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Inmigración Italiana en Argentina (página 2)


Partes: 1, 2, 3

  • 3) La tercera época, que comienza el año 27 a. c., es la del "Imperio", o mejor, de la Roma Imperial. Este título requiere una explicación. La mayor parte del Imperio de Roma, en el sentido territorial fue adquirida en la segunda época. El término "Imperio", como definición de la tercera época, se refiere al sistema de gobierno, es decir, gobierno por un emperador. Pero Augusto, que dominó el mundo romano desde el año 27 a. c. Hasta el año 14 d. c., insistía, y lo hacía sinceramente, en que él había restaurado la "República" y deseaba que se le conociera como Princens o primer ciudadano. De aquí que la palabra "Principado" se emplee a menudo para designar la primera parte del Imperio, y los "reinados" de cada emperador.

  • Los dos primeros siglos de esta época son, en términos generales, los años constructivos del Imperio, los años en que los romanos empezaron a dejar sus huellas más permanentes en las naciones del mundo romano. Esta étapa termina con la época de los Antoninos, de 138 a 193 d. c.

    El siguiente fue un siglo de confusión, hasta que en el año 306 d. c. Constantino fue nombrado Emperador, y Bizancio, con el nuevo nombre de Constantinopla que pasó a ser en el 330 d. c. la capital de la mitad oriental del Imperio, de donde surgió el Imperio Romano Oriental, heredero tanto de la tradición griega como de la romana.

    De las siete colinas al orbe romano

    Italia es una península montañosa, con la espina dorsal de los Apeninos mas cerca de la costa oriental que de la occidental, alcanzando a veces hasta el mismo mar.

    Si las montañas en Italia, con sus elevados valles, ricos en trigo, aceite y vino, tan apreciados siempre por los romanos, han cautivado el amor de siglos, hay también tres planicies que han desempeñado un papel de no poca importancia en la historia. En el norte se extiende la amplia llanura del río Po, que nace en los Alpes occidentales al sudoeste de Turín, y que, por tanto, atraviesa la península. Cuando los romanos llegaron por primera vez a esta llanura, la encontraron ocupada por tribus galas, y desde entonces fue conocida por la Galia Cisalpina : Galia a este lado de loss Alpes. En el centro de la costa occidental se encuentra la llanura del Lacio; a través de su extremo norte corre el Tiber, que nace al norte de los Apeninos y es el segundo río de Italia en longitud. La tercera llanura es la planicie de Campania, más hacia el sur en la costa occidental; Neopolis (Nápoles) y Cumas fueron dos famosas ciudades que los griegos fundaron en la Antigüedad; el Vesubio ha amenazado constantemente esta llanura a través de siglos.

    Empezamos con la segunda de estas planicies. Tenemos que omitir todos los estudios que han hecho los arqueólogos para conocer el camino seguido por las tribus "itálicas" desde más allá de los Alpes. En los Montes Albanos, al sudeste de la planicie latina y en la desembocadura del Tíber, en Alba Longa, se edificó la primera ciudad de los latinos, fundada, según la leyenda, por Ascanio, hijo de Eneas de Troya, en lo que los romanos basaban su pretendida ascendencia troyana, Rómulo y Remo fueron sus descendientes. En este lugar se encontraba el santuario del dios de las aldeas vecinas, Júpiter del Lacio.

    Mas tarde, estos mismos montañeses descendieron a las llanuras y se establecieron sobre las "Siete Colinas" de Roma. Eran un pueblo de pastores. Sus primeros festivales estaban ligados a los intereses de los pastores; leche, no vino, fue la primera ofrenda, y la riqueza se calculaba por el número de cabezas de ganado. Encontraron otros hombres de una raza afín, sabélicos y sabinos, que se dirigían a la llanura y que se establecieron en terrenos más altos. La fusión de estos grupos fue el origen de Roma.

    El imperio Etrusco fueron nómadas marítimos, originarios posiblemente del Oriente, que terminaron por establecerse en Etruria o Toscana. Crueles y despóticos, adoraban a los dioses sombríos del averno y adivinaban el futuro observando los órganos de animales sacrificados. Construían murallas extraordinariamente sólidas para defender sus ciudades griegas y con Cartago en África, adquiriendo así elementos de otras civilizaciones superiores a la suya. Penetraron desde la costa hacia la planicie de Campania, y en el siglo VII intentaron avanzar hacia el sur con el fin de ocuparla, rodeando las colinas hacia el este para evitar los pantanos, apoderándose de algunas ciudades latinas en las tierras latas.

    Durante la época de la migración latina hacia las "Siete Colinas", los griegos dieron comienzo al largo proceso de ocupación de los mejores puertos de las costas meridional y occidental de Italia y de la parte oriental de Sicilia. Los Cartagineses, por su parte, ocuparon la mitad occidental de esta isla. Al principio, a los griegos sólo les interesaba el establecimiento de factorías, pero mas adelante fueron enviando colonias desde Grecia con el propósito de fundar ciudades, que no tardaron en figurar entre las mas prósperas del Mediterráneo. Es posible que la primera colonia griega fuese Cumas, fundada en el siglo VIII, en la bahía de Nápoles.

    Las dos influencias más poderosas, durante los primeros años de Roma, fueron la etrusca y la griega. El resto de Italia estaba escasamente poblado por tribus desparramadas, muchas afines a las latinas.

    Los tres primeros reyes de Roma fueron latinos y los tres últimos, etruscos. El último de éstos fue arrojado del trono por la violencia.

    Hasta aproximadamente el año 270 a. c., Roma luchó sin descanso por la existencia en Italia, y la lucha no cesó hasta verse reconocida como una potencia de primer orden. Roma penetró en la zona de los cartagineses, cuyo comercio abarcaba los mares de Sicilia y el Mediterráneo occidental. Después de medio siglo de lucha (264-202 a. c.) ya era indudable que Roma se convertiría en una "potencia mundial".

    Las guerras de Italia. Un esfuerzo por la hegemonía política

    El enfrentamiento por Italia fue el resultado de una antigua rivalidad entre España y Francia, puesto que las ricas regiones italianas eran un objetivo estratégico para las potencias militares más poderosas de Europa deseosas de implantar su hegemonía política.

    Como sucesor de la Casa de Anjou, el rey de Francia, Carlos III, ambicionó el reino de Nápoles. Por su parte, su sucesor, Luis XII, que descendía de una familia vinculada al ducado de Milán, también planteó sus derechos sobre este territorio.

    En ambas regiones debió recurrirse a la lucha armada: en la primera, los franceses se enfrentaron con las huestes de Fernando el Católico; en la segunda debió intervenir Maximiliano, ya que el duque de Milán era su vasallo.

    Desatada la guerra, el Papado y otros Estados italianos, deseosos de conservar su independencia, no permanecieron al margen del conflicto.

    El sucesor de Luis XII, su primo y cuñado Francisco I, invadió el norte de Italia. Suizos y milaneses aliados enfrentaron a las tropas francesas, pero fueron derrotados en Marinan en 1515. Tres años después Carlos I, como res de España, firmó un tratado con Francisco I por el cual cedía Milán a Francia a cambio del retiro francés de Nápoles.

    Cuando Carlos fue elegido emperador y en España se desarrollaba la lucha contra los comuneros. Francisco I invadió a Navarra. Como respuesta, las tropas imperiales penetraron en el Milanesado (1522) y los franceses debieron evacuar todo el norte de Italia desde Milán a Génova, mientras los ejércitos de España recuperaban la zona de Navarra.

    Mientras Carlos V ponía sitio a Marsella, Francisco I ocupaba el ducado de Milán, pero en la batalla de Pavia sus tropas fueron derrotadas. En medio de estas alternativas, Carlos V se casó con la infanta portuguesa Isabel, hija del rey Manuel de Portugal y de María, tía del emperador.

    Como consecuencia de esta lucha, Francisco I fue tomado prisionero y llevado a Madrid, donde quedó alojado. Tras largas deliberaciones se firmó el Tratado de Madrid, en 1526, por el cual el rey francés debía debía entregar Borgoña, a la vez que renunciaba al reino de Nápoles, al ducado de Milán y de Flandes. Francisco I se reintegró a su patria, aunque debió dejar en calidad de rehenes a sus dos hijos. Llegado a Francia se negó a cumplir lo pactado alegando que el tratado había sido fruto de la coacción.

    Una de las consecuencias de las guerras de Italia fue el profundo cambio operado en el planteo táctico-militar. La antigua caballería con rígidas armaduras, motivo de lucimiento de las fuerzas francesas, fue superada por la infantería española armada de espadas, picas y arcabuces. Por otra parte, el empleo de la artillería impuso un nuevo estilo de combate que varió por completo el planteo táctico seguido hasta entonces.

