Descargar

La religión cósmica: El mensaje olvidado de Einstein (Parte I) (página 3)


Partes: 1, 2, 3, 4

También se desprecia y humilla el espíritu del hombre, su inteligencia. Escuchar Dios es escuchar a aquellos que se proclaman sus representantes. La Iglesia condena como intolerable orgullo toda actividad del espíritu ejercida fuera del dominio delimitado por ella, o sea: la religión cristiana (en su versión católica) es la Verdad, la Verdad revelada por Dios sobre la sociedad humana". Así la "verdad" católica debe dominar el pensamiento y dirigir la conducta humana, a la fuerza si fuese necesario. Y esta fuerza brutal y terrible forjada a sangre y fuego se procesó a través de la "Santa Inquisición".

Es importante señalar que las justificativas para este tipo de comportamiento están claramente expresadas en forma literal en los propios Evangelios. Por ejemplo: "Yo soy el camino y la verdad, nadie viene al Padre sino por mí" (Juan 14:6). Sí los líderes religiosos de la época tuviesen un mínimo de percepción mística; sí tuvieran algún contacto con el círculo interno, con la Gran Fraternidad Blanca, entenderían que ese intermediario entre el hombre y el Ser Supremo es nuestro propio Ser Crístico y no la grandiosa figura del Cristo Cósmico. Pues de la misma manera que Dios Inmanente vive en e corazón de los hombres – aunque la mayoría de estos no lo sepan – también lo hace el Hijo.

Esta es una gran enseñanza mística que el Avatar llamado Cristo nos dejó y otra también: que precisamos hacer el máximo empeño en entrar en contacto, en seguir las orientaciones, en reverenciar ese Cristo Interno que existe en nosotros desde el comienzo de los tiempos y mucho antes de que aquel Avatar encarnase en la Tierra.

Sólo vivenciando nuestro Cristo Interno es que podremos estar en contacto con el Cristo Cósmico y con el Padre, el Ser Supremo. Esto es verdaderamente "creer en Cristo". Pero esta "creencia" no puede estar basada ¡jamás! en la imposición; sus únicas vías son el amor y la comprensión. Comprender esto es la esencia de la Religión Cósmica.

En pocas palabras: la Iglesia se hundió durante muchos siglos en su propia incapacidad de entender los Evangelios: "La letra mata, el espíritu vivifica" (Corintios II, 3:6); precisamente, incapacitados de comprender el espíritu de aquellos, se aferraron a la letra y ésta efectivamente, acabó matando. "Por sus frutos los conoceréis" (Mateo 7:16) y ¿qué se puede decir de alguien cuyos frutos son muerte, horror, fanatismo, odio y locura?

Antes de pasar a comentar rápidamente los movimientos reformistas cristianos que se iniciaron en el siglo XVI y que por lo tanto convivieron con la tenebrosidad de la Inquisición, debe hacerse algún comentario sobre la otra cara del Cristianismo, designada anteriormente como Cristianismo del corazón. Este Cristianismo – a diferencia del anterior – nace en los Evangelios y es el único heredero legítimo del Maestro Jesús, el Cristo; su énfasis absoluto está en el Amor, tan profundamente cultivado en las primitivas comunidades cristianas.

En los siglos siguientes él retoma su brillo insuperable con la figura impar de San Francisco de Assis, así como de otros personajes de altísimo desarrollo espiritual como San Juan de la Cruz, Jacob Boheme, Spinoza o Von Eckhartausen. En ellos, aquel sentimiento grandioso se derrama por todos los seres vivos, por todos los aspectos de la Naturaleza, porque en ellos ven al Ser Supremo: así el Dios Trascendente y el Dios Inmanente son apenas uno: el Dios Único, percibido por la conciencia humana desde dos puntos diferentes.

La consecuencia práctica de esta modalidad de Cristianismo es la percepción de que el Amor Divino que emana del corazón del Creador como dádiva a los hombres, es rechazado por la inmensa mayoría de éstos, debido a la ignorancia, al egoísmo y al orgullo que se esconde en sus corazones. A raíz de esto, la sociedad reproduce exactamente este modo de pensar y de sentir, creando océanos de dolor y sufrimientos, explotación e intolerancia, miseria y guerra.

 Por lo tanto, en nombre del Amor Divino debemos transformar esta sociedad opresora y antihumana. Surge así un Cristianismo militante, impulsando para la creación de una sociedad libre e igualitaria. Aquí si se siente el perfume de la Religión Cósmica.

Esta idea tiene un ilustre antecesor en Thomas More en el siglo XVI, quien fue inclusive canonizado en 1935. Así el verdadero espíritu cristiano lleva a condenar las guerras y la explotación del hombre por el hombre, provenga de donde provenga. Este espíritu fue recientemente re-encendido por Juan XXIII que en su breve papado (1958-1963), emitió dos encíclicas importantísimas: Mater et Magistra y Pacem in Terris, donde discute profundamente el problema relativo a la participación social de la Iglesia Católica y de sus esfuerzos para promover la paz, a través de un abordaje sorprendentemente progresista. Paulo VI, (1963-1978) aunque en un grado menor, también mantuvo esta orientación. (Es interesante subrayar que oficialmente fue él quien eliminó el cargo de Inquisidor y el Index de libros prohibidos).

En la onda de esta vuelta de la Iglesia al espíritu evangélico, se celebra en 1979 en Puebla (México), la III Conferencia Episcopal Latinoamericana, donde son aprobados por unanimidad (178 votos a favor y uno en blanco) varios asuntos importantes, entre ellos:

(?Libertación integral del hombre, o sea surge la llamada Teología de la Libertación, en la cual la Iglesia se compromete con la realidad social, colocándose "al lado de los desvalidos", impulsando reivindicaciones por mejores condiciones de vida en todo el continente.

(?Dignidad de la persona humana, o sea la Iglesia debe denunciar y condenar prácticas comunes en los países latinoamericanos, donde los derechos humanos fundamentales, como la vida, la salud, la educación, la alimentación y el trabajo son repetidamente violados.

(?Acción directa de los laicos, actuando como testigos delante de las instituciones seculares en relación a la libertación y dignidad humana. Esto implica en una actividad militante, ya sea en partidos políticos o en funciones públicas, lo que significa la conquista previa de un Estado por lo menos formalmente democrático.

Challaye (5) dice que "el Cristianismo de la razón es conservador, reaccionario, nacionalista y belicoso; ya el Cristianismo del corazón es igualitario, socialista, internacionalista y pacifista". Bienvenida sea, pues, su resurrección.

El desvío del Cristianismo oficial de las enseñanzas evangélicas; el poder de la Iglesia que perturbaba en numerosas ocasiones a los señores feudales y a los soberanos; su riqueza material, que suscitaba cada vez más la codicia de éstos; los escandalosos comportamientos de algunas cortes papales y el feroz fanatismo de la Inquisición, llevaron – entre otros factores – a su fragmentación ocurrida en el siglo XVI; ella es causada por un movimiento llamado "la Reforma", que envuelve varias tendencias, conocidas como iglesias protestantes.

La que surge primero es el luteranismo, comandada por Martín Lutero, profesor de la Universidad de Wittenburg, en Alemania; el pretexto usado por él es el combate al tráfico de indulgencias. Su punto de partida es la llamada Confesión de Augsburgo (1530), de ahí las nuevas ideas se extienden por toda Alemania y los Países Escandinavos. Por su vez en Francia surge el calvinismo en 1536, dirigido por Calvino, de donde se expande a Suiza, Holanda, Polonia y Hungría. La lucha entre la Iglesia Católica y los protestantes es terrible en Francia, donde ocurren varias masacres a cargo de la primera, entre ellas la famosa "noche de San Bartolomé" (24 de agosto de 1572), así como las matanzas de cátaros y albigenses.

En Inglaterra se formó un tercer núcleo protestante, el de los anglicanos, a mediados del siglo XVI, uno de cuyos motivos fue exclusivamente personal (divorcio y segundo casamiento del Rey de Inglaterra, Enrique VIII). Uno de los grupos reformistas ingleses, "los puritanos" tuvo altibajos en este proceso, siendo que en ciertas oportunidades debieron emigrar, diseminándose con bastante suceso en las colonias de la época, sobre todo Estados Unidos.

El protestantismo se encuentra hoy día subdividido en un número muy grande de Iglesias y sectas, las cuales incluso continúan formándose hoy en día. Los principales son: bautistas, adventistas, presbiterianos, mormones, Asamblea de Dios, anglicanos, unitarios, cuáqueros, salvacionistas, Ciencia Cristiana, Nuevo Pensamiento, congregacionales, pentecostales, Testigos de Jehová, etc.

Por lo tanto, es perfectamente comprensible que presenten numerosos aspectos divergentes. Con todo, hay ciertos rasgos comunes tales como: rechazar la autoridad del Papa; la confesión es generalmente suprimida; los sacerdotes (pastores) son casados y en muchos casos pueden existir mujeres ocupando esos cargos; no se cree en la virginidad de María ni en los santos; el culto es practicado en la lengua natal; la autoridad suprema es la Biblia, donde el creyente debe procurar la verdad (aunque en muchos casos los pastores ya la presentan pronta, como si fuera una pastilla a ingerir); la fe, mucho más que la intermediación de la Iglesia o las buenas acciones, es lo que lleva a la "salvación", etc.

