En sentido limitado es la forma de organización que establece como premisa que los poderes del gobierno derivan del consentimiento de los gobernados. Así, en última instancia, el poder pertenece al pueblo, quien lo ejerce directamente (democracia directa), o bien por medio de representantes libremente elegidos (democracia representativa o indirecta). En sentido más amplio es una forma de vida que trasciende la esfera política y tiñe de contenido propio el conjunto de las actividades de la sociedad.
"La piedra clave de la democracia, es un modo de existencia que puede expresarse como la necesidad de la participación de cada ser humano en la formación de los valores que regulan la vida del conjunto, lo que implica el desarrollo pleno del individuo y a la vez del bienestar social", dice John Dewey.
La necesidad de libertad es el impulso que determinó desde la antigüedad el nacimiento de las distintas formas de democracia que se han dado en la historia. Puesto que el poder irrestricto, sin control, de un monarca, dictador o grupo, tiende a ejercitarse abusivamente, la democracia intenta reconciliar el gobierno con la libertad.
La democracia moderna se plantea el problema de si el hombre existe para el estado o el estado para el hombre, nace de la conquista de los derechos individuales. Afirma que el individuo es lo primero, y sobre esta base intenta la cooperación y la formación de un orden común.
En la Declaración de los Derechos del Hombre de la Revolución Francesa se afirmaba: "El fin de toda política es la preservación de los derechos naturales e imprescindibles del hombre. Estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad, y la resistencia a la opresión".
Veamos, ahora, como actualizan estos conceptos algunos tratadistas y como los insertan en la problemática que presentan la globalización y el mercado:
"La idea de la modernidad, en su forma más ambiciosa, fue la afirmación de que el hombre es lo que hace y que, por lo tanto, debe existir una correspondencia cada vez más estrecha entre la producción -cada vez más eficaz por la ciencia, la tecnología o la administración– la organización de la sociedad mediante la ley y la vida personal, animada por el interés, pero también por la voluntad de liberarse de todas las coacciones.
¿En que se basa esta correspondencia de una cultura científica, de una sociedad ordenada y de individuos libres si no es en el triunfo de la razón?. Sólo la razón establece una correspondencia entre la acción humana y el orden del mundo, que era lo que buscaban ya no pocos pensamientos religiosos que habían quedado, sin embargo, paralizados por el finalismo propio de las religiones monoteístas fundadas en una revelación.
Es la razón la que anima la ciencia y sus aplicaciones; es también la que dispone la adaptación de la vida social a las necesidades individuales o colectivas; y es la razón, finalmente, la que reemplaza la arbitrariedad y la violencia por el estado de derecho y por el mercado. La humanidad, al obrar según las leyes de la razón, avanza a la vez hacia la abundancia, la libertad y la felicidad.
Las críticas a la modernidad cuestionan o repudian esta afirmación central.
A medida que nuestra sociedad parece reducirse a una empresa que lucha por sobrevivir en un medio internacional, más se difunde simultáneamente en todas partes la obsesión de una identidad que ya no se define atendiendo a lo social, se trate del nuevo comunitarismo de los países pobres o del individualismo narcisista de los países ricos. La separación completa de la vida pública y de la vida privada determinaría el triunfo de poderes que ya sólo se definirían en términos de gestión y de estrategia y frente a los cuales la mayor parte de la gente se replegaría a un espacio privado, lo cual no dejaría de crear un abismo sin fondo donde antes se encontraba el espacio público, social y político y donde habían nacido las democracias modernas. ¿Cómo no ver en semejante situación una regresión hacia sociedades en las que los poderosos y el pueblo vivían universos separados, el universo de los guerreros conquistadores, por un lado, y el de la gente ordinaria encerrada en una sociedad local, por otro?. Sobre todo ¿como no ver que el mundo esta más dividido que nunca entre el norte, donde reina el instrumentalismo y el poder, y el sur, que se encierra en la angustia de su pérdida de identidad?.
La modernidad no descansa en un principio único, y menos aún en la simple destrucción de los obstáculos que se oponen al reinado de la razón; la modernidad es diálogo de la razón y del sujeto. Sin la razón el sujeto se encierra en la obsesión de su identidad; sin el sujeto, la razón se convierte en el instrumento del poder.
El sujeto es la voluntad de un individuo de obrar y ser reconocido como actor.
Dice Habermas que: "El debate democrático siempre combina tres dimensiones: el consenso, que es la referencia a las orientaciones culturales comunes; el conflicto, que opone a los adversarios; el compromiso que combina ese conflicto con el respeto a un marco social – en particular- que lo limita.
La sociedad democrática es aquella que establece los límites más estrictos a la dominación de los poderes políticos sobre la sociedad y los individuos. Lo cual equivale a decir que la sociedad más moderna es aquella que reconoce mas explícitamente los derechos iguales de la racionalización y la subjetivación y la necesidad de combinarlos.
La democracia no significa el triunfo de lo uno o la transformación del pueblo en principio. Por el contrario, la democracia es la subordinación de las instituciones a la libertad personal y colectiva. Protege esta libertad contra el poder político y económico, por un lado, y contra la presión de la tribu y la tradición por el otro. También se protege contra si misma, es decir, contra el aislamiento de un sistema político suspendido entre la irresponsabilidad del estado y las demandas de los individuos", nos dice Alain Touraine en su libro Crítica a la Modernidad (Fondo de Cultura Económica – 1994).
