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Signos de los tiempos en la Gaudium et Spes (página 4)


Partes: 1, 2, 3, 4

Muchos consideran que el anhelo constante de los hombres por la paz queda reducido a un bello ideal, y que los esfuerzos permanentes por llegar al desarme son siempre una utopía imposible. El Concilio rechaza esta postura y la fatalidad histórica de la guerra como ley de la humanidad. Su proyecto no es una utopía irrealizable. Parte de la psicología profunda del hombre, de la perspectiva que abre el realismo sereno y cristiano.

El Concilio cree en la paz universal, porque el hombre es capaz de rebelarse contra las servidumbres que sofocan su libertad. Cree en la paz porque los hombres desean conocerse y comprenderse a pesar de que los demagogos y políticos se empeñan en crear lazos de enemistad entre ellos. Cree en la paz, porque los hombres prefieren trabajar juntos y compartir las conquistas y los fracasos de los seres humanos.

CAPÍTULO III:

Síntesis, importancia teológica, respuesta de la Iglesiae implicaciones actuales del tema “signos de los tiempos”

3.1 – Importancia y novedad del concepto “signo de los tiempos” en la Gaudium et Spes para la teología moderna.

Primeramente, para hablar de la expresión “signos de los tiempos”, como novedad aportada en el estudio de la teología, es preciso plantear primero la novedad que representa también el documento de la Gaudium et Spes para la teología, el Concilio Vaticano II y la historia de los documentos conciliares en la Iglesia.

La Constitución pastoral Gaudium et Spes es el más extenso de todos los documentos conciliares y uno de los más importantes. Al Concilio, sin este documento, le haría falta una pieza importante y fundamental para la acción pastoral de la Iglesia.

La Constitución pastoral Gaudium et Spes representa una absoluta novedad en la historia de los concilios ecuménicos, desde varios puntos de vista. Comenzando porque es la primera vez que un documento conciliar se dirige “no sólo a los hijos de la Iglesia y a cuantos invocan el nombre de Cristo, sino a todos los hombres” (GS 2). En todas sus enseñanzas los concilios tenían siempre presentes a los miembros de la Iglesia católica. Por eso, el tomar como destinatarios también a los cristianos no católicos habría sido un paso inesperadamente nuevo.

Este diálogo con el mundo no estaba previsto en los esquemas elaborados por las comisiones en el proceso de elaboración del documento conciliar. Esta omisión resulta sorprendente ya que Juan XXIII en otros documentos que se refieren a la preparación del Concilio manifiesta sus intuiciones en esta dirección. Pero, obviamente, estos atisbos de apertura universal no fueron operativos durante esta fase.

Gaudium et Speses una gran novedad en la historia de la Iglesia, nuevo es su propósito, nuevo es su tema, su nombre también es nuevo, original en su estructura, que se divide en dos partes: doctrinal y pastoral. En la primera parte, expone la doctrina del ser humano, del mundo y de su propia actitud entre ambos. En la segunda parte, presenta diversos aspectos de la vida y de la sociedad actual sobre todo cuestiones y problemas que son más urgentes.

La novedad más fuerte del documento es que Gaudium et Spes quiere anunciar a todos de qué manera el Concilio entiende la presencia y la acción de la Iglesia en el mundo actual. Es decir, la novedad consiste en la toma de posición ante el momento de rechazar el pecado de la cultura nueva. Aquí y ahora es el momento de valorar positivamente y de dialogar con lo bueno del mundo actual.

La Iglesiareconoce cuánto de bueno se encuentra en el actual dinamismo social: sobre todo la evolución hacia la unidad. Adopta e invita a todos sus miembros a adoptar la actitud de recibir todos los aportes buenos y valiosos del mundo moderno, la ciencia, la tecnología, etc.

Muchas veces, se ha intentado minimizar la importancia del Vaticano II llamándolo un Concilio pastoral. Sin embargo, se puede apreciar el alcance de este adjetivo. “Pastoral” quiere decir en este contexto, “revisión” “reforma”: resituar su modo de presencia activa entre los hombres y las sociedades surgidas de la modernidad.

Por otro lado, el tono con que se expresa el documento es nuevo también, un tono dialogante, tolerante y respetuoso, que es la mayor prueba de solidaridad, respeto y amor a toda la familia (GS 2). Pero también Gaudium et Spes es novedad por la referencia a un método propuesto que consiste en escrutar a fondo los “signos de los tiempos”. Gaudium et Spes trata este método con rigor y detenimiento (ver nn. 4, 11 y 44), de manera que no puede afirmarse que se trate de un ornamento o adorno o una intuición a la que se alude como de paso. No. Interpretar los “signos de los tiempos” a la luz del evangelio equivale a afirmar que la iniciativa gratuita, personal e incansable de Dios tiende a manifestarse en las necesidades y en los logros de cada época y aún en cada momento de la historia. Quiere decir que la visibilidad de los acontecimientos de esa historia es también visibilidad del designio salvador de Dios.

De esta manera, la temática expuesta por la Gaudium et Spes (los “signos de los tiempos”) y abordada a lo largo de esta investigación representa también novedad. Anteriormente, los concilios se centraban en el dogma, la moral o la disciplina de la Iglesia, en cambio Gaudium et Spes, pone al ser humano en el centro de las consideraciones. La temática expuesta por la GS se puede resumir en el papel que debe desempeñar la Iglesia en el contexto de un mundo moderno que se caracteriza por un sinnúmero de signos y manifestaciones que anuncian y reclaman con urgencia pastoral cambios en el interior de la Iglesia y progresos en la cultura universal humana.

La atención constante a la historia y la relación del evangelio con ella, hace surgir teológicamente el tema de los “signos de los tiempos”. Esa expresión es antigua en cuanto a su origen evangélico cuyo sentido bíblico se remite a la necesidad que ha de tener el creyente de escrutar constantemente el mundo en que vive para comprender ante todo las expresiones positivas o negativas que se dan en él, para verificar luego las orientaciones que asume y poder plantear soluciones o respuestas con la fuerza provocadora y renovadora del evangelio.

Se deberá a la acción profética de Juan XXIII la recuperación del valor y del significado de esta expresión para la vida de la Iglesia y la reflexión teológica. En el documento de convocatoria del Vaticano II Humanae Salutis, Juan XXIII proponía el optimismo evangélico para saber responder a los momentos de crisis de la Iglesia y de la sociedad con una renovada fuerza espiritual. Esos “signos de nuestro de tiempo” constituyen una herencia y resultado también de su encíclica Pacem in Terris que plantea el valor del progreso universal en la libertad y sobre una justa distribución de los bienes entre los hombres.

Juan XXIII escruta y contempla los “signos de los tiempos”. Su método no es deductivo sino inductivo, habla de lo que ha visto y descubierto, además, su método va más allá, es comparativo, pone los acontecimientos de la actualidad de cara a la revelación cristiana y la tradición doctrinal. La teología de los “signos de los tiempos”, nacida y citada del evangelio y apenas esbozada en la Pacemin Terris, ha sido recogida y sintetizada con toda fuerza por la Gaudium et Spes.

