Prólogo, reseñas y ensayos escritos acerca de Atormentado de sentido
Enviado por Ronel González Sánchez
- El sentido de atormentarse
- Los tormentos del sentido (poco) común
- Al lado del camino, Ronel saluda a Fito
- Ronel González Sánchez y la metadécima
5. Ronel González Sánchez: un poeta atormentado de sentido por el Big Bang de la metaescritura
Atormentado de sentido; para una hermenéutica de la metadécima. / Pról. Roberto Manzano. – Las Tunas, Ed. Sanlope, 2007. – 133 p. (Col. Iberoamericana).
Premio Iberoamericano de la Décima Cucalambé 2006.
Jurado: Roberto Manzano,
Alex Pausides,
Enrique Sainz.
El sentido de atormentarse
(Prólogo al libro Atormentado de sentido; Para una hermenéutica
de la metadécima (Las Tunas, Ed. Sanlope, 2007)
Por: Roberto Manzano.
Poeta y ensayista.
Muestra hoy un panorama interesante la poesía cubana. Como no hay una tendencia poética que sea dueña absoluta del campo, se ven con mayor nitidez todas las posibilidades artísticas.
De todos modos, es inherente a las tendencias querer tomar el poder cultural y ejercer su tiranía más abarcadora. El campo poético se está reorganizando hoy para la lucha, ante los vacíos de poder estético.
Los poetas más belicosos de los ochenta, que no traían giros formales profundos (prefirieron seguir fraseando sus renglones como los coloquialista), sino un nuevo sentido estimativo de la realidad social, se vertebraron profusamente para la lidia.
Pero los noventa, en la misma medida en que la década avanzaba, fueron apareciendo y acumulando una actitud de baja pertenencia grupal, apenas enlazados por alguna que otra opción estilística.
Ya hoy tienen acumulada una obra significativa muchos de ellos, y han descubierto sus propias fuerzas, y han calibrado la necesidad de librar las batallas estéticas pertinentes. Intuyen que si no las dan, quedarán sumergidos en el campo.
Como no hay crítica de poesía en Cuba, todo puede suceder, y sucede. Y los poetas saben que uno tiene dos deberes en cuanto artista: primero, crear, crear, crear; luego, gestionar lo creado, para que se incorpore realmente al mundo que vivimos.
Si hubiera crítica verdadera, de la buena, el riesgo sería menor, pues habría un ojo agudo y honrado juzgando los empeños, acomodando las miradas, preparando los deslindes, alzando las jerarquías.
Pero la que hay, la escasa que hay, está bajo sospecha: es saludo de amigos, de compañeros de generación, de cofrades estéticos, de anotadores emergentes de los nuevos postulados.
Y aquellos que muchos consideran críticos de poesía, que se pueden contar con los dedos, no lo son en buen castellano, sino investigadores atentos de lo ya sancionado, que tienen sus parcelas de gusto y sus nóminas inamovibles.
Y ya los poetas han aprendido mucho, no sólo de literatura, de lo que es obligatorio saber hasta lo infinito, sino de la vida literaria, que es saber de vida o muerte, pues si no se tienen los ojos abiertos puede perderse íntegramente una vocación.
Siempre fue la propia creación material ineludible de escritura, pero hoy, dadas estas circunstancias dramáticas del entorno social de la expresión, la literatura se mira el ombligo con suma frecuencia. Ya no basta intuir y cantar, sino que hay que saber para empujar la intuición hacia delante.
Y ciertos teóricos literarios, o de la cultura en sentido general, parecen proveer el pensamiento que muchos poetas no son capaces de generar en la modelación de su propio mundo, con lo que la carreta ha adelantado a los bueyes.
Los poetas legítimos pueden apoyarse en ese humus, por supuesto, y es muy productivo hacerlo, peor las demandas pujantes de su mundo interior les dictan profusamente las coordenadas de su ideología estética.
Ha de decirse otra peculiaridad de nuestro entorno poético, y es cómo se han teñido axiológicamente determinados instrumentos, castrando la mirada y creando espejismos que impiden valorar con justicia.
En toda buena aula de poesía (que es necesario que también las haya, es obvio) se sabe que existen el verso pautado, el verso libre, el fraseo, la prosa poética, la línea textual donde ya reina lo reconstructivo y lo llamado experimental…
Y algunos confunden esto con un vector de progreso artístico. Es como si de una modalidad a otra se fuese siendo más poeta, más moderno, más genuinamente explorador.
Hay conciencias estéticas, sobre todo en aquellas en que la farándula desempeña un papel importante, y en las que ese simulacro del arte que es ese tipo de vida constituye un espacio altamente legitimador, en las que una décima o un soneto pueden ser vistos como entes retrasados y abominables.
Sin embargo, hemos de decirlo con rapidez, porque tiene que ver con el libro que hoy prologamos, ahora mismo en Cuba una de las áreas poéticas de mayor exploración estética es precisamente la del verso pautado, y específicamente la del soneto y la décima.
