Narrativa sobre el origen de la autocracia en la "Patria Vieja" del Paraguay (página 3)
Enviado por José Dardón
En primer lugar, el nacionalismo de derechas, así como revisionismo de izquierdas suprimió acontecimientos como las atrocidades que las tropas paraguayas infringieron contra miles de personas —militares y civiles por igual— durante la ocupación de la provincia del Mato Grosso, en el lejano noreste del Brasil imperial. Los invasores saquearon por completo las fazendas, fortines y poblaciones pobremente defendidas, pillajes expresamente organizados in situ por conspicuas damas de la elite asuncena, emparentadas con el autócrata López. También se prestaron a la crueldad, cometiendo actos de barbarie contra quienes no lograron escapar a los montes. Se describen sádicas violaciones colectivas contra las mujeres brasileñas en presencia de sus familiares —incluso el comandante Barrios tomó como concubina a la hija de un fazendeiro amenazado de muerte—. A los hombres no les fue mejor, pues fueron sometidos a torturas brutales—como asesinarlos a bayonetazos cuando mientras no entregaban los supuestos bienes no declarados—. Estos hechos fueron el <teje y maneje> del ejército de ocupación paraguayo.
Frente a lo antes descrito —practicas tan comunes como ruines en todo conflicto armado—, se registraron incluso deportaciones masivas de brasileños al Paraguay. Aunque de momento no se tengan cifras exactas, se sabe que una gran cantidad de prisioneros de guerra —sin importar sexo, edad, posición social ni rango militar— fueron desterrados del Mato Grosso hacia a plazas tan remotas como Villa Occidental (hoy Villa-Hayes), en el Gran Chaco frente a la capital paraguaya, a casi de mil kilómetros de distancia. Un episodio narrado por un comerciante italiano, residente de Corumbá, quien fue obligado a vivir en Asunción tras la invasión, menciona con pesadumbre la forma despiadada en que los proscritos brasileños —bajo la mirada vigilante de los carceleros guaraníes— fueron empleados como mano de obra esclava en las obras públicas y privadas de la capital. Desde febrero de 1865 hasta marzo de 1867, miles de vecinos de Corumbá, llevaron una existencia miserable mientras que la guerra llegaba a su final, pero muchos no pudieron regresaroN jamás al Brasil.100 Estos datos fueron confirmados también en las memorias del cónsul italiano en Paraguay —Lorenzo Chapperon—, durante su estancia en el Paraguay.101
La saña con la que los paraguayos trataron a los matogrossenses durante los cuatro años de ocupación militar, respondía a claras motivaciones de rencor histórico. La población del Mato Grosso fue el producto de las migraciones emprendidas por los bandeirantes para acceder a las ricas tierras y pastizales del despoblado interior brasileño. La memoria colectiva que los mayores guardaban sobre las incursiones de estos pioneros tropicales, sufridas por sus antepasados en las reducciones jesuíticas; más la propaganda del régimen lopista —autocrático y verticalista por excelencia—, imprimieron en el imaginario de la militancia paraguaya razones suficientes para ver a los caboclos y pardos del noreste como objetos de humillación.
En el caso de la campaña a Corrientes, varios historiógrafos, como Wenceslao Domínguez—en su ensayo <La toma de Corrientes (1965)>— respaldados en testimonios presenciales de los hechos (como Pedro Igarzábal, Juan Vicente Pampín y Manuel Florencio Mantilla) narran sobre lo enrarecido del ambiente en el que cayó la capital provincial, donde la delación o la menos sospecha de espíritu pro-argentino era liquidados expeditamente en juicios sumarios. También el historiador correntino Antonio Emilio Castello —en su <Historia ilustrada de la provincia de Corrientes (1996)>— comenta sobre la actitud inicua que los paraguayos tuvieron hacia quienes ellos juzgasen como <enemigos>. Se volvió habitual que muchos vecinos correntinos terminaban en los calabozos paraguayos sin cargo judicial.