También Pablo VI empleó en su primera encíclica, Eclesial Suam, la expresión. En este texto se advierte que hay que estimular en la Iglesia la atención constantemente vigilante a los “signos de los tiempos” y la apertura continuamente joven que sepa verificarlo todo y quedarse con lo que es bueno.

En varias ocasiones aparece esta terminología en los diversos documentos conciliares, pero es en Gaudium et Spes donde encontró su formulación oficial, considerada como una de las formulaciones más originales del Concilio en su intención pastoral.

La expresión y temática de los “signos de los tiempos” representa en sí misma novedad para la teología moderna y para la reflexión doctrinal de la Iglesia en la sociedad moderna. La evolución de este concepto dentro de la historia de la teología demuestra, por un lado, cómo se han logrado dar grandes pasos en la interpretación de la manifestación de Dios y su voluntad en los diversos acontecimientos y situaciones humanas, tal y cómo se abordó en el fundamento histórico en el capítulo primero de esta investigación; y por otro lado, demuestra también, como evidencia para la fe, la presencia de Dios en la historia del ser humano.

La presencia de un Dios que está vivo y es dinámico, que interpela la historia sin intervenir y estorbar y que no deja solo al ser humano en su evolución y progreso.

Conocer y saber determinar cuáles son esos “signos”, según el planteamiento de la Gaudium et Spes, es de gran vigencia y actualidad; y es de imprescindible importancia para una adecuada interpretación, discernimiento y estudio de los medios humanos actuales, a través de los cuales, Dios sigue revelándose de manera dinámica al ser humano y fungen como lugar de encuentro entre Dios y el ser humano, entre lo antropológico y lo trascendental; y clarificar el papel pastoral de la Iglesia ante esta realidad.

Resumiendo todo el estudio sobre la concepción de los “signos de los tiempos” en el documento conciliar Gaudium et Spes se podría establecer a manera de síntesis una lista de los signos encontrados en la sociedad moderna, según el planteamiento del documento conciliar:

· Cambios profundos y acelerados.

· Tensiones políticas, sociales, económicas, raciales ideológicas.

· Formación del pensamiento, ciencias matemáticas y naturales.

· Sometimiento de la historia a un proceso de aceleración.

· Extensión de la sociedad industrial y la civilización urbana.

· Avance y progreso en los medios de comunicación social.

· Inadaptación de las estructuras, instituciones y leyes heredadas a las nuevas tendencias y formas de pensar.

3.2 – Respuesta de la Iglesia latinoamericana a la reflexión sobre los “signos de los tiempos”.

Esta respuesta de la Iglesia universal a la realidad ineludible de los “signos de los tiempos”, analizada en el testimonio escrito y textual de algunos de los documentos del magisterio y del Concilio Vaticano II, en particular de la Gaudiumet Spes; adquiere un matiz muy particular en cada una de las Iglesias locales y su práctica pastoral a medida que el Concilio y toda su reflexión se van expandiendo y aplicándose pastoralmente. Es decir, en el período post-conciliar, el concepto “signo de los tiempos” seguirá evolucionando y concretándose dentro del estudio de la teología y dentro del ejercicio pastoral y doctrinal de cada comunidad eclesial local.

Es por esto que el concepto “signo de los tiempos” adquirirá peculiaridad y originalidad en la realidad latinoamericana y la reflexión eclesiológica de esta región, respondiendo a la situación propia que viven cada uno de los pueblos que constituyen este continente.

Para la Iglesia latinoamericana es fundamental y decisiva la convicción de que Dios se sigue manifestando en el presente y en la historia de los pueblos. De ahí que se acepte lo que el Concilio llama como “signos de los tiempos” (GS 4 y 11). Para la Iglesia latinoamericana, los “signos de los tiempos” adquieren gran importancia como momentos de verdadera manifestación de Dios, a los cuales hay que atender con absoluta seriedad si se quiere conocer la realidad de Dios. Estos signos se consideran como algo estrictamente teologal y no sólo a un nivel ético o pastoral.

En América Latina, estos signos son los grandes clamores del pueblo o acontecimientos concretos, proliferación de comunidades, movimientos populares o la persecución, aterrizando sobretodo en personas de carne y hueso y no sólo tratándose de situaciones colectivas e impersonales analizadas sociológicamente. Para la Iglesia latinoamericana los pobres serán los nuevos “signos de los tiempos”, tal como se mencionan antes en esta investigación, concretamente en el apartado 1.2.2 del fundamento histórico del capítulo I. El tema de los pobres como “signo” privilegiado de nuestros tiempos en América Latina, confirma la crítica que se le ha hecho muchas veces al Concilio, de que en muchos temas, y en concreto en este de los “signos de los tiempos” se quedó en problemáticas muy europeas o burguesas, sin llegar hasta el fondo de sus consecuencias, tal como fueron abordadas por Medellín y Puebla.

“Estos hechos marcan los desafíos que ha de enfrentar la Iglesia. En ellos se manifiestan los signos de los tiempos, los indicadores del futuro hacia donde va el movimiento de la cultura. La Iglesia debe discernirlos, para poder consolidar los valores y derrocar los ídolos que alientan este proceso histórico” (Puebla No. 420).

La reflexión de Medellín es símbolo de la novedad de la Iglesia latinoamericana. Desde un punto de vista empírico, Medellín ha sido la aplicación más significativa y novedosa del Concilio, aunque en otras partes del mundo el Concilio tuviese repercusiones importantes, Medellín significó una peculiar recepción del Concilio. Lo recibió transformándolo, es decir, no como mera aplicación de un universal a lo concreto, sino haciendo reales sus virtualidades y de esa manera enriqueciéndolo.

El Vaticano II menciona muchos y serios problemas del hombre y de los pueblos, algunos de ellos afirmados por los mismos hombres, otros vistos como problemas desde el punto de vista de la Iglesia, sin embargo aparece un moderado optimismo sobre las posibilidades del hombre moderno. Medellín, por el contrario, ofrece otra visión del mundo latinoamericano:

“Existen muchos estudios sobre la situación del hombre latinoamericano. En todos ellos se describe la miseria que margina a grandes grupos humanos. Esa miseria, como hecho colectivo, es una injusticia que clama al cielo” (Justicia 1). “A todo esto debe agregarse la falta de solidaridad que lleva en el plano individual y social, a cometer verdaderos pecados, cuya cristianización aparece evidente en las estructuras injustas que caracterizan la situación latinoamericana” (Justicia 2).

El Vaticano II fue un concilio en el que la temática, el contexto y la teología subyacente estaban muy determinadas por el primer mundo, más en concreto por Europa. Sin embargo, por la importancia de lo que se trató y el espíritu con que se trató, el Concilio se abrió a una verdadera universalidad y pudo ser recibido creativamente en A.L.

Entre los contenidos más fundamentales y significativos del Vaticano II se encuentra el desarrollo de una nueva eclesiología y visión de los miembros que constituyen la Iglesia. Este aporte novedoso del Concilio fue recibido en América Latina como una oportunidad para revisar sus estructuras de Iglesia y evaluar el lugar que ocupaban los pobres.