NUEVAS CONSIDERACIONES SOBRE LA SABIDURÍA ANTIGUA

Sabemos que algunos fragmentos de este capítulo y del anterior, y sobre todo de los próximos, encontrarán resistencia en ciertas personas, debido a su formación religiosa, ya que ciertas ideas que están siendo expuestas, están en desacuerdo con los dogmas que le fueron enseñados durante la infancia. Este confronto es inevitable, ya que los objetivos son diferentes: las religiones están empeñadas en transmitir ciertos dogmas que ellas afirman ser la Verdad; nosotros, en cambio, estamos interesados en otra cosa; lo que deseamos es presentar bases para el desarrollo espiritual de las personas. Cuando estas bases estuvieran firmes a través de un denodado esfuerzo personal, cada individuo estará en condiciones de construir el edificio de la Verdad. Durante la construcción del mismo, siempre podrá contar con la ayuda de la Sabiduría Antigua, pero nunca en forma de imposición y sí de orientación.

O sea, la posición en que nos colocamos es anti-dogmática, respetando cualquier creencia, rito o religión, siempre que sean sinceros. Dios, en efecto, es anterior a todos ellos, que son apenas manifestaciones terrenas, tentativas – más o menos bien sucedidas – de interpretar en lenguaje y actitudes humanas los rayos inefables que emanan de la Fuente de Vida, del Ser Supremo. Por lo tanto, éste, que es por esencia, Unidad, no estará preocupado con cual sea el camino específico que un hombre determinado tomará, siempre que sea recorrido con los magníficos sentimientos del amor y la armonía, de la paz y la alegría, del altruismo y la buena voluntad.

En consecuencia, no estamos preocupados en que usted sea católico, protestante, islámico, budista, judaico, parse, logósofo, teósofo, yoga o martinista, o aún no perteneciente a ninguna de estas religiones o filosofías. El hecho es que encima de cualquier creencia, reina el Padre Universal, el Dios del Amor, Aquel que a través de un ínfimo átomo de su excelsa Luz Divina puede mudar nuestras vidas desde la más negra desesperación hasta las deslumbrantes cumbres de la gloria más resplandeciente.

Con todo, un asunto importante palpita en el fondo del corazón: ¿dentro de la multitud de enseñanzas, teorías, dogmas y creencias existentes en el mundo, cual deberíamos elegir para guiar nuestros pasos, nuestra vida? La inmensa mayoría de las personas sigue apenas aquellas guías con las cuales se familiarizaron desde la infancia, descartando y rechazando otras alternativas, sin analizarlas y generalmente sin conocerlas. Con todo, un número creciente de individuos está comenzando a adoptar un procedimiento diferente, interesándose en comparar aquellas guías casi hereditarias con otras que fueron descubriendo a través de una procura permanente.

Este grupo, aunque sujeto al error humano, viene avanzando enormemente sobre el anterior, pues habrá desarrollado un proceso de crecimiento personal, a través de su análisis, de su búsqueda, de sus experiencias en dirección de lo que es bueno, correcto, digno y verdadero. Como consecuencia, la tolerancia y el amor serán dos virtudes que se habrán arraigado en sus corazones, porque ellos comprendieron que ningún ser humano puede actuar encima de su nivel espiritual. Y como este varía mucho de persona para persona, serán necesarias – hasta que la evolución humana alcance un punto bien elevado – muchas religiones y filosofías diferentes, de modo a satisfacer adecuadamente las necesidades interiores de los diferentes individuos.

Pero esto no significa que la Verdad muda para cada persona; la única cosa que muda es el reflejo de ella en la conciencia humana, como un objeto que, iluminado desde distintos ángulos, parece diferente a la percepción visual, según cada uno de ellos. También es cierto que no todas las percepciones de la Verdad son igualmente valiosas. El criterio de elección estará en función del nivel espiritual alcanzado, el cual opera como un verdadero lente: cuanto mayor sea su aumento, con mayor claridad se distinguirán las cosas.

Dentro de este contexto, surge una pregunta interesante: ¿cuál será la religión, filosofía o creencia con mayor nivel de espiritualidad? (lo que también implica tener la capacidad de sobrevivencia a través de los tiempos, soportando las condiciones materiales y las persecuciones ocurridas). La respuesta a esta pregunta será dada por la inmensa mayoría de las personas de las personas de forma emocional, escogiendo ellas la creencia o la ideología que actualmente profesan como la mejor, sin preocuparse mayormente con conocer otras alternativas.

En el contexto de esta monografía, no vamos a hacer ninguna elección. Esta es su responsabilidad ineludible. Con todo y de acuerdo con lo mencionado hasta aquí, sería altamente deseable que el espíritu místico de la Gran Fraternidad Blanca estuviera presente. Un raciocinio simple es válido y útil aquí: si el hombre fue creado por Dios, y si está en procura de la Verdad, seguramente habrá absorbido de ésta lo que le fue posible según su grado respectivo de evolución espiritual. Esto significa que, concentrándonos en aquellas ideas más avanzadas, más resistentes al tiempo, más profundas, que fueron desarrolladas a través de los milenios por los pensadores y místicos más reconocidos, tendremos una base razonablemente buena para erigir un sistema de interpretación de la vida, del hombre, de Dios y de las relaciones entre esos elementos.

En otras palabras, si hiciéramos un estudio comparado de las religiones, fraternidades y movimientos metafísicos más representativos a lo largo de los milenios, nos encontramos con una realidad deslumbrante: los puntos esenciales son muy convergentes. Las divergencias existen, pero ellas están relacionadas, básicamente, con detalles, lo que es lógico, ya que aquellas ideas fueron divulgadas en diferentes épocas y en pueblos con costumbres y sentimientos de los más diversos. El gran drama en este asunto es que en varios casos, las enseñanzas originales fueron deformadas por grupos posteriores, más interesados en solidificar el poder de la institución a la cual dirigían, que difundir las perlas espirituales ofrecidas con amor – a veces excelso – por el iluminado fundador de aquella religión o movimiento.

Un ejemplo bien conocido por nosotros, occidentales, es el caso de la religión cristiana, cuyos fundamentos, nacidos del Maestro Jesús, el Cristo, fueron deformados posteriormente en la tentativa de creación de una institución fuerte y coherente. Así, con el pretexto de mantener la pureza de aquellos ideales de amor, se creó su antípoda: la Inquisición, practicando la intolerancia, matando "herejes" e "infieles" en el sagrado nombre del Cristo. ¡Qué horror! Sin duda, el Maestro de los Maestros, sentado a la derecha del trono del Padre, ante estos acontecimientos tan tristes, habrá repetido su frase evangélica: "Perdónales Señor, no saben lo que hacen".

Por lo tanto, para aproximarnos lo más posible del manantial de la Verdad, debemos ser cautelosos y no satisfacernos con el agua falsa que nos ofrecen en cada esquina. Nosotros, habitantes de Occidente y en especial de América Latina, fuimos educados casi exclusivamente en religiones llamadas "cristianas", generalmente intolerantes unas con otras y más aún con otras religiones, consideradas atrasadas. Este modo de pensar debe ser modificado.

En efecto, como ya fue explicado en el capítulo anterior, muchos siglos antes de Cristo existían en la India, religiones avanzadísimas que nos legaron escritos maravillosos como los Vedas, los Upanishads y el Bhavagad Gita, libros sagrados que nada tienen a deber a la Biblia; por otro lado, un siglo antes que Moisés escribiese la primera línea del Génesis, el gran Aquenaton instituía el primer culto al Dios Único – Aton – y para adorarlo levantó una ciudad entera, Tell-el-Amarna; cinco siglos antes de Cristo, vivió "la Luz del Asia", el príncipe Sidarta Gautama, conocido como el Buda, cuya filosofía es de elevadísima ética, en la línea del verdadero cristianismo, etc.

Es claro que nada de esto reduce el papel fundamental del Maestro en la Historia humana. Apenas indica que su altísima misión no fue un meteoro aislado dentro de la Sinfonía Cósmica y sí que Él fue un sublime eslabón de la Corriente Divina. Él dio su mensaje en un momento específico en el seno de un pueblo determinado, pero este mensaje no era restricto a este, que además lo rechazó, llegando a crucificarlo. Su mensaje fue, es y será universal, siendo él más avanzado que recibimos hasta ahora.

Así, correctamente percibidas, las enseñanzas evangélicas no son una erupción volcánica que de repente se derrama sobre la Humanidad y sí una magnífica flor en el árbol de la Sabiduría Eterna, de modo que la raíz que viene de tiempos inmemoriales, insertada en el propio Corazón del Ser Supremo y cuyo primer brote visible parece ser el bíblico Melquisedec, se prepara – actualmente – para transformar la flor crística en el maravilloso fruto que comienza a madurar, con la entrada de la nueva era, la Era de Acuario.

La Sabiduría Eterna es, pues como el arquetipo de una planta. En ella, la savia representa su fuerza vital, en verdad su círculo interno. Este es el transmisor de aquella, tanto en forma vertical (o sea, a través de los tiempos), como horizontal (o sea a través de pueblos contemporáneos). La existencia de estos círculos internos, verdaderas órdenes o fraternidades, fue la responsable por la coherencia esencial de los principios originales entre religiones y filosofías completamente apartadas en el tiempo y en el espacio; en una palabra, ellas son las transmisoras de la Sabiduría Eterna. Y esta, nos parece, es la guía más confiable que el ser humano puede tener, en relación a los palpitantes misterios de ese Misterio llamado Vida.

