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El Pensamiento Lógico de Sherlock Holmes (página 2)


Partes: 1, 2, 3

– ¿Pero por qué "Douglas" y "Birlstone"?

– Obviamente porque dichas palabras no están en la página en cuestión.

………

"- Veamos si lo podemos acortar. A la par que concentro mi mente en ello, éste se vuelve en algo un poco menos impenetrable. ¿Qué indicaciones tenemos acerca de este libro?

– Ninguna.

– Bueno, bueno, seguramente no es tan malo como eso. El mensaje comienza con un gran 534, ¿no es así? Podemos tomar como una hipótesis que el 534 es la página en particular a la que el cifrado se refiere. Así, nuestro libro se ha convertido en un gran libro, que ya es algo. ¿Qué otras indicaciones tenemos sobre la naturaleza de este gran libro? El siguiente signo es C2. ¿Qué saca de eso, Watson?

– Segundo capítulo, sin duda.

– Eso es muy difícil, Watson. Usted, estoy seguro, estará de acuerdo conmigo en que si se nos ha dado la página, el número del capítulo ya no tiene relevancia. También que si la página 534 recién está en el segundo capítulo, la longitud de la primera debe ser bastante intolerable.

– Columna – exclamé.

– Brillante, Watson. Está muy despierto esta mañana. Si no significa columna, entonces estoy completamente engañado. Ahora, ve usted, comenzamos a vislumbrar un gran libro, impreso en columnas dobles que son de considerable extensión, pues una de las palabras está indicada en documento como la doscientos noventa y tres. ¿Ya hemos llegado a los límites que la razón nos puede proveer?

…..

"- Así, hemos reducido nuestro campo a un libro extenso, impreso en dobles columnas y de uso cotidiano.

– ¡La Biblia! – pronuncié triunfante.

– ¡Bien, Watson, bien! ¡Aunque no, si puedo decirlo, lo suficiente! No podría nombrar otro volumen que se asociara tan poco con los hombres de Moriarty. Además, las ediciones de las Sagradas Escrituras son tan numerosas que difícilmente supondrá que dos copias tendrán los mismos números de página. Éste es claramente un libro que está estandarizado. Da por seguro que su página 534 se corresponderá con mi página 534.

– Pero pocos libros tienen esas características.

– Exacto. He ahí nuestra salvación. Nuestra búsqueda se ha reducido a libros estandarizados que cualquiera puede tener.

– ¡Bradshaw!

– Hay ciertas dificultades, Watson. El vocabulario de Bradshaw es nervioso y lacónico, limitado. La selección de palabras vagamente se prestaría para enviar mensajes generales. Eliminaremos Bradshaw. El diccionario es, me temo, inadmisible por la misma razón. ¿Qué es lo que queda?

– ¡Un almanaque!

– ¡Excelente, Watson! Hubiera estado equivocado si no hubiera tocado con ese punto. ¡Un almanaque! Consideremos los servicios del Whitaker"s Almanac. Es de uso común. Tiene el número de páginas requerido. Está en dos columnas. Aunque reservado en su vocabulario al inicio, se convierte, si mal no recuerdo, en algo muy locuaz hacia el final – cogió el volumen de su carpeta -. He aquí, página 534, segunda columna, una substancial columna sobre las relaciones de estampados, me parece, con el comercio y recursos de la India Británica. ¡Apunte las palabras, Watson! El número trece es "Mahratta". Me temo que no es un comienzo muy prometedor. Número ciento veintisiete es "Gobierno", lo que al menos tiene sentido, aunque algo irrelevante para nosotros y el profesor Moriarty. Ahora, intentemos de nuevo. ¿Qué es lo que hace el Gobierno de Mahratta? La siguiente palabra es "cerdas". ¡Estamos acabados, mi querido Watson! ¡Se terminó!

Había hablado en sentido burlón, pero la contracción de sus pobladas cejas anunciaba su decepción e irritación. Me senté sin poder ayudar y descontento, observando el fuego. Un largo silencio fue roto por una súbita exclamación de Holmes, que corrió al armario del que emergió con un segundo volumen color amarillo en su mano.

– ¡Pagamos el precio, Watson, por están tan al corriente con las fechas! – exclamó -. Lo estamos, y sufrimos los castigos usualmente. Siendo sólo el 7 de enero, hemos confiado a ciegas en el nuevo almanaque. Es muy probable que Porlock tomara su mensaje del anterior. No hay duda de que nos lo habría dicho de haber escrito su nota de explicación. Ahora veamos que nos aguarda la página 534. Número trece es "Hay", lo que es mucho más prometedor. Número ciento veintisiete es "un". "Hay un" – los ojos de Holmes brillaban de excitación y sus delgados y nerviosos dedos temblaban mientras pronunciaba las palabras. "Peligro", ¡Ha, ha! ¡Importante! Ponga eso, Watson. "Hay" "un" "peligro" "puede" "venir" "muy" "pronto""uno". Luego tenemos el nombre "Douglas" "rico" "hombre del campo" "ahora" "en" "Birlstone" "House" "Birlstone" "confidencia" "es" "urgente" ("There" "is" "danger" "may" "come" "very" "soon" "one" "Douglas" "rich" "country" "now" "at" "Birlstone" "House" "Birlstone" "confidence" "is" "pressing"). ¡Lo tenemos, Watson! ¿Qué piensa de la razón pura y su fruto? Si el tendero tuviera algo así como una corona de laureles, debería enviar a Billy inmediatamente por una.

Me quedé mirando fijamente el mensaje que había garabateado, mientras él lo descifraba, en una hoja de papel oficio en mi rodilla.

– ¡Qué rara y enmarañada manera de expresar su significado! – dije."[11]

Así es que aquí te dejo con el curso de Lógica que Holmes quiso escribir, pero que Watson embelleció para el gran público.

El pensamiento lógico de Sherlock Holmes

"Para Sherlock Holmes ella es siempre la mujer. Rara vez he oído que la mencione por otro nombre. A sus ojos, ella eclipsa al resto del sexo débil. No es que haya sentido por Irene Adler una emoción que pueda compararse al amor. Todas las emociones, y ésa particularmente, son opuestas a su mente fría, precisa, pero admirablemente equilibrada. Es, puedo asegurarlo, la máquina de observación y razonamiento más perfecta que el mundo ha visto; pero…

………

"Entonces se puso de pie frente al fuego y me miró con el detenimiento tan peculiar de él.

-El matrimonio le sienta bien -me dijo-. Creo, Watson, que ha aumentado unas siete libras y media desde que no nos vemos.

-Siete -contesté yo.

-Debí haber pensado un poco más antes de decir eso… Y veo que está ejerciendo de nuevo.

No me había dicho que intentaba dedicarse a su profesión.

-Entonces, ¿cómo lo sabe?

-Lo veo, lo deduzco. ¿Cómo sé que se ha estado exponiendo mucho a la lluvia últimamente y que tiene una criada torpe y descuidada?

-Mi querido Holmes -protesté yo-, esto es demasiado. Si hubiera vivido hace unos siglos, habría muerto en la hoguera por brujería. Es cierto que el jueves salí a dar un paseo por el campo y llegué a casa empapado; pero me he cambiado de ropa y no puedo imaginarme cómo deduce esto.

En cuanto a Mary Jane, es incorregible y mi esposa la ha despedido; tampoco imagino cómo logró adivinarlo.

Holmes sonrió para sí y se frotó las manos largas y nerviosas.

-Es la simplicidad misma. Mis ojos me dicen que en la parte exterior de su zapato izquierdo, exactamente donde alumbra mejor la luz, la piel está raspada toscamente en seis lugares, trazando rayas paralelas. Obviamente esto ha sido causado por alguien que trató de quitar el lodo que cubría el zapato, pero lo hizo con positiva torpeza, sin cuidado alguno. De ahí mi doble deducción de que se expuso a la lluvia y de que tiene un espécimen en particular incompetente de la maligna servidumbre londinense. En cuanto al ejercicio de su profesión, si un caballero entra en esta habitación oliendo a yodoformo, con una mancha negra de nitrato de plata en el índice derecho y una prominencia a un lado del sombrero de copa, mostrando dónde ha escondido su estetoscopio, necesitaría ser muy tonto para no declararlo miembro activo de la profesión médica.

Pude evitar echarme a reír por la facilidad con que explicaba sus deducciones.

-Cuando le oigo exponer sus razonamientos -comenté-, la cuestión me parece siempre tan ridículamente simple, que me siento seguro de que podría haber hecho fácilmente las mismas deducciones que usted. Sin embargo, a cada nuevo caso que se me presenta de sus aparentemente extraños poderes, me siento desconcertado hasta que me explica el proceso que siguió. Y no obstante, creo tener tan buenos ojos como usted.

-Es posible -contestó encendiendo un cigarrillo y dejándose caer en un sillón-. Usted ve, pero no observa. La distinción es perfectamente clara. Por ejemplo, usted ha visto con frecuencia la escalera que conduce del vestíbulo a esta habitación.

-Ciertamente.

– ¿Cuántas veces?

-Bueno, varios centenares de ocasiones.

-Entonces, podrá decirme cuántos hay.

– ¿Cuántos escalones? No sé.

-¿Ahora comprende? Usted no ha observado, a pesar de haber visto. Eso es lo que quería decirle. Ahora bien, yo sé que hay diecisiete escalones, porque he visto y he observado. "[12]

"La mirada despierta de Sherlock Holmes me sorprendió en mi tarea, y mi amigo movió la cabeza, sonriéndome, en respuesta a las miradas mías interrogadoras:

-Fuera de los hechos evidentes de que en tiempos estuvo dedicado a trabajos manuales, de que toma rapé, de que es francmasón, de que estuvo en China y de que en estos últimos tiempos ha estado muy atareado en escribir no puedo sacar nada más en limpio.