Pero el culmen de la abyecta y virulenta ocupación militar lo pagaron los comerciantes indígenas chaqueños cuando fueron masacrados en las calles de Corrientes, a plena luz del día. Estos llevaban años haciendo negocios con las poblaciones correntinas ofreciendo maderas y forraje para las estancias a cambio de los productos manufacturados, pero al negarse a recibir por sus productos papel moneda paraguayo, fueron cobardemente asesinados a sablazos y balazos. Pero el episodio mejor recordado por la tradición oral y la historia correntinas, llegó casi dos meses después. Mientras la <división sud> del general Robles se dirigía hacia el sur, la guarnición paraguaya se dio a la tarea de reprimir violentamente a la población correntina, vista a ojos del invasor como <traidores de la causa platina> al no oponer resistencia a al enemigo porteño. El día 11 de julio de 1865 se repitió el mismo suceso —aunque en menor escala— ocurrido a miles de kilómetros rio arriba en Columbá que involucraba el desarraigo de civiles indefensos.
Bajo instrucciones del estado mayor paraguayo, oficiales a las órdenes del general Robles — antes de abandonar la plaza ante el avance aliado— secuestraron a punta de bayoneta a cinco damas de la élite correntina, que estaban vinculadas —por parentesco o matrimonio— con altos oficiales del gobierno federal correntino de Lagraña o bien febriles partidarios liberales del presidente Mitre, que hubieran tenido participación en la defensa de la ciudad. Primero encarceladas en los calabozos del cabildo de la ciudad, para luego ser deportadas al Paraguay llevando una existencia miserable — algunas con sus hijos en brazos—como exiliadas, quienes fueron obligadas a seguir los movimientos del ejército paraguayo durante la guerra. Poco antes de terminar la guerra, todas menos una, lograron regresar con vida a sus hogares el 5 de septiembre de 1869. Desde entonces se les conocería como <las cautivas de Corrientes.> Dos de ellas, María Encarnación Atienza de Osuna (c.1820-s.f.) y Victoria Bar (1822-1909) narrarían sus memorias al final de sus días.102
López se queda sin flota y sin <aliados>
En los primeros días de junio de 1865, nueve acorazados imperiales, al mando del comodoro Francisco Manuel Barroso Silva (1804-1882) anclan en un afluente del rio Paraná, denominado <El Riachuelo>, a 20 kilómetros al sur de la ciudad de Corrientes. Como todas las noches, la tripulación brasileña bajaba a pernoctar en el Chaco. El estado mayor paraguayo concibió entonces un plan para apoderarse de las naves, con el propósito de mantener abiertas las vías de comunicación y abastecimiento con el exterior a través del rio y así <inclinar la balanza de la guerra a su favor.> La idea era tomar los navíos imperiales antes del amanecer, cuando los brasileños estuvieran fuera de combate. La escuadra paraguaya —de 8 semiacorazados, 6 gabarras y 36 <chatas cañoneras>— comandada por el capitán Meza, atacó el día 12 de junio de 1865 con casi 1,000 infantes de marina a una armada brasileña muy superior en todo sentido—9 acorazados, 59 cañones y más de 2,500 hombres. El capitán Meza también contó con una batería de artillería, dirigida por el mayor Bruguez y 2,000 fusileros resguardados en una barranca de la desembocadura del riachuelo en su unión con el Paraná.103
Los barcos paraguayos se alinearon sobre la costa correntina con la artillería atacando la costa chaqueña, donde se encontraba la flota brasileña frente a sus naves. Para despachar a las tropas se acercaron a las naves, siguiendo el plan del mariscal, pero la rápida respuesta del mando naval imperial más el encono de los ocupantes y la superioridad de su artillería, ponen fuera de combate a la mitad de la escuadra guaraní, cuyos remanentes regresan rápidamente a Humaitá. Cabe destarar que —por la sorpresa del ataque— la flota imperial fue duramente castigada, por lo que no pudo perseguir a sus atacantes.104 Con esta primera batalla naval, el Paraguay pierde su improvisada flota de guerra y más de 2,000 hombres, tanto en agua como en tierra. A partir de este momento, ya no dispondrá de fuerza suficiente para disputar el control fluvial a los aliados ni tener más comunicaciones con exterior, mucho menos con la <división sud> de Estigarribia, quien desde Candelaria se dirigía hacia Yatay y Uruguayana donde caería tres meses después. Por su magnitud se le considera como uno de los enfrentamientos navales más importante en la historia sudamericana, sin embargo este no sería el último trago amargo para la causa lopista en el Rio de la Plata
En la población de Basualdo, situada al norte de Entre Ríos, el general Urquiza ya como partidario de guerra contra los paraguayos, logró reunir a duras penas a 8,000 jinetes gauchos para cumplir con la cuota decretada por la movilización decretada por el presidente Mitre. Sin embargo, el 3 de julio de 1865, el desconcierto cundió cuando la división entrerriana se dispersa en todas direcciones, pues descubrieron que marchaban contra el Paraguay y no contra los porteños o los brasileños. Otra redada en el arroyo Toledo corrió la misma suerte. Siete de los supuestos cabecillas de la rebelión son fusilados por el caudillo entrerriano. El resentimiento de los entrerrianos hacia Urquiza, viene desde los días de Pavón hasta su infame indolencia ante la defensa de Paysandú. La actitud mezquina de su antiguo líder pone fin a su prestigio político en las provincias bañadas por el Plata. Desde entonces las islas del Uruguay y la selva de Montiel, se convierten en sitios de refugio para los gauchos y otros desertores de las provincias argentinas que fueron arreados hacia el Paraguay.105
El sentimiento antibelicista de la mayoría de argentinos se manifestaba dramáticamente.