"La modernidad ya no sucede a la tradición; todo se mezcla; el espacio y el tiempo se comprimen. En vastos sectores del mundo se debilitan los controles sociales y culturales establecidos por los estados, las iglesias, las familias o las escuelas, y la frontera entre lo normal y lo patológico, lo permitido y lo prohibido, pierde su nitidez. ¿No vivimos en una sociedad mundializada, globalizada, que invade en todas partes la vida privada y pública de la mayor cantidad de personas?.
¿Como se puede detener el doble movimiento de globalización y privatización que debilita las antiguas formas de vida social y política?. ¿Cómo escapar a la elección inquietante entre una ilusoria globalización mundial que ignora la diversidad de culturas y la realidad preocupante de las comunidades encerradas en si mismas?.
En un mundo en cambio permanente e incontrolable no hay otro punto de apoyo que el esfuerzo del individuo para transformar unas experiencias vividas en construcción de sí mismo como actor. Ese esfuerzo por ser actor es lo que denomino sujeto, que no se confunde ni con el conjunto de la experiencia ni con el principio superior que lo oriente y le de una vocación. El sujeto no tiene otro contenido que la producción de si mismo. No sirve a ninguna causa, ningún valor, ninguna otra ley que su necesidad y su deseo de resistirse a su propio desmembramiento en un universo en movimiento, sin orden ni equilibrio.
La desmodernización. Ya no creemos en el progreso. Vivimos en una mezcla de sumisión a la cultura de masas y repliegue sobre nuestra vida privada.
……….El trabajo pesa poco en un mundo económico dominado por el dinero, la competencia y la tecnología, y cuyas palabras claves: flexibilidad, competitividad, reconversión, ocultan una multitud de vidas quebradas.
Unidad de la economía y de sus marcos institucionales por un lado, fragmentación de las identidades culturales por el otro. La disociación de los dos universos, el de las técnicas y los mercados y el de las culturas, el de la razón instrumental y el de la mejoría, el de los signos y el del sentido. En este fin de siglo, el curso de nuestra experiencia se topa con la disociación – si retomamos los términos antiguos- entre la extensión y el alma, la economía y las culturas, los intercambios y las identidades. Es esta disociación lo que denomino desmodernización. La desmidernización se define por la ruptura de los vínculos que unen la libertad personal y la eficacia colectiva.
Si la desmodernización es ante todo la ruptura entre el sistema y el actor, sus dos aspectos principales y complementarios son la desinstitucionalización y la desocialización. Por desinstitucionalización hay que entender el debilitamiento o desaparición de las normas codificadas y protegidas por mecanismos legales, y más simplemente la desaparición de los juicios de normalidad, que se aplican a las conductas regidas por instituciones. Llamo desocialización a la desaparición de los roles, normas y valores sociales mediante los cuales se construía el mundo vívido.
La paradoja central de nuestra sociedad: En el primer momento en que la economía se mundializa y es transformada de manera acelerada por las nuevas tecnologías, la personalidad deja de proyectarse hacia el futuro y se apoya, al contrario, en el pasado o en un deseo ahistórico. El sistema y el actor ya no se encuentran en reciprocidad de perspectivas sino en oposición directa. Esta desocialización es también una despolitización. El orden político ya no constituye, ya no funde el orden social. Esta crisis esta fuertemente ligada a la del estado nacional, del que tantas veces se dijo que es demasiado pequeño para los grandes problemas y demasiado grande para los pequeños.
Lo que hoy amenaza más directamente al sujeto es esta sociedad de masas en que el individuo escapa de toda referencia a si mismo, donde es un ser de deseo que rompe con todo principio de realidad, a la búsqueda de una libertad pulsional o, dicho de otra manera, impersonal. El sujeto es el deseo del individuo de ser un actor. La subjetivación es el deseo de individuación, y ese proceso sólo puede desarrollarse si existe una interfaz suficiente entre el mundo de la instrumentalidad y el de la identidad.
Reconozco en el disidente la figura más ejemplar del sujeto. Puesto que da testimonio, incluso sin esperanza de ser escuchado, contra los poderes que lo privan de su libertad. El sujeto es palabra y su testimonio es público, aún cuando nadie pueda escucharlo o verlo. El sujeto es voluntad, resistencia y lucha, y no experiencia inmediata de sí. No hay movimiento social posible al margen de la voluntad de liberación del sujeto. Nada está mas lejos de la idea de sujeto que el elogio del individuo libre de toda atadura, que actúa de acuerdo a sus humores, elige sus placeres y hace zapping de un programa de televisión a otro.
El mundo en efecto vive un shock liberal, mucho más masivo que la revolución industrial que conmovió a una parte de Europa en el siglo XIX. Una conmoción de este tipo no exige la formación de movimientos sociales sino, mas bien, de movimientos históricos, que opongan el pueblo a las elites, quienes sufren los cambios a quienes los dirigen. Como respuesta a la globalización de la economía comienzan a formarse movimientos históricos independientes. Las grandes campañas ecológicas, muchas ONGs……..han formado muchos dirigentes sociales y políticos contestatarios.
Veo en el liberalismo económico "globalizador", al igual que en el comunitarismo político, unas amenazas grandes y hasta mortales, contra la democracia, porque son dos caras de la misma desmodernización.