El señor Jabez Wilson se irguió en su asiento, puesto el dedo índice sobre el periódico, pero con los ojos en mi compañero.

-Pero, por vida mía, ¿cómo ha podido usted saber todo eso, señor Holmes? ¿Cómo averiguó, por ejemplo, que yo he realizado trabajos manuales? Todo lo que ha dicho es tan verdad como el Evangelio, y empecé mi carrera como carpintero de un barco.

-Por sus manos, señor. La derecha es un número mayor de medida que su mano izquierda.

Usted trabajó con ella, y los músculos de la misma están más desarrollados.

-Bien, pero ¿y lo del rapé y la francmasonería?

-No quiero hacer una ofensa a su inteligencia explicándole de qué manera he descubierto eso, especialmente porque, contrariando bastante las reglas de vuestra orden, usa usted un alfiler de corbata que representa un arco y un compás.

-¡Ah! Se me había pasado eso por alto. Pero ¿y lo de la escritura?

-Y ¿qué otra cosa puede significar el que el puño derecho de su manga esté tan lustroso en una anchura de cinco pulgadas, mientras que el izquierdo muestra una superficie lisa cerca del codo, indicando el punto en que lo apoya sobré el pupitre?

-Bien, ¿y lo de China?

-El pez que lleva usted tatuado más arriba de la muñeca sólo ha podido ser dibujado en China.

Yo llevo realizado un pequeño estudio acerca de los tatuajes, y he contribuido incluso a la literatura que trata de ese tema. El detalle de colorear las escamas del pez con un leve color sonrosado es completamente característico de China. Si, además de eso, veo colgar de la cadena de su reloj una moneda china, el problema se simplifica aún más.

El señor Jabez Wilson se rió con risa torpona, y dijo:

-¡No lo hubiera creído! Al principio me pareció que lo que había hecho usted era una cosa por demás inteligente; pero ahora me doy cuenta de que, después de todo, no tiene ningún mérito.

-Comienzo a creer, Watson -dijo Holmes-, que es un error de parte mía el dar explicaciones. Omne ignotum pro magnifico, como no ignora usted, y si yo sigo siendo tan ingenuo, mi pobre celebridad, mucha o poca, va a naufragar. ¿Puede enseñarme usted ese anuncio, señor Wilson?"[13]

"Mientras Holmes hablaba, dieron unos golpes en la puerta, y entró el botones para anunciar a la pequeña silueta negra detrás de aquél, a la manera de un barco mercante con todas sus velas desplegadas detrás del minúsculo bote piloto. Sherlock Holmes la acogió con la espontánea amabilidad que lo distinguía. Una vez cerrada la puerta y después de indicarle con una inclinación que se sentase en un sillón, la contempló de la manera minuciosa, y sin embargo discreta, que era peculiar en él.

-¿No le parece -le dijo Holmes- que es un poco molesto para una persona corta de vista como usted el escribir tanto a máquina?

-Lo fue al principio -contestó ella-, pero ahora sé dónde están las letras sin necesidad de mirar.

De pronto, dándose cuenta de todo el alcance de sus palabras, experimentó un violento sobresalto, y al mirar con temor y asombro a la cara ancha y de expresión simpática.

-Usted ha oído hablar de mí, señor Holmes -exclamó-. De otro modo, ¿cómo podía saber eso?

-No le dé importancia -le dijo Holmes, riéndose-, porque la profesión mía consiste en saber cosas. Es posible que yo me haya entrenado en fijarme en lo que otros pasan por alto. Si no fuera así, ¿qué razón tendría usted para venir a consultarme?

-Vine a consultarle, señor, porque me habló de usted la señora Etherege, el paradero de cuyo esposo descubrió usted con tanta facilidad cuando la policía y todo el mundo lo había dado por muerto. ¡Ay señor Holmes, si usted pudiera hacer eso mismo para mí! No soy rica, pero dispongo de un centenar de libras al año de renta propia, además de lo poco que gano con la máquina de escribir, y daría todo ello por saber qué ha sido del señor Hosmer Angel.

-¿Por qué salió a la calle con tal precipitación para consultarme? -preguntó Sherlock Holmes, juntando unas con otras las yemas de los dedos de sus manos, y con vista fija en el techo.

También ahora pasó una mirada de sobresalto por el rostro algo inexpresivo de la señorita Mary Sutherland, y dijo ésta:

-En efecto, me lancé fuera de casa, como disparada, porque me irritó el ver la tranquilidad con que lo tomaba todo el señor Windibank, es decir, mi padre. No quiso ir a la Policía, ni venir a usted y, por último, en vista de que él no hacía nada y de que insistía en que nada se había perdido, me salí de mis casillas, me vestí de cualquier manera y vino derecho a visitar a usted.

……..

-Esta moza constituye un estudio muy interesante -comentó-. Ella me ha resultado más interesante que su pequeño problema, el que, dicho sea de paso, es bastante trillado. Si usted consulta mi índice, hallará casos paralelos: en Andover, el año setenta y siete, y algo que se le parece ocurrió también en La Haya el año pasado.

Sin embargo, por vieja que sea la idea, contiene uno o dos detalles que me han resultado nuevos. Pero la persona de la moza fue sumamente aleccionadora.

-Me pareció que observaba usted en ella muchas cosas que eran completamente invisibles para mí.- le hice notar.

-Invisibles no, Watson, sino inobservadas. Usted no supo dónde mirar, y por eso se le pasó por alto todo lo importante. No consigo convencerle de la importancia de las mangas, de lo sugeridoras que las unas de los pulgares, de los problemas cuya solución depende de un cordón de los zapatos. Veamos ¿Qué dedujo usted del aspecto exterior de esa mujer? Descríbamelo.

-Llevaba un sombrero de paja, de alas anchas y de color pizarra, con una pluma de color rojo ladrillo. Su chaqueta era negra, adornada con abalorios negros y con una orla de pequeñas cuentas de azabache. El vestido era color marrón, algo más oscuro que el café, con una pequeña tira de felpa púrpura en el cuello y en las mangas. Sus guantes tiraban a grises, completamente desgastados en el dedo índice de la mano derecha. No me fijé en sus botas. Ella es pequeña, redonda, con aros de oro en las orejas y un aspecto general de persona que vive bastante bien, pero de una manera vulgar, cómoda y sin preocupaciones.

Sherlock Holmes palmeó suavemente con ambas manos y se rió por lo bajo.

-Por vida mía, Watson, que está usted haciendo progresos. Lo ha hecho usted pero muy bien. Es cierto que se le ha pasado por alto todo cuanto tenia importancia, pero ha

Dado con el método, y posee una visión rápida del color. Nunca se confíe a impresiones generales, muchacho, concéntrese en los detalles. Lo primero que yo miro son las mangas de una mujer. En el hombre tiene quizá mayor importancia la rodillera del pantalón.

Según ha podido usted advertir, esta mujer lucía felpa en las mangas, y la felpa es un material muy útil para descubrir rastros. La doble línea, un poco más arriba de la muñeca, es donde las mecanógrafa hace presión contra la mesa, estaba perfectamente marcada. Las máquinas de coser movidas a mano dejan una señal similar, pero sólo sobre el brazo izquierdo y en la parte más alejada del dedo pulgar, en vez de marcarla cruzando la parte más ancha, como la tenía ésta. Luego miré a su cara, y descubrí en ambos lados de su nariz la señal de unas gafas a presión, todo lo cual me permitió aventurar mi observación sobre la cortedad de vista y la escritura, lo que pareció sorprender a la joven.

-También me sorprendió a mí.

-Sin embargo, era cosa que estaba a la vista. Me sorprendió mucho después eso, y me interesó, al mirar hacia abajo, el observar que llevaba no eran de distinto número, sí que eran desparejas, porque una tenía la puntera con ligeros adornos, mientras que la otra era lisa. La una tenía abrochados únicamente los dos botones de abajo (eran cinco), y la otra los botones primero, tercero y quinto. Pues bien: cuando una señorita joven, correctamente vestida en todo lo demás, ha salido de su casa con las botas desparejas y a medio abrochar, no significa gran cosa el deducir que salió con mucha precipitación.

-¿Y qué más? -le pregunté, vivamente interesado, como siempre me ocurría, con los incisivos razonamientos de mi amigo.

-Advertí, de pasada, que había escrito una carta antes de salir de casa, pero cuando estaba ya completamente vestida. Usted se fijó en que el dedo índice de la mano derecha de su guante estaba pero no se fijó, por lo visto, en que tanto el guante como el dedo estaban manchados de tinta violeta. Había escrito con mucha prisa, y había metido demasiado la pluma en el tintero. Eso debió de ocurrir esta mañana, pues de lo contrario la mancha de tinta no estaría fresca en el dedo. Todo esto resulta divertido, aunque sea elemental, Watson, pero es preciso que vuelva al asunto. ¿Tiene usted inconveniente en leerme la descripción del señor Hosmer Angel que se da en el anuncio?"[14]

. "-Los hechos son tan evidentes que la solución del caso le reportará poca fama a usted- le dije.

-No hay nada más engañador que un hecho evidente -me contestó riendo-. Además, tal vez tengamos la oportunidad de ver otros hechos evidentes que no le habrán resultado así al señor Lestrade. De sobra me conoce usted para creer que alardeo cuando digo que confirmaré o destruiré su teoría valiéndome de medios que él es totalmente incapaz de emplear e inclusive de comprender. Para citar el primer ejemplo que tengo a mano, percibo con claridad que la ventana de su dormitorio, Watson, está a su derecha y me pregunto si Lestrade se habría dado cuenta de algo tan evidente como eso.

