Un cuento corto de Guillermo Zenarruza Seudónimo: Franco Baderés Hércules fue el héroe conocido por su fuerza y valor así como por sus muchas y legendarias hazañas, hijo de Zeus y de Alcmena, mujer del general tebano Anfitrión. Hera, la celosa esposa de Zeus, decidida a matar al hijo de su infiel marido, poco después del nacimiento de Hércules envió dos grandes serpientes para que acabaran con él. El niño era aún muy pequeño pero estranguló a las serpientes. Ya de joven, mató a un león con sus propias manos. Como trofeo de esta aventura, se puso la piel de su víctima como una capa y su cabeza como un yelmo. El héroe conquistó posteriormente a una tribu que exigía a Tebas el pago de un tributo. Como recompensa, se le concedió la mano de la princesa tebana Megara, con quien tuvo tres hijos. Hera, aún implacable en su odio hacia Hércules, le hizo pasar un acceso de locura durante el cual mató a su mujer y a sus hijos. Horrorizado y con remordimientos por este acto, Hércules se habría suicidado, pero el oráculo de Delfos le comunicó que podría purgar su delito convirtiéndose en sirviente de su primo Euristeo, rey de Micenas. Euristeo, compelido por Hera, le impuso el desafío de afrontar doce difíciles pruebas, los doce trabajos de Hércules. Desde que se había dado cuenta de lo viejo que estaba, no volvió a ser el mismo de antes, sus caminatas nocturnas las dejo de lado, su sonrisa se había vuelto parca y hasta, no sabia porque, estaba casi todo el día triste. A pesar de compartir momentos casi agradables diariamente, se sentía solo desde la mañana a la noche y, en particular esa, era de lo peor. Su viejo perro Felipe, que durante toda su vida le pareció mas que una simple compañía, ahora rayaba en lo cargoso y cada vez que se le acercaba se le hacia pesado y a veces terminaba pegándole. El can, lejos de hacerse a un lado lo miraba con cara triste y volvía al ataque con toda la furia de sus mimos, su gran peso y sus caudales de baba. -¡ Fuera Felipe!- Le decía -¡ Que pesado, por favor!- Insistía. Esa tarde se baño minuciosamente como era costumbre desde que estaba solo, se afeitó recortándose con prolijidad la barba y cuando estaba enjuagándose la cara de espuma vislumbró casi por casualidad, como de reojo un rostro por sobre su hombro dibujado en el espejo que no veía desde su juventud. Primero con asombro, luego con incredulidad y finalmente con odio lo reto mirando fijo sus ojos de chocolate amargo que bien recordaba con la fuerza de la bronca guardada por casi treinta años. Desafiante lo increpó: -¡ Y vos que mierda queres acá de nuevo!?- -¡No te parece que suficiente daño me has hecho ya!?- El rostro cobrizo, tenue y con un brillo de ultratumba miro hacia abajo, como ofendido y desapareció. Alarmado Felipe, se dirigió corriendo hasta donde su amo estaba pero solo recibió a cambio una sarta de blasfemos insultos haciendo alusión a su perenne compañía y demás. Al intentar dormir se dio cuenta que debía aumentar la dosis de alcohol ya que el dichoso Febo no lo acogía en sus brazos mas bien parecía Ares quien lo instigaba a dejarse llevar por pensamientos belicosos, violentos recuerdos de hechos que nunca ocurrieron. Dos medidas de Cognac mas tarde se animó a iniciar una de sus abandonadas caminatas sin mayor animo que el de conciliar el sueño, salió del viejo edificio de calle Callao y encaminó a la placita de siempre. A su lado Felipe saltaba de alegría corriendo a través de los charcos de alguna llovizna episódica diurna que por supuesto él no vio. Al llegar a la esquina misma, rozándole las rodillas pasó un coche último modelo que por poco no pisa a Felipe, de un tirón hacia atrás con la correa evitó un accidente no sin ahorcar brevemente a su compañero. -Hijo de puta- Dijo por lo bajo, intentó ver la patente para averiguar de quien se trataba pero al instante recordó que no había llevado consigo sus anteojos por lo que se sintió aun más impotente, mas viejo e incapaz de ni siquiera iniciar una gresca ya que seguramente llevaba las de perder. Si se alteró por el hecho de casi ser atropellado por ese vehículo, aun mayor fue su asombro al ver que a los metros el coche se detenía y regresaba en reversa. Durante un breve periodo que no superó de seguro uno o dos segundos, se paralizo de miedo, Buenos Aires era una ciudad peligrosa y el horario para nada prudente para caminar solamente acompañado de un viejo pointer que carecía de dientes, fuerza o entusiasmo para defenderlo. Estático espero que ocurriese algo digno de un titulo policial pero solo vio como el BMW negro con vidrios oscuros retrocedía hasta hacer coincidir la ventana del acompañante con su persona. Mientras se agachaba para ver por la ventanilla, el vidrio opaco de esta se bajaba eléctricamente y dejaba ver un interior tapizado de color negro así como asientos de similar característica. Increíble lo que vio a continuación, era la misma persona del baño, se vio cara a cara con el responsable de su miserable vida y además con un auto digno de una estrella de TV. Paralizado por el horror, no atinó a decir una palabra, las frases se mezclaban en su cabeza como naipes de casino, los insultos se confundían de idioma, en su mente eran miles las cosas que había para decir y solamente le salió un pálido: -Eh…- El individuo del rostro cobrizo, aceitoso y brillante a modo de disculpa arriesgó: -¿Se encuentra Ud. bien?-
Felipe miró a su amo como preguntándole lo mismo, con su cara de viejo compañero que espera alguna respuesta inaudita de quien siempre las daba. Juan Manuel Ciares y Colomé era morocho, negro por decirlo de algún modo, colombiano, sus padres emigraron a Argentina en década del 60 por problemas con la guerrilla de su país, desde muy niño tuvo que aguantar los interminables relatos de su padre de masacres, escondidas y otras vicisitudes vividas por ellos en Colombia , a él la verdad poco le importaban y quería ser un niño normal a pesar del color de su piel. Como todo hijo de padres humildes pasó por la escuela pública de su barrio donde compartió los siete años de primaria con todo tipo de niños , la adaptación fue buena considerando la notable diferencia de raza así como su extraordinaria inteligencia . Había mañanas enteras que no sabia que hacer porque el aburrimiento era supremo, todo lo repetían hasta el hartazgo y por lo general estaba distraído y tenia fama entre los profesores de prestar poca atención . No pasó mucho tiempo , en realidad solo fueron tres años, que alguien notó en él el don, un maestro que solía impartirles elementales conocimientos de matemáticas creyó ver en ese niño de color un genio al preguntarle por una ecuación que solo se resuelve con algún conocimiento básico de matemáticas avanzada. Juan no supo resolver el problema pero lo razono de tal forma que era evidente que sabía mas de lo que aparentaba. El maestro se sorprendió por poner a prueba a alguien tan joven con algo tan complejo pero quedo absorto con la simpleza con la que trato el inconveniente. A partir de esa ocasión, Juan pasó a ser el mimado de la clase con ejercicios propios y recreos particulares más largos cosa que, lejos de integrarlo a su clase, llevó a convertirlo en el "niño genio" que todos en el grado odiaban y envidiaban, él feliz con su posición, disfrutaba de poder poner a prueba su intelecto con nuevos desafíos. El negrito sabio creció así entre peleas infantiles para demostrar que además de inteligente era hombrecito y constantes pruebas por parte de profesores propios y extraños que le enseñaban cosas, desde su panorámica poco útiles y algo complicadas. Así fue que llegó a la universidad con una beca completa para estudiar medicina no del todo convencido de que fuera ese su futuro pero tratando de cumplir con las expectativas de todos los que le brindaban su apoyo, incluidos, por supuesto sus padres y el profesor Torales, su descubridor que lo seguía de cerca. Casi sin darse cuenta con solo 16 años se encontró en una sala gigantesca llena de adolescentes y adultos jóvenes alborotados por la experiencia de ser universitarios, cargando libros de todos los tamaños y vestidos informalmente pero acordes a la ocasión. Él mismo se descubrió contagiado del entusiasmo del primer día de universidad y aferrando su cuaderno de espirales a la espera de una nueva barrera que la vida seguro le pondría en esta etapa. -Bienvenidos a Anatomía I- Dijo el profesor de aspecto algo cansado y casi mecánicamente continuó: -Esta materia trata sobre el cuerpo humano desde el punto de vista organicista sin reparar casi en la parte…- Y siguio así con una introducción de seguro memorizada por años de ver pasar miles de caras y ver en cada una de ellas un futuro colega y, porque no competidor. Juan se encontraba emocionadisímo, al borde mismo de las lagrimas, era tal su entusiasmo que no anotó palabra alguna en su cuaderno sino más bien fue memorizando cada una de las frases que salían de la boca del profesor.