Por ejemplo – como ya vimos – en el antiguo Egipto, junto a las masas ignorantes, los sacerdotes iniciados, adoraban Ra, el Sol, como un Dios. El calor y la luz del astro rey eran comprensibles, tangibles para aquellos seres atrasados; cualquier concepto más profundo no podría ser captado de ninguna forma por ellos. Esto llevó a muchas personas a imaginar que la religión egipcia era primitiva e incomparablemente inferior a la cristiana. Esto es realmente cierto si consideramos apenas el círculo externo, exotérico; pero en los círculos internos, esotéricos, Ra significaba otra cosa. Ra – aunque simbolizado por el sol – era un principio, el principio masculino o paterno que existe en la Naturaleza; dicho de otra manera, era nada más y nada menos que la Primera Persona de la Santísima Trinidad: el Padre.

Como se puede observar, no fue la Iglesia que creó este concepto y muchos otros que se le atribuyen, siendo que ellos eran conocidos – y profundamente conocidos – por un círculo restricto de hombres antiguos. La propia religión hinduista, tal vez mil años antes de Cristo, nos habla de Brahma, Vishnu y Shiva, que no son tres dioses diferentes como quieren hacerlos aparecer algunos críticos limitados; ellos son apenas tres nombres diferentes para designar los tres principios que se funden en el Dios Uno: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Incluso en otras religiones no existe el exceso de patriarcalismo que el cristianismo atribuye a Dios, ya que las tres personas de la Trinidad tienen carácter masculino.

En el Egipto, el Padre era simbolizado por Osiris, el Hijo era Horus, pero la tercera persona era – lógicamente – el principio femenino: Isis; en Oriente, se adora a la Madre Divina (Kwan Yin). En verdad, la adoración a María, tiende a suavizar esta evidente incongruencia, de ahí el importante papel de la Inmaculada Concepción, aunque es bueno recordar que recién en 1854 el Papa Pío IX declara aquella como un artículo de fe.

En la propia Biblia se dice que Cristo era "el sumo sacerdote según la orden de Melquisedec" (Hebreos 5:10). ¿Qué orden era esa? De acuerdo con este versículo, parece quedar bien claro que el Maestro Jesús, el Cristo, no era solo un Enviado de Dios y sí que tenía vinculación con algún orden o alguna orden preexistente. Y esa "orden", naturalmente, sería portadora de conocimientos profundos y muy avanzados, que en este texto denominamos de Sabiduría Eterna y como ya fue explicado, quien transmitía la Sabiduría Eterna era la Gran Fraternidad Blanca.

Schuré (6) en un párrafo impregnado de grandiosa inspiración dice: "Al considerar las grandes religiones de la India, del Egipto, de la Grecia y de la Judea, por el lado exterior, no se ve otra cosa que discordia, superstición y caos. Pero sondead los símbolos, interrogad a los misterios, buscad la doctrina madre de los fundadores y de los profetas y la armonía se hará en la luz. Por diversos caminos, con frecuencia tortuosos, se llegará al mismo punto; de suerte que penetrar en el arcano de una de esas religiones, es también penetrar en el de las otras.

Entonces se produce un fenómeno extraño. Poco a poco, pero en una esfera creciente, se ve brillar la Doctrina de los Iniciados en el centro de las religiones, como un sol que disipa su nebulosa. Cada religión aparece como un planeta distinto. Con cada una de ellas cambiamos de atmósfera y de orientación celeste, pero siempre el mismo Sol nos ilumina. Hay una palabra especial para designar estos fundadores de religiones, estos Grandes Iniciados; esta palabra es Avatar".

LOS AVATARES

           No tenemos condiciones para afirmar o negar la Inmaculada Concepción de Jesús. La propia Iglesia Católica sólo estableció este hecho como dogma, como auto de fe, en 1854 y numerosas corrientes protestantes niegan la virginidad de María. En los propios Evangelios (Mateo 1: 1-17 y Lucas 3: 23-38) se dan dos genealogías de Jesús, que demuestran que Él pertenecía a la casa de David; con todo, las dos pasan por José, que pasaría a ser así su padre verdadero.

           Por lo tanto, no vamos a profundizar en este asunto, cargado de profundas implicancias místicas y sí en otro relacionado: los Avatares y su parentesco espiritual. Esta relación espiritual entre ellos está dada precisamente por la existencia de un nacimiento divino ocurrido en el seno de una virgen. Si esta virginidad es física o es simbólica no lo discutiremos aquí. En cambio, nos interesa divulgar el hecho histórico de que otras magníficas figuras de la Humanidad tuvieron un nacimiento relatado como similar al de Jesús, siglos o milenios antes que Él y en muy diversos puntos del planeta. Esto no reduce su grandeza ni desmerece sus enseñanzas; por el contrario, ennoblece su misión, colocándolo como la Luz de las Luces.

           Veamos pues, varios casos en los cuales un nacimiento divino y virginal fue anunciado a lo largo de la Historia humana; a través de ellos se percibe el plateado hilo que por debajo de todas las incomprensiones, unifica a la Humanidad. Se trata de los Avatares. Si la Vida es eterna, como todo lo indica, Ellos ya existían en épocas inconmensurablemente lejanas, y así su punto de origen escapa a nuestra percepción humana. Por eso es necesario considerar un Avatar como el primero, como punto de referencia para los siguientes.

  En Hebreos 7:3, se habla de él: "Sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios; permanece sacerdote para siempre". Estas son palabras muy fuertes y los críticos no han profundizado como en otros asuntos, los tesoros que hay aquí escondidos. Es imposible utilizar la lógica formal para llegar a alguna conclusión acerca de esta figura notable, que es Melquisedec. Solo utilizando un enfoque holístico (ver Bonilla, 2) y ayudados por la intuición, es posible alcanzar a comprender el significado de este grandioso Ser.

           La conclusión es que tanto Melquisedec como Cristo (Aquel hecho a semejanza de Este) no son ni fueron seres humanos; ellos son Principios Cósmicos, Seres Divinos. Por lo tanto no tienen padre ni madre ni genealogía, son eternos, no nacieron ni morirán nunca.

           Es interesante señalar que el nombre "Melquisedec" significa "Rey de justicia y también Rey de Salém, esto es Rey de Paz" (Hebreos 7:2). O sea Melquisedec es el Principio Cósmico relacionado con Poder, el único capaz de administrar justicia y así garantizar la paz. En ese sentido, Él aparece como el Primer Avatar, siendo en realidad mucho más que eso. Con todo, su función no es reinar sobre la Humanidad; Él necesita preparar hombres para que ejecuten ese trabajo y estos hombres, verdaderos Avatares, conservan el nombre genérico y oculto de Melquisedec, de la misma manera que los romanos denominaban de César a todos sus Emperadores.

           Así es que surge "el orden" de Melquisedec. Hay pues un Melquisedec original, un Ser Divino semejante al Cristo, que instala en la aurora de la Humanidad, la Fraternidad de los Avatares como guías de aquella. Milenios más tarde, uno de sus sucesores, se cruza con Abraham y después su figura se hunde en el silencio hasta que sorprendentemente Jesús es designado como "sumo sacerdote del orden de Melquisedec" (Hebreos 5:10). Este es un ejemplo más que muestra la ligación entre Jesús el Cristo y los Avatares anteriores.

           Sin embargo, la paz, último objetivo de la justicia, no puede ser obtenida muchas veces sin el uso de la fuerza, debido el egoísmo y a la incomprensión humana. A través de los largos milenios de la evolución del hombre, los Avatares debieron envolverse en las luchas que éste desarrollaba contra sus propios hermanos; así Rama, Krishna y el propio Moisés – entre otros – eran Avatares que participaron en batallas y guerras. Eran los "Melquisedec" que en aras de la justicia y seguramente de un objetivo mayor, oriundo del Plano Divino, participaban activamente de estos acontecimientos.

           Pero en la medida que el Plano Divino progresa y el hombre evoluciona, acelerando la velocidad de sus frecuencias vibratorias, nuevos Principios Cósmicos deben surgir, de acuerdo con los nuevos tiempos. Así el Principio del Amor, que fuera abordado en ciertos aspectos por Krishna y por el propio Buda, necesita ser implantado de una vez en la Humanidad; de lo contrario ésta marchitará, no pudiendo resistir las nuevas pruebas que la aguardan.

           Así el Principio Cósmico del Amor, el Cristo, es convocado para entrar en acción. La justicia ya no podrá responder a la ley de Talión: "ojo por ojo, diente, por diente"; el perdón a las ofensas cometidas; el "amaos los unos a los otros" serán las nuevas leyes que lentamente deberán ser absorbidas por los hombres. De esta manera, el "sumo sacerdote según el orden de Melquisedec" deberá ser un pacifista, no un guerrero triunfante; de ahí la convocatoria de Jesús, el nuevo Avatar, representante del Principio Cósmico del Amor, el Cristo.

           Hay pues, por lo menos tres grandes series de seres: los seres humanos comunes, como el lector, como el autor de este material y más unos siete mil millones; los Avatares, un número sin duda reducido, que naciendo humanos, por esfuerzo propio alcanzaron a incorporar dentro de sí algunos aspectos divinos, así la Historia conoce al Melquisedec bíblico, a Moisés, Buda, Zoroastro y Jesús, entre otros; finalmente tenemos los Principios Cósmicos, extra-humanos, organizados en lo que místicamente se denomina Jerarquía Celestial, entre ellos el Cristo.