(el autor entiende por comunitarización: cuando un movimiento cultural, o más correctamente una fuerza política, crean de manera voluntarista, una comunidad a través de la eliminación de quienes pertenecen a otra cultura u otra sociedad, o no aceptan el poder de la elite dirigente)
A la pregunta ¿cómo podemos vivir juntos?, es decir como podemos combinar la igualdad y la diversidad, no hay en mi opinión otra respuesta que la asociación de la democracia política y la diversidad cultural fundadas en la libertad del sujeto.
Entre la unificación económica del mundo y su fragmentación cultural, el espacio que era el de la vida social (y sobre todo política) se hunde, y los dirigentes o los partidos políticos pierden tan brutalmente su función representativa que se sumergen o son acusados de sumergirse en la corrupción o el cinismo.
¿Cómo puede hablarse todavía de democracia cuando fue reemplazada por el mercado global, las autopistas del consumo y la comunicación que atraviesan las fronteras?. ¿Y cómo puede imponerse a poblaciones movilizadas política y militarmente en defensa de su identidad colectiva?. Cuando la cultura y la economía, el universo del sentido y el de los signos, se separan el uno del otro, cuando el poder político ya no domina ni la economía internacionalizada ni las culturas definidas como herencias y no como la interpretación de nuevas prácticas, ¿se puede hablar de democracia?.
Es el fortalecimiento de las asociaciones y movimientos culturales, y el apoyo que pueden darle los medios, lo que mejor permite la penetración de las demandas sociales en el campo político, y por lo tanto la reconstrucción de la democracia.
La democracia tiene por objetivos principales, en primer lugar, disminuir las distancias sociales, lo que supone un fortalecimiento del control social y político de la economía; en segundo lugar, garantizar el respeto a la diversidad cultural y la igualdad de los derechos cívicos y sociales para todos; y en tercer lugar, tomar en consideración las demandas de quienes no deben quedar reducidos a la condición de consumidores de atenciones, educación e información.
Hablar de democracia no es proteger la vida privada y dejar que se desarrolle el consumo; es permitir a los individuos, así como a los grupos, ser los actores de su propia historia en lugar de dejarse conducir ciegamente por la búsqueda de la ganancia, la creencia exclusiva en la racionalidad, la voluntad de poder, o la exaltación de valores comunitarios. La democracia es la forma política de la recomposición del mundo que sitúo en el centro de mi reflexión como expresión de mi rechazo de la disociación de una economía globalizada e identidades culturales fragmentadas, pues la política es el arte de combinar la unidad y la diversidad.
El sujeto, la comunicación, la solidaridad son tres temas inseparables, del mismo modo que lo fueron la libertad, la igualdad y la fraternidad en la etapa republicana de la democracia", nos dice Alain Touraine en su libro ¿Podremos Vivir Juntos? (Fondo de Cultura Económica – 1997).
"La historia vuelve a ser ese túnel en que el hombre se lanza, a ciegas, sin saber a donde lo conducirán sus acciones, incierto en su destino, desposeído de la ilusoria seguridad de una ciencia que de cuenta de sus actos pasados. Privado de Dios, el individuo democrático ve tambalearse sobre sus bases, en este fin de siglo, a la diosa historia: esta es una zozobra que tendrá que conjurar.
El fin del comunismo hace regresar al hombre al interior de la antinomia fundamental de la democracia burguesa. Entonces redescubre, como si fuera de ayer, los términos complementarios y contradictorios de la ecuación liberal: los derechos del hombre y el mercado; y con ello compromete el fundamento de lo que ha constituído el mesianismo revolucionario desde hace dos siglos.
La idea de otra sociedad se ha vuelto algo imposible de pensar y, por lo demás, nadie ofrece sobre este tema, en el mundo de hoy, ni siquiera el esbozo de un concepto nuevo. De modo que henos aquí, condenados a vivir en el mundo en que vivimos.
Pero semejante condición resulta demasiado severa y demasiado contraria a la idiosincracia de las sociedades modernas para que pueda durar. La democracia genera, por el sólo hecho de existir, la necesidad de un mundo posterior a la burguesía y el capital, en que pudiese florecer una verdadera comunidad humana.
………El fin del mundo soviético no modifica en nada la exigencia democrática de otra sociedad…….La desaparición de esas figuras familiares de nuestro siglo sólo pone punto final a una época, mas no agota el repertorio de la democracia", nos dice Francois Furet en su libro El Pasado de una Ilusión (Fondo de Cultura Económica – 1995).
"El aumento de la composición orgánica del capital, que se produce a medida que avanza el capitalismo, está íntimamente conectado con una tendencia hacia la centralización y concentración del capital.
La relativa pobreza de la clase trabajadora, la miseria física del "ejército de reserva" y la rápida disminución de los salarios, junto con el súbito aumento del desempleo que se produce en la crisis, todo ello suministra una reserva creciente de potencial revolucionario.
La barrera del capital consiste en que todo este desarrollo se efectúa antitéticamente; y que la elaboración de las fuerzas productivas, de riqueza general, del saber, etc., se presentan de tal suerte que el propio trabajador se enajena a sí mismo…….
Puesto que en su esencia más profunda se basa en relaciones antagónicas entre el capital y el trabajador asalariado las cuales por el mismo funcionamiento universalizan al trabajador solamente en un estado de alienación, el capitalismo contiene dentro de sí las fuerzas que, a la vez, lo empujan hacia su propio óbito y preparan el camino para su trascendencia", nos dice Anthony Giddens (ob. cit.).