Como un tifón entro en su casa de barrio Pergamino y luego de besar brevemente a su madre y su padre comenzó a relatar con una velocidad vertiginosa los hechos ocurridos durante esa jornada para él memorable: -No saben lo que fue ir a la "facu", algo que no puedo describir, el murmullo de la gente que sabe, el silencio de las salas que vieron pasar a genios de la medicina…- La emoción de Juan parecía no tener fin, sus padres orgullosos lo escuchaban atentamente sin dejar pasar gesto alguno, como si se tratase de alguien con poderes sobrenaturales, y es que en realidad muy pronto caerían en cuenta de que en realidad sí los tenia. "Cuando se es chico, no se tiene la experiencia necesaria para vivir de manera completa, al adquirir esa experiencia con los años, se es demasiado viejo para aplicar esos conocimientos" rezaba un pseudo-slogan televisivo, se enfermó tanto de encontrarle razón a uno de sus enemigos más viejos que la jaqueca comenzó a atacarle, despacio, desde la nuca, subiendo lentamente hasta hacerse generalizada en toda la cabeza, al sentir que le dolía detrás de los ojos supo que tenia poco tiempo para llegar al baño. El vómito no tardó en llegar como una súbita marea alta inundando sus fosas nasales y despertando aun más asco y dolor, era insoportable, con su aliento ácido y apenas audible se dijo: –Televisión de mierda- Infaltable, Felipe estaba a su lado como dando consuelo de algo que no se consuela con nada, el perro olisqueaba el inodoro y hasta aventuro una lamida al contenido nauseabundo. -Perro de mierda, no podes ser tan asqueroso- Farfullo su amo que sintió un nuevo acceso precedido de una nausea que le recordaba tiempos de hombre casado. No tuvo que caminar mucho para encontrar su alivio, el Migral estaba en el mismo baño y solo a unos pasos de ahí se encontraba su añorado Cognac. Sumido en una especie de letargo, llegaron imágenes de tiempos pasados de batallas libradas en otras épocas, lejanas casi remotas pero que ahora se veían tan nítidas que las exploro como si se tratase de un viaje en tercera persona. Tan lejos le pareció aquella guerra que creyó tener mas de cien años a pesar de estar apenas cerca de los 50, las frases ya gastadas llegaron a su mente nuevamente como si se tratase de algo recién ocurrido: -¡Cabo mueva su pelotón de ese agujero!- -¡Están en zona de tiro por el amor de Dios!- Y luego los disparos, el estallido, el zumbido en su oído derecho, la sensación de liquido caliente en todo su cuerpo y el dolor de cabeza, ese maldito dolor que lo acompañaría de por vida, como estigma de esa temporada de caza humana que algunos idiotas todavía las llaman guerra.
"La primera prueba de Hércules fue matar al león de Nemea, un animal al que no podía herirle arma alguna. primero aturdió al león con su garrote y después lo estranguló…" Realmente se creía indestructible, muy fuerte en todo sentido, nada lo afectaba de manera significativa y veía pasar la vida con sorna. Con 23 años, una apariencia física envidiable, con su metro ochenta y pico, sus cabellos rapados, su cuerpo torneado con entrenamiento militar y ese aire de superioridad que solo se adquiría luego de años en la milicia, prácticamente se llevaba el mundo por delante. Disfrutaba mucho de ser parte de la elite argentina de los uniformados, pero lo que más placer le provocaba era pasearse de civil, exibirse en los boliches, dejar que las jóvenes se hicieran ilusiones con él y hasta darse el lujo de elegir con cual pasar la noche. En más de una oportunidad se dejaba llevar por sus instintos y provocaba alguna pelea con excusas tontas y con resultados casi siempre favorables, las pocas veces que no salía victorioso exhibía su credencial militar y el asunto finalizaba a su favor. ¡Que buenas épocas! Cierta noche, se aventuró a ir con varios de sus amigos del Colegio Militar a uno de eso bares de hippies a sabiendas de lo que ahí encontrarían, al menos eso pensó él. De entrada se sintió con ganas de pelear, el lugar realmente se prestaba, ambientado como una especie de bosque encantado, se destacaba su barra de madera tallada en forma natural, prolijamente lustrada y contrastando una serie de tragos de varios colores irregularmente dispuestos. En la pared opuesta, había un centenar de frases escritas por los jóvenes, dibujos con crayones que seguro el mismo bar proporcionaba, todos ellos alusivos a la paz, el amor libre, las drogas y esas ridiculeces que caracterizaban a ese tipo de gentuza. Las mesas, por llamarlas de algun modo, eran troncos de árboles cortados y para sentarse no había una sola silla, se echaban en el suelo o en almohadones enormes que además de incómodos destacaban aún más la condición de ocio que reinaba en el ambiente. La música, por supuesto, era de algún grupo de vagos norteamericanos que conbinaban sonidos modernos con instrumentos orientales, o sea para sus oídos una verdadera basura. – Veamos que se puede hacer acá – Les dijo a sus amigos como instruyendo a un destrozo o algo similar. Las caras de sus compañeros hablaban por si solas, no había alegría en ellas, no se asomaba ni remotamente a rostros de amigos que se iban a divertir sanamente un viernes, no había intención de conocer alguna "minita", nada de eso, en sus rostros curtidos se reflejaba el odio, la adrenalina previa al combate y sus sonrisas eran muecas sarcásticas. – Ahí – Dijo, señalando con el mentón a un grupo de adolescentes que fumaban marihuana con poco disimulo en un rincón del local, el grupo se componía de dos muchachos y tres jovencitas que rondarían los 18 años. Como en camara lenta se fueron acercando a ellos, en el camino, apagó el cigarrillo con su bota, aprovecho para ver más de cerca la vestimenta de sus víctimas y se sintió con más asco. Pero algo realmente fuera de lo comun le ocurrió en ese momento, una sensación de angustia, una especie de dolor y algo de mareo recorrió la superficie de su cabeza…¿Qué pasaba?. Se descubrió a si mismo observando con detenimiento una joven hippie de la mesa vecina, ¿acaso la conocía?, no, no era eso. Se plantó unos segundos en el lugar y la miró con más detenimiento, no tendría más de 20 años pero parecía muy adulta, se encontraba conversando con tres personajes que parecían salidos de Woodstock, se movía con ademanes suaves y sus manos flotaban, niveas, pulcras, bellísimas, parecía un ángel. Petrificado se retrasó del pelotón que avanzaba al objetivo, decidido. Nunca supo porque, pero hizo lo menos imaginado, casi sin pensarlo, aflojó la tensión de su cara, aventuró una sonrisa casual y con la naturalidad de quien se siente seguro de cada uno de sus pasos, se acercó a ella, llegó hasta el mismo espacio físico que ocupaban aquellos que creía odiar, se sentó sin esperar invitación y espontáneamente lanzó un sincero: – Hola, ¿qué tal? – – Hola – Le contestó mostrando sus blanquísimos dientes, perfectos. -¿Que haces? – Dijo. Él fue realmente sincero: -Vine con unos amigos a armar despelote, pero te vi y se me fueron todas las ganas- -Qué bien- Contestó ella. -Es que sos muy linda, mentira, ¡sos una belleza!- Se sintió cómodo, ya no era el león, se veía como una oveja mansa, como uno e ellos. Se creyó cerca de esa mujer que había abierto una puerta en su alma que creía sellada para siempre. -¿Te parece?, a mi no me importa la apariencia física- Él volvió al ataque: – No todos pensamos como vos, a decir verdad la mayoría de la gente aún sin admitirlo se inclina a compartir momentos con gente linda, desde todo punto de vista- Siguió hablando: – Cuando toman un empleado, cuando te preguntan la hora, cuando pedís cambio, siempre juega su papel lo físico y, creéme, ganan siempre los lindos- La noche se pasó en un suspiro, charlaron de todos los temas sin estar de acuerdo en ninguno de ellos, a todo lo que él decía ella contestaba tranquilamente haciéndole ver lo equivocado que estaba, él defendía férreamente su posición pero a medida que avanzaba el tiempo se sentía más débil, menos seguro, mas… como llamarlo, sí más enamorado. La disconformidad de ambos bandos con este pacto de paz era evidente, sus compañeros en vano esperaron que se desencadenara el caos, quedándose parados casi toda la velada y a su vez los amigos de ella fueron alejándose lentamente hasta que solo quedaban ellos dos. -¿Cómo te llamás?, ¿Donde vivís? ¿Estudiás?- Y ella: -¿Te gusta lo que haces?, ¿No te dan ganas de poner el mismo empeño en que haya paz?, ¿Me llevas a mi casa?- Casi perfecta, así la definió con sus padres, diamante para pulir, fantástica, hermosa, solo le falta un poco de orientación. Ella por su parte comentaba con sus compañeras de facultad: – Es bueno, le falta darse cuenta de que puede, de que hay amor en su corazón– Por supuesto el casamiento fue militar estricto, la mezcla de invitados se confundía con la algarabía de la familia en su mayoría feliz. Los novios parecían los más enamorados del mundo, casi no hablaban y sus miradas se perdían por minutos enteros como si nada existiese. Todo parecía perfecto, ella moderaba lentamente el carácter bélico de él. Por su parte él se dedicó a tratar de ser un poco más abierto a las ideas que diferían con las suyas. Poco a poco, fueron acercándose a un punto intermedio que al principio parecía inalcanzable. El león de la selva parecía domesticado, era ahora un león de circo a lo sumo. En plena época del proceso militar, él se manejaba con criterios individuales pero adquiridos de su relación matrimonial. Ella lo cambió, lo domó.
