Prólogo, reseñas y ensayos escritos acerca de Atormentado de sentido (página 2)
Enviado por Ronel González Sánchez
Precedidos por un poema escrito en verso libre, con la excepción del capítulo IV que es una décima en prosa la que da paso a lo demás, la concepción de este libro parte de los mismos orígenes de la creación, especie de referencia bíblica al surgimiento de los seres y a la vez señal de lo que una vez exánime requiere la presencia del aliento vital para regresar a la dinámica de la existencia, el poema iniciático y la décima que inaugura "Nueva estación" dan fe de un conjunto de ideas que resulta alegórico respecto a la escritura cubana en décimas: lo que necesariamente tiene que transformarse para evitar su aniquilación. Así queda enunciado en los casi enigmáticos versos […] epifanía. pulso de un reino que se acaba/ justo en la gran caída […] reino de argonautas, / de uno sostenido por la poesía escrita sobre puertas, sobre la piel,/ como una honda sajadura. viene la voz que esquiva los objetos/ raídos: multitud de volúmenes para burlar el hambre/ ancestral, hambre ontológica, hambre mimética,/ elemental de la ceniza, cicatriz, tránsito del abandono/ al abandono, tejido de oposiciones, raíz de la totalidad/ que en vano sugiere interpretar alquimias, momentos/ de la fecundación. / y, seguidamente, por una décima acerca de la muerte, reflexión en torno a lo inevitable de la trayectoria de los seres y, a la vez, velada preocupación por el estado en que se encuentra la poesía.
Los textos que siguen en este capítulo están marcados por la presencia devastadora de la muerte (tanto la natural como la muerte provocada) y enuncian, después de una lectura y comprensión en profundidad, además de sucesos de índole biográfica del autor, relacionados con familiares muy cercanos (la madre y el abuelo), un contrapunteo filosófico, utilizando variaciones de puntos de vista de los personajes, acerca de motivos tan controversiales como el crimen, la soledad, el abandono, la culpa, la piedad, la tortura física y sicológica, la derrota y, finalmente, el suicidio, no sólo individual sino el que atañe a los creadores a lo largo de la historia literaria, expresa conexión de este corpus poético con el entramado de lo universal.
La segunda sección de este libro, titulada "Médulas que han gloriosamente ardido", un verso del clásico soneto "Amor constante más allá de la muerte", del poeta español Francisco de Quevedo y Villegas, da continuidad al descendimiento si se quiere dantesco del poeta en los primeros capítulos del decimario. Precisamente los versos que preceden a estos nuevos poemas afirman: " Descender/ en travesía invisible/ a la infinita celeridad? / al orden?/ […] entrañarse en la intemperie/ como el que paga un precio/ por anteriores existencias/ entrañarse/ orfeo / heráclito / dante / sin transfiguraciones." (p. 39) Lógica sucesión de desvalimientos que conectan esta nueva etapa creativa de González Sánchez con la anterior y que, en este caso, asume diversos tópicos como son la sobriedad, la identificación del poeta con la visión perturbada del ebrio que ha perdido todos los asideros con la existencia (Textos titulados "Elogio de la sobriedad" y "De codos en el puente", éste último intertextualidad explícita con un poema muy conocido del cubano José Jacinto Milanés); el amor efímero, incompleto y desolador (décimas "Médulas que han gloriosamente ardido" que dan título a este apartado significacional del libro); el desarraigo (poemas titulados "¿Qué hago yo aquí?, referencia a un verso del poema "El gigante" del cubano "Rubén Martínez Villena y "Al partir", verso del soneto del mismo título de Gertrudis Gómez de Avellaneda) y finalmente un poema que se corresponde con sentimientos de filiación religiosa o, mejor, de francas búsquedas ontológicas relacionadas con el ámbito espiritual: "Carta de un beodo a Pierre Kirilovich Bezujov", personaje de la trascendental novela La guerra y la paz, de León Tolstoi, que vivía contradicciones parecidas a las que evidencia el sujeto lírico de este libro.
La tercera sección de Atormentado… se titula "Apropiarse de todo" y viene precedida por versos que dan sentido al capítulo: "descentrar el vacío ontológico/ que condena a los entes a ser entes/ y no su anulación / mediante el macrotexto/ edificante / el espasmo global / la sacudida […] (p. 61) o sea, el poeta propone, a partir de la apropiación, concepto muy manejado por los postmodernos, propiciar una razonamiento diferente y, como resultado, la sacudida, el nuevo estremecimiento, no la adjudicación vacía de elementos establecidos sino la reformulación para propiciar el surgimiento de nuevos sentidos.
Ahora dos textos escritos utilizando el endecasílabo "Autodefensa de Cayo Mecenas" e "Historia de cruzados", reflexiones acerca de la amistad, el desengaño, la traición y la guerra, funcionan como un gozne entre los capítulos anteriores y los que siguen, para dar entrada al tema de la hermenéutica de la estrofa y el estudio de su devenir.
"Diatriba contra la décima", cuarto capítulo del poemario, es el más extenso del libro y el que complica su estructura y la recepción de los poemas por el amplio registro de resonancias cubanas y universales que convoca y posee.
En el primer poema, titulado con una aseveración del gran poeta español de la generación del 98, Antonio Machado, tomada de su ensayo "Reflexiones sobre la lírica" (Machado, Antonio; 328.) "Lo peor para un poeta es meterse en casa de la pureza, la perfección, la eternidad y el infinito. También el arte se ahoga entre superlativos" (p. 73), el hablante lírico parte de enunciar la plena conciencia de los poetas del siglo XXI de una "era intelectiva" opuesta a "la ínsula intuitiva y errática del comienzo" de la creación poética para, desde presupuestos caros al existencialismo insistir en el lugar que ocupa el hombre, y el poeta en particular, en el cosmos; la visión postmoderna del creador como una sumatoria de inquietudes del pasado que, a la vez, con su desaparición abre nuevas interrogantes para los autores del porvenir:
Dominante dominado
por una trama de citas
sin notas, retomo escritas
frases por mí, en el pasado.
Soy todos los que han quedado
vivos en páginas muertas.
Soy sus odios, sus inciertas
interrogaciones mudas
y abandonaré esas dudas
clavadas en otras puertas. (p. 74)
El texto siguiente "El abuso de la literatura" (tomado de un verso del soneto "J.M" del argentino Jorge Luis Borges) insiste en el papel del creador ante su época, en su necesidad de "Fundar una resistencia/ sobre las ruinas del orbe/ […] para que el inmarcesible/paraninfo escritural/ más que exceso de lo Real/ sea carne de lo invisible." (p. 76) pese a las valoraciones contemporáneas que lo reducen a un simple buscador o cazador de "intertextos", un pueril hacedor de "inventarios de olvidadas escrituras".