"Rustow argumentó vigorosamente que la democracia ha llegado a existir, no porque las personas quisieran tener esta forma de gobierno, ni porque hayan logrado un amplio consenso acerca de "valores básicos", sino porque varios grupos habían estado en pleito constantemente por mucho tiempo, antes de reconocer su común incapacidad para imponerse y la necesidad de llegar a algún compromiso o acomodo.
Los conflictos casi hacen naufragar a las sociedades, pero nunca lo hacen, y por lo tanto en realidad refuerzan, por la saludable experiencia de pasar por una crisis y una lucha. A la postre, las crisis tienden a fortalecer a las sociedades cuanto mayores sean las crisis.
El secreto de la vitalidad de la sociedad pluralista de libre mercado y de su capacidad para renovarse quizás estribe "tanto en regatear o negociar como argumentar" y en la sucesiva erupción de problemas y crisis. La sociedad produce así una estable dieta de conflictos que necesitan atención y que la sociedad aprende a manejar.
Los conflictos típicos de la sociedad pluralista y de libre mercado tienen las características siguientes:
1) ocurren con mucha frecuencia y adoptan una gran varieded de formas.
2) son predominantemente de tipo divisible y por tanto se prestan al compromiso y al arte del regateo.
3) a consecuencia de estas dos características, los compromisos que se pactan nunca hacen surgir la idea o la ilusión de que representan soluciones definitivas", nos dice Albert O. Hirschman en su libro Tendencias Autosubversivas (Fondo de Cultura Económica -1996).
"El año 1989 no clausura una época iniciada en 1945 o en 1917. Clausura lo que se institucionalizó gracias a 1789. Pone fin a la era de los estados-naciones.
Vamos a darnos cuenta de que, herederos de la era de la ilustración, somos herederos amnésicos: las leyes se han convertido en recetas, el derecho en un método y los estados-naciones en espacios jurídicos. ¿Es suficiente para asegurar el futuro de la idea de la democracia?.
Hay que preguntarse hoy si puede existir una democracia sin nación. El gran edificio de la era institucional ha rendido sus cimientos y flota, libre de toda amarra, abandonado a si mismo, como esas casas prefabricadas que arrastra una riada.
Llamaremos "imperial" a la era que viene porque, ante todo, sucede al estado-nación como el Imperio Romano sucedió a la Republica Romana: la sociedad de los hombres se ha hecho demasiado vasta para formar un cuerpo político. En ella los ciudadanos forman cada vez menos un conjunto capaz de expresar una soberanía colectiva; sólo son sujetos jurídicos, titulares de derechos y sometidos a obligaciones, en un espacio abstracto con unas fronteras territoriales cada vez más indecisas.
………La era "imperial"……describe un mundo unificado y a la vez privado de centro.
Hay que comprender, pues, las reglas de esta nueva era, no para luchar contra ella -sería un trabajo inútil-, sino para salvar lo que se puede -y debe- salvarse de la idea de libertad.
¿Sobrevivirá la política a semejante revolución?.El desaparecer de la nación lleva en sí la muerte de la política. En la era de las redes la relación de los ciudadanos con el cuerpo entra en competencia con la infinidad de las conexiones que establecen fuera de él, de suerte que la política, lejos de ser el principio organizador de la vida de los hombres en sociedad, aparece como una actividad secundaria, como una construcción artificial incluso, inadaptada para la solución de los problemas prácticos del mundo contemporáneo.
Desde el momento en que no hay lugar natural de la solidaridad y del interés general, desaparece la hermosa ordenación de una sociedad organizada según una pirámide de poderes encajados los unos en los otros.
El malentendido alrededor del lobbying consiste en creer que el interés general nacerá naturalmente de la confrontación honrada de los intereses particulares…..carente de un principio de solidaridad que trascendiese los enfrentamientos particulares, esta confrontación desemboca, pues, en el inmovilismo.
La política no existe como simple resultante de los intereses privados, pero supone un contrato social que precede y sobrepasa todos los contratos particulares. Si se abandona este postulado y se reduce la política a una función de mercado -en el que se determina el valor de los intereses enfrentados- el espacio de lo político queda inmediatamente amenazado de desaparición, pues no hay mercado que pueda fijar el "valor" del interés nacional y delimitar el espacio de la solidaridad.
Ninguna ley económica puede reemplazar la evidencia territorial e histórica de la nación.
Al perder la dimensión de la duración (tiempo) y encerrarse en situaciones en lugar de organizarse alrededor de principios, el debate se vacía de su substancia, y sólo mediante un abuso de lenguaje puede llamarse todavía "política". A partir de aquí, la "mediatización" que ingenuamente se reprocha a la vida política contemporánea sólo traduce la evolución de una sociedad en la que la efímera
sucesión de las percepciones, tal como la escenifican los media, ha reemplazado a la conciencia de un destino común vivido en la duración. Se hace central la cuestión de las percepciones, pues la complejidad cansa, y un argumento no resumible en una sola frase no tiene existencia mediática.
Una sociedad que se fragmente hasta el infinito, sin memoria ni solidaridad, una sociedad que sólo recupera su unidad en una sucesión de las imágenes que los media le devuelven de sí misma cada semana. Una sociedad sin ciudadanos y por tanto -finalmente- una no-sociedad.
