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Narrativa sobre el origen de la autocracia en la "Patria Vieja" del Paraguay

Enviado por José Dardón


Partes: 1, 2, 3
Monografía destacada
  1. Prologo
  2. Antecedentes (siglos XV-XVIII)
  3. El carácter mestizo del Paraguay colonial
  4. El sustrato de las misiones jesuíticas
  5. Independencia y utopía francista (1814-1840)
  6. Junta de mayo de 1811: La emancipación de facto
  7. La autarquía paraguaya
  8. La "dinastía" de los López: Apertura al exterior (1840-1863)
  9. Establecimiento de relaciones internacionales
  10. Situación ante bellum en el Plata (1862-1864)
  11. López Carrillo y su política exterior
  12. Primera etapa bélica: El ímpetu paraguayo (1864-1865)
  13. Invasión al remoto Mato Grosso
  14. La invasión paraguaya a Corrientes
  15. El nefasta invasión a Río Grande do Sul
  16. Tercera etapa bélica: La contraofensiva aliada (1865-1866)
  17. El impacto de la ocupación militar paraguaya.
  18. López se queda sin flota y sin <aliados>.
  19. Expulsión de los invasores paraguayos de Corrientes.
  20. Tercera etapa bélica: Se inicia el suicidio nacional (1866-1868)
  21. El desastre de Curupaytí y el armisticio temporal.
  22. Con pocos recursos, los paraguayos siguen ciegamente a Karaí Guazú.
  23. Bibliografía

Prologo

Como muchos de los conflictos decimonónicos la guerra de la Triple Alianza tuvo —fuera de la región platina sudamericana—poca repercusión y vigencia mediática en las naciones donde se conoció de primera mano. En aquel entonces, la mayor parte de países de la América latina se hallaba en el lento proceso de consolidación de sus estados nación, pasó que les permitieran echar a andar sus correspondientes ventajas comparativas dentro del mercado mundial. Pero en otros casos, la situación geográfica, la dimensión y los rasgos culturales de su población, condicionaron significativamente su particular sistema económico, político y social; en cuyo caso, la apertura de mercados externos —premisa universal del cooperación social —, no se condescendió durante décadas, puesto que esta condición no cuadraba dentro de los proyectos de nación independiente que sus gobernantes intentaban sostener. Una de estas autarquías —cuyas raíces se pierden en la protohistoria—, es hoy todo hito histórico para ciertos sectores de pensamiento colectivista —sean de derecha o de izquierda—, cual paradigma a seguir en prosecución de alcanzar el siempre escurridizo y maleable concepto de bien común.

Desde el segundo congreso nacional de 1816, cuando se organiza el consulado republicano del Dr. Gaspar de Francia hasta la sangrienta muerte del mariscal Solano López en 1870 a manos brasileñas, el Paraguay fue una nación regida por verdaderos autócratas. Tanto el antedicho Doctor Francia, como su sucesor Antonio López, disfrutaron de una formación académica ilustrada—rasgo poco común en la sociedad paraguaya a principios del siglo XIX—, misma que se redituó en prestigio social y político cuando se manifestó el momento correcto para alcanzar el poder. En el caso de Solano López, hijo primogénito del último, si bien tuvo una educación digna de cualquier príncipe delfín, carecía de la pericia y serenidad política del padre. No obstante, como fiel discípulo de Federico el Grande y de Napoleón Bonaparte, su frenética determinación y espíritu emprendedores, fueron los motores que lo arrastraron junto a su familia y demás <súbditos> a un tenebroso y profundo abismo en el que cupieron todos los paraguayos, sin importar sexo, edad, étnica ni condición social.

El resultado final, un páramo masculino donde viudas, ancianos y huérfanos, cuales espectros vagaron errantes durante años en las llanuras y las colinas orientales y mas allá de sus fronteras.

Este espectáculo desgarrador —desde la perspectiva del autor— junto con otras tragedias de esta época, constituye un presagio en pequeña escala de la locura de los totalitarismos que arrasaría el viejo continente dos generaciones más tarde. Sin desestimar el terrible precio que por su independencia pagó esta nación enclavada en el corazón de la América del Sur, las causas —en apariencia— de este inexplicable sacrificio humano han sido poco estudiados o mejor dicho, han quedado relegados a un segundo o tercer plano. Sea estas para evitar amargas contradicciones en el mito fundacional o simplemente para remedar una agenda política saturada de juicios de valor y carente de argumentos apropiados para defender causas descabelladas, el fondo del asunto referente a la <Guerra Guazú>, como es conocida en la tradición oral de los paraguayos, es mucho más complejo que la lucha entre opuestos que la historiografía tradicional y moderna continúan esgrimiendo a casi ciento cincuenta años de concluida la contienda.

