producción, ni el poder adquisitivo representa las verdaderas necesidades humanas. Por el contrario, mientras que la mayor capacidad productiva está en sintonía con la posibilidad de generar abundancia, el lucro se incrementa con la escasez de bienes. Y aunque haya necesidades humanas insatisfechas de un producto, el poder adquisitivo incidirá en la producción de otros productos que responden a necesidades creadas por el mercado. En definitiva, nuestro actual sistema crea incentivos productivos en la escasez y la desigualdad, y no en la abundancia e igualdad. Es decir, que el mercado interviene para que la abundancia posible en términos productivos nunca ocurra, y, por el contrario, existan siempre nuevas necesidades y deseos para satisfacer. Los siguientes son sólo algunos ejemplos de cómo los actores del sistema de mercado dependen de la escasez para subsistir.
En un sistema de mercado, a la industria farmacéutica, los laboratorios y a las clínicas privadas, no les interesa erradicar definitivamente todas las enfermedades, por el contrario, sus ganancias ascienden con la expansión de enfermedades neurológicas, cáncer, sida, trastornos psiquiátricos, y otras muchas enfermedades que son provocadas por el modo de vida en las ciudades, la contaminación de los alimentos, e incluso la diseminación intencional de virus y bacterias creadas en los propios laboratorios que deberían existir para mejorar nuestra calidad de vida. Poner la salud en manos de los mismos que lucran con la enfermedad, es uno de los disparates más grandes de este sistema.
Pero este es sólo un ejemplo de cómo el sistema que todos abrazamos privilegia las ganancias corporativas antes bien que una necesidad básica como es la salud de la población. Los desperdicios tóxicos, la contaminación y degradación de recursos naturales como el agua y el aire que respiramos, la utilización de pesticidas y fertilizantes químicos en la producción de nuestros alimentos, etc. son ejemplo de lo mismo, y los gobiernos han permitido por décadas, y siguen permitiendo, que esto ocurra a espaldas de los ciudadanos que dice proteger y representar.
A su vez, la producción de cualquier producto agrícola es estimulada con el alza del precio, lo que significa escasez de ese producto en el mercado. La enorme brecha entre capacidad productiva y producción efectiva es el resultado de la necesidad de generar la demanda suficiente para cubrir las expectativas de lucro de los productores, es decir, que aunque tengan todos los recursos necesarios para hacerlo (tierra, maquinaria, técnicos, insumos, etc.), sólo producirán más si el producto es escaso en el mercado. La abundancia del producto, por el contrario, es devastadora para el productor. Esto crea la situación inaceptable de que aun existiendo necesidades insatisfechas y una gran cantidad de productos en stock estos no se distribuyan a la población. Si el productor ganara por maximizar la producción, en lugar de especular con el precio del producto en el mercado, se estaría generando abundancia de bienes que serían mucho más accesibles para todos. Pero es el mercado quien decide en última instancia que, por ejemplo, sea más conveniente producir soja para alimentar el ganado en Asia y en Europa que trigo u otros productos de necesidad para la población de la región.
El mercado muchas veces decide qué se producirá a través del lobby corporativo. Otro gran ejemplo de la perversión de un sistema que se opone a la abundancia y bienestar de la población, es cómo el poder de la industria del petróleo, automotriz y de autopartes, se opone a la creación a gran escala de vehículos movidos por electricidad. Hay una extraordinaria industria montada sobre la necesidad de los usuarios de recargar combustibles, aceites, así como de cambiar autopartes que se desgastan y otros, que sucumbirían con el uso generalizado de vehículos eléctricos. El Estado dejaría de recaudar enormes sumas de dinero en impuestos; en Brasil, por ejemplo, quieren destinar el 75% de los royalties del petróleo a educación y 25% a salud, por lo que el vehículo eléctrico se podría ver como una amenaza incluso para la población que demanda esos servicios básicos. Hoy existen varias alternativas sustentables al uso de combustibles fósiles como el biodiesel y la electricidad. Sin embargo, la industria automotriz rompe records de producción cada año lanzando más vehículos a base a de petróleo en nuestras ya saturadísimas carreteras. Los vehículos movidos por combustibles fósiles, no sólo utilizan un recurso no renovable que se está agotando, sino que emite los gases que provocan cambio climático y lluvia ácida.