En su segunda prueba, Hércules mató a la Hidra, que vivía en un pantano en Lerna. Este monstruo tenía nueve cabezas. Una cabeza era inmortal y, cuando le cortaban cualquiera de las otras, crecían dos en su lugar. Hércules quemó cada cuello mortal con una antorcha para impedir que crecieran las dos cabezas y sepultó la cabeza inmortal bajo una roca. Después mojó sus flechas en la sangre de la Hidra para envenenarlas. Rápidamente Juan se convirtió en médico y sin mayor esfuerzo ingresó con honores a la residencia de Clínica Médica del Hospital Naval. Era este el momento que había estado esperando por años, la culminación de una serie de esfuerzos, en su mayor parte por mantenerse dentro de los canales normales sin destacarse demasiado, sin llamar la atención, no quería que se repitiera aquello del "negrito genio" de la primaria. Pero ahora todo cambiaba, estaba matriculado, en un Hospital que le brindaba todos sus pacientes y el entorno adecuado para dar rienda suelta a todo lo aprendido, practicado y reservado. Sin dejar de lado la medicina, comenzó un lento pero efectivo aprendizaje de sus otras facultades. Al principio solo escuchaba lo que los pacientes le contaban, leía sus mentes y descubría con facilidad el origen de sus dolencias físicas, por ello era eficaz en los diagnósticos y preciso en los tratamientos. Tratando de no llamar mucho la atención, de a poco fue centrando sus aptitudes en el estudio del hombre como un todo, a veces incluso se atrevía a manipular un poco a los que consultaban por problemas que tenían un origen no orgánico, charlaba con quienes lo consultaban y rápidamente los convencía que estaban sanos. Ocurrió una vez pues, que se encontraba cubriendo la guardia central del edificio y en la madrugada lo llamaron a su habitación por un dolor de pecho. Mientras caminaba por el largo pasillo que separaba la sala de guardia del resto del recinto, vislumbro que se trataba de una persona de sexo masculino de unos 38 años que seguramente padecía un infarto. Cansado y algo dormido comenzó a interrogar al hombre que se encontraba en la camilla con un intenso dolor, sudoroso y con respiración dificultosa. Fue ahí cuando se le presento el típico panorama del infarto: familia destrozada, interminables disbalances económicos, disconfort del paciente ante los innumerables estudios diagnósticos, tratamientos que además de caros le resultarían incómodos y hasta dolorosos y mil inconvenientes más. Decidió entonces cortar por lo sano, mientras conversaba con la persona deslizó suavemente la mano por su pecho y mediante una manipulación de los tejidos y fluidos, recanalizó la arteria obstruida, de inmediato comenzó la mejoría y mientras ordenaba que se le realice un electrocardiograma se sentó en una silla junto al paciente a escuchar de sus problemas familiares. Media hora más tarde, Juan se encontraba recostado en su habitación sin mayores preocupaciones y con una tira de papel milimetrado en la mano que rezaba la frase: NORMAL. No pasó mucho tiempo para que todo el Hospital comentara de sus supuestos dones de sanador, algunos lo llamaban médico brujo, otros "el budú" y otros calificativos que Juan se apresuraba a desmentir pero era en vano. – Es la primera vez en casi 20 años de servicio que veo pasar un residente que durante los tres años en el Hospital Naval no cometió ni un solo error médico – Le decía el jefe de Servicio. – Dr. Juan Ud. tiene las manos benditas –Escuchaba de una enfermera.
- Juan, ¿cómo haces? ¡Que te parió! – Se reía un compañero de residencia.
Pero luego le llegaría el amor.
La siguiente prueba de Hércules fue capturar viva a una cierva con cuernos de oro y pezuñas de bronce que estaba consagrada a Ártemis, diosa de la caza. Llevaban casi tres años de casados sin novedades de descendencia, esto inquietaba a las familias en particular a la de él. Ella, por su parte le restaba importancia y justificaba todo de una manera muy natural. – Es por el mundial de fútbol este… – Dijo el primer año. – Lo van a ascender a cabo, por favor imaginate los nervios – Promulgaba el segundo. – Todo llega en la vida…che ¿no seré yo?- Se preocupaba el tercero. Por su parte, él estaba muy concentrado en su carrera militar y poco pensaba en los hijos. – Vendrán cuando tengan que venir- Decía. Como suele suceder en estos casos, es una amiga de la familia, por lo general mayor, quien la aconsejó: – Deberías ver un médico – Y así fue como descubrió a Juan. Una mañana salió decidida a saber lo que le ocurría, el problema seguramente era de ella y debía solucionarlo. Llego en colectivo al Hospital Naval sin turno, sin orientación y como perdida entró el hall principal. Ahí se dio cuenta que no tenía idea de que hacer. Se encontró en un recibidor gigantesco en él dominaba un mostrador enorme con varias señoritas atendiendo a todo vapor las consultas de miles de personas quizás tan perdidas como ella. Lo dejo de lado y comenzó a caminar por un pasillo hasta dar a un salón donde había un pequeño bufete y enfrente cuatro ascensores. Se sentó, pidió un agua tónica y se detuvo a pensar un instante el siguiente paso a dar. A su derecha en una mesa muy cercana dos mujeres que parecían enfermeras hablaban a viva voz: -…y no se como pero se dio cuenta de inmediato que le estaba mintiendo, ¿vos sabes lo que hizo entonces? Lo miró fijo y le dijo que se deje de joder y que ya no fume porque la próxima vez se moría y la cara del tipo…- Y siguieron así por un largo rato: – El otro día lo vi atender a una señora mayor que te juro le había tomado la presión un minuto atrás, no te miento era de 240/150, ¡altísima! Y ¿qué hizo el Dr. Juan?, nada, te digo que nada, le tomó la mano, hablo algo así de diez palabras, la mujer dijo que sí y la mandó a su casa, cuando le tomé nuevamente la presión… ¡Era norma!, ¿podes creer?…- Ella no pudo permanecer ajena a tales comentarios, sintió que su sangre de hippie resurgió, esa rebeldía el amor por lo esotérico, lo desconocido, dejó de lado el protocolo militar aprendido, tomó coraje y se acercó a la mesa de las dos mujeres con decisión la hablo de la manera que sabía hacer en sus épocas: – Disculpen…- Minutos más tarde se encontraba escuchando interminables historias del tal Dr. Juan que parecía ser poco menos que un milagrero, algunos relatos le parecían simplemente inverosímiles, otros creíbles, pero en línea general se sintió sorprendida y deseosa de conocerlo y contarle su "problemita". Fue entonces que muy convencida se dirigió nuevamente al acceso del Hospital en busca de un turno para el famosísimo médico. Como era de esperar, no encontró forma de conseguirlo, parecía que la fama había trascendido hasta hacer imposible una visita antes de los cuatro o cinco días posteriores. No se daría por vencida tan fácilmente, averiguo donde era el consultorio y ahí se encaminó con la esperanza de poderlo hablar al menos. Tomando el ascensor más