El próximo poema es todo un estudio escrito en décimas: "Diatriba contra la décima; ensayo de reinterpretación" (pp. 77-83), poema donde el autor valora la historia de la estrofa desde su surgimiento hasta las tendencias expresivas más recientes. Para ello R.G. lo hace empleando no sólo la estructura del ensayo literario con una introducción, un desarrollo, unas consideraciones finales y una bibliografía acerca del tema, sino que despliega para nada gratuitas referencias a pie de página que puntualizan tópicos como el de la recepción del discurso octosilábico en Cuba, la importancia de la obra en décimas de José Lezama Lima, poeta mal estudiado en el ámbito decimístico insular, y para caracterizar objetivamente los rasgos de la décima escrita desde finales del siglo XX y principios del XXI. Este texto culmina con una verdadera declaración de lo que considera el poeta debe ser la décima del futuro y cómo su asunción creativa:
La realidad debe ser tornada espíritu. El dolmen ha de sentir que lo colmen nuestros responsos. Volver a lo cerrado, acceder enardecidos, no obstante.
Enfrentar el verso errante a la incertidumbre tétrica, y devolver a la métrica su plenitud irradiante. (González Sánchez, Ronel; 2007:80.)
El resto de los poemas en décimas de este capítulo ("Materia cognoscente", "Sobre casas de muertos" -verso de Fina García Marruz- "Génesis", "Conceptos por transcodificar", "Taumaturgia", "Anagnórisis", "Hermetismo suprasensorial", "Confinamientos", Deconstrucción", "Demiurgo", "Toda perfección es solitaria", Un promontorio oscuro", "Lápida", "Fundar sobre la arena movediza", "La ingrávida estructura", "Deligth", otro texto titulado "Sobre casa de muertos", "Los viejos mitos" y "La angustia de las intertextualidades"), amplifican las temáticas enunciadas en los citados al inicio de la sección y se concentran en torno a exploraciones propias del estado y el ente postmoderno: la muerte de los paradigmas, la incertidumbre teórica, la sospecha ontológica y creacional acerca de que todo ha sido dicho o revisitado, los problemas provenientes de la misma epistemología, o sea, de la ciencia de conocimiento; la visión del fenómeno de la postmodernidad desde los llamados países periféricos, la refundación y resemantización poética, la deconstrucción proveniente del pensamiento estructuralista y semiótico, y, finalmente, la aparente incapacidad del poeta para instaurar un nuevo orden espiritual en medio de un caos informativo y cultural que conspira a favor de la anulación de la espiritualidad del ser humano.
La última sección del libro de R.G. es la que precisamente le da título: "Atormentado de sentido", continuidad de la idea del descendimiento dantesco del poeta para luego salir a la luz portando los frutos de la plena realización, tal y como afirma en los versos preliminares del capítulo: "descender / discurrir/ en lo solar / en el desierto / entre las sombras/ transitivas que acedan las palabras / el ámbito/de y contra lo brumoso/ perceptible en legiones de espejismos / para sostener/el candelabro/ la rosa de wells/ el graal." (p.115)
En los poemas titulados "Discurso periférico", "Espacio interior" y "Atormentado de sentido", el poeta intenta resolver o al menos plantearse las grandes inquietudes de una época desde la perspectiva de la fe en que la creación resulta inevitable y que muchas de las teorías y formulaciones del momento a la larga serán abolidos.
En oposición a criterios de estudiosos como el filósofo francés, representante del posmodernismo, Jean-François Lyotard, el autor insiste en el sinsentido de continuar erigiendo paradigmas y en el creciente aburrimiento de la humanidad ante la avalancha de doctrinas que no resuelven sus problemas puntuales y, acto seguido, plantea la necesidad de ahondar en el espectro espiritual, en ese "espacio interior" largamente pospuesto, dejando sin respuesta un sinnúmero de eternas interrogantes:
¿Qué es lo profundo? ¿La audacia
aparente o el dominio
ulterior del raciocinio?
¿Qué es lo profundo? ¿La Gracia
concedida o la falacia
del hombre contemporáneo?
¿El asombro momentáneo
que nos produce un requiebro?
¿La eternidad? ¿Lo instantáneo? (p. 121)
Finalmente el libro concluye con una extensa, intensa y angustiosa visión de conceptos y temas que agobian profundamente al poeta: la indagación permanente en los vericuetos que significan los sentidos de su obra y su estadía en el mundo, su incapacidad para comprender las esencias que conforman y mueven el universo, tanto el físico como el creativo; la imposibilidad de desterrar el dolor, el cinismo de los gobiernos que fingen representar a las personas desde una perspectiva justa; la casi inexplicable insistencia del hombre en continuar interrogándose acerca de peliagudos asuntos existenciales, la presencia inexcluíble de la muerte física y espiritual y el hecho de aspirar a una infundada posteridad; el cuestionamiento de detalles intrínsecos de la obra artística como la sintaxis, el discurso mismo, el estilo, etc.; la aspiración a redescubrir y resemantizar lo novedoso y lo que puede parecer perfecto; la insistente e inútil mirada del hombre hacia lo que considera erudito, cuando se debe enfrentar a asuntos de mayor desvelo como es la misma supervivencia de la especie; las influencias literarias; cuestiones difíciles del mismo entramado de la obra como son los signos lingüísticos, las estructuras visibles y profundas, las sonoridades y rimas y nuevamente el obstinado acaecer del creador que, en medio del entorpecedor cúmulo de ideas de una época sigue aspirando a lo imposible. Véanse las estrofas conclusivas del poema "Atormentado de sentido" como un resumen de lo anterior, citadas in extenso, debido a su importancia para reforzar los planteamientos de este estudio:
Retórica, estilística, hermenéutica:
esdrújulas semánticas oscuras.
Idiotizada por las escrituras,
engendra la creación su terapéutica.
Subsume el esplendor de la mayéutica,
al hierógrafo, en vanos tecnicismos.
El texto es un desborde de guarismos
y el intérprete un reo de la alquimia.
¿Para qué pretender una obra eximia
si la saludarán con eufemismos?
El poeta de hoy siembra fronteras
que transmutan la hybris en pastiche
y el crítico en la rima ve un fetiche
donde ya no susurran las esferas.
¡Nuevas estrofas para nuevas eras!
– proclaman adversarios de lo retro -.
La estanza, ciertamente, no es un cetro
que el poema total a erigir vaya,
pero, aunque tenga fin la ciencia gaya,
a nadie extrañará que vuelva el metro.
Preguntas. Apotegmas. Signos. Temas.
Escritura. Traición. Poder. Psicosis.
Fértil, por obra y gracia de la gnosis,
el hombre colecciona epifonemas.
No resuelven sus íntimos problemas
las palabras, desastres fugitivos.
De tránsito en el bodrio de los vivos,
la realidad le dicta que proteste,
y morirá por ella, aunque le cueste
abjurar de sus hábitos gnosivos.
Es el neologismo gnosivos, precisamente, conjunción de gnosis con nocivo, quizás el término que mejor resume esta obra por la bidireccionalidad del discurso, digamos la presencia de lo humano y lo divino, lo que es obra del conocimiento y a la vez síntoma de su propia aniquilación, lo que a ciencia cierta no sabemos si es valioso para el hombre.