-¿Cómo diablos…?

-Mi querido amigo, lo conozco a usted bien. Sé la pulcritud militar que lo caracteriza. Usted se afeita todas las mañanas y en esta época lo hace a la luz del día. Pero veo que el lado izquierdo de su cara está menos bien afeitado que el derecho, lo que significa que esa mejilla recibió menos luz que la otra. Lo digo a manera de ejemplo trivial de observación y deducción. En eso consiste mi oficio y es posible que pueda servirme de utilidad en la investigación que voy a llevar a cabo. En el informe policial hay uno o dos puntos de menor importancia que valdrá la pena tener en cuenta.

………

Demoramos unos diez minutos hasta llegar al coche, el cual nos condujo de vuelta a Ross. Holmes llevaba consigo la piedra que había recogido en el bosque.

-Acaso le interese esto, Lestrade -comentó, mostrándole la piedra-. Con ella se cometió el crimen.

-No veo ninguna marca.

-No las tiene.

-Entonces, ¿cómo lo sabe?

-Debajo de ella crecía aún la hierba; por lo tanto, hacía pocos días que estaba ahí. No había señal alguna del lugar donde fue recogida. Dada la naturaleza de las heridas, fue con una piedra así que se cometió el crimen. Además, no hay rastros de otra arma.

-¿Y el asesino?

-Es un hombre alto, zurdo, cojea del pie derecho, calza botas de caza de suela gruesa, usa capa gris, fuma cigarros de la India y lo hace con boquilla y lleva en el bolsillo un cortaplumas sin filo. Hay otras señales, pero éstas tal vez basten para nuestra pesquisa.

Lestrade lanzó una carcajada, y dijo:

-Sigo siendo incrédulo. Todas las teorías son buenas, pero nosotros tenemos que enfrentarnos con un jurado británico testarudo.

-Nous verrons -contestó con calma Holmes-. Siga usted sus propios métodos y yo seguiré los míos. Estaré ocupado esta tarde y posiblemente regrese a Londres en el tren de la noche.

…….

-Vayamos entonces a nuestra expedición de hoy. Del examen que hice del terreno, saqué los insignificantes detalles que le di a Lestrade, en lo que a la personalidad del asesino se refiere.

– Pero, ¿cómo los obtuvo?

-Conoce usted mi método. Se funda en la observación de minucias.

-La altura pudo usted calcularla aproximadamente por el ancho de los pasos. También pudo deducir las botas que usaba por las huellas que dejó impresas en el suelo.

-Sí, eran unas botas muy especiales.

-Pero, ¿y su cojera?

-Las huellas del pie derecho se notaban menos que las del izquierdo, lo que significaba que se apoyaba sobre ese pie con menos peso. ¿Por qué? Pues porque era cojo

-¿Y cómo dedujo que era zurdo?

-A usted mismo lo sorprendió la índole de la herida, de acuerdo con el informe suministrado por el cirujano en la investigación. El golpe fue dado de cerca y por detrás, sobre el lado izquierdo. ¿Cómo podría haber sido así de no ser zurdo el atacante? El asesino se mantuvo oculto detrás del árbol mientras duró la entrevista entre padre e hijo. Inclusive fumó durante ese lapso. Encontré ceniza de un cigarro. Con mi especial conocimiento sobre tabacos, pude establecer que se trataba de un cigarro de la India. Como usted sabe, he dedicado cierta atención a este asunto y escrito una breve monografía sobre las cenizas de unas ciento cuarenta variedades diferentes de tabaco para pipa, cigarros y cigarrillos. Después de haber encontrado la ceniza me fijé alrededor y descubrí la colilla que había arrojado. Se trataba de un cigarro de la India, de la variedad que se prepara en Rotterdam.

-¿Y lo de la boquilla?

-Vi que el asesino no se había puesto el cigarro en la boca; por lo tanto, usaba boquilla, la punta había sido cortada, pero el corte era disparejo, por lo que deduje que el cortaplumas no estaba afilado.

-Holmes -le dijo-, ha tejido usted una red en torno de este hombre, de la que no podrá escapar, y ha salvado una vida inocente. Es como si hubiera cortado la cuerda con la que iban a ahorcarle. Ya veo en qué dirección apunta todo esto: el culpable es…

-El señor John Turner -anunció el camarero abriendo la puerta de nuestro cuarto de estar y haciendo pasar al visitante.

El hombre que entró presentaba un aspecto extraño e impresionante. Su paso, lento y renqueante, y sus hombros arqueados daban la sensación de decrepitud. Sin embargo, las líneas de la cara, profundas y duras, y sus enormes miembros denotaban que poseía una fortaleza poco común tanto en lo físico como en su carácter. La barba enmarañada, la cabellera canosa y las cejas abundantes le daban un aspecto de dignidad y fuerza, pero la cara era de un blanco ceniciento mientras que los labios y los ángulos de las ventanas de su nariz adquirían un tono azulado. A simple vista me di cuenta de que el hombre estaba atacado por una enfermedad crónica y mortal."[15]

"-Al razonador ideal -comentó-debería bastarle un solo hecho, cuando lo ha visto en todas sus implicaciones, para deducir del mismo no sólo la cadena de sucesos que han conducido hasta él, sino también los resultados que habían de seguirse. De la misma manera que Cuvier sabía hacer la descripción completa de un animal con el examen de un solo hueso, de igual manera el observador que ha sabido comprender por completo uno de los eslabones de toda una serie de incidentes, debe saber explicar con exactitud todos los demás, los anteriores y los posteriores. No nos hacemos todavía una idea de los resultados que es capaz de conseguir la razón por sí sola. Podríamos resolver mediante el estudio ciertos problemas cuya solución ha desconcertado por completo a quienes la buscaron por medio de los sentidos. Sin embargo, para alcanzar en este arte la cúspide, necesitaría el razonador saber manejar todos los hechos que han llegado a conocimiento suyo. Esto implica, como fácilmente comprenderá usted, la posesión de todos los conocimientos a que muy pocos llegan, incluso en estos tiempos de libertad educativa y de enciclopedias. Sin embargo, lo que no resulta imposible es el que un hombre llegue a poseer todos los conocimientos que le han de ser probablemente útiles en su labor, esto es lo que yo me he esforzado por hacer en el caso mío. Usted, si mal no recuerdo, concretó, en los primeros días de nuestra amistad, los límites precisos de esos conocimientos míos.

-Sí -le contesté, echándome a reír-. Hice un documento curioso. En filosofía, astronomía y política le puse a usted cero, lo recuerdo. En botánica, irregular; en geología, profundo en lo que toca a manchas de barro cogidas en una zona de cincuenta millas alrededor de Londres; en química, excéntrico; en anatomía, asistemático; en literatura, sensacionalista, y en historia de crímenes, único; y además, violinista, boxeador, esgrimista, abogado y auto envenenador por medio de la cocaína y del tabaco. Esos eran, si mal no recuerdo, los puntos más notables de mi análisis.

Holmes se sonrió al escuchar la última calificación, y dijo

"-Digo ahora, como dije entonces, que toda persona debería tener en el ático de su cerebro el surtido de mobiliario que es probable que necesite, y que todo lo demás puede guardarlo en el desván de su biblioteca, donde puede echarle mano cuando tenga precisión de algo. Ahora bien: al enfrentarnos con un problema como el que nos ha sido sometido esta noche, necesitamos dominar todos nuestros recursos. Tenga usted la bondad de alcanzarme la letra K de esta enciclopedia norteamericana que hay en ese estante que tiene a su lado. Gracias. Estudiemos ahora la situación y veamos lo que de la misma puede deducirse. Empezaremos con la firme presunción de que el coronel Openshaw tuvo algún motivo importante para abandonar Norteamérica. Los hombres, a su edad, no cambian todas, sus costumbres, ni cambian por gusto suyo el clima encantador de Florida por la vida solitaria en una ciudad inglesa de provincias. El extraordinario apego a la soledad que demostró en Inglaterra sugiere la idea de que sentía miedo de alguien o de algo; de modo, pues, que podemos aceptar como hipótesis de trabajo la de que fue el miedo lo que le empujó fuera de Norteamérica. En cuanto a lo que él temía, sólo podemos deducirlo por el estudio de las tremendas cartas que él y sus herederos recibieron. ¿Se fijó usted en las estampillas que señalaban el punto de procedencia?"[16]

"-¿Cómo es que no se los devolvió a su dueño?

-Mi querido amigo, en eso consiste el problema. Es cierto que en una tarjetita atada a la pata izquierda del ave decía «Para la señora de Henry Baker», y también es cierto que en el forro de este sombrero pueden leerse las iniciales «H. B.»; pero como en esta ciudad nuestra existen varios miles de Bakers y varios cientos de Henry Bakers, no resulta nada fácil devolverle a uno de ellos sus propiedades perdidas.

-¿Y qué hizo entonces Peterson?

-La misma mañana de Navidad me trajo el sombrero y el ganso, sabiendo que a mí me interesan hasta los problemas más insignificantes. Hemos guardado el ganso hasta esta mañana, cuando empezó a dar señales de que, a pesar de la helada, más valía comérselo sin retrasos innecesarios. Así pues, el hombre que lo encontró se lo ha llevado para que cumpla el destino final de todo ganso, y yo sigo en poder del sombrero del desconocido caballero que se quedó sin su cena de Navidad.

-¿No puso ningún anuncio?

-No.

-¿Y qué pistas tiene usted de su identidad?