El Concilio recalcó la imperiosa necesidad de repensar la ubicación de la Iglesia en el mundo y su responsabilidad ante él y afirmó que la Iglesia no puede abdicar de su necesaria encarnación y responsabilidad en este mundo real. Esto exige para la Iglesia la encarnación histórica entre los gozos y las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo (GS. 4).

La Iglesia sigue manteniendo la responsabilidad de ser medio entre Dios y los hombres y de seguir haciéndolo en la historia concreta actual. De ahí que el Concilio revaloriza la necesidad de discernir los “signos de los tiempos” para encontrar la voluntad de Dios y revaloriza indirectamente la historia como lugar de su manifestación. Esta necesidad de escrutar los “signos de los tiempos” vendrá siendo una herencia teologal para América Latina que tendrá entre sus aplicaciones concretas dar respuesta a dos de los signos más urgentes: la necesidad de una nueva eclesiología y la revolución eclesial de ir a los pobres. Esta verdadera revolución eclesiológica de ponerse al servicio del reino de Dios y no al revés supone la conversión más radical al nivel eclesiológico, exige que la Iglesia se haga mundanal viviendo y actuando sobre la historia.

Estas fundamentales verdades fueron recibidas y apropiadas creativamente en América Latina, porque los contenidos supusieron el fin de una distancia entre la Iglesia y el mundo y la aparición de una brisa de aire fresco que permitía volver a respirar en la Iglesia. Además la profunda verdad de los contenidos fundamentales del evangelio, el método regresivo hasta los orígenes verdaderos del evangelio para lanzar la Iglesia al futuro, traían consigo credibilidad para mostrarlos realmente como verdad. Pero además de los contenidos, fue también el espíritu del Concilio lo que facilitó su recepción. Por tanto, fueron dos motivos los que favorecieron la aplicación de las directrices conciliares, por un lado los contenidos “originales” y que representaban novedad y por otro lado el espíritu del Concilio.

La recepción más creativa del Concilio tuvo como fruto más significativo el movimiento de la Iglesia de los pobres, apenas entrevista en el Vaticano II y sancionada por Medellín y Puebla. Esta concreción del Concilio viene exigida por la propia realidad de un continente mayoritariamente pobre y cristiano.

En dos puntos concretos ha avanzado la Iglesia latinoamericana sobre el Concilio. El primero es el lugar de la actual manifestación de Dios. Puebla insiste en lo concreto de los lugares privilegiados de la presencia de Dios en Jesucristo: en la eucaristía y en la proclamación de su palabra, pero añade con clara precisión: “Ha querido identificarse con ternura especial con los más débiles y pobres” (n. 196). Citando a Mt. 25, se puede afirmar que la omnipresencia de Dios se concreta en el lugar de su más densa presencia revelatoria e histórica: en los pobres.

Puebla dice que los pobres tienen un “potencial evangelizador” (n. 1147). Por el mero hecho histórico de ser pobres, de cargar con una realidad que les acerca a la muerte, manifiestan la protesta de Dios y desenmascaran cualquier pretensión pecaminosa del hombre de forjarse a un Dios según sus intereses. En América Latina la revelación de Dios pasa necesariamente por los pobres.

En la reflexión de Medellín se puede identificar la comprensión que tiene la Iglesia latinoamericana de sí misma. En esta comprensión está la aceptación de la realidad histórica y sociológica del continente: “los pobres”. Sin la aceptación de esa materialidad histórica no habrá nueva comprensión de la Iglesia. Por otra parte, esa materialidad histórica no es aceptada sólo sociológica, sino también teológicamente.

Lo que el Vaticano II dejó sólo esbozado es lo que ha desarrollado la Iglesia latinoamericana. Para profundizar en lo que es y lo que no es la Iglesia de los pobres, se puede afirmar que su fundamento teológico y su finalidad quedan claramente expresados en el siguiente párrafo: la Iglesia de los pobres no es aquella Iglesia que, siendo rica y estableciéndose como tal, se preocupa de los pobres, no es aquella Iglesia que estando afuera del mundo de los pobres, les ofrece generosamente su ayuda.

Es más bien, una Iglesia en la que los pobres son su principal sujeto y su principio de estructuración interna. La Iglesia, siendo ella misma pobre y dedicándose sobre todo fundamentalmente a ellos, podrá ser lo que es y desarrollar su misión de salvación universal. Encarnándose por los pobres, dedicando su vida a ellos y muriendo por ellos.

La identidad y misión de la Iglesia de los pobres, se concibe en primer lugar desde la misión ad extra, pero con tres concreciones importantes. La primera es establecer el destinatario privilegiado e inmediato de la misión de la Iglesia: los pobres. Ellos son los que “ponen a la Iglesia latinoamericana ante un desafío y una misión que no puede evadir y al que debe responder con diligencia y audacia adecuadas a la urgencia de los tiempos” (Medellín, pobreza 7) Y Puebla consagra la “opción preferencial por los pobres”.

“Atenta a los signos de los tiempos, interpretados a la luz del Evangelio y del Magisterio de la Iglesia, toda la comunidad cristiana es llamada a hacerse responsable de las opciones concretas y de su efectiva actuación para responder a las interpelaciones que las cambiantes circunstancias le presentan” (Puebla No. 473).

En esta opción por los pobres a la que invita Puebla, se da una revolución eclesiológica, sólo insinuada en el Concilio a comienzos de la GS. Indudablemente la misión de la Iglesia se dirige a todos, pero desde una parcialidad o preferencialidad. Los pobres por los que hay que optar no son simplemente los hombres comprendidos desde su carencia metafísica, sino los pobres históricos cuyos rostros describe Puebla (cf. 29-39) y hay que optar por ellos por el hecho primario de que son pobres “cualquiera que sea la situación moral o personal en que se encuentran” (Puebla 1142).

Toda la reflexión elaborada por Medellín y Puebla sobre los pobres de América latina, como “signos de los tiempos” por excelencia, en esta época y momento, sostiene la plataforma de diálogo, implantada ya por el Vaticano II, entre la Iglesia y la sociedad moderna, para construir una mejor sociedad, justa y fraterna, en la que se vivan y respeten los valores que promueven la construcción del reino de Dios.

“Sobretodo a partir de Medellín, con clara conciencia de su misión, abierta al diálogo, la Iglesia escruta los signos de los tiempos y está generosamente dispuesta a evangelizar, para contribuir a la construcción de una nueva sociedad, más justa y fraterna, clamorosa exigencia de nuestros pueblos… Así, en este vasto movimiento renovador que inaugura una época, en medio de los recientes desafíos… nos preparamos para llevar con esperanza y fortaleza el mensaje de salvación del evangelio a todos los hombres, preferencialmente a los más pobres y desvalidos”(Puebla No. 12).