Atormentado de sentido; para una hermenéutica de la metadécima, finaliza con un poema escrito en verso libre que guarda estrecha relación con el resto de los que aparecen en el poemario y remite simbólicamente a los orígenes, gran metáfora que busca el poeta para aspirar a la plenitud, al parecer inalcanzable cuando se trata de la escritura poética.
Al decir del poeta y crítico Roberto Manzano, en el prólogo de este valioso decimario:
Ronel González es ya conocido entre nosotros por una abundante producción, de calidad creciente y renovadora. Con este libro añade una nueva cota a esa producción, y ofrece un servicio artístico indudable a la tradición, al entrar a ella con absoluto desembarazo. […]
La actitud estética presente en este libro ya tiene cultores de mérito, y está alcanzando a lo largo del país notables resultados. Él se inscribe con todo derecho como una de sus piezas más representativas. (Manzano, Roberto; 2007:11.)
Opinión especializada que resulta esclarecedora y meridiana en el estudio de este libro y su significación para la historia de la décima cubana.
Enero-mayo 2013.
BIBLIOGRAFIA
González Sánchez, Ronel (2007). Atormentado de sentido. Para una hermenéutica
de la metadécima. Las Tunas: Sanlope.
Machado, Antonio (FALTA EL AÑO): "Reflexiones sobre la lírica". Prosas de
Antonio Machado. La Habana: Arte y Literatura.
Manzano, Roberto (2007): "El sentido de atormentarse" en: Atormentado de
sentido; para una hermenéutica de la metadécima. Las Tunas: Sanlope.
Péglez González, Pedro (2008). Los tormentos del sentido (poco) común.
Trabajadores (Ciudad de la Habana) 5 de mayo; 10.
Zahily Salazar Rodríguez (Tacajó, Báguanos, 1990). Licenciada en Estudios Socioculturales por la Universidad Oscar Lucero Moya de Holguín. Su Trabajo de Diploma: "Aproximación a la obra escrita en décimas del poeta cubano Ronel González Sánchez" obtuvo la calificación de 5 puntos, fue recomendada como tesis modelo para Universidades cubanas y se publicó en INTERNET en el sitio Monografías.com
Ronel González Sánchez: un poeta atormentado de sentido por el Big Bang de la metaescritura
Por: Eduardo Sánchez Montejo.
Poeta y ensayista.
¿Dónde está la sabiduría que perdimos en el / conocimiento?
/ ¿Dónde está el conocimiento que perdimos en la información?
T. S. ELIOT
Cuando se escribe un libro como Atormentado de sentido. Para una hermenéutica de la metadécima (Premio Iberoamericano Cucalambé, 2006; Editorial Sanlope, Las Tunas, 2007), el escritor debe dejar de lado la pretensión de una de las cosas que más animan y sostienen al publicista: sentir la comunión con su público. Este es el tipo de obra que un autor bosqueja una sola vez en la vida, inhabilitando el fenómeno colectivo de imitación. Una inteligencia tan portentosa, una autoconciencia tan profunda, una cuota tan alta de lucidez y clarividencia, termina por abrumar o asfixiar a cierta clase de lector.
Ronel González Sánchez es de los últimos apasionados de una religión a punto de extinguirse: la del demiurgo[1]capaz de reunir, unificar, integrar y poseer el mundo poético, y abandonarse y estallar con él junto a las bengalas del vicio moderno que hace a la poesía inseparable de la crítica del lenguaje. Allí donde Whitman explicita: Me celebro y me canto, Ronel escribe: Me autoprologo, y canto…, echando a vuelo no las campanas de la modestia sino las plurisotopías de sus frases poéticas; allí donde el poeta norteamericano declara con humildad que nadie podrá comprender sus versos si se insiste en considerarlos como una tendencia hacia el arte y lo estético, el poeta holguinero se declara conscientemente un eviscerador metalingüístico, catador y armador de idiolectos estéticos, desde una hermenéutica sui géneris del texto (¿hermeneuta del hígado etrusco?); allí donde el poeta Roberto Manzano (prologuista del libro) duda y se pregunta: ¿Quién dijo que la décima está reñida con la complejidad de la psiquis contemporánea?, Ronel cree que la modélica estrofa es capaz de reflejar a Dios en sus instantes canónicos [p.13]; allí donde Guillermo de Occam elabora un principio que optimiza, o trata de optimizar, el número de entes universales que existen, o tienen razón para existir (No debemos suponer la existencia de entidad alguna hasta vernos compelidos a ello.), Ronel da a luz el humus literario que hace posible el surgimiento de un nuevo dramatis personae: la metadécima. Si pergeño este prólogo, escribe, es un signo de que la metadécima reúne en la univocidad del cuerpo inmune la intimidad, lo externo, el fidedigno retrato, el intertexto, lo maligno de un lenguaje que en él se refocila. La décima ya no es la retahíla paisajística, sopla desde dentro de la cláusula el rhytmus del encuentro con una resistencia que aniquila [p.13]. Razones por la que, a partir de este libro, habrá que creer en dos entidades diferentes: la décima y la metadécima, como mismo hemos creído, felices o infelices, en la dualidad de la sustancia o en las dos instancias hermenéuticas (autor y lector). La décima está en escena, la metadécima explica la escena. La décima es el discurso de la realidad; la metadécima, de la realidad del discurso. Pero décima y metadécima están fluidificados en el mismo registro: el de una conciencia lúcida acerca del acto poético.
Lope de Vega escribió que las décimas son buenas para quejas… ¿Será, pues, la metadécima roneliana una entidad vigorosa como basa del muro de las lamentaciones? Sin dudas, solo que las cuitas de la metadécima son metalingüísticas, construidas desde la óptica del lenguaje que se sabe lenguaje, que habla o intuye su elegancia, solemnidad y nobleza; la quejas de la metadécima son sus batallas lingüísticas, críticas, reñidas no a favor de determinadas reglas, sino para librarse de las reglas impuestas por cierta décima tenida por tradicional, dogmática, paisajística, siboneyista y neopopulista.
La metadécima cumple en este libro la función del famoso deus ex machina [literalmente, Dios sacado con la máquina]. Como en el teatro antiguo, dios que por medio de un mecanismo aparecía en escena al final de las obras para provocar el desenlace. Si bien la décima roneliana denuncia el vacío que el autor percibe en el ser y da cuenta de los deseos y nostalgias a través de todas las imágenes que lo habitan y con las cuales representa al mundo y lo organiza, la metadécima complementa la visión dando cuenta de los insólitos panoramas lingüísticos que acechan detrás de las palabras, de las cosas y del discurso moderno y posmoderno; habla desde las posiciones de la sociocrítica, la psicocrítica, la crítica textual e incluso desde la mitocrítica. Desde la posición de esta última, por ejemplo, apunta Ronel: Duelo demiúrgico: el escriba y su ofrenda comparten el / descenso. Raíz mitopoética que (re)mitologiza un tiempo / ahistórico [SOBRE CASA DE MUERTOS, p.91].
