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Anexo XIV. Fundamentos del binacionalismo
La idea de la convivencia binacional se está haciendo cada vez más fuerte en la búsqueda de soluciones al conflicto palestino-israelí. Ambos bandos se han dado cuenta, desde los acuerdos de Oslo, de que es casi imposible llegar a un entendimiento y, luego, cumplir con los compromisos que este entendimiento implica.
Los territorios ocupados de Cisjordania y Gaza han sido transformados por completo en las últimas décadas con la expropiación de tierras, demolición de casas y talas masivas de árboles. Además, se han establecido más de ciento cincuenta colonias, en las que residen actualmente más de 350.000 personas, 200.000 de ellas en Jerusalén Este. La población palestina ha quedado confinada en menos del 60 % del territorio.
Los palestinos defensores de la convivencia binacional tienen como modelo la Sudáfrica del Apartheid. No obstante, el caso sudafricano fue diferente, al tratarse de una minoría blanca que tenía el poder y una mayoría negra que tenía la capacidad de cambiar las cosas. En Israel y Palestina, ambas comunidades son similares en peso demográfico, cada una ha desarrollado una nación en las últimas décadas, con una lengua, cultura y religión diferentes.
Aunque numerosos grupos israelíes apoyan esta teoría, la reflexión binacional de Israel no proviene tanto de la paralización del proceso de Oslo como de la crisis estructural del propio Estado Judío. Cuando este Estado se creó, pretendía ser una Nación como las que por aquél entonces se consolidaban: laica, homogénea y republicana. Pero este tipo de Nación es incompatible con la definición "Estado Judío", que implica una connotación religiosa y étnica, de manera que en Israel no cabe nadie que no pertenezca a esta comunidad. De hecho, el derecho de suelo está reemplazado por el derecho de sangre: es ciudadano israelí de forma automática cualquiera que tenga origen judío. Por eso, Israel no es una democracia como las demás (aunque sus representantes se elijan por sufragio universal), pues no admite la igualdad de derechos sin tener en cuenta la raza o la religión.
Es, pues, la crisis estructural del proyecto de Estado judío la que abre camino en el debate público israelí a las alternativas binacionales y multiculturales.
Hay, sin embargo, diferencias de fondo entre la reflexión actual en Israel y la de los palestinos. Para éstos, el binacionalismo es una opción entre otras, política y programática, en el marco de su combate por la Liberación nacional. Esta liberación podría realizarse bajo diversas formas que permitan a su manera expresar la identidad nacional palestina tal como se afirmó durante el pasado siglo y, sobre todo, desde la formación de la OLP en 1967. Para los palestinos, esta identidad nacional precede a la estructura política en la que se realice, y es independiente de cualquier forma de soberanía.
Para los israelíes, en cambio, el propio tema de la identidad suscita problemas y está abierto. Las formas políticas de la existencia colectiva determinan la naturaleza del colectivo: ¿judío o israelí? ¿Nación o religión?
Por lo tanto, un estado binacional exige una modificación sustancial de los planteamientos de la nación judía actual. Tal y como dice Michel Warschawski:
»El nuevo Israel debe partir de la separación total de la nacionalidad y del Estado, de la etnicidad y de la ciudadanía. Es este modelo republicano el elegido por el Congreso Nacional Africano, alrededor de la consigna "una persona, un voto".
»La constitución de una república laica y democrática podría ser una alternativa al Estado judío, para lo que sería necesaria la formación de una nación ciudadana "palestisraelí" nueva.
»Sin embargo, esta opción laica y republicana no parece ser ni la más probable ni siquiera la más deseable. Su principal debilidad es que no toma en consideración la diversidad esencial de la identidad colectiva, nacional o étnica, de los individuos que supuestamente forman la nación ciudadana. Es necesario entonces deshacerse de la losa del Estado-Nación. Alain Dieckhoff explica, por ejemplo, que en esta dimensión el Estado cumple menos que antes su función de regulación, mientras que la Nación pierde importancia ante la diversidad de pueblos y culturas, de manera que nos encontramos ante un Estado Multinacional, un Estado mucho más pluralista «en el que una ciudadanía compartida iría a la par con el reconocimiento de diversas identidades colectivas».
