Descargar

Globalización

Enviado por maaiscurri


Partes: 1, 2

    Indice1. Introducción 2. La globalización como proceso de integración económica mundial 3. El Universalismo como proceso de integración cultural. 4. La Argentina y la globalización como oportunidad para el universalismo. 5. La novia del futuro. 6. Notas sobre la bibliografía presente.

    1. Introducción

    Los términos de Globalización y Universalismo no son sinónimos. El primero designa una situación puramente material: la integración económica mundial característica de los últimos años del siglo XX. El segundo, a la pretensión espiritual de integrar una única cultura humana a lo largo y a lo ancho del planeta. No diferenciar ambos conceptos es riesgoso. Podemos extraviarnos en la navegación superficial de los fenómenos históricos, reducir nuestra capacidad para recibir positivamente los aspectos innovadores más destacados de la globalización, impedir una crítica ajustada a sus elementos negativos y, por sobre todo, desaprovechar las oportunidades que ofrece para una verdadera integración universal culturalmente justa y equitativa.

    2. La globalización como proceso de integración económica mundial

    "El vapor, dando seguridad y facilidades a la navegación; los ferrocarriles suprimiendo las distancias; el telégrafo ligando entre sí a todas las sociedades civilizadas, han convertido al mundo en un vasto taller de producción y de consumo. "La actividad de los cambios circula en las inmensas arterias de ese cuerpo formado por un planeta, con facilidad y rapidez, y sus efectos se extienden en cada grupo social hasta el más lejano de los miembros que lo componen. "Los pueblos no viven ya en el aislamiento, que los condenaba a marchar paso a paso, realizando lentamente las conquistas destinadas a asegurar su progreso y perfeccionamiento.(…)" (Hernández, José; El gaucho Martín Fierro; Carta a los editores de la octava edición, 1874). La globalización es una extensa integración económica mundial que se nos presenta como ubicua, inefable e irresistible. Sin embargo, no se trata de una novedad de fines del siglo XX. El proceso se inició con la modernidad del Occidente Cristiano y se funda en la confianza en sí mismo que el hombre europeo adquiere en el período histórico que se conoce como Renacimiento. Durante la Alta Edad Media, el Occidente Cristiano había vivido encerrado en sí mismo, acosado por los peligros exteriores, los pueblos escandinavos y los eslavos al norte y al este y el apogeo de la expansión islámica en el sur. Durante la Baja Edad Media, las cruzadas y la ofensiva en la reconquista de España fortalecieron la identidad y permitieron a los europeos aventurarse a la conquista de los Santos Lugares en el Oriente Medio. La empresa fue acompañada por comerciantes italianos de quienes recibió el apoyo logístico. Estos comerciantes dieron a las cruzadas un sentido adicional al puramente religioso: la reconstrucción del sistema de relaciones comerciales con Oriente. La guerra de los Cien Años y la aparición de un nuevo poder exógeno con el Imperio Otomano (S. XIV-XV), clausuró ésta etapa de apertura. El fin de la guerra medieval y la consolidación de los estados nacionales permitieron iniciar nuevas búsquedas comerciales (a través del sur de Africa, primero, y cruzando el Atlántico, luego), coincidiendo con el surgimiento de un espíritu nuevo. La confianza en la propia capacidad humana, la búsqueda de soluciones técnicas para problemas concretos (la navegación, la guerra con armas de fuego) y el desarrollo de las artes concomitantes son sus características salientes. La fortaleza del espíritu y las pretensiones de expansión comercial impactaron sobre la sociedad renacentista, como fuertes incentivos para la exploración, el descubrimiento, la conquista y la colonización. El despliegue por más de doscientos años de ese espíritu de afirmación del hombre europeo, lo condujo a la madurez de las nuevas conquistas: la expansión del comercio, con el enriquecimiento de los estados y de los capitalistas, y la exploración de las posibilidades de la mente humana en los campos de la técnica y la ciencia naciente que instauraban una eficaz relación entre la razón y la solución de los problemas concretos. La ciencia moderna había logrado dar pasos seguros en la construcción de un método propio separado de la filosofía. Durante más de mil años de desarrollo cultural los antiguos griegos habían logrado un importante desarrollo en el pensamiento mediante la conquista de métodos racionales que permitían establecer verdades a través de un lenguaje riguroso y sistemático. Pero ésta conquista de la razón sólo alcanzó para el desarrollo de la metafísica (que intenta explicar los principios esenciales sobre los que se sustenta la realidad, prescindiendo de las constataciones empíricas) y las matemáticas (caracterizadas por la utilización del molde racional y el rigor deductivo en un objeto abstracto). Los renacimientos que se dieron en Europa Occidental desde el siglo XII restauraron el pensamiento griego (primero recuperaron a Platón y más tarde a Aristóteles) y lo transformaron en ideología dominante en una elaborada síntesis con el cristianismo. En éste desarrollo había poco lugar para la "ingeniería", para la utilización de un método racional en la solución de problemas concretos; relegando éstos saberes a la esfera menospreciada de los artesanos.

