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Signos de los tiempos en la Gaudium et Spes (página 2)


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“Estas dolorosas comprobaciones nos recuerdan el deber de la vigilancia y mantienen despierto el sentido de las responsabilidad… preferimos reafirmar roda nuestra confianza en nuestro Salvador, que no se ha ido del mundo, por él redimido. Al contrario, haciendo nuestra la recomendación de Jesús de que sepamos distinguir los signos de los tiempos (Mt. 16, 4), creemos columbrar en medio de tantas tinieblas, no pocos indicios que nos hacen concebir buenas esperanzas sobre la suerte de la Iglesia y de la humanidad.”

(Juan XXIII. Humanae Salutis. 25.12.63)

Aunque las relaciones de la Iglesia con las realidades espacio – temporales, eran de vital importancia para Juan XXIII, el papel pastoral de la Iglesia, en aquel momento, no significaba mucho para el mundo y sus diversas problemáticas. En ese sentido, y como respuesta esperanzadora para la Iglesia y la humanidad, el documento conciliar “Gaudium et Spes”, representará una absoluta novedad para la historia de los concilios ecuménicos; comenzando por el hecho de que por primera vez un documento conciliar se dirige no sólo a los hijos de la Iglesia y cuantos invocan el nombre de Cristo, sino a todos los hombres (GS 2). Tomar como destinatarios a los cristianos no católicos habría sido un paso inesperadamente nuevo, pero ir más allá de las fronteras del cristianismo significaba un giro ecuménico nuevo y transformante.

La Gaudium et Spes aparecerá, en el contexto del Concilio Vaticano II, como una Constitución de carácter pastoral que buscará clarificar la actitud y respuesta pastoral de la Iglesia en el mundo contemporáneo. Gaudium et Spes abordará el concepto de los “signos de los tiempos” como aquellos acontecimientos de la sociedad moderna de la época más relevantes y que nos plantean no sólo un mundo en proceso de cambios acelerados en todos los ámbitos del desarrollo humano (la ciencia y tecnología, la familia, la cultura, la sociedad, la economía, la política, la paz, etc.), sino también anuncios de esperanza para un cambio y compromiso posible en los seres humanos y la construcción de una mejor sociedad.

El concepto “signo de los tiempos” no se presentará como una salida a las diversas problemáticas actuales, ni tampoco el documento pretenderá ser un recetario de soluciones a los distintos desafíos del mundo moderno. Los “signos de los tiempos” serán abordados por la Gaudium et Spes como preguntas que plantea el mundo actual, a las que hay que buscar respuestas a la luz del evangelio, y que nos ayudan a tener un mejor acercamiento a los designios profundos del corazón de Dios. Esta expresión novedosa para la teología trajo consigo un proceso de renovación teológica para la Iglesia, que se verá reflejado en el período postconciliar, particularmente en la reflexión eclesial de la Iglesia latinoamericana con el aporte novedoso del pobre como “signo de los tiempos”

La expresión “signos de los tiempos” en la Gaudiumet Spes, implica, por lo tanto, un cambio y una nueva mentalidad en la concepción de las realidades humano – temporales y el rol de la Iglesia frente a éstas. Esto permitirá abordar los acontecimientos humanos como un punto o lugar de encuentro entre Dios y el hombre, entre lo humano y lo divino, lo inmanente y lo trascendente, lo natural y lo sobrenatural; y poder afirmar que los “signos de los tiempos” son todas aquellas situaciones, experiencias, acontecimientos, personas, etc, que fungen como mediaciones, en donde Dios se manifiesta al ser humano.

Los “signos de los tiempos” reclaman su sentido e importancia, desde una lectura de fe, como medios humanos de la manifestación y presencia de Dios en las categorías espacio – temporales.

Determinar, por lo tanto, cuáles son esos “signos”, en el planteamiento de la Gaudium et Spes; su significado, vigencia y actualidad, porqué el Concilio los aborda y cómo los aborda; es de imprescindible importancia para una adecuada interpretación, discernimiento y estudio de los medios humanos actuales a través de los cuales Dios sigue revelándose de manera dinámica al ser humano, y poder, además, clarificar el papel pastoral de la Iglesia ante esta realidad.

Es por ello que a través del presente trabajo se pretende investigar qué se entiende por “signos de los tiempos” en el documento Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II. Y al responder a esta pregunta, se pretende conocer también el sentido aplicado a este término en el contexto del Concilio Vaticano II, concretamente en su convocatoria, en el documento mismo de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual y el desarrollo postconciliar de estas enseñanzas. Esto permitirá concluir en algunas implicaciones actuales para la teología y la Iglesia, sobretodo latinoamericana, el significado e importancia de esta expresión para la reflexión teológica en general y el papel de la Iglesia frente a estos signos.

La investigación presente está dividida en tres partes fundamentales enlazadas entre sí, que conducen la reflexión hacia el estudio del documento conciliar. Primeramente se pretende abordar el origen y fundamento bíblico, histórico y teológico del concepto “signo de los tiempos”. El fundamento bíblico se concreta en la expresión evangélica “signo de los tiempos”, el contexto histórico, su sentido bíblico – teológico. El fundamento histórico de la expresión “signos de los tiempos” parte primero del concepto “lugar teológico” expresado por los teólogos en la Edad Media y Moderna, entre ellos Melchor Cano (1479 – 1560), para plantear luego la evolución de este concepto en la teología sistemática, en la reflexión de la Iglesia y su quehacer pastoral hasta enlazarlo al Concilio Vaticano II y sus aplicaciones en Latinoamérica, donde se palpa la evolución teológica de esta expresión. Y el fundamento teológico que se basa en las características principales de los “signos de los tiempos” y los principales criterios de interpretación y discernimiento.

En segundo lugar, se describe qué se entiende por “signos de los tiempos”, en el contexto del Concilio Vaticano II y el documento conciliar Gaudium et Spes. En el contexto del Concilio, se explica cuál era el sentido de la expresión en la época en que fue escrito el documento conciliar y las motivaciones socio-políticas que influyeron de alguna manera. En el documento Gaudium et Spes, se aborda ampliamente el sentido de la expresión en cada uno de los temas que trata la constitución.

Por último, se describe una síntesis de toda la investigación elaborada. Se analiza la importancia de esta expresión y del documento Gaudium et Spes, la reflexión eclesial que hace América Latina sobre el concepto “signos de los tiempos” en los pobres, y algunas implicaciones actuales para la reflexión teológica, la Iglesia y el mundo sobre esta expresión.

Gaudium et Spes, representa por tanto, una novedad para la teología de la Iglesia y su quehacer pastoral, puesto que será el documento que abrirá las puertas de la Iglesia al diálogo con todos aquellos movimientos, situaciones y procesos de cambio (signo de los tiempos) que está viviendo la sociedad moderna, y preparará el panorama o la plataforma para una urgente respuesta pastoral a estas nuevas situaciones.

MARCO TEÓRICO

CAPÍTULO I:

Fundamento bíblico, histórico y teológico de los “signos de los tiempos”

Se presentan algunos elementos básicos del concepto “signos de los tiempos”, desde la perspectiva bíblica, histórica y teológica, con el fin de lograr una ubicación contextual y teórica del tema, antes de su profundización en el Concilio Vaticano II, concretamente en el documento de la Gaudium et Spes.

1.1 – Fundamento bíblico: La expresión “Signos de los tiempos” en los evangelios.

Conocer el sentido evangélico de los “signos de los tiempos” es de gran importancia en el proceso de su estudio e investigación, ya que el creyente tiene necesidad de escrutar constantemente el mundo en que vive, a la luz de iluminación bíblica – teológica, para poder comprender ante todo las expresiones positivas o negativas que se dan en él y verificar las orientaciones que asume, para poder, así, influir en él con la fuerza provocadora del evangelio.

El “Diccionario Teológico Enciclopédico” de la Editorial Verbo Divino[1], sobre los “signos de los tiempos” nos dice que “son todos los acontecimientos históricos que logran crear un consenso universal y que permiten la comprensión de las etapas fundamentales de la historia de la humanidad”

Esta expresión aparece por primera vez en Mateo 16, 1 – 4 (Lc. 12, 54 – 56) donde Jesús invita a la perspicacia y a la atención constante al Reino de Dios. Encontramos aquí la referencia bíblica. Los fariseos y saduceos piden a Jesús señales para comprobar que el Reino ha llegado. Jesús se niega a satisfacerlo porque basta con ver los signos (palabras y obras salvíficas) que él ha realizado, para enterarse que los tiempos están cambiando, así como basta para saber que se avecina un cambio metereológico con los cambios atmosféricos.