Otro ejemplo de lo anterior es el manejo discrecional de las corporaciones sobre las telecomunicaciones. Internet, desde ya hace varios años, hace posible las comunicaciones de voz y escrita a través de nuestros celulares, pero ¿por qué deberíamos pagar por el acceso a Internet cuando ya existe la experiencia en varias ciudades con Wi Fi gratuito para todos sus habitantes? El que estemos pagando cifras siderales para mantenernos comunicados sólo se debe a que el Estado recaudador no quiere renunciar a los beneficios surgidos de los impuestos a las ganancias que proporcionan estos servicios. Es decir, se deja de brindar un servicio que puede considerarse público, y en su lugar hace que la gente pague al Estado y las empresas de telecomunicaciones por un servicio que se podría brindar de forma gratuita.
La obsolescencia programada es otra argucia empleada por las industrias para producir y vender más de lo necesario, generando mayor contaminación, residuos y uso de recursos agotables. Una lámpara eléctrica, que bien podría fabricarse para durar 50 años, tiene generalmente una vida útil de uno o dos años en el mejor de los casos. Obviamente esto se hace así para dinamizar el consumo, sin importar el daño ambiental que se genera. Al sector productivo no le importa en absoluto producir los bienes de calidad que la gente necesita, y entre tanto aligerar su bolsillo haciéndolos durables o de piezas intercambiables, la gente está cautiva de un modelo de producción al que sólo le importa extraer el máximo lucro y para ello precisa recrear constantemente la demanda.
Un sistema que funciona montado sobre la escasez y la maximización del lucro no conducirá inversiones tanto en el aprovechamiento de los recursos renovables y abundantes como los generadores de energía solar o eólica sin costos de reposición, como en las tecnologías que utilizan recursos escasos como el petróleo o el carbón, y de los que se puedan extraer ganancias extraordinarias. Esta misma lógica se aplica para toda la industria alimenticia dejando al margen posibilidades concretas de expandir la accesibilidad a bienes naturales, más saludables y abundantes. Existen infinidad de medicamentos naturales muy efectivos para tratar las dolencias más comunes, así como de cuadros complicados como el cáncer, cardiopatías y el parkinson, y, sin embargo, nos han convencido de comprar fármacos tóxicos con peligrosos efectos colaterales para incrementar el enorme lucro de los laboratorios, y aún de los médicos que recetan dichos medicamentos. Del mismo modo, los alimentos industrializados y elaborados a base de transgénicos, conservantes y aditivos, a los que se les agregan cantidades insalubres de sodio y azúcar, son los más publicitados en los medios de difusión y más accesibles en el mercado. Mientras que los alimentos orgánicos son poco y mal conocidos.
Este sistema, tal como es, genera privaciones innecesarias a buena parte de la población y dependencia a la otra parte que se ve obligada a realizar un trabajo rutinario de por vida para consumir lo que no necesita. En nuestro sistema liberal vivimos bajo el imperio de la mano invisible del mercado. La bendita liberalidad económica roba espacio al ejercicio de otras libertades más sustanciales como la del tiempo libre y la autosuficiencia. Las posibilidad de reducir la jornada laboral y distribuir mejor el empleo y las ganancias no son una opción interesante para un mercado que se afirma en la competencia, el lucro y la explotación de los "infortunados" miembros de la clase media baja. Pero la libertad es un concepto más amplio que debe formar parte de nuestra idea de bienestar, y tiene que ver no sólo con la libertad de ofrecer y adquirir bienes, sino con sentirse dueño del propio tiempo, con la independencia, con la posibilidad de realizar actividades gratificantes por sí mismas, y de establecer relaciones satisfactorias con los demás. El sistema no promueve esta libertad, sino por el contrario, la anula generando dependencia, desigualdad e individualismo.
Cómo el sistema se opone al bienestar social
Siendo que todas las falencias asociadas al sistema aún se cubren discursivamente con la apelación a los beneficios sociales del desarrollo que éste genera, es oportuno presentar las pruebas de ese divorcio entre los tipos de desarrollo económico y social. De hecho, cuando algún político o economista intenta defender el sistema todavía recurre a un pensamiento desarrollista como dando por sentado que el desarrollo económico genera inequívocamente en bienestar social. La confusión comienza, a mi entender, desde que analizamos el término desarrollo, porque se le ha atribuido una valoración positiva dentro de ámbitos muy diversos, no sólo económico, sino social, humano, natural, etc. Ahora bien, lógicamente, es muy difícil apreciar de una misma manera el desarrollo económico que el desarrollo social, sin embargo, en el discurso político habitual estos dos términos se tratan como si fueran prácticamente sinónimos. No obstante, hay muchas formas de demostrar que el desarrollo económico no implica desarrollo social, sino por el contrario, y que si incluimos dentro de la valoración el desarrollo natural de los ecosistemas, entonces debemos afirmar que el desarrollo económico no es algo bueno para el hombre.
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