»Este modelo tendría más posibilidades de éxito en Palestina que en las potencias occidentales, porque en Palestina las colectividades más o menos constituidas se han formado, en el curso de los últimos decenios, a través de un conflicto sangriento entre ellas. Es evidente la necesidad de expresión autónoma cultural y lingüística, pero también política, tanto para los israelíes como para los palestinos.
»Por ello, el marco multinacional, sea en la Palestina histórica o en los límites del Estado de Israel, aparece como una opción mucho más realista y creíble que un marco únicamente democrático, laico y ciudadano.
»Otra ventaja es que la opción multinacional permite superar la obsesión demográfica. La garantía de una mayoría étnica es percibida, en el marco del Estado nacional, como la condición de la autodefensa de la especificidad cultural de la nación mayoritaria. El multinacionalismo, al contrario, garantiza la defensa de esta especificidad, independientemente del número y de los cambios demográficos. Esto permitiría un planteamiento menos atemorizado de la cuestión de los refugiados palestinos, sin amenazar con su vuelta la autonomía, autogestión o incluso el autogobierno de la comunidad judía.
»La opción binacional no cierra las puertas a la creación de un Estado palestino diferenciado del israelí, pues las situaciones económicas, culturales y ecológicas empujarían rápidamente a esos dos Estados a federarse, creando así una entidad política nueva que articularía unidad y autonomía.
»A pesar del hermetismo de ciertos grupos sionistas y fundamentalistas islámicos que, como vemos cada día, no cesan de provocar conflictos, lo cierto es que el territorio de la Palestina histórica está cargado de rincones en los que la convivencia es posible. Haifa y Jaffa son ciudades multinacionales y multiculturales donde se codean israelíes, rusos, árabes… El Sur de Tel-Aviv es también un mosaico étnico. Cada vez más árabes estudian en universidades hebreas. No es ya ningún escándalo encontrar jóvenes parejas mixtas, etc. Esto demuestra, pues, que una aceptación del otro es posible.
»Para que esta normalización de la convivencia pueda producirse son necesarias numerosas acciones políticas, culturales y sociales. En primer lugar, sería imprescindible un ejercicio de concienciación de ambos pueblos, empezando por sus políticos, que deberían acercarse los unos a los otros con respeto. Esta situación de convivencia empezaría lógicamente por las escuelas, que habrían de ser de carácter laico y mixto, así como por las universidades, de manera que palestinos e israelíes tuvieran acceso a una formación académica similar.
La idea del binacionalismo puede resultar utópica, sobre todo si pensamos en ella a corto plazo. Pero es obvio que el ejercicio de esta reconciliación ha de producirse a lo largo de muchos años, pues deben ser las generaciones futuras las que lo asuman sin problemas en su vida cotidiana.
Los niños israelíes que jueguen en la escuela con compañeros palestinos serán quienes en el futuro no conciban un Estado sin aquéllos.
Anexo XV. Textos sobre la perspectiva Binacional
En abril de 2000, ciento treinta intelectuales palestinos publicaban en el diario Haaretz:
«Lo decimos sin ninguna ambigüedad. Sólo hay dos opciones para un arreglo justo de la cuestión palestina: la primera es la formación de un Estado palestino independiente, con completa soberanía sobre el conjunto de territorios ocupados en 1967: Jerusalén como capital; el derecho al retorno de los refugiados palestinos y el reconocimiento por parte de Israel de su responsabilidad en la injusticia cometida contra el pueblo palestino. Este Estado palestino se basará en los principios de democracia y respeto de los Derechos Humanos, definidos en la Declaración Palestina de Independencia de 1988. La otra opción es el establecimiento, en el territorio de la Palestina histórica, de un Estado democrático y binacional para los dos pueblos».