Este es un libro que no disipa las abstracciones teóricas sobre el texto y el lenguaje, toma muy en serio, cultiva, las comprometidas pasiones del lenguaje por el lenguaje. La metadécima viene a ser la invocación patética de la sed de la realidad suprema del discurso que quiere saberse discurso. Décima y metadécima se conjugan en un ars combinatoria que rompe (o resalta la decrepitud) de las formas literarias canonizadas y se alzan como un valladar poético contra la cerrazón ortodoxa de la décima tradicional y la existencia de géneros minuciosamente codificados. Ronel, en una comunicación privada, subrayó que se propuso escribir un libro a partir de presupuestos de la ensayística, o sea, que la propia creación fuese reflexión acerca del discurso y simbiosis con el verso libre. Metapoesía y, de ahí vino el término metadécima. Es un libro que comienza apegado a los presupuestos tradicionales de la estrofa de los diez versos en lo que se refiere a la estructura (en realidad no tan tradicionales si se analiza a fondo), y a medida que se avanza se va complejizando, va elucidando el propio devenir de la décima en Cuba, y de la estructura en general (de ahí sus referencias al estructuralismo y postestructuralismo) pero sin gratuidades ni empleo de términos "traídos por los pelos", porque cada elemento fue muy pensado, meditado desde mi propia vinculación con la ensayística, mis estudios de la hermenéutica, a diferencia de lo que hacen algunos decimistas que parecen "llenar" sus textos con palabras "raras" o "difíciles" solo por el hecho de ver "cómo lucen" o supuestamente "para sorprender" y al final logran un engendro sin sentido.
La décima es la palabra puesta en función de comunicar un mensaje, una estética; la metadécima, su mayor lontananza: la legitimación del jirón ideológico, del vigor esencial del lenguaje que se sabe lenguaje. Las décimas de Ronel basculan entre dos polos: el polo que lucha por expresar la idea y el polo de búsqueda de un estado pasional. La metadécima, en su inyección semántico-crítica, acerca el compromiso entre ambas tendencias, ejercitando un individualismo expositivo loable, expandiendo las energías poéticas peculiarísimas que trajo al mundo. La metadécima provee al libro, además, de un lenguaje crítico, de múltiples dimensiones e ilimitada concavidad donde resuena el verbo.
¿Padece Ronel de erostratismo -como aquel Eróstrato, que por hacerse famoso prendió fuego al templo de Diana de Éfeso-, o del furioso deseo de trascender, o de ansias de inmortalidad, o de apremio por llegar a la cima poética de los elegidos (Rilke, Lezama, Martí y el mismo Whitman)? No lo creo. Su fe es otra: dar siempre la mayor cantidad de sustancia de sí, en la que una serie de yos se le vuelven ríos de comunicación desde los que funda una instancia metapoética, a través de la cual se niega a disfrazar el vanguardismo, con la teatralidad postmodernista [p.12] y se ríe de las modas de turno, sin dejar de ser, desde luego, elegante y serio como todo buen gourmet multicultural.
Pero, por fin, ¿para qué prototipo de destinatario pergeñó Ronel González Sánchez este libro? Ante esta pregunta dramática surgen dos situaciones hermenéuticas posibles, que apuntan a dos tipologías de lectores a los que Renato Prada Oropeza[2]llama el lector impotente (condenado al fracaso, a traicionar la articulación del sentido que nos ofrece el discurso) y el lector competente -también lector modelo para Eco- (capaz de realizar la lectura pertinente del texto). Este último, en modo alguno, es el tipo de lector ideal o superlector imaginado por el estructuralismo como el sujeto trascendental libre de todas las limitaciones de los determinantes sociales, pero sí una clase de sujeto de la recepción que presupone el tono y la táctica retórica del texto, capaz de aceptar el valor nominal de sus proposiciones y asumir una posición crítica, objetiva; un lector que no queda varado ambiguamente entre sus páginas, que logra un intercambio, una comunicación activa, material, semiótica; y está capacitado para captar las evaluaciones y connotaciones, e intereses incompatibles en el foco de lucha y contradicción que constituye todo texto, en su búsqueda de una identidad humana y artística en medio de la tormenta de ideas y de sentidos.
Atormentado de sentido… es un libro que contiene su propia exégesis. La exégesis es siempre un metalenguaje. Por lo que el libro está permeado por la palabra rica, multiforme y flexible que dispone de todos los grados posibles de una dignidad crítica y la exclusividad del metalenguaje. Sin caer en el caos categorial, sin ser un idólatra de los conceptos, hay en este libro el desencadenamiento de un lenguaje que se sabe lenguaje, junto al descubrimiento de la belleza de los excesos retóricos, la proliferación de los preceptos de la estética de la angustia, que dan cuenta de la constatación de su carácter proteiforme.
Los textos del libro se afirman en un substrato poético, privado de la estabilidad clásica de los temas tradicionales de la décima que, además, caben perfectamente por las ranuras de las alcancías del posmodernismo. Pero es una obra no comprable con las monedas de un mundo instrumental, de proclamaciones de la muerte del sujeto, de la mediocracia de las humanidades, de los programas que convierten las crisis en valor, etc. Este es un libro original, escrito desde la óptica de los modelos en conflicto, desde la resistencia poética, sin enmascaramientos (neo)populistas y sin retiramientos de los códigos herméticos. Ronel, mediante la red (la urdimbre o montaje cultural de la metadécima) trata de que el lector tome conciencia crítica de la estructura hermenéutica de la escritura (y de la compleja realidad); textos e intertextos traen a colación las candilejas de la "consciencia turbada" postmoderna. González Sánchez propone una teleología: la teleología de la esperanza como estrategia de resistencia, aquella que no se rinde acríticamente a todas las demandas de la modernidad. Por el cauce semántico y el cauce de las ideas se mueven los remanentes que invitan al lector a regresar al banquete de la trascendencia de la transfiguración y la invocación de la patética sed de la realidad suprema, de las utopías y acronías esenciales para el corazón del hombre, de la dignidad absoluta que canta nuestra única esperanza. Tiene mucho de la teleología insular que preconizara Lezama Lima, pero no se reduce a ella. Ronel hace suyos conceptos y presupuestos del sistema poético del poeta cubano como la hipertelia (Reo de la incompletez, / busca el poeta una esencia / que anule la insuficiencia peculiar de su avidez. / Subsumido en la embriaguez hipertélica, redacta / a tenor de la inexacta / realidad, el argumento / que produzca un nacimiento / sobre la cuartilla intacta [EL ABUSO DE LA LITERATURA, p.75]; presume de avistar una ínsula que tache / teleológicos ritmos a través del fragmento / para ascender a un epos libidinal / ubérrimo…, [APROPIARSE DE TODO, p. 61].