    Francisco I, dispuesto a vengar su derrota, integró una poderosa coalición en la que se alinearon fuerzas tan heterogéneas como las del sultán turco Solimán, principes alemanes protestantes. Enrique VIII de Inglaterra y el Papa Clemente VII. Los ejércitos imperiales, al mando del príncipe de Orange, saquearon a Roma (1527) y tomaron prisionero a Clemente VII. La guerra continuó sin definiciones hasta la firma de la Paz de las Damas[6](1529, por la cual se acordó liberar a los hijos del monarca francés mediante el pago de un rescate. El reino de Nápoles sería conservado por el imperio, Borgoña quedaría bajo el dominio de Francia y Francisco I debería abandonar Italia.

    Carlos V, que ya había obtenido la corona de los reyes lombardos, viajó luego a Italia para ser coronado por Clemente VII, con quien se reunió en Bolonia.

    El 24 de febrero de 1530, en una imponente ceremonia, recibió la corona imperial de manos del Sumo Pontífice, con lo que se ratificaba, a través del Papa, el cargo imperial obtenido en Alemania. Carlos contaba entonces 30 años de edad.

    En el ámbito político, la Paz de las Damas no fue más que una pausa para que Francia se rearmara. Francisco I reinició las hostilidades, pero luego de cruentas luchas fue vendido (las tropas imperiales llegaron a sólo 50 km de París). Enrique VIII de Inglaterra aprovechó la coyuntura para abandonar a Francia; se pasó al enemigo y ocupó el puerto de Boulogne.

    Francisco I murió en 1547 cuando se preparaba para reiniciar la guerra. Su hijo y sucesor, Enrique II, se alió con príncipes alemanes, invadió la Lorena y ocupó Metz y Verdún (1552); pero pronto debió dejar esas plazas, pues las tropas imperiales invadieron la Champaña.

    Posteriormente se firmó la tregua de Vancelles (1556), aunque la contienda habría de continuar durante el reinado de Felipe II de España.

    El surgimiento del Estado italiano. La República italiana

    Entre 1848 y 1871 los italianos vieron concretadas las aspiraciones de quienes deseaban terminar con el fraccionamiento feudal heredado de la Edad Media.

    LA UNIDAD ITALIANA.

    La lucha por la unidad se identificó con el enfrentamiento con dos grandes poderes de la época: la iglesia romana, dueña del centro de Italia, y los austríacos, que ocupaban Lombardía y Venecia y ejercían presión a través de la presencia de guarniciones y funcionarios en Parma, Módena y Toscana. En el sur, por otra parte, había que vencer la oposición de la rama borbónica, reinante en Nápoles.

    Los patriotas italianos, agrupados en sociedades secretas como la Joven Italia, fundada por el intelectual y luchador José Mazzini, tenían como único apoyo efectivo el reino piamontés de la casa de Saboya, regido por el monarca liberal, Víctor Manuel II. Esta circunstancia hizo que entre los patriotas italianos ejercieran mayor influencia los partidarios de la monarquía constitucional que los republicanos, entre quienes estaban el propio Mazzini y José Garibaldi[7]

    Tras el fracaso de 1848, los liberales italianos fueron cruelmente perseguidos en toda la península; torturas y abusos de toda clase se descargaron sobre quienes habían intentado alzarse contra el absolutismo. En el reino de Nápoles, por ejemplo, 20.000 personas fueron ejecutadas o encarceladas. Esta situación se prolongó también a los Estados Pontificios o bajo el poder austriaco. Sin embargo, todas las medidas coercitivas no bastaron para sofocar el movimiento emancipador.

    Camilo Benso, conde de Cavour –desde 1852 ministro de Víctor Manuel II de Saboya- fue el primer promotor de los primeros pasos de la unidad peninsular. Sus planes se basaron en la realidad del momento: buscar apoyo contra Austria y el Papado.

    Sobre estas bases, el reino piamontés de Cerdeña intervino en la guerra de Crimea, junto a Francia e Inglaterra, acercándose así a estas potencias. En 1858 se formalizó un acuerdo entre Cavour y Napoleón III, cuyas simpatías hacia los liberales italianos provenían de sus tiempos de conspirador. Al año siguiente estalló el conflicto: las provocaciones del reino sardo llevaron a Austria a la guerra; Francia intervino a favor de los italianos, y en Parma, Módena y Toscana estallaron rebeliones nacionalistas favorables a Cerdeña. Francia movilizó a 150.000 hombres quienes, junto a los piamonteses, lograron decisivas victorias en Magenta y Solferino. La bandera tricolor de la unidad italiana flameó en todo el norte de la península, mientras Garibaldi hostilizaba a los austríacos con eficaces guerrillas.

    Napoleón III se inclinó entonces por la paz, pues temía un choque con Prusia y otros Estados alemanes. Se reunió Villafranca con el emperador austriaco Francisco José I y decidió abandonar su acción en Italia. Esto no satisfizo a los italianos, que esperaban su apoyo para lograr la unidad total de la península.

    Los italianos se sintieron defraudados por esta victoria incompleta. Sin embargo, Parma, Módena y Toscana se unieron finalmente al reino piamontés.

    A las rebeliones ocurridas en el norte, se sumaron las eficaces acciones de José Garibaldi en el sur de la península. Con escasas fuerzas conquistó Sicilia y atacó exitosamente al rey de Nápoles, Francisco II, Víctor Manuel II, en tanto, conquistó parte de los Estados Pontificios – con la sola excepción de la ciudad de Roma y su zona circundante- y ambos ejércitos se unieron. En marzo de 1861 se proclamó a Víctor Manuel rey de Italia; pocas semanas después falleció Cavour.

    El desarrollo de la política europea favoreció el proceso final de la unificación italiana. En 1866 estalló la guerra austro-prusiana. Italia se alineó junto a los prusianos y, aunque las fuerzas de Víctor Manuel II fueron derrotadas en Custozza, la victoria final de Prusia aseguró la incorporación de Venecia al reino de Italia.

    En 1870, reinaba en Roma un Papa absolutista y reaccionario, Pío IX. En un principio, la oposición de Napoleón III impidió a los italianos ocupar la Santa Sede; sin embargo, cuando Francia retiró su guarnición de Roma por el conflicto franco-prusiano, las fuerzas italianas –tras vencer a las tropas pontificias- ocuparon la milenaria capital y, en julio de 1871, Víctor Manuel II se instaló en el palacio de Quirinal. Como en otras regiones de la península, los romanos aprobaron a través de un plebiscito (más de 130.000 votos a favor, y sólo 1.500 en contra) su incorporación al reino de Italia.

    El Papa no aceptó oficialmente esta situación y se recluyó en los palacios del Vaticano. Las relaciones del Pontífice con el Estado italiano se interrumpieron hasta 1929.

    Nacimiento, auge y metamorfosis de la emigración italiana

    ¿Qué fue la emigración italiana? ¿Qué causas y características generales tuvo? ¿Cómo y dónde se inició y desarrollo? ¿Con qué intensidad y composición (hombres, mujeres, oficios, etc.) se derramó sobre tal o cual país receptor? ¿Cómo fue recibida y pudo insertarse en los distintos ámbitos y sectores económicos y sociales en los distintos países? ¿Cuáles fueron las políticas de Italia y de los países de destino respecto de la emigración?.

    La emigración italiana fue un fenómeno colosal, de unos cien años de duración, y que movilizó entre 1876 y 1976, más de 25 millones de personas. Produjo modificaciones en general importantes, tanto en el país de proveniencia (Italia), como en algunos de los numerosos países receptores. Si bien no en todos influyó con igual intensidad, es en especial en Sudamérica, y sobre todo en el Río de la Plata, en donde su presencia intervino decididamente en la formación misma de países como la Argentina y el Uruguay.

    Si en sus efectos y causas generales, así como en las grandes líneas de su desarrollo, la emigración italiana es un hecho reconocido como de primera magnitud, nos hallamos muy lejos de haber tocado fondo en cuanto al conocimiento de su sentido y de su peso dentro de la historia universal.

    El rol que le cupo a la emigración italiana en las grandes transformaciones que se produjeron en Occidente, entre mediados de los siglos XIX y XX no será pues solo el resultado de la síntesis de ellos estudios empíricos existentes sobre dicha emigración, sino además la consecuencia de ver dichos estudios, desde otra óptica más amplia, que permita insertar dicho fenómeno efectivamente dentro de la historia de Occidente.

    ¿Desde cuando comenzó la emigración italiana? Difícil es establecer hitos temporales en esta cuestión, pues como ocurre con muchos hechos históricos, los comienzos de la emigración son lejanos, difusos, difíciles de captar. Además debe tenerse presente, que para hablar legítimamente de emigración italiana, ciertos hechos y fenómenos históricos deben haber adquirido previa y efectivamente vigencia real.

    Por ejemplo: que exista una nación que se pueda llamar, con criterios actuales, Italia. Circunstancia que no es fácilmente aceptable, sin reparos, hasta mediados del siglo XIX. Pues antes de la unificación política la península estaba constituida por una serie de estados, unos independientes, otros dominados por diversas potencias europeas. También la palabra emigración, usada antes del siglo XIX, puede ofrecer razonablemente cuestionamientos, si se comparan las características de los flujos "emigratorios" del siglo XVIII y anteriores, con las propias de épocas posteriores.