Ata Queimeri, periodista palestino de Jerusalén, que tras quince años de prisión, ha sido uno de los dirigentes de la Intifada, escribía en 1997:
«Como uno de los portavoces de la Intifada, he tenido a menudo la ocasión de expresar la voz de la patria y afirmado con pasión que el pueblo palestino está dispuesto a poner fin al conflicto, si consigue obtener un Estado en los territorios ocupados en 1967. Un Estado con una continuidad territorial sobre el conjunto de los territorios ocupados, gozando de una real independencia y de un régimen democrático, habría podido, sin duda, sofocar la amargura provocada por nuestro fracaso en obtener una solución plenamente justa, por la realización de los valores de libertad, de independencia y de desarrollo. Pero la evolución que sucedió a Oslo no deja entrever más que una deformación caricaturesca de una solución así. Y puesto que, de todas formas, tenemos que encontrar una alternativa a Oslo, ¿por qué contentarse con una perspectiva que extingue la amargura: la partición entre dos Estados y no trabajar por una verdadera alternativa, la del Estado unitario?»
Abdel Rahim Mallouh, representante del FPLP en el consejo ejecutivo de la OLP:
«Es evidentemente la crisis en la que está atascado el proceso político fundado en la fórmula de Oslo lo que provoca la reapertura del dossier sobre el Estado democrático. Un proyecto así supone la puesta en cuestión de la definición de Israel como Estado judío, y consiguientemente, una voluntad por parte de los judíos, o al menos de la mayoría de ellos, de aceptar una verdadera asociación en el marco de una patria común: la Palestina democrática. ¿Por qué suponer que eso sea más realista que sustraer los territorios ocupados a la dominación israelí? En realidad, parece que hay aquí una huida, similar a los acuerdos de Oslo, frente a la dificultad de realizar el programa nacional (el Estado palestino y el derecho al retorno de los refugiados) tras el declive de la Intifada y la Segunda Guerra del Golfo. ¿No es una especie de "interiorización de la derrota"? No saldremos del callejón sin salida que representan los compromisos actuales por la huida hacia delante hacia soluciones no realistas que pueden, a medio plazo, poner en cuestión la autodeterminación y el retorno, y a largo plazo, la perpectiva de una Palestina democrática como verdadera solución, estable y definitiva, del conflicto».
«Israel es un Estado moderno y desarrollado, con instituciones sólidas y una ideología religiosa, capaz de dominar a cerca de la mitad del pueblo palestino, tras haber transformado al resto en refugiados. El Estado palestino, por su parte, no es más que un proyecto y el objeto de un combate. Tal situación no permite contemplar una real reciprocidad y una relación de igualdad, sino la anexión del pueblo palestino al Estado de Israel. Tras haber renunciado a la independencia nacional y al retorno, no nos quedará más que luchar por la igualdad en el marco de las reglas y de los mecanismos que serán determinados por los propios israelíes».
Alain Dieckhoff:
«La democracia republicana inscribe al individuo en un colectivo: ciudadanía, movilización cívica. Pero su límite actual es su carácter hiperpolítico que no concibe al individuo más que como ciudadano. Sin embargo, esta dimensión política no es sino una faceta del individuo moderno… No hago sino constatar el debilitamiento de la pareja Estado-nación: del Estado, pues cumple menos que antes su función de regulación, y de la nación, como colectividad de ciudadanos… Hay que salir del dogma: un Estado, una cultura, un pueblo. Si se plantea naturalmente la cuestión de reivindicaciones nacionalitarias expresas, es preciso, creo yo, darle un espacio no sólo de libertad, sino de expresión incluso constitucional. El Estado multinacional puede ayudarnos a ello, pues supone sociológicamente varios pueblos en un mismo Estado… Habría pues que intentar ir hacia un Estado más pluralista en el que una ciudadanía compartida iría a la par con el reconocimiento de diversas identidades colectivas».