próximo llegó al piso 8 y caminó brevemente hasta ver el cartel indicador: CLINICA MEDICA, siguió un trecho más hasta ver una puerta vaivén doble con la leyenda: COSULTORIOS EXTERNOS, para sus adentros se dijo que iba por el buen camino, un poco más adelante pudo ver entre varias personas que se agolpaban sobre una puerta de acero inoxidable y vidrio opaco el número 6, ¡ahí era!, por fin conocería al famoso Dr. que hacía milagros. Separado de la puerta donde se encontraba el médico, a unos tres metros se encontraba un escritorio con una mujer gorda con uniforme militar y cofia de enfermera que seguramente auspiciaba de secretaria, se la veía molesta por la labor ya que debía atender a varias personas a la vez, actuar como filtro con aquellas que no tenían turno, que por lo visto eran la mayoría, y ella era una de esas. Se propuso actuar rápido, descaradamente y con naturalidad. Simplemente se paró a un costado de la puerta sin alborotarse y pacientemente esperó a que se abriese. En el momento que salió una persona del consultorio, sin hacer mucho alarde, sin esperar invitación y con total caradurez, entró decidida, mientras lo hacía escucho a sus espaldas la voz seguramente de la secretaria que la increpaba: – ¿¡Y Ud. a donde se cree que va!?- A lo que ella contestó con naturalidad y sin detenerse o voltear: – ¡Voy a visitar a mi hermano!- ya adentro alcanzo a escuchar a lo lejos: – Su ¿ qué?- La puerta se cerró y ella cayó en cuenta de lo que acababa de hacer, de lo que esa gente ahí afuera podría pensar, de lo que le iba a decir al médico de lo ansiosa y asustada que estaba. El consultorio numero seis parecía un lugar agradable pero formal, lo recorrió con la vista brevemente y descubrió en él cosas que no se suelen ver en lugares así, como por ejemplo infinidad de fotografías pegadas sobre una pared, en su mayoría gente sonriente y algunas notas alusivas como de agradecimiento. Había además del escritorio formal, detrás del cual se veía a una persona de delantal blanco de espaldas, una pequeña mesita a la izquierda con pequeños adornos de tipo infantil que le impartían un aire de pediatría, una camilla, algunos cuadros y nada más. No se percató que mientras recorría con la vista la habitación, el médico volteo y la miraba con una sonrisa. De inmediato ensayo una especie de disculpa por la irrupción pero se quedo en la mitad cuando se percató que se trataba de una persona de color que además la invitaba a sentarse por su nombre. ¿Cómo sabía su nombre?. Ambos se sentaron y de inmediato Juan comenzó a hablar con soltura, lenta pero ininterrumpidamente y ella escuchaba absorta las palabras que manaban de su boca como si se tratase verdaderamente de la verdad absoluta. – Son muchas las mujeres que me consultan por problemas para tener hijos, en la mayoría de los casos, como creo es el tuyo, no suele encontrarse en ellas trastorno orgánico alguno, más bien suelen ser inconvenientes relacionados con la ansiedad, el entorno familiar y más raramente es el varón quien tiene…- Realmente no podía creer lo que sus oídos escuchaban, ella no había articulado frase alguna y el médico le hablaba de algo tan íntimo que por si sola no habría sabido como empezar a decirlo. Juan descubrió en ella además de una belleza sublime un alma que busca algo, que persigue un ideal sin saber de que se trata, creyó ver algo que no había experimentado aún. Entonces, sin dejar de hablar y con toda la parsimonia posible recorrió el perímetro de su escritorio hasta donde se encontraba ella, se agachó tomos sus manos entre las suyas y le dio paz.
…la cuarta prueba consistió en cazar a un gran jabalí cuya guarida estaba en el monte Erimanto. La respuesta de su marido era más que obvia, lejos de enojarse se burló de su mujer, machista empedernido, militar en grado extremo, obsoleto en sus excusas se negó a ser siquiera atendido por un "medicucho" y revelar su vida íntima que además consideraba perfecta. -¿Pero que fumaste vos?- Irónicamente le preguntaba a su mujer haciendo alusión a su pasado no del todo dejado atrás. – Me encuentro perfectamente bien, no necesito que un doctor me lo diga – Y continuó con una perorata interminable que desembocaría irremediablemente en una pelea. Clásico, el super-macho argentino que deriva los inconvenientes de pareja en su señora, que no asume el rol para el cual fue destinado y se marea en sus propias explicaciones. Fue muy difícil el tiempo que siguió a esa conversación ambos con el resentimiento de lo recibido como agresión, se retrotrajeron a sus labores cotidianas dirigiéndose mínimamente la palabra. De noche al regresar él se encontraba con la cena lista en el horno, la mesa pulcramente puesta, como le gustaba, pero terminaba comiendo siempre solo. Así se sucedieron los días, las semanas y los meses, lo que se pudo resolver de una manera digna, humana y adulta terminó por aflojar las correas del amor en otrora plantado con esperanza de un fruto o dos. Ella a pesar de su esposo, continuó yendo al médico que por sobre todo auspiciaba de escucha, atento siempre a lo que decía como si se tratase de un amigo. En algun momento él se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, de lo cerca que se encontraba de perderla para siempre, de lo poco que tenía que hacer para recuperarla. Aún sin compartir la opinión de su mujer se dignó a hablar del tema de la forma más inaudita y en el momento menos esperado. Víspera de Navidad, estaba la pareja realizando compras para el evento y mientras recorrían vidrieras por calle Esmeralda, ambos con cara de sueño y de relación distante, como un flechazo pasó por su mente la idea de ser otro, de complacer a su amada. – ¿ y como sería el tema de ver al medico ese? – Dijo como al pasar. La respuesta espontanea, impensada pero esperable no tardó en llegar, ella lo abrazó, lo besó en los labios con el ímpetu del tiempo perdido… Así pasaron las fiestas sin mayores sinsabores, ella consideraba haberlo recuperado, creía estar en los mejores momentos de pareja, todo parecía armonía, respeto y felicidad. Por su parte, él esquivaba el tema y, sin decirlo directamente, fue aligerando su responsabilidad asumida ganando tiempo. Las excusas eran diversas pero efectivas iban de lo más cómodo hasta lo absurdamente irracional, daba la impresión de no haber caído en cuenta de lo prometido, no tenía en apariencia, la menor intención de dejarse interrogar por nadie del tema. Entonces, una tarde que parecía todo olvidado ella volvió a la carga y lo enfrentó: – Querido, ya han pasado meses desde que me prometiste ir al médico por lo de…, bueno por lo que los dos sabemos, por favor no creas que no me doy cuenta que lo estas dejando de lado, tampoco te hagas ilusiones porque no pienso olvidarme, simplemente sé sincero y hagámoslo de una vez – A regañadientes accedió a ir con un turno el mismo Lunes siguiente, una vez más el jabalí había sido cazado.