Expulsión de los invasores paraguayos de Corrientes
Cuando López se enteró del desastroso resultado en las incursiones de Corrientes y Rio Grande do Sul, fue invadido por la ira y la desesperación, pues los planes medianamente previstos por él con tanto entusiasmo, se esfumaron rápidamente de la noche a la mañana, así como el casi todo ejército y la flota de la <campaña del Uruguay>. Su empeño en que la provincia de Entre Ríos se involucrara políticamente del lado paraguayo no se concretó poniendo, en alto riesgo lo que quedaba de la <División Sud>, que retrocedía de las poblaciones ribereñas de Goya y Bella Vista, en el bajo Paraná.
La flota brasileña, dueña de las aguas fluviales le pisaba los talones al general Robles como al mayor Bruguez. Además, al ejército paraguayo lo perseguían otros enemigos, invisibles pero más letales que las mismas tropas aliadas, las epidemias, el hambre y el desconocimiento del terreno, que producían estragos en la moral de los soldados guaraníes.106 Desde este momento, el dilema sobre el futuro de la guerra fue la constante más inmediata del mariscal-presidente. Al mismo tiempo, el emperador del Brasil, al concluir las operaciones en Yatay y Uruguayana, regresó entonces a Rio de Janeiro, delegando todo el poder de decisión sobre su ejército de tierra al general Mitre y a la flota imperial a su almirante, el vizconde de Tamandaré. Los aliados prosiguen el avance hacia Corrientes desde el sur.
Por esta razón, el ejercito del mariscal López, que aun ocupaba la banda norte del Paraná fue evacuado de la ciudad de Corrientes. Los oficiales paraguayos logran cruzar con una parte importante de sus fuerzas al otro lado del rio, en prevención a una posible invasión del territorio nacional paraguayo. No obstante, aun contaban con algunos elementos leales dentro de los adictos al partido federal entre los correntinos. Estos formaron en su mayor parte partidas de caballería que se enfrentaron, durante los meses junio y julio de 1865, en los esteros centrales de la provincia contra la vanguardia de caballería al mando del general Manuel Hornos (1807-1871). También las acciones del de otro regimentó de vanguardia, compuesta por correntinos y orientales y encabezada por el coronel Isidoro Reguera (1816-s.f.) consiguió recuperar miles de cabeza de ganado que se disponían entregar a los paraguayos, logrando con esta acción recuperar 3 de octubre de 1865 la villa de Candelaria. Con este suceso, se liberó la orilla sureña del Paraná de manos paraguayas, quienes desde 1834 venían ocupando el territorio de Misiones.107
Aprovechando el caos que se cernía sobre la región, los belicosos guaycurúes, mbayás y caduveos, enemigos ancestrales de los guaraníes y sus descendientes, y por tanto aliados de los lusobrasileiros desde el periodo colonial, organizaron razias en territorio o iental paraguayo, saqueando y destruyendo la villa de San Salvador, llevándose cientos de cautivos —principalmente mujeres— a territorio imperial.108 Después que López relevara de su puesto al general Robles, a quien le seguía un proceso judicial por mantenerse contacto con representantes de la liga paraguaya, le ordena al nuevo comandante de la división brigadier Francisco Resquín organizar el repliegue completo hacia el Paraguay con sus tropas y más de cien mil cabezas109 que lograron incautar de los saqueos a las haciendas de la provincia correntina. La ocupación en la provincia dejó propiedades incendiadas, archivos de gobierno destruidos, pueblos donde hasta sus iglesias quedaron perfectamente limpias. Al igual que en Mato Grosso, las peores agresiones a las mujeres y la persecución contra las familias de correntinos liberales se dieron de toda la ocupación. La violencia no vino solo de las tropas paraguayas, pues hubo muchos correntinos federalistas que se sumaron a los excesos.