    En el último renacimiento, lo que conocemos desde mediados del siglo XIX como el Renacimiento , se produce una ruptura. Nuevas condiciones de vida actuaron como incentivo: el fortalecimiento del rol del comerciante, como hemos dicho, y las consiguientes necesidades de la navegación, las nuevas herramientas de guerra (la artillería y las fortificaciones de defensa) exigieron soluciones a éstos problemas nuevos. La "ingeniería" cobró un nuevo impulso. El período se caracterizó por un fuerte desarrollo de las artes (en especial la literatura , la pintura y la arquitectura ) y la revalorización del saber de los artesanos (preceptivas técnicas sistematizadas empíricamente). No es casual que la figura paradigmática de la época fuera Leonardo Da Vinci (artista e inventor). El humanismo , un movimiento literario, aportó los elementos ideológicos que fortalecieron la autonomía de lo humano cuyo arquetipo era el comerciante (aventurero, arriesgado y autónomo). Los científicos del siglo XVII (Galileo, Newton , etc.) intentaron la construcción de un lenguaje propio que sintetizara el saber de los artesanos con la rigurosidad del pensamiento clásico. Allí se sentaron las bases del método científico. Esta gran movilización de los espíritus acompañó la expansión comercial europea, el descubrimiento y conquista de amplios espacios territoriales, muchos de los cuales fueron incorporados en calidad de colonias al dominio de las nacientes naciones europeas. El siglo XVIII, siglo de las luces, representó un gran debate interno y significó un triunfo de éstas tendencias: la afirmación de la autonomía de la razón humana, la conciencia de madurez de la confianza en sí mismo del hombre europeo, el triunfo del naturalismo sobre la metafísica y la potente innovación tecnológica que se conoció como revolución industrial que permitió el fortalecimiento del capitalismo como sistema económico dominante. Esta conciencia de autoafirmación del hombre europeo introdujo una confusión considerable en un ámbito novedoso. El descubrimiento y la conquista generaron una tensión entre la multiplicidad de realidades sociales y culturales que comenzaban a ser conocidas y la reciente conciencia de afirmación del hombre europeo. Cuando los iluministas pretendieron aplicar el rigor científico conquistado al estudio de los hechos producidos por los hombres en el tiempo y el espacio, la mencionada tensión apareció en su máxima expresión. Pensadores como Giambattista Vico que sostenían la historicidad de los hechos y el relativismo cultural no fueron escuchados. Se impuso la confusión aludida: la modernidad europea (una modernidad posible) ocupó el lugar de La Modernidad (la única modernidad del género humano). De esta manera la civilización europea (una civilización posible) pasó a ser La Civilización. Se construyó así la idea de la Historia Universal cuyo punto culminante debía ser la modernidad europea (La Modernidad). El proceso de consolidación del esquema llevó más de un siglo; J. Burckhardt construyó la idea de Renacimiento a mediados del siglo XIX. Con él, el esquema "Antigüedad, Edad Media, Renacimiento, Modernidad" quedó consagrado y pareció inamovible. No vamos a discutir aquí si se trataba de fortaleza o debilidad (o una dialéctica entre ambas como puede ser característico en todo proceso de afirmación). Lo que sí es cierto es que se trataba del triunfo del humanismo, una actitud mental plagada de fuertes contradicciones. De luces (la conquista de la razón y la afirmación de la autonomía de lo humano, bases para el imperio de