La era imperial siente horror por las opciones y, si bien limita el poder, no es organizando el conflicto, sino fragmentando las decisiones. En la era imperial los fuertes son suficientemente fuertes desde el momento en que los débiles han sabido reconocer su lugar. Una cierta geografía social se impone por sí misma. La difusión del poder ha desactivado los conflictos.
El poder moderno no es únicamente abstracto: se expresa en el dinero, pasarela universal entre todas las formas del poder, gran unificador, irreal y trivial, de la era imperial y de su mezcolanza religiosa. En este aspecto es donde se analiza la corrupción, no como un epifenómeno, sino como el emblema de nuestro tiempo y, acaso, la única "religión" que tiene hoy vocación universal. En ningún momento nos preguntamos si la corrupción, lejos de ser un fenómeno patológico, anormal, no sería uno de los rasgos característicos de una sociedad desarrollada.
En un mundo diferente, en el que el funcionario público es el poseedor de un saber y el mandatario del interés público, es clara la separación entre una actitud de integridad -que exige aislamiento- y la corrupción -que comienza con el contacto. En un mundo en el que el poder emana de la capacidad relacional más que del saber, en el que el interés público y el interés privado tratan de vincularse para una mayor eficacia, la corrupción se convierte en un término tosco, que describe mal los imperceptibles deslizamientos por los que se pasa del contacto a la dependencia, de la información a la influencia.
Ya no estamos privados de la libertad, sino del pensamiento de la libertad.
Hemos perdido lo que cimentaba nuestra dignidad de hombres libres, la aspiración a formar un cuerpo político.
Tenemos una revolución que realizar, y esta revolución no es de orden política, sino espiritual. De nada sirve llorar la crisis de la ilustración y hay que aceptar que llegamos hoy al final de la era institucional del poder.
Verificamos hoy que la evolución de los circuitos del poder cuestiona las victorias que creíamos definitivas. Hemos edificado sobre la arena y fallan los cimientos. Las solemnes palabras de ayer -democracia – libertad- resuenan con un eco vacío. Presos del desasosiego, tenemos dos actitudes entre las cuales elegir: – la primera sería volver a las fuentes del orden institucional que desaparece, y buscar, en un vago acuerdo sobre algunos principios universales, los fundamentos de una nueva religión, el derecho natural sin el cual no existe
derecho. – el otro camino, que hemos intentado seguir, es el de contemplar la realidad de frente, redactar acta del final de la era de la ilustración, y sólo inmediatamente después, intentar salvar lo que puede ser salvado.
Lo mejor que puede desearse para la era imperial, que empieza……ser un modo de funcionamiento……y saber que sólo será eso: será su fragilidad y su grandeza. No existe receta política para hacer frente a los peligros de la era post-política.
En este sentido es en el que la revolución a llevar a cabo es de orden espiritual.
Los debates del futuro se referirán a la relación del hombre con el mundo: serán debates éticos, y será por ellos, acaso, cómo un día renacerá la política, en un proceso que partirá de abajo de la democracia local y de la definición que una comunidad dará de sí misma para elevarse.
Quizás esos continentes aún abstractos que son la ecología y la bioética permitan al mundo imperial abrir finalmente el debate de principios que el necesita para adquirir sentido.
Unos hombres solos, unos "sabios" han elegido no ser "conformes", nos dice Jean-Marie Guehenno. (ob. cit.).
"La participación de los ciudadanos en las elecciones es la más baja de todas las democracias occidentales (dos tercios del electorado se abstiene)", nos dice Michael Albert (ob. cit.).
"La globalización se convierte en trampa para la democracia. No es la pobreza, sino el miedo a ella, el que pone en peligro a la democracia.
Las tareas más nobles de los políticos democráticos en el mundo en el umbral del próximo siglo será el mantenimiento del estado y el restablecimiento de la primacía política sobre la economía. Si esto no ocurre, la fusión, dramáticamente rápida, de la humanidad a través de la técnica y el comercio pronto se convertirá en su contrario y llevará a un cortocircuito global. A nuestros hijos y nietos no les quedaría entonces mas que el recuerdo de los dorados años noventa, cuando el mundo aun parecía ordenado y aún era posible cambiar de rumbo.
Desregulación, liberación y privatización: estas tres "-ciones" se convirtieron en los instrumentos estratégicos de la política económica europea y americana, que el programa neo-liberal (Reagan/Friedman y Thatcher/Hayek) elevó a ideología decretada por el estado.
Años 1979 – 1980. Con la total liberación del tráfico internacional de capital y divisas, el ataque más radical a la construcción económica de las democracias occidentales se abrió paso sin resistencia digna de mención.
Libre de todo contrapoder (los sindicatos) y control público, en la economía americana se impuso paso a paso un principio que ahora penetra a toda la sociedad del país: The winner takes all, el ganador se lleva todo. Un largo y evidente Contrato Social fue rescindido sin preaviso. No sólo hay una, sino
muchas globalizaciones ( dice Butros-Ghali ) por ejemplo la de la información, la de las drogas, la de las plagas, la del medio ambiente, y naturalmente y sobre todo, la de las finanzas…….. De qué nos sirve ( se pregunta quien estaba situado a la cabeza de la ONU ) que la democracia se defienda en algunos países mientras el sistema global es dirigido por un sistema autoritario, por lo tanto, por tecnócratas", nos dicen Hans-Peter Martin y Harald Schumann (ob. cit.).