Amon Raz-Krakotzkin:
«El binacionalismo constituye un conjunto de valores y, no forzosamente, un compromiso político concreto. Implica la separación de la identidad nacional y del Estado y la percepción del otro como parte integrante de la autodefinición de cada uno… La emancipación de los judíos pasa obligatoriamente por la emancipación de los palestinos, y la inclusión de su memoria y de sus aspiraciones en la historia de la región y en sus proyectos de futuro. En este contexto, la cuestión que debería plantearse es la de saber cómo definir una colectividad judía en Palestina que estaría basada en el reconocimiento de los derechos palestinos… Es imposible distinguir la discusión de la identidad judía del debate sobre el conflicto nacional que prosigue y de la cuestión de la responsabilidad en la tragedia palestina. Así, el binacionalismo constituye el contexto evidente de toda discusión política o cultural».
Anexo XVI. Después del 11-S
GRESH, Alain: "Israel, Palestina". Verdades sobre un conflicto.
Las primeras hipótesis sobre la autoría de los atentados del 11S apuntaron a la OLP, ya que unas semanas antes había sido asesinado el secretario general del Frente Popular para la Liberación de Palestina. Más tarde se supo que los culpables pertenecían a la red Al-Qaeda y obedecían a su jefe, Osama Bin Laden.
«Sin embargo, no ponía fin a los debates y controversias. A pesar de toda la empatía para con los miles de víctimas civiles de Nueva York y de Washington, se suscitaron numerosos interrogantes: ¿EE.UU. era un "país inocente"? La guerra contra Afganistán, país devastado por más de veinte años de conflicto, ¿era la respuesta correcta a los crímenes perpetrados en Nueva York y Washington? La guerra contra el terrorismo, ¿era en lo sucesivo el eje de la batalla del "mundo civilizado" contra la barbarie, como afirmaba la administración del presidente tan mal elegido, George W. Bush? (…)En este contexto agitado e incierto, el drama palestino-israelí recobraba toda su magnitud. La motivación principal de los piratas del aire no era, palmariamente, la paz en Palestina. La operación había sido minuciosamente preparada durante largos meses, por hombres y mujeres que se oponían a cualquier acuerdo entre israelíes y palestinos. (…) Por el contrario, si hubiese existido un Estado palestino, si el 11 de septiembre de 2001 Israel hubiera estado en paz con muchos de sus vecinos, cabe pensar que las reacciones en la opinión árabe y musulmana habrían sido más decididamente hostiles a los atentados terroristas. También cabe creer que el discurso occidental sobre la erradicación del terrorismo habría ejercido una mayor influencia sobre opiniones privadas de las imágenes cotidianas, transmitidas por las cadenas por vía satélite, del ejército israelí aplastando a los palestinos.
Digan lo que digan en Washington, el antiamericanismo que se extiende en la "calle" árabe o musulmana no se debe a un rechazo de los "valores" que pretenden defender los Estados Unidos –la libertad, la democracia, el desarrollo, etc.-, sino a su política concreta en la región, al apoyo que presta a Ariel Sharon y a su embargo contra Irak (…).
Durante varios meses después del 11 de septiembre de 2001, se ha podido pensar que Estados Unidos, deseoso de consolidar una amplia coalición antiterrorista, iba a modificar su política en Oriente Próximo. La nueva administración republicana mencionaba por primera vez la idea de un Estado palestino. Decidía implicarse en el problema, nombraba a un enviado especial para la región, hacía un llamamiento de moderación a las dos partes. Pero la fácil victyoria de Estados Unidos en Afganistán, la falta de reacción en el mundo árabe y musulmán, la primacía del clan más "duro" dentro del gobierno norteamericano, volvieron las tornas. El presidente George W. Bush tomaba partido sin ambages por el gobierno de Ariel Sharon, un gtobierno del que está claro que no quiere la paz a ningún precio –Oslo es la mayor catástrofe que le ha ocurrido a Israel, afirma Sharon-, y cuyo objetivo estratégico es la destrucción de la Autoridad Palestina, ¡no de golpe y porrazo! (lo que podría crearle dificultades internacionales), sino apretando el garrote un poco más cada día (…).