Claro está, no es la única, pero es una de las más audaces. Los supuestos poetas de vanguardia no se enteran, ni tampoco los supuestos críticos. Y los poetas que ejercen con tanta creatividad y sabiduría esas rupturas dentro de la tradición se ven obligados a ser declarativos.
A veces los textos, por esta impronta de la vida literaria sobre la escritura, se despliegan estilísticamente como manifiestos, que constituyen una forma genérica de lo literario que necesita un mayor acercamiento teórico.
Y en lugar de crear ya, de inmediato, con la nueva actitud un producto cuajado espiritualmente que sirva para preguntar con hondura en el destino humano tanto desde el punto individual como colectivo, se insiste en una declaración que intenta dialogar con los otros estéticos.
Son batallas que hay que dar, y algunos libros cumplen esa función. Aunque las batallas definitivas sólo las vencen los libros en que lo artístico tendencioso está en el mismo hueso, como una médula ardiente e invasora.
El libro que tiene el lector en sus manos está escrito con la pasión del que se encuentra consciente de su nueva estimativa del arte y del mundo. Dialoga ferozmente con todos, pero sobre todo con los artistas, con la gestualidad del que quiere instalar una luz entre los ciegos.
Sabe que funda un camino, y que amalgama sendas, y que ausculta frentes. Y desplaza los léxicos, reajusta los sentidos, acoge los más lejanos utensilios textuales, salta sobre muchas vallas, acopia facetas como el ojo múltiple de la mosca.
A veces es demasiado vertiginosa su elocución, o la plasticidad se deforma y aneblina bajo el edificio reciamente intelectivo. Pero nunca falta la fluidez del pensamiento, la energía del que convoca un nuevo púlpito, el juego sorprendente de las palabras.
El dominio de la décima es absoluto: las formas están convertidas en segunda naturaleza, que es lo que se llama maestría. Y todos los planos del lenguaje, dentro de esa estructura proteica, se enderezan hacia nuevos ángulos de exploración artística.
Ronel González es ya conocido entre nosotros por una abundante producción, de calidad creciente y renovadora. Con este libro añade una nueva cota a esa producción, y ofrece un servicio artístico indudable a la tradición, al entrar a ella con absoluto desembarazo.
¿Quién dijo que la décima está reñida con la complejidad de la psiquis contemporánea? He aquí una propuesta de representación de nuestros oscuros entresijos, de nuestros volteos interiores, de nuestras proyecciones más oscuras, regurgitadas por la sacudida de un mundo en crisis.
La actitud estética presente en este libro ya tiene cultores de mérito, y está alcanzando a lo largo del país notables resultados. Él se inscribe con todo derecho como una de sus piezas más representativas. Bien sé que tú, amigo lector, lo apreciarás en su justa medida.
El Canal, diciembre de 2006
Roberto Francisco Manzano Díaz (Ciego de Ávila, 1949). Poeta y crítico. Máster en Cultura Latinoamericana. Profesor Auxiliar. Autor, entre otros, de Synergos (Premio Nicolás Guillén 2005), Canto a la sabana (1983), Mito y texto de José Martí (1996), Tablillas de barro II (2000), La estrella y el racimo (Décima, Premio 26 de Julio 1993, 2002).
Los tormentos del sentido (poco) común
Por: Pedro Péglez González.
Poeta, periodista e historietista.
En un primer acercamiento a este libro, algún lector interesado y honesto, pero poco versado en los actuales meandros del caudaloso río decimístico cubano, podrá ser presa del desconcierto. Alguno, inclinado más a la superficie de las corrientes fluviales y no a los fondos que laten aún bajo las turbulencias, recogerá con desenfado el manto olímpico para calificarlo de hiperbólico y justificar el abandono de sus páginas. Y habrá, a no dudarlo -ya estamos a ello acostumbrados- quien encuentre asideros para persistir en su faena de execración y denuesto.
No hay que temer a ello, ni evadir el riesgo. Digámoslo sin ambages: Atormentado de sentido. Para una hermenéutica de la metadécima es un poemario difícil, como corresponde a un asunto sumamente complejo, cuya abundancia de sinuosidades revela, precisamente, la contemporánea magnitud de sus alcances: los desafíos del actual momento de la poesía cubana escrita en estrofas de diez versos.
El volumen (136 pp.) fue publicado en el 2007 por la Editorial Sanlope -en una cuidada edición a cargo de un equipo encabezado por Alberto Garrido- a resultas de haber recibido el Premio Iberoamericano Cucalambé en su séptima edición (2006), por decisión de un jurado compuesto por Roberto Manzano, Alex Pausides y Enrique Saiz. Su autor, Ronel González Sánchez (Cacocum, Holguín, 1971) -además de poeta, escritor para niños e investigador- , es suficientemente conocido por su temprana irrupción en la vida literaria de la nación, entrada tras la cual ha cosechado una notable nómina y una abundante sucesión de títulos puestos en papel y tinta.