"Llegamos a la creencia de la independencia política como fuerza de progreso. Todo orden estratificado -el feudalismo, las aristocracias, los socialismos centralizados, así como el capitalismo- crean ordenes de privilegio de los que fluyen las distintas prebendas económicas de pagos, rentas, sinecuras, compensaciones ejecutivas y beneficios derivados del mercado.
La piedra de toque de la voluntad política como fuerza liberadora se presenta cuando dirige sus energías democratizadoras contra estas prebendas económicas -en el caso del capitalismo- intentando hacer mas igualitaria las distribución de los beneficios y la riqueza, el equilibrio del poder entre las esferas pública y privada, la calidad de vida en los extremos inferior y superior de la balanza.
Este ejercicio de voluntad política como fuerza igualadora en los asuntos económicos parece haber llegado en nuestra época a una parada, principalmente en los Estados Unidos, en donde los salarios de los directores superan 100 veces a la paga de los trabajadores, 10 veces más que los índices de otros capitalismos avanzados", nos dice Robert Heilbroner (ob. cit.).
"El libre comercio aleja aún mas del pueblo llano el poder sobre la economía y la calidad de vida. La posibilidad de que las personas se conviertan en ciudadanos de pleno derecho dentro de los países y en todo el mundo, se está viendo erosionado por un proceso en el que triunfa la ética del consumo: Somos lo que consumimos.La ola actual de liberación del comercio es un retroceso cualitativo en la larga marcha de la democracia. Si las decisiones relativas a nuestra vida y nuestro entorno -en el sentido amplio- las toman personas y entidades situadas en lugares remotos, es casi imposible que podamos influír directamente en tales decisiones.
Un elemento clave de la visión social preconizada por las defensores del libre comercio es el consumidor en sustitución del ciudadano", nos dicen Tim Lang y Colin Hines (ob. cit.).
"Este siglo nos ha enseñado que nada dura, ni siquiera los regímenes más consolidados. Pero también que todo es posible en el orden de la felicidad, que como nunca cuenta con medios para desencadenarse sin frenos. Con las nuevas tecnologías, hoy dispone de medios decuplicados, al lado de los cuales las atrocidades pasadas parecen tímidos ensayos.
Como no incluír entre las hipótesis posibles la de un régimen totalitario que no tendría la menos dificultad para "mundializarse" y contaria con los medios de eliminación de una eficacia, alcance y rapidez jamás imaginados. El genocidio llave en mano", nos dice Viviane Forrester (ob. cit.)
"Lo que puede hacer intolerables las desigualdades existentes no es tal vez tanto su crecimiento como un debilitamiento del principio de igualdad que las legitima, o la impresión de que ese principio ya no está verdaderamente en vigor.
El Contrato Social estaría vacío de sustancia si condujera a renunciar a modificar el determinismo de las condiciones iniciales y a organizar un mínimo de solidaridad, de la que ahora se advierte mejor que está animada por el deseo de poner en acción cierta concepción de la igualdad.
Toda idea de igualdad consiste así en desdibujar o compensar el peso del pasado para hacer menos desiguales las condiciones del futuro", nos dicen Jean-Paul Fitoussi y Pierre Rosanvallon (ob. cit.).
"No es casual que las sociedades capitalistas hayan construído sistemas políticos donde la riqueza económica se pueda traducir en poder político.
Es indudable que los sistemas sociales pueden estallar.
Hoy las comunidades protegidas, amuralladas y aisladas están prosperando otra vez. 38 millones de norteamericanos viven en estas comunidades si se incluyen los edificios de departamentos protegidos por custodios privados y se espera que la cantidad se duplique en la próxima década", nos dice Lester Thurow en su libro El Futuro del Capitalismo (Editorial Vergara – 1996).
"Cualquier intento por aliviar la indigencia y la pobreza en los centros de las ciudades (y en el sur rural) costaría una gran cantidad de dinero y una transferencia de recursos de los adinerados -que votan (en Estados Unidos)- a los pobres -que no lo hacen", nos dice Paul Kennedy (ob. cit.).
"Si las cuatro quintas partes de la población (en Estados Unidos) fueran políticamente activas, su contribución total a las campañas podría superar los recursos reunidos de los analistas simbólicos, quienes a pesar de ser ricos, son menos.
El problema reside en si la conciencia ciudadana es suficientemente fuerte para contrarrestar las fuerzas centrífugas de la nueva economía mundial", nos dice Robert B. Reich (ob. cit.).
"Los líderes políticos son un reflejo del electorado que los apoya. Dominantes y omnipresentes en la televisión, en las urnas y en la prensa, son insignificantes y acomodaticios a la hora de abordar la realidad política. Son el producto de ella…..Ayuda, nadie puede dudarlo, que los que comentan e informan de cuestiones políticas -los representantes de los medios de comunicación- pertenezcan también a la mayoría satisfecha, al igual que los que les dan trabajo o aportan las rentas que sostienen su trabajo.
Las elecciones han llegado a hacerse demasiado caras, y de una u otra forma sutil o menos sutil, los sueldos públicos se complementan con aportaciones de origen privado. Esos fondos precisos, proceden, casi de modo invariable, de los económicamente acaudalados. Ha de respetárseles pues de ellos llega lo que es imprescindible para participar en las elecciones y también frecuentemente, para poder mantener un nivel agradable de vida personal", nos dice John Kenneth Galbraith en su libro La Cultura de la Satisfacción (Editorial Emecé – 1992).