           Estamos conscientes de que esta separación entre Jesús y el Cristo en dos categorías diferentes, puede sorprender a muchas personas, pero el hecho es que esto no es novedad para el estudiante de la Sabiduría Eterna: simplemente, Jesús – individuo de elevadísimo nivel espiritual – abrigó en su cuerpo físico a aquel Principio Cósmico que para desempeñar su misión, debía encarnar entre los hombres, pues el suyo era el único capaz de resistir los fantásticas frecuencias vibratorias de aquel Excelso Ser: El Cristo. Este aspecto apenas puede ser mencionado ahora y será retomado en capítulos futuros, porque lo que nos interesa en este momento es considerar algunas características de estos Avatares, faroles de Luz para la Humanidad. Es el momento de volver al asunto relacionado con los nacimientos virginales.

           Una gran limitación para nosotros, occidentales, en relación con los nacimientos virginales, limitación que ha originado innúmeras discusiones entre los adeptos del cristianismo, es que las corrientes de éste que reconocen y defienden la existencia de tal acontecimiento, lo limitan exclusivamente a Jesús. Ya en Oriente, hinduistas, musulmanes o budistas, lo consideran no como una posibilidad y sí como un hecho natural que corrobora en forma indiscutible que el niño recién nacido está destinado a ser un Avatar. Para ellos, el nacimiento virginal es como una especie de sello que proclama el surgimiento de un Mensajero Divino.

           En una rápida revisión en las Escrituras Sagradas de diferentes pueblos, así como en trabajos publicados por historiadores diversos, es posible encontrar suficientes ejemplos relativos a nacimiento virginal. Una fuente informativa excelente es Lewis (10), de quien extraemos los datos siguientes:

(En la India, Krishna nació de una virgen llamada Devaki, escogida por su pureza para ser la "Madre de Dios"; Buda también – de acuerdo a lo informado por sus discípulos – fue concebido por Dios, nacido de una virgen cuyo nombre era Maia o María; también se informa en los relatos chinos correspondientes, que Shing-Shin (el Espíritu Santo) descendió sobre ella, en forma similar al relato de la Biblia en relación con María.

(Los primeros jesuitas misioneros que llegaron a la China, quedaron estupefactos al verificar en la religión de aquel país, la existencia de un redentor divinamente concebido y nacido de una virgen, 35 siglos antes de Cristo, ¡o sea 2000 años antes del Melquisedec bíblico!; Lao-Tsé también es conocido como hijo de una virgen negra.

(En Egipto desde mucho antes del propio Aquenaton y de Moisés, se habla de una larga sucesión de Avatares nacidos virginalmente: Horus (hijo de Isis), Rá (hijo de Mautmés) y muchos otros. Es interesante mencionar que la historia original de Moisés, como es relatada por algunos historiadores, es que él con el nombre de Hosarsiph era hijo de una princesa real egipcia y de padre desconocido; posteriormente le fue adjudicada paternidad judaica; en este proceso adaptativo su concepción puede haber perdido su carácter divino (Esto es mera especulación del autor).

(En Grecia hay varios casos notables: Platón, considerado por el pueblo como un Hijo de Dios, era nacido de una casta virgen, de nombre Perictione, casada con Aris, un antecesor de San José, pues la historia bíblica es idéntica a ésta; lo mismo aconteció con Pitágoras, el cual según las crónicas de la época fue concebido por un "aspecto" o "espíritu divino" que visitó a su madre durante el sueño; su padre terreno tuvo una visión de que esto ocurriría;

(Esculapio también fue engendrado por un dios invisible y por su madre terrena, Coronis. El relato de este caso es muy interesante, pues Coronis, queriendo ocultar la gravidez de sus padres, fue a ocultarse en Epidauro, donde meses después dio a luz un niño en un mísero establo de cabras. Un pastor, Aristines, en busca de un animal extraviado vio el recién nacido y lo habría llevado para su casa si no hubiese visto el halo que rodeaba su cabeza, indicando tratarse de un Ser Divino. Ese niño fue adorado no solo en Fenicia y en Egipto, como también – posteriormente – en Grecia y en Roma.

(En el Nuevo Mundo, América, mucho antes de la llegada de Cristóbal Colón, las tribus de indios más avanzadas, tanto en América del Norte como en América de Sur adoraban seres a quienes era atribuido un nacimiento divino. Así en México, Quetzalcoatl era reverenciado como salvador del mundo, nacido de una virgen purísima, tal como fue descifrado de las inscripciones esculpidas en los templos, describiéndose también la correspondiente Concepción Divina. Los mayas del Yucatán tenían un dios llamado Zama con una historia equivalente y a quien consideraban como el "único hijo concebido por el Supremo Dios". Historias semejantes ocurrían entre los incas peruanos y algunas tribus centroamericanas.

Es absolutamente relevante subrayar que todos estos casos ocurrieron antes del nacimiento de Jesús, por lo que no se puede pretender que sean simples adaptaciones de aquel magno acontecimiento; por otra parte, ocurrieron en lugares muy diferentes, entre los cuales no se conoce ningún contacto físico. Con este acopio de información, la cual está lejos de estar completa, es imposible pensar que toda ella sea falsa y apenas verdadera la historia del nacimiento de Jesús tal como descripta en los Evangelios.

Otro aspecto importante es el relativo a la fecha de nacimiento de Jesús, tradicionalmente fijada en la noche del 24 al 25 de diciembre, a pesar de que en la época de los Patriarcas de la Iglesia (hasta el siglo V D.C.), la Navidad era celebrada en abril o en mayo.

Nuevamente, la mayoría inmensa de las personas cree que el nacimiento de Jesús en el día 25 de diciembre es un acontecimiento particular, que solo tiene relación con él; también parece completamente aleatorio, por lo tanto podría haber nacido en cualquier otro día. Hay, sin embargo, un hecho fundamental: entre los días 23 y 25 de diciembre acontece en el Hemisferio Norte un hecho único en el año. En esa fecha ocurre el solsticio de invierno, a partir del cual el Sol comienza a aumentar la duración de la exposición de sus rayos sobre la Tierra. Ocurre, pues, como un renacimiento. Los antiguos, según Lewis (11) celebran esta mudanza cósmica, a la que llamaban "el Nacimiento del Dios Sol" y "el Parto de la Virgen Celestial".

Estas festividades eran realizadas en culturas bien anteriores a la época de Cristo, por ejemplo en la China y en la India, donde se cerraban los comercios, las casas se adornaban con flores y había intercambio de presentes con parientes y amigos. En Persia, el 25 de diciembre se celebraban ceremonias magníficas en honor del dios Mitra, nacido en ese día.

En el Egipto, el 25 de diciembre era la fecha del nacimiento de varios dioses, entre ellos de Horus; su madre, Isis era conocida como la Reina del Cielo y la Madre Virgen de Horus, el Salvador. El día de Navidad, una imagen de Horus era retirada de un lugar sagrado y expuesta al público, tal como se hace hoy en día en Roma con la efigie del Niño Jesús. Osiris, hijo de la diosa virgen Nut, también nació un 25 de diciembre.

Los griegos también celebraban el nacimiento de importantes dioses como Hércules, Dionisios y Adonis en Navidad. Algunos Patriarcas de la Iglesia, como Jerónimo y Tertuliano informan que las ceremonias relacionadas con el aniversario de Adonis en aquella fecha tenían lugar en una caverna en las cercanías de Belén (según Lewis era el mismo lugar donde nació Jesús, conocida de los Reyes Magos, que no tuvieron así dificultad en llegar hasta ella).

Inclusive en culturas menos desarrolladas como la de los germánicos, existía en Navidad la llamada Fiesta del Yule; en los escandinavos era celebrado el Jul, fiesta en honor de Freyr, el Hijo Divino del Supremo Dios y la Suprema Diosa. En la Gran Bretaña los druidas conmemoraban el 25 de diciembre como día sagrado, encendiendo fuego en las colinas. En México, la última semana de diciembre era consumida en festividades, en honor al nacimiento de un dios.

Una vez más, las informaciones presentadas – que corresponden a hechos históricos debidamente documentados – no tienen como objetivo desmerecer las circunstancias en que Jesús nació ni el papel que le estaba reservado para desempeñar. Por el contrario, ligándolo a una cantidad de acontecimientos maravillosos acontecidos antes de su nacimiento, Él se presenta como un eslabón regio dentro del proceso evolutivo de la especie humana. Su advenimiento y su posterior misión, impregnado del espíritu del Cristo, representan el punto más alto que la espiritualidad humana alcanzó sobre la Tierra. Esto parece indiscutible.

Por lo tanto, nuestra principal diferencia con el enfoque oficial cristiano, es que la historia de la Luz no sigue apenas la línea: Abraham, Moisés, los profetas, para alcanzar la apoteosis con Jesús el Cristo. Ella en verdad es anterior en tiempo y más amplia en espacio. Viene desde la noche de los tiempos, del Melquisedec original y se extiende por todas las culturas humanas. Así la Luz brilla en la India, en el Egipto, en Persia, en Grecia, en México y también en la Palestina. Esta difusión es coordenada por la Gran Fraternidad Blanca y ejecutada por los Avatares, cada uno enfatizando aspectos diferentes de la Verdad; es esto que llevó a antagonismos entre sus seguidores, a guerras fratricidas, a horribles persecuciones, incapaces que eran de comprender los cimientos donde aquella Verdad se asentaba.

De este modo, vemos a la dulce figura del Cristo no apenas iluminada por la austera antorcha mosaica y sí por las fulgurantes luces de la espiritualidad más elevada de la especie humana, no importa la época ni el país. Porque Él vino – por sobre todas las cosas – a unir la Humanidad en torno de una bandera fulgurante: el Amor, y nunca a aprisionarla en un credo dogmático determinado.