El aporte novedoso y concreción del Vaticano II en las conferencias episcopales de América Latina, de Puebla y Medellín, sobre la realidad del continente como “signo de los tiempos”; particularmente el signo urgente del clamor de los pobres; representan por un lado la maduración de la teología a partir del Concilio Vaticano II sobre la evolución del concepto “signo de los tiempos” que llega a concretarse de tal manera que intenta responder a una realidad objetiva y concreta de este continente.

Y por otro lado, se ve manifiesto el impulso de la Iglesia por querer cumplir con su papel y misión en el mundo, respondiendo a las necesidades de cada época y de cada contexto histórico, y las necesidades del hombre moderno en diálogo con la Iglesia, tal como lo ha presentado a lo largo de su reflexión el documento conciliar Gaudium et Spes. Es decir, la reflexión de los pobres como “signo de los tiempos” para América Latina y la concreción de toda la enseñanza doctrinal del Vaticano II, constituyen el intento de respuesta de la Iglesia a estos signos y manifestaciones de Dios en la historia humana.

3.3 – Implicaciones actuales de los “signos de los tiempos”.

Así como la noción “signos de los tiempos” llegó a evolucionar y concretarse en la realidad del continente latinoamericano, con el signo concreto de “los pobres”, se puede afirmar que hoy en día, esta noción sigue y seguirá evolucionando en la reflexión teológica, pastoral y doctrinal de la Iglesia hacia nuevos matices y nuevos signos que abarcan los acontecimientos más relevantes e importantes de nuestro contexto.

Hoy se ha ampliado esta expresión aplicándola a todos aquellos lugares, situaciones, experiencias, acontecimientos, momentos históricos, movimientos, ideologías e incluso personas, en donde Dios se manifiesta al ser humano; le revela sus designios más profundos respecto de su plan de salvación sobre el hombre y le exige una respuesta concreta a su llamado. Estos nuevos signos de la actualidad constituyen un punto de encuentro entre Dios y el ser humano.

En nuestro actual siglo XXI, pueden identificarse acontecimientos relevantes que se constituyen en “signos de los tiempos” y que nos indican que la historia humana está constantemente evolucionando y que la presencia de Dios sigue vigente en la historia de la humanidad. Estos nuevos signos representan una nueva plataforma de motivaciones históricas para nuevos pronunciamientos y reflexiones pastorales y doctrinales de la Iglesia, que pudieran ser temas de discusión e inspiración, para nuevos documentos e incluso nuevos concilios, como ocurrió en su momento con el Concilio Vaticano II y la Constitución Gaudium et Spes. El Espíritu de Dios sigue acompañándonos y suscitando en su Iglesia luces para saber discernir la voluntad de Dios.

Esto nos indica además que el papel y misión de la Iglesia en el mundo postmoderno seguirá teniendo vigencia, importancia y actualidad mientras tenga sentido luchar por la instauración del reino de Dios y los valores del evangelio en medio de realidades terrenas autónomas.

El Vaticano II, concretamente Gaudium et Spes, abordó como signos urgentes de su preocupación pastoral, situaciones muy europeas que respondían a la sociedad moderna de aquella época. Medellín y Puebla, por su lado, aterrizaron el tema en la realidad de los pobres. Pero hoy la situación sugiere un cambio de paradigma. Ciertamente los pobres no dejan de ser “signo” privilegiado, pero es preciso estudiar los nuevos fenómenos de las sociedades postmodernas de este mundo, que afectan también a los mismos pobres. El mundo vive un proceso mundialización que rompe las fronteras de Europa y América Latina. El mundo empieza a vivir una experiencia de comunión o comunicación globalizante, que se abre paso, como lugar privilegiado de encuentro con Dios y como respuesta que integra la unidad y pluralidad entre los seres humanos.

Nuestro principal desafío en el siglo XXI, es el hecho de que estamos galopando hacia la sociedad planetaria. Globalización, interculturalidad, “aldea global”, y otras palabras semejantes que indican desde hace algún tiempo, la evolución social de los últimos 20 años: el crecimiento de un proceso de interacciones, de concentración, de unificación, de complejidad social, en el que casi sin darnos cuenta, nos estamos adentrando y que, progresivamente, abarca a todo el planeta. En él, todo se vuelve más complicado, porque, al haberse multiplicado las conexiones y las ramificaciones entre los componentes del tejido social, cualquier decisión tiene consecuencias de largo alcance, ya no sirven las soluciones sencillas y claras; en él, la palabra clave es la de “interdependencia”: todo depende de todo y todo repercute en todo. Crece exponencialmente el pluralismo. No sólo hay pluralidad de ideas, también de razas, de culturas, de creencias, de sensibilidades. Esta pluralidad ya existía, pero lo nuevo es que las condiciones objetivas obligan a que esta diversidad se coordine, se articule, conviva, se organice. Estamos en la encrucijada de un creciente pluralismo que confluye con una inevitable necesidad de convergencia y coordinación ante el hecho de la interdependencia.

Entre los signos más relevantes de nuestro actual siglo XXI, que podríamos mencionar, a grandes rasgos, se encuentran:

· La proliferación de movimientos migratorios, sobre todo de países del tercer mundo hacia el primer mundo. La mención que hace GS.66 d, puede servir de punto de partida, doctrinal y pastoral, para abordar este tema.

· El fenómeno del terrorismo, el nuevo enemigo del orden establecido por las sociedades del primer mundo. Si anteriormente la Unión Soviética, el comunismo y los movimientos de insurgencia en el tercer mundo, representaban el eje del mal, ahora aparece el terrorismo, como el nuevo enemigo de esa “convivencia humana en el orden”

· Los fundamentalismos religiosos, que inspirados muchas veces, en convicciones fanatizadas, sirven de motivación intrínseca para los movimientos terroristas.

· El consumismo exacerbado de los países capitalistas. Tienen como estereotipo de vida plena, el consumir por consumir, es decir, la comodidad que provoca el llenarse de productos suntuarios, muchas veces innecesarios, generando un modelo de sociedad superficial y “plástica”, en otras palabras, a lo que se le ha empezado a llamar la vida “light ”. Este comportamiento consumista, de los países del primer mundo, penetra los valores de las culturas tercermundistas, a través de influencias comerciales, hasta tal punto, que llega a sustituir lo que era “típico” y “tradicional” en el pueblo, por lo no tradicional y moderno de la “aldea global”

· La globalización, que está muy unida el fenómeno del consumismo, y que representa la corriente del mundo actual, a la que ninguna nación puede darle la espalda, por correr el riesgo de “autoaislarse”.

· El tema de género, como un signo positivo de madurez en la humanidad, hacia el papel que debe desempeñar la mujer en la sociedad. Esto desemboca en movimientos feministas que también han empezado a cuestionar las estructuras de la Iglesia y su postura doctrinal.

· El diálogo interreligioso entre todos los sectores religiosos, más allá de las fronteras del cristianismo. Este diálogo, podría constituirse la llave para contrarrestar un eventual fundamentalismo religioso.

· Y finalmente, el surgimiento de gobiernos de izquierda central o moderada o de corte social demócrata, tanto en países desarrollados, como tercermundistas, lo cual representa la búsqueda constante de la humanidad de la forma de organización política más ideal, que beneficie a la humanidad entera, particularmente los más necesitados y urgidos de condiciones dignas de vida.