Los fariseos y saduceos de forma racionalista exigen un signo celeste como legitimación de quien se presenta como Mesías. Jesús responde con un juego ingenioso. Los signos atmosféricos naturales del cielo los interpretan sin dificultad; los signos terrestres, las coyunturas decisivas de la historia no las saben Interpretar. Eso que en Jesús están patentes. Pues que se atengan al signo definitivo de Jonás (muerte y resurrección)

Analizando las figuras y personajes utilizados en este capítulo, se puede encontrar el sentido bíblico aplicado a los “signos” y señales de los tiempos. Por ejemplo, los “fariseos y saduceos”, representan una extraña combinación de dos partidos hostiles. Los saduceos ya habían dejado de existir en los tiempos de mateo, por lo que los dos hombres juntos simbolizan el liderazgo judío en oposición a Jesús. El “buen tiempo” representa el discernimiento agrícola sobre el clima, el cual debería ser un modelo para el discernimiento sobre la acción de Dios en la historia a través de su agente Jesús. Los “signos de los tiempos” representan los indicios de la voluntad de Dios en cada época, a los cuales, deben estar atentos los creyentes. El dicho es una invitación a la hermenéutica de la historia y un desafío permanente para la Iglesia.

En Mt. 16, 3 se puede identificar el contexto histórico y político en el que Jesús se mueve y enuncia la expresión “signos de los tiempos”. El contexto es la lucha de las autoridades contra Jesús. Las autoridades esperan la llegada de un Mesías que les confirme en el poder y en sus privilegios. Jesús denuncia que estas autoridades no saben reconocer los “signos de los tiempos”. ¿De qué tiempos se trata?. De los tiempos mesiánicos.

Jesús anuncia la llegada del reino de Dios. Los “signos de los tiempos” muestran que el tiempo de los dirigentes, y todo su sistema religioso, ha acabado. No hay espacio ya para ese sistema que ellos quieren mantener porque les asegura el poder.

Jesús conoció dos tiempos radicalmente opuestos. El tiempo del sistema religioso dominante y el tiempo del reino de Dios. Para Jesús, los tiempos nuevos no son el fin del mundo. Los tiempos nuevos son los tiempos que nos separan del fin del mundo y en los cuales el camino de Jesús sustituye a la ley que las autoridades convirtieron en poder y privilegio.

Marcos 13, 1 – 23 enumera las señales a partir de las cuales creía el judaísmo tardío que se podía predecir el fin del mundo. Las guerras, terremotos y hambres son considerados como los gemidos, que cómo un parto, introducen el fin del mundo. Este capítulo constituye el más difícil del libro de Marcos, el llamado discurso escatológico. Difícil porque habla de sucesos futuros apenas conocidos en su desenvolvimiento. Difícil porque se refiere a tiempos de crisis, confusos por su naturaleza y porque emplea imágenes y un lenguaje ya marcado por las alusiones enigmáticas. Pero Jesús advierte frente a estos cálculos humanos que sólo Dios conoce el tiempo y la hora. Las señales sólo indican que el mundo va de mal en peor y que un día terminará tanta maldad.

En este “discurso final” Jesús predice la destrucción del templo, se narran una serie de acontecimientos que son futuros desde la perspectiva de Jesús pero, al menos en parte, actuales para la comunidad marcana (13, 5-13). Posteriormente describe la gran tribulación (13, 14-23). Los especialistas han asumido que tras Mc. 13 habría un breve Apocalipsis judío o judeocristiano que fue redactado y ampliado por Marcos o uno de sus predecesores y colocado en boca de Jesús (aunque pueda contener algunos dichos originales).

Dada la diversidad de teorías expuestas sobre el origen y desarrollo del texto, lo mejor es afrontarlo tal y como ahora se encuentra y tratar de analizar qué pudo sugerirle a la comunidad marcana. Con este discurso, Marcos quería disminuir el miedo escatológico e inculcar la resistencia paciente ante los cataclismos cósmicos y las persecuciones. Advierte sobre la necesidad de la persecución y del sufrimiento, al tiempo que da fuerzas a la comunidad para que afronte los horrores que el futuro pueda deparar con la firme convicción de que el culmen de la historia humana los constituye la llegada del hijo del hombre y del reino de Dios.

Así mismo, del Mesías se esperaba una señal infalible del cielo que lo confirmara como un enviado de Dios. En Marcos 8, 12 Jesús rechaza la petición de los fariseos que reclaman esta señal de credibilidad. Su “signo de los tiempos” es el establecimiento del reino de Dios, cuya presencia será anunciada a su vez por señales hechas por Jesús. El mensaje en este pasaje bíblico confirma que quien cierra de antemano su fe a una conversión, está igualmente ciego a estas señales. Para entenderlas se exige una fe abierta, que espera un Mesías tal como Dios lo envía y no tal como los criterios humanos lo esperan, en el caso del pueblo de Israel, un libertador político.

En Mateo 11, 5 presenta cómo los hechos poderosos y la predicación de Jesús son las señales que, unidas, muestran la presencia del reino de Dios. Hechos, palabras, testimonio, la vida de Jesús, se complementan mutuamente para constituirse en signo. Aunque no aparece la expresión “signo de los tiempos” las obras salvíficas de Jesús se constituyen como tales.

En algunas comunidades primitivas preocupó la cuestión sobre el puesto de Juan el Bautista respecto a Jesús. Juan hace la pregunta para que sus discípulos reciban la respuesta. La pregunta es nada menos que sobre el Mesías esperado, “el que ha de venir” (Mal. 3,1) Jesús responde primero sobre su persona y misión, apuntando a los milagros realizados, en los que resuena un eco de profecías del Antiguo Testamento (Is. 35, 5-6; 61,1) En otros términos, el cumplimiento de las profecías mesiánicas confirma su misión. La bienaventuranza, vuelta en forma positiva, felicita a quien lo recibe como Mesías. Tropezar es sentirse defraudado por él y no reconocerlo como Mesías. Este mensaje es dirigido en primer término para los judíos y en segunda instancia para los paganos convertidos.

Este sentido bíblico, en sus diversas facetas y expresiones, se ha ampliado para significar que por los “signos de los tiempos” podemos conocer la voluntad de Dios que se ha revelado y sigue revelándose a través de los acontecimientos históricos para poder responderle.

1.2 – Fundamento Histórico.

1.2.1 – El concepto “lugar teológico”: antecedentes históricos.

Melchor Cano, teólogo católico de la época renacentista (1479 – 1560), es el primero en presentar la doctrina de los lugares teológicos de una forma sistemática, en el contexto de la Reforma, como una confrontación contra Martín Lutero, buscando respuestas sobre las verdaderas fuentes de la revelación. Para Cano, los lugares teológicos se constituyen en campos de documentación en los que el teólogo descubre la evidencia en apoyo de doctrinas que deben articularse y fundamentarse o en refutar doctrinas rechazadas como heterodoxas.

Por lo tanto, en la teología católica se entenderá como lugares teológicos, las fuentes del conocimiento teológico, Es decir, los sitios de donde el teólogo católico obtendrá el material necesario para sostener las doctrinas que deben aceptarse y rechazar las que deben refutarse. Tradicionalmente estas fuentes han sido la Escritura, la Tradición, el Magisterio, etc.

Anteriormente a M. Cano, Sto. Tomás de Aquino (1225 – 1274), en el contexto del medioevo, había señalado algunas fuentes teológicas entre las cuales, figuraba como principal e importante, la Sagrada Escritura, como fuente material y concreta de la revelación de Dios en el contexto de la Iglesia. Dicho estudio será enriquecido con el aporte de Melchor Cano (1479 – 1560) con su tratado de los “locis theologicis”. El gran aporte y novedad de Cano, será considerar la historia humana como lugar teológico.

A continuación un recuadro que ilustra muy bien la jerarquía de los diferentes lugares teológicos en la mentalidad de Tomás de Aquino y Melchor Cano:

Hoy se ha ampliado esta expresión aplicándola no sólo a las fuentes del conocimiento teológico, sino a todos aquellos lugares, situaciones, experiencias, acontecimientos en donde Dios se manifiesta al ser humano, constituyéndose en puntos de encuentro entre Dios y el hombre. De hecho, en nuestro actual siglo XXI, pueden identificarse acontecimientos relevantes que constituyen “signos de los tiempos” y que nos indican que la historia humana sigue evolucionando y que la presencia de Dios sigue vigente en esos signos. Sobre este punto se profundizará un poco más en el apartado 3.3 de esta investigación. Es importante señalar que el planteamiento de Santo Tomás de Aquino, no pierde relevancia teológica ante el surgimiento de nuevos lugares teológicos, es decir, la Sagrada Escritura sigue siendo fuente principal del conocimiento teológico, y todos los nuevos lugares teológicos han de ser iluminados, interpretados y comprendidos a la luz de ésta, para una adecuada interpretación de la voluntad de Dios.