-Sólo lo que podemos deducir.

-¿De su sombrero?

-Exactamente.

-Está usted de broma. ¿Qué se podría sacar de esa ruina de fieltro?

-Aquí tiene mi lupa. Ya conoce usted mis métodos. ¿Qué puede deducir usted referente a la personalidad del hombre que llevaba esta prenda?

Tomé el pingajo en mis manos y le di un par de vueltas de mala gana. Era un vulgar sombrero negro de copa redonda, duro y muy gastado. El forro había sido de seda roja, pero ahora estaba casi completamente descolorido. No llevaba el nombre del fabricante, pero, tal como Holmes había dicho, tenía garabateadas en un costado las iniciales «H. B.». El ala tenía presillas para sujetar una goma elástica, pero faltaba ésta. Por lo demás, estaba agrietado, lleno de polvo y cubierto de manchas, aunque parecía que habían intentado disimular las partes descoloridas pintándolas con tinta.

-No veo nada -dije, devolviéndoselo a mi amigo.

-Al contrario, Watson, lo tiene todo a la vista. Pero no es capaz de razonar a partir de lo que ve. Es usted demasiado tímido a la hora de hacer deducciones.

-Entonces, por favor, dígame qué deduce usted de este sombrero.

Lo cogió de mis manos y lo examinó con aquel aire introspectivo tan característico.

-Quizás podría haber resultado más sugerente -dijo-, pero aun así hay unas cuantas deducciones muy claras, y otras que presentan, por lo menos, un fuerte saldo de probabilidad. Por supuesto, salta a la vista que el propietario es un hombre de elevada inteligencia, y también que hace menos de tres años era bastante rico, aunque en la actualidad atraviesa malos momentos. Era un hombre previsor, pero ahora no lo es tanto, lo cual parece indicar una regresión moral que, unida a su declive económico, podría significar que sobre él actúa alguna influencia maligna, probablemente labebida. Esto podría explicar también el hecho evidente de que su mujer ha dejado de amarle.

-¡Pero… Holmes, por favor!

-Sin embargo, aún conserva un cierto grado de amor propio -continuó, sin hacer caso de mis protestas-. Es un hombre que lleva una vida sedentaria, sale poco, se encuentra en muy mala forma física, de edad madura, y con el pelo gris, que se ha cortado hace pocos días y en el que se aplica fijador. Éstos son los datos más aparentes que se deducen de este sombrero. Además, dicho sea de paso, es sumamente improbable que tenga instalación de gas en su casa.

-Se burla usted de mí, Holmes.

-Ni muchos menos. ¿Es posible que aún ahora, cuando le acabo de dar los resultados, sea usted incapaz de ver cómo los he obtenido?

-No cabe duda de que soy un estúpido, pero tengo que confesar que soy incapaz de seguirle.

Por ejemplo: ¿de dónde saca que el hombre es inteligente?

A modo de respuesta, Holmes se encasquetó el sombrero en la cabeza. Le cubría por completo la frente y quedó apoyado en el puente de la nariz.

-Cuestión de capacidad cúbica -dijo-. Un hombre con un cerebro tan grande tiene que tener algo dentro.

-¿Y su declive económico?

-Este sombrero tiene tres años. Fue por entonces cuando salieron estas alas planas y curvadas por los bordes. Es un sombrero de la mejor calidad. Fíjese en la cinta de seda con remates y en la excelente calidad del forro. Si este hombre podía permitirse comprar un sombrero tan caro hace tres años, y desde entonces no ha comprado otro, es indudable que ha venido a menos.

-Bueno, sí, desde luego eso está claro. ¿Y eso de que era previsor, y lo de la regresión moral?

Sherlock Holmes se echó a reír.

-Aquí está la precisión -dijo, señalando con el dedo la presilla para enganchar la goma

sujetasombreros-. Ningún sombrero se vende con esto. El que nuestro hombre lo hiciera poner es señal de un cierto nivel de previsión, ya que se tomó la molestia de adoptar esta precaución contra el viento. Pero como vemos que desde entonces se le ha roto la goma y no se ha molestado en cambiarla, resulta evidente que ya no es tan previsor como antes, lo que demuestra claramente que su carácter se debilita. Por otra parte, ha procurado disimular algunas de las manchas pintándolas con tinta, señal de que no ha perdido por completo su amor propio.

-Desde luego, es un razonamiento plausible.

-Los otros detalles, lo de la edad madura, el cabello gris, el reciente corte de pelo y el fijador, se advierten examinando con atención la parte inferior del forro. La lupa revela una gran cantidad de puntas de cabello, limpiamente cortadas por la tijera del peluquero. Todos están pegajosos, y se nota un inconfundible olor a fijador. Este polvo, fíjese usted, no es el polvo gris y terroso de la calle, sino la pelusilla parda de las casas, lo cual demuestra que ha permanecido colgado dentro de casa la mayor parte del tiempo; y las manchas de sudor del interior son una prueba palpable de que el propietario transpira abundantemente y, por lo tanto, difícilmente puede encontrarse en buena forma física.

-Pero lo de su mujer… dice usted que ha dejado de amarle.

-Este sombrero no se ha cepillado en semanas. Cuando le vea a usted, querido Watson, con polvo de una semana acumulado en el sombrero, y su esposa le deje salir en semejante estado, también sospecharé que ha tenido la desgracia de perder el cariño de su mujer.

-Pero podría tratarse de un soltero.

-No, llevaba a casa el ganso como ofrenda de paz a su mujer. Recuerde la tarjeta atada a la pata del ave.

-Tiene usted respuesta para todo. Pero ¿cómo demonios ha deducido que no hay instalación de gas en su casa?

-Una mancha de sebo, e incluso dos, pueden caer por casualidad; pero cuando veo nada menos que cinco, creo que existen pocas dudas de que este individuo entra en frecuente contacto con sebo ardiendo; probablemente, sube las escaleras cada noche con el sombrero en una mano y un candil goteante en la otra. En cualquier caso, un aplique de gas no produce manchas de sebo. ¿Está usted satisfecho?

-Bueno, es muy ingenioso -dije, echándome a reír-. Pero, puesto que no se ha cometido ningún delito, como antes decíamos, y no se ha producido ningún daño, a excepción del extravío de un ganso, todo esto me parece un despilfarro de energía." [17]

"-No es el frío lo que me hace temblar -dijo la mujer en voz baja, cambiando de asiento como se le sugería.

-¿Qué es, entonces?

-El miedo, señor Holmes. El terror -al hablar, alzó su velo y pudimos ver que efectivamente se encontraba en un lamentable estado de agitación, con la cara gris y desencajada, los ojos inquietos y asustados, como los de un animal acosado. Sus rasgos y su figura correspondían a una mujer de treinta años, pero su cabello presentaba prematuras mechas grises, y su expresión denotaba fatiga y agobio. Sherlock Holmes la examinó de arriba abajo con una de sus miradas rápidas que lo veían todo.

No debe usted tener miedo -dijo en tono consolador, inclinándose hacia delante y palmeándole el antebrazo

-. Pronto lo arreglaremos todo, no le quepa duda. Veo que ha venido usted en tren esta mañana.

-¿Es que me conoce usted?

-No, pero estoy viendo la mitad de un billete de vuelta en la palma de su guante izquierdo. Ha salido usted muy temprano, y todavía ha tenido que hacer un largo trayecto en coche descubierto, por caminos accidentados, antes de llegar a la estación.

La dama se estremeció violentamente y se quedó mirando con asombro a mi compañero.

-No hay misterio alguno, querida señora -explicó Holmes sonriendo-. La manga izquierda de su chaqueta tiene salpicaduras de barro nada menos que en siete sitios. Las manchas aún están frescas. Sólo en un coche descubierto podría haberse salpicado así, y eso sólo si venía sentada a la izquierda del cochero.

………

-Yo había llegado a una conclusión absolutamente equivocada -dijo-, lo cual demuestra, querido Watson, que siempre es peligroso sacar deducciones a partir de datos insuficientes."[18]

"-Ha sido un caso interesante -comentó Holmes cuando nuestros visitantes se hubieron marchado-, porque demuestra con toda claridad lo sencilla que puede ser la explicación de un asunto que a primera vista parece casi inexplicable. No podríamos encontrar otro más inexplicable. Y no encontraríamos una explicación más natural que la serie de acontecimientos narrada por esta señora, aunque los resultados no podrían ser más extraños si se miran, por ejemplo, desde el punto de vista del señor Lestrade, de Scotland Yard.

-Así pues, no se equivocaba usted.

-Desde un principio había dos hechos que me resultaron evidentísimos. El primero, que la novia había acudido por su propia voluntad a la boda; el otro, que se había arrepentido a los pocos minutos de regresar a casa. Evidentemente, algo había ocurrido durante la mañana que le hizo cambiar de opinión. ¿Qué podía haber sido? No podía haber hablado con nadie, porque todo el tiempo estuvo acompañada del novio. ¿Acaso había visto a alguien? De ser así, tenía que haber sido alguien procedente de América, porque llevaba demasiado poco tiempo en nuestro país como para que alguien hubiera podido adquirir tal influencia sobre ella que su mera visión la indujera a cambiar tan radicalmente de planes. Como ve, ya hemos llegado, por un proceso de exclusión, a la idea de que la novia había visto a un americano. ¿Quién podía ser este americano, y por qué ejercía tanta influencia sobre ella? Podía tratarse de un amante; o podía tratarse de un marido. Sabíamos que había pasado su juventud en ambientes muy rudos y en condiciones poco normales. Hasta aquí había llegado antes de escuchar el relato de lord St. Simon. Cuando éste nos habló de un hombre en un reclinatorio, del cambio de humor de la novia, del truco tan transparente de recoger una nota dejando caer un ramo de flores, de la conversación con la doncella y confidente, y de la significativa alusión a «pisarle la licencia a otro», que en la jerga de los mineros significa apoderarse de lo que otro ha reclamado con anterioridad, la situación se me hizo absolutamente clara. Ella se había fugado con un hombre, y este hombre tenía que ser un amante o un marido anterior; lo más probable parecía lo último.