6. El comienzo de la limpieza
A continuación, Hércules tuvo que limpiar en un día la suciedad acumulada durante treinta años por miles de rebaños en los establos de Augias. Desvió el cauce de dos ríos, haciendo que corrieran por los establos. No eran tiempos fáciles para nadie, el país se encontraba apesadumbrado, la población leía en los mensajes televisivos la sombra de una guerra. Guerra inútil, como todas, pactada de antemano, dibujada por personajes oscuros que bajo la supuesta tutela de países más experimentados se cubrían con alusiones a los derechos de la patria que en realidad nada tenían de honorables, era simplemente sed de sangre. Para Juan el momento era doblemente difícil, tapado de trabajo, consumido por el amor que no podía ser correspondido y atormentado por el dilema ético de ver en una paciente más que lo estrictamente profesional. Y es que simplemente no podía sacársela de la cabeza. Sabía con exactitud el momento preciso en el que había caído en las redes del amor, esa misma mañana estuvo incesantemente pensando en esa mujer de modales suaves, de manos como la nieve y de mente frágil. Casi por instinto trato de dejar de lado sus pensamientos a sabiendas que arrebatarían su dormir e indefectiblemente terminaría soñando ocasionales pasajes de una vida paralela que no terminaba de creer que no fuera la suya. La esperaba, claro que la esperaba, siempre la estaba buscando entre sus pacientes y a veces hasta la encontraba ahí, parada en el pasillo como un ángel recién bajado del mismo cielo, esperando con ansiedad su turno para poder decir lo que de antemano Juan sabia que iba a escuchar. Y su marido, siempre presente en la conversación se perfilaba como un rival fácil no le sería trabajoso dejarlo a la deriva, mas que una pequeña charla no le haría falta, pero nunca aparecía. Esa mañana se levantó, como de costumbre, con el tiempo justo mientras se vestía lo atacó un sentimiento de ansiedad, de alegría ese día ocurriría algo. Con el correr de la mañana se fue aclarando la visión, era ella la que se presentaría, no sola sino con él. Maquiavélico se dispuso a ordenar su mente con el propósito de desorganizar la de ese ser humano que interfería con sus planes más elaborados, con sus sentimientos, con su futuro y debía hacer algo. Promediando la mañana se presentó la oportunidad esperada, sobrio y profesional, llamó a la pareja desde la puerta del consultorio con la ficha en mano. Mientras entraban pudo ver en sus caras la ambigüedad de lo dispar, una con encono esperando respuesta a lo que más deseaba, la otra con evidente enojo solo deseando que se termine todo cuanto antes. No podía haber elegido un marco mejor, típico de una novela de Vargas Llosa se representaba ante sus ojos la escena típica de lo que suelen llamar "complejo de tres". ¡Qué fácil le había resultado entrar en la mente de ella! Pero en contraposición era muy dura la de él. A medida que avanzaba la consulta se iba nublando su esperanza de introducir en la cabeza de su oponente una semilla que como fruto de la liberación de su amada y es que ¡era tan fuerte esa persona!. Había menospreciado a su rival, un error tan típico que no pudo evitar reprenderse mentalmente mientras simulaba todo su interés en lo que la pareja le exponía. La fuerza, el entusiasmo y los colores puestos en cada palabra de ella contrastaban con la hosquedad y la forma parca, hueca de elaborar frases por parte de él. Necesitaba más tiempo, decidió prolongar el asunto con un inútil pedido de laboratorio, aun a riesgo de quedar mal con sus colegas por solicitar algo que no hacía falta, y es que necesitaba re-elaborar sus pasos siguientes, algo que no sucedía con normalidad pero que se hacia imperioso considerar. Mientras escribía en un pequeño papel, hablaba con la pareja sin levantar la vista, percibiendo el malestar de él y la ansiedad de ella. Al despedirse se prometió trabajar más intensamente sobre el tema, la limpieza debía ser profunda para no dejar manchas, para que no queden rastros.
En su siguiente trabajo apartó una enorme bandada de aves de picos, garras y alas de bronce que vivían junto al lago Estínfalo y atacaban a las gentes del lugar, y devastaban sus campos y cosechas. Creyó haber cumplido simplemente con concurrir a la consulta, no era su intención realizarse prueba alguna, consideró haber hecho suficiente, pensó que con eso su mujer se encontraría complacida. En vano puso empeño en convencerla que no hacía real falta continuar con algo que la naturaleza por si sola se encargaría de arreglar. Con ello reanudaron las discusiones del tema; férrea posición adquirió ella ante la negativa constante de él, no hubo tregua esta vez y se desencadenó una especie de sitio a una ciudad fortificada que parecía destinada a permanecer en esa actitud de por vida. Para el observador descuidado los esposos gozaban de la salud de un matrimonio perfecto pero en el seno mismo de esa pequeña comunidad había sangre derramada todos los días, no existía toque de queda, no se recogían los heridos y por fuerte que pareciese alguno de los dos bandos de alguna forma terminaba el día mal herido como su oponente. – Vamos a ver si esta tarde te podes hacer los análisis – – Esta tarde tengo reunión del consejo por el tema de Malvinas – – Bueno por la mañana, entonces te espero directamente en el Hospital Naval – – Podría ser si me autorizan la salida, hay mucho trabajo de campo con esto de la supuesta guerra, ya sabes como es la cosa… – Ambos mantenían la temática de su esquema de conducta, no era fácil para ninguno, pero estaban lejos de rendirse. ¿Acaso las cosas ocurren casualmente? ¿No es por algun designio divino que las personas se encuentran ante caprichos de alguna fuerza superior que ofrece la salida más insólita a las ventanas abiertas de la vida diaria? En el caso particular de ellos, fue la menos pensada, fue la guerra que distanció las barreras y puso un alto el fuego al tema principal de disputa, de la forma más inesperada, de un día para el otro, le tocó a él ir a las islas a combatir, le tocó a ella quedarse cual Penélope esperando a su amado quizás no tejiendo como la esposa de Ulises en la mitología griega, pero si escuchando a toda hora Radio Nacional que daba noticias de las islas en forma de "comunicados". Había mucho miedo en ese avión, a pesar de transportar lo más selecto del personal de intermedia militar de campo, parecía que se encontraba en un transporte escolar lleno de niños que van a su primer día de clases. No faltaban llantos, rezos de todo tipo y alguno que otro aprovechaba para descansar. Él, lejos de estar asustado, llevaba consigo una carga de adrenalina y ansiedad que lo dejaba muy por encima del resto, además era el cabo a cargo del pelotón y no podía darse el lujo de mostrar emoción alguna. Pétreo rostro de jugador de póker no evidenciaba ningún tipo de sentimiento que pudiera ser negativo para la misión que se disponía a cumplir. Se trataba de sostener la base de Goose Green (en Malvina del Sur) que se hallaba hostigada por los británicos quienes ganaban en número y tecnología. Era ese el momento para el cual se había preparado su vida entera, tranquilo pero a la expectativa de lo que podría ocurrirle. Espíritu de luchador lo mantenía firme y hasta el aterrizaje no se movió prácticamente, escuchó a lo lejos la orden de descender y con el fondo ensordecedor de los motores de hélice puso pie por primera vez en Islas Malvinas. Incesante traqueteo de máquinas de matar se sentía por las noches, la muerte visitaba cada pasillo de las tiendas sin ser vista, muchos de sus compañeros, jóvenes que eran casi niños y oficiales de alto rango perdían la vida a diario. En cada misión de reconocimiento de zona volvían con caras de tristeza y bajas importantes, así pasó ese terrible día pardo y frío que con barro de la anterior salida y escasez de municiones le tocó reconocer última línea acompañado de un pequeño grupo de "colimbas" que daban la impresión de mearse en los pantalones. -¡Soldados a mis espaldas sin hacer ruido!- Ordenaba al tiempo que avanzaba a pocos metros de la hondonada provocada por un proyectil que seguramente había tenido como blanco un helicóptero británico. -¡Formación de uno!- Y se arrastraba sin que se escuchase mas que su propia respiración agitada y algun esporádico: – Dios mío – El panorama era terrorífico y de haber habido algo más de temperatura las moscas se habrían hecho un verdadero festín. Los cuerpos mutilados de sus compañeros, apenas reconocibles, la mayoría de ellos, yacían sobre el pasto escarchado de ese suelo que se decía ea argentino. Por radio se le impartían instrucciones algo encontradas: -¡Avance!- y luego: -¡Retroceda!, más tarde: -¡Mantenga! mientras él veía como las fuerza enemigas se alistaban para un nuevo ataque. -¡Hay movimiento de frente hacia usted!- informaba con precisión. Y luego el infierno, el infame rostro de la muerte se mostraba con toda naturalidad. Las balas llegaban de todas partes, no había blanco seguro y no había lugar adonde apostarse, no había salida, el sonido de la radio se escuchaba monocorde detrás del insostenible maquinar de ametralladoras y fusiles, un colimba a su derecha entre lagrimas y puteadas no paraba de disparar su F.A.L., acostado a centímetros de él, como buscando compañía pero sin darse cuenta que además de no dejar escuchar la radio lo estaba dejando sordo. -¡Cabo mueva su pelotón de ese agujero!- -¡Están en zona de tiro por el amor de Dios!- Repetía una y otra vez la radio, no era tan simple como parecía no había escapatoria, intentó convencer al operador del otro lado de la situación solicitando refuerzos pero recibió un disparo. Caliente, rojo y húmedo. Así se sintió una herida de bala acertada en el cuello. No fue un final malo, la guerra tuvo un epílogo esperado, agradecidos fueron entregados a Argentina la mayoría de los soldados atrapados con vida, los fallecidos y los heridos. Dentro de este selecto grupo se encontraba él lo que apresuró su regreso a la patria, sin mayores honores que el recibimiento cálido y preocupado de su esposa, algunos amigos y familiares. Mientras bajaba en camilla con el ensordecedor ruido de motores de fondo y un ajetreo constante de aeródromo militar, obligado a mirar hacia arriba vio un pequeño grupo de aves que se alejaba como huyendo de algo que las azuzaba.