No pretendemos profundizar tanto en el estudio e investigación de las implicaciones actuales de los “signos de los tiempos” porque es un tema demasiado amplio y no corresponde a nuestro punto de investigación. Sin embargo, la puerta queda abierta para posteriores estudios sobre la interpretación y discernimiento de la voluntad de Dios en los “signos” actuales de nuestro siglo.

CAPÍTULO IV:

CONCLUSIONES

1. Dios, como dueño y señor de la historia, no puede hacerse el “ajeno” o “desentendido” a las realidades terrenas, o pasar desapercibido el caminar del ser humano. Dios conduce, interpela y acompaña el caminar de la historia humana, sin intervenir directamente, estorbar o manipular las decisiones del hombre. Dios no es un “relojero” que habiendo activado la maquinaria del tiempo y la historia, deja trabajando solo al mundo. No. El ser humano goza, ciertamente, de la libertad que le ha dado Dios desde la creación, pero no ha sido abandonado por su creador. Dios interpela en cada época, en cada hito histórico; suscitando personas, acontecimientos, sucesos y experiencias, a través de las cuales va moldeando a su creación, orientándola hacia su máxima plenificación, su óptima realización y su verdadera vocación. No existe divorcio entre la historia humana y la historia de la salvación, sino que se constituyen en una sola, elaborada libremente por el hombre y dirigida por Dios.

2. Dios nos confía el sentido de la historia y lo pone en nuestras manos. Nos da la capacidad interpretarla, de darle significado, de descubrir en cada acontecimiento, la mano de Dios escondida. Dios se sirve de muchos medios humanos para comunicarse con el hombre. Su revelación máxima ha sido su hijo Jesucristo, a través del cual nos lo ha dicho todo, y nos ha cumplido sus promesas. Pero Dios se sigue revelando al ser humano, porque no es un Dios estático, sino dinámico y vivo.

La revelación de Dios en nuestros días no se reduce únicamente a la Sagrada Escritura, la Tradición, el Magisterio, los sacramentos o su Iglesia misma. Se hace presente también en diversos “signos” y manifestaciones de todos los tiempos, que se constituyen en lugares de encuentro entre Dios y el ser humano. Estos lugares de encuentro deben ser considerados “signos” o “lugares teológicos” de la manifestación de Dios en la historia y por tanto, son signos concretos y cercanos de nuestro tiempo, aquí y ahora, en nuestra época y sociedad, donde Dios se hace presente para revelar su voluntad.

3. Se entenderá por “signo de los tiempos”, todo acontecimiento o señal por medio de la cual Dios se manifiesta al ser humano, es decir, un lugar teológico, en el sentido, de que se convierte en un punto o lugar de encuentro entre Dios y el hombre, entre lo trascendente y lo inmanente, lo teológico y lo antropológico, lo divino y lo humano. Los “signos de los tiempos” son aquellos eventos que caracterizan una época y expresan las necesidades y aspiraciones más profundas de la humanidad presente. Son aquellos acontecimientos, considerados por un consenso universal y que permiten la comprensión de las etapas fundamentales de la historia de la humanidad. Un “signo de los tiempos” es un período nuevo de la historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados que progresivamente se extienden al universo entero. A través de los “signos de los tiempos” es más fácil tener una visión de la historia y del hombre, no una visión reduccionista o pesimista, sino positiva y esperanzadora. Los signos indican que en cada uno de los hombres existen gérmenes de vida que mueven hacia un cambio positivo y tienden hacia un fin común.

4. Para un adecuado estudio sistemático de estos “signos de los tiempos”, desde una perspectiva teológica, que nos permitiera luego introducirnos al estudio de esta expresión en el Concilio Vaticano II, particularmente Gaudium et Spes; fue preciso remitirse primeramente a los orígenes de esta noción o concepto, para buscar su fundamento desde el campo bíblico, histórico y teológico, y tener así, una ubicación contextual, temática y teórica del tema. Partiendo de su fundamento bíblico, encontramos que la expresión “signos de los tiempos” aparece, por primera vez, en la Sagrada Escritura, concretamente en los evangelios y en boca de Jesús de Nazareth (Mt. 16, 1-4; Mc. 8, 12; Mc 13, 1-23; Lc. 12, 54 – 56), como una invitación a la perspicacia y atención constante al Reino de Dios. Se trata de una invitación a estar dispuestos a mirar con profundidad, lo más íntimo de la realidad para saber reconocer lo esencial. A través de este sentido bíblico, se puede concluir que por los “signos de los tiempos” podemos conocer la voluntad de Dios que se ha revelado y sigue revelándose a través de los acontecimientos históricos y que es deber nuestro poder responderle.

5. Partiendo de sus raíces históricas, descubrimos que la expresión “signos de los tiempos” se remite terminológicamente a otro concepto previo, pero no por ello más antiguo. Si bien es cierto que la expresión “signos de los tiempos” histórica y bíblicamente se remite primero a la época de Jesús, no se puede obviar que en el orden de utilización que le dio la teología y en su ejercicio reflexivo y teórico, aparece primero la expresión “lugar teológico” (loci theologicis), expresado por los teólogos de la Edad Media y Moderna, entre ellos Tomás de Aquino (1225 – 1274) y más tarde Melchor Cano (1479 – 1560). Aquino había señalado ya algunas fuentes teológicas entre las cuales, figuraba como principal e importante, la Sagrada Escritura, como fuente material y concreta de la revelación de Dios, pero Cano aportará como nueva fuente y nuevo lugar teológico “la historia humana”. Será gracias a este aporte novedoso que el concepto “lugar teológico” irá evolucionando progresivamente la reflexión de la teología, sus documentos y concilios, y ampliándose de tal forma, hasta llegar a identificarse con la expresión “signos de los tiempos” en el contexto del Concilio Vaticano II, con Juan XXIII y luego su aplicación pastoral posterior en América Latina, donde el concepto “signo de los tiempos” evolucionará aún más hasta llegar a identificarse con su máxima expresión según la realidad concreta de este continente: los pobres. El pobre, no visto como un signo en el sentido teofánico de una teología victoriosa o gloriosa, sino en el sentido de una teología de la cruz, es decir, aquella teología que nos revela a Dios no desde la vía epifánica de la demostración racional, sino desde la vía inesperada de la escucha obediente, de lo sencillo, lo débil, lo humano, lo pequeño. Es decir, la teología del pobre y de la cruz, no es un camino único, pero sí un criterio negativo para el conocimiento de Dios. Negativo en el sentido que define a Dios como lo totalmente opuesto a los criterios y esquemas del hombre.