    Existen en ella numerosos textos que aluden a procesos migratorios que se desarrollaron desde el siglo XIII al XVIII. Es decir, hasta aquel período previo al que se podría designar como lapso (primera mitad del siglo XIX) del que luego nacería el de la gran migración, que estallará, para los italianos, en olas sucesivamente crecientes, después de la década de 1860.

    Ya en el siglo XIII, Pierre Chaunu señala el desplazamiento masivo de italianos hacia Burgos, Bilbao y las costas del Cantábrico, atraídos por el desarrollo del poderío naval español en esa área. En los siglos posteriores los asentamientos de italianos -que ya contaban en muchas áreas del Mediterráneo, con significativos precedentes- crecieron sensiblemente, directamente relacionados con la expansión marítima y comercial de estados como Génova y Venecia.

    Carlo Cipolla, entre otros historiadores, nos ofrece datos valiosos para adentrarnos en esa problemática, desde fines de la Edad Media hasta el siglo XVII. Así nos dice, describiendo una situación en ciertos aspectos de increíble modernidad: , y estaban igualmente convencidos de que la emigración de trabajadores especializados y técnicos tenía nefastas consecuencias para una economía. Los decretos que prohíben la emigración de mano de obra especializada, son incontables en la tarda Edad Media y en los siglos XVI y XVII. Se prestaba particular atención a aquellas categorías de trabajadores cuya actividad se consideraba esencial para la seguridad del Estado o para la economía. El gobierno veneciano por ejemplo, prohibía en el siglo XV la emigración de los calafates con una "orden y decisión tomada en el Gran consejo, de que si algún calafate parte de Venecia para ir a trabajar fuera de los confines de esta tierra, deben estar seis años en una de las prisiones de abajo y pagar libras 200"

    "Sin embargo, la capacidad del Estado preindustrial para controlar los movimientos de las personas, era sumamente limitada. La monotonía con que se repiten en todas las ciudades las disposiciones contra la emigración de mano de obra especializada es una prueba de su ineficacia. Como siempre ocurre, la impotencia sugería ferocidad. En 1545 los Médicis invitaron a regresar a Florencia a todos los trabajadores de oro y seda que se habían marchado, prometiendo premios y ventajas a quien regresara y castigos a quien se quedara. En 1559 se repitió el bando y en 1575, para frenar el éxodo posterior, se llegó a autorizar a y a premiar con 200 escudos a quien entregase al expatriado

    Para el siglo XVIII estas duras condiciones de vida y de trabajo empujaban a muchos habitantes de la campaña a la emigración o a la mendicidad. Estas condiciones empeoraron aún más a fines del siglo XVIII. En el momento culminante de la época de las labores agrícolas, había frecuentemente escasez de mano de obra, por lo menos en la Italia meridional. En el Reino de Nápoles, los empresarios llegaban al extremo de prestar dinero a los braceros en los meses invernales para así retenerlos para la época de las cosechas, mientras en todos los Estados se legislaba en contra de la emigración.

    Pero a grandes rasgos que los vínculos culturales, políticos y económicos existentes entre regiones (o estados) italianos y estados no italianos limítrofes – tal el caso del Piamonte y Francia, y de la región lombardo-véneta y Austria -crearon afinidades, influencias e intereses comunes, así como estadios de desarrollo económico y social comparables o bien en ciertos aspectos complementarios, que tendieron a facilitar el desplazamiento de la población internacionalmente. En estos desplazamientos no debe ser subestimado el efecto de la vecindad geográfica, en una época en la cual los transportes eran lentos, precarios y riesgosos. Más tarde en la era del acero y el vapor, los ferrocarriles y las motonaves brindarán a la emigración medios de transportes veloces y suficientemente baratos y seguros. Como para extender su alcance hasta países y continentes antes inalcanzables.

    A estos movimientos de población rotulados por los que describen como -emigratorios-, sería necesario agregar muchos otros desplazamientos de grupos significativos de italianos, que difícilmente se podrían hacer caer bajo la denominación de emigrados", pero que fueron, durante siglos, elocuentes indicadores de la presencia de importantes núcleos de población peninsular en el exterior y que a veces crearon asentamientos, que luego serían, en ciertos casos, una suerte de "cabecera de puente", que orientarán más tarde, en sus pasos a la emigración masiva.

    En primer término debemos citar a los importantes asentamientos de genoveses y venecianos en sus posesiones en el Mediterráneo y la presencia menor cuantitativa, pero cualitativamente significativa, de oriundos de dichas repúblicas marineras (y de florentinos), en los principales centros comerciales, financieros y marítimos de casi toda Europa y sus posesiones. De estos asentamientos, serán importantes para las emigraciones posteriores, los establecidos en España y América Hispana.

    En segundo lugar es también sugestivo para nuestro análisis la presencia de soldados y jefes militares y navales. Quedándonos sólo con los soldados, veamos algunas cifras que son reveladoras y que cubren el lapso que media entre el siglo XVI y comienzos del XIX. Ya entre 1580 y 1661 los soldados italianos formaban una parte importante del ejército español en Flandes (constituido en su mayoría por naturales de los Países Bajos y alemanes. Los italianos entre esas fechas aportaron entre 4.000 y 8.000 soldados, cifras que representaban por cientos que iban del 9 al 11% de toda la infantería imperial. Pero mucho más espectacular fue la presencia masiva de soldados italianos en los ejércitos napoleónicos. En Rusia lucharon cerca de 66.000 (de los cuales desaparecieron 40.000) y en España y Alemania las tropas aportadas por Italia y las pérdidas sufridas fueron también grandes.

    En fin, si estos movimientos de población no fueron realmente "migratorios", constituyeron uno de los desplazamientos más notorios e importantes de población italiana fuera de Italia antes de la emigración masiva y significaron, de algún modo, "la presencia de Italia fuera de Italia". Y de esta forma, en las huellas que inevitablemente fueron dejando, será posible encontrar, en algunos casos, los precedentes de los destinos hacia los cuales se dirigieron luego las corrientes emigratorias propiamente dichas. Al respecto debe recordarse que después de las guerras napoleónicas, numerosos jefes militares, soldados y marinos. Al respecto debe recordarse que después de las guerras napoleónicas, numerosos jefes militares, soldados y marinos, quedaron sin ocupación y a veces la buscaron en América. En este sentido es aleccionadora nuestra propia historia.

    La emigración transoceánica comenzó después de las guerras napoleónicas, y hasta los años sesenta estuvo limitada al Norte de Italia. Las tempranas referencias respecto de la emigración italiana -autorizada o clandestina- son de 1819 y años posteriores en las regiones de Lombardía y Venecia, es decir, porciones de territorio italiano sometidas a la dominación austríaca. Es imposible, sin embargo, distinguir la emigración transoceánica de la continental, en especial para otras partes de Italia. Agregan además dichos autores que la emigración italiana, aún proviniendo de la zona oeste o del sur de Italia, en la primera mitad del siglo parte del puerto de Génova.

    Recordemos aquí que las invasiones napoleónicas habían significado cambios jurídico-organizativos, políticos, y de mentalidad que aunque en buena parte formalmente anudados después de la caída del Emperador, siguieron actuando intensamente en ciertas capas sociales, y a la larga lograron prevalecer. Este hecho no había de ser ajeno a las causas de la emigración.

    Aclaremos por otro lado que las guerras en sí mismas habrán de ser también causas de emigración, ya que, por de pronto, la provocan por el sólo deseo de huir de sus efectos. Pero un análisis más agudo del problema permite descubrir que en el pasado las guerras actuaron también, en muchos casos y a pesar de sus detestables efectos como medio para abrir horizontes y posibilidades desconocidas a pueblos o áreas que vivían aislados, o muy poco vinculados con el mundo exterior.

    Todos estos movimientos poblacionales significaron un factor más de "cosmopolitización" de un país, en cuya formación habían participado numerosas culturas y naciones: Italia, en razón de su peculiar historia, estuvo sometida a los tipos más variados de influencias externas. De este modo, ciertas áreas itálicas y estratos sociales dentro de las mismas, desarrollará una plasticidad y una capacidad de adaptación, y unos conocimientos y actitudes generales hacia el mundo exterior, que también facilitaron las primeras corrientes migratorias. Por lo menos los desplazamientos de sus iniciadores.

    Dentro de la gama de situaciones descriptas, conviene destacar algunas de especial importancia para el Río de la Plata. Para este fin será necesario detenerse, más adelante, en el rol particular que tuvo el estado italiano denominado Génova en la preparación de ciertos "cauces" y de determinadas "cabeceras de puente", que orientarán oleadas inmigratorias posteriores.