No me detengo, pues, en lo sabido, y tampoco soy yo quien va a reiterar las excelencias en forma y contenido ya justipreciadas por un tribunal de reconocido prestigio.
Lo que me interesa es lo que Atormentado… aporta al caudal. Poemario que juega —las más de las veces con guiño irónico, en ocasiones no fácilmente perceptible— con los patrimonios discursivos del ensayo, aparece cuando el proceso de revitalización de la estrofa iniciado a fines de los 80 y alzado a cotas significativas en la segunda mitad de los 90 y el primer lustro del nuevo milenio, comienza a acusar una recurrencia sospechosa de retoricismo que abusa de los procederes escriturales de la dominante cultural de la posmodernidad, en detrimento del temblor humano deseable en la expresión poética más perdurable. Un fenómeno, entre otras causales, prohijado por el desvelo de los escritores de décimas en borrar las virtuales distancias entre las estructuras "abiertas" del verso libre y las estructuras "cerradas" tradicionales. Aguas limpias que trajeron estos lodos.
En ese sentido, Atormentado…, tras la primera mitad del conjunto -que aborda tópicos de corte existencial, ontológico y sociológico ya antes tratados, aquí por supuesto con personalísima proyección- emprende desde el mediodía de sus páginas, y hasta el final, un "empeño intelectivo"- como tal lo calificó el propio Ronel en reciente entrevista por evidenciar peligros ("también el arte se ahoga entre superlativos", apunta en el título de uno de sus poemas) y desde las propias entretelas discursivas de tales riesgos, demandar un cambio estético para que el inmarcesible/ paraninfo escritural/ más que exceso de lo real/ sea carne de lo invisible.
Con su acostumbrado acierto, Roberto Manzano, en el prólogo, llama la atención sobre un ángulo de este empeño, después de calificar como una de las más audaces la exploración estética que ocurre hoy día en la décima cubana: "los supuestos poetas de vanguardia no se enteran, ni tampoco los supuestos críticos. Y los poetas que ejercen con tanta creatividad y sabiduría esas rupturas dentro de la tradición se ven obligados a ser declarativos". Pero "hay más allá -para decirlo con palabras de César López en otro prólogo de otro libro merecedor del mismo premio-: este decimario de Ronel, a un tiempo "declara" hacia afuera, hacia ¿inconsciente? e imperdonable desconocimiento de las ganancias considerables que para la poesía del país han obrado los cultivadores de la estrofa y "declara" dentro los escollos que debe sortear el ya vigoroso movimiento decimístico cubano para no anquilosarse: Pero renombrar lo escrito/ por la tradición vehemente/ significativamente/ implica anular el mito,/ elidir el monolito/ verbal y fosilizado./Lo que puede ser nombrado/ con palabras y abolir/ la sospecha de existir/ deberá ser renombrado.
Atormentado de sentido. Para una hermenéutica de la metadécima, pues, opera como una vuelta de tuerca para que acabe de estallar lo pernicioso del dispositivo en marcha. Y, desde la plena demostración de saber esgrimir incluso esas armas que ya apuntan a la decadencia, una interesante y necesaria convocatoria artística: Novedad: yo te conmino / a que te resemantices.
Periódico Trabajadores, La Habana, 5 de mayo de 2008.
Cubaliteraria, 04 de julio de 2008
http://www.cubaliteraria.com/articulo.php?idarticulo=8710&idseccion=31
Pedro Péglez González (Jesús del Monte, Ciudad de La Habana, 1945). Nombre profesional de Pedro Julio González Viera. Poeta, periodista e historietista. Autor, entre otros, de (In)vocación por el paria (2001) y Cántaro inverso (2005), ambos Premio Iberoamericano Cucalambé 2000 y 2004.
Al lado del camino, Ronel saluda a Fito
Por: Rolando Bellido Aguilera
Ensayista, poeta, narrador.
Me gusta estar al lado del camino
fumando el humo mientras todo pasa
Me gusta abrir los ojos y estar vivo
Tener que vérmelas con la resaca.
Fito Páez,
Al lado del camino.
1.
Acabo de leer, gustar, degustar y disgustarme con Atormentado de sentido. Para una hermenéutica de la metadécima, de Ronel González Sánchez, Premio Iberoamericano Cucalambé-2006, que por un modestísimo precio, la Editorial Sanlope, de Las Tunas, ofrece a los lectores cubanos desde el primer semestre de 2007.