El presente trabajo intento llegar a la raíz del mismo, indagando sobre los tipos de organización política, social y religiosa de los guaraníes, arrojados en las crónicas de los primeros exploradores europeos y la tradición oral. También es importante apuntar la particular fusión cultural, producto del mestizaje entre guaraníes y españoles en este rincón del Plata. Importantísimo es resaltar el aprovechamiento y preservación del la normativa consuetudinaria y corpus lingüístico de las tribus externas a la influencia de Asunción por parte de los misioneros jesuitas en sus tierras ancestrales, el rudo contacto con los colonos portugueses, su progenie bandeirante y la furiosa reacción comunera de los españoles asuncenos contra el poder de la monarquía española enclavada en Buenos Aires y contra los mismos sacerdotes de la Compañía de Jesús, buscando su pronta expulsión.

Estos factores vinieron a converger en dos eventos separados pero íntimamente relacionados: la declaración de facto de la gobernación paraguaya frente a cualquier poder externo que no fueran los propios paraguayos y la incorporación de indígenas misionales, culturalmente superiores a sus vecinos tribales mas bélicos—, con las capas populares de la sociedad española-mestiza del Paraguay desde la expulsión jesuítica en 1753 hasta la eliminación de la figura nativa en el censo de 1843. La homogenización tacita de la sociedad paraguaya junto con un sistema de valores ancestrales, tanto guaraníes como hispánicos, permitió que los elementos culturales coloniales perduraran por más tiempo que otras sociedades latinoamericanas, donde las guerras de independencia fueron el causante de la drástica alteración del orden social, político y económico propios del imperio español.

El estado paraguayo, en consecuencia se convirtió en un ente anacrónico ajeno a los cambios de la geopolítica regional y mundial, donde los estados mayores tenían sus propios intereses al frente de lo que veían como una perniciosa anomalía, que en muchos sentidos —efectivamente— era a la nación paraguaya, que mas allá de la dicotomía liberales, unitarios y civilización versus conservadores, federalista y barbarie, el dilema paraguayo bajo la óptica de sus contemporáneos argentinos, uruguayos y brasileños era una entidad completamente absolutista y estatista, de mentalidad anquilosada pero inquietantemente peligrosa y en última instancia, proclive al expansionismo imperial.

Por a la magnitud del trabajo al tratar de explicar los puntos antes enumerado, el tema central del escrito se centró en las causas y efectos de la política exterior paraguaya sobre los pueblos del Plata y la contundente respuesta de la triple alianza. Esta última, más que de naciones fue de ciudades y facciones hegemónicas regionales y políticas, dada las dificultades de sostener con el esfuerzo nacional dicho conflicto, con el trágico desenlace de la batalla de Curupaytí a finales de 1866. Quedará pendiente la continuación de la guerra a principios de 1868 hasta el final de la expedición punitiva de la Triple alianza a mediados de 1870 en el noreste paraguayo.

Antecedentes (siglos XV-XVIII)

La primitiva jerarquía social guaraní

Las distintas tribus conformaban la nación guaranítica originalmente constituían un pueblo en la transición de nómada a agrícola con una particular visión mística del mundo. Su migración primigenia se estima inició en algún punto del siglo XV, teniendo como punto de partida la región alrededor de la desembocadura del río Amazonas, siendo su destino la cuenca del Rio de la Plata. Al llegar se concentraron principalmente en la región de la Mesopotamia platense y sus tierras adyacentes, entre los ríos Pilcomayo, Paraguay, Uruguay y Paraná, alcanzando a mediados del siglo XVI,1 tanto los confines septentrionales del Gran Chaco Boreal, como su límite meridional en las islas del delta paranaense.2 A lo largo de su recorrido, quienes permanecieron en los humedales del Mato Grosso así como los que siguieron hacia las llanuras chaqueñas continuaron con una existencia errabunda como recolectores-cazadores, propia de sus antepasados. Quienes finalmente se convirtieron en agricultores permanentes, se quedaron en las fértiles tierras mediterráneas, bañadas por los grandes ríos meridionales de la América del Sur, de lo que más tarde serian la Gobernación del Paraguay.

En tiempos de las primeras contactos con los exploradores europeos (c.1515-1536), las tribus guaraníes llevaban muchas generaciones organizadas bajo una suerte de <confederación teocrática>, distribuida en asientos permanentes llamados tekuas o villas. Estas se conformaban en un conjunto de casas comunales —albergando entre 10 a 15 familias—, unidas por fuertes lazos consanguíneos, religiosos e idiomáticos en común. Los caciques de estas poblaciones periódicamente realizaban alianzas temporales entre si, en función al manejo de los recursos naturales y económicos disponibles en esta región platina, donde la fe y la agricultura intensiva eran el común denominador de la nación guaranítica.3 Para mediados del siglo XVI, se ha determinado que la población guaraní era de entre 300,000 a 400,000 personas viviendo en el Cono Sur.

