- Introducción
- El problema de la existencia de un dios como "ser perfecto"
- Yahvé, el dios judeo-cristiano, antropomórfico, déspota, cruel yvengativo
- El dios cristiano
- Acerca del "Jesús evangélico"
- "El pecado original" y "la redención"
- Acerca de María, madre de Jesús
"La santa Madre Iglesia […] reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento […] tienen a Dios como autor " (Catecismo de la Iglesia Católica) "Toda maldad es poca junto a la de la mujer; ¡caiga sobre ella la suerte del pecador!" (Biblia Católica) "[Dijo el Señor:] [ ] Aquí estoy contra ti; desenvainaré la espada y mataré a inocentes y culpables" (Biblia Católica).
El motivo principal de este análisis crítico de determinadas doctrinas y actitudes de la iglesia católica se relaciona con el hecho de que esa institución, tan plagada de hipocresía, de crí- menes, de mentiras, de robos, de ideas absurdas, de teatrales ceremonias con que suplen la falta de argumentos en favor de sus doctrinas, y de ridículos rituales que tienen esta misma fina- lidad, ha sido nefasta para la libertad y para el progreso cultural de la humanidad, a la vez que su poder político y económico ha ido incrementándose a lo largo de sus casi dos mil años de exis- tencia, sin respeto y sin escrúpulo alguno hacia los pueblos de los que de algún modo se ha ido apoderando, aliándose con los poderes políticos a fin de embaucar con sus mentiras a gentes inocentes para dominarlas y despojarlas de sus bienes, con los cuales han obtenido un poder económico incalculable a pesar de que inicialmente se había presentado como la "iglesia de los pobres" y a pesar de que Jesús, el supuesto hijo del "Dios" de Israel, siempre criticó a los ricos, al menos según los evangelios y según Hechos de los apóstoles.
En consecuencia y en relación con esta crítica, presentaré a continuación una serie de contradicciones doctrinales en que ha ido incurriendo la jerarquía católica a lo largo de los siglos, con- tradicciones que resultarán evidentes para quienes no hayan sido objeto de un lavado de cerebro especialmente intenso por el adoctrinamiento martilleante de dicha organización, y posean una inteligencia simplemente normal, acompañada de un sincero interés por la verdad, a pesar de reconocer que el avance hacia la verdad no siempre es fácil, pues, aunque somos animales racio- nales, también somos animales de costumbres y animales que tendemos a creer de modo irracional y por inercia aquello en lo que hemos sido adoctrinados durante nuestra deformación cul- tural sufrida a lo largo de la infancia.
SINOPSIS GENERAL
Entre los temas fundamentales que trato en el presente tra- bajo, me centro en el análisis de las cuestiones siguientes:
1. Hago una breve referencia al concepto de dios para cen- trarme especialmente en el problema de la existencia de un dios perfecto y, por ello mismo, autosuficiente, doctrina que se anali- za desde una perspectiva simplemente racional y sin referencia a ninguno de los dioses de las múltiples y variadas religiones que han existido a lo largo de la historia.
2. Me centro en el dios de la iglesia católica, que no es otro que el dios de Israel, aunque adornado con nuevas cualidades, como la de haber tenido un hijo, tan dios como su padre, y la de estar acompañado por un "espíritu santo", nuevo adorno que se les ocurrió a los primeros cristianos, a pesar de que ni para afir- mar la existencia de éste ni la del supuesto hijo de Yahvé había alguna base en el Antiguo Testamento, donde el único protago- nista divino es Yahvé, un dios absolutamente contradictorio por lo que se refiere de manera especial a las bárbaras crueldades que se le atribuyeron, las que seguiría cometiendo cuando ame- naza y castiga con el fuego eterno, y las doctrinas que proclama, especialmente en el Nuevo Testamento, relacionadas con el amor y con el perdón al prójimo, a pesar de que sus contradictorias amenazas con el Infierno siguen presentes en todo momento desde que a los sacerdotes de Israel o a los creadores del cristia- nismo se les ocurrió esta macabra doctrina.
El dios católico no es otro que el dios de Israel, que en el Antiguo Testamento había aparecido simplemente como un dios exclusivamente tribal, Yahvé, que de católico nada tenía, puesto que simplemente defendía a su pueblo, aunque no siempre, fren- te a los demás pueblos y a sus respectivos dioses, al margen de que, con la formación del cristianismo se dio a ese dios una di- mensión universal, pues desde entonces los dirigentes cristianos lo consideraron como el único dios, que ya no estaba ligado exclusivamente a Israel por la alianza establecida con Abraham, sino a todo el género humano, doctrina que se contradice con la del Antiguo Testamento.