6. Partiendo de su fundamento teológico, afirmamos que Dios, por medio de su Espíritu se revela siempre a la humanidad para darse a conocer como un Dios cercano y muy humano. Esta manifestación la hace normalmente a través de medios humanos, naturales y concretos para adecuarse a nuestras categorías espacio –temporales. Este mismo Espíritu de Dios, suscita en el hombre las luces necesarias para una adecuada interpretación de los signos y de la voluntad de Dios, oculta en ellos. La Iglesia, entendida en toda su extensión como pueblo de Dios, y particularmente desde su Magisterio, tiene la capacidad, dada por el Espíritu de Dios, de interpretar o al menos aproximarse a una lectura de fe de estos signos. Los “signos de los tiempos” requieren una lectura competente y precisa, ya que marcan etapas importantes de la historia de la humanidad y, por consiguiente, de la historia de la salvación. La iglesia está llamada a desarrollar plenamente su actividad profética, se compromete a escrutar los “signos de los tiempos”, situarse en el mundo con la atención de quien sabe anticipar el futuro, pero velando siempre sobre el presente. Por tanto, se propusieron una serie de criterios de discernimiento e interpretación que pueden ayudar en esta tarea a la Iglesia: a) Interpretación a la luz de la Palabra de Dios, la Tradición y el Magisterio. b) Conocimiento de la realidad. c) La presencia de Dios en el signo debe llevar a cuestionantes, más que a soluciones. d) Discernimiento comunitario – eclesial. e) Búsqueda del bien común y el reino de Dios.

7. También vimos que la expresión “signos de los tiempos” será introducida, con motivo del Concilio Vaticano II, como un término de estudio en la teología, gracias a la intervención del Papa Juan XXIII, cuando haciendo referencia a la cita evangélica de Mt. 16, 1-4; aborda en sus escritos Humanae Salutis (25. 12. 63)y Pacem in Terris. (11. 04. 63), el significado de esta expresión, como una nueva forma de interpretación de las manifestaciones de Dios en las mediaciones humanas, particularmente la historia, y concretamente, las realidades sociales, políticas, religiosas y culturales del mundo y de la Iglesia en aquella época. El Papa Introdujo la idea de que era preciso leer los “signos de los tiempos”, saber discernir la acción del Espíritu Santo en la evolución de la historia.

Para Juan XXIII, el “signo” palpable de aquella época consistía en que la Iglesia había perdido el liderazgo de la cristiandad y que la sociedad moderna había dejado de someterse a la Iglesia. Opinaba que los tiempos de cambio brindaban a la Iglesia la oportunidad de volver a vivir el evangelio, por lo que sería conveniente aprovechar el momento de inseguridad y vacilación de la Iglesia, para recordar el evangelio de Jesús, abrirse en actitud de diálogo con la sociedad moderna, acoger las nuevas tendencias del mundo y del hombre y reconocer el valor y aporte de la ciencia y la tecnología para el progreso de la humanidad. El Concilio Vaticano II siguió la línea de Juan XXIII, reconociendo los elementos positivos de la modernidad, teniendo en cuenta los cambios del mundo como favorables. A este respecto será la constitución Gaudium et Spes, el documento conciliar que mejor presentará y desarrollará el nuevo concepto que se estrenaba.

8. Los contextos históricos – sociales, siempre han influido en la literatura, pensamiento, expresión y comunicación de la humanidad. Para Gaudium et Spes, el contexto socio – político en el que fue escrita, representó la plataforma desde la que fue elaborada, y la fuente que contenía las motivaciones históricas que influyeron en el pensamiento, visión y redacción de sus autores. Gaudium et Spes es un documento redactado en el contexto de una sociedad europea dividida ideológicamente en dos polos políticos: el capitalismo y el socialismo soviético.

En este contexto político, es cuando algunos movimientos empiezan a valorar los procesos políticos democráticos. Esta moción no quedará sin resonar en algunos sectores de la Iglesia que afirmarán la necesidad de una apertura a esos fenómenos cambiantes de la sociedad del momento (signo de los tiempos), y la necesidad tanto de adaptarse al contexto, como también de reformarse hacia adentro de la Iglesia misma. Por supuesto, esta noción de “democracia” no simpatizó y no lo hace, aún actualmente, a la jerarquía de la Iglesia, porque representa un rompimiento del modelo y replanteamiento de las estructuras establecidas hasta el momento. En este contexto, algunos obispos conciliares llevaron esta moción al Concilio, no con la intención de introducir las ideas de democracia en la reflexión conciliar, sino como oportunidad para una necesaria apertura y diálogo de la Iglesia con el mundo y sus signos, finalidad que reflejará la Gaudium et Spes.

9. Por eso la primera parte del documento conciliar Gaudium et Spes, está constituido por 4 capítulos que abordan de manera general, la situación de la sociedad occidental y el hombre moderno de la Europa de aquella época. Sobre el tema de la “dignidad del ser humano”, como un signo relevante de la presencia de Dios para la humanidad, concluimos que Gaudium et Spes, plantea el equilibrio entre una concepción optimista y fácil del hombre y la conciencia de que no es un ser domesticado, es decir, una visión conformista y prefabricada, sino libre y responsable.

El documento supera la visión antropológica muchas veces predominante, reduccionista y materialista, en función de la ciencia, técnica y el progreso humano, por una visión en perspectiva religiosa, la concepción de una humanidad trascendida, entendida en el sentido que el hombre, criatura, imagen e hijo de Dios, está llamado, desde el plan salvífico de Dios, a convertirse y evolucionar a una realidad más plena en el misterio de Cristo, una plenificación que vas más allá de las realidades terrenas, espacio-temporales. Es decir, la noción de un hombre que está llamado a trascender y ser pleno, empezando por su vida terrena. La concepción del ser humano planteada por la Gaudium et Spes, desde el plano de lo humano y de la fe, en aquel contexto que se creía saberlo todo y conocer al hombre en profundidad, responder a todas sus interrogantes, y resolver el misterio de la persona humana; es un “signo” de vital importancia en nuestros tiempos.

10. Sobre el tema del “protagonismo social del ser humano y la justa autonomía de las realidades terrenas”, según la teología de los “signos de los tiempos” del Vaticano II, se puede concluir que este protagonismo del hombre es parte del plan salvífico de Dios que ha querido dar al hombre la fuerza, la conciencia y la libertad para someter la creación (cf. Gn. 2) y conducirla hacia su perfección. La Iglesia comprenderá el plan de Dios y su voluntad en los “signos de los tiempos” en la medida que reconozca la presencia de la energía divina en la evolución de la existencia humana y el protagonismo del hombre.

El texto conciliar, se esfuerza por exponer con claridad la verdadera naturaleza de la autonomía de las cosas terrenas y subrayar que lo profano, tiene sus valores intrínsecos que el hombre tiene que conocer, ordenar y utilizar. El Concilio quiere exponer con claridad y brevedad la justa autonomía de la que deben gozar las realidades terrenas ante la Iglesia y la religión. A través de ese protagonismo y esa justa autonomía de las realidades terrenas, el hombre está llamado a construir una verdadera fraternidad universal que favorezca la convivencia humana y el desenvolvimiento del reino de Dios. Esa fraternidad universal se constituye en otro “signo de nuestro tiempo” de esperanza y aliento.