Ya desde la misma dedicatoria se vislumbran los ríos postmodernos, los juegos intertextuales y la ansiedad por superar los límites, romper los géneros y acceder a los campos de la hybris. El libro cuenta con un prólogo preciso de uno de los poetas más profundamente cultos y, al mismo tiempo, intensamente humanos de la ínsula (Roberto Manzano, que también presidió el Jurado que premió este cuaderno de décimas, textos, meta, para y paja textos), en el cual se nos avisa que dentro del panorama de la poesía cubana actual no hay una tendencia poética que sea dueña absoluta del campo. (p. 7) y que la situación se hace mucho más inciertamente compleja debido a que no hay crítica de poesía en Cuba, afirmación esta última demasiado categórica, pero entendible en el sentido en que la expresa Manzano: advertir sobre la importancia cardinal de la crítica, sobre todo cuando se realiza con un ojo agudo y honrado que juzga, acomoda, deslinda y jerarquiza. (p. 8)
Que la farándula poética puede ser importante, pero que no es lo funda-mental, es uno de los principales aprendizajes que encierra el prólogo de Manzano. Vivir en ese espectacular mundo puede ser, y es en múltiples ocasiones, un simulacro, en tanto que la poesía y el poeta verdaderos, o esenciales, no necesitan de candilejas y artificios socio faranduleros.
Pero, como el libro invita y hasta desafía a que se entre en las heredades de la desmesura y hasta de la insolencia, no le bastó al autor con un solo prólogo y, en consecuencia, procedió también a auto prologarse, para hacernos creer que en él la creación del poema nace siempre de una ardua preparación artillera, cultural y teórica, de una fundamentación, primero, y de la expresión de un hallazgo, después. Rigor de los rigores, poeta de pulidos marfiles, por una parte, y, al mismo tiempo, de concretas participaciones, por la otra. Un atormentado en múltiples dimensiones y sentidos, consciente de que la literatura exige muchísimo más que candilejas y cosméticos.
Formula de entrada lo que debería demostrar: que la décima pervive en sí misma, en las resistentes honduras, y en los esplendorosos hallazgos de sus creadores. Que se salva y se impone, por sobre apologías y calumnias porque, como en la socorrida cita de Joyce, emerge de profundas aguas vitales. Pero, de tanto cavar en los cimientos, en ocasiones Ronel se atraganta por exceso de terminologías. Por lo general, sale airoso de las encrucijadas contextuales e históricas, no solo por su experimentado y fecundo oficio, sino más que nada por su pasión de servicio y su vocación de diálogo. Pertenece al selecto grupo de los que solo son deshacedores después de haber aprendido prolijamente a hacer, pero, se vuelve insoportable cuando se pone dostoievscano y puntillosamente epistemológico, como en las prescindibles (debió aclararlo en el auto prólogo) décimas tituladas Hermetismo susprasensorial, Anagnorisis y Conceptos por transcodificar, entre algunas otras. Su excesiva pasión por acecinar (salar y secar los poemas al humo y al aire) ocasiona o produce décimas muy enjutas de poesía.
Se trata de algunos poemas demasiado ahumados por las aún no superadas incertidumbres postmodernas. Los extremos, como ya se sabe, se encuentran y saludan, y en el abrazo se confunden, así, algunas de las más repetidas dudas terminan por volverse certezas, y excesivas irreverencias se vuelven en otras partes solemnidades: Voz que clama en el desierto / la traición de lo solemne. (p. 99) Por estas sendas, aparecen sus poemas más arrugados e infelices. Ronel ha buscado lo perfecto formal, lo indiscutible, ciñéndose a contenidos inapelables y, así, resta a su libro con una sucesión de intemperies que bien debieron ser tachadas por innecesarias en un poeta que ha sabido encontrar muchísimas veces el Todo: /El hombre se resiste a la inocencia / porque su vanidad lo ha vuelto crítico. (p. 122) Y honradamente críticos hemos de ser: estas inconsecuencias son, como él mismo dice: inútiles parodias o inconscientes escolios. (p. 103) Ronel lo sabe, y lo repite más de una vez: Sometido a su intelecto / el poietés desfallece / (p. 113)
2.
Habrá que declararse incompetente
en todas las materias del mercado
Habrá que declararse un inocente
o habrá que ser abyecto y desalmado.
Fito Páez,
Al lado del camino.
Poeta de la isla y del mundo, Ronel alcanza la universalidad, siempre, desde los temas telúricamente insulares, y no siempre, desde los aparentemente más universales. Su viaje esencial es el de regreso, el eterno retorno a las raíces. Este poeta no parte. No se deslumbra ante las velas peregrinas y es leal a su literatura, a sus circunstancias y a su gente, hasta el tuétano leal y sincero, y no por ello, o por ello mismo, deja de dar también sus legítimos traspiés, como un animal utópico, según confiesa: Mi mal / es duro porque, al final, / siempre regreso a mi cueva / y pido a Dios que no llueva / bajo el cielo nacional. (p. 55), de su poema Al partir, que simple y sencillamente es luminoso desde todo punto de vista.