Para cumplir su séptimo trabajo, Hércules entregó a Euristeo un toro furioso que Poseidón, dios del mar, había enviado para aterrorizar a Creta. En el Hospital Naval de Buenos Aires el trabajo era incesante, no había descanso, ni momento alguno para la reflexión o intermedios que permitieran evaluar casos complicados, se trabajaba a un ritmo devastador. Los heridos de la guerra no paraban de llegar, casi siempre se trataba de oficiales alto rango o soldados heridos en combate en forma heróica, de una u otra forma eran personas que recibian trato especial cosa que hacia doblemente trabajosa la labor del personal. Juan no era un privilegiado ni mucho menos, su actividad se intensificó al punto de permanecer en el Hospital poco menos que todo el día. Los casos graves se multiplicaban las consultas se restringían y siempre había algun enfermo en particular que debía ser evaluado con periodicidad y más exhaustivamente, en algunos momentos del día realmente odiaba haber elegido esa profesión su tiempo particular prácticamente no existía. Como encargado de la sala 12 de Clínica Médica tenía a su cargo cuatro camas además del ingreso por guardia de ocho horas diarias y frecuentemente era consultado por colegas de otras especialidades y de la suya también. El ingreso de un paciente en su sala herido de bala en la guerra no le pareció raro ya que Cirugía no daba abasto con los que a diario llegaban de las islas. Se trataba de un paciente compensado, según le dijeron, recientemente operado por recibir un proyectil en la zona del paquete vasculonervioso con desgarro de la vena yugular, que se recuperaba lentamente, además portaba una hipoacusia derecha producto de un trauma acústico por disparos cercanos. Al leer el nombre del paciente no pudo evitar la sorpresa de lo absurdo que el destino suele ser, era él, el marido de su amada el que ahora caía en sus manos. Tal vez no era del todo malo, penso que el hecho de poder manipularlo a su antojo tenía que dar algun fruto, pero…¿era lo correcto?. El dilema se volvió a plantear: ¿debería utilizar su don para beneficio personal y, tal vez, en perjuicio de terceros?. Algo para decidir con la marcha de los acontecimientos, creyó. No le pareció ni remotamente casual, estaba segura que el destino había puesto a su marido en manos del doctor que él mismo evitaba ver, no supo con exactitud que sensación se apoderaba de ella al entrar la sal 18 pero había algo bueno en el ambiente. La sala era sobria, sin mayores decorados con paredes blancas que daban la impresión de recién pintadas y colgado de la cabecera de la cama de su esposo había un cuadro de la virgen del Rosario de San Nicolás, tres pacientes más compartían la habitación y las camas se separaban con biombos con cuadro metálico negro y una tela amarillenta que le daba un aspecto de milicia a la habitación. Entró como tímida y vio el cuadro de su marido recién salido del quirófano, adormecido pero con evidencias de dolor aun. Llevaba su pijama a cuadros verdes y negros que más parecía un uniforme de camuflaje que ropa de cama. Su cuello se encontraba extendido hacia el lado derecho y se evidenciaba un vendaje gigantesco con algunas manchas de sangre seca, por alguna extraña razón creyó amarlo más que nunca, el hecho de verlo indefenso, expuesto e intentando en vano hablar con coherencia le resultó muy tierno. – Hola mi amor – Dijo al tiempo que se acercaba tomando su mano. – ¿Cómo estas hoy? – Él intentó en vano hilar una frase alusiva o un saludo pero su boca no respondió y un arroyo de baba se corrió por su comisura. Ella a la vez que lo limpiaba con una servilleta de papel, lo consolaba: – ¡Shh!, no intentes decir nada todavía por favor, la operación salió muy bien, vamos a estar excelentes a partir de ahora, te amo, no hables – Una pequeña pero visible lágrima se escurrió del ojo de él a modo de respuesta por lo que su más preciado tesoro le acababa de decir, y es que a pesar de todo, él también la amaba, nunca dejó de hacerlo, amor era lo único que podía hacer entrar en su mente cuando pensaba en ella. Juan se dio cuenta que interrumpía un momento íntimo y con un suave carraspeo se anunció entrando decididamente a la sala. Creyó sentirse molesto pero en el instante que ella se ponía de pie se recompuso. – ¡Pero qué sorpresa!- Disimuló con orgullo profesional. – Si se trata de ustedes, las vueltas que da la vida, ¿no?- Juan mentalmente recompuso el ritmo cardíaco de ella hasta llevarlo a un suave golpeteo acompasado y la libró de toda ansiedad, la hizo sentir cómoda y con las típicas palabras suaves, lentas y pensadas comenzó su oratoria con intención de obtener la información que precisaba de la mente de su rival. – Bueno, la herida que el cabo recibió no reviste gravedad alguna al menos por ahora, se trata de una lesión superficial pero que lamentablemente afectó una zona…- Como un acorazado, él se negaba a ser abordado y Juan se veía esforzándose por sacar en claro algo de su cerebro. Aunque en vano continuó su búsqueda durante toda la entrevista que mantuvo en la pequeña sala. Esa misma noche, que le pareció más larga que las habituales, mientras repasaba el panorama de sus pacientes miró por primera vez y con detenimiento la lista de pacientes internados en toda la sala, quizás por el destino mismo, caprichoso y cruel podía esta vez crear un ambiente propicio, una situación interesante para lograr su plan, requeriría mucho trabajo, no despertar sospechas en el resto del personal y planificar con detenimiento cada paso a dar. Terminó ganándole el sueño y en sus manos, arrugado yacía un expediente médico con rojo pintado en el frente la palabra :"TORALES".