11. Sobre la “función de la Iglesia en el mundo”, el documento plantea de forma muy clara el papel de la Iglesia en ese contexto moderno que se ha venido mencionando, y su deber de escrutar a fondo esos “signos de los tiempos”, los cuales serán más especificados en la segunda parte del documento. Este apartado sobre la “función de la Iglesia” constituye el culmen de los 3 temas anteriores, los cuales a su vez, se constituyen en los pilares de este cuarto tema. Los tres temas expuestos llevan a la conclusión de que hoy, más que nunca, es urgente e imprescindible para los cristianos y la supervivencia de la Iglesia, un diálogo con el mundo. Por lo tanto, el último tema considera a la Iglesia en cuanto que existe en el mundo, y con él convive. El objetivo de este tema, es hablar de la Iglesia como instrumento de la dignificación del ser humano y su protagonismo en las realidades terrenas.

12. Una vez claro y establecido el papel de la Iglesia en el mundo, tal como lo plantea el capítulo de la “función de la Iglesia en el mundo”, la segunda parte de la Gaudium et Spes aborda los “signos” y acontecimientos más relevantes para la reflexión doctrinal y pastoral de la Iglesia. Sobre el tema del “matrimonio y la familia”, el documento conciliar expone la consideración de la gran dignidad que la Iglesia atribuye a la institución matrimonial y familiar cristiana. Dignidad no siempre atribuida en los concilios y documentos eclesiales anteriores, puesto que se trataba este tema con recelo pastoral y doctrinal y con una visión reduccionista de esta opción de vida.

El enfoque que da Gaudium et Spes representa un paso al frente en la evolución doctrinal sobre estas cuestiones. Propone una nueva concepción que representa apertura, cambio, renovación y actualización para la Iglesia, y se constituye un “signo de los tiempos”: el acto conyugal enriquece y dignifica la unión de cuerpo y espíritu de los esposos, los une íntimamente entre sí y favorece el don de la entrega recíproca. Expone además, otra serie de nuevas expresiones, concepciones y experiencias sobre el matrimonio, empezando a manifestarse en la cultura o las costumbres de aquella época, pero que representan un peligro para el matrimonio y la familia y se constituyen también en “signos” de alerta para nuestros tiempos; entre estos se encuentran: problemas de paternidad irresponsable, métodos anticonceptivos opuestos a la promoción de la vida, el hedonismo, el placer egoísta en la intimidad conyugal y un especial énfasis en proyectos matrimoniales egoístas sin procreación.

Sobre éste último aspecto el documento se pronuncia con especial interés dejando claro cuál es el fin y motor principal del matrimonio: el amor y la convivencia orientada a la procreación y educación de la prole. La no presencia de hijos no le resta esencia al matrimonio, pero tampoco le permite constituirse en familia.

13. Sobre el tema de la “cultura”, concluimos que el documento expone la realidad humana de la cultura como un instrumento del querer de Dios, en cuanto que se constituye un “lugar o signo teológico” de su manifestación en lo espacio – temporal, es decir un “signo de los tiempos”. La cultura es expresión del designio de Dios sobre el hombre, signo de que su salvación es universal y ofrecida a todos los pueblos y etnias. La cultura es la plataforma desde la que Dios se hace cercano al hombre, concretamente en su hijo Jesús. La cultura es el camino necesario para el pleno desarrollo humano y abarca todo aquello con lo que el hombre se desarrolla y mejora.

El documento presenta dos formas de concebir a la cultura y que difieren entre sí: a) La cultura, en perspectiva de decadencia y deshumanización, por el progreso de la ciencia y la técnica. b) La técnica y el progreso como oportunidad de desarrollo y promesa de beneficio para el hombre. La voz del Concilio ante esta tensión de argumentos representa un papel de moderador y se descubre como una contribución abierta a edificar un “humanismo nuevo”, es decir, la responsabilidad del ser humano ante la historia y su destino, una nueva sensibilidad hacia la realidad social. El sentido de responsabilidad en el hombre ante la historia y la cultura representa un “signo” de nuestros tiempos. Gaudium et Spes, ante la cultura, ofrece una filosofía más constructiva y dispuesta a asumir la realidad humana del tecnicismo.

14. Sobre el “desarrollo económico y social”, el enfoque de Gaudium et Spes será abordar las cuestiones socio – económicas desde su relación inmediata con la moral, es decir, no consistirá en un tratado de sociología, sino la reflexión pastoral sobre el ejercicio y uso correcto de los procesos económico – sociales desde la óptica cristiana, en beneficio del ser humano. Esto desemboca nuevamente en la visión de “humanismo nuevo” en el sentido de que estos dos campos deben estar al servicio del hombre, y tener al hombre como su centro.

Un humanismo nuevo que constituye un “signo de nuestros tiempos” de gran importancia que nos alienta y nos orienta hacia una mejor sociedad donde se respete la dignidad humana. El desarrollo no puede encontrar orientación de fondo sólo en la ciencia, en la técnica o en la economía, si no la encuentra primero en la verdadera concepción del hombre, de la comunidad y de la historia.

Desde este enfoque doctrinal, la Iglesia buscará responder a los signos más urgentes para el Concilio: a) La participación excluyente en el desarrollo. b) Planificación centralizada (totalitarismo, autoritarismo) c) Falta de igualdad y solidaridad. d) Movimientos migratorios.

15. En el tema de “la vida en la comunidad política”, será el apartado donde Gaudium et Spes y el Concilio expondrán sus preocupaciones más actuales sobre el panorama político de aquella época, particularmente por el contexto socio – político mencionado antes. El tema central de este capítulo será la “participación ciudadana” como reflejo y ejemplo del nivel de desarrollo político ideal y el proceso de maduración democrática por el que debe pasar toda sociedad. La participación ciudadana de una nación constituye también un “signo de nuestro tiempo” de vital importancia que reclama un cambio de visión en el ejercicio político de las naciones.

A través del ejercicio político de todo ciudadano, el Concilio cree que se puede responder mejor a los profundos y constantes cambios que caracterizan los procesos políticos de nuestro tiempo. De hecho, la constitución conciliar presentará un panorama político general al principio del capítulo, en el que se pueden identificar algunas situaciones que se constituyen a si mismas “signos de nuestro tiempo”. Entre estos mencionamos: a) Las profundas transformaciones en las instituciones y estructuras de nuestros pueblos. b) El surgimiento de la conciencia de favorecer en los sistemas políticos el respeto a los derechos de la persona y la vida. c) Oposición hacia formas políticas que obstaculicen la libertad religiosa.

16. Sobre el tema de la “promoción de la paz”, concluimos que el documento Gaudium et Spes se presenta a sí mismo como un inicio de diálogo ante un tema de discusión candente en un contexto político y bélico como el de aquella época. El Concilio atribuye a la interdependencia política entre las naciones, la causa fundamental de la crisis de la comunidad internacional, la cual se constituye en un “signo de nuestros tiempos”. El progreso técnico que ofrece grandes esperanzas para la humanidad va mezclado también de profundas angustias y sufrimientos en la esfera internacional: el azote del hambre, la guerra atómica, el odio racial, la falta de libertad, todos “signos” que sirven de punto de partida para la reflexión del Concilio.