Poco después, una de sus más radicales y convincentes descargas, su discurso contra la guerra, contra todas, las con y las sin pretextos, pues Para la guerra siempre hay un motivo y, según concordamos, Podrá cambiar la guerra el universo, / pero no sanará ciertas heridas. / (p. 68) Su originalidad es ceñidamente consciente, fruto de extensos y profundos aprendizajes. Ante las bifurcaciones e incertezas de la compleja contemporaneidad, Ronel se alza con las más saludables fuerzas de la tradición y con identidad y cambio, arma prolijamente una obra de enjundiosa cultura.
Su énfasis a favor del verso pautado se comprende y apoya como contraposición a los falsos escarceos y excesivos ruidos versilibristas del seudo sector postmoderno. Solo como énfasis es legítimo, pero nunca como extremo ni, mucho menos como extremismo. Lo poético es correr el riesgo pero con sumo cuidado para no caer en deslumbramientos artificiales y artificiosos. Como reflexiona Heidegger, en "Hölderin y la esencia de la poesía": Pero ¿puede ser instaurado lo permanente? ¿No es ya lo siempre existente? ¡No! Precisamente lo que permanece debe ser detenido contra la corriente, lo sencillo debe arrancarse de lo complicado, la medida debe anteponerse a lo desmedido. En este libro, Ronel corre valientemente grandes riesgos y, por supuesto, también cae en teatralidades y pirotecnias.
Es legítimo, entonces, sospechar sinceramente de Ronel, de sus prolijas citas, de sus a veces excesivas intertextualidades. Se debe ser crítico con honestidad meridiana. Encontrar más allá del esplendor autoritario y de las cultísimas referencias, el grano. Y el grano en su obra se encuentra abundante, a pesar de tantos Mc Cullers, Heidegger, Poes, Schopenhauer, Holderlín, Zeneas, Nervos, Lezamas…, que no siempre dan el tono justo, es decir, que no siempre se corresponden con, ni amparan, los poemas que les siguen.
Es necesario, es hasta muy bueno, tener dudas. Lo malo es ser vencido por ellas: en algún aposento intelectivo / alguien siempre es vencido por las dudas. (p. 125) y, entonces, vienen las sobredosis más evidentes de irracionalismo snob, de hermetismos banales y de alambiquismos conceptuales. No obstante, en la mayor parte del libro, en ramas como La libertad del suicida, Historia de cruzados y Materia cognoscente (dedicada esta última a José Luis Serrano, poeta de iguales profundidades pero menores hermetismos, y escrita en su misma cuerda o estro). Las preguntas, ceñidas y fértiles, hábilmente repartidas por todo el poemario, resultan mucho más poéticamente productivas que algunas categóricas y hasta transcendentales afirmaciones, casi autoritarias, que se le escapan, como, por ejemplo: La existencia es una farsa / agnóstica. Pura niebla. (p. 30)
En la mayor parte de las décimas, unas octosílabas y otras endecasílabas, en estrofas y en bloque, y de las más diversas y originales maneras, está demostrada la amplísima cultura y, al mismo tiempo, la honda sensibilidad humana del poeta. No obstante, a veces se excede en el uso de fuegos artificiales que pasan a ser un despilfarro cuando, en una misma estrofa o acto, se disparan agnosias, didascalias, dicterios, facistoles, beatíficos, falsarios y devocionarios. Por estos excesos, en algunos poemas se descubren las costuras y el antinatural fraguado, que se deben a la falta de espontaneidad, la cual se ha suplido con búsquedas excesivas, artificiosas, no legales, enciclopédicas. Un ejemplo: Morirás, pero no todo / habrá acabado. Incorpóreo / volverás a un tiempo ecuóreo / como el amnios. Serás lodo / teorético. "Grosso modo": / reo de la lasitud / entrarás a un ataúd / insenescente, inconsútil, / pero jamás será inútil / prolongar tu juventud. (p. 34. Por esta única vez, los subrayados en negritas son del crítico, RBA)
Ronel González tiene que elegir, no le sirve ser ecléctico en la tradición europea, más le aporta ser electivo en la tradición insular. Tampoco le sirven sus relaciones de índices bibliográficos ni sus listas referativas, con las cuales arma más de un poema frío, no natural, no propio del calor humano y de la espontaneidad y fuerza creadora con que le nacen los otros. Tiene que terminar en calma los análisis, para no indigestarse, para poder expresar poéticamente su diálogo con los dioses y con la esencia de las cosas. Cuando disecciona el Apocalipsis, falla; triunfa cada vez que su síntesis se transforma en poesía, en instauración de la historia. Véase, por ejemplo, Los viejos mitos, donde enumera lecturas y problemas, simplemente. Estos pretendidos escudos meta literarios y las reiteradas incertidumbres (no por incertidumbres, sino por reiteradas) se notan como parches nuevos en tejidos viejos. De esta forma, se producen sus más acrobáticos fracasos. Fracasa como poeta cuando confunde sociologismo con poesía y, también, cuando intenta ser teórico y exégeta de su propia obra. V. Gr.: Fundar sobre la arena movediza.