    Este análisis supone exponer esquemáticamente la inserción gradual de Génova en el ámbito de la España preimperial y luego en el de la España que se expande, sobre todo en América. Supone, mostrar también cómo llegó Génova a ser una fuerza esencial dentro de la maquinaria financiera de España y en menor grado de Portugal, y cómo estas circunstancias la llevaron a estar presente en las islas atlánticas dominadas por dichas potencias y especialmente en América hispana desde el siglo XVII. A este respecto es necesario aclarar que América fue un "mal negocio" inicialmente para sus descubridores. El nuevo Mundo recién en el siglo XVII fue incorporado al esquema mental y a la estructura económica europeos, tal como lo hacen notar historiadores de la talla de Fevre, J. Elliot, etc. En consecuencia. Los primeros descubrimientos de las islas costeras, fueron los que absorbieron los esfuerzos y las inversiones de compañías y capitalistas genoveses en el siglo XVI. América empezaría a interesar realmente más tarde.

    Desde 1876 a 1976, abandonan su patria casi 26 millones de italianos. El 75% eran hombres y el 80% de los emigrantes se encontraban en edad económicamente activa. Muchos volverán a su patria para nunca más probar suerte. Otros morirán o enfermarán en el exilio, o luego de volver a su tierra. No pocos probarán repetidas veces la aventura de "hacer la América", y encontrarán en el segundo o tercer intento, el mismo éxito que los más afortunados habían podido hallar en su primer viaje. Las posibilidades de una nueva vida y de realizaciones (que si bien solían en general diferir mucho de las esperadas) eran suficientes como para justificar un asentamiento más o menos provisorio en los países de destino, que con el pasar del tiempo se iba haciendo, muchas veces, definitivo. De los emigrados retornaron a su país el 25% entre 1905 y 1920, el 50% entre 1920 y 1941, y casi el 33% entre 1965 y 1976. La cantidad de emigrados varió según los períodos: el 54% lo hizo antes de 1915, el resto se distribuye entre el período interbélico (21%) y el posterior a la Segunda Guerra Mundial (25%)

    Cuadro 1: Principales regiones emigratorias italianas ordenadas según el volumen decreciente de sus aportes (alas cifras indican % de emigrantes en cada período.

    1876-1915

    1916-1945

    1946-1976

    Región

    %

    Región

    %

    Región

    %

    Veneto

    13

    Piamonte

    12,6

    Campania

    12,5

    Piamonte

    11

    Lombardía

    11,5

    Apulia

    11,5

    Campania

    10,5

    Sicilia

    10,5

    Veneto

    11,5

    Friuli

    10

    Veneto

    9

    Sicilia

    10,5

    Sicilia

    9,5

    Friuli

    8,5

    Calabria

    10

    Lombardía

    9,5

    Campania

    7,5

    Lombardía

    6,5

    Total

    100

    Total

    100

    Total

    100

    En todo el período 1876-1976: el Véneto y Lombardía en el Norte y la Campania y la Sicilia, en el sur, lideran el movimiento emigratorio. Las restantes aparecen en dos períodos, con excepción de la Apulia y la Calabria, cuya presencia se produce en los niveles más altos, pero sólo en el último período, que es de predominio emigratorio meridional.

    Los destinos emigratorios en la primera etapa (1876-1976) se distribuyen así:

    Países

    en millones

    Estados Unidos

    5,7

    Francia

    4,3

    Suiza

    4

    Argentina

    3

    Alemania

    2,4

    Brasil

    1,4

    En la primera etapa (1876-1915) se distribuyen así: el 48.5 es absorbido por Europa y el resto principalmente por América (50%. América latina fue la predilecta, recibiendo 1/3 de todos los emigrantes partidos de Italia y más del 70% de todos los que siguieron a América, a Brasil le correspondió el 44.5% y un poco menos a la Argentina.

    Después de 1900 se produce una prevalencia de los flujos ultraoceánicos, con un marcado desvío de la corriente de América del sur hacia América del Norte, a la par que un peso creciente, dentro de Italia, de las regiones del Sur, especialmente Campania y Sicilia.

    El período final (1946-1976), con un total de 7.5 millones de expatriados, se orienta muy marcadamente hacia Europa, 2/5 de todos los emigrados. Un 25% se dirige en cambio a América (1.9 millones), de los cuales 900.000 personas vienen a la América del Sur (el 53% se derivará hacia la Argentina). En este continente aparece un nuevo destino importante (Venezuela). En el ámbito mundial adquieren mucho más peso que en las épocas pasadas, Canadá y Australia.

    En líneas generales puede decirse que los extremos del amplio arco que cubre la emigración italiana, tienen en común el hecho que incluyen un alto porcentaje de mano de obra especializada. En el comienzo artesanos, navegantes, etc.

    La emigración masiva de mano de obra no calificada, por su gran peso en la etapa intermedia oculta la presencia de una emigración de personal calificado (profesionales, etc.) que, aunque en número más reducido, fue importante ( y a veces decisiva), para el desarrollo económico, social y cultural de ciertos países de destino. Este es el caso de la Argentina, país en el cual técnicos, médicos, artistas, arquitectos, profesores, etc., e infinidad de hombres dotados de un buen bagaje intelectual, efectuaron al país un aporte importante y a la vez difícilmente evaluable.

    Entre 1878 y 1920, por ejemplo, las categorías más numerosas son las que involucran a agricultores, personal dedicado a la construcción, jornaleros, obreros calificados y artesanos.

    De este modo los agricultores que partían del entonces reino de Italia, y que representaban el 39% de todos los emigrados del mismo, llegan a su valor máximo (60%) para 1890 y luego declinan a cifras notoriamente menores para fines del siglo (40%).

    El contraste con todas estas oscilaciones, de 1878 a 1920 los adscriptos a la construcción, en general se mantienen en torno al 15% de todo el flujo emigratorio. Los jornaleros o braceros, en cambio, siguen una tendencia, por así decirlo, inversa o compensatoria de la que pauta a los agricultores, llegando a su valor pico en 1913 (31%). Las profesiones liberales, declinan constantemente, dentro de la pequeñez relativa de su magnitud. En los 42 años que nos ocupan descienden del 1,4% (1878) al 0,2 (1920).

    Tomando ahora para la Argentina el período 1876-1929, se observa que la categoría agricultores, de gran peso en la emigración italiana en general, se ve incrementada notoriamente para nuestro país. Así la misma se eleva al por ciento del 82,3% para el lapso 1876-91. Luego declina constantemente hasta 1919. Desde 1913 su rango porcentual (36%), se había igualado al del país emisor (Italia), hecho que señala claramente que la Argentina ya había dejado de ser, desde tiempo atrás, un país de interés especial para los hombres dedicados a las tareas rurales.

    Para la Argentina en cambio los artesanos parecen haber sentido un interés en casi constante aumento: pasan así de un exiguo 2% (1876-1891), a constituir ¼ de todos los inmigrantes ingresados en el quiquenio 1925-29

    Las profesiones liberales, en contraste, sólo excepcionalmente se apartan, entre 1876 y 1929, de porcentajes del orden del 1%. Difícil es estimar el significado que esta actividad alcanza en el lapso 1915-19 (3,4%), período casi todo coincidente con la Primera Guerra Mundial, de emigración muy reducida.

    Después de la década de 1920, la emigración italiana masiva entrará en plena declinación. No sólo la política fascista impondrá restricciones a la partida de emigrantes. En no pocos casos ocurrirá lo mismo en los países receptores.

    Después de la Segunda Guerra Mundial, las ocupaciones dependieron mucho de factores que ya antes habían asolado a Italia: los efectos de una posguerra, pero que ahora tocaban, en oposición a la Primera Guerra Mundial, más con profundidad al Sur de Italia: De todos modos, veinte años después del conflicto, ya era posible vislumbrar las características que progresivamente adquiriría la nueva emigración italiana. A fin de caracterizar la misma, son oportunas aquí las palabras de Rosoli: "actualmente (1983) la emigración italiana no sólo ha disminuido cuantitativamente además se ha modificado desde el punto de vista cualitativo. A menor propensión a emigrar se ha unido una distinta fisonomía profesional.

    Los derroteros de Génova en el mundo, en América y en el Río de la Plata

    En rigor, es poco lo que sabemos respecto de las relaciones de causalidad existentes entre la importancia de Génova en el imperio español y la emigración de ligures hacia América. Con todo, vale la pena detenerse en el asunto, pues de estas noticias dispersas que poseemos podemos inferir, sin embargo, algunas hipótesis razonables. Por ejemplo, conocemos bastante sobre la acción de los genoveses en las flotas de Carlos C y Felipe II y de su intervención en el manejo de las finanzas de estos reyes y de sus reinos. Incluso tenemos información sobre el papel naval que Génova desempeño en el Mediterráneo a favor de España.

    Las pocas indicaciones con que ha podido dar esta investigación, no dan demasiados indicios y menos datos que, aún de carácter general, sean a la vez suficientemente orientadores.