Para finales de 1865 los ejércitos aliados —compuestos ya por más de 50,000 hombres—, estaban acantonados en Ensenadas, paraje a unos cuantos kilómetros al norte de Corrientes. Era un gran campamento no solo formado por las tropas, pues también había buhoneros, comerciantes mayoristas, taberneros, prestamistas y prostitutas. Nunca hubo —antes ni después— tal movilización de ese calibre en toda la América del Sur. A muchos los soldados también los siguieron sus esposas como auxiliares —o residentas— e incluso sus hijos, como un remanente vivo de las guerras de antaño.110 El verano austral hacia la vida difícil a los muchos, principalmente porteños, orientales y hombres de la <frontera con el indio> y de las lejanas provincias del Cuyo y Salta, quienes no estaban acostumbrados a las condiciones extremas del territorio platense. Dominguito Sarmientos describe: <las nubes de moscas cuales langostas por la mañana atormentan a los hombres hasta entrada la tarde.> A partir de aquí el paseo de los patricios de Buenos Aires dejó de lado ante la dura realidad de la guerra.
Frente a ellos se encuentra el rincón llamado <Paso de Patria> donde se encuentra el mariscal López desde finales 1865 coordinando las operaciones de la defensa en el sur de su nación, en el resguardo de <Tres Bocas>. En este punto los paraguayos se concentran en la fortaleza de Itapirú, realizando frenéticas correrías a través del rio Paraná en canoas. Se dedican a atacar a las avanzadas aliadas en busca de botín, incluso corriendo tierra adentro a las unidades de caballería. En una acción llevada a cabo el 31 de enero de 1866, en el arroyo Pehuajó, —conocido también como <Picada de Corrales>— por orden de Mitre, el general Emilio Conesa (1821-1873) marcha con el 2ª regimiento de infantería, compuesto por casi 1,600 gauchos bonaerenses, quienes eran más aptos para la caballería que para la infantería. Estos se enfrentaron con más de 1,000 infantes paraguayos quienes bajo el comando de los tenientes Celestino Prieto y Saturnino Viveros se parapetaron en los bosques cercanos, por lo que pudieron protegerse de las embestidas argentinas.
A causa del desconocimiento de la naturaleza tropical, murieron más de 900 argentinos en la acción, mientras los paraguayos perdieron solamente 170 efectivos. En esta acción la armada imperial, habiendo detectado la incursión desde horas antes, no intervino en la refriega. Este insólito se debió a que no disponían de ordenes directa del almirante Tamandaré. Al anochecer, los paraguayos se volvieron a embarcar hacia su patria, sin sacar mayor provecho de la victoria infringida contra los aliados. Esta fue su última acción bélica en suelo argentino. A partir de ese momento el Paraguay pasó a la defensiva.111
Tercera etapa bélica: Se inicia el suicidio nacional (1866-1868)
Desembarco de los aliados en suelo guaraní: Calibración de la resistencia paraguaya.
La invasión aliada al territorio paraguayo se inició a principios de abril de 1866 cuando los buques brasileños y la primera división aliada invaden la zona adyacente al fuerte Itapirú, y el islote adyacente de Carayá, en la desembocadura del sitio llamado <Tres Bocas>, en la bifurcación de los ríos Paraguay y Paraná. Los defensores paraguayos —al mando del mayor José María Bruguez— respondieron al mismo con dos cañones móviles sobre barcazas llamadas <chatas>. El sitio duraría dos semanas, demostrándole a los aliados el valor y determinación de las tropas paraguayas aun cuando —desde la perspectiva material y económica— llevaban las de perder. Un inexplicable espíritu de lucha y entrega los motivaba; no obstante que el saldo de tal arrojo seria a costa de un gran sacrificio humano de su pueblo. El día que llegaron noticias de las derrotas de Riachuelo y Yatay-Uruguaiana, se decreto la movilización general de toda la población para contribuir al esfuerzo de guerra, principalmente como auxiliares en las obras civiles que crearon el intrincado sistema de trincheras que protegían las posiciones entre Paso de Patria hasta Itapirú. Sería el primer duelo estratégico entre el mariscal López y el general Mitre, separados solo por el rio.