Es fácil hablar en nombre de Él, pero el gran objetivo es otro: que Él hable por nuestro intermedio. Y para esto es necesario rechazar dogmas, quebrar cadenas y derribar rejas, que esclavizan nuestra alma. Para que Él hable en nosotros, debemos liberar su contraparte que vive en nuestro corazón: el Cristo Interno, el Yo Interior. Este es nuestro trabajo; para hacerlo mejor y más rápido es conveniente tener una orientación precisa – nunca una imposición – y ella no puede estar en otro lugar sino donde siempre estuvo: en la Gran Fraternidad Blanca y en sus excelsos Avatares. Allí es que habita la Sabiduría Eterna.     

CAPÍTULO 3.

¿De dónde venimos? ¿Para dónde vamos?

EL CRISTIANISMO MÍSTICO

           No existe ninguna religión o secta que lleva ese nombre. Sin embargo, Cristianismo Místico es algo parecido con la "Religión Cósmica" de la cual habló Einstein.

           Con todo, la expresión "Cristianismo Místico" implica concentrar nuestra percepción específicamente en las enseñanzas del Maestro Jesús, el Cristo, de modo que sin despreciar la contribución de los otros Avatares – indispensable para que la conciencia humana se elevase a un nivel que justificara el advenimiento del Cristo – el énfasis será colocado en los principios por Él expuestos.

           Es necesario, sin embargo, antes de entrar a considerar estos principios, comentar algunos asuntos que han quedado pendientes de capítulos anteriores, básicamente los dos siguientes:

a) La diferenciación entre Jesús y el Cristo. Antes de todo, es necesario comprender que los Evangelios, aún en su extraordinaria grandeza, son insuficientes, para explicar muchos detalles de la vida del Maestro. Por ejemplo: su madre, María, aparece de repente en el relato como caída del cielo; entre otras cosas, nada se dice sobre algo tan importante como es saber quiénes fueron sus padres. Otro caso: los Reyes Magos también aparecen de pronto en escena, adoran al niño después de cabalgar innúmeras leguas por el desierto y desaparecen sin dejar rastro. La infancia, la adolescencia y la juventud de Jesús están completamente ignoradas en la Biblia, a excepción del pasaje en que la sabiduría de éste, con 12 años, asombra a los altos sacerdotes (Lucas 2: 41-52).

           Un asunto de vital importancia es el siguiente: el hecho de que estas informaciones no figuren en los Evangelios, no significa que ellas no existan, debidamente registradas. Para comprender esto, utilicemos apenas el sentido común: si a lo largo de la historia humana han surgido una serie de Avatares, ligados a través de una cofradía mística y sagrada, la Gran Fraternidad Blanca, es absolutamente lógico pensar que ésta – dirigida por Seres de altísimo nivel espiritual – tendría capacidad para organizar archivos y registros relativos a la vida de sus principales representantes.

Por lo tanto, es obvio reconocer la existencia de documentos auténticos que hagan referencia a la vida de Jesús. Es claro que existe el problema de la autenticidad. Precisamos discriminar pues, cuales son las autoridades competentes para hablar de estos asuntos.

           Es obvio que tales documentos no están expuestos a curiosos; ellos fueron conservados en criptas, grutas y escondrijos secretos a través de los siglos por miembros de la Gran Fraternidad Blanca. Sólo los Altos Iniciados de ésta tienen acceso a este material, uno de ellos, H. Spencer Lewis (10), (Imperator de la Orden Rosacruz, una de las ramas de aquella) nos informa, por ejemplo, que María era hija de Joaquín y Ana, siendo que Joaquín era el sumo sacerdote del templo de Helios, cerca de Jerusalén. Este no era un templo judaico y sí esenio, ligado a la Fraternidad. Fue en el seno de esta comunidad que creció María; también José era esenio.

Es interesante relatar aquí lo documentado en aquellos registros en relación a la elección de José como esposo de María: el sumo sacerdote Joaquín recibió un mensaje divino de convocar a todos los viudos de la fraternidad esenia para escoger aquel que debía proteger a María. Convocados en número de 144, el último a recibir el bastón sagrado fue José; al levantar cada uno su bastón como forma de saludar al sumo sacerdote nada aconteció. Sin embargo, cuando le tocó el turno a José, surgió del mismo una paloma blanca (el Espíritu Santo) que se posó sobre su cabeza.

           En relación con los Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltasar, eran tres altos Iniciados de la Gran Fraternidad Blanca, que naturalmente no viajaron centenas o hasta millares de kilómetros por el desierto abrasador, a lomo de camello, sólo para adorar el Niño recién nacido y después, abandonado a su suerte. Esto es absurdo. Lo cierto es que ellos estuvieron siempre atentos y vigilantes a su desarrollo, siendo sus instructores. En especial, parece que Melchor – también conocido como El Morya o Moria-el, fue su iniciador.

           En la juventud de Jesús, sus instructores prepararon un "plan de estudios" que enfatizaba el conocimiento de las principales religiones existentes, lo que implicó en viajes a regiones distantes, comenzando con la India. Allí también hizo valioso aprendizaje de los métodos terapéuticos hindúes, con el mayor conocedor de los mismos en aquellas regiones, Udraka. Durante su permanencia en la India recibió la noticia de la muerte de José e inclusive una carta de Jesús, consolando a su madre es mantenida en los registros.

  De la India pasó al Tíbet y de aquí volvió al Occidente, comenzando por Persia, después Asiria y luego Caldea. De ahí pasó para Grecia, donde conoció a Apolonio de Tiana. Finalmente pasó por Alejandría hasta ser instalado en Heliópolis, donde completó su instrucción, antes de aparecer en el Jordán y ser bautizado por Juan.

           Esta larga explicación es hecha para alertar a los lectores que la vida de Jesús no puede ser comprendida apenas con los escasos datos existentes en los Evangelios; estos en verdad refuerzan la idea generalizada de que el advenimiento del Maestro Jesús es un acontecimiento absolutamente impar sin ningún punto de referencia en el pasado. Toda la argumentación presentada – que no es nuestra y sí procedente del misticismo auténtico – muestra lo contrario: la encarnación del Cristo es un hecho que debió ser larga y prolijamente preparada por Altos Iniciados o Avatares que en cierta forma fueron sus predecesores. Por lo tanto, la llegada del Mesías no era apenas una profecía de videntes; era conocimiento de individuos con elevado desarrollo espiritual.

           Ahora entrando de lleno al asunto que nos interesa: la doble personalidad de Jesús y de Cristo, podemos resumir las cosas de este modo: Jesús era el hombre más desarrollado, más evolucionado en términos místicos que existía en aquella oportunidad en este planeta, y el tiempo era llegado; la era de Piscis mostraba su aurora sobre la Humanidad. El Principio Cósmico del Amor, el Cristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo, precisaba encarnar sobre la Tierra, después de paciente espera para que la Humanidad estuviera en condiciones de recibirlo, incluyendo un cuerpo físico capaz de resistir las altísimas frecuencias vibratorias de Aquel.

           Jesús ya había sido iniciado y ungido en el templo por los hombres (la fraternidad esenia), inclusive le fue otorgado el título de Cristo. Pero esto si bien necesario, era solo preparación, pues la Verdadera Iniciación no es humana y sí divina. Es en este momento que saltamos a los Evangelios, por ejemplo el de Mateo. Allí se dice: "Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos fueron abiertos, y vio el Espíritu de Dios que descendía como paloma y venía sobre él. Y hubo una voz en los cielos que decía: Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia" (Mateo 3:16-17).

  A pesar del lenguaje bíblico ser en general bastante velado, en este caso es casi explícito, ya que la expresión "el Espíritu de Dios" es apenas más impresionante que decir "Principio Cósmico". De cualquier forma, el maestro humano Jesús pasó a incorporar en ese momento aquella Chispa Sagrada y se transformó en el Cristo, el Maestro Divino, pronto para cumplir su Misión en la Tierra.

           Durante tres años, este ser extraordinario, Jesús el Cristo, divulga sus enseñanzas impregnadas de sublimes mensajes de Amor. En ocasión de la crucifixión, aquel Principio Cósmico, el Cristo es liberado, ya que su Misión ha terminado. No podemos ser más explícitos ni extensos en este punto, porque en verdad en los registros de la Fraternidad, la "muerte" de Cristo aparece contada en forma totalmente diferente a la aceptada generalmente.

De modo que apenas nos referiremos a los versículos bíblicos. En verdad, uno de ellos es suficiente: "Más Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu". En primer lugar es muy extraño que un moribundo tenga energías y capacidad pulmonar para dar un gran grito. En segundo, la palabra "Espíritu". Si leemos los Evangelios, por ejemplo ella aparece en la forma de "Espíritu Santo" en relación a la concepción de María (Mateo 1:18); como "Espíritu de Dios" en el bautismo de Jesús (Mateo 3:16); como "Espíritu" que llevó a Jesús al desierto a ser tentado por el diablo (Mateo 4:1).

Es obvio que en ese contexto, "Espíritu" no es equivalente a fuerza vital o vida. "Entregar el espíritu" y sobre todo después de dar un grito potente, significa devolver al Espacio Infinito, el Principio Cósmico que estaba alojado en aquel cuerpo.

           En realidad, este asunto no es muy importante para los objetivos de este texto. En efecto, la verdadera naturaleza de Jesús, del Cristo y de Jesús el Cristo no es un tema cuyo conocimiento cabal influya en gran forma en nuestra evolución, por lo menos en las fases que estamos recorriendo, pues se trate de uno, dos o tres Seres, lo importante es lo que simbolizan: el Amor. Y este sí es nuestro gran objetivo. Por lo tanto, no se preocupe mayormente si los conocimientos emanados de la Sabiduría Eterna o de la Religión Cósmica son chocantes o antagonizan con aquellas ideas que la mayoría de las personas aceptan, simplemente porque algún sacerdote las expresó como verdaderas. Con todo, vale la pena meditar sobre este punto.