1.2.2 – “Signos de los tiempos”, como lugares teológicos: hacia nuevos matices.

Durante mucho tiempo, la Sagrada Escritura, fuente primaria y principal de la revelación, fue considerada como lugar teológico por excelencia, y le seguía la Tradición de la Iglesia. Cabe recordar aquí que para la Iglesia y la teología actual, tanto la Tradición, como el Magisterio no están por encima ni a la par de la Sagrada Escritura, sino a su servicio, para garantizar la fiel transmisión y comprensión de la revelación.

Pues bien, con el aporte nuevo de M. Cano sobre la “historia humana” como un lugar más de la manifestación de Dios, se abrieron nuevos horizontes en el estudio de la teología que conllevaron una apertura hacia nuevos temas, nuevas realidades que poco a poco fueron atrayendo la atención de la doctrina de la Iglesia en su evolución y desarrollo histórico, desde la doctrina medieval – con Trento – hasta la contemporánea – con el Vaticano II – que será cuando se enriquezca con una nueva perspectiva y lectura de la manifestación de Dios en la realidad. Es importante recalcar que todos estos nuevos “lugares teológicos” son importantes, siempre y cuando estén iluminados por la Sagrada Escritura. La Escritura y la Tradición no pierden su valor e importancia como fuentes de la teología.

Por tanto, en el contexto del Concilio Vaticano II, fue cuando se rescató y se incorporó a la teología contemporánea la expresión “signos de los tiempos”, ya utilizada por Jesús y expresada en los evangelios, pero actualizada en el magisterio por el Papa Juan XXIII que fue quien convocó al mismo Concilio. El Papa expresa lo siguiente:

“Siguiendo la recomendación de Jesús cuando nos exhorta a distinguir claramente los signos de los tiempos (Mt. 16, 3), nos creemos vislumbrar, en medio de tantas tinieblas, no pocos indicios que nos hacen concebir esperanzas de tiempos mejores para la Iglesia y la humanidad” (Humanae Salutis 25.12.61).

En este contexto el concepto “lugar teológico” adquirió otro matiz, permitiendo ser ampliada su definición a otras realidades y situaciones del mundo, que abarcan problemáticas actuales de las sociedades modernas y el nuevo hombre contemporáneo. Esta ampliación del concepto lugar teológico, y la concepción de los “signos de los tiempos” como nuevos lugares teológicos representó en este contexto la novedad doctrinal de la teología moderna, potenciada por el Concilio Vaticano II.

El período post – conciliar, la teología y la doctrina del Magisterio seguirán aprovechando como recurso de su reflexión esta expresión, lo que permitió, no sólo su consolidación como tema fundamental del quehacer teológico, sino su maduración hacia nuevas tendencias y realidades.

Pablo VI, por ejemplo, quiso que los “signos de los tiempos” fuese un tema clave en su magisterio: “Lo seguiremos recordando como estímulo para la siempre renaciente vitalidad de la Iglesia, para su siempre vigilante capacidad de estudiar los signos de los tiempos y para su siempre joven agilidad de probarlo todo y apropiarse de lo que es bueno (cf. 1 Tim. 5.21) siempre y en todas las partes” (Ecclesiam Suam 06.08.64).

La evolución del concepto “signo de los tiempos” llegó a desarrollarse de forma tan amplia que para la Iglesia se constituyó en un fenómeno, que, a causa de su generalización y gran frecuencia, caracteriza una época y expresa las necesidades y aspiraciones más profundas de la humanidad presente, a las que la Iglesia tiene el deber de acompañar, interpretar y ofrecer posibles respuestas. Por consiguiente, el creyente debe esforzarse en interpretar teológicamente los rasgos del mundo actual para escuchar a través de ellos la voz de Dios, ya sea para aprobarlos o denunciarlos.

Estas aspiraciones y anhelos profundos de la humanidad fueron tomando forma en diferentes ambientes y contextos, respondiendo a diferentes procesos históricos. De esta manera, aparecieron en algunos sectores de la Iglesia, posturas, impulsos, movimientos algunos más de vanguardia que otros, y algunos acompañados por ciertas tendencias hasta ideológicas, que no hacían más que reflejar la vigencia y actualidad del tema.

En ese sentido y relacionado con las aspiraciones de las diferentes realidades de cada comunidad cristiana en el mundo, aparece el tema de los “pobres” como un “signo de los tiempos” de vital importancia para la Iglesia. El tema de los pobres es connatural a la identidad de la Iglesia y más aún del cristianismo, desde los orígenes de las primitivas comunidades cristianas, que ya concebían al pobre como destinatario de su misión. La opción por el pobre es inherente a la misión de la Iglesia.

El tema de los pobres ocupa un lugar privilegiado en la interpretación de los nuevos lugares. Dios se manifiesta de forma inmanente, desde su realidad trascendental, en realidades concretas y humanas, siendo el hombre mismo, un medio de manifestación fundamental. Para la fe cristiana, los pobres, constituyen un lugar teológico fundamental.

Dios apuesta por los pobres y sencillos, como nos lo presenta el Antiguo Testamento en la relación del pueblo de Israel con Yavé. Siendo su naturaleza el amor, se ha de manifestar hacia los excluidos y los débiles. El pobre no es un lugar teológico en el sentido teofánico de una teología victoriosa (teologia gloriae”), sino en el sentido de una teología de la cruz.[2] Nos lo confirmaba ya Pablo en su carta los corintios:

El lenguaje de la cruz no deja de ser locura para los que se pierden… Dios ha elegido lo que el mundo tiene por necio, con el fin de avergonzar a los sabios; y ha escondido lo que el mundo tiene por débil, para avergonzar a los fuertes” (Cf. 1 Cor. 1, 18-30).

La teología de la cruz no tiene nada que ver con la práctica del sacrificio, la abnegación o la ascética, sino que tiene que ver simplemente con el conocimiento de Dios. Sostiene que al verdadero Dios, no se le conoce por la vía epifánica de la demostración racional, sino que sólo se le reconoce por la vía inesperada de la escucha obediente, de lo sencillo, lo débil, lo humano, lo pequeño.

Es preciso reconocer que ante la verdad teológica de una manifestación de Dios en lo sencillo y lo débil, no tiene cabida el afán de un conocimiento curioso, racional y orgulloso de Dios, en realidades sobrenaturales, magnánimas y portentosas, que van a dar siempre a un ídolo. Se ha de afirmar, por tanto, que la teología de la cruz no es un camino único, pero sí un criterio negativo permanente para el conocimiento de Dios.

Negativo en el sentido que define a Dios como lo totalmente opuesto a los criterios y esquemas del hombre. El pobre no es un lugar teológico porque “convence” o “hace ver”, sino porque “desinstala”, “hace creer” y “obedecer”. Es decir, la persona concreta del pobre, es un signo de la manifestación del designio amoroso de Dios por los más débiles, no porque sea la forma teológica más racional y lógica de conocer a Dios, sino porque es una realidad que cuestiona, rompe esquemas, denuncia estructuras, contradice falsos argumentos y desestabiliza el “statu quo” de los poderosos de este mundo. Y Dios, se manifiesta en esta denuncia profética realizada en el pobre.

Esta fue la denuncia profética de Jesús de Nazareth, contra las autoridades judías de su época, que sirviéndose de un sistema religioso – político sometían al pueblo de Israel, para asegurar su instalación y comodidad política. Este es el Dios que predicó Jesús, un Dios que se hace presente y real en el sufrimiento humano y hace de este lugar teológico un signo y anuncio de esperanza y salvación. En Jesús mismo se cumple por excelencia la teología de la cruz con el sacrificio mismo del calvario. La cristología (misterio de Cristo) explicará cómo este misterio de la redención rompe los esquemas mesiánicos del pueblo de Israel que esperando un Mesías victorioso y triunfador desde las armas, la imposición, la política y el poder; se topan con un Mesías que salva desde el dolor, el fracaso, el sufrimiento y la muerte.

Los pobres son un lugar teológico porque llevan a cabo la destrucción de muchos falsos “lugares teológicos” que son inconsistentes y con los que el hombre se enreda. Entender al pobre como lugar teológico, puede ayudarnos a romper nuestros mecanismos de defensa ante Dios.