El día 16 de abril mientras los brasileños bombardeaban el fuerte y sus islas de defensa, la invasión de la primeras tropas aliadas —iniciada entre el 5 y el 6 de abril—cruzando el rio, yendo a la vanguardia la legión paraguaya112. El día 10 de abril en el punto llamado Purutué, donde los paraguayos al mando del teniente coronel José Eduvigis Díaz (1833-1867) fueron rechazados por un regimiento brasileño, dejando en bajas aproximadamente 900 paraguayos y 1,000 brasileños. A partir del día 16 hasta el 28 de abril completarían el desembarco más de 40,000 infantes argentinos, brasileños y uruguayos mas 20,000 soldados de caballería, donde la quinta parte carecían de montura. Los 4,000 soldados apostados en Itapirú fueron evacuados por orden del mariscal López.113 Después de su salida, la fortaleza quedaría reducida a escombros por las cañoneras de la flota imperial.114
Los aliados se afirman en suelo paraguayo con suma rapidez, no sin haber sufrido daños no solo en los regimientos quienes perdieron buena parte de su artillería a manos de los sitiados, sino que los acorazados brasileños y su tripulación también sufrieron estragos. Para consolidar su cabeza de plaza transforman la antigua fortaleza en una pequeña ciudad —que ya venía desarrollándose desde Corrientes— donde convivían los militares, sus familias, comerciantes y aventureros extranjeros, y en la cual se proveían todos los servicios esenciales como barberías, clínicas dentales, tabernas, casas de juego, burdeles e incluso una iglesia y una casa cambiaria. Para bien o para mal, el orden espontaneo del libre cambio empezaba la transformación de la nación guaraní.
No obstante su primer instinto de sentido común, López en lugar de atrincherar a toda su fuerza militar en el bastión principal de Humaitá, dispuso lanzar el 2 de mayo de 1866, un regimiento en campo abierto sobre la división uruguaya de brigadier-presidente Flores en las ciénagas al norte del Estero Bellaco. El objetivo era hacerse de botín bélico que ya empezaba a necesitarse dada la escases de armamento moderno en el Paraguay. Si bien las tropas uruguayas fueron prácticamente aniquiladas en la refriega, en lugar de retirarse con el botín de guerra obtenido, el teniente-coronel Díaz envió a perseguir a los sobrevivientes al sur del estero, hasta chocar de frente con las tropas argentinas y brasileñas quienes a duras penas lograron derrotarlos en una batalla que les costó más de 2,000 bajas entre muertos heridos y prisioneros paraguayos. Las cuatro piezas de artillería, cañones de sistema <La Hitte>, carrozas repletas de municiones— constituyeron pertrechos de guerra útiles para reforzar finalmente las defensas del <Cuadrilátero> y evitar así el paso de los buques de guerra por el rio Paraguay rumbo al <Gran Fantasma> de Humaitá.