    Ramón Carande que acepta como buen la cifra de 27.787 españoles residentes, antes de 1559, en América, señala, además, que habían partido para este continente y se habían asentado en él algunos centenares de pobladores extranjeros, entre los cuales los genoveses parecían ser uno de los grupos más significativos. No se trata, pues -por lo menos en el siglo XVI- de un conjunto de pobladores excesivamente numeroso… Con el pasar de los siglos su número seguramente fue creciendo, pero difícilmente podría afirmarse que hubo una población genovesa (ni siquiera italiana) importante en las Indias Occidentales, hasta bastante entrado el siglo XIX. Menos aún puede afirmarse que hubo cabalmente colectividades italianas en el Nuevo Mundo hasta después de la década de 1840, o mejor aún, con posterioridad a 1820.

    Parece oportuno brindar aquí algunas cifras que, aunque no nos dan más que el aspecto cuantitativo del problema, parecen sin embargo ofrecer una primera categorización de los primitivos asentamientos italianos en América. En Puerto Rico, desde fines del siglo XVIII hasta 1860, se radicaron en toda la isla tan sólo 48 genoveses (entre los italianos de origen regional conocido, pues los italianos en general constituían la cifra de 162 almas. Aunque los genoveses constituían el conjunto mayoritario entre los italianos (32,1), no formaban realmente un grupo apreciable por su volumen, y además, de muy escaso peso sobre toda la población de la isla.

    El empadronamiento de la Ciudad de Buenos Aires de 1810 nos ofrece una cifra absoluta bastante similar a la ya vista para Puerto Rico: 42 genoveses vivían en la Ciudad rioplatense y constituían el 51,2% de todos los italianos residentes en la misma. También era una cantidad de personas muy reducida, frente a la población total de la localidad capital del Virreinato.

    Los genoveses que vivían en América hasta iniciado el siglo XIX, no eran pues, demasiados… Se los había visto eso sí, en cantidades más apreciables y ocupando status sociales más altos que en América, en el Sur de España, y aún en las islas atlánticas cercanas a la península ibérica. En los siglos XV y XVI constituían el sector más rico entre los mercaderes de algunas ciudades del Sur de España (Sevilla, por ejemplo) y, además, poseían en dicha época cargos y dignidades así como señoríos importantes dependientes de España.

    Capitanes de barcos y millares de pilotos, marineros, carpinteros y artesanos de toda índole, surcaron una y otra vez las aguas del Atlántico, y fondearon en los numerosos puertos americanos, llevados por sus intereses económicos la mayoría, pero no pocos por esa extraña pasión que ata al marinero a su barco, o bien por ese afán inextinguible de aventura que anida en el pecho de muchos hombres.

    A este respecto la política española hacia el Río de la Plata hasta el siglo XVIII, fue la que se sigue con un territorio de poco interés económico, es decir, dedicado exclusivamente a tareas rurales. Pero el siglo XVIII trajo, con el acceso al poder de los Borbones en España, y los cambios que paralelamente surgieron en el comercio internacional y en el desarrollo industrial de los países más avanzados económicamente, modificaciones también profundas en la valoración del Río de la Plata, la cual fue "in crescendo".

    Hubo que esperar al siglo XVIII para que los Borbones, más clarividentes en este punto, se dieran cuenta de la importancia vital de las regiones platenses.

    El descubrimiento de América, a la cual recién empezaría a descubrir "mentalmente", en el siglo XVII. Génova no debería ver las cosas muy distintamente.

    Pero en la segunda mitad del siglo XVIII y a comienzos del siglo XIX las cosas cambian y América crece en el interés europeo. La posibilidad de acceder al Nuevo Mundo para los no hispanos también aumenta. La ruptura entre las colonias españolas y la madre patria, que ya se venía insinuando desde los albores del siglo XIX, quiebra una de las barreras antes insalvable, y prepara así el terreno para que la inmigración europea masiva pudiese llegar, décadas más tarde, a las costas del Río de la Plata.

    El interés por estas tierras ya existía. Ahora la posibilidad de acceder a ellas aumentaba. Quedaban en pie, sin embargo, las condiciones de vida que ofrecían los gobiernos locales a los potenciales inmigrantes. Estas condiciones hubiesen debido incluir seguridad personal, respeto de la propiedad, libertad de pensamiento, de trabajo y religión, igualdad ante la ley, etc., para que emigrar fuese realmente deseable para un europeo. Las mismas hallarán su expresión cabal sin embargo recién en la Constitución de 1853 (para la Argentina).

    La casi permanente inestabilidad política de 1810 a 1835, y luego el gobierno autoritario y poco modernizante de J.. De Rozas, situación inextricablemente unida a las luchas entre los partidos que se habían constituido y a las guerras civiles, muchas veces por problemas predominantemente locales, cubrirían el período 1810-1852. Es decir, el paso que media entre la Revolución de Mayo y la caída del precipitado Gobernador de la Provincia de Buenos Aires.

    Si bien dos décadas después de los años 50 empezaría a delinearse la inmigración masiva, bastante antes importantes cantidades de europeos se habían instalado ya en el plata (desde 1840 y aún con antelación. Entre ellos, una presencia relevante la ofrecían los prófugos políticos italianos que, desde las revueltas de 1820 y 1820 (y las posteriores, de la década de 1830 y de la década de 1830 y de los años 1848-49), afluirían primero a Brasil, para pasar luego a Montevideo e incorporarse a la lucha contra Rosas.

    Sin embargo esta corriente de exiliados no debe verse como un hecho aislado. Paralelamente a su llegada y su crecimiento numérico, aumentan también los vínculos comerciales y crece, aunque lentamente y con altibajos, el interés en Italia por los asuntos locales y, además por iniciar e intensificar las relaciones diplomáticas, así como por desarrollar un mejor conocimiento de las potencialidades económicas del país.

    Una de las consecuencias de ello fue un incremento constante de la inmigración ligur, que provenía ahora no sólo de las filas de los exiliados políticos, sino también de las de los marineros desertores, que afluían de los buques sardos, una vez que estos habían recalado en el Río de la Plata o bien de la corriente formada por aquellos que se dirigían por cuenta propia a estas tierras.

    Las grandes posibilidades de conseguir un trabajo suficientemente bien pagado y luego, con el tiempo, de lograr una situación próspera y aún de hacer fortuna, en un país extremadamente provisto de riquezas naturales y cuyo comercio exterior crecía casi constantemente, pero que carecía de artesanos y en general de mano de obra, fuera ésta especializada o no. La benignidad del clima, la hospitalidad de que gozaban los extranjeros (que a menudo se acriollaban), era elementos no desdeñables, que completaban un cuadro en el que los beneficios parecían superar holgadamente a los riesgos.

    Los ligures se hallaban, familiarizados con estas tierras. Por millares como capitanes y marineros habían pasado por estos parajes. Existía en ellos, pues, un conocimiento que unido al ideal no menos que al interés pronto sería no sólo el "motor espontáneo" de la emigración hacia el Río de la Plata, sino además produciría intentos de estímulo y de canalización en los niveles más altos del Reino de Cerdeña de dicha emigración. La "società" di Navigazione Transatlántica" el 4 de octubre de 1852, que uniría Génova con Nueva York y con Montevideo, con barcos a vapor de no menos en 1854. Se pensaba que esta empresa movilizaría emigrantes a millares, y que ello traería grandes beneficios económicos al reino sardo. Sin embargo, la incomprensión del Parlamento y las dificultades económicas hicieron que la misma quebrara en 1857 y que varios de los diez barcos previstos para su equipamiento fueran subastados…

    Pero para comprender mejor los inicios de la emigración italiana al Plata, es necesario, además, detenerse un poco en la evolución histórica coetánea de la región que predominantemente alimentará, en una primera fase, aquel fenómeno: la Liguria y en especial Génova.

    Génova llega a su auge como potencia financiera conservando sin embargo aún su peso marítimo, hacia fines del siglo XVII. De ella nos dice, yapara el siglo XVIII, Rosario Villari: "La vida económica continuaba dominada por la actividad financiera basada en los préstamos a los estados"… "actividad que poseía escasa relación con el mundo de la producción y que por otra parte no generaba los grandes beneficios del período en él, cual Génova tenía"… a España como principal cliente. Se venían desarrollando en el siglo XVIII, el tráfico mercantil y las empresas de armadores, que modificarían sensiblemente la estructura de la sociedad genovesa. Entre la burguesía mercantil, los estratos populares y la pequeña nobleza se difundieron ideas de reforma política, a las cuales correspondería, en el clero, la difusión de ideas jansenistas. El poder se hallaba en manos de una aristocracia financiera, quienes pudieron resistir las presiones provenientes de los demás sectores sociales.

    Pero a fines del siglo las cosas se habrían de modificar profunda e insólitamente, con la ocupación napoleónica (1797). Creada la República de Ligur, la misma tuvo vida efímera: en 1805 era anexada directamente a Francia.

    Caído Napoleón (1815), la Liguria es entregada al Piamonte, incorporándose así definitivamente al reino de Cerdeña. Por un lado Génova perdía para siempre su amada calidad de estado independiente, que era tan cara (aunque ella le reservara, inexorablemente, un oscuro destino). Pero, por otro, se abrirá ante la misma un camino de crecimiento que nunca hubiera soñado pocos años atrás, al transformarse en el único puerto importante del reino de Cerdeña y como tal, en un centro neurálgico de la economía de este expansivo estado.