           A continuación, abordaremos un asunto muy importante, que ese sí tiene consecuencias prácticas de la más alta relevancia, pues aceptar ciertas interpretaciones bastante en boga nos pueden llevar al estancamiento, a la indolencia y finalmente a un retroceso moral y espiritual.

b) Jesús, el Cristo y el "rescate" de la Humanidad

           Lo que queremos analizar son algunas versiones sobre este asunto, que pueden ser resumidas en los siguientes conceptos:

– "Dios ama tanto a los seres humanos, que sacrificó su Único Hijo para salvarnos".

– "Jesús a través de su crucifixión, expió los pecados humanos concediéndonos la salvación".

– "Jesucristo nos reconcilió con Dios a través de su sangre vertida en la cruz; por su sacrificio calmó la cólera de Dios".

– "Los que creen en Jesús están a salvo; los que no creen están condenados"

           Inmediatamente comentamos las frases expuestas:

– "Dios ama tanto a los seres humanos, que sacrificó su Único Hijo para salvarnos".

           No es posible aceptar esta idea ni en términos de justicia, de moralidad o de sentido común. En efecto, desde el punto de vista del sentido común sería verdaderamente absurda, algo así como decir que una persona ama tanto a los animales que al verlos hambrientos se arrancó un brazo y se los dio como alimento. Desde el punto de vista de la justicia es imposible admitir que el justo pague por el pecador. Y considerando el asunto del ángulo moral es pésima didáctica realizar las cosas por los otros, cuando éstos no las quieren hacer por pereza, indolencia y subdesarrollo; sería como si el Rector de una Universidad condenase al mejor de sus profesores a hacer un inmenso sacrificio, cumplido el cual los alumnos serían aprobados.

           Aun considerando que aquella afirmativa ser correcta, llegamos a una conclusión todavía peor. Pues si Dios realmente operó así, no es el Dios Todo-Poderoso y Omnisapiente que aprendimos a reverenciar, porque basta mirar para la Humanidad tomada como conjunto y es claro que aquel sacrificio fue en vano, pues la tal "salvación" no se transformó en Amor, con muchos "creyentes en Cristo" explotando, aplastando y ensangrentando sus hermanos.

– "Jesús a través de su crucifixión, expió los pecados humanos concediéndonos la salvación"; "Los que creen en Jesucristo están a salvo; los que no creen están condenados".

           Aquí se retira la responsabilidad de Dios pero se mantiene la idea central de que Jesús a través de su sacrificio nos concede la salvación (siempre que creamos en El). Torquemada – entre otros – "creía" en Jesús. Con todo, nos negamos a aceptar que por este motivo él – y los otros – hayan sido salvados, sobreentendiendo por "salvación" la elevación del alma – después de la muerte – al mundo de la bienaventuranza.

           En verdad aquel concepto paraliza el desarrollo moral y espiritual de las personas, ya que apenas precisan "creer" en Cristo para alcanzar el "Reino de los Cielos". La clave de todo es ¿qué significa "creer" en Cristo? La interpretación oficial es que esto implica en seguir los dogmas impuestos por las autoridades religiosas, que los distribuyen como si fuesen pastillas o comprimidos, prontos para ingerir. Esto detiene el crecimiento interno de las personas, que apenas repiten los que les fue enseñado. Pero las enseñanzas del Cristo no son para ser ingeridos como aspirinas, ellas tienen que ser aprehendidas y comprendidas, a través de un esfuerzo personal muy grande.

  En otras palabras, ellas no son para ser repetidas por papagayos; ellas son para ser vividas, para ser incorporadas en la naturaleza íntima de nuestro ser. Por lo tanto, vuelve aquí una diferencia fundamental, ya comentada anteriormente: cristiano es aquel que dice creer en Cristo, porque pertenece a alguna de las iglesias auto-denominadas como cristianas; crístico, es aquel que siendo cristiano, budista o de cualquier otra religión, o no profesando ninguna de éstas, siente palpitar en su corazón el contenido de las enseñanzas del Maestro Divino.

           Por lo tanto, no está "condenado" el que no "cree" en Cristo y sí aquel que siente, piensa y actúa despreciando los principios que Él enseñó, aunque como Torquemada se proclame un "siervo de Cristo". Por su vez, no se "salva" aquel que dice "creer" en Cristo y sí aquel que siente, piensa y actúa, de acuerdo con sus enseñanzas, o sea intenta llevar una vida lo más noble posible, impregnada de luz, amor y paz; para esto no es necesario profesar religión de ningún tipo. Apenas es necesario abrir el corazón a la luminosidad de la Sabiduría Eterna y dejar que él hable su propio lenguaje; como si fuera una Rosa irguiéndose magnífica por encima de la Cruz del mundo. ¡La Rosa elevándose sobre la Cruz! Este es un símbolo maravilloso, una verdadera Resurrección.

– "Jesucristo nos reconcilió con Dios, a través de su sangre vertida en la cruz; por su sacrificio calmó la cólera de Dios".

           La primera parte de esta frase está en la línea de las anteriores: los pecados humanos exigen expiación con sangre y un Gran Ser, el Cristo, se ofrece en holocausto; esto satisface a Dios, que de este modo "calma su cólera". ¿Pero que Dios es éste? No es por cierto el Dios Único propuesto por Akenaton, reverenciado por Moisés, glorificado por el Maestro Divino y reconocido por la Sabiduría Eterna. El Dios Único está absolutamente por encima de las debilidades y miserias humanas, de modo que jamás podría serle atribuido el sentimiento de cólera o cosa parecida. Él es un Dios de Bondad, de Amor y de Misericordia. Aun hablando metafóricamente, Dios no podía estar "descontento" o "enojado" con el hombre.

  Por su propia Naturaleza Divina, el Ser Supremo tiene conciencia absolutamente cristalina acerca de la evolución humana y sus dificultades. Fue el propio Creador que nos concedió el libre albedrío, fue Él que formuló nuestro "Plan de Estudios", fue Él que diseñó los instrumentos a través de los cuales ese Plan está siendo gradualmente ejecutado. Y Él dispone de inmensa Paciencia, que tanto nos falta a los seres humanos.

           Este es un modo verdaderamente crístico de ver las cosas sagradas: el ser humano evoluciona de acuerdo con un Plan Divino, por lo tanto sabiamente elaborado. Este nos impone, desde hace muchos milenios un énfasis muy fuerte en los aspectos materiales; tan fuerte que se ha evaporado de nuestras conciencias la existencia de antiguas culturas humanas donde el énfasis era dado a lo espiritual (Es aquí que aparece el Melquisedec original, así como la Gran Fraternidad Blanca).

           La evolución humana opera en espiral: hay períodos en donde prevalece lo espiritual, otros donde la primacía es material y otros donde ocurre la síntesis de ambos, siguiendo el modelo de la Santísima Trinidad, la Ley del Triángulo y el principio de los opuestos complementarios. Pues bien, la Historia humana (conocida) pertenece a la fase material. Ella tiene un objetivo principal: desarrollo de la inteligencia y de la creatividad, sabiendo de antemano que esto tendrá un precio a ser pago, de la misma manera que un alumno centrado en estudiar Física y Química exclusivamente, causará perjuicios tanto interiores como exteriores.

  Los interiores se refieren a su parada y posterior atraso en lo relativo a la ciencias humanísticas (equivaldrían al estancamiento espiritual de la Humanidad); los exteriores se deberán a daños producidos por quiebra e inutilización de materiales, explosiones, etc (equivaldrían a la destrucción y devastación que el hombre impone al planeta).

           El hecho es que en la medida que el hombre se vuelve más inteligente y más creativo, también se vuelve más peligroso, porque su dominio sobre la materia aumenta. Por esto, a lo largo de la Historia humana los Avatares comenzaron a destilar suaves dosis de Sabiduría para así ir aplacando el riesgo creciente de que el hombre aplicase su inteligencia y su creatividad – sin saberlo y apenas por orgullo – contra el propio Plan Divino. En la medida que perlas de Sabiduría fueron diseminados en la Humanidad, la evolución de ésta marcó nuevas necesidades.

La mente humana en pleno desarrollo en uno de los vértices del Triángulo, comenzó a desequilibrarlo peligrosamente; así se hizo necesario comenzar a trabajar en un segundo vértice. El Principio Cósmico del Amor, que ya había hecho sus incursiones en la India con Krishna y con Buda, debe aparecer como materia completa en el currículo humano y debido a su naturaleza específica, a su contenido y a la potencialidad de su desarrollo en el futuro, no era suficiente un Avatar. En verdad, no se trataba apenas de introducir una disciplina en el currículo: era necesario reformularlo totalmente; por lo tanto un avanzado profesor terreno, Jesús, le brindará las herramientas físicas más adecuadas para poder operar eficientemente.

           Es claro que el nuevo Principio no podría ser comprendido inmediatamente por el ser humano. Con todo, electrizada con la nueva Luz, parte considerable de la Humanidad la abraza y desea absorberla; así se desarrolla la Iglesia Primitiva. Más tarde, su institucionalización ofusca gran parte de su brillo, creando organizaciones pervertidas como la "Santa" Inquisición y llegando al fanatismo inconcebible de matar "herejes" e "infieles" en el sagrado nombre del Cristo. Sin embargo, a pesar de la larga noche medieval, de naturaleza pseudo-espiritual, la frágil plántula de Amor creció protegida en refugios y lugares secretos por aquellos que desde el fondo de los tiempos son conocidos como los Hijos de la Luz.