Examino la creencia en la existencia de un Dios único jun- to con la creencia en la de la existencia de muchos dioses, tal como queda reflejado en los escritos del Antiguo Testamento, supuestamente inspirados por el "Espíritu Santo" y considerados en el Catecismo Católico tan verdaderos como los del nuevo.
3. Presento un estudio acerca de Jesús, considerado por los católicos como "hijo de su dios" y como "redentor" de los peca- dos del hombre, pero a la vez considerado de modo contradicto- rio como un siervo de Dios o como un profeta, y, en cualquier caso, no como un dios sino sólo como un hombre, según se afir- ma en diversos momentos del Nuevo Testamento.
4. Presento un estudio acerca de María, supuesta madre de Jesús y, por ello mismo, madre del dios judeo-cristiano, lo cual es absurdo por cuanto la jerarquía católica considera que dios es eterno, y por ello mismo el propio Jesús, en cuanto lo consideran tan dios como su supuesto padre y, por lo mismo, tan eterno como él, mientras que María tuvo un origen temporal que se remonta a poco más de dos mil años, por lo que no pudo haber sido madre del "dios-hijo" del cristianismo, ya que para ello hubiera debido ser tan eterna como él o un poco más, en cuanto las madres nacen antes que sus hijos.
5. Analizo diversas doctrinas introducidas por la jerarquía católica en su religión, la cual tiene la peculiaridad de encontrarse en continua formación en lugar de ser un conjunto com- pleto de creencias ya completo desde su misma creación.
Entre la diversidad de contradicciones introducida por la jerarquía católica analizaré las que se relacionan con los temas siguientes:
la proclamación de que su dios es amor, a pesar de tratarse esencialmente de un dios cruel y vengativo contra su propio pue- blo, contra los enemigos de su pueblo y contra la mayoría de los seres humanos, a quienes habría predestinado al fuego eterno;
la doctrina de la predeterminación humana, defendida a la vez que la del libre albedrío, a pesar de tratarse de ideas incom- patibles entre sí;
la doctrina que afirma la infinita misericordia divina, que se encuentra en contradicción con las crueles matanzas de Yahvé y con el castigo eterno del Infierno, afirmados en la Biblia.
– la doctrina que afirma el castigo eterno del Infierno, con- tradictoria con la de la redención o salvación del hombre res- pecto a sus teóricas ofensas contra su dios. En este sentido hay textos del Nuevo Testamento en los que se amenaza con el Infierno a quienes no crean en Jesús, a pesar de su teórica redención;
el supuesto amor infinito del dios cristiano a todos los seres humanos junto con el contradictorio sufrimiento que nos acompaña cada día de nuestra existencia, asumiendo que la vida es "un valle de lágrimas", doctrina que contradice el supuesto amor y poder infinitos del dios católico, por los que éste hubiera podido hacer que la vida humana transcurriese sin sufrimiento en medio de una felicidad plena;
la doctrina del "pecado original", afirmada en el Nuevo Testamento, pero del que no se dice nada como tal pecado uni- versal en el Antiguo Testamento, y que además es una contradic- ción en los términos, pues nadie puede haber pecado antes o en el momento de su nacimiento;
el cambio radical de sentido de la idea de "mesías" en el Nuevo Testamento respecto al que tuvo en el antiguo, pues en el nuevo se habla del mesías como redentor y "liberador de nues- tros pecados" mientras que en el Antiguo Testamento se le con- sideraba como un "liberador" político del pueblo de Israel;
la incompatibilidad entre la fe, que implica aceptar como verdad algo que se desconoce que lo sea, y la veracidad, que implica la exigencia de rigor y sinceridad en la búsqueda de la verdad, aceptando como tal sólo aquello que se sepa que lo es. Pero, como en las doctrinas del cristianismo se dice que sin la fe no hay salvación, al tiempo que en el octavo mandamiento de Moisés se exige no mentir, nos encontramos ante exigencias contradictorias;
la virginidad de María, a pesar de haber tenido al menos cuatro hijos varones además de Jesús, y varias hijas, según se cuenta en diversos pasajes evangélicos;
la religión de Jesús, que fue la religión tradicional de Israel, en contradicción con la religión cristiana, creada después de la muerte de Jesús como una secta desgajada de la religión de Israel;
la aceptación de la esclavitud, tal como se dio en el Anti- guo Testamento y como siguió defendiendo Pablo de Tarso. Por su parte, Jesús, aunque defendió la doctrina de la fraternidad entre los hombres de Israel según se cuenta en los evangelios y en Hechos de los apóstoles, en ningún momento rechazó la esclavitud de manera explícita.