-¿Y cómo demonios consiguió usted localizarlos?

-Podría haber resultado difícil, pero el amigo Lestrade tenía en sus manos una información cuyo valor desconocía. Las iniciales, desde luego, eran muy importantes, pero aún más importante era saber qué hacía menos de una semana que nuestro hombre había pagado su cuenta en uno de los hoteles más selectos de Londres.

-¿De dónde sacó lo de selecto?

-Por lo selecto de los precios. Ocho chelines por una cama y ocho peniques por una copa de jerez indicaban que se trataba de uno de los hoteles más caros de Londres. No hay muchos que cobren esos precios. En el segundo que visité, en Northumberland Avenue, pude ver en el libro de registros que el señor Francis H. Moulton, caballero norteamericano, se había marchado el día anterior; y al examinar su factura, me encontré con las mismas cuentas que habíamos visto en la copia. Había dejado dicho que se le enviara la correspondencia al 226 de Gordon Square, así que allá me encaminé, tuve la suerte de encontrar en casa a la pareja de enamorados y me atreví a ofrecerles algunos consejos paternales, indicándoles que sería mucho mejor, en todos los aspectos, que aclararan un poco su situación, tanto al público en general como a lord St. Simon en particular. Los invité a que se encontraran aquí con él y, como ve, conseguí que también él acudiera a la cita.

-Pero con resultados no demasiado buenos -comenté yo-. Desde luego, la conducta del caballero no ha sido muy elegante.

-¡Ah, Watson! -dijo Holmes sonriendo-. Puede que tampoco usted se comportara muy elegantemente si, después de todo el trabajo que representa echarse novia y casarse, se encontrara privado en un instante de esposa y de fortuna. Creo que debemos ser clementes al juzgar a lord St. Simon, y dar gracias a nuestra buena estrella, porque no es probable que lleguemos a encontrarnos en su misma situación. Acerque su silla y páseme el violín; el único problema que aún nos queda por resolver es cómo pasar estas aburridas veladas de otoño."[19]

"Una vieja máxima mía dice que, cuando has eliminado lo imposible, lo que queda, por muy improbable que parezca, tiene que ser la verdad."[20]

"-El hombre que ama el arte por el arte -comentó Sherlock Holmes, dejando a un lado la hoja de anuncios del Daily Telegraph– suele encontrar los placeres más intensos en sus manifestaciones más humildes y menos importantes. Me complace advertir, Watson, que hasta ahora ha captado usted esa gran verdad, y que en esas pequeñas crónicas de nuestros casos que ha tenido la bondad de redactar, debo decir que, embelleciéndolas en algunos puntos, no ha dado preferencia a las numerosas causes célebres y procesos sensacionales en los que he intervenido, sino más bien a incidentes que pueden haber sido triviales, pero que daban ocasión al empleo de las facultades de deducción y síntesis que he convertido en mi especialidad."

…….

Quizá se haya equivocado al intentar añadir color y vida a sus descripciones, en lugar de limitarse a exponer los sesudos razonamientos de causa a efecto, que son en realidad lo único verdaderamente digno de mención del asunto.

……

-No, no es cuestión de vanidad o egoísmo -dijo él, respondiendo, como tenía por costumbre, a mis pensamientos más que a mis palabras-. Si reclamo plena justicia para mi arte, es porque se trata de algo impersonal… algo que está más allá de mí mismo. El delito es algo corriente. La lógica es una rareza. Por tanto, hay que poner el acento en la lógica y no en el delito. Usted ha degradado lo que debía haber sido un curso académico, reduciéndolo a una serie de cuentos.

……..

-Psé. Querido amigo, ¿qué le importan al público, al gran público despistado, que sería incapaz de distinguir a un tejedor por sus dientes o a un cajista de imprenta por su pulgar izquierdo, los matices más delicados del análisis y la deducción?"[21]

"Así fue como me encontré yo, una hora más tarde, en el rincón de un coche de primera clase, en route hacia Exeter, a toda velocidad, mientras Sherlock Holmes, con su cara, angulosa y ávida, enmarcada por una gorra de viaje con orejeras, se chapuzaba rápidamente, uno tras otro, en el paquete de periódicos recién puestos a la venta, que había comprado en Paddington. Habíamos dejado ya muy atrás a Reading cuando tiró el último de todos debajo del asiento, y me ofreció su petaca.

-Llevamos buena marcha -dijo, mirando por la ventanilla y fijándose en su reloj-. En este momento marchamos a cincuenta y tres millas y media por hora.

-No me he fijado en los postes que marcan los cuartos de milla -le contesté.

-Ni yo tampoco. Pero en esta línea los del telégrafo están espaciados a sesenta yardas el uno del otro, y el cálculo es sencillo.[22] ¿Habrá leído ya usted algo, me imagino, sobre ese asunto del asesinato de John Straker y de la desaparición de Silver Blaze?"[23]

"Cierto día, en los comienzos de la primavera, llegó hasta el extremo de holgarse dando conmigo un paseo por el Park, en el que los primeros blandos brotes de verde asomaban en las ramas de los olmos y las pegajosas moharras de los castaños comenzaban a romperse y dejar paso a sus hojas quíntuples. Vagabundeamos juntos por espacio de dos horas, en silencio la mayor parte del tiempo, como cumple a dos hombres que se conocen íntimamente. Eran casi las cinco cuando nos hallábamos otra vez en Baker Street.

-Con permiso, señor -nos dijo el muchacho, al abrirnos la puerta-. Estuvo un caballero preguntando por usted.

Holmes me dirigió una mirada cargada de reproches, y me dijo:

-Se acabaron los paseos vespertinos. ¿De modo que ese caballero se marchó?

-Sí, señor.

-¿le invitaste a entrar?

-Sí, señor. El entró.

-¿cuánto tiempo estuvo esperando?

-Media hora, señor. Estaba muy inquieto, señor, y no hizo otra cosa que pasearse y patalear mientras permaneció aquí. Yo le oí porque estaba de guardia del lado de acá de la puerta. Finalmente, salió al pasillo, y me gritó: «¿No va a venir nunca ese hombre?» Esas fueron sus mismas palabras, señor. «Bastará con que espere usted un poquito más», le dije. «Pues entonces, esperaré al aire libre, porque me siento medio ahogado -me contestó-. Volveré dentro de poco.» Y dicho esto, se levanta y se marcha, sin que nada de lo que yo le decía fuese capaz de retenerlo.

-Bueno, bueno; has obrado lo mejor que podías -dijo Holmes, cuando entrábamos en nuestra habitación-. Sin embargo, Watson, esto me molesta mucho, porque necesitaba perentoriamente un caso, y, a juzgar por la impaciencia de este hombre, se diría que el de ahora es importante. ¡Hola! Esa pipa que hay encima de la mesa no es la de usted. Con seguridad que él se la dejó aquí. Es una bonita pipa de eglantina, con una larga boquilla de eso que los tabaqueros llaman ámbar. Yo me pregunto cuántas boquillas de ámbar auténtico habrá en Londres. Hay quienes toman como demostración de que lo es el que haya una mosca dentro de la masa. Pero eso de meter falsas moscas en la masa del falso ámbar es casi una rama del comercio. Bueno, muy turbado estaba el espíritu de ese hombre para olvidarse de una pipa a la que es evidente que él tiene en gran aprecio.

-¿Cómo sabe usted que él la tiene en gran aprecio? -le pregunté.

-Veamos. Yo calculo que el precio primitivo de la pipa es de siete chelines y seis peniques. Fíjese ahora en que ha sido arreglada dos veces: la una, en la parte de madera de la boquilla, y la otra, en la parte de ámbar. Las dos composturas, hechas con aros de plata, como puede usted ver, le han tenido que costar más que la pipa cuando la compró. Un hombre que prefiere remendar la pipa a comprar una nueva con el mismo dinero, es que la aprecia en mucho.

-¿Nada más? -le pregunté, porque Holmes daba vueltas a la pipa en su mano y la examinaba con la expresión pensativa característica en él.

Holmes levantó en alto la pipa y la golpeó con su dedo índice, largo y delgado, como pudiera hacerlo un profesor que está dando una lección sobre un hueso.

-Las pipas ofrecen en ocasiones un interés extraordinario -dijo-. No hay nada, fuera de los relojes y de los cordones de las botas, que tenga mayor individualidad. Sin embargo, las indicaciones que hay en ésta no son muy importantes ni muy marcadas. El propietario de la misma es, evidentemente, un hombre musculoso, zurdo, de muy, buena dentadura, despreocupado y que no necesita ser económico.

Mi amigo largó todos estos datos como al desgaire; pero me fijé en que me miraba con el rabillo del ojo para ver si yo seguía su razonamiento.

-¿De modo que usted considera como de buena posición a un hombre que emplea para fumar una pipa de siete chelines? -le pregunté.

-Este tabaco es la mezcla Grosvenor, y cuesta ocho peniques la onza -contestó Holmes, sacando a golpecitos una pequeña cantidad de la cazoleta sobre la palma de su mano-. Como es posible comprar tabaco excelente a la mitad de ese precio, está claro que no necesita economizar.

-¿Y los demás puntos de que habló?