Pueden crearle a la Iglesia una sacudida ante sus posturas y comportamientos clericales y jerárquicos. Posturas y posiciones que no responden a las necesidades pastorales de una Iglesia “Pueblo de Dios” que hoy necesita con urgencia el modelo eclesial de una vivencia de Iglesia de comunión; necesidad pastoral que se constituye en sí misma un “signo de nuestro tiempo”.

De hecho, la posición clerical no es coherente con el modelo y espíritu de las comunidades cristianas primitivas, que respondían a los preceptos evangélicos de la autoridad entendida como servicio (Cf. Mc. 9, 35) ni mucho menos coherente con el evangelio y mensaje del Jesús histórico, que invita a anunciar y vivir el mensaje del reino y la buena nueva, conviviendo, compartiendo “de dos en dos”, en comunidad (Mc. 6,7)

Los pobres pueden llevarnos a la destrucción de las falsificaciones idolátricas. Sobre esto, el evangelio de Juan nos lo confirma, cuando denuncia el falso lugar en que están instalados los judíos o fariseos (el imperio romano) y que les garantiza su carácter de beneficiados. Este falso lugar les impide reconocer a Dios, ya sea en el paralítico que camina, o en el pueblo que se alimenta, o en el ciego que recobra la luz, o hasta en el muerto que vuelve a la vida.

El elemento revelador no está, pues, en la entidad del pobre, sino en lo que a través del pobre me dice y me comunica Dios, que al revelarse, escoge lo débil del mundo para confundir a lo fuerte.

Esta reflexión del pobre como “signo de los tiempos” terminará siendo producto de la maduración y evolución de este concepto en el período post-conciliar, concretamente en América Latina, donde la reflexión teológica, pastoral y doctrinal de la Iglesia en esta región, enfatizará como matiz particular al pobre, como un “signo de los tiempos” urgente y actual. Esta reflexión eclesiológica latinoamericana sobre el pobre se seguirá desarrollando más ampliamente en el capítulo tercero de esta investigación, en el apartado 3.2 sobre la respuesta de la Iglesia latinoamericana a la reflexión de los “signos de los tiempos”

1.3 – Fundamento Teológico.

Podemos afirmar que todo “signo de los tiempos”, interpretado como acontecimiento o señal por medio de la cual Dios se manifiesta al ser humano, es un lugar teológico, en el sentido, de que se convierte en un punto o lugar de encuentro entre Dios y el hombre, entre los trascendente y lo inmanente, lo teológico y lo antropológico, lo divino y lo humano.

Dios es Señor de la historia. La historia no es ajena o externa a Dios, no es el escenario donde actúa o el ropaje con el que se viste pasajeramente. Dios es afectado por la historia positivamente o negativamente, glorificado o afrentado. Esto significa que los seres humanos, están llamados a responderle a Dios en la historia, contribuyendo a su señorío (reino de Dios). Dios nos confía el sentido de la historia y lo pone en nuestras manos.[3]

Dios se ha revelado a la historia a través de su hijo Jesucristo, punto culmen de la revelación. Cristo es la recapitulación de la historia, que la hace avanzar hacia su consumación. La reconciliación de los hombres con Dios ya iniciada, aspira a encontrar en Cristo una dimensión cada vez más espacio – temporal. (Rom. 8, 8; Col 1, 15 – 20; LG 6, 4.5; GS 39.2). En Cristo Dios ha dado a conocer lo que es él en sí mismo, su realidad trascendente a su presencia inmanente. Pero Dios continúa presente en la historia, porque es un Dios dinámico, no estático. Dios sigue interpelando la historia y acompaña a la humanidad en su recorrido por la existencia terrena. No existe divorcio entre la historia humana y la historia de salvación, sino que se integran una con la otra para responder al plan de Dios.

Dios se comunica a través de muchos canales y medios, no se reduce a la Sagrada Escritura, sino también a través del Espíritu, que se hace manifiesto en cualquier realidad humana (signos y manifestaciones de todos los tiempos).

El Espíritu de Dios, que se revela a la humanidad, lo hace normalmente a través de medios humanos, naturales, concretos, visibles y tangibles, para adecuarse a nuestras categorías espacio –temporales, sin perder el misterio y simbolismo que le hace ser “signo” de una realidad escondida o un significado encerrado, como la definición de los sacramentos, signos visibles de una realidad invisible.

Este mismo Espíritu de Dios, suscita en el hombre mismo las luces y los dones pertinentes para una adecuada interpretación de ese signo y de la voluntad o designio de Dios, oculto en el mismo. La Iglesia, entendida en toda su extensión como pueblo de Dios, pero también y particularmente desde su magisterio, tiene la capacidad y potestad dada por Dios para interpretar o al menos aproximarse a una lectura de fe de estos signos, como lo expresa la Gaudium et Spes:

“Para cumplir esta misión es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas” (GS. 4).

1.3.1 –Criterios de interpretación y características de los “signos de los tiempos”.

Los “signos de los tiempos” requieren una lectura competente y precisa, ya que marcan etapas importantes de la historia de la humanidad y, por consiguiente de la historia de la salvación. Con esta intención, la Iglesia pide ayuda a los hombres de su tiempo, creyentes y no creyentes, para que le hagan comprender las verdaderas esperanzas y expectativas de la humanidad.

A través de los “signos de los tiempos” es más fácil tener una visión de la historia y del hombre; en efecto, esos signos indican que en cada uno de los hombres existen gérmenes de vida que mueven hacia un cambio positivo y tienden hacia un fin común.

La iglesia está llamada a desarrollar plenamente su actividad profética. Leyendo los signos, ella se compromete, ya que está llamada a recordar el juicio de Dios sobre estos acontecimientos. La Iglesia está llamada a escrutar los “signos de los tiempos”; esto le permite situarse en el mundo con la atención de quien sabe anticipar el futuro, pero velando siempre sobre el presente.[4] La finalidad de la interpretación de los “signos de los tiempos” la indica el Concilio.

“Para que (la Iglesia) pueda responder en modo acomodado a cada generación, a los perennes interrogantes del hombre sobre el sentido de la vida presente y de la futura y sobre su mutua relación” (GS. 4)

El Concilio habla de la necesidad de comprender y conocer el mundo en que vivimos, sus aspiraciones, esperanzas y el dramatismo que con frecuencia lo caracteriza. Es así como hechos históricos humanos se convierten en signos de la voluntad divina. El signo es signo en cuanto significa, en cuanto quiere decir algo.

Los cristianos en virtud de la vigilancia, tienen la tarea de crear nuevos signos, para que se haga cada vez más evidente la victoria sobre el bien y el mal. No debe caerse en la inflación del uso de la expresión “signos de los tiempos”, sino que debe utilizarse para hechos que constituyan realmente historia.

Siempre que se proponen los “signos de los tiempos”, éstos necesitan un real discernimiento para verificar si son verdaderamente “signos para nuestro tiempo”. El discernimiento debería llevarse a cabo recordando que afectan a todos los hombres, tanto creyentes como no creyentes.

¿Cómo sabremos interpretarlos, leer en ellos la voluntad de Dios sobre nosotros, el significado que quiere Dios que leamos en ellos? Será necesario, por tanto, que para que los tiempos puedan ser signos de la voluntad de Dios sobre los hombres, se encuentre el modo de leer esos acontecimientos, poniendo en relación tales situaciones, en si mismas cambiantes y fluidas con los deseos de Dios. Sólo así podrá encontrar en ellos, el discerniente, la voluntad divina de que actúe en un determinado sentido.

Sólo una intuición religiosa profunda, en sintonía con los designios de Dios sobre la humanidad, será capaz de descubrir más allá de la superficie de la historia y de los movimientos de moda, las exigencias profundas de la acción del Espíritu.

Algunos problemas que plantea la interpretación de los “signos de los tiempos” tocan la cuestión de que el significado del signo depende de la voluntad del que lo pone con intención de significar algo y la inteligencia de ese significado depende de la capacidad de interpretar el signo en el que lo recibe. Las mismas cosas o situaciones son leídas con interpretaciones muy diferentes según la mentalidad de quien las capta e interpreta.

La percepción es selectiva, según la experiencia y cultura de quien la tiene. La interpretación que puede dar cada uno depende mucho del concepto general que se tenga del hombre, de sus deseos, pasiones, tendencias políticas.