El investigador Ronel sí saca provecho de las estructuras ausentes, de Eco, las condiciones postmodernas, de Lyotard, y los estructuralismos de Levy-Straus, por solo mencionar algunas de las ladrillosas edificaciones (que usa como condimentos) superfluas porque no las necesita ni las aprovecha el poeta Ronel que conocimos y conoceremos, no solo en textos anteriores y futuros, sino en este mismo. Cuando se le encorva la estatura, por el peso de tantos bloques teóricos, cae en preguntas retóricas y copiadas, como estas: ¿Lo ausente contradice el sensitivo / fragmento de raíz sobreabundante? / Hay algo cierto que no sea flagrante / summa, derivación, logos, motivo?/ (p. 129) Bueno, ni entomólogo, ni anatomista ni terapeuta es el poeta. Lo que es, no lo sabemos; pero sí lo que no es.
El poeta tiene siempre algo que ofrecer. El poeta es el creador, el demiurgo. Ronel lo es en muchos de sus poemas, incluso, en muchas de sus preguntas. Pero no lo es cuando la duda le mueve el piso. El poeta ha sido monstruoso en todas las épocas y, también, luminosamente bueno. Poeta es el que logra alzar su verso, y alzarse a sí mismo por encima de realidades, ficciones, olas y volcanes. Maldad y bondad forman la unidad contradictoria de lo humano. No basta con plantear las dicotomías cerebro–corazón, parte-todo, efímero-eterno, identidad-cambio… No basta: hay que superarlas a verso limpio.
Algunas redundancias, casi disparates, que se le escapan por el rebuscamiento lexicográfico: Mi madre despreciaba lo rahez. Si aceptamos que rahez es lo despreciable, queda en evidencia el dislate. Más adelante escribe: las sajaduras de la luz infernal en la ceniza andrófoba, donde los imperativos de la rima provocan las evidentes imprecisiones en el uso de las palabras, pues de la misma manera que un barco navega, no corre; y una bandera ondea, no flota; y un asno rebuzna, no relincha; las libertades poéticas no justifican eso de que la luz, ni siquiera la infernal, corte, ni siquiera a la ceniza y, mucho menos, que ésta adopte posiciones androfóbicas. O, en otras décimas, encontremos un río que se disuelve.
Con semejantes desenfrenos de verborrea, Ronel no hace otra cosa que demostrar su condición humana. No es perfecto ni divino, sobre todo por permitir que se deslicen hasta sus poemas pleuras, amnios, arterias, médulas y sustancias que le quedan mucho mejor en sus interludios meta poéticos (espacios a los que con más naturalidad corresponden). Porque, si bien es legítimo apropiarse de todo lo apropiable, no lo es /acusar de plagiario al que te observa / diseccionar tus frases en conserva/ (p. 65)
Ese pesado fardo, ese exceso referencial, angustia al poeta de tal modo que, en más de un poema le contamina explícitamente desde los mismos títulos: El abuso de la literatura y La angustia de las intertextualidades, por ejemplo, o el mismo nombre seleccionado para todo el libro: Atormentado de sentido, que es, otra vez, cita. Estas desmesuras culturológicas o parapoéticas y sus afanes auto justificativos hacen agua, sobre todo en las décimas ensayísticas, por rebuscadas y laberínticas, donde en lugar de explicar, complican, al confundir la difícil sencillez con el fácil esoterismo. Tómese como ejemplo la Introducción, en la Diatriba contra la décima. Ensayo de reinterpretación (p. 77). En esta parte se ve claramente que Ronel incorpora algunas décimas con argucias y veleidades a los cauces misérrimos de la estrofa (p. 78) y, por consiguiente, en sus peores pasos, también contribuye a multiplicar el coro ahogado de preceptivas. (p. 78)
En el libro editado, las palabras urdir, aquelarre, ontología (ontológico, ontogénico…), ente, metatexto (metaliteratura, metaescritura…) y episteme (epistema, epistemología…) se llegan a convertir en tic de tanto repetirse y conjugarse. Por otra parte, el exceso de términos inventados, o tan rebuscados que casi son lo mismo, termina por desconcertar y hasta mortificar al lector (y esto puede ser legítimo, y parece que es uno de los objetivos que se propuso Ronel), pero por el excesivo uso de los mismos, por su abuso, cansan: antropocinismo, gnosivo, literaturicidio¸ posludio, ambulacro, desoccidentalizado, grafomanía, yoidad, asinartético, indianismo, modernólatras, neotransmutacionismo, desretorizable y preposterarle, entre otros.
Las cuatro verdades que a otros les canta Ronel (siboneyistas y naboríes) son válidas contra él mismo. Su estro en ocasiones se vuelve dogma y, como en todo credo, le traiciona. Si sus críticas a los excesos de emoción, en otros, son válidas, también deberá aceptar como válidos estos amistosos señalamientos a sus excesos racionalistas y de preceptiva, a sus desenfrenos intelectualistas. Ahora bien, reconozco que muy por encima de estos lunares está su originalidad, sus inventivas, su espíritu renovador, su profunda cultura poética y vital, sus discursos desprejuiciados y su aliento participativo.