A lo largo de su periodo precolombino de migración y asentamiento, los karai-guazu (o sacerdotes-profetas panguaraníticos) desarrollaron un sistema de creencias donde instaban a la constante búsqueda de Yvy Marãe"? —la Tierra sin Maldad—, una paraíso terrenal donde <no existirá ningún castigo, [ni] desventuras, ni [padecimientos], nada se destruirá>4 que solo podría alcanzarse a través de la correcta convivencia en comunidad y el seguimiento de ciertas pautas culturales. En este orden de ideas, el principio de su cosmovisión, el Ñanderuguazú —Nuestro Gran Padre —, así como los mitos cosmogónicos y escatológicos de la creación y destrucción de los tres mundos, constituían la senda del aguyé, o estado de perfección espiritual —originalmente obtenido a través del canibalismo—. Todo este bagaje de creencias sentaría la base de profundos cambios en la organización posterior de la región.

El carácter mestizo del Paraguay colonial

La peculiar relación entre los guaraníes y los castellanos quedo establecida desde los días de los primeros establecimientos a lo largo del río Paraguay, en especial la fundación de la primera ciudad española en el corazón del continente. <Nuestra Señora de la Divina Asunción del Paraguay> fue fundada en 1537 por Juan Salazar de Espinosa (1508-1560) y Gonzalo de Mendoza (s.f.-1558), en el fuerte militar anteriormente establecido el 15 de agosto 1536 por Juan de Ayólas (c.1498-1538), teniente de Pedro de Mendoza (c.1487-1537), mientras realizaba la exploración del rio Paraguay buscando las vastas riquezas auríferas y argentíferas situadas en <tierras del Inca>, al poniente de los dominios guaraníes.5 Desde aquí partirían todas las expediciones para consolidar el poder español en las tierras más meridionales donde los incas no lograron extender su domino. El capitán Domingo Martínez de Irala (c.1487-1537), desde 1538, segundo al mando de la expedición de Ayólas, gobernador interino de la Provincia del Rio de la Plata, dándole ordenamiento y personería jurídica a los fueros municipales o comuneros —origen del peculiar rasgo autonómico de la región sumando su aislamiento geográfico—, repartió propiedades a los muchos colonos asentados. Posteriormente este número aumentó tras la evacuación del fortín de <Santa María del Buen Ayre>, fomentando así la construcción de edificios públicos, la iglesia de la ciudad y sus murallas defensivas.

Tras la purga de los jefes guaraníes hostiles a los españoles en 1540, los españoles consolidaron su posición en la región y por medio de la diplomacia y la política de conciliación, se promovió la unión interracial entre hombres europeos y mujeres guaraníes, como símbolo de alianza entre los pueblos que lograron resolver sus diferencias en forma pacífica.6 De esta forma se liberó la tensión diplomática con los caciques leales quienes al jurar lealtad a la Corona española, se convirtieren en súbditos de Su Majestad Católica, con los derechos y obligaciones legales prescritos en las Leyes de Burgos7 y ratificadas posteriormente en las Leyes Nuevas. Desde este momento, el producto legíti mo del mestizaje ante la Corona así como ante la Iglesia, —que a diferencia de otros experimentos similares en el continente—, contribuyó a la preservación, por vía matrilineal, del idioma guaraní, marcó permanentemente el desenvolvimiento posterior de la nacionalidad paraguaya.

Desde el principio de la colonización castellana, el sistema de encomienda yanacona obligó las poblaciones indígenas —tanto aliadas como vencidas—a tomar residencia en el sitio de su elección; teniendo como fin el control político y fiscal de los sojuzgados. Como en otras partes del continente, las encomiendas —o reducciones— reunían a la población dispersa en pueblos de indios cuya cabeza era el cacique original de la tribu. Por contexto general de la colonización española, la discrecionalidad de la normativa jurídica, hubo excesos con las poblaciones, aun existiendo órdenes concretas de cómo tratar a los nativos (según sexo, edad y rango) en los repartimientos.8 Sin embargo, con el tiempo, esta institución evolucionó hacia una forma de autogestión, pues proveyó de labradores, sirvientes y esposas a la nueva sociedad paraguaya.

La comunidad hispánica del Paraguay colonial —que se autodenominó como española y jamás como criolla o mestiza9— se basó en la familia extendida, rasgo derivado de las antiguas sociedades indígenas.10 Dada a la inexistente migración de peninsulares —sobre todo mujeres— los mestizos alcanzaron un status quo superior al de otras partes en las Indias Occidentales. Debido a estas circunstancias, la evolución de la institución encomendera sufrió modificaciones en su funcionamiento, pues pasó de ser la unidad de explotación económica y cultural por excelencia, con el tiempo adquirió —dada su situación geográfica— matices de índole comercial, que con la aparente indiferencia de la autoridad colonial, tuvo ciertas relaciones de intercambio con determinados pueblos nativos fuera del dominio colonial, especialmente con los guaraníes.11