la libertad individual y colectiva) y de sombras (las atrocidades cometidas por el hombre blanco europeo desde la conquista de México hasta el horror del nazismo ). El hombre europeo consolidó en el siglo XIX su conquista del mundo. ¿Con qué finalidad? La más excitante, sin dudas, fue la expansión del comercio y la obtención de riquezas, aunque, en muchos casos, fue acompañada por finalidades más plausibles, como la evangelización y el conocimiento científico , instrumentos del dominio humano sobre la naturaleza con justificación ideológica incluida. Esta conquista es ya una protoglobalización El epígrafe con el texto de José Hernández de 1874 así lo atestigua: el mundo era, ya en su época, un vasto taller de producción y consumo. El proceso de globalización fue una progresiva superación de limitaciones impuestas por el espacio y los logros de la tecnología en cada momento. El vasto taller que atestigua Hernández tenía niveles de integración muy restringidos, si se los compara con los actuales. Un ejemplo, aún de tiempos mucho más recientes, confirmará el aserto. Hacia 1950 un inmigrante europeo, residente en nuestro país, debía esperar varios meses para intercambiar mensajes con sus familiares residentes en alguna aldea europea. En nuestros días, el nieto de ese inmigrante puede enviar un mensaje y recibir la respuesta del nieto del familiar residente en la misma aldea en un tiempo que sólo demandará unos minutos, lo que se tarda en escribir dos cartas . Este proceso de perfeccionamiento de la globalización tuvo su correlato, y su posibilidad, en el proceso de expansión y homogeneización de los mercados . La característica central de los siglos XVIII y XIX fue la homogeneización de los mercados nacionales. En Europa, superando las restricciones que durante siglos impuso la fragmentación de la sociedad feudal; en América (primer continente que se integró con autonomía a la globalización, fuera de Europa), con la ocupación de los territorios vacíos y el desarrollo de la infraestructura de transportes (imprescindible dado la vastedad de su extensión territorial). En esos momentos, Europa comandaba la globalización; superando los límites estrechos de los estados nacionales a través de un rígido sistema de control colonial de los territorios extracontinentales y de una división internacional del trabajo institucionalizada: las colonias proveían materias primas para el desarrollo industrial floreciente de los países europeos. Luego de la segunda guerra mundial se consolidó la existencia de un mercado internacional; sostenido, institucionalmente, por los acuerdos de Bretton Woods que, entre otros organismos, crearon el Fondo Monetario Internacional . Dos fenómenos sucedieron a ésta consolidación del mercado mundial: la descolonización de Asia y Africa y los procesos de integración continental. La descolonización puso a todos los pueblos del mundo en pie de igualdad jurídica para participar del nuevo orden mundial instituido. Es fácil de percibir que ésta igualdad jurídica no tuvo un correlato en una situación de equidad económica, pero representó una condición necesaria para que pudiera lograrse. La integración continental fortaleció el camino hacia un funcionamiento más eficiente del orden económico mundial naciente. Estados Unidos tomó la delantera porque se trata de una nación con dimensión continental. 