La relación positiva o negativa de los hechos o deseos más extendidos en la época con el designio divino sólo podrá captarla quien conoce este último. Es por ello que se presentan a continuación algunos criterios de análisis que pueden ayudar a definir los “signos de los tiempos”. Estos criterios descritos son planteados por Ángel García Zamorano, catedrático del curso de teología fundamental[5]:

a) Interpretados a la luz de la Palabra de Dios, Tradición y Magisterio.

Tener en cuenta la Palabra de Dios, como punto de referencia y marco de orientación fundamental. Para que este discernimiento tenga cierta garantía es necesario la relación o conexión con la revelación fundacional. Hay que juzgar su sentido y orientación en relación a los planes que Dios tiene para la humanidad. Cualquier búsqueda de la presencia de Dios o revelación, no puede prescindir, de forma particular, del hecho – Jesús, que es la definitiva autocomunicación de Dios y referencia imprescindible para todo discernimiento teológico. Desvelar los signos a la luz de la Palabra de Dios, nos puede llevar a ver en ellos la oportunidad salvadora de Dios.

También la Tradición y el Magisterio de la Iglesia deben servir como fuentes imprescindibles de consulta para un adecuado discernimiento de los “signos de los tiempos”. La Tradición y el Magisterio deben estar al servicio de la Sagrada Escritura, fuente primera de la revelación, pero estrechamente ligadas entre sí para garantizar un mismo fin, preservar el depósito de todo lo revelado. Sobre esto, la Constitución Dogmática Dei Verbum, sobre la divina revelación, del Concilio Vaticano II expresa lo siguiente:

“La Tradición y la Escritura están estrechamente unidas y compenetradas; manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin. La Tradición recibe la Palabra de Dios encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores, para que ellos iluminados por el Espíritu de verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente a su predicación …” (DV. 9).

“La Tradición y la Escritura constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia… El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo. Pero el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio… Así, pues, la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia…están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros…” (DV. 10).

b) Conocimiento profundo de la realidad y época actual.

El conocimiento profundo de la realidad es lo que da autoridad a todo discernimiento sobre la presencia de Dios en ella y tener sensibilidad e intuición a lo que en ella hay de extraordinario.

Generalmente, se referirán a acontecimientos históricos colectivos, que engloban a todo un ciclo de la vida colectiva y se presentan como una serie de deseos, denuncias en contra del “orden establecido”, entiéndase aquí “orden establecido” como aquellas estructuras sociales implantadas por el hombre mismo, que no permiten el desarrollo humano pleno de una mayoría oprimida por una minoría beneficiada por estas estructuras, puesto que están pensadas o establecidas en función de los intereses y necesidades de este sector.

El conocimiento de esta realidad humana, con fundamento científico, estadístico, informativo, etc., es imprescindible para una adecuada comprensión e interpretación de todo “signo de nuestro tiempo”.

c) Interpretación de la presencia de Dios como una cuestionante y no como solución.

Lo que se rastrea como presencia de Dios son cuestiones y no soluciones, muchas veces. Más que respuestas, los signos dejan preguntas que lleven a otras preguntas. Y en la búsqueda de la respuesta y la verdad, podremos descubrir la voluntad divina. Dios provoca a la acción, a la libertad del hombre. Supongamos que el hambre en el mundo es un “signo de los tiempos”. Se puede leer como el Dios interpelante. ¿Qué haces por tu hermano? Es un Dios que no da solución, pero que invita a la libertad del hombre.

d) Discernimiento comunitario – eclesial.

Hacer el análisis en diálogo con los demás. Es la dimensión comunitaria y fraternal que impide ser monopolizador de la verdad y exige humildad en el servicio a esa verdad de la que nadie es propietario. Toda la Iglesia en su dimensión de “Pueblo de Dios” está invitada y capacitada a discernir los signos, gracias al soplo del Espíritu. Ese discernimiento es oficializado por el Magisterio de la Iglesia.

e) Expresan riesgo en dos niveles:

e.1) En su lectura: Los signos son ambiguos por ser la “frontera” de lo humano y lo divino. Entre lo sobrenatural y lo terreno, lo sociopolítico, económico, etc.

e.2) En su respuesta práctica: Los “signos de los tiempos” invitan a la praxis, es decir, a abandonar la pasividad y actuar para hacer crecer los valores humanos. Se corre el riesgo de que las respuesta dada a los signos esté contaminada de intereses particulares de la fuente de interpretación, sean ideológicos, doctrinales, sociológicos, etc. Los signos deben caracterizarse por la capacidad del cambio, es decir, que ayuden a modificar la sociedad de acuerdo al plan de Dios.

f) Búsqueda del bien común y la construcción del reino de Dios.

Las conclusiones obtenidas de una adecuada interpretación y lectura de los “signos de los tiempos” deben favorecer la búsqueda del bien común y por consiguiente la construcción del reino de Dios. Una edificación que se ha de reflejar en los valores mismos del reino que encierran y a los que llaman los “signos de los tiempos”: fraternidad, solidaridad, ecumenismo, sensibilidad social y ecológica, justicia, amor, paz, etc.

Los tiempos se convierten en signos de una llamada divina a la conversión. Quien discierne se sentirá llamado a abordar y comunicarse salvíficamente con su mundo. Los “signos de los tiempos” son así ocasión e instrumento de llamada divina tanto en el plano personal como en el social o eclesial. Cada persona puede advertir, precisamente en la historia y sus acontecimientos y aspiraciones profundas, la llamada de Dios a asimilar determinadas actitudes evangélicas.

CAPÍTULO II:

La expresión “signos de los tiempos” en el Concilio Vaticano II

Se presenta el sentido de “signos de los tiempos” en la reflexión teológica, del Vaticano II y el contexto desarrollado a partir de éste. Se aborda el significado de la expresión “signo de los tiempos” utilizada por primera vez por Juan XIII en algunos de sus escritos, por ejemplo el documento “Pacem in Terris” (11. 04) como una nueva forma de interpretación de las manifestaciones de Dios en las mediaciones humanas, particularmente la historia.

Se aborda ampliamente el sentido de la expresión “signos de los tiempos” en el documento conciliar “Gaudium et Spes” desde el análisis de sus dos capítulos, títulos y subtítulos. Este análisis toma como punto de partida tres posibles planteamientos: ¿Qué se entiende por “signos de los tiempos”? Descripción de posibles “signos de los tiempos, según el documento y ¿Qué respuesta, postura o actitud ofrece la Iglesia ante la realidad analizada?

2.1 – La expresión “signos de los tiempos” en los inicios del Concilio Vaticano II: ubicación contextual.

En el apartado 1.2.1 que trata sobre el fundamento histórico de la reflexión teológica sobre los “signos de los tiempos”, se especifican los nuevos matices hacia donde se están dirigiendo las nuevas interpretaciones de los “signos de los tiempos” actuales. En ese desarrollo histórico del concepto, se presenta un acercamiento a la evolución y maduración de la expresión “signo de los tiempos” en el contexto de la teología contemporánea, específicamente la reflexión teológica nacida tras el Concilio Vaticano II. Siguiendo con este análisis evolutivo de este concepto, hasta su abordaje en Gaudium et Spes, se presenta a continuación, un análisis más profundo y detenido de esta expresión en el contexto previo a la convocatoria del Concilio.

2.1.1 – Expresión “signos de los tiempos”, según Juan XXIII.

La relación de la Iglesia con el mundo, estaba en el corazón de las preocupaciones de Juan XXIII, quien lanza un llamamiento a la paz entre los hombres. Introduce la idea de que era preciso leer los “signos de los tiempos”, es decir, que a pesar del pesimismo sobre el mundo contemporáneo que se expresaba en sus primeros discursos, había que saber discernir la acción del Espíritu Santo en la evolución de la historia. Esta noción de los “signos de los tiempos”, constituyó, lo esencial de la “Pacem in Terris” en 1963. Pero realmente introducida y actualizada en la Bula “Humanae Salutis”, mediante la cual convocó al Concilio. El Papa hizo innumerables declaraciones sobre el Concilio, en las que expuso la importancia del Concilio en su momento histórico, y para dar realce a la importancia de esta convocatoria se sirvió de la noción “signos de los tiempos”, es decir, los acontecimientos más relevantes de la sociedad moderna que la Iglesia tiene el deber de saber discernir e interpretar y que lo pide el mismo Dios.

El Papa consideraba que el mundo moderno había experimentado y seguía experimentando tales cambios que bien podría decirse que estaban en el umbral de una nueva era. Estas transformaciones trajeron consigo grandes ventajas tecnológicas y también grandes peligros, sobre todo la amenaza de la pérdida del sentido de lo espiritual, pues el progreso moral del hombre no había seguido el ritmo de su progreso material, muchas veces al margen de Dios.