– la defensa de los ricos, presentada por Pablo de Tarso frente a la doctrina de Jesús, que los criticó de manera especial- mente rigurosa, según consta en los evangelios;
el adoctrinamiento de los niños, forma abominable de pe- derastia mental por la que las organizaciones religiosas les inci- tan de modo irracional a aceptar como verdad toda una serie de doctrinas absurdas, aprovechándose de que en esa etapa inicial de sus vidas todavía no han desarrollado su capacidad de racio- cinio crítico sino que tienen una actitud especialmente receptiva hacia lo que les dicen los mayores, confiando en la verdad de lo que les enseñan, "verdades" que –según se les dice- alcanzarán a comprender más adelante, aunque, llegada su madurez intelec- tual, se les "aclara" que tales verdades son misterios en los que debem creer, aunque resulten incomprensibles para las limitadas capacidades del hombre, pero sin explicarles cómo han llegado ellos a saber que eran auténticas verdades;
la infalibilidad del Papa, dogma cuyo valor estaría subor- dinado al conocimiento previo de la infalibilidad de quienes lo proclaman, lo cual implica un regreso al infinito; además, este dogma es contradictorio en sí mismo en cuanto diversos papas han proclamado como verdad doctrinas contradictorias entre sí;
la doctrina según la cual la oración puede modificar los planes eternos divinos, pasando por alto la doctrina igualmente defendida en la dogmática católica según la cual todo está pre- determinado por dios desde la eternidad, por lo que rezar implica ignorar o negar dicha predeterminación en cuanto quien reza considera en el fondo que las acciones de su dios están
condicionadas de algún modo a las oraciones del hombre y no a su supuesta omnipotencia y predeterminación;
la doctrina que degrada a la mujer, especialmente en el Antiguo Testamento, donde se afirma que la mujer es la maldad, y en Pablo de Tarso, que presenta a la mujer como un ser "sin cabeza", que debe vivir sometida al varón;
la doctrina que rechaza el divorcio, a pesar de que en el Antiguo Testamento se acepta e incluso se presenta a Yahvé dando a su propio pueblo un acta de divorcio, y a pesar de que el matrimonio es un contrato que, como todos, debe tener su cláusula de rescisión para que cualquiera de sus partes pueda cancelarlo en cuanto lo considere conveniente;
la doctrina que rechaza el aborto, considerando sin base científica de ninguna clase que el cigoto o el preembrión repre- sentan ya auténticos seres humanos cuya vida tendría un valor inviolable, a pesar de que, en diversos momentos de su historia, los dirigentes de la secta católica han proclamado que sólo a par- tir del tercer mes ya cumplido de embarazo el embrión puede considerarse un ser humano, mientras que en otros casos han dicho que el simple cigoto ya lo constituye; además esta conde- na del aborto no tiene en cuenta que la vida terrena del supuesto niño supone un grave riesgo para su "eterna salvación", en cuan- to implica la posibilidad de pecar y de ser condenado al fuego eterno, mientras que su aborto implicaría su ingreso inmediato en la "bienaventuranza eterna", dicha incomparable con la de la vida terrenal;
la doctrina que condena la homosexualidad, olvidando que, según los escritos judeo-cristianos, la naturaleza ha sido creada por su dios, por lo que la condena de la homosexualidadimplica una negación de la supuesta sabiduría y omnipotencia divinas al crear dicha naturaleza;
la doctrina que rechaza la eutanasia y el suicidio, negan- do al hombre el derecho a decidir sobre el momento de su muer- te y a pesar de que en el Antiguo Testamento se dan varios casos de suicidio sin que se condene moralmente ninguno de ellos;
la doctrina que afirma, de acuerdo con el Antiguo Testa- mento, que la muerte representa el fin último del hombre frente a la que defiende la existencia de una vida eterna más allá de la muerte, tal como se afirma en el nuevo.
6. Teniendo en cuenta que los dirigentes católicos han pre- sumido de vivir rigiéndose por una moral absoluta, he dedicado bastantes páginas a analizar las diferencias entre una moral absoluta y una moral relativa, llegando a la conclusión de que toda moral es relativa, pues todas representan una modalidad de lo que Kant llamó imperativos hipotéticos, que para el filósofo de Königsberg no tendrían valor moral a causa de su carácter interesado. Como prueba en favor de esta conclusión, he revisa- do una serie de textos bíblicos mostrando que en todos los casos nos encontramos con imperativos hipotéticos. Y la razón de ello es que el imperativo categórico kantiano no tiene fundamento alguno al defender el deber por el deber sin que exista un cri- terio por el que se muestre por qué un supuesto deber lo sería en realidad. La conclusión de este punto es la de que todo deber sólo es tal en cuanto conduzca a un bien deseado. Pero, como decía Kant, actuar por conseguir algo que se desea no tiene mérito alguno, mientras que actuar por un supuesto deber que no tenga relación con un bien es simplemente irracional, por lo que toda supuesta moral sólo puede tener el valor relativo propio del imperativo hipotético.