La escritura roneliana constituye una vasta red de vasos comunicantes entre el lenguaje y la lucha por interpretar al ser, entre la angustia gnoseológica y el esfuerzo de la palabra por alcanzar la transferencia de sentido en busca de respuestas a algunas preguntas esenciales. ¿Qué realidades efectivas se encuentran detrás de las apariencias? ¿Qué aspectos ocultos de la realidad, inquietantes o terribles, reverso de lo que se nos muestra a la vista, más allá de todas posibilidades de realización lingüística, se muestran del todo indiferentes ante nuestras exigencias de configurarlas en términos poéticos, de encontrar una confirmación objetiva a nuestra humanidad y nuestras esperanzas? ¿Qué feroz verdad se oculta detrás de las apariencias que apenas podemos escrutar con nuestro conocimiento imperfeto, atomizado?
Angustias existenciales, de influencias e intertextuales
Una de las posibles interpretaciones de la angustia que despliega sus valencias en el texto roneliano está en tomar el sentido como "herida simbólica". Para Ronel, según entiendo, hermeneutizar al ser implica liberarse del sentido dominándolo, dejar de asumirlo y encontrarle un lenguaje autónomo encarnado en el metadiscurso. Pero no es la búsqueda del sentido a través del sinsentido, sino la búsqueda del sentido emergente en el vértigo de los sublime. Ese es el sentido cuya búsqueda produce angustia. Como dice Andrés Ortiz-Osés: El hombre es el sentido-herida supurante del universo.[3] El sentido supura angustia en el último intento de apalabrar la experiencia de lo sublime. Escribe Ortiz-Osés: El significado tiene que ver con la coherencia formal de lo bello; el sentido con la fisura informal de lo sublime. O lo sublime como transgresión de lo bello: excrecencia de sentido. He aquí que en la experiencia de lo sublime el sentido emerge como sublimación, es decir, como destilación. (…) proceso correspectivo de sublimización y subliminalización de un sentido bifronte, estrábico, dualéctico. El sentido de lo sublime es un zig- zag o colisión que hiere: dolorosa belleza, amor imposible, abrupción. ¿Será por ello lo más sublime del mundo su ocaso o crepúsculo?[4]. En ese mundo vertiginoso del sentido (o del sinsentido), sin la comunicación coral y el impulso solidario del lenguaje requeridos, la escritura yace suspendida sobre el borde del abismo de la angustia. En ese ámbito de la "estructura silícea de la existencia", granítica, de las digestiones y regurgitaciones invisibles, veladas al ojo que escruta, el sentido es entendido como tormento, como herida o cicatriz. Esa es la propuesta esencial de NUEVA ESTACIÓN, texto que abre el libro de Ronel. En ese texto en el que, presumiblemente, el sinsentido infernaliza al sujeto lírico, se lee que la voz del pífano que nunca entenderá / el cáliz del demiurgo, propone herirse, doblegarse / para asir el milagro, pero vano es el gesto, vano el artificio / porque todo yace en la raíz de un árbol / originario, un árbol demolido por la sucesión / de instantes cósmicos que arrostran el Enigma [p.17].
Este es un poema escrito bajo la égida de un texto en prosa de Lezama Lima. Me refiero a Pífanos, epifanía, cabritos del libro La fijeza. Pero lo que interesa significar ahora, más allá de las "angustias de las influencias" (Bloom), es que el hambre (ancestral: ontológica: mimética) es camino hacia la búsqueda de un sentido, que la propia escritura expulsa. O como dice Octavio Paz en El mono gramático: La búsqueda del sentido culmina en la aparición de una realidad que está más allá del sentido y que lo disgrega, lo destruye. [5]
La interpretación moviliza en el receptor los procesos de articulación, justificación y sublimación del contenido. El sentido arraiga o condiciona el diálogo, la solidaridad con el lector; el exceso de sentido lleva este a la confrontación del puro reconocimiento de lo real per se sin interpretar ni justificar, a una aceptación vacía [TANTA GRAFOMANÍA DESCONCIERTA, p.68], y que para Ronel constituye el tormento del sentido. A pesar de la musicalidad del verso puede no darse el sentido que procede de la anuencia de la palabra y el sonido. No hará entrada lo sublime. Se desemboca entonces en una ciudad letrada enferma, espacio en que Ronel avizora las exequias horrísonas del lenguaje [p.107], la aberración de la gnosis [p.112], la frustración eterna del texto [p.113], la ingravidez discursiva [p.104], los intelectivos diálogos con la neblina [p.79], el aquelarre amorfo y asinartético [p. 77], el desdoro ideológico [p.73], la imperfecta autarquía [p.56], el simulacro escritural [p.53], etc. Escribir desde esta perspectiva es un verdadero literaturicidio [p.49] que lleva al poeta a adjurar de sus hábitos gnosivos [p.132]. Literatura como suicidio y conocimiento como acto nocivo: colisión que hiere: emergencia de un sentido dialéctico relativizador del par significado-significante; sentido no puramente eidético sino impuramente energético, como herida simbólica, en términos de Andrés Ortiz-Osés.
Con la décima, el lenguaje se vuelve mundo, con la metadécima el mundo se vuelve lenguaje. En el sentido paciano (O. Paz) podríamos decir que la décima de Ronel refrenda un proceso de desencarnación del mundo en busca de su sentido, pero también una encarnación que abole el sentido en su regreso al cuerpo. Esa resquebrajadura entre la búsqueda del sentido y la disipación del sentido produce angustia, tormento. PSICATRIZ: ruptura, desmenuzamiento subjetual del universo, rotura de la autosuficiencia del discurso que perdió el sentido de sus nociones, abismo que separa la palabra querida de la palabra sufrida, sentido del sentido disipado, fisura por pérdida de la certidumbre del rigorismo lógico para abrirse al sentido analógico, lo que desemboca en angustia del sujeto.
La expulsión del sentido del paraíso de la escritura se debe a la lucha entre el lenguaje y un sentido entrevisto más allá del lenguaje, lo que catapulta al poeta al campo trillado de la angustia, a la neurosis escritural, que lo aboca, al mismo tiempo, a la aventura metapoética. Es decir, obliga al autor a manejar una peculiar estructura lingüística para comunicarnos no la realidad exterior e inmediata de unos acontecimientos, sino su más profundo y auténtico significado o la exultante cornucopia de significados que atormentan al poeta en su intento por atrapar el mar irrepresentable de la objetividad, estableciendo una completa ósmosis entre mundo y libro, lenguaje y metalenguaje, materia natural y materia sígnica, por lo que su literatura, en el ambiguo tiempo del arte, se erige como una metáfora hija de la hermeneusis (acto hermenéutico). Razones por las que sus textos – asistidos por el soterrado proceso de intertextualidad, la vocación ecuménica y el pandemónium del universo de sentido, y marcado por el afán de construcción de un universo lingüístico, epistemológico, autosuficiente, que se explica a sí mismo-, hacen del libro mismo (y del mundo) una metáfora epistemológica. Escribe Ronel: Hermeneutas y semióticos / propician que el mundo sea / una proverbial marea / de materia cognoscente / que cambia, al cruzar el puente / entre la forma y la idea [MATERIA COGNOSCENTE, p. 86].