    Cabe aclarar aquí algunos rasgos del carácter genovés, adquiridos por la peculiar inserción geográfica, política y económica de Génova en la historia de Europa. El estado de Génova supo, como pocos, mantener un equilibrio entre su fuerte amor a la independencia y la profunda necesidad, por otro lado, de insertarse en ámbitos político-económicos mucho más amplios y poderosos que el ligur.

    Después de 1815, caído Napoleón, la política de la Restauración no pudo caspear el marasmo económico que se abatió sobre Europa. Los precios caen en 1817 a 1842. La Liguria sufre esa situación de deterioro económico general que aflige a Europa, crisis agravada por la política piamontesa, que veta la exportación de granos a Génova, creando así, en las tierras adyacentes, años de graves carestías, como la hambruna de 1817.

    La Ciudad de Génova, ahora como puerto del reino de Cerdeña, tenía un movimiento naviero y comercial creciente. Y es, paradójicamente, centro de un cierto renacimiento económico. Así, el movimiento iniciado en el siglo XVII antes citado, se ve reforzado. Para 1830 la intensificación de la actividad mercantil y económica en general son un hecho visible. Ayudaba a ello el progreso general, en el Noroeste de Italia, de la agricultura y aún el muy desigual desarrollo industrial, que retrasado en cuanto a su equipamiento.

    Sólo pocos centros industriales pudieron mantener y aún incrementar, a la sazón, su producción (uno de ellos fue Biella). Con todo: "El puerto de Génova, luego de una larga fase de decadencia retomaba un enérgico, facilitado por la abolición de los derechos preferenciales, que se habían vuelto muy dañosos para el comercio. Progresos relevantes se registraron también en la gran navegación oceánica, en especial hacia América Latina.

    Cabe agregar que el aporte emigratorio italiano proveniente de las expulsiones y exilios motivados por las revueltas producidas en Italia en 1820 y en 1848-1849, fue de carácter más cualitativo que cuantitativo. Pero aunque movilizó relativamente a pocas personas, no se trataba de seres comunes. Eran hombres a menudo poseedores de una alta capacidad de acción y de un nivel cultural superior al medio, que les permitiría, merced al ideario que sostenían -liberales en general en dicha época.- entrar en contacto y obtener "ubicación" rápidamente en áreas como la del Río de la Plata, que se hallaba empeñada en luchas afines con sus principios,

    Carbonarios, mazzinianos, republicanos y revolucionarios de distinta índole, encontraron en Génova uno de los escenarios más apropiados para desarrollar sus actividades, en general tendientes a destruir el poder absoluto de los reyes y las ideas derivadas de la Restauración, que los Saboya trataban, en las primeras décadas posteriores a 1815, de restablecer.

    Una de las figuras centrales de muchos de estos movimientos revolucionarios, y quizá el principal ideólogo de los mismos fue, José Mazzini, nacido en Génova en 1805, en un ambiente tradicionalmente republicano, poco devoto de la dinastía de los Saboya. En 1821, muchacho aún, había quedado profundamente impresionado por la visión de los prófugos políticos que se embarcan hacia el extranjero. En 1827 se había inscripto en la Carbonería, y en 1830 había sido arrestado y detenido. Por ese entonces… "sus ideas políticas habían empezado a madurar. Exiliado en Marsella entró en contacto con los prófugos de 1831"…

    Lo cierto es que ya desde 1820 sólo cinco años después de caído Napoleón- se habrán de producir en Italia una serie de revueltas contra la monarquía sabauda y otros regímenes monárquicos instaurados en la península. Las primeras ocurrieron en los años 1820 y 1821, y hallaron su causa en levantamientos militares encabezados por oficiales fuertemente influidos por las ideas de la Carbonería. Adhería a ellos parte de la nobleza ilustrada, pero carecían de todo apoyo en las clases medias y populares.

    Dichos motines, triunfantes inicialmente, se habían realizado con la idea de implantar en Italia (Nápoles y Piamonte, lugares en que se produjeron los alzamientos), una constitución análoga a la española de 1812 (sancionada por las Cortes de Cádiz, en la España ocupada por Napoleón), que luego, en 1820, un golpe militar habría de poner en vigencia en toda España provocando así la huida del rey Fernando VII a Francia. La constitución de 1812 era liberal. Establecía la soberanía Nacional, la división de poderes, la unidad de la legislación, la inamovilidad de los magistrados, la libertad individual y de prensa, etc.

    La represión fue dura y significó un cierto número de condenas a muerte y una cantidad mucho mayor de sentenciados a cadena perpetua, o por largos períodos. Obviamente, los prófugos y exiliados no fueron pocos.

    La historia de los exilios políticos es rica en Italia, pero quizá falte aún una obra que las estudie en su conjunto.

    Hoy hay ciertos indicios de que la temática ha despertado el interés de los historiadores. El caso de María Rosaria Ostuni, que se ha abocado al análisis del período 1890-1930, y cuyos primeros y esclarecedores resultados están ya a la vista, puede ser estimulante.

    Continuar profundizando en la historia de los movimientos de exilio en Italia, no es pues abundar en un tema ajeno al de la inmigración italiana en la Argentina. Por el contrario: es ahondar en un aspecto importante que permite una compresión más adecuada de ciertos comportamientos de aquella en el país de destino.

    Es indudable que las ideas políticas de origen italiano tuvieron un peso importante en la conducta de los italianos asentados en el Plata, quienes, eso sí, la adaptaron a menudo adecuándolas más a los conflictos de la colectividad, que a la situación local, sobre todo antes de que la integración social de los mismos introdujera en esta problemática nuevas e insospechadas facetas.

    Aparecen y se consolidan los italianos en el Plata

    El laborioso e inteligente trabajo de Enrique Gandia nos aclara la situación en una serie de casos particulares, pero no nos revela la existencia de ningún conjunto de italianos que ofrezca, mínimamente, alguna característica -grupalmente hablando- de "italianidad".

    Para tener una idea más clara de ello, pasemos una rápida revista a las dimensiones cuantitativas que poseía la población italiana que vivía en la Ciudad de Buenos Aires, entre 1804 y 1816. Sobre un número total y casi permanentemente creciente de extranjeros, los italianos mantuvieron una media más estable, pues sumaron, en los años respectivos, las siguientes cantidades: 97 italianos en 1804; 66 en 1807; 82 en 1810; 99 en 1816.

    En el lapso 1804-1816 -llegarían a ser el 22% de toda la población foránea (1804). En los años posteriores este por ciento incluso tenderá a declinar, a consecuencia del crecimiento de otros grupos Nacionales europeos, entre ellos los ingleses.

    Pero la importancia social de los italianos y sus descendientes era por cierto mucho más relevante que su monto numérico. Un buen indicador de ello es el relativamente elevado número de apellidos de origen península que figuran entre las personalidades más descollantes de la Revolución de Mayo (Belgrano, Castelli, Alberti, Bertti, etc.) Con todo, no podemos ciertamente hablar ni de los rudimentos de una colectividad, ni siquiera de un "grupo de italianos", pues dichas personalidades descollantes no eran italianos sino hijos de italianos, casados, por lo general, con damas argentinas de buena posición social en Buenos Aires. Razón por la cual cabe suponer que había una asimilación cultural marcada en los vástagos de los italianos mencionados.

    La década de 1820, época en la cual se podrían tentativamente, ubicar los primeros asentamientos de ligures, prófugos de los motines de 1820 y 1821, pero especialmente marineros desertores de los buques sardos surtos en el Plata, en la Boca del Riachuelo.

    En consecuencia, desde fines de los años 20 es verosímil hablar de un grupo de italianos que, poco a poco (y luego velozmente) crece poseyendo una verdadera identidad étnica. Pero que, como tal, no contiene elementos Nacionales sino básicamente, lealtades regionales dado que la boca estaba, en este período, ante todo poblada por genoveses.

    El trabajo clásico sobre esta época, tan importante para una adecuada comprensión de la historia de los italianos en la Argentina, es el libro de Nicolás Cúneo "Historia de la emigración italiana en la Argentina".

    En las primeras estimaciones que hace Cúneo de la población italiana, figura la que se refiere al año 1838, en la cual dice que cerca de 8.000 sardos[8]vivían en las orillas del Plata. De ellos, más de 3.000 se ocupaban del comercio de cabotaje amparados por la bandera Argentina. La razón de la adopción de chicho pabellón por parte de los sardos obediencia a la situación bélica existente: el bloqueo del puerto de Buenos Aires por el almirante francés Le Blanc, impedía el acceso de todo navío extranjero al mismo. De allí que el Gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, tácitamente otorgara no sólo la posibilidad de usar el emblema patrio a los genoveses radicados en el Plata, sino, además a los marineros la oportunidad de desertar sin ser molestados, de los barcos sardos de paso, propiedad de armadores italianos radicados en la península. Protegerá así a Rosas con su silencio y disimulada indiferencia a estos numerosos barcos los que transportaban las mercaderías (sardos) y aquellos que las traficaban luego (comerciantes locales)

    Las emigraciones de genoveses, aún solo en parte fueron causadas por razones políticas, hallaron pronto formas organizativas en las que el eco ideológico no se hallaba ausente, constituyendo así un interesante precedente de fenómenos posteriores análogos que se darán luego en el Plata.