           En la primera mitad del siglo XVII, el pseudo-espiritualismo que prevaleció en Occidente durante más de mil años fue vencido por una vigorosa expansión de aquellas materias que habían privilegiado el currículo humano: la Inteligencia y la Creatividad. Aprisionada durante un milenio y ahora exacerbada a través de un nuevo recurso: el método científico, la mente humana recupera rápidamente su prestigio, levantando una nueva religión: el materialismo científico, cuya diosa llamada Ciencia, reina indiscutida sobre las culturas más avanzadas de la actualidad.

           Lo demás es historia reciente, la Ciencia (Inteligencia y Creatividad) divorciada de la Sabiduría y del Amor, descubre una nueva energía: la nuclear, capaz de arrasar el planeta en unos pocos minutos. Ahora es el momento de que la planta del Amor florezca. Es absolutamente necesario. En verdad, ignoramos cual será el próximo desarrollo del Plan Divino; con todo – humildemente – osamos creer que él privilegiará la expansión del segundo vértice del Triángulo, el Amor. Esa es la magna tarea que nos espera en esta aurora de la Era de Acuario.

  Antes que el segundo vértice esté consolidado (tan consolidado como lo están actualmente la Inteligencia y la Creatividad), comenzará a formarse el tercero, el vértice del Poder, ejercido directamente por el Padre.

  Será la Edad de Oro de la Humanidad, en la cual la Plenitud, la Armonía y la Auto-realización serán la consecuencia concreta, real, tangible de la confluencia de las tres fuerzas que operan eternamente en el Universo y que las diferentes filosofías y religiones han bautizado con nombres diferentes, pero que en el centro del Dios Único corresponden a una misma y majestuosa Realidad, la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo; Principio masculino, Principio femenino y Manifestación; Osiris, Isis y Horus; Brahma, Vishnu y Shiva. En fin: Poder, Amor y Creatividad.

           Esto es verdaderamente "Cristianismo Místico", tema íntimamente ligado con el de Religión Cósmica.

ALGO MÁS SOBRE EL CRISTIANISMO MÍSTICO

           El verdadero significado de las doctrinas que Cristo enseñó, implicarían – para ser expuestas con claridad y extensión suficiente – en escribir una verdadera enciclopedia. Por otro lado, el autor de este texto no es más que un modesto aprendiz en la senda de la Sabiduría Eterna, por lo que debemos recurrir a autoridades de alto nivel en el asunto, especialmente a Lewis (10,11). De este modo, pueden ser resumidos así los aspectos más importantes:

(1) El Maestro Jesús, El Cristo, nos trajo una doctrina nueva, espléndida, basada en el Amor. Lewis (10) la resume magistralmente de la siguiente forma: "Creed en Mí y en mis enseñanzas, amad y actuad con amor para con todos. Dejad que la esperanza sea el alma de vuestros actos, pues más allá de esta existencia hay una vida más perfecta. Sé de eso porque fue de allá que vine y para allá os guiaré. La aspiración – por sí sola – nos os ayudará; para alcanzar esa vida más perfecta en el futuro, debéis comenzar por realizarla ahora, encontrándola primeramente dentro de vosotros mismos y en el Reino de los Cielos que está dentro de cada uno de vosotros, encontrándola después en la Humanidad, a través de actos de amor y caridad".

           Esto es Cristianismo Místico puro; en él se da énfasis fundamental a nuestra vida interior. Es necesario "creer", pero más importante es actuar en función de la creencia. En una palabra, el mensaje del Maestro Divino está centrado en un punto esencial: la necesidad de desarrollo espiritual, la que naturalmente envuelve Amor. Eso es lo primero. Respondiendo pues a esta orientación es que fue elaborado este texto.

           Véase bien que las enseñanzas del Cristo están repletas de amor y esperanza; ellas son bien diferentes de muchas de las que en su nombre fueron difundidas después, las cuales podrían ser resumidos en las siguientes palabras: "Aunque nacidos de Dios, sois perversos porque hais dejado que el demonio se instale en vuestro corazón; arrastráis el pecado original y lo perpetuáis. El pecado os acompaña del nacimiento hasta la muerte. Vuestro único camino es el arrepentimiento y creer en Nuestro Señor Jesucristo. Sólo Él os podrá salvar, purificando-os para que podáis entrar en el Reino de los Cielos, después de vuestra muerte. Fuera de esto, vuestra única expectativa es sufrir eternamente el fuego del infierno".

           La diferencia entre ambas versiones es fantástica. En la primera, todo está centrado en la Vida y en nuestra capacidad de evolución durante nuestra encarnación terrena. En la segunda, la primacía está dada al pecado, a la muerte y al castigo eterno, así como a un supuesto "príncipe encantado", capaz de llevarnos al reino de la bienaventuranza eterna, apenas "creyendo" en él; la graduación de esta "creencia", así como los dogmas explícitos e implícitos involucrados serán administrados por los "representantes" de Dios, de modo que a los seres humanos comunes solo les cabe obedecer. No hacerlo implica en el riesgo máximo: castigo eterno.

           Lo que enseñaba el Maestro era bien diferente. Véase el Sermón de la Montaña. ¿Acaso él amenazaba con puniciones?, ¿pedía grandes sacrificios? ¿exigía prolongadas penitencias? No, Él simplemente predicaba humildad, compasión, bondad, justicia y amor. Esto, que puede ser resumido en apenas una línea: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mateo 5:8), era un mensaje místico profundo, dirigido a electrizar el Yo Interior de cada uno, radicalmente diferente de las proclamas posteriores que apenas procuraban asustar el Yo Exterior.

(2) Uno de los principales de los judíos, Nicodemo, venía a escondidas a hablar con el Maestro procurando absorber sus enseñanzas. Este la decía: "De cierto te digo que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (Juan 3:3). Nicodemo no podía entender, porque él consideraba literalmente las palabras de Cristo; véase su ingenuidad: "¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?" (Juan 3:4).

           Es claro que ambos daban sentido diferente a la expresión "nacer de nuevo". Nicodemo, como muchos seguidores posteriores sólo percibía la superficie, la cáscara del asunto. Cristo hablaba de la esencia del mismo, en términos propios de lo que llamamos Cristianismo Místico. Este renacimiento "milagroso" y aparentemente imposible tiene otro significado, claramente conocido por la Gran Fraternidad Blanca, pues en verdad él representa su objetivo supremo. Se trata de un renacimiento interior, no un renacimiento físico, claramente absurdo.

Precisamente, la Fraternidad, a través de los milenios, orientó a los discípulos a este renacimiento por medio de sus enseñanzas, ejercicios e iniciaciones. Gracias a ellos, es despertado el Yo Interior que así consigue desarrollar toda su potencialidad, hasta que, montado en la centella del Espíritu Santo alcanza la Conciencia Cósmica; entonces es que conocemos la Verdad, en toda la amplitud, riqueza y profundidad que esta expresión significa. Esto es el renacimiento.

Así el renacimiento en la vida física pero no de la vida física y sí de la interior es una de las enseñanzas claves del Maestro Jesús, el Cristo. Esto trae a la superficie, dos asuntos importantes, que serán tratados inmediatamente. Por un lado, Cristo comienza a divulgar públicamente algunos conceptos místicos, que antes sólo eran mencionados a los iniciados en los Misterios; la etapa de evolución espiritual en que la Humanidad ingresaba, así lo exigía. Por otro lado, el despertar del Yo Interior significa – ahora sí – "creer en Cristo", pues el Yo Interior es nuestro Ser Crístico o Cristo Interno. Es a través de él que nos vamos a "salvar" ("El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado". Juan 3:18).

3) La popularización o por lo menos una mayor divulgación de las ideas místicas auténticas era una necesidad imperiosa en aquella época, si es que en el Plan Divino – como ya fue dicho – se pretendía introducir una nueva y fundamental disciplina: Amor. Para que esto pudiese ser posible, la conciencia humana precisaba ser ensanchada y profundizada; la comprensión era un factor fundamental y el primer paso de la comprensión es la información.

           Indudablemente la vida de Jesucristo y especialmente su crucifixión y su resurrección son acontecimientos revestidos de características tan inusuales, que pueden ser hechas varias lecturas e interpretaciones – perfectamente válidas – de las mismas. En efecto, la encarnación de un Principio Cósmico es un hecho tan especial, tan rico en significados y desdoblamientos, que ninguna persona – ni aún los mayores maestros humanos – puede tener la vana pretensión de agotar el asunto.

           Hacemos esta reflexión para subrayar que la interpretación posterior es apenas una justificativa para explicar el desarrollo de la vida terrena del Cristo, considerada desde un único ángulo. Otros, sin duda existen, inclusive más importantes que el aquí expuesto.

           La idea central que deseamos transmitir es que la Misión terrena del Cristo puede ser percibida como una pieza teatral que era necesario grabar en la conciencia humana. Así, los acontecimientos más importantes en ella transcurridos serían como jalones que mostrarían a los seres humanos en evolución, las etapas que su Yo Interior debería recorrer para llegar a identificarse y finalmente disolverse en el Ser Crístico. Estos jalones eran de conocimiento de la Gran Fraternidad Blanca y sus Adeptos; recibían el nombre de Grandes Iniciaciones y los discípulos llegaban a ellas después de preparación intensa, dependiendo del grado de evolución de los mismos el número de aquellas que podían ocurrir en una única vida.