La obra roneliana no encarna el discipulado de la angustia en el sentido de Soren Kierkegaard, progenitor del pensamiento existencialista en el siglo XIX, a quien Nicolás Abbagnano llamó el "discípulo de la angustia". Tampoco el yo del poeta holguinero entra en pugna con unidad de su propia personalidad, marcando la condición excepcional de indecisión e inestabilidad, es decir el yo de su escritura es un yo centrado. En Atormentado de sentido… la angustia no es el puro "sentimiento de la posibilidad"; ni la experiencia vivida de esta posibilidad es la angustia. En las décimas de este libro, la angustia es un estado determinante en las pretensiones de comprensión ontológica o interpretación hermenéutica. Para Ronel, como para Martin Heidegger, la angustia es un sentimiento ontológicamente revelador en la medida que se hace pensamiento poético. "Según Heidegger, escribe Gaetano Chiurazzi (Filosofía y poesía), la filosofía nace del privilegio de un sentimiento particular que tiene la capacidad de conducir hacia una mirada total del ente, de captar, por tanto, el ser en su totalidad, en su singularidad: la angustia. La angustia representa la radicalización del sentimiento que es llevado a su mayor tensión, hasta perder toda vinculación con el mundo. Lo angustiante en sumo grado es la experiencia de la diferencia entre el ser y la nada, del ¿por qué el ser y no la nada?[6]
Este no es un libro escrito bajo el signo de Prometeo sino bajo la égida de Hermes. En la hermenéutica contemporánea, Hermes es el dios del sentido, del sentido evanescente. Hermes como dios de la iniciación hermético-hermenéutica. La propuesta roneliana ofrece una licitación conciliadora en el sentido hermético que viene dada por el culto alquímico que se concede a la poesía en la evocación del proceso de creación y al poeta como alquimista de la palabra. Pensemos, por ejemplo, en Rimbaud y su alquimia del verbo. Escribe Ronel: El texto es un desborde de guarismos / y el intérprete un reo de la alquimia [ATORMENTADO DE SENTIDO, p.131].
La metadécima roneliana toma conciencia crítica de la estructura hermenéutica de nuestra realidad compleja a partir de lenguajes e intertextos que nos llevan a creer con Nietzsche que el propio valorar constituye al Ser como red, urdimbre o montaje cultural. El poeta deviene así un dios de un hermetismo suprasensorial que intenta semantizar lo híbrido y el fragmento escurridizo de la realidad, allende del alcance de los sentidos. Escribe: En la sombría dinámica / que la razón prostituye / la palabra se diluye / como una empresa mecánica. / Lo real que se destruye / es un fragmento impreciso/ del lago, donde Narciso / reta a Heráclito. En las sombras / yace el paisaje que nombras, / y el fragmento escurridizo [HERMETISMO SUPRASENSORIAL, p. 96].
No es el siglo de Prometeo con su razón cartesiana, positiva (con su pensamiento fragmentario, volátil, fugaz, dogmático, reduccionista, totalitario), ámbito en que la belleza reta a la dialéctica, la encargada de superar los dualismos que nos impone la realidad, sino unas perspectivas más amplias que den cuenta de la complejidad inextricable de la realidad y el hombre, de la creación artística más sublime, como de nuestro gestos más cotidianos.
El poema SOBRE CASA DE MUERTOS [p.91] constituye una plataforma programática en el sentido antes contendido. Frente a la absoluta unidad, la absolutez: condición cínica / del texto. Agua en tensión. Verticalidad vs horizontalidad, / en el emplazamiento pitagórico, borra lo autobiográfico. / Duelo demiúrgico: el escriba y su ofrenda comparten / el descenso. Raíz mitopoética que (re)mitologiza un tiempo / ahistórico. Ámbito del origen: neotransmutacionismo / del escriba. Descenso: interacción de la palabra con / el reino anulante de la imagen. Lo simbólico como provocación. Lo simbólico como / alegoría. Dionisíaco / apolíneo. Frente a la absoluta unidad, lo (des) armónico. / La negación de lo inmutable.
La lógica sobre la que se sustenta este libro es la lógica de la abducción, emparentada, desde luego, con la intuición poética, que como afirma Raúl Bueno lleva al creador a cruzar campos y sistemas diversos de información conocidos para producir una nueva impresión (una nueva verdad) sobre el mundo y la vida.[7] El traslado de los particulares del discurso contemporáneo de los grandes centros culturales de occidente al campo cultural de la décima insular, le permite a Ronel reconstruir su sentido y verdad poéticos. Las categorías más trajinadas por la cultura de la postmodernidad, como la dispersión, relativismos, incertidumbre, desracionalización, apelación a la fe, desjerarquización de valores, arbitrariedad, trivialización[8]entran en el marco epistemológico del libro para, desde ellas, conjurar la distopía civilizacional preconizada por el postmodernismo.
Las cosas que, durante el proceso de hermeneutización del Ser, disipan su sentido pierden el sexo, nos abocan a una androginia infernal en su doble movimiento de abstracción-interacción del Sentido. Ronel refrenda este movimiento como angustia cognitiva. En su poema TAUMATURGIA escribe: Erguido como el adánico / mártir de un reino perdido, / busca el demiurgo un sentido / perdurable a lo satánico. / Extraer del hondo pánico / al Misterio, un epistema / novedoso, es el problema / de su angustia cognitiva, / por nombrar una exclusiva / realidad en el poema [p. 94].
Eviscerador metalingüístico de catedrales octosilábicas
Ronel no se casa con pequeñas odiseas e ilíadas del lenguaje. La interacción de la décima y la metadécima es el resultado de la instauración discursiva de una estrategia de la tensión: de una nueva tensión del conocimiento donde la "noche octosilábica" recupera sus luces de discernimiento y de omnivalencia estético-discursiva en el propio lenguaje. Son las aspiraciones nostálgicas de los legitimistas. El discurso legitimador de la metadécima y las intuiciones fulgurantes del autor, puestos en función de una escritura reflexiva y una lectura activa. Ronel se propone una tarea digna de titanes, acercando su coraje poético a la dialéctica autoconsciente del lenguaje, ampliando el haber tradicional de asuntos y motivos de la décima tradicional y, limpiándola de la costra baladí, la catapulta hasta la gémula iridiscente del sentido. La literatura de Ronel rechaza la imagen especular: no es concebida como mímesis sino como construcción de una vocación ecuménica, de una realidad metalingüística; el texto es visto como un espacio para los juegos con el lenguaje, la significación del diálogo intertextual, el contrapunto lúcido, lúdico e irónico con los diversos códigos culturales.
Atormentado de sentido… es un libro rizoma de vasos comunicantes que tienden a la universal equivalencia de todo con todo; enfático, a través de una poesía irónica, fluida, lúdica y controlada, de las vías comunicantes entre lenguaje y metalenguaje en el libre interactuar de las dos corrientes de datos lingüísticos en marcha hacia una posible lectura del sentido del mundo. La maestría del autor en el manejo de la métrica y las manipulaciones de la materia lingüística disuelven la gravedad del componente metalingüístico.