Esta situación ha producido, por primera vez desde la elección de Sharon, el 6 de febrero de 2001, un estremecimiento en la opinión israelí (…). El 47% se manifiesta favorable a la paz con los palestinos (…).
Pero la desconfianza entre ambos pueblos sigue siendo profunda, y es poco probable que, abandonados a sí mismos, a sus temores y a sus odios, logren superar las dificultades. Es aquí donde aparece la misión de la comunidad internacional. Únicamente ella puede ejercer las presiones necesarias para salir del callejón sin salida, pero siempre que se definan de antemano los principios de una solución. Estos principios son claros, enunciados con frecuencia por las Naciones Unidas:
Evacuación por parte de Israel de los territorios ocupados en junio de 1967
Creación de un Estado palestino, con su capital en Jerusalén Este, al lado del Estado de Israel
Derecho de Israel a vivir en paz y seguridad dentro de fronteras seguras y reconocidas
Solución justa del problema de los refugiados palestinos.»
Anexo XVII. Artículo de Edward Said
En el siguiente artículo, Edward Said reflexiona en 2003 sobre la incipiente guerra de Irak y el papel de los árabes en el mundo actual, pasando también por Palestina. www.rebelion.org
Una impotencia inaceptable
Edward W. Said"Esto no es solo inaceptable: es imposible de creer. ¿Cómo puede una región de casi 300 millones de árabes esperar pasivamente a que caigan los golpes sin intentar un grito colectivo de resistencia y sin que se oiga la proclamación de una posición alternativa?, ¿Por qué no se produce ahora el último testimonio de una era de la Historia, de una civilización a punto de ser aplastada y transformada completamente, de una sociedad que a pesar de sus retrocesos y debilidades sigue no obstante funcionando?"
Uno abre The New York Times cada día para leer el último artículo sobre los preparativos de la guerra que se están llevando a cabo en EEUU. Otro batallón, otro despliegue más de portaviones y cruceros, un aumento continuo de aviones de combate, nuevos contingentes de oficiales desplazándose a la zona del Golfo Pérsico. 62.000 soldados más fueron desplazados al Golfo la semana pasada. Una fuerza enorme, deliberadamente intimidatoria está siendo activada por EEUU más allá del mar, mientras en el interior del país, las malas noticias económicas y sociales se multiplican de manera implacable. La inmensa maquinaria del capitalismo parece desfallecer al mismo tiempo que pulveriza a la vasta mayoría de los ciudadanos. No obstante, George Bush propone otro recorte de impuestos para el uno por ciento de la población que es comparativamente rica. El sistema de educación pública está en grave crisis y la seguridad social simplemente no existe para 50 millones de estadounidenses. Israel pide 15 mil millones de dólares adicionales en créditos garantizados y ayuda militar. Y la tasa de desempleo en EEUU aumentan inexorablemente al perderse empleos cada día.
Sin embargo, continúan los preparativos para una guerra de coste inimaginable y continúan sin apoyo público o con un desacuerdo poco perceptible. Una indiferencia generalizada (que podría ocultar un gran temor, ignorancia y aprensión) ha dado la bienvenida a la beligerante Administración y a su respuesta extrañamente ineficaz ante el reto que le ha impuesto recientemente Corea del Norte. En el caso de Iraq, sin armas de destrucción masiva de las que hablar, EEUU planifica una guerra; en el caso de Corea del Norte, ofrece a este país ayuda económica y energética. Que diferencia humillante entre el desprecio hacia los árabes y el respeto a Corea del Norte, igualmente una cruel dictadura.