80 años antes de Bretton Woods se había sentado las bases de su integración que se hallaba bastante consolidada a comienzos del siglo XX. Europa occidental inició su proceso de integración económica en la década del 50 y se ha consolidado en la Unión Europea , luego de superar fronteras espirituales basada en profundos prejuicios nacionales. El punto culminante de este proceso se inició con la caída del muro de Berlín y la descomposición del régimen comunista en Europa Oriental (al régimen comunista, hegemonizado por Rusia; no sólo representó una fuerte resistencia a la globalización económica ; sino que también encarnó una idea diferente de universalismo como veremos en el próximo parágrafo). América Latina tuvo una larga lucha contra sí misma para iniciar el camino de la integración. El sueño de construir un fuerte espacio integrado económica y culturalmente había sido expresado por los libertadores San Martín y Bolívar a principios de siglo XIX. Este último intentó en 1827 un Congreso Continental en Panamá con el objeto de institucionalizar la unidad nacional de las antiguas colonias españolas. Pero fracasó y la fragmentación se impuso. La integración fue demorada por la diplomacia norteamericana que pretendía la consolidación de una política panamericana que, puesto a su servicio en el juego diplomático internacional, impedía en los hechos la concreción de una identidad latinoamericana autónoma, y por la diplomacia británica que favorecía la fragmentación para evitar el fortalecimiento de la nueva entidad y mejorar las condiciones de negociación de sus intereses económicos. Algunos intentos de integración, como el caso de los tratados firmados por los presidentes de Chile y Argentina (Perón e Ibáñez) en 1953, no pudieron fructificar por el peso del panamericanismo como política rectora en la diplomacia regional. Sólo después de la guerra de Malvinas que desnudó el verdadero significado del panamericanismo. Sobre el eje de los acuerdos alcanzados por Brasil y la Argentina en los años 70, comenzó el difícil proceso de la integración continental que consolidó su institucionalidad en el MERCOSUR . La etapa de la consolidación institucional de la globalización parece próxima. Algunos hechos parecen señalarlo; el ya mencionado derrumbe del comunismo que impedía la incorporación de enormes espacios territoriales y grandes masas de población al sistema instituido en Bretton Woods y la aparición de nuevas tecnologías en el área de la informática y las comunicaciones que permiten un acercamiento inusitado entre espacios territoriales distantes. Hasta aquí hemos llegado. El estado actual de la globalización, ¿Establece una diferencia cuantitativa o cualitativa con la situación de mediados del siglo XIX en que la ideología de la globalización se consolidó? No es fácil dar una respuesta única a la pregunta. Hay una diferencia cuantitativa evidente, pero, también, algunas constantes ideológicas permanentes como la confusión entre globalización y universalismo. Por otra parte, las transformaciones en el soporte técnico de la navegación, desde las velas hasta Internet , poseen una gran capacidad para modificar nuestras conductas, lo que complica más el análisis . El mundo actual parece cambiar constantemente a una velocidad vertiginosa. Pero el vértigo no tiene su base en la tecnología, sino en la actitud en que es asumida por los seres humanos. El nieto del inmigrante que se comunica con el nieto de sus familiares en la aldea europea en pocos minutos puede sucumbir ante el vértigo, si sólo se queda maravillado y extasiado con la posibilidad del contacto; pero el vértigo desaparece si tiene algo que decir, si transforma el contacto en verdadera comunicación facilitado por la inmediatez del contacto.