¿Podría la décima mantener los mismos presupuestos entre contenido y forma y permanecer incólume ante lo que Lyotard llamó la "erosión del principio de legitimidad del saber" o ante los cambios proteicos de la racionalidad o principio de subjetividad modernos? ¿Optaría esta forma estrófica por la condición dogmática cerrando los ojos al influjo de la condición posmoderna? ¿Qué caminos o epistemes adoptaría la décima en medio del nuevo funcionar (o desfuncionar) del saber con otro tipo de criterio de operatividad? ¿Quedaría la décima al margen del impacto de racionalización tecnológica capitalista y su lógica instrumental objetiva? Estos textos tratan de hacer consciencia crítica de la estructura hermenéutica de nuestra realidad y de lo que se conoce como la "conciencia turbada" de la era posmoderna, a través de variados recursos lingüísticos e intertextos, simbologías, mitologías y axiologías. Este es un libro resultado de los desbordes de la modernidad, que construye un discurso poético incorporando en él su crítica, es decir, haciéndola parte tanto de la estructura formal como del contenido (basten dos ejemplos dentro de las originalidades: las nota al pies de página y la cita de la bibliografía consultadas).
La décima en este libro es un fin en sí misma, sin dejar de ser un medio para un fin y un vehículo de la comunicación, la belleza y el ritmo. Textos de un autor que se halla en un periodo fértil de renovación estilística, temática y formal. Oscilación entre el lirismo subjetivo y la objetividad despersonalizada. Distensión casi obsesionante entre el yo del poeta y el mundo. La razón seminal de este libro pasa por el drama arquetípico de todo escritor y creador: el de la búsqueda de un sentido a la existencia. Este es un libro que anuda apoteosis y declive, sin confundir objetividad y escenario en su afán por establecer una primacía del lenguaje y la sonoridad por encima de los contenidos, apoyado en una intelectualización del lenguaje, el profuso empleo del encabalgamiento, el sofisticado esmero de la escritura de frases precisas y agudas, secas, sintéticas y altamente sugerentes (sin dejar de estar presididas por la dinámica de los afectos), la búsqueda de elevadas intensidades líricas y la preocupación por eliminar virtuales fronteras entre el verso libre y el rimado, sin dejar por ello de mostrar un subrayado interés por reflejar las circunstancias sociohistóricas del país con una visión totalmente desprejuiciadas.
Detrás de su discurso está la pretensión escatológica de tocar la estructura silícea de la existencia, aquella que está más allá de todas las imágenes posibles. En ese "más allá" de refracción de la décima escrita en su inmediato espejo crítico, se rebela contra la pluralidad de sentidos que pulverizan nuestras razones e intuiciones poéticas, que le impiden a nuestra percepción inmediata del mundo un verdadero conocimiento. Por ello canta en bellos endecasílabos: A pesar de sí mismo y los fracasos / que corrompen su espíritu nihilista, / con la paciencia de un miniaturista / alguien busca el sentido de sus pasos. / Los símbolos que ha visto son escasos / y no lo asiste su clarividencia / para diseccionar la resistencia / de los significantes ontológicos, / ni puede comprender los paradójicos / axiomas que proscriben su existencia [ATORMENTADO SE SENTIDO, p.122].
Metabolización cultural
Este libro tiene cierta inclinación a salirse de ciertos horarios estrictos de la creación ortodoxa mediante una ingente actividad fuera de la literatura oficial del mundo cultural cubano. Ronel hace un empleo inteligente del lenguaje y de un ordenamiento según una concepción del conjunto justa, necesaria y armoniosa, potenciados por la utilización inédita de los referentes. Mediante un proceso de metabolización cultural, ha asimilado (y desasimilado) las ideas posmodernistas, estructuralistas y posestructuralistas, semióticas y lingüísticas, elaboradas en los grandes centros culturales de occidente. El libro constituye un homenaje a grandes teóricos de esos centros (Barthes, Derrida, Foucault, Eco, Bloom) a los cuales dedica el libro como proceso de catarsis (en ambos sentidos: el de purificación y purga), o de anagnórisis. Sin dejar, por ello, de beber en el vaso de fuerte bebida de la poesía cubana (Lezama, Florit, Sarduy, Virgilio y otros). Los poemas, siempre verdades parciales, momentáneas, episódicas, efímeras, diminutas esquirlas de inconformidad conseguidas por obra y gracia de los versos octosílabos y endecasílabos, son observados por el ojo crítico detrás de las celosías de la suspicacia lingüística global, metapoética, que se mueve por la vertiginosa espiral del sentido a la que se aboca la hermenéutica del autor.
Los intertextos de la angustia
Ronel sitúa la angustia dentro del horizonte interpretativo, una vez que toda interpretación o semiosis descansa en la capacidad del ser humano de fijar el sentido. ¿Cómo es que la intencionalidad discursiva o sentido puede provocar angustia o tormento? ¿El valor de los géneros discursivos (también sentido) o los matices expresivos (irónico, sarcástico) son los encargados de dar la marca a la angustia? ¿O son los elementos paralingüísticos (tono de voz, marco o circunstancia) en que se enuncia el discurso poético los causantes del tormento que padece el autor? ¿O es la pluralidad de sentido (connotación del mensaje poético), que hace casi inaccesible el proceso hermenéutico, el causante de la zozobra?
Harold Bloom ha legado a los estudios literarios un concepto clave y muy controvertido: la «angustia de la influencia» (the anxiety of influence). En su libro La angustia de las influencias (citado por Ronel en la página 81 de Atormentado de sentido…) el crítico manifiesta que esta influencia es experimentada como pugna creativa por todo creador con respecto a sus antecesores, en la cual se evidencian «las sombrías verdades de la competencia y la contaminación». Cualquier obra literaria lee de una manera errónea -y creativa- y por tanto malinterpreta, un texto o textos precursores. Ello no obstante, los grandes escritores poseen la inteligencia de transformar a sus antecesores en seres compuestos y, por tanto, parcialmente imaginarios (…) La angustia de las influencias cercena a los talentos más débiles, pero estimula al genio canónico [Wikipedia, 2012].
Ronel también es un discípulo de la angustia… de las influencias. Precisamente, Bloom es uno de los pensadores a quien Ronel dedica Atormentado de sentido…, y de quien se dejan sentir los ecos en el libro (una cámara inconsciente de ecos, diría Barthes), específicamente en el poema LAS ANGUSTIAS DE LAS INTERTEXTUALIDADES. Ese poema termina con las siguientes palabras: Harto de filosofemas, / el poeta manipula / su inconsciente, y disimula / para que parezcan temas / novedosos, los sistemas / tautológicos que invoca; / mientras empuja la roca / de la tradición nefasta, que casi siempre lo aplasta / sin trascender lo que toca [p.114].
¿Qué le queda al escritor moderno, la moda retro del pastiche, el palimpsesto, el intertexto, las tautologías? ¿El plagio elusivo y alusivo de tramas anteriores de la tradición? ¿Experimentar de nuevo con extraños y viejos artefactos estéticos? ¿Acudir al pastiche y la parodia que recurren a la imitación, o a la mímica de los estilos, a los amaneramientos y retorcimientos estilísticos de otros estilos? A esas angustiosas preguntas Ronel agrega esta otra en endecasílabos: ¿Para qué desgastarse en palimpsestos / que no devolverán una milésima / fracción de plenitud?… [ATORMENTADO DE SENTIDO, p.124].