"A pesar del deterioro que ha sufrido en su calidad de vida, el ciudadano sigue creyendo firmemente en el sistema y las instituciones, pues el espíritu crítico nunca ha sido su fuerte (Estados Unidos).
A pesar de los problemas a los que se enfrenta el país, nadie se atreve a poner en tela de juicio el sistema. La duda en América es una profunda herida social; pensar que el pueblo estadounidense se puede estar equivocando de camino es el drama que compromete su actualidad.
Lo cierto es que Estados Unidos está hoy más preocupado por su futuro que hace una o dos generaciones. Según el análisis de Patrick Kennon, 25 años como directivo de la CIA (El Crepúsculo de la Democracia 1996) en la actualidad la mayor parte de las veces y en la mayor parte de los países del mundo moderno, los líderes políticos son irrelevantes, sus pequeñas virtudes contrarrestan sus pequeños vicios, sin ninguna clara ganancia o pérdida.
La realidad, bien es conocida a través de los cada vez más importantes gabinetes de imagen, es que la mayoría de los líderes políticos no tiene ninguna otra meta más allá de la antigua meta tribal de salvaguardar su propio poder personal". nos dicen Mercedes Odina y Gabriel Halevi (ob. cit.).
"Superficialidad, incoherencia, esterilidad de las ideas y versatilidad de las actitudes son pues, evidentemente, los rasgos característicos de las direcciones políticas occidentales.
Se pueden hallar causas sociológicas generales para explicar este fenómeno:un vasto movimento de despolitización y de privatización, la desintegración de los dispositivos de control y de corrección que tenían lugar en regímenes parlamentarios clásicos, la división del poder entre lobbies de todo tipo.
Hay que destacar dos factores específicos de la organización "política" moderna. El primero está ligado a la burocratización de los aparatos políticos (partidos). La selección de los más aptos, es la selección de los más aptos para hacerse seleccionar.
El segundo, es propio de los países liberales. La elección de los principales líderes, se sabe, está relacionada con la designación de los personajes más "vendibles".
Los sindicatos contemporáneos ya no son mas que lobbies destinados a defender intereses sectoriales y corporativos de sus miembros. El único fin de esta burocracia es su conservación.
La sociedad "política actual está cada vez más fragmentada, dominada por lobbies de todo tipo, que crean un bloqueo general del sistema.
Vivimos en la sociedad de los lobbies y de los hobbies.
Ahora bien, lo que está precisamente en crisis hoy, es la sociedad como tal para el hombre contemporáneo.
La sociedad presente no se acepta como sociedad, se sufre a si misma. Y si no se acepta es porque no puede mantener o forjarse una representación de sí misma que pueda afirmar y valorizar, ni puede generar un proyecto de transformación social al que pueda adherir y por el cual quiera luchar.
Todo sucede como si, por un curioso fenómeno de resonancia negativa, el descubrimiento que hacen de su especifidad histórica, terminará de quebrantar su adhesión a lo que hubiera querido o podido ser, y, más aún, su voluntad de saber lo que quiere ser en el futuro.
El fin de la política no es la felicidad, que no puede ser sino un asunto privado, es la libertad o la autonomía individual y colectiva.
La democracia como régimen es entonces a la vez el régimen que trata de realizar, en la medida de lo posible, la autonomía individual y colectiva y el bien común tal como es concebido por la colectividad concernida", nos dice C. Castoriadis (ob. cit.).
"¿La democracia es decididamente el mejor refugio posible para el capitalismo?.
Se sabe que esta cuestión fue planteada en un primer momento por Friedrich Von Hayek. Este hizo notar a menudo que el juego de los partidos y de los grupos de presión, el manipuleo de mitos poderosos, como la justicia social para ganar votos en el mercado de la política, podrían destruír la base del capitalismo anteponiendo las riquezas a la producción.
El conflicto teórico entre capitalismo y democracia existe, pero se debe abordar de la misma manera que lo hizo Hayek: a través de una reflexión sobre los métodos de la democracia y no sobre su principio. El principio de la democracia es intangible, pero puede expresarse a través de formas de organización diversas", nos dice Guy Sorman en su libro El Capitalismo y sus Enemigos (Editorial Emecé – 1994).
Como hemos podido leer, son muchos los autores que ven en el debilitamiento de los estados y la aparición de "estados frustrados" (Huntington) una imagen de un mundo en situación de anarquía.
La quiebra de la autoridad gubernamental, la desintegración de los estados; la intensificación de los conflictos tribales, étnicos y religiosos, la aparición de mafias criminales de ámbito internacional; el aumento del número de refugiados en decenas de millones; la proliferación de armas nucleares y de otras armas de destrucción masiva, la difusión del terrorismo; la frecuencia de las masacres y de la limpieza étnica.
Decia Taichi Sakaiya que "si buscamos el momento histórico que más se asemeje al nuestro, inevitablemente señalaremos esa hora oscura en que la civilización materialista y el espíritu científico y racional del mundo antiguo sufrió un descalabro que allanó el camino de la civilización medieval"
Antes Jean-Marie Guehenno llamó "imperial" a la era que viene.