-Este hombre tiene la costumbre de encender la pipa en las lámparas y en los picos de gas. Fíjese que está completamente chamuscada de arriba abajo por un lado. Claro está que esto no le habría ocurrido de haberla encendido con una cerilla. ¿Cómo va nadie a aplicar una cerilla al costado de su pipa? Pero no es posible encenderla en una lámpara sin que la cazoleta de la pipa resulte chamuscada. Esto le ocurre a esta pipa en el lado derecho, y de ello deduzco que este hombre es zurdo. Acerque usted su propia pipa a la lámpara y verá con qué naturalidad, usted, que es diestro, aplica el lado izquierdo a la llama Es posible que le ocurra una vez hacer lo contrario, pero no constantemente. Esta pipa ha sido aplicada siempre de esa forma. Además, los dientes del fumador han penetrado en el ámbar. Esto denota que se trata de un hombre musculoso, enérgico y con buena dentadura Pero, si no me equivoco, le oigo subir por las escaleras, de manera que vamos a tener algo más interesante que su pipa como tema de estudio.

Un instante después se abrió la puerta y entró un hombre alto y joven. Vestía traje correcto, pero poco llamativo, de color gris oscuro, y llevaba en la mano un sombrero pardo de fieltro, blando y de casco bajo. Yo le habría calculado unos treinta años, aunque, en realidad, tenía alguno más.

-Ustedes perdonen -dijo con cierto embarazo-. Me olvidé de llamar. Sí, porque debí haber llamado. La verdad es que estoy un poco trastornado, y pueden ustedes atribuirlo a eso.

Se pasó la mano por la frente como quien está medio aturdido, y, acto continuo, se dejó caer en la silla, más bien que se sentó.

-Veo que usted lleva una o dos noches sin dormir -le dijo Holmes con su simpática familiaridad-. El no dormir agota los nervios más que el trabajo, y aún más que el placer. ¿En qué puedo servir a usted?

-Quería que me diese consejo. No sé qué hacer, y parece como si mi vida se hubiese hecho pedazos.

-¿Desea usted emplearme como detective consultor?

-No es eso sólo. Necesito su opinión de hombre de buen criterio…, de hombre de mundo. Necesito saber qué pasos tengo que dar inmediatamente. ¡Quiera Dios que usted pueda decírmelo!

Se expresaba en estallidos cortos, secos y nerviosos, y me pareció que incluso el hablar le resultaba doloroso, haciéndolo únicamente porque su voluntad se sobreponía a su tendencia.

-Se trata de un asunto muy delicado -dijo-. A uno le molesta tener que hablar a gentes extrañas de sus propios problemas domésticos. Es angustioso el discutir la conducta de mi propia mujer con dos hombres a los que no conocía hasta ahora. Es horrible tener que hacer semejante cosa. Pero yo he llegado al límite extremo de mis fuerzas, y necesito consejo.

-Mi querido señor Grant Munro… -empezó a decir Holmes.

Nuestro visitante se puso en pie de un salto, exclamando:

-¡Cómo! ¿Sabe usted cómo me llamo?

-Me permito apuntarle la idea de que cuando usted desee conservar el incógnito -le dijo Holmes, sonriente-, deje de escribir su nombre en el forro de su sombrero, o, si lo escribe, vuelva la parte exterior del caso hacia la persona con quien está usted hablando. Yo iba a decirle que mi amigo y yo hemos escuchado en esta habitación muchas confidencias extraordinarias y que hemos tenido la buena suerte de llevar la paz a muchas almas conturbadas. Confío en que nos será posible hacer lo mismo en favor de usted. Como quizá el tiempo pueda ser un factor importante, yo le ruego que me exponga sin más dilación todos los hechos referentes a su asunto."[24]

"-Mi querido Watson -dijo Holmes, entrando en la habitación-, estoy sumamente encantado de verlo. ¿Se ha recobrado ya por completo la señora Watson de sus pequeñas emociones relacionadas con nuestra aventura del Signo de los Cuatro?

-Gracias. Ella y yo nos encontramos muy bien -le dije, dándole un caluroso apretón de manos.

-Espero también -prosiguió él, sentándose en la mecedora -que las preocupaciones de la medicina activa no hayan borrado por completo el interés que usted solía tomarse por nuestros pequeños problemas deductivos.

-Todo lo contrario -le contesté-. Anoche mismo estuve revisando mis viejas notas y clasificando algunos de los resultados conseguidos por nosotros.

-Confío en que no dará usted por conclusa su colección.

-De ninguna manera. Nada me sería más grato que ser testigo de algunos hechos más de esa clase.

-¿Hoy, por ejemplo?

-Sí; hoy mismo, si así le parece.

-¿Aunque tuviera que ser en un lugar tan alejado de Londres como Birmingham?

-Desde luego, si usted lo desea.

-¿Y la clientela?

-Yo atiendo a la del médico vecino mío cuando él se ausenta, y él está siempre dispuesto a pagarme esa deuda.

-¡Pues entonces la cosa se presenta que ni de perlas! -dijo Holmes, recostándose en su silla y mirándome fijamente por entre sus párpados medio cerrados -. Por lo que veo, ha estado usted enfermo últimamente. Los catarros de verano resultan siempre algo molestos.

-La semana pasada tuve que recluirme en casa durante tres días, debido a un fuerte resfriado.

Pero estaba en la creencia de que ya no me quedaba rastro alguno del mismo.

-Así es, en efecto. Su aspecto es extraordinariamente fuerte.

-¿Cómo, pues, supo usted lo del catarro?

-Ya conoce usted mis métodos, querido compañero.

-¿De modo que usted lo adivinó por deducción?

-Desde luego.

-¿Y de qué lo dedujo?

-De sus zapatillas.

Yo bajé la vista para contemplar las nuevas zapatillas de charol que tenía puestas.

-Pero ¿cómo diablos?… -empecé a decir.

Holmes contestó a mi pregunta antes que yo la formulase, diciéndome:

-Calza usted zapatillas nuevas, y seguramente que no las lleva sino desde hace unas pocas semanas. Las suelas, que en este momento expone usted ante mi vista, se hallan levemente chamuscadas. Pensé por un instante que quizá se habían mojado y que al ponerlas a secar se quemaron. Pero veo cerca del empeine una pequeña etiqueta redonda con los jeroglíficos del vendedor. La humedad habría arrancado, como es natural, ese papel. Por consiguiente, usted había estado con los pies estirados hasta cerca del fuego, cosa que es difícil que una persona haga, ni siquiera en un mes de junio tan húmedo como este, estando en plena salud.

Al igual que todos los razonamientos de Holmes, este de ahora parecía sencillo una vez explicado. Leyó este pensamiento en mi cara, y se sonrió con un asomo de amargura.

-Me temo que, siempre que me explico, no hago sino venderme a mí mismo -dijo Holmes-. Los resultados impresionan mucho más cuando no se ven las causas. ¿De modo, pues, que está usted listo para venir a Birmingham?

-Desde luego. ¿De qué índole es el caso?

-Lo sabrá usted todo en el tren. Mi cliente está ahí fuera, esperando dentro de un coche de cuatro ruedas. ¿Puede usted venir ahora mismo?

-Dentro de un instante.

Garrapateé una carta para mi convecino, eché a correr luego escalera arriba para explicarle a mi mujer lo que ocurría, y me reuní con Holmes en el umbral de la puerta de la calle.

-¿De modo que su convecino es médico? -me preguntó, señalándome con un ademán de la cabeza la chapa de metal.

-Sí. Compró una clientela, lo mismo que hice yo.

-¿De algún médico que llevaba mucho tiempo ejerciendo?

-Igual que en el caso mío. Ambos se hallaban establecidos aquí desde que se construyeron las casas.

-Pero usted compró la mejor clientela, ¿verdad?

-Creo que sí. Pero ¿cómo lo sabe usted?

-Por los escalones de la puerta, muchacho. Los de usted están gastados en una profundidad de tres pulgadas más que los del otro. Pero este caballero que está dentro del coche es mi cliente, el señor Hall Pycroft. Permítame que lo presente a él. Cochero, arree a su caballo, porque tenemos el tiempo justo para llegar al tren."[25]

"»Una tarde, poco después de mi llegada, saboreábamos un vasito de oporto como remate de la cena, cuando el joven Trevor empezó a hablar acerca de aquellos hábitos de observación y deducción que yo ya había convertido en un sistema, aunque todavía no había reconocido el papel que habrían de desempeñar en mi vida. Evidentemente, el anciano creyó que su hijo exageraba en su descripción de un par de hechos triviales que yo había protagonizado.

»-Vamos, señor Holmes -me dijo, riéndose con ganas-, yo soy un excelente sujeto, si es que puede deducir algo de mí.

»-Temo que no haya gran cosa -contesté yo-. Pero podría sugerir que en los doce últimos meses ha temido usted algún ataque personal.

»La risa desapareció de sus labios y me miró con viva sorpresa.

»-Pues es la pura verdad -dijo-. Tú ya sabes, Víctor -añadió, volviéndose hacia su hijo-, que cuando dispersamos aquella pandilla de cazadores furtivos, juraron apuñalarnos, y de hecho sir Edward Hoby ha sido agredido. Desde entonces, yo siempre me he mantenido en guardia, pero no tengo la menor idea de cómo puede usted saberlo.

»-Tiene un bastón muy elegante, señor Trevor -respondí-. Por la inscripción, he observado que no hace más de un año que obra en su poder. Pero se ha tomado usted el trabajo de agujerear su puño y verter plomo derretido en el orificio, a fin de convertirlo en un arma formidable. He deducido que no tomaría tales precauciones si no temiera algún peligro.