7. Finalmente, dedico las últimas páginas a presentar algu- nas perspectivas de los últimos siglos acerca de la religión en general, y muestro la tendencia de los grandes pensadores a ver la religión como una fantasía que va perdiendo fuerza a medida que el hombre utilizan mejor su razón. No obstante, la existen- cia de intereses especialmente importantes en las diversas orga- nizaciones religiosas, que actúan simbióticamente con los gobiernos de cualquier signo para la consecución de sus respec- tivos fines, representa una contrafuerza que augura todavía un largo futuro a las diversas religiones a no ser que el milagro de una poderosa revolución cultural contribuya a que el ser humano aprenda a no dejarse engañar por las mentiras que estas orga- nizaciones utilizan para adoctrinar a los niños con el beneplácito de las autoridades, que en compensación son bendecidas y apo- yadas por los dirigentes de las correspondientes organizaciones religiosas.
El problema de la existencia de un dios como "ser perfecto"
Desde tiempos muy remotos la humanidad, mediante su prodigiosa fantasía, ha ido creando una infinidad seres especia- les, dotados de poderes incomparablemente superiores a los de cualquier ser humano, pero, en cualquier caso, antropomórficos y caracterizados por los mismos deseos, necesidades y pasiones que caracterizan a los hombres: Seres dotados de poderes extra- ordinarios, buenos o malos, a los que se les ha llamado "dioses", invisibles para la mayoría de los hombres y sólo en supuesta comunicación con algunos, como hechiceros, videntes, profetas, sacerdotes, jugando todos ellos el papel de intermediarios con tales seres para trasmitir sus mensajes a los miembros de su tribu o de su pueblo. La creencia en tales seres imaginarios ha servido al ser humano para sentirse protegido frente a los peligros de su existencia, pues, llevado de sus deseos y de sus temores, el hom- bre ha llegado a creer que podía ganarse los favores de estos seres mediante rituales y sacrificios a través de los cuales ha pretendido manifestarles su respeto, temor, admiración, amor, adoración y sumisión, a fin de conseguir la salud, el alimento, la victoria sobre sus enemigos o la protección frente a las adversi- dades de la naturaleza.
Y así, como no podía ser de otra manera, los dioses, en cuanto creaciones humanas, se presentan dotados de cualidades enormemente variadas, de manera que, según los diversos tiem- pos y culturas, nos encontramos con dioses poderosos, pero vul- nerables, sobornables, crueles, criminales, déspotas, bondadosos o malvados, cualidades propias del ser humano y proyectadas por él en esa creación tan especial de su fantasía.
Sin embargo, con el paso del tiempo el concepto de "dios" fue evolucionando, eliminando de él aquellas cualidades que po- dían significar más bien una imperfección antropomórfica que una cualidad auténticamente grandiosa y admirable. No obstan- te, tales dioses seguían teniendo sentimientos y pasiones huma- nas, por lo que su autosuficiencia y grandiosidad dejaban mucho que desear, ya que podían ser dominados por la ira, por el afán de venganza, por la compasión, por el dolor o por cualquier otro sentimiento. Por ello, de modo progresivo se llegó a considerar que un dios auténticamente perfecto no podía estar a merced de ninguna de tales pasiones, sino que debía ser inmutable y abso- lutamente autosuficiente, no necesitando para nada del amor ni de la sumisión ni de relación alguna con el ser humano.
Por este motivo Aristóteles –aunque no siempre fue cohe- rente en este punto- llegó a considerar a dios como un ser auto- suficiente, liberado de aquellas pasiones y demás cualidades antropomórficas, hasta el punto de que a causa de su perfección no se ocuparía de los problemas humanos sino que realizaría una sola actividad, la del pensamiento, que recaería sobre su propio ser como realidad perfecta: Dios sería pensamiento de su propia realidad pensante, "nóesis noéseos". Los dioses de Epicuro, muy similares al de Aristóteles, tampoco se ocuparían del hom- bre, ni para premiarlo ni para castigarlo por sus acciones sino que vivirían eternamente felices, sin que su felicidad dependiera para nada de la actitud de los seres humanos hacia ellos.