    3. El Universalismo como proceso de integración cultural.

    (Los gozos y esperanzas, las angustias y los dolores de todos los hombres del mundo, especialmente de los más pobres, son los gozos y esperanzas, las angustias y los dolores de los hombres de la Iglesia). (Glosado de Concilio Ecuménico Vaticano II; Constitución Pastoral Gaudium et Spes.; Bs. As., Ediciones Paulinas, 1965). La ya establecida confusión entre los conceptos de Globalización y Universalismo no proviene del primero, sino de un inadecuado desarrollo del segundo que perdió su autonomía en aras de transformarse en apología del primero. Los imperios de la antigüedad pretendían el dominio territorial sobre vastas extensiones del mundo conocido. Roma fue quizás el primer intento exitoso de globalización. Dominó el Mar Mediterráneo que con presuntuoso orgullo denominó Mare Nostrum, con una idea que hoy llamaríamos destino manifiesto: el romano era un pueblo que se consideraba predestinado al dominio de sus vecinos por su propia superioridad. Su imperio no sólo supuso el control de las rutas comerciales y del sistema de tributos que enriquecieron la ciudad, pretendía la uniformidad institucional de los territorios dominados. La ciudad y el mundo, urbi et orbe, debían conformar una matriz única. La Constitutio Antoniniana (principios del siglo III d. C.) otorgó la ciudadanía romana a todos los hombres libres que residían en el territorio imperial. Sin embargo, los romanos, no alcanzaron la uniformidad de manera plena. En la cúspide de su poder no lograron imponer el latín como idioma de uso común, la mitad oriental del imperio utilizaba el griego -idioma en que San Lucas escribió el Evangelio y Los Hechos de los Apóstoles en el siglo I-. El Cristianismo, por su lado, expresó la primera pretensión de universalidad: concibió la historia de los seres humanos como una y única, sobre todo después del triunfo de la tesis de San Pablo sobre la de los fariseos cristianos en torno de la evangelización de los gentiles en el Concilio de Jerusalem. Esta concepción se ordenaba en torno de la figura central de Jesucristo cuya segunda venida representaría el fin de los tiempos. Retomaba así la tradición de los profetas que habían transformado, al dios nacional de los hebreos, en el único Dios verdadero y le daban un sentido misional sobre todos los pueblos de la tierra. La patria no era una unidad política extendida sobre un territorio (ni Roma ni su imperio, ni la tierra prometida) sino la iglesia (la asamblea, la comunidad) de los justos. Por ello el credo cristiano sostiene la fe en la comunión de los Santos. Con éstos antecedentes, y el aporte humanista, el iluminismo construyó su historia universal. Sobre la ya explicada confusión entre una modernidad y La Modernidad, entre una civilización y La Civilización, y la evidencia de los éxitos de la expansión europea, se concibió ésta historia universal que se confundía con la historia mundial de la modernidad europea. Así, toda la historia conocida (desde las primeras civilizaciones históricas el Nilo y la actual cuenca de Shatt el Arab) fue concebida y reconocida como antecedente de La Modernidad de la raza humana. Pero ¿Qué verdadero universalismo hay en ésta historia que deja afuera importantes civilizaciones del lejano oriente, de la América precolombina y el mundo árabe, antes y durante la mundialización del comercio europeo?

    Sólo se trataba de una apología de la expansión colonial y del desarrollo capitalista de Europa Occidental. Esta apología alcanza su punto culminante en la filosofía idealista alemana. Hegel, de alguna manera, se creyó en el punto culminante de la historia de la humanidad. Con todo, el entusiasmo cientificista del iluminismo recopiló otros materiales y otras concepciones que sólo pudieron ser valoradas en el siglo XX. El proceso de descubrimiento y exploración que, como ya dijimos, acompañó al proceso de integración comercial mundial, llevó a Europa una gran cantidad de materiales que permitieron conocer la existencia de otras culturas significativas. Giambattista Vico intentó explicar la historia conteniendo éstas diferencias y elaboró un esquema en que los pueblos protagonizaban avances y retrocesos culturales y políticos en una multiplicidad de sentidos, y destinos, posibles. En su esquema había lugar, por ejemplo, para que cada pueblo tuviera su modernidad, si era capaz de conquistarla. Pero su aporte