»-¿Algo más? -preguntó, sonriendo.

»-En su juventud, usted practicó muchísimo el boxeo.

»-¡Ha acertado otra vez! ¿Y cómo lo ha sabido? ¿Acaso tengo la nariz algo desviada?

»-No -contesté-. Se trata de sus orejas. Presentan el aplastamiento y la hinchazón peculiares que delatan al boxeador.

»-¿Algo más?

»-A juzgar por sus callosidades, se ha dedicado de firme a cavar.

»-Gané todo mi dinero en los campos auríferos. »-También ha estado en Nueva Zelanda.

»-De nuevo ha acertado.

»-Ha visitado Japón.

»-Cierto.

»-Y ha estado usted íntimamente asociado con alguien cuyas iniciales eran J.A., una persona a la que después quiso olvidar por completo.

»El señor Trevor se levantó lentamente, clavó en mi sus grandes ojos azules con una mirada extraña, desenfocada, y acto seguido se desplomó, víctima de un profundo desmayo, sepultando la cara entre las cáscaras de nuez que cubrían el mantel.

»Puede imaginar, Watson, cuál fue la impresión que esto nos causó a su hijo y a mí. Sin embargo, el ataque no duró mucho, y cuando le desabrochamos el cuello de la camisa y rociamos su cara con el agua de un vaso, dio un par de boqueadas y se incorporó.

»-¡Ay, muchachos! -dijo, esforzándose en sonreír-. Espero no haberos dado un susto. Pese a parecer tan fuerte, hay un punto débil en mi corazón y no se necesita gran cosa para ponerme fuera de combate. No sé cómo se las arregla usted, señor Holmes, pero tengo la impresión de que todos los detectives de la realidad y la ficción serían como chiquillos en sus manos. Este es su camino en la vida, señor, y puede creer en las palabras de un hombre que ha visto un poco el mundo.

»Y esta recomendación, junto con la exagerada estimación de mis facultades que la precedió, fue, puede usted creerme, Watson, lo primero que me hizo pensar que cabía convertir en profesión lo que hasta entonces había sido mera afición. En aquel momento, sin embargo, a mí me preocupaba demasiado el súbito desvanecimiento de mi anfitrión para pensar en nada más.

»-Espero no haber dicho nada que le haya disgustado -murmure.

»-Desde luego, me ha tocado en un punto de lo más sensible. ¿Puedo preguntarle cómo lo sabe y qué es lo que sabe?

»Hablaba en un tono como medio en broma, pero en el fondo de sus ojos todavía había una expresión de terror.

»-No puede ser más sencillo -contesté-. Cuando se arremangó un brazo para meter aquel pez en la barca, vi que le habían tatuado «J.A.» en el brazo. Las letras todavía eran legibles, pero se veía bien a las claras, a juzgar por su apariencia borrosa y por el teñido de la piel a su alrededor, que se hablan hecho esfuerzos conducentes a su desaparición. Era obvio, pues, que en otro tiempo aquellas iniciales habían sido muy familiares y que, posteriormente, había querido olvidarlas.

»-¡Qué vista tiene usted, señor Holmes! -exclamó con un suspiro de alivio-. Es tal como usted dice, pero no hablaremos de ello. Entre todos los fantasmas, los de nuestros viejos amores son los peores. Venga a la sala de billar y fume tranquilamente un cigarro.

»A partir de aquel día, y a pesar de toda su cordialidad, siempre hubo una nota de suspicacia en la actitud del señor Trevor conmigo. Hasta su hijo se dio cuenta. «Le diste tal susto al jefe -me dijo- que nunca más volverá a estar seguro de lo que sabes y de lo que no sabes.»"[26]

"Una noche de verano, pocos meses después de casarme, estaba sentado ante mi chimenea, fumando una última pipa y dando cabezadas sobre una novela, pues mi jornada de trabajo había sido agotadora. Mi esposa había subido ya, y el ruido al cerrarse con llave la puerta de entrada, un rato antes, me indicó que también los sirvientes se habían retirado. Había abandonado mi asiento y estaba vaciando la ceniza de mi pipa, cuando oí de pronto un campanillazo.

Miré el reloj. Eran las doce menos cuarto. A una hora tan tardía no podía tratarse de un visitante.

Un paciente, desde luego, y posiblemente toda la noche en vela. Torciendo el gesto, me dirigí al recibidor y abrí la puerta. Con gran asombro por mi parte, era Sherlock Holmes quien se encontraba en la entrada.

-Vaya, Watson -dijo-, ya esperaba yo llegar a tiempo para encontrarle todavía levantado.

-Adelante, por favor, mi querido amigo.

-¡Parece sorprendido y no me extraña! ¡Y aliviado también, diría yo! ¡Hum! ¿O sea que todavía fuma aquella mezcla Arcadia de sus tiempos de soltero? Esta ceniza esponjosa en su chaqueta es inconfundible. Es fácil observar que estaba usted acostumbrado a vestir uniforme, Watson; nunca se le podrá tomar por un paisano de pura raza mientras conserve el hábito de guardar el pañuelo en su manga. ¿Puede darme alojamiento por esta noche?

-Con mucho gusto.

-Me dijo que tenía una habitación individual para soltero, y veo que en este momento no hay ningún visitante varón. Así lo proclaman los ganchos para sombreros en su perchero.

-Me complacerá mucho que se quede.

-Gracias. Llenaré, pues, un colgador vacante. Lamento ver que ha tenido un operario británico en casa. Los envía el demonio.

¿No sería un problema de desagües, espero?

-No, el gas.

-¡Ah! Ha dejado dos marcas de clavos de su bota en su linóleo, precisamente allí donde da la luz. No, gracias, he cenado algo en Waterloo, pero gustosamente fumaré una pipa con usted.

Le ofrecí mi bolsa de tabaco y él se sentó frente a mí; durante un rato fumé en silencio. Yo sabía perfectamente que sólo un asunto de importancia podía haberle traído a mi casa a semejante hora, de modo que esperé con paciencia que decidiera abordarlo.

-Veo que en estos momentos está muy ocupado profesionalmente -comentó, dirigiéndome una mirada penetrante.

-Sí, he tenido un día atareado -contesté-. Tal vez a usted le parezca una necedad -añadí-, pero de hecho no sé cómo lo ha podido deducir.

Holmes se rió para sus adentros.

-Tengo la ventaja de conocer sus costumbres, mi querido Watson -dijo-. Cuando su ronda es breve va usted a pie, y cuando es larga toma un coche de alquiler. Ya que percibo que sus botas, aunque usadas, nada tienen de sucias, no me cabe duda de que últimamente su trabajo ha justificado tomar el coche.

-¡Excelente! -exclame.

-Elemental -dijo él-."[27]

"Yo estaba cansado de nuestra pequeña sala de estar y asentí con placer, mientras me protegía del aire nocturno con una bufanda subida hasta la nariz. Durante tres horas caminamos los dos, observando el caleidoscopio siempre cambiante de la vida, con sus mareas menguante y creciente a lo largo de Fleet Street y del Strand. Holmes se había despojado de su malhumor temporal, y su conversación característica, con su aguda observación de los detalles y sutil capacidad deductiva, me mantenía divertido y subyugado. Dieron las diez antes de que llegáramos a Baker Street. Un brougham esperaba ante nuestra puerta.

-¡Hum! Un médico… y de medicina general, según veo -comentó Holmes-. No lleva largo tiempo en el oficio, pero tiene mucho trabajo. ¡Supongo que ha venido a consultarnos! ¡Es una suerte que hayamos vuelto!

Yo estaba suficientemente familiarizado con los métodos de Holmes para poder seguir su razonamiento, y ver que la índole y el estado de los diversos instrumentos médicos en el cesto de mimbre colgado junto al farolillo dentro del coche le había proporcionado los datos para su rápida deducción. La luz de nuestra ventana, arriba, denotaba que esta tardía visita nos estaba efectivamente dedicada. Con cierta curiosidad respecto a qué podía habernos enviado un colega médico a semejantes horas, seguí a Holmes hasta nuestro sanctum.

Un hombre de cara pálida y flaca, con rubias patillas, se levantó de su asiento junto al fuego apenas entramos nosotros. Su edad tal vez no rebasara los treinta y tres o treinta y cuatro años, pero su semblante ojeroso y el color poco saludable de su tez indicaban una existencia que le había minado el vigor y le había despojado de su juventud. Sus ademanes eran tímidos y nerviosos, como los de un hombre muy sensible, y la mano blanca y delgada que apoyaba en la repisa de la chimenea era la de un artista más bien que la de un cirujano. Su indumentaria era discreta y oscura: levita negra, pantalones gris marengo y un toque de color en su corbata.

-Buenas noches, doctor -le saludó Holmes afablemente-. Me tranquiliza ver que sólo lleva unos minutos esperando.

-¿Ha hablado con mi cochero, pues?

-No, me lo ha dicho la vela en la mesa lateral. Le ruego que vuelva a sentarse y me haga saber en qué puedo servirle."[28]

"-Los dos hombres se sentaron junto a la ventana mirador del club-. Este es el lugar adecuado para todo aquél que quiera estudiar la humanidad -dijo Mycroft-. ¡Mira qué tipos tan magníficos!

Fíjate, por ejemplo, en esos dos hombres que vienen hacia nosotros.

-¿El jugador de billar y el otro?

-Precisamente. ¿Qué sacas en limpio del otro?

Los dos hombres se habían detenido frente a la ventana. Unas marcas de yeso sobre el bolsillo del chaleco eran las únicas señales de billar que pude ver en uno de ellos. El otro era un individuo bajo y muy moreno, con el sombrero echado hacia atrás y varios paquetes bajo el brazo.