    En cuanto a las deserciones de los marineros de los barcos sardos, la isla Maciel era él , es decir, el lugar en donde los hombres de mar desembarcados, con el fin (y el pretexto) de buscar algún tipo de diversión en las pulperías allí existentes, hacían entonces sus contactos con otros ligures, para asegurarse así un trabajo conveniente en la Argentina. Estas deserciones constituían incluso una necesidad, por un complejo de motivos, entre los cuales no debe excluirse el sentimental. En primer lugar, si un ligur daba trabajo a otro ligur era cierto, a priori que la tarea rendía más. Por otra parte este ligur, en cuanto desertor de la nave (italiana) y clandestino respecto de las autoridades locales, estaba pues constreñido a mantenerse alejado de las oficinas y de los servicios del gobierno argentino. Podía recibir una paga superior a la que percibiera antes por su enrolamiento en la nave que abandonaba, pero inferior a la remuneración que correspondía al rendimiento que de él se esperaba en su nueva ocupación. Si el ligur asentado en el Plata y que le daba trabajo, poseía mujer soltera en edad de casarse, la deserción ofrecía, además, la posibilidad de tener un yerno que hablara el mismo idioma y tuviera las mismas costumbres y mentalidad. "La deserción era pues un buen negocio para todos: para Rosas, para el desertor, para sus connacionales residentes en el Plata y, a la larga, también para el país de origen, que obtenía importantes beneficios con el crecimiento de la colonia sarda.[9]

    La concreción quizá más tangible, de este mundo de audaces navegantes y hábiles mercaderes fue la ocupación, en la Boca del Riachuelo hacia 1829, de las primeras tierras sobre las que pronto se levantaron casuchas y barracas de madera, construidas sobre elevados palafitos, que se comunicaban entre sí por medio de pequeños puentes elevadizos.

    Bartolomé Mitre alabaría a los italianos: "Hablaremos ahora de los italianos, ¿quienes son los que han fecundado estas diez leguas de terrenos cultivados que ciñen a Buenos Aires? ¿ A quienes debemos esas verdes cinturas que rodean todas nuestras ciudades a lo largo del litoral y aún esos mismos oasis de trigo, de maíz, de papas y arboledas que rompen la monotonía de la pampa inculta? A los cultivadores italianos de la Lombardía y de Piamonte, y aún a los de Nápoles, que son los más hábiles y laboriosos agricultores de Europa"…

    El número de inmigrantes en la Argentina aumentó rápidamente durante la década de 1820. Hacia mediados de la del treinta había en Buenos Aires alrededor de 30 mil extranjeros, de los cuales 8 mil provenían de las Islas Británicas, 6 mil de Italia, 5 mil de Francia, 4 mil de España y Portugal y 3 mil de Alemania. Un cierto número de ellos se desempeñó en el comercio, en profesiones y en la ganadería; y muchos en el tráfico de ríos, de cabotaje y de ultramar.

    En el primer Censo realizado en nuestro país (Censo de 1869) arrojaba para los italianos del todo el país una cifra del orden de las 71.000 personas, de las cuales unas 42.000 se habían aposentado en la Ciudad Buenos Aires, y 17.700 en la Provincia de Buenos Aires. Las otras provincias poseían un peso mucho menor.

    Los italianos representaba, además el 22.4% de toda la población de la Ciudad de Buenos Aires, pero sólo el 7.3% de la población total del país. Su peso sobre todos los extranjeros era, en la capital, del 47.7%.

    En el Censo de los italianos en el exterior levantado en 1871, daba un total de 56.000 italianos para todo el país, de los cuales correspondían a Buenos Aires y suburbios 44.800. a ellos había que adicionar unos 6.400 marineros, residentes en La Boca, la mayoría de ellos desertores o renuentes a acatar las directivas dirigidas a ellos por los censistas.

    El gran incremento de la población italiana en el país, involucraba también la introducción de nuevas corrientes ideológicas, religiosas, etc., entre pequeños pero influyentes grupos de inmigrantes. Influencias que no fueron ajenas al lugar geográfico en el cual se asentaban las sucesivas olas de los recién llegados, ni a la actividad económica principal asociada a ellas.

    La colectividad italiana nace, crece y madura paralelamente a la Constitución de la Argentina moderna. Pero no como una mera espectadora, sino como un agente de primera importancia en dicho proceso.

    Las causas económicas de la emigración italiana entre los siglos XIX y XX

    El difícil tránsito entre el Settecento y la primera mitad del siglo XIX, constituye la fase en la que se define la capacidad de adecuación de la economía italiana a los ritmos que la revolución industrial inglesa y las nacientes relaciones capitalistas europeas imponen a los procesos de modernización. Esta capacidad parece extremadamente débil, sobre todo en lo que hace al sector agrícola y como respuesta a una presión demográfica que, si bien no es demasiado fuerte, impone nuevas urgencias a la base económica de las varias "Italias". El crecimiento agrícola se basa más en un mecanismo horizontal, de expansión de las superficies cultivadas, que en un aumento de la productividad. Sobre estructuras productivas casi estacionarias se insertaban elementos capitalistas que se limitaban, a menudo, a la esfera de la circulación, contribuyendo a determinar una redistribución de la ganancia que, dando espacio a un número creciente de intermediarios y especuladores, terminaba por recaer sobre la cuota destinada al trabajo. Tenía así lugar una erosión de las estructuras agrícolas y la propiedad rural bajo la presión tanto de una creciente mercantilización, que reorientaba el ordenamiento de los cultivos en áreas crecientes de superficie agraria, como de relaciones de propiedad burguesas en vías de completa afirmación (debilitamiento de propiedades comunales, demaniales, usos cívicos y otros derechos de origen feudal que obstaculizaban la efectiva posesión de la tierra). Todo esto terminaba por convulsionar a consolidados y estables, aunque todo lo contrario que idílicos ordenamientos económico-sociales rurales, sin, por otra parte, echar las semillas de lo nuevo (por ejemplo se desarticulaba la equilibrada integración entre sembradío, pastura y bosque en las áreas de altas colinas y montañas, que constituían una parte tan grande de la realidad agrícola italiana).

    El proceso de "acumulación originaria", en la peculiar experiencia italiana, se dirigía con fuerza hacia un resultado de disgregación económica y social de la campaña, signada, en muchas áreas del país, por extendidos fenómenos de pauperismo (pobreza) rural, vandabundaje, expulsiones de un rol productivo estable, reducción de los consumos más elementales a niveles insoportables (por ejemplo: degradación de la composición del pan; aumento del consumo de maíz como alimento). Por estas razones de "modernización", no conseguía superar los elementos más negativos del cuadro económico social de ancien régime: crisis de subsistencia (1816-17), epidemias (cólera de 1835-37; 1854-55; 1865-67; 1884-85) y las más modernas enfermedades de carencia alimentaria (la [10]pelagra, que se mantiene hasta bien entrado el siglo XX), continúan golpeando periódicamente al mundo campesino y a las ciudades.

    Se producía entonces una situación que tendía a estabilizar una superpoblación relativa, sobre todo en la agricultura, a un nivel hasta tal punto elevado como para contener una amplia cuota de superpoblación permanente. Aún siendo una población relativa a determinadas relaciones de producción, es sin embargo innegable que éstas se fueron transformando con ritmos y contenidos tan limitados, como para no ofrecer, durante todo un largo arco histórico agotado, ni una suficiente alternativa ocupacional, ni una base estructural para un desarrollo capitalista más maduro y para una "sana" industrialización (por ejemplo producción amplia y eficiente de bienes de subsistencia y de materias primas de origen agrícola para la industria; mayor demanda para consumos, inversiones y medios de producción por parte del sector agricola-campesino).

    En los casos en que el cuadro económico se hacía más vivo, como en los procesos de especialización agrícola de grandes haciendas, de zonas y de regiones enteras (arrozales, viticultura, olivicultura, cultivos de tabaco, cultivos de grano para el mercado), el sector moderno de la economía agrícola mantenía sus márgenes de competitividad en los mercados internos e internacionales "saqueando" las cada vez más amplias fuentes de fuerza de trabajo, obligándola a migraciones internas y a trabajos estaciónales. Este "oportunismo" del naciente capitalismo agrario italiano era una enfatización de las inclinaciones de labor intensivas de la agricultura europea descriptas. Constituye la retaguardia de socialización del trabajo migrante que está sin duda en las espaldas de la masiva emigración italiana al extranjero, y que se llamó "inquietud" territorial de las fuerzas de trabajo rurales en la Italia pre-industrial.