El Papa muestra haber sido muy consciente de los pro y los contra de la modernidad, pero lo que lo distinguió considerablemente de muchos de sus predecesores fue el espíritu de fe y confianza con que encaró esta situación. Previno repetidamente contra la exageración de los males, como si el Espíritu hubiera abandonado al mundo. Esta confianza fue reducida por muchos a un optimismo innato, pero está claro que las raíces de esta actitud papal están en su fe y que esta fe justificó la necesidad de una Iglesia que no se desentienda del ritmo de los tiempos y que sepa discernir los signos.

Juan XXIII y el Concilio Vaticano II interpretarán los “signos de los tiempos” en dos sentidos diferentes, que no siempre se distinguen bien. La relación entre estos dos sentidos sigue siendo indefinida. Los “signos de los tiempos” hacen referencia en primer lugar a acontecimientos y situaciones de la sociedad occidental contemporánea, es decir, a los cambios operados en la sociedad. En segundo lugar, se encuentra la referencia bíblica de Mt. 16,4, analizada más arriba, y que hace referencia a los signos escatológicos, o signos de la presencia del reino de Dios en este mundo. Es decir, por un lado se conciben los signos, como acontecimientos sociales o procesos históricos de la realidad espacio – temporal, producto de las decisiones realizadas por el protagonismo del hombre. Por otro lado, la expresión bíblica los concibe como signos “escatológicos” que puestos en boca de Jesús, reflejan la teología empleada de las primeras comunidades para hablar de la presencia del reino de Dios.

Tanto los textos como los discursos del Papa tienden a asociar ambos sentidos, como si los cambios de la sociedad tuvieran un sentido escatológico. ¿Cómo fue posible la asociación de los dos sentidos, es decir, reconocer en los cambios sociales los signos del reino de Dios?

En aquel momento esto no constituyó un problema. La distancia entre las dos concepciones pasó desapercibida. Sin embargo, hoy representa un problema ante la nueva interpretación religiosa que reclama la sociedad moderna de los nuevos movimientos y acontecimientos. En aquella época los “signos de los tiempos” se interpretaron en el sentido de que la Iglesia debía abandonar el sueño de la cristiandad y adaptarse a la nueva sociedad.

Esto conllevó que la noción de signo adoptara varios significados. Primeramente el sentido de alarma, advertencia, es decir, llamar la atención, mostrar la presencia de una realidad no percibida.

En los discursos del Papa sobre la cuestión se utiliza en este sentido. Los signos son situaciones, hechos, estructuras que piden un cambio en el mundo, cambio que se debe tener en cuenta, porque podría entrañar un peligro; esta nueva realidad exige respuesta. Por tanto, la introducción de la noción de signo supone de forma implícita que la Iglesia puede cambiar y que los cambios del mundo pueden justificar cambios en el seno de la Iglesia. La idea que predominaba era que la Iglesia permanecía inmutable e insensible ante los cambios del mundo, que se debía encerrar en sí misma y no contaminarse.

¿Cuáles fueron esos “signos de los tiempos”? ¿Qué fue lo que constituyó una alarma, un llamado a prestar atención e incluso cambio de rumbo? El signo es que la Iglesia ha perdido el liderazgo de la cristiandad y que la sociedad moderna ha dejado de someterse a la Iglesia. El segundo sentido, los “signos de los tiempos”, indican el camino que hay que seguir. Este es el sentido que daba Juan XXIII, puesto que para él en el mundo actual había elementos positivos. Los cambios sociales no eran puramente negativos. Era preciso mirar al mundo con más optimismo, lo cual significaba para él mayor objetividad.

Si consideramos los “signos de los tiempos” en el sentido evangélico, es decir, en el sentido escatológico, en todas las épocas se manifiestan los “signos de los tiempos”, o lo que es lo mismo, los signos de la gran transformación del mundo en el reino de Dios. Es necesario recordar los “signos de los tiempos” en todas las épocas, y procurar interpretarlos para saber qué hacer en el momento actual para que se realicen los tiempos anunciados por Jesús. Esos signos no son exclusivos de la modernidad, puesto que están presentes a lo largo de toda historia.

Parece que Juan XXIII utilizó la expresión “signo de los tiempos” en este sentido evangélico o escatológico al afirmar que había llegado el tiempo de la misericordia y no el de las condenas, y al afirmar que las formas culturales, el revestimiento cultural, debía adaptarse a la nueva cultura del mundo.

¿Querría decir quizá el Papa que había momentos que era preciso condenar y momentos en los que se debía mantener una nueva cultura? A primera vista, su discurso podría insinuarlo, pero está claro que no pensaba así. No aprobaba los métodos de condena en ningún caso. El evangelio no permitía justificar la inquisición. El evangelio no establece en ningún momento que haya que permanecer en una cultura fija, pese a que ello signifique formar una contracultura dentro de la sociedad.

¿Qué es lo que pensaba el Papa? Opinaba que los tiempos de cambio brindaban a la Iglesia la posibilidad de volver a vivir el evangelio. Quiso decir que debía aprovecharse el momento de inseguridad y vacilación, ese momento en el que la Iglesia no estaba segura de seguir el camino correcto, para recordar el evangelio de Jesús, que es de misericordia y servicio a los hombres, no de imposición. Pero es evidente que como Papa no podía expresarse en estos términos, pues sería afirmar que durante mucho tiempo, la Iglesia no había seguido el camino de Jesús.

Así lo quiso decir, que había llegado el momento de volver al evangelio de Jesús. Quiso dar a entender que hay momentos en los que aparecen resquicios que permiten cambios y que el evangelio debe aprovechar esos momentos. Hay momentos en los que la institución eclesiástica puede estar más orientada por el evangelio. Sabía que no siempre era posible, pero consideraba que en ese momento se abría una posible entrada para el evangelio.

2.1.2 – Noción del concepto en la preparación y desarrollo del Concilio.

La intención del Concilio al utilizar la expresión “signos de los tiempos” era reconocer la existencia de la historia humana y que la Iglesia forma parte de la historia. Los tiempos de la cristiandad ya han pasado y es tiempo de que la Iglesia se abra a la modernidad. Durante mucho tiempo la Iglesia había condenado la modernidad, ahora ha llegado el momento de reconocer la realidad.

Existe un nuevo mundo al que la Iglesia no debe pretender orientar según sus esquemas. Por tanto, la introducción del concepto “signo de los tiempos” supone de que la Iglesia debe cambiar y que los cambios del mundo pueden justificar esos cambios en el interior de la Iglesia, rompiendo con la idea predominante de que la Iglesia permanece inmutable e insensible ante los cambios del mundo y que debe permanecer encerrada en si misma, distanciándose de lo profano.

Siguiendo la línea de Juan XXIII, el Concilio procuró reconocer los elementos positivos de la modernidad. Tuvo en cuenta los cambios del mundo moderno y juzgó de forma favorable sus proyectos. A este respecto será la Constitución Gaudium et Spes la que enumerará los cambios de la modernidad, no como una exposición científica o sociológica, sino como una presentación de los aspectos más visibles, sin pretensión científica alguna.

El sentido fundamental de los “signos de los tiempos” en los demás textos conciliares es que los signos son el mundo actual, el mundo moderno, la nueva situación del mundo, el conjunto de los fenómenos del mundo actual con sus conquistas y sus problemas. Los signos se presentan como si fuesen hechos objetivos de un mundo situado fuera de la Iglesia que pudieran considerarse como objetivo.

2.2 – La noción “signos de los tiempos” en el contexto y proceso de elaboración de la Gaudiumet Spes.

Para abordar la noción que se tiene del concepto “signo de los tiempos” en el documento conciliar Gaudium et Spes, para la teología y la Iglesia, es preciso aproximarse al momento histórico concreto de su elaboración, previo a su desarrollo y su aplicación pastoral post – conciliar. Aproximarse al contexto de su elaboración permitirá comprender aquellas motivaciones reales e históricas, sociales, políticas e ideológicas que fungen como plataforma de su redacción. Es decir, la relación entre el texto y el contexto permitirá conocer la base desde la que se escribe el documento y por consiguiente una comprensión más completa de la noción que se tiene del concepto “signo de los tiempos” en este documento.