3. DIÁLOGO:
Bellido: Ronel, buscas por los caminos más difíciles, sin miedo por las zarzas y guijarros, en el intento por devolver a la métrica su plenitud irradiante. (p. 80) En ese rumbo superas las incertidumbres y te alzas victorioso, con afirmaciones poéticamente logradas: la praxis en soledad no es rito valedero. (…) /Sólo entelequias ven lo pitagórico / como una plenitud de lo teórico / y no como una cancela del lenguaje / (p. 126) Tus triunfos contra el ente empírico son por amplia mayoría, aunque sepamos que las votaciones, incluso las unánimes, bien poco tienen que hacer en el mundo de las artes. Tú vences, sobre todo cuando no sustentas un efluvio en la destreza del artesano. (p. 127) y no vences, cuando te atragantas con preocupaciones bibliotecarias y arqueologías desconcertantes y paralizantes: / ¿Para qué tanta histeria y para qué / atarse al banco de la erudición? (p. 128) En el libro, has pecado de fysis y polihidramnios. Por ello te someto a una amniocentesis en pro de la salud poética.
Ronel: Mira, Bellido, en este punto ya el lector bosteza. El proemio lo aburre (no hay prefacio que no derive en fraude.) Soy reacio a preludios cifrados con destreza (o sin ella). Me mueve la certeza de que no en todo afán versolibrista encarna la poiesis. "Fetichista de la rima y el metro", con cinismo me niego a disfrazar el "vanguardismo", con la teatralidad postmodernista. (p. 12)
Bellido: No todos los poemas son desbordes de guarismos, ni todos los críticos somos reos de la alquimia. Tu obra es eximia, Ronel, y por ello mismo no te la saludo con eufemismos, sino con el ejercicio del criterio riguroso y sincero. En todas las décimas que te brotan del alma (corazón, a estas alturas, resultaría insoportable) susurran las esferas. (p. 132) Es que, en ti, predomina el alma, que tanto tiene que ver con la ética, y con la estética, más o menos la misma cosa en la Antigua Grecia: y morirá(s) por ella, aunque (te) cueste / abjurar de sus hábitos gnosivos. (p. 132) Con poetas como tú podremos recuperar el esplendor de los comienzos (p. 133), si te curas de los excesos de líquido amniótico.
4. Final
Tendré que hacer lo que es y no debido
Tendré que hacer el bien y hacer el daño
No olvides que el perdón es lo divino
Y errar a veces suele ser humano.
Fito Páez,
Al lado del camino.
No obstante los advertimientos ponzoñosos que este crítico le hace, Ronel sabe acercarse desnudo al que le nombra y, también, que un árbol retorcido no da sombra (p. 66). Es que, como él mismo exclama, hay que incorporar una dosis / de subversión al poema / y, en consecuencia, también a la crítica. El mismo Heidegger que seguramente Ronel leyó, ha demostrado con puntual precisión, que la frase de Hölderlin sobre la poesía, en carta a su madre, como la más inocente de las ocupaciones es cierta y, al mismo tiempo, no lo es. El poeta y su poesía tienen que parecer inocentes, para poder cumplir con el mandato de los más graves peligros. La mayor libertad para el poeta, pero sabiendo que esa absoluta libertad consiste en ser uno mismo. Esa es su misión sagrada.
Ronel tiene todas las armas, todos los instrumentos para una poesía que se incorpore más naturalmente a lo mejor de nuestra cultura, a lo mejor de nuestra vida. Pueden sobrarle algunas citas, algunas frases, prefijos y sufijos grecolatinos y hasta anglo sajones, pero su humanismo, por un lado, y su técnica poética, por el otro, son tan hondos que puede volvernos a conmover con cada uno de sus legítimos ahorcados, especialmente cuando a sí mismo se proteja de su literaturicidio.
Báguanos, 2008.
Víctor Rolando Bellido Aguilera (Báguanos, 1958). Doctor en Ciencias Filosóficas. Ensayista, poeta, narrador. Profesor Auxiliar de la Universidad de Holguín. Preside la Sociedad Cultural José Martí de su provincia y es Vicepresidente de la UNEAC en el territorio. Ha publicado, entre otros, Martí, la juntura maravillosa (2000), El mito de la poiesis (2003), El oro nuevo (2003, 2004, 2013), El humo de Battle Creek (2011)
Ronel González Sánchez y la metadécima
Por: Zahily Salazar Rodríguez.
Licenciada en Estudios Socioculturales por la Universidad Oscar Lucero Moya de Holguín.
No hay que temer a ello, ni evadir el riesgo. Digámoslo sin ambages: Atormentado de sentido. Para una hermenéutica de la metadécima es un poemario difícil, como corresponde a un asunto sumamente complejo, cuya abundancia de sinuosidades revela, precisamente, la contemporánea magnitud de sus alcances: los desafíos del actual momento de la poesía cubana escrita en estrofas de diez versos.