En los mundos árabe y musulmán la situación parece más peculiar. Durante casi un año, los políticos estadounidenses, los expertos regionales, los representantes de la Administración, los periodistas, han repetido las acusaciones que se han convertido en moneda de cambio en lo que respecta al Islam y a los árabes. La mayor parte de este coro se remonta a antes del 11 de septiembre, como he mostrado en mis libros Orientalismo y Covering Islam. Al coro prácticamente unánime de ahora se le ha unido la autoridad del Informe de Desarrollo Humano Árabe de Naciones Unidas que certifica que los árabes sufren un retraso dramático por detrás del resto del mundo en democracia, en conocimiento y en derechos de las mujeres. Todo el mundo dice (con alguna justificación, por supuesto) que el Islam necesita una reforma y que el sistema educativo árabes es un desastre, de hecho, una escuela para fanáticos religiosos y bombas humanas fundado no solo por locos imanes y sus ricos seguidores (como Osama Bin Laden) sino por gobiernos que son supuestamente aliados de EEUU. Los únicos árabes buenos son aquellos que aparecen en los medios de comunicación desacreditando sin reservas la cultura y la sociedad árabes modernas. Recuerdo la floja cadencia de sus frases porque, sin nada positivo que decir sobre si mismos o sobre sus pueblos y su lengua, simplemente regurgitan las cansinas fórmulas estadounidenses que flotan ya en las ondas y en las páginas de los periódicos.
Sin democracia
Nos falta democracia, dicen; no hemos desafiado al Islam lo suficiente, necesitamos hacer más para ahuyentar el espectro del nacionalismo árabe y el credo de la unidad árabe. Todo eso es basura ideológica desacreditada. Solo lo que nosotros y nuestros instructores estadounidenses decimos sobre los árabes y el Islam -clichés orientalistas vagamente reciclados del tipo repetido con casina mediocridad como la de Bernard Lewis [1]- es verdad. El resto no es suficientemente realista o pragmático. Nosotros necesitamos sumarnos a la modernidad, que es efectivamente la occidental, la globalizada, la del libre mercado, la democrática -sea lo que quiera que esas palabras hayan llegado a significar. (Si tuviera tiempo, habría un ensayo que escribir sobre el estilo de la prosa de Ajami, Gerges, Makiya [2], Talhami, Fandy, etc., todos ellos académicos cuyo lenguaje propio apesta a servilismo, a falta de autenticidad y a un mimetismo desesperadamente afectado que les ha sido impuesto).
El choque de civilizaciones que George Bush y sus validos están tratando de fabricar como cobertura para una guerra preventiva por petróleo y hegemonía contra Iraq va a dar lugar supuestamente a un triunfo para la construcción nacional democrática, el cambio de régimen y la modernización forzada "a la americana". No importan las bombas ni los estragos de las sanciones que no se mencionan. Esta será una guerra purificadora cuya meta es derrocar a Sadam y a sus hombres y reemplazarlo con un mapa redibujado de toda la región. Un nuevo Sykes Picot [3]. Una nueva Balfour [4]. Unos nuevos 14 puntos de Wilson [5]. Un nuevo mundo en suma. Los iraquíes -nos dicen los disidentes- darán la bienvenida a la liberación y quizás olviden por completo todos sus sufrimientos pasados. Quizás.
Mientras tanto, la monótona situación en Palestina empeora cada vez. Parece que no hay fuerza capaz de parar a Sharon y a Mofaz [ministro de Defensa israelí]que vociferan su desafío al mundo entero. Notros prohibimos, nosotros castigamos, nosotros proscribimos, nosotros rompemos, nosotros destruimos. El torrente de violencia ininterrumpida contra todo un pueblo continúa. Mientras escribo estas líneas, he recibido la noticia de que toda la aldea de al-Daba', en el área de Qalqilya, en Cisjordania, está a punto de ser borrada por 60 toneladas de bulldozers israelíes de fabricación estadounidense: 250 palestinos perderán sus 42 casas, 700 dunums de tierra agrícola, una mezquita, y una escuela elemental que alberga a 132 escolares. Naciones Unidas está presente sin intervenir viendo que sus resoluciones se incumplen cada hora que pasa. Típicamente, ay, George Bush se identifica con Sharon y no con el chico palestino de 16 años que utilizan los soldados israelíes como escudo humano.