Para recuperar las yeguas de Diomedes, rey de Tracia, que se alimentaban de carne humana, Hércules capturó al rey, se lo ofreció como alimento a las yeguas y después las condujo hacia Micenas. Por supuesto que recordaba al profesor Torales, su mentor de niño, también recordaba agrias discusiones que había mantenido durante su adolescencia entorno a la practicidad de lo correcto y la ética, que según palabras de Juan, "pasó de moda antes que existiese el hombre como tal". No esperaba que la vida le presentase una chance tan simple de cumplir con su sueño, su tan anhelado sueño de estar con la mujer amada para la cual se creía hecho desde siempre, para la que Juan había nacido y de quien podría depender su existencia toda. Para llevar a cabo su retorcido plan necesitaría estar en el mismo espacio físico que sus dos víctimas (ahora eran dos), otros elementos le harían falta pero la base y los personajes se hallaban correctamente dispuestos para su fin. Entonces, Juan solicitó con alguna excusa programada el traslado del profesor Torales a su sala, más exactamente a la cama de al lado del esposo de ella. Ni el mismo profesor que tanto conocía a Juan sospechó algo malo, sino por el contrario, se alegró que su "negrito sabio", a pesar de los años y los hechos ocurridos, se acordase de su viejo amigo y lo pidiese para acompañarlo en este momento difícil de su vida como era estar enfermo. El intelecto superior y la avidez por nuevos conocimientos de Juan pusieron sobre aviso en la juventud del profesor que estaba frente a una mente privilegiada, sostuvo tenaz la necesidad de una educación especial y siguió muy de cerca sus pasos e incluso lo acompañó en más de una oportunidad a clases magistrales de la facultad en las que con orgullo casi paternal veía a su "negrito sabio" convertirse en un hombre de cultura amplísima y capacidad de aprendizaje ilimitada. También con desazón advirtió como su pupilo se apartaba tenuemente de la línea de lo convencional incursionando en temas controvertidos y, a sus ojos, desperdiciaba la posibilidad de volverse realmente una mente brillante para abrirse paso a lo desconocido. En alguna oportunidad intentó discutirlo con Juan pero en vano, hablaba de lo que no solo no conocía sino además le temía. La reacción de su negrito fue indescriptible ya que sintió como se introducía en lo más profundo de su ser moviendo sus sentimientos y sus voluntades como piezas de ajedrez. El miedo se hizo dueño del profesor y sin insistir, se alejó con una sensación paradójicamente reconfortante. Pero en ese momento todo parecía haber cambiado, lejos del esoterismo que pareció apoderarse de la mente de Juan, se dedicaba a practicar la medicina convencional y más práctica que había: era clínico, y más aún, sería a partir de ese momento su médico. Alegre, si, esa era la palabra, estaba contenta de verdad. No creía que fuera a ser para bien nada de lo ocurrido, la guerra, la herida de su esposo ni siquiera la internación, pero una vez más se dejó llevar por su espíritu libre y consolidó su onda de positividad canalizándola en la recuperación de su amado. El simple hecho de ver una cara conocida, la de su médico, la llenó de la más simple y sincera felicidad, es que no había otro mejor, no había nadie más en quien pudiese confiar, no había un ser humano más bueno y…¿De que se trataba todo esto?, ¿Qué clase de pensamientos eran esos que súbitamente había en su mente?, no, no podía ser ella misma, algo superior comandaba sus sentimientos, no podía ver con claridad, debía recurrir a su cable a tierra, a su fiel compañero, al porro, marihuana era la solución para casi todo. Mientras trasladaban al profesor a la cama más próxima a la de él, tuvo una sensación similar a la vivida en sus días de cadete, cuando se le enseñó a hacerle caso al instinto. Una especie de deja-vu paso a vuelo rasante por su mente todavía aturdida por el impacto y la cirugía, un presentimiento no del todo alentador se le fue acercando lentamente hasta casi poder tocarlo, algo andaba mal. Al disfrutar de un cigarrillo de marihuana, ella se transportaba a un mundo feliz, generalmente lo visualizaba en su antiguo bar hippie, ambientado como una cueva de hadas, un bosque, algo mítico que le otorgaba paz, en esta oportunidad no fue así, su panorámica era distinta, no sabía con exactitud que, pero algo la perturbaba manteniéndola vigil, atenta, lejana al ambiente fabricado a propósito en su departamento, ni la oscuridad reinante, ni la música suave, ni los sahumerios la dejaban escapar de los pensamientos sucios que la habían atormentado todo ese día. No podía ser cierto que pensase algo sucio de su médico que, por otra parte, sabía no la atraía. Algo raro estaba pasando. El sábado era el día indicado, a Juan le tocaba guardia activa y durante el día entero estaría prácticamente solo a cargo de todo el servicio y solo una enfermera, que de noche aprovechaba para descansar, podía significarle una mínima traba. Debería pulir los últimos detalles, conseguir los elementos necesarios y el resto dependía de él. Si, esa sería su oportunidad.
10. La muerte de la reina
Hipólita, reina de las amazonas, deseaba ayudar a Hércules en su noveno trabajo. Cuando Hipólita estaba a punto de dar a Hércules su cinturón, que Euristeo quería para su hija, Hera dijo a las amazonas que Hércules intentaba raptar a la reina y estas lo atacaron. Entonces el héroe mató a su compañera, creyendo que era responsable del consiguiente ataque, y escapó llevándose el cinturón. Era un simple intercambio, el plan de Juan consistía en llevar de un cuerpo al otro las mentes de las personas que deseaba manipular. La posibilidad de que el profesor esté también le simplificó las cosas aun más. Bajo los efectos de un poderoso anestésico tenía pensado extraer del cuerpo del esposo de su amada su ser, su esencia o bien su alma. Acto seguido haría lo propio con el profesor, en cuyo cuerpo depositaría la mente del cabo. Por último, y más difícil, se llevaría a si mismo, su experiencia, intelecto, su cerebro entero, hasta el cuerpo del cabo y la mente del profesor al suyo. Las posibilidades de que algo fallara existían pero valía la pena correr el riesgo, la balanza se inclinaba a su favor, todo se encontraba dispuesto para tener a la mujer que deseaba a su lado. La noche de ese sábado pasó por lado de la enfermera de turno y, como nunca, la encontró despierta, ensimismada en sus labores. – Buenas noches – Dijo mientras mentalmente la inducía en un sueño profundo. Cargando en su maletín las drogas necesarias se dirigió con paso seguro a la habitación 12. Con algo que no estaba en sus planes se encontró ni bien cruzó la puerta, ella estaba sentada junto a su marido conversando plácidamente. Saludo cortésmente y tratando de disimular pensaba la forma de alejarla de ahí. – ¿Qué tal? – Dijo en forma casual. – Acá estamos, doctor, contentos de ver como se recupera con rapidez y esperando tenerlo en casa cuanto antes – Algo sospechaba él ya que con el ceño fruncido y cara de sorprendido preguntó sin ningún tipo de gentileza: – ¿Y usted que hace por acá a estas horas?, es la primera vez que un médico visita a sus pacientes a la madrugada, que yo sepa – – Yo no soy un médico cualquiera – contestó con evidente sorna. – Soy un médico brujo – Sin mover un músculo siquiera apagó las luces de la sala y transformó a la mujer en un guiñapo durmiente en un abrir y cerrar de ojos. Él hizo rápidamente un diagnostico de situación como había sido enseñado en años de militar bien entrenado, no dejó que el pánico primase y se prometió actuar con rapidez. Vio a su lado tres pacientes sumidos en un sueño profundo, demasiado profundo tal vez. Su mujer respiraba acompasadamente mientras dormía como narcotizada, no se veía más que las sombras de todo y él en cama con un balazo en el cuello. Realmente era una batalla difícil de librar, casi sin armas y con solo su voluntad debería vencer a un oponente que contaba con atributos no del todo parejos para la pelea. – ¿Qué pretendes, negro de mierda? – Dijo mientras ganaba tiempo y se iba levantando. Se sintió con fuerzas para pararse y lo hizo. De pie, parecía más difícil para Juan, se dio con la novedad de que no solo no podía doblegar la mente del cabo sino que además era casi imposible de vencer en una batalla cuerpo a cuerpo. Decidió entonces utilizar a su viejo amigo el profesor, de un salto lo hizo levantarse de la cama y lo indujo a atacar a su oponente. – ¿Y este viejo que quiere? – Se preguntó él en voz alta a la vez que lo veía acercarse con decisión y furia que le recordaba algunos pasajes de la guerra que acababa de dejar atrás. De alguna forma, Juan se vio superado en las tareas que debía realizar a la vez, no era fácil mantener a la enfermera y a la mujer del cabo dormidas, inducir al profesor que ataque a su enemigo y preparar los anestésicos que no tenía idea como iba a inyectárselos a alguien que se movía con la agilidad de una pantera. Algo falló, en algún momento perdió la concentración y se le escapó algun pequeño elemento de los que con su don manejaba. La luz se encendió nuevamente y se pudo ver con claridad la pelea desigual entre el viejo que portaba como toda arma un florero y el cabo que con sus manos le hacía una llave en el cuello y lo mantenía asfixiado mientras le gritaba: – ¿¡Eso es todo lo que tenés para darme basura!? – – ¿!No se te ocurre nada más!? – Si, claro que tenía más para dar, no se hizo esperar la reacción del negro mago, Juan con el último tirón que le quedaba de fuerza mental, reaccionó despertando a la mujer y colocándola en la posición de atacante. Ella se puso de pie aun entre sueños y se dirigió decidida a intentar matar a su marido. Él se derrumbó ante la ofensiva vil que se le presentaba como una bajeza sin razón y comprendió que era ella la que el médico deseaba, no supo de que manera reaccionar y bajó la guardia.