(Péglez González, Pedro; 2008: 10)
Atormentado de sentido. Para una hermenéutica de la metadécima (Premio Iberoamericano Cucalambé 2006; Las Tunas, Editorial Sanlope, 2007), este es, sin dudas, el libro de décimas de mayor complejidad desde el punto de vista conceptual, el de mayor aliento postmoderno y también el más extenso de los premios iberoamericanos Cucalambé de Cuba.
Dividido en cinco secciones, e integrado por 190 estrofas -excluyendo los poemas en verso libre que inauguran algunas secciones- el discurso múltiple del hablante lirico evoluciona desde un autoprólogo del autor para rebatir la ubicación de su obra como "neomodernista", al decir del también poeta y crítico Jesús David Curbelo en un extenso artículo utilizado como prólogo del decimario Toque de queda, del tunero Carlos Esquivel Guerra (Curbelo, Jesús David; 2006:12.), hacia una deliberada diversidad de tonos, temas y formas que hacen de este libro uno de los más interesantes, incluso entre los volúmenes de poesía publicados en las últimas décadas.
Atormentado de sentido; para una hermenéutica de la metadécima, parte de un verso de la transgresora canción "Al lado del camino" del cantautor argentino Fito Páez, como un ejemplo inaugural de intertextualidad con otros discursos de las artes y para proponer la idea del poeta como un ser en persistente búsqueda de sentidos, comprensiones, significados, etc. que ha llegado al zenit de sus razonamientos respecto al mundo y a la obra literaria como totalidad, y que, acosado por sus propias percepciones, necesita comunicar sus inquietudes, rozando la propuesta de un manifiesto poético.
Luego, en la enunciación titular del personal concepto metadécima, paráfrasis y también ironía respecto a la llamada metapoesía, o sea, un discurso octosilábico que es su propio referente, una especie de décima de la misma décima, un texto que intenta explicarse desde dentro, que formula una poética autoexplicativa, sobre todo por el añadido del término hermenéutica, que es el arte de interpretar textos para fijar su verdadero sentido, construye y propone un poemario que muestra cómo también en décimas se puede llegar a un grado sumo de experimentación, a una expresión coherente de conceptos y referencias culturales y, en esencia, a un conocimiento esencial de la literatura y de la teoría que la genera.
Valiéndose de los presupuestos de la ensayística y de sus estudios de la hermenéutica para su aplicación a la valoración de la décima, R.G. permite que su libro fluya desde temáticas inherentes al tránsito vital del hombre y a la madurez con que se perciben por el poeta. No por casualidad la propia dedicatoria del decimario a teóricos de la postmodernidad resulta sintomática (el filósofo francés Michel Foucault, quien puso en tela tela de juicio la influencia de Carlos Marx y del psicoanalista Sigmund Freud; el crítico y semiólogo francés, autor del Grado cero de la escritura, Roland Barthes, quien intentó construir una filosofía de la semiótica; el filósofo francés Jacques Derrida, acoplado fundamentalmente a la idea de la deconstrucción textual en estrecha relación con el estructuralismo; el crítico estadounidense Harold Bloom, autor del archicitado volumen La angustia de las influencias, quien planteó la idea de la obra como un tejido comunicante e intercomunicante con obras anteriores; y el escritor y profesor universitario italiano Umberto Eco, famoso por sus estudios semióticos de los signos y los significados) es un gesto conectivo de las ideas fundamentales a desarrollar por el poeta en el volumen y el tópico de los estudios literarios, críticos, filosóficos que algunas veces en los textos funcionará como simple referencia o especie de paráfrasis y, en otras oportunidades será una parodia, una ironía, una burla.
La cita del libro, escogida hábilmente y en función de la idea fundamental, pertenece a la revolucionaria novela Ulises, del irlandés James Joyce: "El arte tiene que revelarnos ideas, /esencias espirituales sin forma. /La cuestión suprema sobre una obra de arte/ es desde qué profundidad de vida emerge." Aseveración que da preeminencia a las ideas, a los contenidos, por encima de las formas y, sobre todo, al hecho de que éstos conceptos, estas esencias deben provenir de una relación intensa del creador con lo vital, de gnoseológicas inmersiones permanentes y bien meditadas a lo largo de su vida. O sea, R. G. desde el principio insiste en que la obra, en este caso literaria, y el cuerpo ideotemático que desarrolle, no nace de la casualidad sino de las búsquedas constantes y de la reflexión en aras de rebasar lo establecido, de dar un paso más hacia la transgresión como sentido de rebasamiento, de necesario avance, de quiebra de normas y códigos en una actitud típicamente postmoderna de asunción creativa para que la décima no siga reducida a la idea de una estrofa detenida en el exteriorismo del canto a la naturaleza y del campesino como individuo ancestralmente apegado a la tierra.
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