El Concilio entenderá por paz como la “convivencia humana en el orden”, no como ausencia de guerra o equilibrio de fuerzas armadas, sino el resultado de que el mundo viva en orden y en justicia. La paz es el fruto de la justicia y el amor. El Concilio propone un verdadero proyecto para la eliminación absoluta de toda forma de guerra. Pretende que la guerra no sea ya políticamente necesaria, jurídicamente sea eliminada y moralmente deje de ser un medio indispensable para la paz. Establece concretamente 3 objetivos: a) Desarme militar general. b) Creación de una autoridad universal que sea capaz de favorecer la justicia y el derecho de todos los pueblos. c) Negociaciones y acuerdos internacionales para la solución pacífica de conflictos.

17. El tercer capítulo de esta investigación, pretende ser una síntesis del capítulo primero y segundo, en el que se recoja la forma cómo evolucionó la expresión “signos de los tiempos” en la reflexión teológica de la Iglesia, concretamente en el Vaticano II, en su posterior aplicación pastoral y doctrinal en las Iglesias locales, particularmente Latinoamérica y luego hacia qué implicaciones actuales nos ha llevado esta expresión en los signos actuales.

En el primer tema de este capítulo, se presenta la novedad que representa el documento Gaudium et Spes, en cuanto a su propósito, tema, enfoque, destinatarios, tono dialogante, estructura y la propuesta de un método: Escrutar a fondo los “signos de los tiempos”. La temática “signos de los tiempos” representa novedad también ya que anteriormente los concilios se centraban en el dogma, la moral o la disciplina de la Iglesia, en cambio Gaudium et Spes, pone al ser humano en el centro de las consideraciones. Sobre el segundo tema del tercer capítulo, concluimos que éste concepto siguió evolucionando, y por ende tuvo una aplicación pastoral original y peculiar en América Latina: el desarrollo de una nueva eclesiología y visión de los miembros de la Iglesia. Lo cual permitió revisar sus estructuras y evaluar el lugar que ocupaban los pobres. En A.L. se entenderá por “signos de los tiempos” como los grandes clamores del pueblo o aquellos acontecimientos que afectan sobretodo a un sector social mayoritario y vulnerable.

Entre estos acontecimientos encontramos, la proliferación de comunidades, los movimientos populares, la persecución, etc, pero sobretodo la situación de personas concretas de carne y hueso, víctimas de la opresión y explotación: “los pobres”. La aplicación más creativa del Concilio y la respuesta más concreta a los “signos de los tiempos” de A.L, fue el movimiento de la Iglesia de los pobres. Ésta será aquella que tendrá a los pobres como su principal sujeto y su principio de estructuración interna.

18. Por tanto, concluyendo sobre el tema de esta investigación, afirmamos que GS planteó a la sociedad universal y a los cristianos en general, la urgencia pastoral de una apertura y comunicación entre la Iglesia y el mundo moderno, que busque la complementariedad mutua, tanto en el aporte de la modernidad desde las ciencias y la técnica, como en las respuestas, a la luz del evangelio, de la Iglesia y el mundo cristiano, a las muchas interrogantes de la humanidad. Además, la expresión “signos de los tiempos” fue abordada en la constitución pastoral Gaudium et Spes, como el conocimiento y comprensión del mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el dramatismo que con frecuencia le caracteriza, es decir, aquellas preguntas que plantea el mundo actual, a las que hay que buscar respuestas a la luz del evangelio. Dicho de otra forma, todos aquellos acontecimientos de la sociedad moderna de la época más relevantes que plantean un mundo en proceso de cambios acelerados en todos los ámbitos del desarrollo humano (la ciencia y tecnología, la familia, la cultura, la sociedad, la economía, la política, la paz, etc.).

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DATOS DEL AUTOR

DATOS PERSONALES

Apellidos.

Cortez Morales.

Primero y Segundo Nombre.

Arnín de Jesús.

Fecha de Nacimiento.

27 de Abril de 1983.

Lugar de Nacimiento.

León, Nicaragua.

Lugar de Residencia.

León, Nicaragua.

e-mail.

arninfsc[arroba]yahoo.es

Nacionalidad.

Nicaragüense.

Profesión.

Docente / Educador / Facilitador

Asistente de proyectos sociales, educativos.

Educación primaria.

Educación Secundaria.

Educación Universitaria.

2000 – 2002.

Profesorado de Educación en Ciencias Religiosas.

Instituto Centroamericano de Ciencias Religiosas (ICCRE)

Universidad Rafael Landívar (URL)

Mixco, Ciudad Guatemala, Guatemala.

2001 – 2005

Profesorado de Educación en Historia y Ciencias Sociales.

Universidad Del Valle de Guatemala.

Ciudad Guatemala, Guatemala.

2000 – 2006.

Licenciatura en Ciencias Religiosas (Teología)

Instituto Centroamericano de Ciencias Religiosas (ICCRE) Universidad Rafael Landívar (URL)

Ciudad Guatemala, Guatemala.

(Título en trámites por la embajada de Nicaragua en Guatemala)

2007 (Estudiando actualmente)

Licenciatura en Sociología

Segundo Año

Modalidad Sabatina.

Universidad Centroamericana (UCA)

Managua, Nicaragua.

DIPLOMAS OBTENIDOS.

Cursos – Talleres – Capacitaciones.

Foros – Conferencias.

PREMIOS OBTENIDOS.

Rendimiento Académico.

2004.

Diploma de alumno distinguido.

Universidad Del Valle de Guatemala.

Ciudad Guatemala, Guatemala.

[1] Cf. AAVV. Diccionario Teológico Enciclopédico. Ed. Verbo Divino. Estella. 1995.

[2] Cf. González Faus. J.I. Revista latinoamericana de teología: Los pobres como lugar teológico. UCA. San Salvador. 1984.

[3] García Zamorano Angel. Teología Fundamental. URL: Facultad de Teología. Guatemala, 1994.

[4] Cf. AAVV. Diccionario Teológico Enciclopédico. Ed. Verbo divino. Estella. 1995.

[5] Cf. García Zamorano Angel. Teología Fundamental. URL: Facultad de Teología. Guatemala, 1994. Pp. 78-79.

[6] Cf. Melloni Alberto, Théobald Christoph. Concilium: Revista internacional de teología. Vaticano II: ¿Un futuro olvidado? Ed. Verbo Divino. Estella. 2005.

[7] Cf. AAVV. Estudios sobre la Constitución Gaudium et Spes. Ed. Biblioteca Mensajero. Bilbao. 1967.

[8] Cf. Vaticano II. Comentarios a la Gaudium a la Gaudium et Spes. BAC. Madrid. 1968.

[9] Cf. Concilio Vaticano II: Comentarios a la Gadium et Spes. BAC. Madrid. 1968.

 

 

Autor:

Arnín de Jesús Cortez Morales

País: Nicaragua

Ciudad: León

Fecha: 08 de Agosto del 2008

Partes: 1, 2, 3, 4
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