Cuando Álvar Núñez Cabeza de Vaca (c.1488-1557), veterano de la conquista de la Florida, llegó a Asunción como primer gobernador designado por el Consejo de Indias el 11 de marzo de 1541, trajo bajo el brazo las Leyes Nuevas con las que se fundó su gobierno, ordenando que se les diera a los nuevos súbditos indígenas el trato humano estipulado en la nueva legislación junto con su apropiada evangelización por parte de los encomenderos. La severidad legal y política con la que Cabeza de Vaca ejerció su gobierno estricto y justo —principalmente por la protección que prodigó a los guaraníes y demás naciones de indios sometidos a la Corona— origino zozobra entre los conquistadores. Esto dio lugar a profundas diferencias entre la autoridad colonial y los vecinos españoles, quienes durante todo el periodo colonial dieron muestras de un fuerte espíritu comunero. La ecuanimidad con que Cabeza de Vaca practicó su administración le costó cara, pues Martínez de Irala concretó una conspiración en 1544 junto con otros colonos descontentos. Finalmente deponen al gobernador y logran regresarlo a España.12 Esta clase de insubordinación de los españoles paraguayos hacia la Corona fue muy común, a lo largo de los siguientes dos siglos.

Durante todo el transcurso del siglo XVI y principios del XVII, los españoles paraguayos y sus aliados guaraníes lograron dominar buen parte de la región mediterránea, tanto por medios militares como acordando alianzas diplomáticas con los demás grupos, que tradicionalmente enemistados con los guaraníes optaron por sujetarse al poder de Asunción. Sin embargo, las ciudades fundadas en regiones remotas sobre el curso medio del Paraguay al norte (como la Villa de Concepción), las márgenes orientales del Paraná (como Villa de Ontibéros (sic), Ciudad Real de Guáyra), y la banda oriental del rio Uruguay (San Juan, San Vicente) sufrieron depredaciones por parte de las belicosas tribus ecuestres del Gran Chaco como los guaycurúes, payaguas y los charrúas de la banda oriental del Uruguay, así como los fieros tupies del litoral atlántico y los despiadados mercenarios mamelucos llegados del Principado del Brasil.13

El 16 de diciembre de 1617, bajo las observaciones prescritas del gobernador Hernando Arias de Saavedra (1561-1634) sobre la dificultad de administrar un territorio tan vasto como las gobernación de Rio de la Plata y del Paraguay, el rey Felipe III de Borbón (1578-1621) —por medio de cedula real— decreta la división de la gobernación en dos provincias separadas: Rio de la Plata (con capital en Buenos Aires) y el Paraguay14 con capital en Asunción. Ambas provincias seguirían dependiendo de la Real Audiencia de Charcas, tribunal del Virreinato del Perú, pero este hecho marcaria de iure la separación de facto que existía ya entre las dos ciudades españolas.

El sustrato de las misiones jesuíticas

Dado el inconveniente antes descrito, el gobernador del Rio de la Plata y del Paraguay

<Hernandarias>, criollo asunceno, después varias expediciones infru quista en territorios tan indómitos como la Tierra del Fuego, el Chaco boreal y los cursos superiores del Paraná y Uruguay, con numerosas pérdidas humanas y materiales—adquirió plena convicción que los españoles con todo su poderío militar, no eran lo suficientemente fuertes para vencer a los nómadas por medio de las armas. Estos —desde la perspectiva espa ñola— pueblos barbaros fueron el azote de las poblaciones coloniales como ya se ha mencionado anteriormente. En su visita a la corte de Madrid en 1601, el gobernador de Paraguay expuso la necesidad de probar otras alternativas para sojuzgar a los naturales a la autoridad real, por medio de la propagación de la fe cristiana.15 Es por eso que, en 1608 el monarca español autorizó el viaje de Simón Mazeta (s.f.) y José Cataldino (s.f.), sacerdotes de la Compañía de Jesús, quienes llegaron el 8 de diciembre de 1609, con el consiguiente rumbo a la región de Guáyra, en el curso superior del Paraná. Aquí pasarían los siguientes tres años predicando entre los guaraníes, hasta erigir una de las primeras reducciones jesuíticas en la región: Nuestra Señora de Loreto de Pirapó.16

Paralelo a esta primera misión autorizada por la Corona, en su visita a Asunción, el jefe de los indios paraná, Arapizandú, solicitó protección de la Corona Española y misioneros cristianos para su pueblo, debido a las continuas incursiones que, desde finales del siglo XVI, venían haciendo estragos sus enemigos tupies, la agreste progenie mestiza brasileña —los mamelucos— y los mercenarios portugueses de São Paulo, juntos bajo el lábaro de los Braganza: los temidos bandeirantes paulinos.17 Los supuestos yacimientos auríferos de tierra adentro, junto con la demanda de esclavos necesaria en los engenhos azucareros de la costa atlántica,18 atrajo la atención de los colonos lusos y sus auxiliares nativos hacia las poblaciones más o menos densas y disponibles en las tekuas guaraníes de la región oriental de la cuenca platense.