-Un militar veterano, por lo que veo -dijo Sherlock.

-Y licenciado hace muy poco tiempo -observó su hermano-. Con graduación de suboficial.

-Artillería Real, diría yo -señaló Sherlock.

-Y viudo.

-Pero con un crío de poca edad.

-Críos, muchacho, críos.

-Vamos -exclamé yo, riéndome-, creo que esto ya es demasiado.

-Seguramente -repuso Holmes- no sea tan difícil decir que un hombre con este porte, una expresión de autoridad y una piel tostada por el sol es un militar, algo más que soldado raso y que ha llegado de la India no hace mucho tiempo.

-Que ha dejado el servicio hace poco lo demuestra el hecho de que todavía lleve sus «botas de munición», como suelen llamarlas -observó Mycroft.

-No tiene el paso inseguro del soldado de caballería y, sin embargo, llevaba su gorra inclinada a un lado, como lo demuestra la piel más clara en ese lado de la frente. Su peso no es el propio del soldado de ingenieros. Ha servido en artillería.

-Y, desde luego, su luto riguroso muestra que ha perdido a un ser muy querido. El hecho de que haga él mismo sus compras da a entender que se trató de su esposa. Observa que ha estado comprando cosas para los chiquillos. Lleva un sonajero, lo que indica que uno de ellos es muy pequeño. Probablemente su mujer muriera al dar a luz. Y el hecho de que lleve bajo el brazo un cuaderno para pintar denota que hay otro pequeño en el que ha de pensar.

Empecé a comprender lo que quería decir mi amigo al asegurar que su hermano poseía unas facultades todavía más notables que las suyas. Me miró de soslayo y sonrió. Mycroft tomó un poco de rapé de una cajita de concha y sacudió el polvillo caído en su chaqueta, con ayuda de un gran pañuelo de seda roja."[29]

"Tras expresar su excéntrica protesta, Sherlock Holmes se arrellanó en su sillón, y estaba desplegando el periódico de la mañana con aire despreocupado cuando a ambos nos sobresaltó un tremendo campanillazo en la puerta, seguido de inmediato por un fuerte repiqueteo, como si alguien estuviera aporreando con los puños la puerta de la calle. Cuando ésta se abrió, oímos una ruidosa carrera a través del vestíbulo v unos pasos que subían a toda prisa las escaleras. Un instante después, irrumpía en nuestra habitación un joven excitadísimo, con los ojos desorbitados, desmelenado y jadeante. Nos miró primero al uno y luego al otro, y al advertir nuestras miradas inquisitivas cayó en la cuenta de que debía ofrecer algún tipo de excusas por su desaforada entrada.

-Lo siento, señor Holmes -exclamó-. Le ruego que no se ofenda. Estoy a punto de volverme loco. Señor Holmes, soy el desdichado John Hector McFarlane.

Hizo esta presentación como si sólo con el nombre bastara para explicar su visita y sus modales, pero por el rostro impasible de mi compañero me di cuenta de que aquello le decía tan poco a él como a mí.

-Tome un cigarrillo, señor McFarlane -dijo Holmes, empujando su pitillera hacia él-. Estoy seguro de que, a la vista de sus síntomas, mi amigo el doctor Watson le recomendaría un sedante. Ha hecho tanto calor estos últimos días… Ahora, si se siente usted más tranquilo, le agradecería que tomara asiento en esa silla y nos contara muy despacio y con mucha calma quién es usted y qué desea. Ha pronunciado usted su nombre como si yo tuviera necesariamente que conocerlo, pero le aseguro que, aparte de los hechos evidentes de que es usted soltero, procurador, masón y asmático, no sé nada en absoluto de usted.

Habituado como estaba a los métodos de mi amigo, no me resultó difícil seguir sus deducciones y observar el atuendo descuidado, el legajo de documentos legales, el amuleto del reloj y la respiración jadeante en que se había basado. Sin embargo, nuestro cliente se quedó boquiabierto.

………..

Holmes había recogido las hojas que formaban el borrador del testamento y las estaba examinando, con el más vivo interés reflejado en su rostro.

-Este documento tiene su miga, ¿no cree usted, Lestrade? -dijo, pasándole los papeles.

El inspector los miró con expresión de desconcierto.

-Las primeras líneas se leen bien, y también éstas del centro de la segunda página, y una o dos al final. Tan claro como si fuera letra de imprenta -dijo-. Pero entre medias está muy mal escrito, y hay tres partes donde no se entiende nada.

-¿Y qué saca de eso? -preguntó Holmes.

-Bueno, ¿qué saca usted?

-Que se escribió en un tren; la buena letra corresponde a las estaciones, la mala letra al tren en movimiento, y la malísima al paso por los cambios de agujas. Un experto científico dictaminaría en el acto que se escribió en una línea suburbana, ya que sólo en las proximidades de una gran ciudad puede haber una sucesión tan rápida de cambios de agujas. Si suponemos que la redacción del testamento ocupó todo el viaje, entonces se trataba de un tren expreso, que sólo se detuvo una vez entre Norwood y el Puente de Londres.

Lestrade se echó a reír.

-Me abruma usted cuando empieza con sus teorías, señor Holmes -dijo-. ¿Qué relación tiene esto con el caso?"[30]

"Holmes llevaba varias horas sentado en silencio, con su larga y delgada espalda doblada sobre un recipiente químico en el que hervía un preparado particularmente maloliente. Tenía la cabeza caída sobre el pecho y, desde donde yo lo miraba, parecía un pajarraco larguirucho, con plumaje gris mate y un copete negro.

-Y bien, Watson -dijo de repente-, ¿de modo que no piensa usted invertir en valores sudafricanos?

Di un respingo de sorpresa. Aunque estaba acostumbrado a las asombrosas facultades de Holmes, aquella repentina intromisión en mis pensamientos más íntimos resultaba completamente inexplicable.

-¿Cómo demonios sabe usted eso?- pregunté.

Holmes dio media vuelta sin levantarse de su banqueta, con un humeante tubo de ensayo en la mano y un brillo burlón en sus hundidos ojos.

-Vamos, Watson, confiese que se ha quedado completamente estupefacto.

-Así es.

-Debería hacerle firmar un papel reconociéndolo.

-¿Por qué?

-Porque dentro de cinco minutos dirá usted que todo era sencillísimo.

-Estoy seguro de que no diré nada semejante.

-Verá usted, querido Watson -colocó el tubo de ensayo en su soporte y comenzó a disertar con el aire de un profesor dirigiéndose a su clase-, la verdad es que no resulta muy difícil construir una cadena de inferencias, cada una de las cuales depende de la anterior y es, en sí misma, muy sencilla.

Si después de hacer eso se suprimen todas las inferencias intermedias y sólo se le presentan al público el punto de partida v la conclusión, se puede conseguir un efecto sorprendente, aunque puede que un tanto chabacano. Pues bien: lo cierto es que no resultó muy difícil, con sólo inspeccionar el surco que separa su dedo pulgar del índice, deducir con toda seguridad que no tiene usted intención de invertir su modesto capital en las minas de oro.

-No veo ninguna relación.

-Seguro que no; pero se la voy a hacer ver en seguida. He aquí los eslabones que faltan en la sencillísima cadena: Uno: cuando regresó anoche del club, tenía usted tiza entre el dedo pulgar y el índice. Dos: Usted se aplica tiza en ese lugar cuando juega al billar, para dirigir el taco. Tres: Usted no juega al billar más que con Thurston. Cuatro: Hace cuatro semanas, me dijo usted que Thurston tenía una opción para comprar ciertas acciones sudafricanas, que expiraría al cabo de un mes y que deseaba compartir con usted. Cinco: Su talonario de cheques está guardado en mi escritorio y no me ha pedido usted la llave. Seis: Por tanto, no tiene usted intención de invertir su dinero en este negocio.

-¡Pero si es sencillísimo! -exclamé.

-Ya lo creo -dijo él, un poco escocido-. Todos los problemas le parecen infantiles después de que se los hayan explicado. Pues aquí tiene uno sin explicación. A ver qué saca usted de esto, amigo Watson."[31]

"Mi amigo, que valoraba la precisión y concentración del pensamiento por encima de todas las cosas, no soportaba que nada distrajera su atención del asunto que se traía entre manos. Sin embargo, so pena de incurrir en grosería, lo cual no hubiera sido propio de él, resultaba imposible negarse a escuchar la historia de aquella mujer joven y guapa, alta, simpática y distinguida, que se presentó en Baker Street a última hora de la tarde, solicitando su ayuda y consejo. De nada sirvió insistir en que se encontraba completamente ocupado, ya que la joven había venido absolutamente decidida a contar su historia, y resultaba evidente que sólo por la fuerza podríamos sacarla de la habitación antes de que lo hubiera hecho. Con expresión resignada y una cierta sonrisa de fastidio, Holmes rogó a la bella intrusa que tomara asiento y nos informara de aquello que tanto la preocupaba.

-Al menos, sabemos que no se trata de su salud -dijo, clavando en ella sus penetrantes ojos-. Una ciclista tan entusiasta debe estar rebosante de energía.

La joven, sorprendida, se miró los pies, y yo pude observar la ligera rozadura producida en un lado de la suela por la fricción con el borde del pedal.

-Sí, señor Holmes, monto mucho en bicicleta, y eso tiene algo que ver con esta visita que le hago.

Mi amigo tomó la mano sin guante de la joven y la examinó con tanta atención y tan poco sentimiento como un científico examinando una muestra.

Partes: 1, 2, 3
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