Después del choque en el Bellaco, la idea original de López para neutralizar a Mitre y Flores, era convertir a Tuyutí el foco de agresión en contra de la invasión aliada para el 20 de mayo de 1866 ya había era dueño de Paso de Patria, y habiendo cruzado el Bellaco Sur, colocándose entonces el ejército paraguayo en las trincheras del bellaco norte con aproximadamente 22,000 soldados. La posición para defenderse era inexpugnable pero en último momento el mariscal Solano López dispuso pasar a la ofensiva lanzando tres columnas, la del flanco derecho, comandada por el general Barrios, la central, comandada por el ahora general Díaz, y la del flanco izquierdo por el general Resquín. La columna de Barrios debía cruzar el monte del Sauce para luego enfila al potrero de Píris, uniéndose a la columna de Resquín y así sorprender al enemigo por la retaguardia, con la idea de encerrarlos en un anillo. El jefe de artillería Bruguez asistió a los atacantes desde las trincheras. El ataque seria en la madrugada para eliminar a la mayor parte de fuerzas invasoras y así lograr una ventaja estratégica con la cual poder negociar.115
Las columna de Díaz lograron neutralizar a los uruguayos, pero Barrios se retraso por tres horas al punto y momento previsto, tiempo que los brasileños aprovecharon para defenderse. El ultimo agravante y factor final de la derrota fue que Resquín se vio en aprietos con los argentinos y no logro cumplir con el plan. A causa de esta contingencia se desarrollo una verdadera carnicería durante cuatro horas. La batalla de Tuyutí del día 24 de mayo de 1866, dejó un saldo para los paraguayos de 6,000 muertos y 7,000 heridos mientras que los aliados tuvieron aproximadamente 6,000 víctimas entre muertos y heridos. Fue a todas luces una de las batallas más importantes pero a la vezmás sangrienta jamás llevada a cabo en suelo sudamericano.116
Aunque los aliados quedaron seriamente lacerados con la envestida, para el mariscal López y sus hombres fuere una estocada muy peligrosa, puesto que entre los esteros del sitio quedo destruido el mejor ejército de la Republica, dándoles desde ese día la ventaja numérica a los aliados, que sería determinante en el transcurso de la guerra. Con esta derrota, se abandona entonces el fortín de Tuyutí y se repliegan los paraguayos en el margen izquierdo del rio Paraguay, en Humaitá, Curupaytí y Estero Rojas. A partir de este día los nuevos reclutas serian civiles, pues los veteranos y soldados profesionales convalecientes empezaron a escasear. Aun así López se sentía lisonjeado por sus asesores por haber dado semejante prueba de valor, aun sabiendo que tal hazaña fue una completa locura que le costaría muy cara en el futuro, según contó Crisóstomo Centurión en sus memorias. 117
Casi seis semanas después se produjeron encuentros dispersos a lo largo de varios días mes de julio de 1866. Estos empezaron como una victoria para la división argentina en Yataytí Corá en los días 10 y 11, con menos de 900 muertos en ambos bandos; las ultimas se dieron en el Boquerón del Sauce (día 16, 17 y 18) levantaron de nuevo el animo a los paraguayos. En ambos sectores producto de una trinchera construida por los guaraníes que fue sumamente efectiva para atrapar y envestir a las tropas aliadas sin que lograron avanzar un palmo mas de terreno en la parte oriental del Cuadrilátero de Humaitá. En esta envestida, igual de sangrienta que la del Estero Bellaco murieron casi 7,500 hombres entre paraguayos y aliados, quienes se llevaron en esta ocasión la peor parte, con dos terceras partes de las víctimas mortales. Un hecho memorable es que ambos oficiales al mando de las fuerzas beligerantes el coronel José Elizardo Aquino Jara (c.1825-1866) y el coronel León de Pallejas (1816-1866).
Fueron tan atroces los resultado en las batallas de Estero Bellaco, Tuyutí y Boquerón del Sauce que los aliados —quienes quedaron en posesión de dichos puntos— tuvieron que excavar grandes fosas en el estero donde arrojaron a todos los muertos —aliados y paraguayos por igual— prendiéndoles luego fuego para evitar la pestilencia y las enfermedades. Cuando no había terreno firme donde excavar, se volvieron comunes las dantescas escenas en que grandes piras funerarias de cadáveres mutilados de soldados desconocidos en muchos casos. Pero cuando no se disponía incluso de lo mínimo para encender hogueras, las soluciones de corto plazo y miras también eran aprovechadas, como arrojar los cadáveres al rio. Esta maniobra ruin y despiadada fue supuestamente recomendada por el almirante Tamandaré al brigadier Mitre quien si ser eximido de ingenuidad, era citado en las memorias del vizconde brasileño. <Mitre ha estado de acuerdo conmigo en todo hasta que los cadáveres del cólera sean lanzados a las aguas del Paraná, para llevar el tajo a las poblaciones rivereñas, en especial a las poblaciones de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe que le son opuestas.> (marqués de Caxias al Emperador del Brasil, 18 de noviembre de 1867).
Para ganar tiempo en el refuerzo de trincheras para el bastión de Curupaytí, el mariscal López dispuso invitar al brigadier Mitre a una entrevista el día 12 de septiembre de 1866 en la que pudieran también aprovechar la oportunidad de sondar la flexibilidad o rigidez para finalmente entablar conversaciones de paz. Nada en concreto se logro con las cinco horas de conversación, puesto que Mitre estaba obligado a seguir de manera taxativa el tratado de la alianza, al que en último momento López se mostro dispuesto incluso a tratar el principal motivo del pacto, el litigio territorial. Sin embargo al retirarse Flores al principio de la entrevista y sin que ningún representante de la corona imperial estuviera presente solo aumentaron la tensión entre los argentinos y los brasileños, que estaba vigente desde la batalla de Yatay. Mientras el gobierno argentino empezó a considerar viable la negociación con los paraguayos, el emperador del Brasil se opuso tajantemente a que sus mandos trataran con un <el déspota salvaje> Incluso el ministro inglés Goud quien hacia arreglos para evacuar a sus compatriotas residentes en Paraguay, intento disuadir al presidente para que renunciara, teniendo la protección de la bandera británica y asegurando sus bienes y los de su familia, a lo que de igual forma López se rehusó.
El desastre de Curupaytí y el armisticio temporal
Aun punto donde lgunos días antes de la fallida entrevista, cuando se corría contra el tiempo intensificando las obras de fortificación en el Cuadrilátero que protegía la fortaleza de Humaitá, hubo las obras quedaron inconclusas:118 el fuerte Curuzú, ubicado a solo 8 km de la fortaleza principal del rio Paraguay. La acción se inicio el día 1 de septiembre con una sión masiva de trece navíos —entre acorazados y encorazados—de la flota brasileña. La operación tuvo lugar tanto en la cabeza de playa buscada por los brasileños como en las baterías artilleras ubicadas en el litoral chaqueño. Finalmente el 3 de septiembre de 1866 lograron desembarcar más de 9,000 efectivos brasileños y argentinos tomando la posición paraguaya. Gracias a que las rutas de escape de los paraguayos eran ciénagas lograron evacuar sin mayor número de perdidas.
En la acción murieron más de 800 efectivos junto con 1,300 heridos que marcharon rumbo a Curupaytí y Humaitá, mientras los aliados perdieron más de 200 hombres y más de 600 heridos. También fue hundió el acorazado Rio de Janeiro, por medio de una mina submarina, matando a su capitán Américo Brasílio Silvano junto toda su tripulación. Para los trabajos de refuerzo en trincheras sobre la línea de Curupaytí, fue nombrando al general José Díaz como comandante del sector. Las cuadrillas de zapadores en ese momento ya no eran del ejército regular de línea paraguayo. Al ser diezmados en los meses anteriores las reservas la constituyen los agricultores y artesanos de las <estancias de la patria> y agentes comerciantes del estado, fueron convocados a través de todo Paraguay para prestar su servicio por la causa nacional. Tras lluvias torrenciales del día 17 hasta el 21, impidieron que el almirante Tamandaré lanzó el ataque naval sobre la línea defensiva de los paraguayos, lo que dio cuatro valiosos días extras a los obreros en terminar las trincheras y los bastiones preparándose para el inminente ataque.
El día 20 septiembre de 1866, teniente-coronel George Thompson, ingeniero militar al servicio del Paraguay, le informa al presidente que las obras de defensa de trincheras y fosos estaban listos para recibir al enemigo, confiando en que <quedará sepultado al pie de la [misma].119> La defensa paraguaya estaba compuesta por 3 regimientos de caballería, 5,000 soldados de infantería y dos baterías de artillería.120 Los aliados llevaron a 17,000 hombres, entre argentinos y brasileños, junto con 10 cañoneras y 4 acorazados, bajo el mando directo del brigadier Mitre y el almirante Tamandaré. En esta batalla mostró tanto a enemigos como subordinados la cruda realidad política y militar que se desarrollaba en las filas de los altos mando militares de la triple alianza, donde las rivalidades conducen a discrepancias y tensiones al no tener noción de la verdadera dimensión de la guerra.121 El ataque empezó el día 22 de septiembre con el bombardeo brasileño desde tempranas horas de la mañana llegando al filo del medio día sin causar el menos daño a las fortificaciones, aun cuando más de cien cañones arrojaron más de 5,000 proyectiles. 122 Tres acorazados probaron suerte al cruzaron la línea de contención del fuerte, logrando ametrallar la batería paraguaya de la barranca, desde su retaguardia sin mayor resultado.