En 1611 se incorporaron a la misión los presbíteros Marciel de Lorenzana (s.f.) y Francisco de San Martin (s.f.), quienes establecieron respectivamente reducciones en el Paraná y el Uruguay, fundando la reducción de San Ignacio Guazú en 1609. Estas dos reducciones iniciaron el establecimiento de la Provincia Jesuítica del Paraguay, sumando solo en esta comarca treinta misiones con población netamente guaraní y algunos individuos de otras tribus—que huían del Brasil—, fueron rápidamente absorbidos por el grupo mayoritario. Las misiones de la Guáyra, pronto fueron desoladas por los bandeirantes alrededor de 1620, por lo que las autoridades españolas así como la Compañía de Jesús organizaron sendos éxodos para trasladar a los sobrevivientes de las misionales hacia la Mesopotamia platina y la región meridional del Paraguay. Esta primera invasión cobró como precio más de treinta mil prisioneros guaraníes que fueron a parar a los mercados de esclavos de la Capitanía de São Vicente do Brasil.19

En esta región donde casi convergen los cursos del Uruguay y el Paraná —la provincia argentina de Misiones— siendo el padre Antonio Ruiz de Montoya (c.1585-1652) —criollo limeño— el artífice principal del traslado de más de doce mil personas desde el curso superior del Paraná en 1531, quien fundó aquí nuevas misiones en el territorio paraguayo como Corpus, San Ignacio, Mini, Loro, &a. También crearon nuevas reducciones jesuíticas en el lejano norte de Paraguay, fuera de su territorio provincial, tales como San Joaquín, San Estanislao y Belén, todas a mediados del siglo XVIII.20 Por cédula real del 16 de marzo de 1608, todas las reducciones jesuíticas quedarían exentas de prestar el servicio a las encomiendas.21

Los jesuitas tuvieron un éxito sin presentes entre los naturales, quienes encontrando semejanzas muy profundas entre sus creencias ancestrales y la fe cristiana, más su peculiar sistema de organización social y política facilitaron aun más el desarrollo de las reducciones jesuíticas. Si bien la organización tenía como sustento jurídico-urbano el sistema de reducciones (poblaciones de naturales con iglesia y casa parroquial, cabildo, plaza mayor y solares propios), las misiones guaraníticas siguieron su propia lógica ancestral de las tekuas, donde los sacerdotes jesuitas tomaron el lugar de los antiguos karai guazú. Los padres de la Compañía de Jesús amalgamaron el sistema de valores de la cultura guaraní a su propia visión ignaciana del cristianismo, junto con la interpretación particularmente jesuita de las Leyes Nuevas.22

A diferencia de la mayor parte de reducciones a lo largo del continente, en las jesuíticas —si bien la conversión al catolicismo era la norma—, la adopción de la cultura y lengua española brilló por su anuencia. Los jesuitas difundieron sus normas y enseñanzas en la lengua materna de los nativos, que pasó a convertirse en lingua franca para toda la provincia, donde incluso entre los <españoles> de Asunción, Villarrica del Espíritu Santo y Corrientes —las principales ciudades de la región—. El sistema urbano de las reducciones agregaron a las construcciones básicas otros edificios con funciones visionarias: colegios, hospitales, asilos de viudas y huérfanos, lazaretos, talleres y bodegas. Estos grandes proyectos fueron posibles gracias a un concepto laboral precolombino muy arraigado entre los pueblos sudamericanos, que en su variante guaraní responde bajo el nombre de amingáta nendive o reciprocidad comunal23, preservado por los neófitos. Esta forma de cooperativismo ancestral, junto con a la disciplina militar y la estructura verticalista jesuítica dio resultados concretos en un tiempo relativamente breve. Las tareas estaban estrictamente definidas según condición de sexo, edad y jerarquía social y los sacerdotes eran garantes del cumplimiento tácito del programa misional.

Si bien cada reducción era dirigida por un cabildo de principales precedido por el corregidor —o parokaitara—, que le permitió guardar un alto grado de autonomía frente a la autoridad tanto secular como clerical,24 los jesuitas se hacían cargo de la misión en forma discrecional. En cada reducción vivían de forma separada del resto los jesuitas, normalmente dos individuo, el padre titular, quien administraba los bienes de la misión y el cura de almas, encargado de las funciones espirituales de la gente, y que era subordinado del titular.25 Todos los sacerdotes estaban bajo el jefe superior de las misiones — llamado también padre provincial—, quien radicaba en la ciudad de Córdoba de la Nueva Andalucía y rendía cuentas solamente al prepósito general de la Compañía de Jesús, subordinado al sumo pontífice en Roma.