Sin embargo, como luego veremos, al dios de Aristóteles y al de Epicuro todavía se les podía poner algún reparo para consi- derarlos totalmente perfectos, pues el hecho de atribuirles una actividad, aunque fuera la del pensamiento, no tenía ningún sen- tido, ya que, como señaló Aristóteles, cualquier acción, incluida la de pensar, se encamina a un fin –identificado con un bien-, pero, en cuanto la divinidad fuera perfecta, se identificaría con cualquier bien y, por ello, el pensamiento de estos dioses, con- sistente en la eterna contemplación de su propio ser de forma instantánea y siempre en acto1 no tendría finalidad alguna, en cuanto el dios aristotélico o el epicúreo se encontraría en pose- sión de cualquier bien, y la misma actividad que le atribuye Aristóteles como pensamiento de sí mismo sería absurda, pues la divinidad sería como un espejo doblado, que, en cuanto estuvie- ra perfectamente encarado hacia sí mismo, nada reflejaría. Igual- mente "el pensamiento del pensamiento", esencia del dios aris- totélico, estaría vacío de contenido.
Un segundo reparo es el hecho de que Aristóteles, a pesar de haber criticado el idealismo platónico, considerando que el mundo de las ideas o de las formas no podía tener una existencia separada de aquellas realidades materiales de las que eran ideas, sin embargo, influido todavía por Platón, siguió considerando que la divinidad era forma pura sin materia. Frente a este punto de vista y de acuerdo con Hobbes, decir que Dios sea inmaterial viene a ser lo mismo que decir que no existe, pues, por mucho que pueda parecernos que el término "inmaterial" -o "espiri- tual"- designa un tipo de realidad ajena a la material, si refle- xionamos acerca de qué puede querer decirse cuando se habla de realidades espirituales o inmateriales, observamos que sólo podemos alcanzar un concepto negativo, que nos dice lo que no son pero nada más. Y así, aunque hablemos de almas, ángeles,
demonios, dioses, fantasmas y de una multiplicidad de seres que podemos imaginar como carentes de materia, sin embargo, se comprende claramente que una cosa es imaginar y otra muy dis- tinta demostrar la existencia de tales seres con independencia de nuestra imaginación. Además, si consideramos que las supuestas realidades espirituales serían por definición imperceptibles, ¿qué argumento podría utilizarse para demostrar su existencia? Según parece, ninguno en absoluto.
1 En este sentido escribe J. Moreau: "Esta actividad [divina] no puede ser otra que la del intelecto: no, sin embargo, la del intelecto discursivo, que coordina conceptos, que percibe sucesivamente los distintos aspectos de su objeto, sino la del intelecto intuitivo, que capta el objeto en su unidad, que se ejerce en la contemplación […] La actividad del primer principio no está jamás en potencia, sino siempre en acto. En nosotros, la facultad intelectual viene movida por obra del objeto inteligible" (J. Moreau: Aristóteles y su escuela, cap. IX, EUDEBA, B. AIRES, 1972).
Por su parte, Epicuro afirma igualmente esta indiferencia de la divinidad por "los asuntos humanos" o cualquier afán rela- cionado con "la construcción del cosmos", en cuanto tales acti- vidades supondrían la existencia previa de determinados deseos en dicha divinidad, lo cual implicaría su propia imperfección, al margen del antropomorfismo que supone aplicar a dicha divini- dad un estado psíquico como el de la vivencia de la felicidad, pues del mismo modo que no se nos ocurre decir que una piedra "incorruptible" sea feliz por dicho estado, lo mismo deberíamos decir de esa divinidad absolutamente inmóvil e inalterable. Pero lo que sucede es que, al tratar de imaginar cómo debería ser una divinidad, a causa de las tradiciones mitológicas nos resulta muy difícil escapar de una perspectiva antropomórfica y por eso atri- buimos a los dioses -o a "Dios"- aquellas cualidades que consi- deramos más próximas a las perfecciones humanas. Escribe Epi- curo respecto a esta cuestión:
"El ser vivo incorruptible y feliz (la divinidad), saciado de todos los bienes y exento de todo mal, dado por entero al goce continuo de su propia felicidad e incorruptibilidad, es indiferente a los asuntos humanos. Sería infeliz si, a modo de un operario o de un artesano, soportara pesadumbres y afanes por la construcción del cosmos"2.
Por otra parte, si hablar de dios equivale a hablar de un ser perfecto, entendiendo como tal un ser que se encuentre en pose- sión de todos los bienes imaginables e inimaginables, cualidades que implicasen su autosuficiencia y plenitud en un grado absolu- to, en tal caso la existencia de dicho ser sería incompatible con la del mundo en cuanto se pretendiera que éste hubiera sido una creación suya, pues, por definición, el supuesto dios "perfecto", poseería en acto todos los bienes, y, por ello, no careciendo de ninguno, nada desearía y nada haría, por lo que nada crearía, pues sólo se actúa a partir de la existencia de un deseo o de una necesidad que se intenta satisfacer, mientras que un ser perfecto, al no carecer de nada, nada podría impulsarle a crear o a actuar en ningún sentido.