           La grabación de estos jalones o verdaderas culminaciones de los actos de una pieza teatral en la conciencia humana, se revisten ahora de una trascendental importancia, porque al nacer del Tercer Milenio el verdadero Cristianismo (y todas las otras religiones) deberán de ser místicas o perderán su razón de existir.

           No tenemos espacio aquí ni tampoco autoridad suficiente como para explayarnos sobre un tema tan esotérico como las iniciaciones místicas. Resumamos pues sus aspectos básicos según la notable Alice Bailey (12):

           En la primera iniciación (correspondiente al Nacimiento de Jesús) el control del Yo (interior) sobre el cuerpo físico debe ser alcanzado; esto implica que cosas como la lujuria, la gula y la embriaguez deben ser dominadas; el iniciado recibe instrucciones para estabilizar sus emociones de modo a operar con ellas con la misma facilidad que lo hace con objetos físicos.

  En la segunda (correspondiente al Bautismo y que conduce a la encarnación del Principio Cósmico conocido como Cristo), ya alcanzado el dominio de las emociones, el iniciado es instruido a dominar la materia mental que lo capacitará a utilizar las leyes de operación del pensamiento creador. Es interesante saber que – según los registros – hay generalmente un gran período de tiempo entre la 1ª y la 2ª iniciación, lo que no acontece de ahí en adelante. Esto está perfectamente retratado en "la pieza teatral" que estamos describiendo: entre el nacimiento y el bautismo pasaron 30 años; mientras tanto, los tres pasos restantes fueron dados en apenas tres años.

           En la tercera iniciación (correspondiente a la Transfiguración) "la personalidad entera es invadida con una Luz venida desde lo Alto". En efecto, el Adepto, con un dominio casi completo de su cuerpo, sus emociones y su mente, puede presentarse ante el Supremo Iniciador, estando apto para percibir la Luz en todo su esplendor, Luz que antes lo cegaría. Esta Luz lo penetra en aquel sagrado momento, transfigurándolo. Él ahora está en contacto íntimo y profundo con la Sabiduría Eterna; él vive en la Verdad.

           La cuarta iniciación (correspondiente a la Crucifixión) implica en absorber la Ley del Sacrificio (ver Capítulo 6). El iniciado, con una personalidad altamente evolucionada, debe, con todo – siguiendo la ley – depositarla en el altar del sacrificio, renunciando a todo: amigos, dinero, reconocimiento, familia, planes, proyectos y a la propia vida (como aconteció con Jesús, que debió devolver el inefable Principio Cósmico que se había encarnado en su cuerpo). Se trata de templar el alma como el hierro al rojo vivo lanzado en el agua helada; así se fabricaban las mejores espadas medievales. Observada exteriormente la vida de un iniciado de tal nivel, es impresionante: su grandeza espiritual es perceptible a simple vista, pero su vida terrena se muestra increíblemente complicada, dolorosa e insoportable. Parece ser víctima de un castigo divino.

  La quinta iniciación (correspondiente a la Resurrección) lo lleva el objetivo final: ser un Maestro Cósmico.

           Con todo, esta analogía no puede ser vista apenas como válida para seres humanos muy evolucionados; también lo es para cada uno de nosotros, en menor nivel de desarrollo. Así "micro-iniciaciones" ocurren a lo largo de nuestras vidas con cierta frecuencia, en particular la dupla: Crucifixión – Resurrección. Ella se manifiesta especialmente cuando nos negamos a reconocer validez a los principios espirituales y nos lanzamos de pecho abierto en el océano de las apariencias físicas que como fuegos fatuos nos deslumbran, aprisionándonos a la materia.

  Esto es un principio contenido en el Plan Divino: cuando no queremos aceptar las orientaciones de nuestro Ser Crístico y nos aferramos ciegamente a los dictados del egoísta Yo Exterior (manipulado por la Mente Colectiva), la enseñanza rechazada se transforma en dolor y sufrimiento, hasta que la comprensión interior consigue quebrar las cadenas en la que estaba esclavizada, haciendo irrumpir con su hálito libertario, el glorioso esplendor de la Resurrección.

(4) En la problemática discutida en este texto, las argumentaciones básicas relativas al ser humano confluyen sobre tres aspectos fundamentales: el Yo Exterior, la Personalidad y el Ser Crístico o Cristo Interno). Naturalmente también existe el cuerpo.

           Ahora estamos en condiciones de precisar mejor aquellos términos. Hablando místicamente, el Ser Crístico es el Alma, o sea un fragmento de la Conciencia Cósmica, la partícula Divina que vive en nuestro interior; por su vez la Personalidad, una condición de nuestro ser que está en evolución, teniendo como modelo o imagen a la propia Alma.

Dicho de otra manera, nuestro limitado Yo humano está aprendiendo, a través de su encarnación en la materia física, a transformarse en una duplicata del Ser Crístico o Chispa Divina que vive en el fondo de nuestro corazón. Ya el Ser Exterior es aquella parte del ser humano que lidia con el mundo físico y con la Mente Colectiva, creando hábitos en general perniciosos para el desarrollo espiritual.

  A esto se resume el larguísimo proceso de la evolución humana; naturalmente que para alcanzar aquel refulgente objetivo, es fácil de percibir por nuestra propia experiencia personal, que una única vida es un tiempo ínfimo para alcanzarlo, a menos que estemos muy adelantados. La consecuencia lógica de esta simple comprobación es que precisamos vivir muchas veces antes de poder alcanzar aquella magnifica meta. (Esto será analizado con especial cuidado en el Capítulo 5).

           El enfoque anterior es relativamente simple de comprender hoy día, pero era desconocido en la época. Así los pueblos antiguos (no así las fraternidades místicas, que realmente "sabían" de las cosas), tenían una comprensión simplificada de la relación del hombre con las fuerzas universales. Ellos consideraban la existencia del cuerpo físico como el Yo único, a los cuales se agregaba el alma, parte del ser humano que podía comulgar con los dioses. Estos, se encontraban en diversos lugares, la mayoría, físicos,– pero separados del hombre; eran dioses trascendentes.

           De esta manera, el comportamiento concebido y reputado como inmoral era expiado con castigos físicos; este comportamiento inmoral se refería a contravenciones contra las reglas de la comunidad, tales como adulterio, robo o asesinato. Aquellos castigos eran considerados la compensación justa y suficiente para el desvío necesario (recuérdese que aún hoy en día en algunos países islamitas a los ladrones – por ejemplo – se le cortan las manos). En esta misma línea de raciocinio están los padecimientos que algunas personas se infligen – hasta hoy – en la procura de derrotar al "demonio" de la inmoralidad, a través del ayuno, la auto-flagelación, el desprecio del cuerpo y mortificaciones correlacionadas.

           El único acto que escapaba a esta consideración de compensación física estaba representado por la blasfemia: negación de poder o de existencia del o de los dioses adorados por aquella comunidad. En este caso, no era un comportamiento que pudiese ser compensado con sufrimiento físico, pues en ese caso el Yo humano, el cuerpo, era considerado irrecuperable. Así siendo, la muerte era la única salida para el problema.

           Las enseñanzas del Maestro Jesús El Cristo muestran aquí una importantísima novedad: el código moral no podía tener más como punto de referencia a la comunidad humana y sí el Ser Supremo, al Creador del hombre y del Universo. El nexo entre el hombre y la Divinidad es doble: no se trata apenas del alma y sí de su duplicata en formación: la personalidad – alma. Así tenemos tres componentes fundamentales del hombre: su cuerpo material, destinado a desintegrarse a partir de la muerte física; su Personalidad en proceso de evolución espiritual y su alma (o Cristo Interno), verdadera chispa divina, que en ocasión de aquel acontecimiento se reintegra a su origen: la Conciencia Cósmica.

           Así el sentido evangélico de la palabra salvación debe ser vinculado a la evolución de la Personalidad, en procura de su perfecta identificación con el Cristo Interno. Este es el verdadero sentido de los versículos que hablan de salvación o salvación del alma.

           En efecto, era ampliamente conocido por los místicos de la época (y de todos los tiempos) que el alma es perfecta, debido a su propia naturaleza, de origen divino. No había pues en ella nada que se pudiese "salvar" a través de algún tipo de acción humana constructiva. En cambio, había – y hay – un espacio inmenso para "salvar" la Personalidad. De manera que cuando se dice por ejemplo: "Sólo Cristo salva", esto es entendido generalmente como que sólo el Maestro Divino en persona – a través de los rituales de una determinada iglesia cristiana – es capaz de salvar las almas individuales de la llamas del infierno.

  Por esto es que se dice que "el infierno está empedrado de buenas intenciones": fanatizados por esta interpretación, "herejes" e "infieles" fueron asesinados por Torquemadas de épocas terribles; hoy día la tortura externa ha sido suprimida en esta área, pero la interna continúa produciendo grandes sufrimientos.

           El significado de la expresión "Sólo Cristo salva", a la luz del verdadero sentido de las enseñanzas de Aquel, es relativamente simple: solo el reconocimiento de la existencia de nuestro Cristo Interior y la comprensión de que necesitamos identificar nuestra Personalidad con él, nos puede "salvar", o sea conducir a la perfección de ésta, con lo cual la etapa del Plan Divino que debemos cumplir mientras estemos encarnados, será cabalmente realizada. Es por esto que afirmamos que para evolucionar espiritualmente no es necesario ser "cristiano", pero sí "crístico".

Partes: 1, 2, 3, 4
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente