- Resumen
- La perspectiva del pasado
- Algunos indicadores del ser de la sociedad argentina
- ¿Futuro incierto?
Resumen
Se busca realizar una reflexión sobre le ser acontecido de lo que es la Argentina. Necesita, a un tiempo, reflexionar sobre la mutación y la permanencia; ser lo mismo en lo distinto; no tan distinto como para no ser lo mismo. La terra argentea o Argentina se formó a partir de los soldados españoles que traían "la pobreza de unos, la codicia de los otros y la locura de los más". Culturalmente se hace manifiesto que el accionar -en algunas ocasiones- de la Corona y de los conquistadores creó un clima favorable a ver casi como natural la usurpación, el arrebato y la impunidad. En este contexto, la sociedad se rige entonces por la astucia de los más o por la fuerza de los menos pero poderosos. Todo lo cual ha envilecido las relaciones humanas, ha coartado la educación y el desarrollo, la dignidad y la solidaridad, y ha convertido a los argentinos en seres que siempre tienen motivo de queja y para agudizar la viveza criolla. Por herencia y por logro propio, la vida argentina parece girar en torno a lo económico, la fe en la grandeza futura del país, el culto nacional del coraje, la corrupción y el desprecio de la ley.
Palabras calves: Argentina – identidad – astucia – economía – corrupción
La perspectiva del pasado
1. Tomar una perspectiva desde el pasado no significa hacer historia, en el sentido riguroso del término. No interesa aquí hacer una historia de lo que ha sido la Argentina: la fecha rigurosa de sus sucesos, la cita precisa de los documentos, el cotejo de filológico de los textos, etc.
La intención ahora se halla en hacer una filosofía sobre lo acontecido, teniendo presente que de lo acontecido se encargan los historiadores. En sentido estricto, se trata de re-flexiones (flectere: volver): de volvernos, de doblarnos sobre el pasado, buscando un sentido.
Lo importante aquí es la hermenéutica acerca del ser acontecido. Y esa perspectiva desde el pasado se construye inevitablemente desde el presente. Desde hoy, con nuestros intereses y problemas tratamos de ubicarnos en lo sucedido en el pasado: en lo que fue (historia) en su ser (filosofía) que, con cambios, perdura y pervive en el presente (su mentalidad actual o modo de ser) y que, quizás, podamos llamar su identidad. Y, recordando el pasado, desde el presente podemos ponernos ideales para el futuro. Como ha dicho Santayana, los que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo. La "amnesia generacional", como la han llamado Alvin y Heidi Toffler, es frecuente, casi un hecho bioló-psicológico: recordar e interpretar nuestro pasado es, entonces, ya, por sí solo, una gran ayuda para comprender el presente[1]
2. Porque extraña cosa es la identidad, lo mismo que el ser del movimiento. Necesita, a un tiempo, mutación y permanencia; ser lo mismo en lo distinto; no tan distinto como para no ser lo mismo; no tan lo mismo como para no cambiar en el tiempo.
Somos seres en un tiempo, aunque trascendemos cada tiempo: el pasado con renovadas interpretaciones desde el presente, el presente -que no es más que un fugaz instante- proyectándonos en un futuro que se reproyecta[2]
¿Hay una identidad argentina? ¿Soy yo el mismo que se mira en el espejo y que está fotografiado en su infancia? ¿Hay un ser permanente individual y -lo que es más complejo aun- social? ¿Qué es el ser de la sociedad argentina, sino ese mirarnos renovadamente en el presente y reconocernos como, a pesar de todo, iguales a lo que fuimos aunque con cambios, que -aristotélicamente podríamos decir- no alteran la sustancia?
En ese reflexionar y mirarnos para reconocernos, no importan los detalles como tales que tanto preocupan a los historiadores. Nos importa, más bien, conocer si se da una discontinuidad con la manera de ser de la conquista española o bien una continuidad o identidad, no obstante los más diversos avatares sociales, políticos, económicos. Es conocido que hay opiniones dispares sobre la "obra educativa" de España en América. Para algunos, la acción educativa española fue magnífica: llena de audacia trajo las ideas cristianas, las imprentas, los colegios imperiales para los hijos de los caciques, las universidades, la organización social de las misiones jesuíticas, etc. Para otros, su accionar fue, en el mejor de los casos, bien intencionado, pero los que realizaron la conquista no acataron las leyes y, con despotismo y avaricia, saquearon a América; se preocuparon por mantener sus posesiones, e impidieron en lo posible la propagación de las ideas progresistas europeas que culminaron en la Revolución Industrial Inglesa y en Revolución Sociopolítica Francesa.
En realidad, lo que importa, en este trabajo, no se halla en acusar o no a España, sino saber cómo somos los argentinos y qué influencia española padecimos.
En la búsqueda de la "terra argentea"
3. La conquista de América se realizó bajo el ideal de encontrar nuevos caminos para el comercio con Oriente o las Indias. No fueron los mejores españoles los que llegaron a estas tierras; y lo que le interesó de ellas fue su posesión.
El descubrimiento de América esta inmediatamente signado, desde Cristobal Colón, con una actitud feudal de conquista, y por un ansia desmedida de riquezas, obtenidas a cualquier precio, como un valor y primacía que está sobre todo otro valor y cosa.
"Cuando yo descubrí Indias -escribió Colón, desde Jamaica, en su carta de 1503, a los Reyes Católicos- dije que eran el mayor señorío rico que hay en el mundo. Yo dije del oro, perlas, piedras preciosas, especiería… El oro es excelentísimo; del oro se hace tesoro y con él quien lo tiene hace cuanto quiere en el mundo, y llega hasta que echa las ánimas al paraíso"[3].
El mismo Colón, en sus últimos viajes, trajo en sus naves todo el armamento necesario para someter y mantener en esclavitud a los indios en una isla del Caribe, para que le extrajeran oro. La pronta extinción forzada de los indígenas (de cien mil indios en la isla Española en 1492, quedaban 500 en 1750) exigió luego esclavos negros[4]Hacia 1570, Iberoamérica habría perdido más de dos millones y medio de personas, por "el contacto con una raza superior, la falta de preparación de los españoles para una colonización tropical, los contagios por carencia de higiene, la falta de alimentos…, el trabajo obligado y la nueva forma de vida, las venganzas, el alcoholismo, el mestizaje"[5].
4. Veinticuatro años después, los españoles, guiados por Juan Díaz de Solís, llegaron a lo que primeramente denominaron Mar Dulce. Gaboto se adentra en el Mar Dulce buscando la "ciudad de los Césares" (quizás ricos caciques incas); y Álvar Núñez Cabeza de Vaca (1541) llega a Paraguay, por el Brasil, oyendo una fascinante narración acerca del "dorado".
Los soldados españoles traían "la pobreza de unos, la codicia de los otros y la locura de los más", según el cronista Gonzalo de Oviedo. Y al decir de Cervantes, estas tierras fueron "el refugio y amparo de los desesperados de España".
Los españoles que llegaron a estas tierras traían la valentía y la audacia de un soldado y de un codicioso; pero albergaban también el desprecio al trabajo.
Mas no solo el desprecio al trabajo, sino a todo lo diferente: al judío, al moro, a los conversos, al indio, al negro. El cinismo, la hipocresía se encubrió con el manto de lo religioso, que mientras de palabra defendía al débil con algunas migajas, poco y nada hizo por él.
Eran los conquistadores gentes con una gran imagen de sí mismos: creían defender de algún modo al Rey, a infantes e infantas, a los nobles, a los hidalgos, cuya nobleza, en realidad, no era más, por lo general, que el fruto de violencias y rapiñas añejas.
A pesar de la organización piramidal y autoritaria del gobierno -y, quizás, precisamente por ello- se genera, en América Latina, una cultura de la evasión, del acatamiento (o sea, manifestar que se respeta la ley) y de su no cumplimiento o de su cumplimiento solo formal.
"El cumplimiento formal o exterior de la regla, pero violándola en realidad con subterfugios o dobleces… fue una constante especialidad de los funcionarios, como en el caso del Gobernador de Nicaragua, Rodrigo de Contreras, quien esquivaba la prohibición de no tener más de 300 indios encomendados anotándolos a nombre de parientes o amigos. Ya hemos dicho que llegó así a tener 30.000 aborígenes"[6].
El español conquistador, y luego los americanos y argentinos, vivieron dependientes de una autoridad. No pudieron vivir según sus propias leyes; pero, por esto mismo, trataron siempre de evitar el cumplimiento de las mismas: hecha la ley hecho el engaño.
Los que establecen sus propias leyes, después de discusión y consenso, la introyectan y no tienen sino que cumplirlas: no pueden traicionarse a sí mismos; deben ser íntegros o coherentes. Mas quien tiene siempre a un superior que le establece las leyes y que no representa a los deseos de los ciudadanos, éstos utilizan cualquier descuido para violarlas, incluso aparentando cumplirlas formalmente: se convierten en cínicos.
Los ingleses que llegaron a Norteamérica vinieron, con ansias de libertad, a organizarse por sí mismos, huyendo de la imposición de una u otra religión. Los conquistadores ibéricos, por el contrario, vinieron en son de conquista y con ansias de poder retroalimentada con el dinero, con la compra de poder. Ellos lo ejercieron luego, ante todo, según una razón de poder y no de justicia, generándose una idea aceptada de corrupción institucionalizada, de uso y abuso del poder. Colón establece los términos de poder y ganancia con los reyes católicos en términos de un contrato de negocio (que luego no fue respetado por los mismos reyes católicos). Cortés, Pizarro y tantos otros adelantados, vinieron a conquistar, interesados en la fortuna. Los cabildos, por dar otro ejemplo, fueron instituciones con cierta democracia, en los reinos españoles, y por medio de ellos los pueblos podían administrarse e impartirse justicia, en el siglo X. Los vecinos reunidos, una vez al año, elegían a los miembros de esos cabildos. Pero ya en el siglo XIV, el poder se fue concentrando en los reyes mediante los regidores vitalicios nombrados por la Corona, para presidir los cabildos y para la "administración de la gente". Con Felipe II, necesitado de dinero para llevar adelante las guerras de religión, se comenzó a vender los "oficios", o sea, los cargos, en remate público y al mejor postor. En Buenos Aires, en 1607, Bernardo de León fue el primer comprador del cargo para incorporarse al Cabildo, cargo que ejerció por 30 años[7]El poder y gobierno del cabildo, así obtenido, dejó de ser un servicio de administración para el bien común y cayó en el desprecio.
5. Estos españoles traían cultivada un ansia de poder, confiscación política y posesión. No dudaron, pues, en considerarse dueños sobre todo del oro y de la plata de los indios[8]
Si ser cristiano es seguir las enseñanzas de Cristo y si su gran mandamiento ha sido "amarás al prójimo como a ti mismo" (Jn. 13,35), según el ejemplo que con su vida nos dejó, entonces la extinción masiva de los indígenas no demuestra que se los haya tratado como los cristianos deberían haberlos tratado, ni que la conquista de América se haya actuado buscando un fundamento precisamente en una sociología cristiana.
"El tristemente famoso Requerimiento, redactado por el jurista Juan López de Palacios Rubios en l514, por el que a los aborígenes se les `presentaba´ a Cristo y se les exigió la sumisión al Papa, a la Iglesia, al Rey y a la Reina, leído en castellano –lengua que no entendían- fue el instrumento `legal´ para justificar el accionar de los conquistadores. Tampoco puede decirse que expresa el pensamiento de la Regla de Oro: `Así que todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos´ (Mt. 7,12). Como dice el Prof. Rubén Dri: `Había una teología de la Dominación… Una vez que la máxima autoridad religiosa reconocida por el conquistador le confería los títulos necesarios para realizar en favor del imperio de Cristo, el conquistador se sentía misionero. Ahora podía matar con la conciencia tranquila´"[9].
El conquistador se apropió de la tierra (entonces el bien más preciado) y de todo lo que ella contenía y ofrecía, por un acto político de dominación, no por haber trabajado y producido algo en esa tierra, como lo hacían los colonos. Se originaba así, por un lado, la idea de tener sin producir como algo legítimo, de gastar en una vida placentera al presente, sin invertir o ahorrar para generaciones futuras; y, por otro, no se estaba generando una sociedad, pues "las personas en cuanto son socios son libres" o no son propiamente socios, fines en sí mismo sino medios para un señor: "la sociedad por su misma naturaleza excluye la servidumbre"[10].
6. Y cuando se agotó el oro y la plata ya extraída por los indios, como los indios también eran propiedad del Rey, debieron bajar a las minas nuevamente. A este trato, no se le llamó esclavitud (eso vendría luego con las personas traídas de África), sino encomienda (encomendado por el Rey para su evangelización con la contraprestación del trabajo) o mita (prestando -de hecho gratuitamente- un servicio laboral a la corona y conquistadores, la mayor parte del año). De hecho, la conquista produjo un efecto devastador para con el indio en Argentina: de trescientos mil indígenas estimados al llegar los conquistadores, quedaban cuarenta y un mil en tiempos de la independencia argentina[11]
El tratamiento que la Corona dio a Colón y sus herederos a perpetuidad, respecto de los gobiernos de las tierras conquistadas, marcó el inicio de las injusticias y usurpaciones. Cuando la injusticia -entendida mínimamente como el no respeto ni reconocimiento de lo pactado- comienza con el gobernante, los gobernados aprenden rápidamente la lección. Son innumerables los documentos históricos en los que se constata el incumplimiento de las Reales Cédulas.
No hay duda que muchos de los grandes bienes o capitales se realizaron mediante la conquista, la esclavitud, el robo, y otras formas de apropiación violentas. No siempre, empero, quedaban en manos de los que se apropiaron injustamente de ellos.
El incumplimiento de la ley se hacía de tres maneras: a) por un desconocimiento abierto de la misma (como cuando Cortés rechaza la prohibición de encomendar indios); b) por desconocer o archivar una cédula que no favorece a la autoridad actual y resucitar otra que lo favorece, esto es, por jugar con las leyes para no hacer justicia; c) por un cumplimiento solo formal de las normas pero infringiéndolas con subterfugios (hecha la ley, encontrada la trampa). En la raíz se hallaba siempre lo mismo: la corrupción, la voluntad política de no hacer justicia, de no apreciarla; y un desmedido deseo de poder y de dinero que parecía justificar todos los actos desde la máxima autoridad hasta la de inferior categoría.
También la conquista de las tierras "del desierto" fue una usurpación, signada por la fuerza y las matanzas, de las tierras de los indios que amenazaban con sus malones la expansión de los estancieros. Ni los indios ni sus conquistadores fueron hombres que evadieron la violencia. Juan Manuel de Rosas, por ejemplo, conquistó 400 leguas de tierra y mató a diez mil indios, degollando a toda india mayor de 20 años, según el testimonio de Ch. Darwin[12]Luego Julio A. Roca terminarán la obra. La acumulación del capital y la pretendida nobleza se apoyaron frecuentemente en la violencia y usurpación, lo que hizo a sus poseedores -los ricos terratenientes- radicalmente inmorales, queriéndose instaurar luego, en vano, sobre ese hecho el derecho y la exigencia del respeto a las leyes. Sólo con la reforma de la Constitución Nacional (1994, Cap. IV, art. 17) se reconoció el derecho "la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos" y la posesión y propiedad comunitarias de sus tierras.
Charles Darwin, (que cabalgó buena parte de la provincia de Buenos Aires y Santa Fe, que cenó con Juan Manuel de Rosas), nos dejó algunas de sus impresiones sobre el modo de ser de los argentinos, distinguiendo netamente la conducta del gaucho de la de los urbanos. Eran ya manifiestas las conductas corruptas.
"Los gauchos u hombres de campo son muy superiores a los que residen en las ciudades. El gaucho es invariablemente muy servicial, cortés y hospitalario. No me he encontrado con un solo ejemplo de falta de cortesía u hospitalidad. Es modesto, se respeta y respeta al país, pero es también un personaje con energía y audacia.
La policía y la justicia son completamente ineficientes. Si un hombre comete un asesinato y debe ser aprehendido, quizá pueda ser encarcelado o incluso fusilado; pero si es rico y tiene amigos en los cuales confiar, nada pasará.
Es curioso constatar que las personas más respetables invariablemente ayudan a escapar a un asesino.
Parecen creer que el individuo cometió un delito que afecta al gobierno y no a la sociedad. (Un viajero no tiene otra protección que sus armas, y es el hábito constante de llevarlas lo que principalmente impide que haya más robos.)
Las clases más altas y educadas que viven en las ciudades cometen muchos otros crímenes, pero carecen de las virtudes del carácter del gaucho[13]
Se trata de personas sensuales y disolutas que se mofan de toda religión y practican las corrupciones más groseras; su falta de principios es completa.
Teniendo la oportunidad, no defraudar a un amigo es considerado un acto de debilidad; decir la verdad en circunstancias en que convendría haber mentido sería una infantil simpleza.
El concepto de honor no se comprende; ni éste, ni sentimientos generosos, resabios de caballerosidad, lograron sobrevivir el largo pasaje del Atlántico…
En la Sala de Buenos Aires no creo que haya seis hombres cuya honestidad y principios pudiesen ser de confiar. Todo funcionario público es sobornable. El jefe de Correos vende moneda falsificada. El gobernador y el primer ministro saquean abiertamente las arcas públicas… No se puede esperar justicia si hay oro de por medio.
Conozco un hombre (tenía buenas razones para hacerlo) que se presentó al juez y dijo: 'Le doy doscientos pesos si arresta a tal persona ilegalmente; mi abogado me aconsejó dar este paso'.
El juez sonrió en asentimiento y agradeció; antes de la noche, el hombre estaba preso. Con esta extrema carencia de principios entre los dirigentes, y con el país plagado de funcionarios violentos y mal pagos, tienen, sin embargo, la esperanza de que el gobierno democrático perdure.
En mi opinión, antes de muchos años temblarán bajo la mano férrea de algún dictador"[14].
7. En la América hispana, ante tal actitud de injusticia y de autoritarismo de los gobernantes españoles que deseaban aumentar sus posesiones y riquezas, cabían dos conductas: o bien la rebelión activa (tarde o temprano sofocaba por el adiestrado ejército español); o bien la resistencia pasiva mediante el recurso de la pereza y luego a la viveza o picardía criolla. Para el indio y para el criollo, la organización social no era una obligación y un deber, con trabajos y capitalización, ni estar sometido a órdenes de un patrón (mentalidad ésta propio de un europeo), sino una momento de convivencia placentera.
"Entre los mocovíes, hacer estrictamente lo que a uno le venía en gana, era lo normal. El padre Canelas recordaba: `Mandésele o convídesele para alguna cosa; sin tiene ganas de ello no lo hará… Sucedíanos mandarles alguna cosa a algunos, sentirse sin ganas de hacerlo y negarse. Instarle a que lo haga y salir otros en su defensa diciendo: Padre ¿cómo lo ha de hacer, si no tiene ganas?´. La imprevisión era asimismo patente: se vivía la día, sin norma alguna de ahorro"[15].
La idea del progreso es ajena al indio y al criollo. El español ve al indio con una desidia increíble: no la abandonaba ni presionado por el hambre o por la suma necesidad de la mujer o los hijos. El vino los deleitaba: "Nada hay para ellos más agradable. Por beber posponen todo… Mientras tienen que beber, beben…"[16]
En algunos lugares de América se practicó el canibalismo ritual (aunque algunos indígenas les achacasen a los conquistadores matar a demasiados hombres, en sus guerras, y ¡ni siquiera comerlos!). Esto originó la duda sobre si los indios entraban en la categoría de condición humana; pero de todos modos se los consideró diferentes e inferiores[17]
Ni los indígenas ni los españoles fueron personas ideales. Tuvieron culturas diversas con valores diversos que llevó a unos y a otros a un mutuo desprecio. Una conquista es la imposición por la fuerza de una cultura sobre otra; y dentro de cada cultura caben excepciones para héroes y villanos de ambas partes. El indio se sintió invadido y desposeído. Quien desprecia recibe desprecio. Un despreciador no es sino un despreciado, generando una círculo vicioso difícil de romper. Se generó un continente de marginación, objeto rapiña y sometimiento; y se lo hacía sin resentimientos aparentes porque la religión le aseguraba que lo que traían a cambio (la cultura, la salvación, etc.) colmaba con creces los males necesarios de una conquista que doblegaba las voluntades pero para su propio bien, pues se trataba de un bien superior.
Ha durado quinientos años el intento por justificar la conquista española y parece quedar mucho por justificar, si bien no nos podemos hacer una imagen idílica del indio americano. Como todos los humanos se mataban entre ellos y el rey Inca tomaba chicha en el cráneo de su hermano derrotado, degollado y desecado.
El círculo del desprecio -que es consecuencia del autoritarismo- continuó en la lucha por el poder entre federales y unitarios, entre civilización y barbarie, entre vendepatrias y gorilas, pero no nos adelantemos. La cultura es el depósito del homo sapiens. La evolución continúa y las naciones pueden construirse, destruirse y reconstruirse.
Por cierto que no es fácil hacernos una idea de la Argentina, sobre todo de la del siglo XIX. Sus próceres son personalidades complejas, flexibles según las circunstancias cambiantes. Facundo Quiroga, por ejemplo es, inicialmente, en la descripción de Sarmiento, la imagen de la barbarie; pero es la civilización cuanto intenta crear una confederación contra Rosas. Nuestros próceres, no sin una veta de romanticismo hicieron no sólo historia, sino psicología social, incipiente antropología social, y emitieron tenues insinuaciones económicas[18]
8. La Argentina ha sido ante todo un poblado de conquistadores en constante confrontación entre el triunfador y el vencido, entre el ambicioso y el resignado.
La ley de la conquista hay sido y es la ley de la fuerza. Se conocían las leyes, cristianas o reales, pero no se cumplían. Faltaba y falta control. Con demasiada frecuencia, no gobernó la ley (que es expresión de racionalidad y justicia -aunque con frecuencia se juega con las leyes, en lugar de construirlas y respetarlas, como símbolo de lo más racional que tenemos-), sino la hipocresía, que es ocultación del criterio de verdad y justicia.
Esa es la cultura profunda, vivida, que heredamos.
9. Los españoles vieron esta tierra con codicia. El Mar Dulce de Solís se convirtió en Río de la Plata. De hecho, en el Capítulo General de la orden Franciscana, realizado en Valladolid en 1565, se hablaba de Buenos Aires (fundada en 1535 y refundada en 1580) como de la Ciudad plateada (Civitas o Urbis Argentea).
Pero fue Martín del Barco Centenera (1535-1602), poeta, sacerdote y soldado español, quien describe la fundación de Buenos Aires en una tierra llamada Argentina o la plateada; y en 1612 Díaz de Guzmán escribe La Argentina[19]
No obstante y por fuerza, los residentes en estas tierras perdieron la codicia de los primeros españoles por los metales: la riqueza iba a ser ganadera. El habitante iba a convertir esa riqueza agraria en plata; se iba a ser argentino y así perduraría la Argentina.
En 1776, España creó el virreinato del Río de la Plata, con sede en Buenos Aires. En la revolución de 1810 no se habla de la Nación Argentina. En la "Marcha Patriótica" (1813, luego Himno Nacional Argentino en 1847) de Vicente López y Planes, se menciona al "valiente pueblo argentino", a una "nueva y gloriosa nación" y a "las provincias unidas del sud"; y en el Congreso de las Provincias Unidas los Representes se preguntan, en 1816, si quieren que "las Provincias de la Unión sean una Nación libre e independiente" de España; se enuncia el tema de la "Nación Argentina" en los intentos de constitución nacional unitaria de la década del 1820; y con la firme oposición de los caudillos federales (Artigas, Ramírez, López), pero sólo en 1853 se proclama definitiva y solemnemente la "Constitución para la Nación Argentina". Mas, en la realidad, la Nación es una construcción social que lleva doscientos años en su intento de construirse.
Esta Constitución, si se tiene en cuenta sus Bases, según Alberdi, en 1852, debía reflejar "los acontecimientos de su historia". Debía tener como gobernantes a hombres con sentido del dinero; no a hombres humanistas, educados en seminarios, sino a economistas prácticos, comerciantes, "salidos de los negocios". No es de extrañar que Alberdi ponga a "los grandes intereses económicos" como al primero de los fines del "pacto constitucional" argentino; y a la "libertad de comercio" como al primer derecho de todo extranjero para con la Argentina. La Constitución debía tener entonces "una misión esencialmente económica", teniendo en cuenta la idea francesa de libertad aplicada a la idea inglesa de comercio y orden[20]
Los teóricos unitarios, principalmente de Buenos Aires, desean ser federales (esto es, soberanos en su estado provincial), y se enriquecieron con el puerto y la aduana. Los federales del interior del país desean también ser federales, pero no pudieron enriquecerse y tuvieron que negociar su unión con Buenos Aires. Los federales ganaron con las armas a los porteños; pero Mitre y Roca ganaron económicamente la unidad del país. Argentina, en fin, quedó constituida como una confederación de estados provinciales, con fuerte dominio del poder unitario, que se expresa en el modo de ejercerse de la presidencia de la Nación[21]
Algunos indicadores del ser de la sociedad argentina
a) Los resabios del deseo de plata
10. Sería muy idealista pensar que alguien no se interesa, en este mundo, por el dinero.
El dinero es la mercancía universal, la forma más facilitada de intercambiar bienes materiales, satisfacer necesidades básicas y alcanzar poder e influencias sociales. El dinero hoy se ha integrado a la forma humana de vivir.
Lo delicado de la cuestión no se halla, entonces, en el dinero en sí mismo; sino en el lugar que ocupa en la vida humana, individual y social.
11. El dinero, unido a la injusticia y al poder corrupto, todo lo corrompe y deshumaniza al hombre convirtiéndolo en un medio canjeable para otros fines que pasan a ser superiores a la vida humana, como, por ejemplo, el mantenimiento del poder a cualquier precio.
Por un lado, la tradición conquistadora hispana influyó no poco en la mentalidad argentina instalando la idea de la fuerza conquistadora (o prepotencia) como fuerza con derecho y con impunidad ante el juego con las leyes; por otro, la idea de libertad de España hizo a todos "liberales", amantes de la libertad para ejercer, ahora desde América, el juego de privilegios e impunidad. Conciliando ambas influencias cabía -y cabe- encontrar liberales que no fuesen demócratas, sino simplemente opuestos a los "conservadores"[22] (y éstos puestos a los cambios presentados por la Modernidad). La idea de "masas populares" recordaba los desarreglos de las "hordas indisciplinadas" de la Revolución Francesa. El "partido de la libertad" (tomando distancia contra las ideas rositas y el gobierno de la confederación federal) se fue delineando como un partido unitario, contra los federales; y las ideas populares no tuvieron entrada en los mentores de la educación argentina ni en la dirigencia oligárquica y terrateniente argentina del siglo XIX.
Los inmigrantes del siglo XIX e inicios del XX, que llegaron a ser casi la mitad de la población del país (3.377.780 en 1890 y 7.885.237 en 1914), no venían a hacer turismo. Eran gentes pobres, mal preparadas para sobrevivir a las angustias de sus Lares. La mayoría dijo ser campesina en sus registros de inmigración. Si bien Alberdi, en 1873, estimaba que "gobernar era poblar" con gentes civilizadas, no obstante, al final de su vida, al constatar la pobreza de los inmigrantes que hacía imposible el gobierno, le parecía que gobernar era "despoblar, limpiar la tierra de apestados, barrer la basura de la inmigración inmunda"[23].
Ellos vinieron a "hacer la América", lo que significaba ganar dinero en forma rápida, y a cualquier costo, desprovistos de reparos éticos, y retornar a su país de origen; o bien, si no se llegaba a ser rico, parecerlo: ser un "bacán", como lo registraron los tangos. En algunos casos, sin embargo, los pioneros acumularon, los hijos disfrutaron del enriquecimiento y los nietos mendigaron[24]En todos los órdenes, se dilapidó lo acumulado; no se lo capitalizó inteligentemente.
Según el censo de 1895, se nota una expansión de la clase media. En el ramo industrial, el 81,33% de los establecimientos era propiedad de extranjeros, que el 1914 decae al 64,30%. El Estado era la empresa con mayor número de empleados en relación de dependencia: el 82%; el resto dependía del comercio y de profesionales.
12. Todos debieron estar a la defensiva, viendo con precaución, pues la audacia era la forma de vida cotidiana.
La desconfianza, ante la posibilidad del engaño, y el deseo de hacer fortuna calzaba muy bien con la tradición de los conquistadores.
De hecho, se estableció una perversa relación entre el argentino y la economía. Se podría decir que la economía es la preocupación fundamental del argentino (no del criollo y del indígena), en relación con los demás y con el poder gobernante. Si el poder y el prestigio de los nobles se sostiene con el dinero, éste pasó a ser la herencia fundamental de los conquistadores y de los inmigrantes, deseosos de hacer fortuna a cualquier precio.
Esto generó en el criollo una sensación de indefensión, por un lado; y, por otro, un desinterés por las cosas públicas y una desconfianza por los poderosos e instruidos, refugiándose en una actitud moral estoica.
"…Mas digo sin ser muy ducho,
que es mejor que aprender mucho
aprender cosas buenas"[25].
13. El argentino se ha visto en la necesidad de desarrollar su preocupación por la economía, por saber dónde pondrá sus ahorros. Y como el gobierno no es confiable, la evasión, la picardía, el ocultamiento, la transferencia de fondos a otros países, parece ser lo más lógico.
Las constantes y marcadas devaluaciones de la segunda parte del siglo XX, las alevosas e impulsivas confiscaciones o congelaciones de depósitos que eran propiedad privada de los ciudadanos, los llamativos e impunes casos de corrupción y una justicia dependiente, agravaron la situación de inseguridad y confianza[26]
Por este resabio del deseo de la plata, obtenida rápidamente y en grandes cantidades y de cualquier manera, Argentina ha seguida atada a alto niveles de corrupción estructurada y permitida en todos los niveles del gobierno y del poder. Se entiende, en este contexto, por corrupción el abuso de un cargo público para el beneficio privado. Demos un ejemplo ofrecido por organismos internacionales. El Informe de Transparencia Internacional sobre ética institucional, en el 2002, ubicaba a las naciones con un puntaje de 1 a 10, donde 10 correspondía al ideal de transparencia. Argentina descendió en ese año del puesto 55 al de 70. En el Informe 2003, referido a los primeros meses de ese año, en el que se evaluaron 133 naciones, siendo en Argentina presidente Eduardo Duhalde, aumentó el nivel de corrupción, pasando Argentina del lugar 70 al 92 (junto a Albania, Etiopía, Gambia, Pakistán, Filipinas, Tanzania), otorgándosele la nota del 2,5 de transparencia, mientras Chile era calificado con un 7,4 ocupando el vigésimo lugar mundial de transparencia).
Mas la suerte de la Argentina no cambia, con el mero pasar del tiempo o con el cambio de los gobernantes. Esto indica que su corrupción es mucho más profunda: es estructural. Argentina ha sido calificada, en el 2004, como "el segundo país más corrupto", según un informe presentado por Transparency International (TI). Ecuador encabeza la lista seguido por Perú, India, Bolivia, Brasil, Costa Rica y México. Tras los partidos políticos, -convertidos en partidocracias, forma espuria de la democracia- las "instituciones más corruptas del mundo son los parlamentos, la policía y el poder judicial" según la opinión de cincuenta mil personas encuestada por Gallup International. Sólo 12 países han firmado el convenio de la ONU contra la corrupción, por la cual se facilitará la devolución de los activos robados por los políticos e impedir su asilo en países extranjeros[27]En septiembre del 2007, la agencias DPA y DyN hicieron conocer el informe presentado por Transparency International que presenta a la Argentina en el lugar 105 sobre 180 países encuestados, con un puntaje de 2,9, según 7 encuestas utilizadas, por lo que sigue habiendo "una baja institucionalidad" en la gestión pública y "las organizaciones de control son muy débiles". Donde hay poca transparencia de la gestión pública se genera "mucho riesgo de corrupción" y alertó sobre la relación directa entre corrupción y pobreza.
La impunidad, -el hecho de que las injusticias y delitos no tengan un justo resarcimiento o pena-, genera irresponsabilidad individual y social. La impunidad genera la idea de que se puede hacer cualquier cosa, que la libertad no tiene límites morales para autolimitarse. Creer que los menores de ser impunes es un idealismo romántico. Ni los menores son impunes, aunque la sociedad los declare inimputables (no atribuibles, sin consideración penal). La realidad social (familiar, luego escolar, después civil) debe pedir, a las personas, en forma gradual, un resarcimiento por el daño que causan aun sin ser conscientes de ello. Es la impunidad la que genera o mantiene la idea de que todo se puede hacer sin consecuencias. La conciencia y la responsabilidad individual y social se genera con la idea del castigo justo. Si se es inconsciente se puede no tener remordimiento por un daño causado, sin desearlo; pero esto no exime de la pena y de la reparación del daño cometido. Según el informe (Berlín, 17/11/09) de la "Organización Transparencia Internacional", que sondea los grados de corrupción, Argentina ocupa tristemente el puesto 106 (de entre 180 naciones analizadas). Estos niveles de corrupción no están asociados exclusivamente a la pobreza; sino a la falta de libertad de comunicación y a la impunidad, lo cual remite a la organización política de los países.
En las encuestas, la población estima que la corrupción se halla en los tres poderes máximos de la nación (ejecutivo, legislativo, judicial) y en el poder sindical, donde sus dirigentes siempre obviaron presentar sus declaraciones juradas de bienes. Obviamente, una decidida política anticorrupción, con controles eficaces, una justicia eficaz y pronta no comprometida con políticos corruptos, elecciones políticas transparentes con la justificación de sus gastos de campaña, la apertura de los archivos secretos sobre contrataciones públicas, jurados internacionales, ayudarían enormemente a cambiar la situación. El índice de corrupción indica también el índice de defectuosidad que tiene aún el funcionamiento de una democracia en una sociedad.
Ante la desconfianza por la moneda nacional en manos de quienes deciden su valor arbitrariamente, robando los bienes privados y públicos con eufemismos como "devaluación", la cotización del dólar (o de otras monedas extranjeras) se volvió un conocimiento cotidiano imprescindible, para los argentinos. "El en 2001, el 51% de la banca era extranjera y el 6% de los ahorristas tenía acaparado el 84% del crédito"[28]. Ni la banca nacional ni la extranjera hicieron algo por proteger la confianza y así, ante un atisbo de desconfianza, desaparecieron el crédito y los capitales en breve tiempo. Los argentinos más informados llevaron sus capitales al exterior, evadiendo al fisco y a la ética, lo cual es sabido y conocido por los sistemas de control que no se decidieron a intervenir: hubo afuera de país, en inversiones de argentinos, lo que se debía por deuda pública. Esto significó contribuir al desarrollo fuera de las fronteras, mientras en el propio país faltaba el crédito y el trabajo. La desconfianza minó -y minará por largo tiempo- en lo más profundo a esta sociedad, porque no hay contrato social posible donde no hay confianza mutua entre los socios[29]
El efecto desintegrador de la desconfianza por la corrupción es formidable. No es posible pensar en una sociedad donde los ciudadanos no se consideran socios de nada ni con nadie; donde la desconfianza, la falta de respeto a las leyes y la prepotencia es la forma normal del trato, entre las personas y para con los gobernantes.
14. El siglo XIX fue utilizado en organizar el país, tras luchas sangrientas por el poder fomentadas por unitarios o federales. Como casi siempre, se llegó a un resultado mixto: aparentemente federal y de hecho unitario. Financieramente fue, en gran parte, un siglo endeudado. El gobierno de Buenos Aires recurrió por primera vez al crédito externo en 1824, siendo ministro de hacienda Bernardino Rivadavia, con la casa financiera inglesa Baring Brothers, solicitando un millón de libras esterlinas para la construcción del puerto; pero ya entonces, los fondos fueron derivados arbitrariamente al Banco Nacional y luego gastados en la guerra con Brasil. El déficit de la balanza comercial aumentó y el empréstito creció. "Recién en 1904 se acabó de pagar totalmente la obligación de Rivadavia. Habían sido abonados 23.734.706 pesos oro por 3 millones realmente recibidos y en papel"[30].
Otros países han repudiado la deuda externa de sus países cuando, para pagarla, debían llevar a la quiebra a sus países. Rusia repudió, en 1918, la deuda (de 11.300 millones) contraída por los zares con Estados Unidos e Inglaterra. Los Estados Unidos del norte repudiaron la deuda de los Estados del sur, después de la guerra de Secesión, contraída por éstos con Francia y Gran Bretaña, dado que habían ayudado a la rebelión de los Estados del sur. En 1920, Inglaterra pidió una prórroga a EE. UU., pues la reina consideraba que la deuda no se podía pagar a "costa del hombre de su pueblo" y, con el correr de los años, la deuda no se pagó más[31]
El siglo XX, tras un inicio equilibrado, en Argentina, hizo aparecer la presencia de gobiernos precariamente democráticos en alternancia con gobiernos militares, unidos bajo un mismo resultado: la inestabilidad económica que tanto enferma a los argentinos.
Así terminó el siglo XX, con un creciente cúmulo no solo de una impagable deuda pública, que nunca se quiso revisar, sino además con un país lleno de frustraciones y exclusiones[32]Los representantes de los ciudadanos (el poder legislativo) que por la Constitución Nacional son los responsables "de contraer empréstitos" y "de arreglar el pago de la deuda interior y exterior de la Nación" (Art. 75, 4 y 7), cedieron sus poderes y facultades, con una ley, al poder ejecutivo y no controlaron su ejercicio ni deslegitimaron la deuda (habiendo hecho entrar en ella capitales de la deuda privada, que debieron pagar luego todos los argentinos). Ante tal irresponsabilidad, difícilmente se puede hablar de democracia y de república con división de poderes[33]En períodos de corrupción no se respetan las leyes, sino que se juega con ellas y esto sucede desde los tiempos coloniales.
"La deuda se ha convertido en un instrumento eficaz para imponer políticas que consoliden el poder de los países ricos sobre los países pobres; es una forma deletérea de control de las economías perisféricas y de la subordinación al poder globalizador. Es, en definitiva, el verdadero símbolo moderno de la dominación y el sometimiento"[34].
Página siguiente |