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La versión individual (página 3)

Enviado por guillezena


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El último y más difícil trabajo de Hércules fue capturar a Cerbero, el perro de los infiernos. Hades, dios de los muertos, dio permiso a Hércules para llevarse al animal siempre que no usara armas. Hércules capturó a Cerbero, lo llevó a Micenas y lo devolvió al Hades. No supo con exactitud cuando pero de golpe se volvió un anciano, la edad no acompañaba al físico y parecía una persona mucho mayor. Por sobre todo fue su humor lo que terminó de destruir su persona, se convirtió en un hombre triste, melancólico e irritable. No pasó mucho tiempo hasta que fue dado de baja por problemas emocionales y ningún sicólogo pudo determinar el verdadero origen de su mal; él si lo sabía con claridad, su mujer había muerto y era malo, pero en realidad lo que más desgarraba su alma era el hecho de haber sido a causa del amor de otro, de un negro de mierda que además era medio brujo, no podía parar de repetirse que podría haberse evitado y era insostenible el sentimiento de culpa. – La maté yo – decía en una de sus innumerables terapias a un rostro escondido tras una barba que parecía de fantasía. – Yo me merezco la muerte y no ella – Insistía con su familia. -¿ Porque? – Se preguntaba a diario. Como una verdad irrefutable se creía tan cómplice como culpable. Poco a poco se fue apartando de la gente, se recluyo en un viejo departamento y para no sentirse tan solo compró un perro. Felipe pasó a ser su compañero aun en aquellos momentos en los que ni siquiera él sabía de que manera reaccionar, su fiel amigo lo consolaba, la muerte se presentaba de mil formas, la guerra, la pérdida de su amor y hasta la suya misma que no podía evitar desearla a casi cada instante. – ¡Que vida de mierda!- Repetía hasta el hastío, no había salida para sus males. Ocurrió entonces que una oscura noche de invierno salió a pasear con su único amigo a quien llevaba de una correa larga para que pudiese olisquear por ahí, una de las tantas noches en que el maldito sueño parecía burlarse de él sin querer siquiera hacerse presente. Ahí, en el marco menos inesperado se encontró cara a cara con su enemigo, que lo miraba atónito detrás de una ventanilla oscura que se bajaba como un telón dando comienzo a una trágica función de teatro. Con el vehículo aun en marcha, el médico aventuró algunas palabras como tratando de excusarse de algo ocurrido años atrás pero que sin duda marco duramente los corazones de ambos: – Mire, yo en realidad quiero decirle que…- Y otra vez el dolor de cabeza el odio que sentía correr por sus venas la necesidad de ver sangre en forma urgente, de vengarse de hacer algo que debió haber hecho hace mucho tiempo atrás.