    Ciclo y estructura

    Los estudios sobre los movimientos migratorios han demostrado siempre cuán difícil es individualizar las causas de un flujo emigratorio, medir su incidencia sobre un diagrama temporal de las expatriaciones, separar las causas internas de las externas, las causas económicas de las "extraeconómicas".

    En el conjunto de factores que inciden sobre la emigración italiana entre mediados del siglo XIX y la Segunda Guerra Mundial, es preciso sin embargo poner en evidencia una relación general directa entre crecimiento económico y expatriaciones. En los períodos de país sufre una aceleración. Esta paradoja se justifica de diversos modos. El primero, acerca de Italia a una experiencia europea ya consolidada, en virtud de la cual fue normal que un país en vías de industrialización conociera contemporáneamente hemorragias emigratorias (Islas Británicas, Alemania, Suecia), debidas al impacto "destructivo" del sistema fabril, de los reacomodamientos agrarios y a aquella incongruencia cualitativa y subjetiva entre demanda y oferta de trabajo que fue típica de las fases de drástica dislocación de los status sociales y profesionales (campesinos independientes; Artesanos; etc.).

    La experiencia italiana, sin embargo, implicó acentuaciones y especificidades respecto a los ya probados modelos migratorios europeos, como ser:

    A) El carácter parcial, fraccionado y diluido en el tiempo de su "despegue" industrial, que, en definitiva, podemos considerar extendido a lo largo de un arco temporal que va desde el "trienio febril" 1870-73 al "milagro económico" de los años 1958-63 y a sus efectos en cascada sobre áreas y sectores marginales (1963-73): casi un siglo siempre acompañado por la emigración.

    B) Que el desarrollo económico italiano haya sido "remolcado" por la coyuntura internacional: lo cual hizo coincidir los períodos de máximo crecimiento con los de máxima demanda internacional de fuerza de trabajo italiana (emigración).

    C) El carácter "artificial y parcial de los momentos y episodios de modernización industrial, concentrados en pocas y restringidas áreas geográficas regionales y en pocos sub-sectores manufactureros, con la amplia exclusión de la agricultura.

    D) El papel completamente subordinado que la agricultura tradicional jugó en relación con la formación de una base industrial (precios relativos; compensaciones de los déficit de la balanza de pagos; flujos financieros; aún a través de las remesas de los emigrantes; reserva de fuerza de trabajo, aún a través de la emigración temporaria).

    El conjunto de este modelo de desarrollo comenzó a operar con claridad justamente a partir de la crisis agraria de 1880 que marcó, contemporáneamente, el inicio de una emigración de masas desde el país, la crisis agraria fue pro otra parte precedida y seguida por las decisiones de política económica que reforzaron el impulso al éxodo: la elección librecambista después de 1860, que debilitó bruscamente al más atrasado sector textil manufacturero preindustrial; la llegada del proteccionismo a fines de los años ochenta, que retardó la reestructuración y el acrecentamiento de la eficiencia en la parte más atrasada de la economía italiana, agricultura incluida.

    Pauperismo, asistencia, criminalidad

    La gran emigración italiana dio sus primeros pasos paralelamente a la construcción del nuevo estado unitario. Una de las posibles explicaciones de esta concomitancia puede buscarse en el cambio de actitud de la nueva clase dirigente liberal hacia las instituciones y las políticas por así decirlo "asistenciales" de los preexistentes Estados D"ancien régimen.

    El rencor hacia las usurpaciones de los bienes comunales, hacia el acaparamiento de los bienes eclesiásticos enajenados y de los loteos, hacia la administración "egoísta" de los patrimonios de las obras pías y de los institutos crediticios del grano, asume su pleno significado acerca del porque de la emigración.

    También la decadencia del sistema de amortización vinculado a las transferencias públicas (gobiernos, administraciones locales, iglesias) y ligado al imponente aparato de beneficencia y fuerte preponderancia, cultural y patrimonial, de la Iglesia católica y sus difundidos fenómenos de sanfedismo y su correspondiente paternalismo, con lo cual las viejas clases dominantes trataron de captar el consenso popular en función antiburguesa en el periodo del resurgimiento. La burguesía italiana, que en la primera mitad del siglo XIX había discutido largamente acerca de los "incentivos del ocio" y del consumo improductivo, desmanteló, después de la unidad, este aparato asistencial. A ello era impulsada también por las estrecheces del presupuesto estatal, por la perspectiva de grandes esfuerzos financieros para inversiones productivas y por la convicción de que la campaña constituía una fuente natural de ejército industrial de reserva, tan amplio como para no requerir políticas onerosas de mantenimiento de la superpoblación relativa..

    Dice Marzuttini: "…una cantidad casi inmensa de individuos, empujados desgraciadamente del campo a las ciudades que, no encontrando ya lugar donde colocarse y prestar a otros sus servicios, están no pocas veces obligados, como plantas parásitas, aún contra su voluntad, a vivir a cargo de la restante sociedad acomodada y de sus hermanos laboriosos y útiles…". Una sociedad marginal, entonces, que se encaminaba a la deportación y al trabajo coactivo. Pero la solución no residiría en las colonias de deportación de ultramar o en los pueblos agrícolas de colonización interna (proyecto parecido al de "reforma agraria"): grandes oleadas de "trabajo productivo (trabajos públicos) y de emigración, a menudo en alternancia entre sí, fueron el medio natural para reconvertir el pauperismo y las estructuras asistenciales a las necesidades del desarrollo. Fue, pues, una reconversión en términos de competo y rápido ahorro, dado que en el siglo XIX pocos países como Italia tuvieron un costo-oportunidad del aspirante a emigrar tan bajo (costo de crianza, de transporte y de asistencia a la emigración).

    Las fuentes criminológicas de fines del siglo pasado ponen en evidencia, finalmente, cuál era el mecanismo global de expulsión de la fuerza de trabajo marginales y qué rol jugaron en él las autoridades encargadas de la tutela del orden público. La falta de trabajo empuja a masas semi-proletarias siempre mayores a la zona gris del "crimen" y a la espiral de persecución por parte de las autoridades. De esta espiral se salía, a menudo, sólo a través de una expatriación o un traslado a una gran ciudad.

    La presión demográfica

    La liberación de la fuerza de trabajo y su acumulación por parte del tren demográfico son procesos interdependientes entre sí en el desarrollo concreto del capitalismo en Italia.

    La presión demográfica fue uno de los canales a través de los cuales las diversas formas asumidas por las relaciones de producción en la agricultura, aparentemente eternizas y estáticas, se integraron en el proceso de diferenciación económico-social que tenía lugar en la campaña y con los otros sectores extra-agrícolas del mercado de trabajo.

    El Comizio agrario de Fabriano, escribe en 1880 que: "numerosas familias de colonos están obligadas a subdividirse, porque sus componentes son excesivos para la tierra que cultivan y esto tanto más porque todos los jóvenes campesinos son adversos al celibato. Por ello se da un aumento de las familias mientras los terrenos cultivables siguen siendo los mismos. La necesidad hace de ellos tantos obreros que emigran a la Maremma".

    Con la emigración este excedente demográfico se filtraba lentamente en el mercado capitalista de trabajo Nacional e internacional, lo que evitaba la desarticulación de la estructura formal de la sociedad rural, consintiendo en que una parte importante de la fuerza de trabajo excedente continuara teniendo como referente a la hacienda agrícola, a la casa rural. En Fabriano, la clase dirigente local estimuló a los poderes públicos para que establecieran tarifas ferroviarias acomodadas para viajes de trabajo de emigración temporaria de mano de obra rural desde el área de Fabriano a la campaña romana, sobre todo después de que cesó la absorción en los trabajos ferroviarios a lo largo de la línea de construcción Ancona-Roma.

    La segunda mitad del siglo XIX constituye el punto culminante del ascenso del tren demográfico italiano de larga duración, un punto que coincide significativamente con el inicio de una emigración de masas del país. Pero también en el corto y medio período, a picos de crecimiento demográfico pueden ser adjuntadas, con un lago de alrededor de veinte años, oleadas de éxodo.

    El peso del componente demográfico se acrecentaba en las regiones que en los inicios de la industrialización italiana se mantuvieron, hasta la Primera Guerra Mundial, al margen del desarrollo. En el Mezzogiorno, en particular, se manifestaba el crecimiento demográfico de subdesarrollo típico de las sociedades investidas de elementos de modernización externos, de naturaleza institucional, suficientes para hacer descender la tasa de mortalidad, pero que no encuentran adecuada contrapartida en transformaciones económico-sociales en grado de reducir, después de un cierto tiempo, la natalidad y de proveer a la creación de nuevos puestos de trabajos.

    Las penurias monetarias de la campaña

    La introducción de relaciones capitalistas en la campaña italiana, sobre todo en aquellas zonas sociales que se defendían detrás de la debilitada barricada del autoconsumo, fue una creciente necesidad de dinero. A través de esta necesidad se filtraba, aún en las economías de empresas familiares más cerradas, la ley del valor, que obligaba a llevar las cuentas de la ganancia campesina y de la productividad de los factores.

    Partes: 1, 2, 3
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