sucumbió ante las filosofías de la historia que hegemonizaron el pensamiento occidental. La idea de una historia universal tuvo sus puntos luminosos y sus puntos oscuros. La sola concepción de un universalismo como aspiración de la humanidad es una idea valiosa. Pero la conciencia equívoca de que la civilización europea era La Civilización llevó a aberraciones cuyo punto culminante fueron las políticas imperialistas que basaban sus pretensiones hegemónicas en la idea de la superioridad de la raza blanca. A partir de fines de la Segunda Guerra Mundial, las bases fácticas del universalismo (es decir, la mundialización del poder europeo) se trastocó. El proceso de descolonización rompió la uniformidad política, de la que sólo se había excluido América Latina a principios del siglo XIX. Los acuerdos de Bretton Woods pretendieron la construcción de instituciones que garantizaran la continuidad y estabilidad del orden económico global, aunque la experiencia de los gobiernos comunistas, principalmente en Europa Oriental y Asia, restaron enormes proporciones de población y territorios al sistema. Se pretendió también acompañar estos acuerdos con la institución política de la Organización de la Naciones Unidas que, a pesar de su ímproba labor y de sus significativos logros parciales, debidos en buena medida a la inclusión del bloque soviético en su estructura, no obtuvo como resultado la unidad sólida y pacífica de la raza humana. El universalismo, como había sido concebido hasta entonces, fue puesto en tela de juicio. Ya, desde principios de siglo, la autoconciencia crítica que relativizó los logros de las llamadas ciencias duras, cargándolas de historicidad, y la valoración de otras culturas y civilizaciones que introdujo un verdadero relativismo cultural que había sido ahogado en el siglo XVIII, configuraron una nueva visión de la realidad. Aportes como los de Oswald Spengler, Arnold Toymbee (compañero de misión de John Maynard Keynes en la delegación británica a Bretton Woods) y Claude Levy Strauss, por sólo mencionar algunos nombres, concurrieron en ésta nueva visión desde las ciencias sociales. La modernidad europea fue puesta en su lugar, el de una modernidad, junto con el principio de la autodeterminación de los pueblos. Exigieron una nueva concepción del universalismo que contemplara, con equidad y justicia, todos los aportes culturales de las distintas identidades existentes. La globalización superó la crisis, el universalismo no. Por ello, la máxima creación de la modernidad del Occidente Cristiano, el capitalismo, salió fortalecido. Esta fortaleza exigía un despliegue mundial sin condicionamientos. En los nuevos intentos de reconstrucción del universalismo desde el Occidente Cristiano, el capitalismo ofreció su realidad de globalización material. Pero, ésta, durante muchos años sólo fue una de las versiones del nuevo universalismo, junto con el internacionalismo proletario y la nueva visión que la Iglesia Católica adquiere de los hechos humanos a partir del Concilio Ecuménico Vaticano II. Ya hemos hecho un análisis de cómo la expansión del hombre europeo, coincidente con la afirmación de la confianza en sí mismo y el desarrollo del sistema capitalista de producción, había facilitado las bases fácticas de la confusión entre globalización y universalismo. También hemos visto como frente a la crisis del universalismo, el capitalismo continúa y afianza institucional y económicamente su presencia en amplias zonas del globo (todavía limitadas, si comparamos la situación mundial de 1945 con la de nuestros días). Esa presencia mundial del capitalismo ya empezaba a llamarse globalismo o globalización en los centros de pensamiento geoestratégico de los grandes países industriales sobrevivió, como hemos expresado, a la crisis del universalismo. Aparece, entonces, la tentación de repetir la operación que confundió una civilización con La Civilización, reforzando la sinonimia de globalización con universalismo. La operación adquiere una nueva base fáctica: la expansión sobre amplios sectores sociales, de los países no industrializados. ¿El Occidente Cristiano se conforma con la modificación superficial de los hábitos de consumo?. El mundo entero podía y debía consumir Coca-Cola y venerar la "magia" de su fórmula secreta y acceder a la tecnología doméstica del mundo moderno, que resultó enteramente funcional al crecimiento del sistema económico