14. La muerte del heroe

Después Hércules se casó con Deyanira, a la que obtuvo de Anteo, hijo de Poseidón, dios del mar. Cuando el centauro Neso atacó a Deyanira, Hércules lo hirió con una flecha de las que había envenenado con la sangre de Hidra. El centauro moribundo dijo a Deyanira que tomara un poco de su sangre que, según él, era un poderoso filtro de amor, pero era un veneno. Creyendo que Hércules se había enamorado de la princesa Yole, Deyanira le envió una túnica mojada con la sangre. Cuando se la puso, el dolor causado por el veneno fue tan grande que se mató arrojándose a una pira funeraria. Después de su muerte, los dioses lo llevaron al Olimpo y lo casaron con Hebe, diosa de la juventud. Los griegos veneraron a Hércules como un dios y como un héroe mortal. Se le solía representar como un hombre fuerte y musculoso, vestido con una piel de león y armado de un garrote. Al reconocerlo, Juan aventuró alguna frase pero intentó escapar, su pie derecho no reaccionaba y sus manos se prendieron del volante con una fuerza sobrehumana, sintió el cuerpo contracturado y una tensión que aceleraba los latidos de su corazón hasta casi sentirlo saliendo del pecho. Y el miedo, ese miedo del cual se encontraba huyendo hacía años lo invadió por sorpresa y con toda la intensidad de haber sido reprimido tanto tiempo. Sin saber como se abrió la puerta de su coche y él entró, con más claridad vio una persona que aparentaba mucha más edad de la que en realidad tenía, vio también odio, sintió olor a alcohol y no pudo mover ni un solo músculo. Así paralizado por el pánico, se encontró en el lugar que no debía ocupar, en el asiento del horror, en la camilla del paciente, no creyó poder continuar con su pose pasiva y a pesar de no estar seguro de lo que hacía, actuó. Cerrando los ojos visualizó la mente de su adversario y se dispuso a arremeter con una descarga de daño. Contó mentalmente los segundos y mientras él comenzaba a hablar y se introducía por la puerta del acompañante lo atacó con todo su poder. Él ya sabía lo que era necesario hacer y no dudó un instante, tranquilo con la seguridad de saber como terminaría este episodio se metió de prepo y largó uno de sus clásicos insultos, vio venir la arremetida y la esperó pacientemente. No opuso resistencia y haciendo caso omiso a la agresión se mantuvo calmo y al ver que no le ocurría nada en absoluto con la misma sangre fría que supo tener durante la guerra, lo tomo de la mano y comenzó a tironear hacia su lado como queriendo arrancársela o bien que soltase el volante. Los ojos amarillos del negro se hicieron más pequeños y no pudo evitar que una sonrisa drástica fugazmente se paseara por su rostro. Era ese el momento que él había estado deseando, el negro ya había sufrido suficiente pero igualmente debía morir. Negro y blanco, médico y militar, polos tan distintos que se juntaron y en su absurda conjunción de odio y miedo mutuo hizo que se destruyeran uno al otro. Juan trepaba desesperadamente por una cornisa de hielo resbaladizo como era la tortuosa mente del cabo, quien a su vez oponía la resistencia más dura que su ser podía elaborar y lo bombardeaba desde arriba con la gracia y el divertimento de un niño que juega arrojando bolas de nieve. – No vas a poder, basura – Lo retaba mientras sentía como su mano se elevaba de temperatura sobre la del negro. – Dejame en paz – Parecía suplicar Juan quien veía achicharrarse su brazo como una bolsa de plástico al fuego. Con seguridad el tiempo en el que estos sucesos ocurrió en forma mucho más pausada para ellos de lo que en realidad el reloj podría haber marcado, no hubo mucho entre la detención del BMW y el primer chispazo dentro del motor. Un vehículo que en la vía pública arde es todo un suceso, los vecinos a pesar de la hora se reunieron con rapidez y comentaban con algarabía cual episodio tragicómico la novedad del barrio. Pasó casi una hora hasta que llegó el camión de bomberos y recién con los primeros manguerazos se alcanzó a descubrir que dentro del automóvil había una persona. Un perro viejo olisqueaba todo sin acercarse demasiado y su dueño lo increpaba: -¡Felipe, basta! – Aunque distante, el anciano parecía disfrutar como todos del show. El horror del rostro carbonizado parecía algo exagerado, como que hubiese vivido cada instante de su muerte con lentitud, algo más que la pérdida de la vida se leía en su olor a carne incinerada, era como una especie de incienso maligno que reflotaba en el ambiente. Se había quemado la maldad. El resto de su vida no se distinguió de sus anteriores años, siguió siendo rutinaria, precisa y homologada, pronto descubrió la felicidad en la forma más insólita y fue gracias a Felipe. Una tarde otoñal de lo más fría se disponía a preparar el té, que era como su ritual de merienda, que entre otras cosas, lo ayudaba a matar el tiempo. Mientras se encontraba de pie delante de la mesada de la cocina, su perro de mil años esbozó una especie e ladrido y con el hocico lo instó a voltearse, sintió a sus espaldas una presencia. Como si no hubiera pasado ni un minuto vio sentada en la mesa una persona; increíble, atónito miró a su can que parecía sonreírle y avanzó hacia esa figura traslúcida que con su mano angelical lo invitaba a sentarse. Felipe se acurrucó debajo de la mesa y atento escuchó la conversación: – Pero…¿Cómo? – – Cómo ¿qué? – Le respondió con naturalidad, el perro daba la impresión de disfrutarlo como una obra improvisada, alerta no se movió de su lugar privilegiado. – ¿Que pasa? – Insistía él. Ella, con la tranquilidad que solo da el tiempo que no pasa, lo miró de la manera más dulce que existe, lo tomó con su mano de porcelana tibia y sin dejar de sonreír, natural y espontáneamente le dijo taxativamente:

  • Pasa que te amo –

FIN Agradecimientos: Ante todo, agradezco a mi inspiración, Analía de quien creo se trata toda la historia, a mi familia que me apoyó y me apoya siempre, al Dr. Moltrasio que me estimuló para escribir como parte de mi terapia y a todo aquel que lea esto y capte el mensaje intrínseco que lleva una historia corta. Gracias!!!

 

 

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