Y de algún modo -no en vano su libro se titula "El Fin de la Democracia"- puede decirse que resume la preocupación del conjunto de autores citados cuando plantea los siguiente:
"Vamos a darnos cuenta de que , herederos de la era de la ilustración, somos herederos amnésicos: las leyes se han convertido en recetas, el derecho en un método, y los estados-naciones en espacios jurídicos. ¿Es suficiente para asegurar el futuro de la idea de la democracia?".
En nuestra modesta opinión, no podemos ser optimistas en cuanto al futuro de la democracia -con mayúsculas- si vaciamos las naciones, si imponemos la civilización única, si avasallamos las culturas, si sólo pretendemos "orden e individualidad".
Si confinamos al hombre a un único rol de consumidor, si lo encadenamos al televisor y sólo le dejamos el control remoto para que practique su libertad, no reconocemos al individuo, desvalorizamos su obra, y condenamos a la extinción al sujeto.
El hombre frente a la pantalla. Sin espacio público. Sin diversidad. Sin pleitos. Sin conflictos. La masa consumista. La única vez que se pinta la cara y se pone el uniforme de combate es para ir a la guerra…….del fútbol. Ahí gana o pierde todas sus batallas.
¿Como puede haber democracia si el trabajador forma parte de un "ejército de reserva"?. ¿Han visto alguna vez un ejército democrático?.
Porque van a votar, participar, interesarse, los que se saben condenados de antemano al paro, la inestabilidad laboral, la pobreza, la marginación; excluídos, carenciados, perdedores, trabajadores a cero hora,. la sub-clase.
Para votar hay que tener esperanza en el futuro. Que esperanza en el futuro puede tener un trabajador descartable, inseguro, angustiado, sino sólo miedo al mañana.
Los pobres no votan y la riqueza se traduce en poder político.
Los ganadores. La mayoría satisfecha (Galbraith), el 20% que participará (Martin y Schumann) son los que votan.
¿Y ellos que votan?. ¿Como practican la democracia?. ¿En que participan?.
Participan en las convenciones al ritmo de "Macarena". Practican la democracia que les vende el marketing político; como dentífricos, hamburguesas o vitaminas antioxidantes, en las campañas televisivas. Y votan a los presidentes Rambo, a los presidentes Viagra, a todo aquel que les asegure aquello de lo que disfrutan.
Estos "productos" políticos fabricados por los medios masivos de comunicación "gobiernan bajo el cómodo abrigo de la democracia, una democracia en la que no participan los menos afortunados" (Galbraith).
……"Una multitud de publicistas, intermediarios, encuestadores y gestores trabajan para meter en el guión cada uno de sus pasos y gestos" (Engelhardt).
Esta democracia -con minúscula- del quinto más favorecido de la sociedad, ¿ es globalizable?.¿Será la democracia de los estados-región?. ¿Tiende a ello el nuevo orden internacional?.
Huntington nos ayuda a ver las asignaturas pendientes:
"Mucho más importante que la economía y la demografía para resolver la decadencia de occidente son los problemas de decadencia moral, suicidio cultural y desunión política en occidente. Entre las manifestaciones de decadencia moral a las que a menudo se hace referencia se encuentran:
1 – el aumento de la conducta antisocial, como crímenes, drogadicción y violencia general;
2 – la decadencia familiar, que incluye mayores tasas de divorcio, ilegitimidad, embarazos adolecentes y familias monoparentales;
3 – al menos en Estados Unidos, el descenso del "capital social", esto es, del número de miembros de asociaciones de voluntariado y de la confianza interpersonal asociada con tal colectivo;
4 – el debilitamiento general de la "ética del trabajo" y el auge de un culto a la tolerancia personal;
5 – el interés cada vez menor por el estudio y la actividad intelectual, manifestado en los Estados Unidos en unos niveles inferiores de rendimiento escolar".
Remata el tema Huntington, diciendo: "La futura salud de Occidente y su influencia en otras sociedades depende en una medida considerable de su éxito a la hora de afrontar esas tendencias, que, por supuesto, son la fuente de las declaraciones de superioridad moral por parte de musulmanes y asiáticos".
Si los globalizadores no fueran tan soberbios en vez de pensar en la aldea global deberían revisar y mejorar las prácticas democráticas de los estados-nación; antes de proyectar los estados-región deberían vertebrar el ideal liberal de igualdad sin dominación.
En fin, volver al origen, a la idea funcional republicana de libertad, igualdad y fraternidad, para ensamblar, amalgamar, fusionar al sujeto con la comunicación y la solidaridad.
– lograr que los que no votan -casi siempre los pobres- voten.
– aprovechar las modernas tecnologías para ensayar la democracia directa.
– alentar el disenso . Tolerar los conflictos. Crear nuevas significaciones.
– reformular un Contrato Social.
– fortalecer a la sociedad civil. Restablecer el capital social.
– restablecer la confianza.
– procurar la autonomía individual y colectiva y el bien común.
– devolver al individuo el rol protagónico de su propia historia.
Son temas sugerentes, que invitamos a reflexionar y debatir, y que nos permiten mantener la ilusión de un futuro de felicidad social.
Tal vez, no debamos aceptar el imperio, que crece y se derrumba; tampoco resignarnos a estados-región, que vienen y van; sino intentar una construcción superior asentada en la convivencia de las siete civilizaciones contemporáneas (Huntington) con total respeto étnico, cultural, religioso, sin buscar el universalismo que para muchos (nuevamente en palabras de Huntington) significa "occidentoxicación".
Ricardo Lomoro