Uno de los modelos para la relación del texto poscrítico con su objeto de estudio es el del parásito con el anfitrión. Este modelo ha sido tomado como referencia para argüir que la lectura deconstruccionista de una obra dada es pura y simplemente parasitaria con respecto a la lectura obvia o unívoca (Wayne Booth). Es más, Derrida (tan caro a Ronel) describe la gramatología como una economía parasitaria. En este sentido, y solo en este, la cita vendría a ser un parásito extraño dentro del cuerpo del texto principal. En el poema EL ABUSO DE LA LITERATURA, González Sánchez subscribe, consciente y octosilábicamente, que: Virtual y perecedero / el intertexto infinito / desnaturaliza el rito / de intentar lo verdadero. / Toda escritura es un mero /acto de fagocitosis [p. 75]. Esta metáfora biológica (el fagocito es una célula del organismo que tiene la propiedad de apoderarse de las bacterias, células o cuerpos nocivos incluyéndolos en su protoplasma y digiriéndolos después) representa bastante bien el fenómeno de la intertextualidad como acto parásito. La escritura se comporta como acto de fagocitosis, en la medida que este proceso de depuración es la propiedad que tienen los fagocitos de englobar y destruir los cuerpos extraños. El texto para ser original debe prescindir de las influencias, de ahí la angustia en el sentido bloomiano.
La muerte del sujeto
La modernización (o las manifestaciones de cierto posmodernismo), la instauración de la sociedad posindustrial o de consumo, la sociedad de los medios de comunicación o el espectáculo, o el capitalismo multinacional, han hecho brotar nuevos rasgos formales en la cultura, un nuevo tipo de vida social y un nuevo orden económico. Dentro de este nuevo orden ha aparecido una nueva pieza, un nuevo componente: la muerte del sujeto o el fin del individualismo. Frederic Jameson, haciendo énfasis en cómo nos hemos alejado de los tiempos en que los grandes modernismos se "basaban en la invención de un estilo personal, privado, tan inequívoco con la huellas dactilares, tan incomparable como el cuerpo", sostiene: Hoy (…) desde distintas perspectivas, los teóricos sociales, los psicoanalistas e incluso los lingüistas, por no hablar de aquellos de nosotros que trabajamos en el área de la cultura y el cambio cultural y formal, exploramos todos la noción de que esa clase de individualismo e identidad personal es una cosa del pasado; que el antiguo individuo o sujeto individualista ha "muerto"; y que incluso podríamos describir el concepto de individuo único y la base teórica de individualismo como ideológicos.[9] P.170.
Libre del ente incompleto, hipostasiado en el / reto de escribir, niega la décima la ucronía tan pésima / que es la muerte del sujeto [LA INGRÁVIDA ESTRUCTURA, p.105].
¿Podría la décima mantener los mismos presupuestos entre contenido y forma y permanecer incólume ante lo que Lyotard llamó la "erosión del principio de legitimidad del saber" o ante los cambios proteicos de la racionalidad o principio de subjetividad modernos? ¿Optaría esta forma estrófica por la condición dogmática cerrando los ojos al influjo de la condición posmoderna? ¿Qué caminos o epistemes adoptaría la décima en medio del nuevo funcionar (o desfuncionar) del saber con otro tipo de criterio de operatividad? ¿Quedaría la décima al margen del impacto de racionalización tecnológica capitalista y su lógica instrumental objetiva?
El poeta
Este libro es un poema filosófico, donde la interpretación filosófica (hermenéutica) de la realidad, del lenguaje, de la décima, etc., está propuesta por el mismo acto de poetizar. De forma que, durante el contrapunto entre décima y metadécima, la poesía deja de ser un medio de expresión y pasa a ser una actividad del espíritu crítico, de la razón crítica, en la que se expresa a sí misma y cristaliza mediante el acto mismo de la operación poética. Ronel ve el acto creador como un desdoblamiento en el que hace presencia lo otro, la conciencia, que rige la escritura, la juzga. El discurso teórico se digiere más lentamente que el discurso poético. La impaciente décima no camina al mismo ritmo de la paciente metadécima. Insisto: La décima es el discurso de la realidad; la metadécima, de la realidad del discurso. Décima y metadécima están fluidificados en el mismo registro: el de una conciencia lúcida acerca de la poesía.
Fin
Estoy seguro que este libro ha chocado (y seguirá chocando) contra la barrera coralina de algunos lectores, como el viejo mascarón de proa de un barco fantasma. La culpa no es del Gran Timonel, atormentado de sentido, sino de la tormenta de ideas que inaugura mediante el contrapunto entre décima y metadécima. La décima como fuente y manantial; la metadécima, línea divisoria de las aguas; Atormentado de sentido…, sosiego de los meandros, confluencias en las arenas de los deltas.
Guisa, abril, 2014.
Eduardo Sánchez Montejo (Guisa, Granma, 1972). Licenciado en Física por la Universidad de Oriente. Máster en Ciencias Físicas (UH). Poeta y ensayista. Sus trabajos han sido publicados en revistas nacionales y de otros países. Su libro "El perfume de las líneas de veda" fue ganador del Premio Nacional "Manuel Navarro Luna" 2013.
Autor:
Ronel González Sánchez
[1] Ronel concibe al poeta en el sentido que le da Platón, como demiurgo. Por eso el sujeto lírico es el propio poeta (al que aporta una yoidad discursiva y voz metatextual o extratextual). Esta postura lleva al autor a que continuamente tenga que “heteronimizar” al sujeto lírico con epítetos como el escriba que practica el neotransmutacionismo [SOBRE CASA DE MUERTOS, p.91]; el eviscerador metalingüístico [¿AHORA DIRÁN QUE SOY NEOMODERNISTA?, p.12]; el testigo que siempre dirá que no [TESTIMONIO DEL CÓMPLICE, p. 20], etc.
[2] Renato Prada Oropeza: Hermenéutica. Símbolo y conjetura. Arte y Literatura, La Habana, 2010, p.20.
[3] Andrés Ortiz-Osés: El sentido, lo sublime y lo subliminal, en El retorno de Hermes. Hermenéutica y ciencias humanas, Anthropos, Barcelona, 1989, p. 179.
[4] Ibid., p. 180.
[5] Octavio Paz: El mono gramático. Seix Barral, Barcelona, 1976, pp. 114-115.
[6] Renato Prada Oropeza: Op. cit., p. 169.
[7] Raúl Bueno: Promesa y descontento de la modernidad. Casa de las Américas, La Habana, 2012, p. 212.
[8] Raúl Bueno, Op. Cit., p. 213.
[9] Frederic Jameson: Posmodernismo y sociedad de consumo, en La posmodernidad, Adagio, La Habana, 2004, p.170.
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