Los jesuitas quedaron prácticamente fuera de la jurisdicción monárquica española, lo que les dio poder extraterritorial de iure y de facto. Si bien es de reconocer que la Compañía de Jesús tuvo un papel determinante en unificar y consolidar el esfuerzo de implantar la civilización cristiana en el Nuevo Mundo, junto con otras facultades que le fueron otorgadas dentro de las distintas jerarquías sociales y económicas dentro de la sociedad española en las Indias Occidentales —que no serán tratadas en este trabajo—, la disciplina y la determinación con la que lograron sus objetivos fueron motivo de prejuicio y rencor por parte de miembros de los cabildos —acaparados principalmente por los criollos—, el clero secular de cada reino hispánico y por último las autoridades real, influidos estos últimos por las ideas racionalistas del Iluminismo.

Observaciones hechas por el polímata español Félix de Azara (1742-1821), dejan en claro su posición anticlerical, ofreciendo datos sobre como desde la perspectiva secular los jesuitas económicamente sacaban provecho tanto de su inmunidad diplomática como la exención tributaria de las reducciones guaraníticas, impidiendo el contacto en la medida de lo posible entre los guaraníes misionales y las poblaciones sujetas a la Corona española. Los testimonios más sugestivos de este enclaustramiento lo describen los <fosos profundos […] que cerraron las avenidas de sus tribus, que guarnecieron de gruesas estacas ó de fuertes palizadas, de puertas y cerrojos en los parajes donde era indispensable pasar; y ellos [los jesuitas] colocaron allí guardias y centinelas vigilantes, que no dejaban ni entrar ni salir á nadie sin una orden por escrito.>

Continua Azara narrando sobre lo dispuesto por la Compañía de Jesús en su jurisdicción provincial que con estos proyectos defensivos donde habían <cañones de artillería […] y los armamentos que hicieron para defenderse […] que hicieron sospechar a algunos que habían minas preciosas en el territorio ocupado por los indios, y otros creían que los jesuitas aspiraban a formar un imperio independiente.> Finalmente el erudito de Huesca ofrece las razones ofrecidas por los jesuitas en que <la debilidad de sus Indios era tal que no podían sostener su independencia, aun con el pequeño número de Españoles que había en el Paraguay […], conocían esta debilidad tan bien como yo [el autor] porque el corazón y el amor propio nos engañan frecuentemente. Los Jesuitas sostuvieron siempre que los Españoles eran injustos […] y que los Indios [aun con siglo y medio de protección] no se hallaban en estado de gobernarse solos.>26 Esta observación se hace ante el hecho que hasta un periodo posterior de su fundación en las reducciones solo existía un régimen de tenencia de tierra llamado Tupa mba´e —o tierra de Dios—, un tipo de propiedad comunal destinado al cultivo de algodón, trigo y legumbres.

Cuando la limitación de ingreso de particulares españoles se extendió a los gobernadores y a los obispos, cuyas visitas eran necesarias para la rectificación de los padrones de población con fines hacendísticos, el recelo y temor de las autoridades hacia los jesuitas llego hasta la corte madrileña; con el agravante de observar que la mayor parte de los sacerdotes jesuitas no eran súbditos de Su Majestad Católica sino de otras nacionalidades ajenas a la monarquía española. Cuando los jesuitas ofrecieron al monarca español implementar el sistema de propiedad particular —el Ava mba´e o tierra del hombre27— para inducir a los indios misionados en la lógica mercantilista, otorgándoles en propiedad a cada cabeza de familia una chacra o quinta con la que pudiera cultivar los productos de su interés y para sostén de su familia nuclear, ocupándose de ella dos días por semana. Sin embargo el experimento aparentemente fracaso dado que les era imposible comerciar fuera de las misiones con los españoles o los portugueses, quedándose todo el producto de las granjas privadas en los almacenes de la reducción por la renuencia de los sacerdotes. El comercio exterior solo se dio con los productos derivados las Tuba mba´e, —los textiles de algodón, el tabaco y la yerba mate—. Aun con el control absoluto sobre los bienes y destinos de los habitantes de las reducciones, los jesuitas se mostraron más eficientes en su administración que los oficiales reales y los encomenderos.28

Las congregaciones jesuitas en tierras guaraníticas proporcionaron uno de los cuadros más destacados en la historia de Occidente sobre el tutelaje de poblaciones ejercido bajo los auspicios de la Iglesia Católica. Los jesuitas impusieron una estricta observancia de control y un régimen comunal que si bien —aun con rigidez militarista de los jesuitas— no constituía una sociedad libre, como podría pensarse en retrospectiva, fue la alternativa más humanista que por doscientos años contaron para escapar de las encomiendas españolas y a la todavía peor sentencia de muerte a la que los bandeirantes portugueses los sometían. Finalmente el aislamiento y protección jesuitas llegaron a su fin el 27 de febrero de 1767, cuando el rey Carlos III decreto su expulsión de todos sus dominios.29 Tras la salida de los jesuitas, sus bienes fueron repartidos entre el clero secular y las autoridades civiles, mas dada la disposición de Madrid que los últimos fueran los responsables de la administración de los bienes y el clero se limitara a las funciones religiosas, entraron rápidamente en conflicto, que rápidamente hizo decaer la presencia de los nativos.