2 Epicuro: Obras, Gredos, Barcelona, 2007, p. 180 (36 Usener.).
Por otra parte, el concepto de "perfecto" o bien es relativo o bien equivale simplemente a "acabado":
a) Es relativo si, desde una perspectiva como la platónica, hablamos de la mayor o menor perfección de una realidad en cuanto se asemeje más o menos a un modelo ideal, como un re- trato respecto a la realidad que el artista haya querido plasmar. En relación con los intereses del hombre se puede hablar de un ser más o menos "perfecto" en cuanto sea más o menos similar a un héroe de ficción como Superman, el cual tendría perfecciones físicas muy superiores a las de cualquier hombre. Pero, tomado el concepto de perfección en un sentido absoluto y al margen de este relativismo de tipo platónico, no habría diferencias entre Superman y cualquier ser humano, cualquier hormiga o cual- quier simple piedra. El mismo concepto de dios como ser per- fecto tendría un sentido relativista platónico a la vez que antro- pomórfico, pues el hombre habría ideado todo un conjunto de cualidades deseables y lo habría depositado en ese ser ideal, afirmando a continuación su existencia real.
b) El concepto de "perfección" está vacío de contenido en cuanto, si dejamos a un lado el dualismo platónico, vemos que la realidad es como es, sin que tenga sentido hablar de su mayor o menor perfección a no ser que la relacionemos con determinados intereses o modelos imaginarios, y así, no tendría ningún sentido decir que el átomo de hierro sea más perfecto que el de oxígeno, ni nada por el estilo sino sólo entendiendo el término "perfecto" como equivalente al de "útil" para determinado fin, como una espada bien forjada, que sería útil para la esgrima.
c) También se habla de "perfección", en el sentido etimo- lógico del término, como de algo simplemente "acabado", pero en el fondo se trataría de un sentido relativo platónico, pues sería algo convencional el indicar cuándo algo está acabado, especialmente si tenemos en cuenta que, según parece, la reali- dad está en continuo cambio y no existe un fin definitivo al que tienda, como si representase su "perfección" última y absoluta.
Parece que, de acuerdo con la tradición filosófica anterior, ni Aristóteles ni Epicuro consideraron que el Cosmos hubiera sido creado por ningún dios sino que su existencia era eterna. No obstante, pudieron haber llegado a esta misma conclusión partiendo de la perfección de su dios, en cuanto no tenía sentido que éste, siendo perfecto, hubiese creado realidades imperfectas, abismalmente alejadas de su propia perfección.
Por lo mismo, al final de la primera parte de este trabajo llego a la conclusión de que el dios creador judeo-cristiano es contradictorio, en cuanto tal concepto va asociado al de un ser que no sólo crea el mundo sino que además interviene continua- mente en él y en los asuntos humanos. Además, incluso en el caso de que no fuera contradictorio, dicho ser no tendría ninguna utilidad para el hombre, puesto que su misma perfección impli- caría su inmovilidad absoluta, como se ha explicado antes, y su radical separación respecto al hombre, pues no necesitaría para nada de sus "buenas acciones", de su obediencia, de su adora- ción o de su amor.
Aristóteles, aunque acertó al considerar que dios no se ocu- paría de nada ajeno a sí mismo, su perfección absoluta no sólo le alejaría de los asuntos humanos sino que tampoco actuaría en ningún otro sentido, ni siquiera en el de "pensar en su propio ser", pues, siendo la acción un medio para alcanzar un fin o para alcanzar una perfección de la que previamente se carece, al ser perfecto, no actuaría en ningún sentido y, por ello, igual que el corredor que ha alcanzado la meta deja de correr, por lo mismo ese dios, encontrándose en posesión de todo bien, no perseguiría bien alguno en cuanto no existiría nada más que pudiera moti- varle para incrementar su perfección. Por ello, las diversas defi- niciones que se presenten de un supuesto "dios perfecto" serán contradictorias en sí mismas en cuanto lo muestren de manera antropomórfica manteniendo determinado tipo de relaciones con el hombre, o en cuanto se lo considere como creador del Univer- so. Por ello mismo, la existencia del Universo, increado y sin finalidad alguna, aparece como una prueba más de la inexisten- cia de ese supuesto "dios perfecto" con el que, en cualquier caso, el ser humano no podría establecer relación de ninguna clase por su esencial y absoluta lejanía.