11. La erección de las columnas
En su camino a la isla de Eritia para capturar los bueyes de Gerión, un monstruo de tres cabezas, Hércules erigió dos grandes columnas (los peñones de Gibraltar y de Ceuta, que bordean ahora el estrecho de Gibraltar) como monumentos conmemorativos de su hazaña. Degeneración cerebral progresiva, enfermedad de Alzheimer, locura temporal, solo algunos justificativos que la ciencia médica tradicional puso para titular al asesinato de una mujer que visitaba a su marido enfermo, veterano de la guerra de Malvinas, en manos de un profesor que se encontraba internado por un problema de diabetes. Nada de eso pudo consolar al más desdichado de los concurrentes al funeral de ella, su esposo, todavía convaleciente, no encontraba razón para seguir existiendo, atónito miraba la tumba de su amor que se elevaba majestuosa sobre las demás con ornamentación de mármol típica y dos pequeñas columnas sostenían la placa de bronce con su nombre y las características fechas de nacimiento y defunción. "Devota esposa, amante fiel e irreparable pérdida para toda tu familia", injustificable muerte que no se compondría con las más bellas frases ni todo el mármol del mundo. Juan asistió al velorio con un sentimiento de culpa que lo perseguiría de por vida, no es que fuera algo que molestase su conciencia ya que creía carecer de ella, sino que por su propio accionar no llegó siquiera a poder expresar sus sentimientos a esa mujer que ahora yacía bajo tierra. Pensó que su vida no sería la misma y que debía abandonar la medicina así como el resto de sus prácticas paralelas, lo pensó un segundo tan solo, luego lo desechó por completo. Él esperó pacientemente que se retirasen todos los concurrentes a sabiendas que lo querrían dejar un momento solo, también esperó que Juan se quedase para poder poner de una vez por todas las cartas sobre la mesa. Uno a uno fueron escapando del tortuoso acontecimiento que suele ser la muerte de un ser querido. La gente se iba y con rapidez subía sus vehículos tratando de dejar atrás lo que más miedo da, Juan intentó hacer lo propio pero fue interceptado por el viudo de forma poco amistosa, fuertemente sostenido del brazo, escucho las palabras que salían entre dientes apretados de la boca del cabo: – Vos negro de mierda te quedas acá – – No creo que te vaya a servir de mucho – Contestó sin demostrar miedo alguno. Sufría de pensar que era invencible en el campo que más se tentaba a deslizar el enfrentamiento, no había chance alguna de intentar siquiera tocar la mente de ese hombre que parecía amurallado, tampoco disponía de ánimo suficiente como para probarse físicamente. También Juan estaba de luto y se lo hizo saber mientras se alejaba el último de los participantes de la despedida a ella: – A mí también me duele – – No, ahora vas a saber lo que es el dolor, ¡basura! – Sintió que le decía al oído con rabia y algo de aliento alcohólico. Se preparó para lo peor y con el cuerpo tenso esperó el golpe que se veía llegar de un momento a otro. Nunca llegó, Juan no recibió ni una palmada en su cuerpo, si bien era intenso el dolor que le imprimía al sostenerlo del brazo, esperaba recibir al menos un buen golpe de puño o una patada, algo, pero no ocurrió nada de eso. El rostro del cabo se fue desfigurando delante de él en una mueca infernal, con los ojos enrojecidos que parecían querer salir de las órbitas, los dientes parecían aterradores, crecían y se afilaban momento a momento, además el cabello se erizó como por una súbita ráfaga, no sabía con exactitud lo que estaba ocurriendo pero lo invadió el pánico y en vano intentó soltarse o maniobrar mentalmente la situación, estaba perdido. Casi de inmediato lo invadió una sensación de pánico, un dolor corporal no determinado que al principio se ubicaba en el pecho, opresivo o desgarrante, no lo supo precisar, poco a poco se fue deslizando hasta entrar en la zona del cuello en donde además lo asfixiaba, tenía necesidad de respirar más pausadamente porque el aire parecía negarse a entrar, el dolor fue creciendo hasta hacerse insoportable, sintió que no aguantaría más y que perdería el conocimiento, y de hecho probablemente hubiera sido así sino hubiese mediado un componente nuevo: al dolor, la sensación de ahogo y el miedo se le sumó una tristeza infinita que no sabía de donde provenía pero si quien se la provocaba: ¡Era él mismo!. En medio de la tortura que significaba encontrarse a merced de un oponente muy superior, Juan descubrió al fin en donde radicaba todo su poder: era un espejo. Él nunca supo con exactitud como pero tenía la capacidad de ser invulnerable, de dañar a los demás de la forma que intentaban atacarlo, jamás se le ocurrió siquiera ponerse a investigar si podía beneficiarse con ello, él era militar y se debía a su futuro, no tenía real necesidad de utilizar poder mágico alguno por tentador que pareciese, no hasta ese momento en el que concentró toda su energía, su bronca y su dolor en lastimar a quien le había arrebatado a su ser más querido. Matarlo hubiera sido fácil, mejor dejar que viva con el peso insostenible de la lesión que se provocó a sí mismo y la que el cabo se encargaría de proporcionarle.
12. El mundo sobre los hombros
Después de que Hércules se llevara los bueyes, fue a buscar las manzanas de oro de las hespérides pero como no sabía dónde estaban esas manzanas, pidió ayuda a Atlas, padre de las hespérides. Atlas accedió a ayudarlo si Hércules, sostenía el mundo sobre sus hombros, mientras él conseguía las manzanas. Bajo la tensión insostenible de la pena aplicada, Juan continuó con su rutina diaria. Su actividad hospitalaria lo mantenía ocupado pero no conseguía olvidar ni por un instante aquello que le provocaba un dolor casi constante. Como una película vieja en blanco y negro, sin autorización le aparecían una y otra vez los recuerdos trágicos de lo ocurrido con aquella mujer de rostro infantil, ojos claros como la miel, manos de princesa que se movían como con vida propia y un alma digna de un ángel, su amada, que de suya solo tuvo para sí el título ya que nunca siquiera alcanzó a expresarle lo que sentía. Había días en los que simplemente no podía seguir adelante, y si lo hacía, era pura voluntad; los pacientes le molestaban, el trabajo lo superaba y ya no deseaba ver dentro de la gente por miedo a encontrarse con algo que no desease. Próspero y exitoso a merced de su fama ganada podía darse algunos lujos y la vida la vivía con rapidez con la esperanza de que terminase pronto. Como era de esperarse se casó y muy bien, el amor llegó tarde y de una manera tenue, pálida y con el sabor del segundo puesto en el podio. Nunca supo porque, pero de él no tuvo noticias más; mejor así. En el fondo, Juan sabía que tarde o temprano terminaría encontrándose con él, no creía que fuese a ocurrir algo similar a lo de la última vez, pero de solo pensarlo sintió deseos de haber muerto ese día en el cementerio. Así con la pereza de los años de adulto joven, fue pasando el tiempo, lento pero indiscutible; parsimonioso y con estigmas, el dolor no cesaba, nunca. De esa forma dejó que el paso de la vida se adueñase de él, trabajando a un ritmo cada vez más lento y con las horas justas para poder escaparse a tiempo. Era exactamente lo que se propuso de joven no ser: médico de consultorio, viejo, triste, aburrido y con pocas pulgas, sus hijos le estorbaban y evitaba llegar temprano a su casa para no tener que conversar con su mujer. Hacía poco que había cambiado el coche, compró uno de lujo, negro como su alma. Además lo polarizo en los vidrios para no tener que ver tan claramente la realidad, esa noche manejaba cansado y decidió dar un rodeo mayor al habitual para hacer un poco más de tiempo. Manejando por Libertador, dobló hacia la derecha en una esquina y aceleró. No había semáforos en esa zona, piso el pedal derecho un poco más y giró nuevamente a la derecha, un poco pegado al cordón de la vereda tal vez, y al hacerlo se dio cuenta de casi haber pisado a una persona que llevaba un perro.
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