Mientras tanto, la Autoridad Palestina (AP) ofrece una vuelta a la negociación de la paz y, presumiblemente, a Oslo. Habiéndose quemado durante diez años por primera vez, Arafat parece que quiere, inexplicablemente, volver a lanzarse a lo mismo. Sus fieles lugartenientes hacen declaraciones y escriben artículos de opinión en la prensa, sugiriendo su disposición a aceptar cualquier cosa más o menos. Pero de manera singular, la gran mayoría de ese pueblo heroico parece determinado a seguir adelante, sin paz y sin respiro, sangrando, pasando hambre, muriendo día a día. Tienen demasiada dignidad y confianza en la justicia de su causa como para someterse vergonzosamente a Israel, como sus dirigentes han hecho. ¿Qué puede ser más desalentador para la media de la gente de Gaza que sigue resistiendo a la ocupación israelí que ver a sus líderes arrodillados como suplicantes ante EEUU?
Ante este completo panorama de desolación, lo que captan los ojos es la amarga pasividad y la impotencia del mundo árabe en su totalidad. El gobierno de EEUU y sus servidores emiten declaración tras declaración de propósitos, desplazan tropas y material, transportan tanques y destructores, pero los árabes individual y colectivamente apenas pueden reunir un suave negativa (a lo sumo dicen: no, no pueden ustedes usar las bases militares de nuestro territorio) para dar marcha atrás pocos días después.
Silencio e impotencia
La mayor potencia de la historia está apunto de lanzar -y reitera incansablemente sus intenciones de lanzarla- una guerra contra un país árabe soberano ahora gobernado por un régimen horrible, una guerra cuyo claro propósito es, no solo destruir al régimen ba'ath, sino redibujar la región en su totalidad. El Pentágono no ha ocultado que sus planes son re-diseñar el mapa de todo el mundo árabe, quizá cambiando otros regímenes y muchas fronteras en el proceso. Nadie pude protegerse del cataclismo cuando llega (si llega, que no es todavía una certeza absoluta). Y sin embargo, solo hay un largo silencio seguido de una vaga queja de correcta seriedad por respuesta. Después de todo, los afectados serán millones de personas. EEUU planifica con desprecio su futuro sin consultarles. ¿Nos merecemos estas burlas racistas?
Esto no es solo inaceptable: es imposible de creer. ¿Cómo puede una región de casi 300 millones de árabes esperar pasivamente a que caigan los golpes sin intentar un grito colectivo de resistencia y sin que se oiga la proclamación de una posición alternativa?, ¿será disuelto por completo el mundo árabe? Incluso un prisionero a punto de ser ejecutado tiene normalmente algunas últimas palabras que pronunciar. ¿Por qué no se produce ahora un último testimonio de una era de la Historia, de una civilización a punto de ser aplastada y transformada completamente, de una sociedad que a pesar de sus retrocesos y debilidades sigue no obstante funcionando? Los bebés árabes nacen cada hora, los niños van a la escuela, los hombres y las mujeres se casan y trabajan y tienen hijos, juegan y ríen y comen; se entristecen, enferman y mueren. Hay en el mundo árabe amor y compañerismo, amistad y emociones. Si, los árabes están reprimidos y mal gobernados, terriblemente mal gobernados, pero se las arreglan para seguir adelante en la empresa de vivir a pesar de todo. Este es el hecho que tanto los dirigentes árabes como EEUU simplemente ignoran cuando lanzan gestos vacíos a la denominada "calle árabe" inventada por mediocres orientalistas.
¿Pero quién se hace ahora preguntas existencialistas sobre nuestro futuro como pueblo? La labor no puede dejarse a una cacofonía de fanáticos religiosos y sumisos, borregos fatalistas. Aunque este parece ser el caso. Los gobiernos árabes no, la mayoría de los países árabes de arriba abajo– se respaldan en sus asientos y simplemente esperan mientras EEUU adopta una actitud, organiza, amenaza y envía más soldados y F-16 para repartir el golpe. El silencio es ensordecedor.
Años de sacrificio y lucha, de huesos rotos en cientos de prisiones y cámaras de tortura desde el Atlántico hasta el Golfo, familias destruidas, pobreza infinita y sufrimiento. Enormes y caros ejércitos. ¿Para qué?