En algún punto de la misma llegó a oídos de Mitre que con el ataque imperial fueron arrasadas las tropas paraguayas, quien sin confirmar la información, dispone lanzar cuatro columnas de sus ejercito para forzar los flancos extremos paraguayos. El <punto de caza> para los paraguayos no podía ser más idóneo, sobre un promontorio de altura considerable, fulminaron una tras otra las columnas de soldados argentinos y brasileños que, sucesivamente iban avanzando sobre los cadáveres de sus compañeros de armas. Los brasileños volvieron a envestir las defensas de Curupaytí con sus cañones de algo alcance, esperando la respuesta de los paraguayos a lo lejos.
Finalmente Mitre dio la orden de retirada al finalizar la tarde, pues nada se pudo hacer ese día mas que mandar al matadero a casi la mitad del ejército argentino y una buena parte del brasileño. Media hora después por primera vez en mucho tiempo los paraguayos celebraban con muchísimo entusiasmo esta gran victoria el ejército para la republica paraguaya. Las descripciones tanto de Crisóstomo Centurión como de George Thompson (del lado paraguayo), Cándido López y Lucio V. Mansilla del lado aliado, narran esta inútil masacre de forma desgarradora y emotiva, ofreciendo al mismo tiempo descripciones muy precisas, detalladas y concretas sobre las causas en las que el alto mando aliado cometió este tipo de suicidio militar y político. Fue la peor derrota de los ejércitos aliados frente a un enemigo famélico y andrajoso pero que después del gran error, recupero casi por completo el elemento más importante en toda conflagración: la moral de las tropas. Las hostilidades de estancarían por más de año y medio.
Con pocos recursos, los paraguayos siguen ciegamente a Karaí Guazú
En este punto del conflicto, la breve apertura comercial —previa el bloqueo brasileño al Plata— al exterior que logro el auge económico de los tiempos del presidente Antonio a necesidad del gobierno por mantenerse en pie hizo volverse al modelo autárquico de la época francista, aunque de manera más descentralizada apelando al antiguo principio de cooperación colectiva en la minga. Heredero directo de la ancestral amingáta nendive, combinado con la disciplina y el estricto control del jesuitismo en otro tiempo, los paraguayos —quienes en conjunto se confundían entre civiles y militares—, lograron mantenerse en pie gracias a esta particular forma de anarquismo indiano.
Al no existir economías de escala toda la producción de lo esencial se centro en las familias, los alimentos, los tejidos, el transporte funcionaba por cooperativas, donde los excedentes simplemente se intercambiaban de manos, al ya no valer nada la moneda paraguaya. Por esa razón el sostenimiento económico del Paraguay tuvo inconvenientes pues no era eficiente que muchas personas se dedicaran a realizar distintas tareas de acuerdo a la necesidad del karai guazú, otro título ancestral que el grueso del pueblo le daba al mariscal López. Por esa razón, cuando se decreto la movilización total de hombres para enlistarse, el sistema económico fue totalmente sostenido por mujeres paraguayas a quienes se les paso a denominar bajo el paradójico apodo de <las residentas>.
Las paraguayas fueron un factor clave para las labores de mantenimiento y logística del ejército paraguayo, muchas de las cuales prestaban sus servicios como proveedoras de servicios como carretas, labradoras, cocineras y demás quehaceres acompañando al ejército durante los recorridos en el campo de batalla. Se convirtieron en grupos trashumantes que cargaban hasta sus lechos, conservas y demás pertenencias haciendo un gran sacrificio por sus consanguíneos y enamorados. Muchas de estas —principalmente las que vivían en ciudades— fueron quienes crearon y manejaron los servicios de asistencia sanitaria y alimentaria, que para tal propósito se militarizaron llevando grados de jerarquía castrense.
En conjunto un incontable número de féminas soportó años de penurias hasta terminar la guerra misma en el lejano norte. Iban paralelos al ejército, cultivando la tierra, otras velaban por los soldados como enfermeras. Llegado el momento muchas—de la que existen testimonios de los actores principales en la guerra— que atestiguan la presencia de mujeres en los frentes de batalla123, sea para defender a sus familiares y amados o por el mero patriotismo que el mismísimo duque de Caxias no logra explicarse. Por eso hubo reportes donde en los periodos de calma durante la guerra, los paraguayos se infiltraban den las filas de los argentinos correntinos y entrerrianos con quienes compartían la lengua guaraní y la cultura mesopotámica para intercambiar su tabaco por aguardiente de caña, que entre otras propiedades, mitigaba el hambre.
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Autor:
José Dardón
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