En la historia de la humanidad, los contextos históricos – sociales, siempre han influido en su literatura, pensamiento, expresión y comunicación. Para Gaudium et Spes, esta influencia no es una excepción. En el análisis presentado a continuación, se podrá identificar cómo el contexto determinó, en gran parte, sobre la inclinación pastoral de los redactores y autores del documento y, por consiguiente, en sus postulados y conclusiones doctrinales respecto de la realidad vivida en la sociedad contemporánea de una Europa postmoderna para el Concilio.

Si partimos de la premisa de que los “signos de los tiempos” constituyen precisamente el contexto histórico en el que estos mismos se desarrollan, se afirma entonces la conclusión de que fueron precisamente los “signos de los tiempos” de la Europa del Concilio los motivos por los cuales se escribió Gaudium et Spes, como una reflexión acerca de estas realidades y situaciones que preocupan e interrogan al hombre moderno; y por tanto, interesan a la actividad pastoral y reflexión teológica de la Iglesia; y que llevan al documento a ofrecer si no algunas respuestas, por lo menos esperanzas y nuevas perspectivas de lectura e Interpretación de estos signos.

2.2.1 – Contexto del documento Gaudium et Spes: condición de la sociedad y del hombre moderno.

La situación del hombre moderno en el contexto del Concilio y de la elaboración del documento Gaudium et Spes está determinada por profundos y rápidos cambios, provocados por su misma inteligencia y que reinciden sobre el hombre mismo. El mismo documento conciliar enumerará algunos cambios de la modernidad, no como una exposición científica o sociológica, sino como un elenco de los aspectos más visibles, sin pretensión científica alguna: ciencia y racionalidad científica, desarrollo económico, transformación social, derechos humanos, todo desde una óptica optimista que corresponde a la visión predominante del mundo: la democracia cristiana de la época.

Gaudium et Spes es un documento redactado en el contexto de una sociedad europea que está dividida ideológicamente en dos polos políticos opuestos; el capitalismo de los países occidentales y el socialismo de los países del centro y oriente de Europa (es preciso recordar el contexto mundial histórico en ese momento, la Guerra Fría, la división de Alemania, etc.) En este contexto político, es cuando algunos movimientos, posturas políticas y países de la sociedad europea de la época, empiezan a valorar como necesario y urgente y a reconocer las bondades de un proceso político democrático, que no representa una novedad, pero que permite el anhelado protagonismo ciudadano individual de los miembros de una sociedad y disminuye la centralización de las estructuras del Estado sobre los ciudadanos, tal como lo practicaba el modelo soviético de la época.

Se trataba, entonces, de la aceptación de los ideales liberales y de la democracia, de la propuesta del Estado de bienestar, es decir, un capitalismo atenuado por las leyes sociales impuestas por una mayoría social demócrata y democratacristiana en Europa. Estaba claro que ese era el modelo que se quería difundir en los países atrasados que no habían llegado a ese punto.

Europa habla en este momento de "democracia" y en medio de ese contexto, algunos sectores de la Iglesia, no del grupo de los conservadores; simpatizan con estas ideas; afirman la necesidad de una apertura de la Iglesia a los fenómenos cambiantes de la sociedad del momento (signo de los tiempos), tanto políticos como sociales, y de la necesidad no sólo de una adaptación de la Iglesia al contexto moderno, sino también una posible reforma hacia adentro de la Iglesia misma.

Sin embargo esta segunda intención representaba una moción débil ante un modelo eclesial clerical mantenido desde siglos atrás.

Cabe hacer la aclaración aquí, que el grupo que promovía estas ideas de adaptación a los movimientos cambiantes de la sociedad moderna era una minoría significativa, respecto del gran “gheto” religioso de los conservadores y tradicionales que querían mantener las estructuras establecidas hasta el momento. De hecho, la sola noción de “democracia” no simpatiza, aún actualmente, a la jerarquía de la Iglesia, sobre todo si se trata de cambios internos; porque representa un modelo que no se compagina con las estructuras de la Iglesia católica. Estructuras que ni el mismo Concilio Vaticano II ha podido replantear del todo. Estructuras que conciben difícil la sola idea de abrirse comunitaria y democráticamente, puesto que pesa sobre sus hombros una estructura monárquica medieval de obediencia ya obsoleta.

En aquella época la noción que se tenía de los “signos de los tiempos” estaba muy ligada al espíritu de la noción de Juan XXIII. Los “signos de los tiempos” fueron interpretados como un momento de aviso y advertencia para el papel de la Iglesia en el mundo moderno, en el sentido de que la Iglesia debía abandonar el sueño de la cristiandad instaurada desde siglos atrás y adaptarse a la nueva sociedad.[6]

Como se comenta más arriba, al utilizar la expresión “signos de los tiempos”, el Concilio quería reconocer que la Iglesia forma parte de la historia, y que la Iglesia debía abrirse a la modernidad. Durante siglos, la Iglesia condenó la modernidad, pues ahora era el momento de reconocer la realidad y abrirse a la existencia de un mundo nuevo.

Todo lo mencionado reflejaba el sentir de los líderes del episcopado “progresista” de la Europa occidental. Era en esa sociedad en la que la Iglesia estaba perdiendo poder, pero la mayoría del Concilio no admitía explícita o implícitamente que el problema radicaba en la falta de adaptación de la Iglesia a esa situación de modernidad. Por eso, esta situación del mundo occidental constituía un signo de que algo no andaba bien en la Iglesia y que la solución vendría de una mejor adaptación a la sociedad moderna, reconociendo muchos de sus valores.

“Para cumplir esta tarea, corresponde a la Iglesia el deber permanente de escrutar a fondo los signos de los tempos e interpretarlos a luz del Evangelio, de forma que… pueda responder a los perennes interrogantes de los hombres…” (GS. 4).

Para los conservadores todos los problemas venían del mundo, y por ello había que luchar contra el mundo actual. Como argumento, esgrimían que las dificultades de la Iglesia se producían justamente en los países que habían aceptado la modernidad, pero allí donde la Iglesia se mantuvo fiel a la cristiandad – como en España y Portugal – casi todas las personas respetaban aún todos los mandamientos de la Iglesia católica. Sin embargo, aún con esto, el grupo de avanzada consideraba que el mal estaba en la Iglesia, que no se había adaptado. Según estos, el mundo moderno, que provoca problemas a la Iglesia, era un signo de alarma, y era un signo que indicaba el rumbo que se debía adoptar: abrazar los valores de la modernidad y colaborar con ella.

Por tanto, algunos obispos conciliares llevaron esta moción al Concilio. Y es en este contexto que se inicia el proceso de elaboración del documento conciliar Gaudium et Spes, que vendrá a exponer cuáles son esos signos más urgentes que experimenta el hombre moderno y la sociedad contemporánea y cuál es la postura y el papel de la Iglesia ante estos.

“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo… La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia” (GS. 1).

2.2.2 – Proceso de elaboración de la Gaudium et Spes: diálogo entre la Iglesia y mundo moderno, como signo de urgencia pastoral.

La constitución pastoral Gaudium et Spes representa una absoluta novedad en la historia de los concilios ecuménicos, puesto que por primera vez, un documento conciliar se dirige a todos los hombres, no sólo a los miembros de la Iglesia. Este diálogo no estaba previsto en los esquemas elaborados por las comisiones preparatorias del Concilio, pero ya había intenciones y atisbos, en las alocuciones y documentos de Juan XXIII, en las que el Papa invita a discernir, siguiendo las indicaciones del mismo Jesús, los “signos de los tiempos”. Pero es claro que estos atisbos, en sí certeros, no pasaron durante la primera fase a ser operativos, sino que permanecían a nivel de reflexión y teoría.

Setenta fueron los textos propuestos en la etapa preparatoria del Concilio, pero por la similitud de muchos, se redujo a dieciséis. La GS es uno de estos textos surgidos sobre la marcha de las tareas conciliares. La decisión de elaborar una Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual y de atribuirle un punto central en el proyecto global del Concilio, encuentra su punto de partida en la intervención del cardenal Suenens el 4 de diciembre de 1962. Fue el primero en referirse a la conveniencia de un esquema que tratara de las relaciones de la Iglesia con el mundo. Los cardenales Montini y Lercaro abundaron en las mismas ideas y el Concilio las acogió complacido. La Comisión teológica y la Comisión sobre el apostolado de los seglares serían las encargadas de elaborar un nuevo esquema.

Fueron importantes los argumentos que se presentaron para apoyar el esquema y su temática de apertura al mundo moderno y sus signos. Se enfatizó que era preciso ser consciente de que una parte del mundo quería la presencia de la Iglesia y otra no. Había que evitar una mentalidad eclesiástica y clerical, para poder asegurar un diálogo con el mundo.