Dada la falta de consensos entre ambos poderes —el temporal y el espiritual—, la mayor parte de la población abandonó las reducciones dispersándose en direcciones opuestas a los márgenes del Paraná y Uruguay, unos marchando hacia la Banda Oriental, al punto que para 1801 quedaba en las misiones cisparanænses menos de un tercio de la población en había en los días de la expulsión de la Compañía de Jesús.30 Quienes se adentraron en el corazón del Paraguay subsistieron en algunas de las antiguas reducciones como Candelaria para ser finalmente absorbidos por la población mestiza a partir de 1843.31

Croquis para localizar las misiones jesuíticas del Paraguay y su área estanciera delimitada. Fuente: Livi-Bacci, Massimo & Ernesto J. Maeder. (2004) The Missions of Paraguay: The Demography of an Experiment, Journal of Interdisciplinary History 35, 2: 185-224.

Independencia y utopía francista (1814-1840)

Escenario geopolítico a principios del siglo XIX.

El día 14 de mayo de 1810 llegan a la capital del Virreinato del Rio de la Plata, las noticias sobre la caída de la Junta Suprema Central Gobernativa en Sevilla. La invasión francesa a la península ibérica (de facto 18/10/1807 de iure 8/05/1808) fue el detonante final de los movimientos de emancipación de los reinos indianos que conformaban la Monarquía Española. Si bien hubo movimientos previos a la revolución de mayo en Bueno Aires, esta fue la primera en consolidarla primera Junta Provisional de Gobierno plenamente autónoma de las autoridades coloniales el 25 de mayo de 1810.32 Para consolidar su posición frente a las demás gobernaciones y corregimientos, dirigió excitativas a todos los antiguos componentes virreinales. Uno de estos distritos era el lejano Paraguay.

En ese sentido, se dirigió a las autoridades de Asunción el día 27 del mismo mes la invitación para adherirse al movimiento revolucionario, reconociendo la autoridad porteña y exhortando a los paraguayos enviar diputaciones para que tomaran parte en los debates de la asamblea.33 Dada la mesura y consideración del gobernador Bernardo de Velasco y Huidobro (1765-1822) hacia los españoles asuncenos, las aspiraciones autonómicas de la provincia se habían postergado, inclinando su posición de fidelidad hacia el rey cautivo, pues no deseaban sustraerse de la dominación española para caer bajo el yugo de los porteños.34 En convocatoria a una asamblea provincial donde finalmente se optó por esperar noticias de España. Ante dicha respuesta, remitida el 27 de julio del mismo año, la Junta de Buenos Aires, presidida por el general Cornelio Saavedra y Rodríguez (1759-1829), determinada a imponer su autoridad sobre el Paraguay, envía una expedición militar al mando al ilustre Manuel Belgrano (1770-1820) misma que, aunque encuentra la derrota en las batallas de Paraguarí (19/01/1811) y Tacuarí (9/03/1811), logra infundir ánimos entre las milicias realistas paraguayas —quienes aun guardaban en su espíritu ansias de libertad—, a que busquen la libre determinación de su pueblo.35 A partir de entonces, la perspectiva de las gobernaciones y corregimientos interiores del antiguo virreinato seria negativa frente a las intenciones los revolucionarios porteños, dando como origen al sentimiento anti-centralista en tierras platinas —principiando en el Paraguay—. Aun con la falta de experiencia en el combate, la defensa regional de la gobernación por parte de la oficialidad realista paraguaya — soldados bisoños en su mayor parte— se logró destacar, misma que contó con gran número de efectivos milicianos de todos los estamentos societarios.36

Otro factor que tendría efectos a largo plazo en el destino de la joven nación mediterránea fue la huida de la corte portuguesa hacia el Brasil ante la toma de la capital imperial de Lisboa por parte de los franceses el 30 de noviembre de 1807.37 Con llegada de la familia real de Braganza—, que llegaron a São Salvador da Bahia de Todos os Santos el 22 de enero de 1808, donde una semana después se ordena la apertura del comercio internacional de todos los puertos brasileños.38 Con la Corona portuguesa asentada en tierras americanas, los portugueses mejoran enormemente la eficiencia y dirección de sus colonias brasileñas frente al caos que se iniciaba en los reinos españoles, quienes aislados de la metrópoli no podían contener el avance lusitano en tierras nominalmente hispánicas, fijando especial atención a las prometedoras provincias del Rio de la Plata. Una mejor organización en la dirección política y económica, proveyó al Brasil portugués las herramientas necesarias para consolidar su posición geopolítica en el escenario sudamericano. Sus adversarios —los españoles rioplatenses—, si bien no contaban con una adecuada dirección real, poseían un elemento humano clave, el valor y coraje de la gauchada criolla para defender sus tierras, fuente de subsistencia para sus familias y comunidades.39