No obstante, como a lo largo de la historia se ha pretendido demostrar la existencia de un "dios identificado con todo bien imaginable", en esta primera parte presentaré un análisis crítico de algunas de las "pruebas" que se han presentado para demos- trar su existencia, a pesar de que, teniendo en cuenta las críticas de Hume y de Kant a la Metafísica en general y a la Teología en particular, así como el principio fundamental de la teoría kantia- na del conocimiento según el cual "los conceptos [del entendí- miento] sin las intuiciones [de la experiencia] son vacíos, y las intuiciones [de los sentidos] sin los conceptos [del entendimien- to] son ciegas", me parece realmente difícil añadir algo nuevo a las críticas de estos grandes pensadores.
A pesar de lo dicho, realizaré un breve comentario del argu- mento de Anselmo de Canterbury así como de las vías de Tomás de Aquino, y, teniendo en cuenta no sólo la definición católica de dios como ser perfecto sino también las consecuencias que derivarían de su existencia, trataré de añadir algún comentario a las críticas ya realizadas por Hume y por Kant.
El dios antropomórfico de la secta católica
Los dirigentes católicos se contradicen al considerar a dios como un ser perfecto (?), cuya esencia consistiría en el simple hecho de ser, sin ser el ser de nada en concreto, y al considerar- le dotado de una serie de cualidades antropomórficas que le harían necesariamente imperfecto. A lo largo de casi dos mil años de historia del cristianismo3 sus dirigentes han defendido diversas ideas relacionadas con ese supuesto ser en torno al cual fueron montando su negocio "espi- ritual", ideas antropomórficas que, en cualquier caso, les son muy útiles para obtener de sus fieles riquezas más que suficien- tes para el funcionamiento de su rentable estafa milenaria.
Los dirigentes católicos afirman la existencia de un ser per- fecto al que llaman dios y consideran que tal perfección implica la posesión de toda una serie de cualidades que, desde una pers- pectiva meramente humana, se valoran de un modo especial-
mente positivo. Entre tales cualidades se encontrarían: la infini- tud, la providencia, la omnipotencia, la omnipresencia, la omnisciencia, la capacidad creadora, la justicia, la misericor- dia y el amor infinitos, y la de ser espiritual y, por lo mismo, imperceptible para los sentidos humanos, en cuanto sería de una "realidad inmaterial" [?] y "trascendente" [?]. Consideran igual- mente que todas esas cualidades y aquéllas que tienen un valor positivo desde un punto de vista humano, elevadas a la máxima potencia, quedan englobadas en el concepto de perfección y, por ello, los cristianos consideran que su dios sería perfecto en cuan- to se identificaría con el conjunto de atributos enumerado.
3 Digo "casi dos mil años" y no "más de dos mil años" porque Jesús no fue cristiano, es decir, no creó ninguna religión, tal como se verá en el capítulo correspondiente, de manera que el cristianismo surgió al poco tiempo de la supuesta muerte de Jesús.
Críticas a la existencia de cualquier dios
A lo largo de esta exposición se comentarán las doctrinas más relevantes introducidas por la jerarquía católica en relación con su idea de dios, mientras que en este punto me centraré en la crítica de la existencia de ese supuesto ser así como en la crítica de las cualidades que le atribuye la jerarquía católica, que o bien tienen carácter antropomórfico o bien no significan nada.
encia de "el ser"
Aunque la afirmación "dios es un ser perfecto" parezca expresar una concepción especialmente grandiosa del dios cris- tiano, cuando se pretende desgranar el sentido de tal perfección aparecen problemas insalvables que conducen a tomar concien- cia de que tal afirmación o bien está vacía de contenido, o bien conduce a una idea antropomórfica y contradictoria de tal su- puesto ser.
Como ya se ha dicho antes, desde el punto de vista etimo- lógico el término "perfecto", del latín "perficere", significa "acabado", "completo", y, así, decir que dios es un ser "aca- bado" o "completo" no nos permite aclarar, ni mucho ni poco, qué quiere decirse con tal expresión, pues de todas las cosas podemos decir que son acabadas o completas en cuanto todas son lo que son, aunque no hayan llegado a ser aquello que pre- tendamos que sean o que puedan llegar a ser: Un edificio a medio construir es algo acabado en cuanto "edificio a medio construir", aunque no lo sea como edificio habitable; un edificio habitable es "perfecto" en cuanto "habitable", pero no lo es en cuanto "edificio en ruinas". Sin embargo y al margen de este sentido etimológico, el concepto de "ser perfecto", referido al dios judeo-cristiano, se entiende como el de un ser que se encon- traría en posesión de todas aquellas cualidades positivas que pudiera imaginarse desde un punto de vista humano, es decir, antropomórfico.
Dios como "el que es"
En la Biblia aparece Yahvé diciendo a Moisés: "Yo soy el que soy"4, y, siendo consecuentes con esta afirmación, algunos teólogos, como Tomás de Aquino, se han referido al "constituti- vo formal" del dios cristiano identificándolo con aquella cuali- dad por la cual su esencia se identificaría con su existencia: el dios judeo-cristiano sería el "ipsum esse subsistens"5, el ser mismo subsistente.