capitalista. El modismo cultural que el consumo proponía adquirió mayor o menor profundidad según las regiones. Este intento devino en la intención de construir una nueva colonización; no ya institucional, sino cultural. Este nuevo universalismo de la globalización, este vasto taller de producción y consumo, ahogaba el fortalecimiento de las tendencias culturales locales y se veía reforzado por el consumo de productos que transmitían su ideología y sus formas culturales (v.g., el cine norteamericano y europeo). En las décadas de los años 60 y 70, un amplio abanico de reacciones y resistencias impidieron que la uniformidad, basada en la superficialidad ficcional del consumo, calara en la profundidad de las culturas locales. Los japoneses que vestían traje europeo en la vida pública, seguían usando kimonos en la intimidad; los árabes que se habían enriquecido con la producción petrolera y habían incorporado lujosos hábitos de consumo, seguían respetando sus horarios de oración y concurriendo a las mezquitas los días viernes. Extensos movimientos sociales en el interior de los países industrializados se oponían al consumismo irracional; una amplia e inorgánica explosión de movimientos políticos nacionales (los autoproclamados pueblos del tercer mundo) articulaban sus propuestas políticas con formulaciones culturales nacionalistas. El capitalismo logró imponerse en los años 80, logrando vencer la resistencia del mundo comunista con el significativo episodio de la destrucción del muro de Berlín y la unificación de Alemania. La globalización apareció entonces en su máximo esplendor y tal como lo conocemos hoy, con el aporte de nuevas tecnologías que transformaron el mundo de las comunicaciones y de las relaciones laborales. Pero el nuevo orden no pudo resolver todavía el problema central de las asimetrías profundas que sumen a amplias capas de la población en la pobreza, es más, las agudizó. Tampoco pudo resolver favorablemente la disolución de las tradiciones culturales profundas que, a través de las nuevas tecnologías, adquieren una inusitada oportunidad de difusión en el mundo. Otro intento de resignificar el universalismo provino de la tradición socialista y tuvo su expresión máxima en las sociedades comunistas fortalecidas después de la segunda guerra mundial y derrotadas con la caída del muro de Berlín. El gran ideólogo de ésta corriente fue Carlos Marx quien, a mediados del siglo XIX, postulaba teóricamente que el capitalismo debía y podía ser destruido con la acción política de los trabajadores. El marxismo ganó adeptos y un desarrollo teórico colectivo y tuvo su oportunidad política. La suya era también una formulación universalista del Occidente Cristiano: el marxismo consideraba al capitalismo como fenómeno universal, como lo era la potencia que habría de destruirlo. La consigna "proletarios del mundo uníos" tuvo interesantes correlatos teóricos como la idea de la imposibilidad del socialismo en un solo país que postulaba la dimensión planetaria de la lucha política de los trabajadores. Pero el marxismo tuvo grandes tropiezos en el curso de su experiencia histórica concreta. La oportunidad política no se presentó en los países industriales, donde y para los cuales fue concebido; sino en países no industrializados, con economías no capitalistas. Esto exigió, entre otras, las conocidas reformulaciones de Lenín y Mao Tse Tung. La descentralización del "socialismo real" le restó potencia al movimiento en su enfrentamiento económico con el capitalismo y no le permitió subsistir a la crisis política del país en torno del cual se construyera ésta oportunidad: Rusia. Además, la supuesta base de poder en que debía sustentarse, la clase trabajadora, no se constituye como una totalidad homogénea, sino como un conglomerado signado por fuertes asimetrías internas. Las sangrientas disputas entre capitalistas, aún en el marco de la globalización, se pueden resolver de muchas maneras: por una selección natural de los mejores, por acuerdos entre sectores de similar potencialidad, por la expansión de los mercados; pero ninguna de éstas soluciones pone en tela de juicio al sistema. El despliegue del poder de la clase trabajadora resultó imposible porque la competencia no lo fortalece, lo debilita. Las contradicciones entre los obreros de los países industrializados y los países de economías emergentes se tornaron insalvables. Basta el ejemplo de la