La vista de los portugueses hacia el poniente de sus posesiones brasileñas cobró atención en la figura de doña Carlota Joaquina de Borbón, reina consorte de Portugal y hermana del rey cautivo Fernando VII de España, quien reclamó —en ausencia del rey legítimo— los derechos reales sobre las posesiones españolas más próximas, es decir del virreinato del Rio de la Plata. Como consecuencia de esta dirección política, los portugueses ocuparon la amplia zona confinada entre el rio Uruguay, el litoral atlántico y la desembocadura del rio de la Plata, desde finales de 1816 hasta principios de 1820. Consumada la invasión, la antigua Banda Oriental del Uruguay pasa a denominarse bajo el nombre de Provincia Cisplatina.40 Terminadas las luchas emancipadoras el equilibrio de poder que antes se pujaba entre españoles y portugueses paso a ser entre los estados argentinos y brasileños que compitieron durante más de cincuenta años por la hegemonía de la cuenca platense, arrastrando a los pueblos adyacentes y periféricos de estos dos gigantes sudamericanos a distintas orbitas de influencia y alianza. Uno de esos pueblos fue el que se desarrollo en el remoto país del Paraguay.

Junta de mayo de 1811: La emancipación de facto

Hasta 1810, la gobernación del Paraguay formó parte del Virreinato de la Plata. No obstante, las autoridades realistas en Asunción se negaron a reconocer a la junta provisional bonaerense. En consecuencia, los portugueses pactaron negociaciones con el gobernador Velasco y Huidobro, brindándole las tropas necesarias que contuvieran cualquier intento militar de Buenos Aires para someter a los aun leales súbditos paraguayos. A ojos del gobernador, según testimonio, la reina consorte constituía la legitimidad más próxima a la corona española que el mismo representaba.41 Sin embargo esta acción se interpretó como traición a la causa realista — intelectuales, oficiales de milicia y pueblo en general— pues requirió soldados a una nación tradicionalmente enemiga para defender los intereses de la corona española. Con la derrota porteña en las batallas de Tacuarí y Paraguarí, los asuncenos finalmente neutralizaron el poder del gobernador el 15 de mayo de 1811 a <punta de cañón> donde obligaban al mismo y a sus seguidores deponer las armas y permitir que una junta provisional de gobierno local que —según acta— continuaría siendo fiel a Fernando VII; mas dando a entrever exigencias autonómicas para la provincia del Paraguay que finalmente se lograron bajo un gobierno de transición, al día siguiente.42

Como en otras partes de la América española, luego de la transición de mando del gobierno colonial a la junta provisional, se convoca a un congreso general de las diputaciones en Asunción, principales villas y poblaciones del interior. Esta junta provisional, al enviar el auto de 20 de julio de 1811 expone los hechos ocurridos a mediados de mayo que bajo su postura, atentaron contra la seguridad territorial de Paraguay, como a la lealtad hacia la monarquía. Los revolucionarios asuncenos estaban dispuestos a discutir los términos de la unión con las Provincias Unidas del Rio de la Plata, siempre y cuando se respetara la autonomía de la provincia y que se convocara un Congreso General Provincial, regidos por los estatutos de la constitución de las cortes de Cádiz, basaros en la libre determinación de los pueblos al conceder plena libertad de comercio con la aduana porteña, levantando las restricciones de tipo mercantilista. Hasta que no se convocara dicho congreso, el Paraguay mantendría su gobierno autónomo debido al creciente temor hacia las guarniciones portuguesas en la región de las antiguas misiones orientales del Paraná.43

Los sentimientos autonómicos del Paraguay inquietaban a la Junta de Buenos Aires —aun presidida por Saavedra— pues si esta se reconocía, crearía una reacción en cadena con respecto a las demás provincias, sobre todo las del norte, región misma que estaba amenazada por una muy probable invasión portuguesa en la cuenca del rio de la Plata. Se necesita un centro neurálgico para coordinar todas las operaciones concernientes a mantener y preservar la unidad territorial del virreinato platense. Los límites de la provincia de Paraguay, si bien fluctuaron con el paso de los siglos y las circunstancias políticas, quedaron delimitados uti possidetis44 en el tratado de San Idelfonso de 1777 con los siguientes accidentes geográficos: los ríos Yguazú, Paraná, Ygurey, Corrientes (Blanco), Paraguay y Jaurú, quedando firmes las usurpaciones territoriales de los bandeirantes paulistas en los territorios al sur y sureste de las misiones jesuíticas cisparanænses.45

Partes: 1, 2, 3
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