Conviene precisar sin embargo que en diversos momentos de la Biblia el propio Yahvé hace referencia a su componente material antropomórfico. Así sucede, por ejemplo, cuando se refiere a los distintos lugares en los que ha estado habitando junto a su pueblo, diciendo:
"Yo no he habitado en una casa desde el día en que saqué de Egipto a los israelitas hasta hoy. He estado peregrinando de un sitio a otro en una tienda que me servía de santua- rio"6, pasaje en el que la supuesta "infinitud" de dios queda reducida al espacio limitado vor el volumen de la casa o de la tienda que habría estado ocupando, o cuando, desde un claro antropomor- fismo, habla a Moisés haciendo referencia a sus "espaldas", lo cual representa un reconocimiento evidente de que la definición que el propio Yahvé da de sí mismo como "el que soy" sería incompleta en cuanto deja de lado ese componente material:
5 Tomás de Aquino: Suma Teológica, I, q. 4, a. 3.
4 Éxodo, 3:14.
"El Señor añadió: [ ] me verás de espaldas porque de frente no se me puede ver"7.
En cualquier caso, la definición de Yahvé tal como se pre- senta en Éxodo –"Yo soy el que soy"- es similar a la que en el siglo XI llevó a Anselmo de Canterbury (1033-1109) a defender el "argumento ontológico" para demostrar la existencia del dios cristiano, considerando que la proposición según la cual "el ser mayor que el cual ningún otro puede ser pensado" tendría un ca- rácter necesariamente verdadero que demostraría la existencia del propio dios, pues en caso contrario siempre podría pensarse en otro ser que, además de poseer las perfecciones del primero, tuviera además la perfección de la existencia.
Este argumento era realmente absurdo, en cuanto en él se incurría en el error de colocar en un mismo plano las realidades meramente pensadas y las realidades existentes con indepen- dencia del pensamiento, pues, por una parte, podría imaginarse "un ser sumamente perfecto" que no existiera en realidad sino
sólo en el pensamiento, y, por otra, podría imaginarse igual- mente que dicho ser pensado existiera más allá del propio pen- samiento. Ahora bien, para poder avanzar de manera legítima desde el simple pensamiento de dicho ser a la afirmación de su existencia real habría que recurrir de modo directo o indirecto a la experiencia, de manera que ésta mostrase que tal ser pensado se correspondía con una realidad existente que tenía las cuali- dades de aquél.
7 Éxodo, 33: 23.
6 2 Samuel, 7:6.
Expresado de un modo algo diferente, el argumento de An- selmo de Canterbury entiende por dios "el ser que existe necesa- riamente", y, según dicho argumento, podría pensarse que quien comprendiese el significado del concepto de dios no podría negar su existencia sin contradecirse, ya que dicha negación equivaldría a decir: ""un ser que exista necesariamente" no exis- te". Sin embargo, el defecto de este planteamiento radicaría en que comenzaría dando por hecho que hubiera un ser cuya exis- tencia fuera necesaria –lo cual implicaría ya una petitio princi- pii-. Por ello, la afirmación anterior es en realidad una trampa lingüística que queda en evidencia desde el momento en que, como ya señaló Kant, comprendemos que para poder afirmar con pleno derecho la existencia de cualquier supuesta realidad es preciso contar de manera directa o indirecta con la experiencia de dicha realidad, de manera que la mente por sí misma sólo puede darnos "ideas" o mundos fantásticos, pero no el conoci- miento de realidades existentes por sí mismas con independen- cia del pensamiento.
Por ello mismo, todavía en el siglo XI el monje Gaunilón objetó a la doctrina anselmiana que con una argumentación semejante igual podría demostrar la existencia de las "Islas Afortunadas" en cuanto, si no existieran, no serían afortunadas.
El argumento anselmiano carecería de sentido además en cuanto hablar de una esencia que se identificase con la existen- cia equivaldría a hablar de la existencia de la existencia, lo cual efectivamente carece de sentido o lo tiene tanto como hablar de el movimiento del movimiento o como afirmar que "el movi- miento se mueve", frase que, por muy analítica que pueda pare- cer, es absurda en cuanto el concepto de movimiento es aplica- ble a realidades de carácter físico que se mueven pero no al propio concepto de movimiento en sí sin referencia a una reali- dad móvil. Por lo mismo, la afirmación según la cual "la esencia [de dios] se identifica con [su] existencia" equivaldría a la afir- mación "la existencia existe", proposición aparentemente tauto- lógica pero realmente absurda, en cuanto la existencia se afirma de realidades existentes, pero no de la propia existencia.
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