actitud de los obreros norteamericanos del denominado complejo industrial-militar frente a la guerra de Vietnam. El pueblo vietnamita, descolonizado en los años 50, luchaba por su lugar en el mundo con una fuerte alineación con las potencias comunistas y, por ende, con las doctrinas del internacionalismo proletario. Su lucha logró que la opinión pública en los países centrales fuera más favorable a la paz y al respeto de su autodeterminación. Sin embargo, los trabajadores del complejo se manifestaron a favor de la continuidad de la guerra que podía garantizar la continuidad de su trabajo y el sostenimiento de sus salarios. El intento más serio del Occidente Cristiano por restituir el universalismo con una nueva visión integradora de las más diversas formas culturales fue el que encarnó en la Iglesia Católica Romana a partir del Concilio Ecuménico Vaticano II, llevado a cabo Durante los años ‘60. El cristianismo que aportaba la idea de historia universal ya en la época del Imperio Romano y que caracterizaba con su nombre a la modernidad europea (occidental y cristiana) recogía ahora el relativismo cultural y formulaba un nuevo universalismo. La Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio sostiene que los gozos y esperanzas, las angustias y los dolores de todos los hombres del mundo, especialmente de los más pobres, son los gozos y esperanzas, las angustias y los dolores de los hombres de la Iglesia. Esta generosa apertura al mundo signó la acción política y pastoral de los últimos Papas (Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo y Juan Pablo II). Juan Pablo II, en los últimos años realizó varios actos que fortalecieron la declaración de la Gaudium et Spes: se reconcilió con la ciencia -pidió perdón por la condena a Galileo, alentó la aceptación de las formulaciones del evolucionismo darwiniano para comprender el desarrollo del mundo material, etc.- y se reconcilió con otras religiones (pidió perdón por las culpas de la Iglesia de Roma en la ruptura de la unidad de los cristianos; realizó innumerables actos interreligiosos con sacerdotes de las más diversas confesiones; pidió perdón a los judíos por ciertas actitudes de la Iglesia frente a los conflictos desarrollados durante la Segunda Mundial, etc.). Todas éstas formulaciones, sin embargo, son originarias del Occidente Cristiano. ¿Sólo es posible aspirar a la constitución del universalismo, como unidad cultural del género humano desde el Occidente Cristiano?. ¿No existe la posibilidad de que las creaciones criollas nativas o mestizas, en todos los pueblos del mundo tengan una participación activa en esa construcción que resulte culturalmente equitativa y justa?. No podemos dar una respuesta por todos los pueblos del mundo; pero sí podemos intentar nuestra propuesta de nación criolla y mestiza. La globalización y el universalismo son tendencias culturales que parecen inevitables. Ya sea el universalismo vacío de la globalización o el universalismo benigno propiciado por la Iglesia Romana. Fuera de éstos ámbitos se manifiesta una realidad social y cultural abigarrada que se expresan en genuinas formaciones locales que reaccionan violenta o pacíficamente, buscando un lugar en el mundo. Se producen así fenómenos de diversas características que van desde una resistencia hostil a todo intento de globalización, e incluso de universalización, hasta actitudes pasivas dispuestas a abandonar lo propio y navegar la onda hedonista del consumo que la globalización ofrece. En el medio gran cantidad de matices: nacionalismos en la propia región de los países industriales que sólo pretenden mejorar su capacidad de negociación de una provincia, incluso de una aldea, para obtener los mejores beneficios en el mundo global; promoción de las identidades genuinas a través de las tecnologías globalizantes y actitudes ambiguas o ambivalentes que desperdician oportunidades. La energía vital y orgánica de los movimientos sesentistas ya no existe para respaldarlos. Pero, aunque la globalización no es el universalismo real, todos los pueblos del mundo podrían construir con un aporte equitativo (cultural y económico) el verdadero universalismo que los seres humanos nos debemos. La globalización tiene, también un lado luminoso: es la oportunidad más penetrable que el Occidente Cristiano ha ofrecido a los pueblos del mundo. Está en nosotros saber aprovecharlo.

    Partes: 1, 2
    Página siguiente