Finalmente, la Constitución Gaudium et Spes fue aprobada solemnemente el 7 de diciembre de 1965. El texto aparece como “Constitución Pastoral”, dicho adjetivo pretende afirmar la actitud de la Iglesia ante el mundo y los hombres contemporáneos. La necesidad de un diálogo entre la Iglesia y la sociedad afloró como urgencia pastoral, desde las intervenciones de Juan XXIII, las intervenciones de los padres conciliares hasta la elaboración del documento. Fue como el eje transversal a lo largo del proceso de elaboración del documento.

2.3 – La expresión “signos de los tiempos” en la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual. (Gaudium et Spes).

La expresión “signos de los tiempos” será abordada en la constitución pastoral Gaudium et Spes como el conocimiento y comprensión del mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el dramatismo que con frecuencia le caracteriza.

Estas aspiraciones y dramatismos de la sociedad contemporánea no pueden ser ajenas ya a la Iglesia, que se constituye en sí misma como una institución o comunidad conformada por seres humanos, miembros de dicha sociedad moderna.

“El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestros tiempo, sobretodo de los pobres y los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo… por ello, (la Iglesia) se siente verdadera e íntimamente solidara del género humano y de su historia” (GS. 1).

Es por ello que el Concilio Vaticano II y particularmente este documento, plantearán la novedad de la apertura y destinación de su contenido, por primera vez, no sólo a los miembros de la Iglesia, sino a todo el género humano.

“Por consiguiente, el Concilio Vaticano II… se dirige sin vacilación no sólo a los hijos de la Iglesia y cuantos invocan el nombre de Cristo, sino a todos los hombres, deseando exponer a todos cómo entiende la presencia y la acción de la Iglesia en el mundo actual” (GS. 2).

La GS planteará la urgencia pastoral de una apertura y comunicación entre la Iglesia y el mundo moderno, que busque la complementariedad mutua desde lo que cada realidad puede ofrecer, tanto el aporte de la modernidad desde las ciencias y la técnica, como el aporte de la Iglesia y el mundo cristiano ofreciendo respuestas a las muchas interrogantes de la humanidad desde la luz del evangelio, y presentando además, motivos de esperanza para una historia humana que es acompañada e interpelada por Dios. La GS constituye un buen ejemplo de esperanza cristiana hacia la transformación del mundo, del cambio de las personas y de las estructuras, empezando por el interior de la Iglesia.

2.3.1 – El tema “signos de los tiempos” en la primera parte de GS: la Iglesia y vocación del hombre.

La GS afirma, recogiendo la enseñanza de la Sagrada Escrit ura, que el ser humano fue creado a imagen de Dios, capaz de conocer y amar a su creador (GS 12). Esta afirmación tan fundamental plantea que la dignidad del ser humano no sólo debe referirse a su origen, al hecho de ser obra del mismo Dios, sino a la vocación inscrita en su capacidad de conocer y amar a Dios y a sus semejantes. Si la defensa de la dignidad humana aparece históricamente como una progresiva conquista de la humanidad, la Iglesia debe estar presente en ese proceso de reivindicación de la dignidad y vocación humana.

2.3.1.1 Signos de la presencia de Dios en la realidad humana: imagen y dignidad del ser humano (Capítulo I).

La Gaudium et Spes ha considerado el fenómeno humano en nuestros días sin tradicionalismos, sin optimismos, de cara a un futuro soñado conforme a nuestros deseos, y también sin conformismo respecto de una imagen prefabricada y hecha familiar para el hombre. La Gaudium et Spes intenta un equilibrio difícil entre una concepción optimista y fácil del hombre y el intento de llevar a la conciencia del cristiano la idea de que el hombre no es un ser ya domesticado, sino que es un ser libre y con mucho potencial, incluso desde el punto de vista de la fe.

Hay por tanto, dos perspectivas en tensión que presenta la Gaudium et Spes: una perspectiva humana de lo que hoy sabemos, como hombres, sobre el hombre, lo que nos dice la cultura, la técnica y la ciencia y que la Iglesia acepta y respeta, y otra perspectiva que es particular de la Iglesia y de la fe cristiana: la humanidad ha sido revelada en Cristo Jesús no como una humanidad cualquiera, sino como una humanidad trascendida.[7] Trascendida en el sentido que el hombre, criatura, imagen e hijo de Dios, está llamado, desde el plan salvífico de Dios, a convertirse y evolucionar a una realidad más plena en el misterio de Cristo, una plenificación que vas más allá de las realidades terrenas, espacio-temporales.

El misterio del hombre, de lo que es él en sí mismo, es esclarecido por la referencia cristológica que nos ofrece la Gaudium et Spes, al afirmarnos que en Cristo el hombre alcanza su mayor plenitud y realización y se define su identidad ontológica más profunda y su llamado divino:

“En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado… Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”.(GS. 22).

La reflexión de la antropología teológica confirma, en este sentido, que el hombre es imagen de Dios, tal como nos lo presenta el Génesis (Cf. Gen. 1) y que siendo Cristo la imagen por excelencia de Dios, el ser humano pleno por antonomasia, los hombres en la medida en que se configuren con la persona de Cristo, alcanzarán su máxima plenitud.

La concepción del ser humano en la Gaudium et Spes no es una reducción humanista del hombre, sino una confrontación entre lo que el hombre sabe hoy de sí mismo y lo que la Iglesia como comunidad humana, sabe del hombre por la revelación de Dios: la noción de un hombre que está llamado a trascender y ser pleno, empezando por su vida terrena, desde sus categorías espacio – temporales. Estas categorías y todas las estructuras humanas creadas por el hombre mismo, deben estar en función y al servicio del hombre. La concepción del ser humano planteada por la Gaudium et Spes, desde el plano de lo humano y de la fe, en el contexto de una sociedad moderna que cree conocer al hombre en profundidad, responder a todas la interrogantes y resolver el misterio de la persona humana; es un “signo” de vital importancia en nuestros tiempos. Esta concepción del ser humano será la base y plataforma desde la que se abordarán los siguientes temas, acontecimientos y/o signos en el mismo documento.

2.3.1.2 Protagonismo social del ser humano y autonomía de las realidades terrenas: (Capítulo II y III).

El ser humano es el protagonista activo de esta sociedad moderna. Capaz de crear, inventar, ordenar, administrar y someter todas las cosas en beneficio de la humanidad con el uso adecuado del ejercicio del bien. El protagonismo del ser humano forma parte del plan de Dios que ha dado al ser humano la fuerza creadora, la conciencia y la libertad.

“…Al ver tus cielos, obra de tus dedos,

la luna y las estrellas que fijaste,

¿Quién es el hombre, para que te acuerdes de él,

el hijo de Adán, para darle poder?

Apenas inferior a los ángeles lo hiciste,

coronándolo de gloria y grandeza;

le entregaste las obras de tus manos,

bajo sus pies has puesto cuanto existe…”

(Sal. 8).

La Iglesia ha de ir descubriendo el plan de Dios en la progresiva revelación de lo que es el hombre, en la dócil atención a los “signos de los tiempos”. No basta la fijación de los principios fundamentales que dirijan el comportamiento social del hombre. El carácter religioso ha de hacerse también compatible con la necesaria autonomía de lo temporal. La Iglesia podrá conocer el plan de Dios en los “signos de nuestros tiempos” solamente si sabe ver la presencia de la energía divina en la evolución de la existencia humana, en el esfuerzo creador del hombre que forma parte del plan de Dios.

En este sentido, la multiplicación de las relaciones humanas, el protagonismo social del hombre mismo y su acción libre y responsable hacia su realización en la historia, es bastante motivo para un proceso de apertura y adaptación de la Iglesia al ritmo de la sociedad moderna, lo cual nos demuestra un signo urgente de nuestro tiempo, de diálogo pastoral de la Iglesia y el mundo moderno.

Es a través de este protagonismo, las relaciones sociales y la autonomía de las realidades terrenas que ha de llegarse a la creación de una verdadera comunidad. El plan de Dios llama e invita al hombre a la construcción de una auténtica fraternidad universal. Esta fraternidad universal y construcción de la convivencia humana, constituye un signo de esperanza para nuestro tiempo. Las relaciones sociales convierten la convivencia humana en verdadera comunidad cuando se parte del mutuo respeto de la dignidad. La comprensión del plan de Dios sobre la vida comunitaria exige partir de lo que es el hombre según la visión que Dios tiene de él; es esto lo que la Iglesia debe ofrecer como punto de partida de su doctrina social.

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