Esto no es una cuestión partidista, o de ideología o de ficción: es una cuestión de lo que el gran teólogo Paul Tillich solía llamar extrema seriedad. La tecnología, la modernización y ciertamente la globalización no son la respuesta a lo que nos amenaza ahora como pueblos. Tenemos en nuestra tradición un cuerpo entero de tratados laicos y religiosos que tratan de comienzos y finales, de vida y muerte, de amor y cólera, de sociedad e historia. Está allí, pero ninguna voz, ningún individuo de visión amplia y autoridad moral parece capaz ahora de utilizarlo y llamar su atención. Estamos a las puertas de una catástrofe que nuestros dirigentes políticos, morales y religiosos solo pueden denunciar un poquito mientras, detrás de susurros y guiños y puertas cerradas, hacen planes para aguantar la tormenta de algún modo. Piensan en la supervivencia y quizá en el cielo. Pero ¿quien se encarga del presente, de lo mundano, de la tierra, del agua, del aire y de las vidas que dependen unas de las otras para existir? Nadie parece estar al cargo. Hay una maravillosa expresión coloquial en inglés que con mucha precisión e ironía capta nuestra inaceptable impotencia, nuestra pasividad e incapacidad para ayudarnos a nosotros mismos ahora que nuestra fuerza es más necesaria. La expresión es: "el último que salga, que apague la luz". Estamos tan cerca de un cataclismo de tal envergadura que muy poco quedará de pié tras su paso, y ni siquiera dejará nada que registrar, excepto el último mandato que ruega por la extinción.
¿No ha llegado el momento de que colectivamente exijamos e intentemos formular una alternativa genuinamente árabe al naufragio que está a punto de hundir nuestro mundo? Esto no es solo una cuestión trivial de "cambio de régimen", aunque Dios sabe que no nos iría mal un poco de eso. Por supuesto, no puede ser un retorno a Oslo, ni otra oferta a Israel para que, por favor, acepte nuestra existencia y nos deje vivir en paz, ni otra inaudible súplica de clemencia humillante y servil. ¿Nadie va a salir a la luz del día para expresar una visión de nuestro futuro que no esté basada en un guión escrito por Donald Rumself y Paul Wolfowitz, esos dos símbolos de poder vacante y desmesurada arrogancia? Espero que alguien me escuche…
*Edward W. Said, árabe nacido en Jerusalén en 1935, es ensayista y profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Columbia (Nueva York). Al Ahram Weekly, núm. 621, 16-21 de enero de 2003 Traducción: Loles Oliván, CSCAweb (www.nodo50.org/csca)
Autor:
Aida A.
[1] Ver Anexo I. Definiciones del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
[2] Ver Anexo II. Conflicto entre Nación y Religión en los judíos del siglo XIX.
[3] Escrito en su libro Drishat Zion (en busca de Sión).
[4] Ver Anexo III. Declaración Balfour.
[5] Ver Anexo IV. Mapa de Palestina durante el mandato británico.
[6] Ver Anexo V. Extracto de la Resolución 181 de las Naciones Unidas. 1947
[7] Ver Anexo VI. Mapas de la Partición de Palestina.
[8] Ver Anexo VII. Armisticio de 1949.
[9] Ver Anexo VIII. Mapa de Israel tras la guerra de 1967.
[10] Ver Anexo IX. Yaser Arafat en las Naciones Unidas.
[11] Ver Anexo X. Acuerdos de Oslo.
[12] Ver Anexo XII. Breve nota sobre el origen de la Intifada de Al-Aqsa.
[13] Ver Anexo XIII. El movimiento de la Intifada.
[14] Ver Anexo XVI. Israel y Palestina después del 11-S, por Alain Gresh
[15] Ver Anexo XIII. Artículos a favor y en contra del muro de Cisjordania
[16] Ver el Anexo XIV. Fundamentos del binacionalismo.
[17] Concepto creado por el autor de Galilea Antón Shamas.
[18] Alain Dieckhoff. Ver el Anexo XV. Textos sobre la perspectiva binacional
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