En el año 1913, en la capital alemana de Berlín, conoce a una joven, Felice Bauer, con la que iniciará un romance con claro destino matrimonial. Su firme propósito de casamiento queda roto al año siguiente, año en que se inicia la Primera Guerra Mundial. Poco después seguiría el compromiso con la muchacha alemana aunque tras muchas promesas de matrimonio nunca llegarían a casarse. Por esa época había publicado "El fogonero" (primer capítulo de "América") además de varios relatos y su nombre ya era respetado entre un limitado círculo de escritores (recibió el Premio Fontane por "El fogonero"). Se emprendería su etapa más prolífica en cuanto a sus escritos, publicaría obras tan significativas como "La metamorfosis" (1915), "La condena" (1916) o "En la colonia penitenciaria" (1919) además de ir escribiendo sus otros trabajos más conocidos. La tuberculosis volvió a azotar a Kafka en 1917, iniciando otro tiempo de reposo que lo desplazaría a casa de su hermana más afín en Zürau. En 1918 conoce a otra mujer llamada Julie Wohryzek con la que comparte su vida. Dos años después su corazón pertenecerá a Milena Jesenska (su traductora del alemán al checo) abandonando a Julie por Milena con quien comenzará a cartearse y con quien continuará relaciones hasta 1922. Su vida amorosa no puede ser completa debido a que la tuberculosis hace mella cada vez con más énfasis en su salud. Aunque disfrutaba de ciertas posibilidades económicas, sólo unos meses antes de morir alcanza una unión estable y serena con una mujer, Dora Dymant, una judía y socialista, sin llegar a casarse funda un hogar propio. Ésta fue una de las más constantes obsesiones de Kafka. Tras un recorrido en busca de una cura definitiva se establece en Berlín con Dora Dymant. La curación no llega y Franz Kafka fallece el 3 de junio de 1924 en Klosterneuburg, cerca de Viena, de una tuberculosis de laringe en el sanatorio de Kierling (Austria) al lado de Dora y del médico Robert Kloptock. Tenía 40 años. Sus tres hermanas menores serían tristes protagonistas de los horribles campos de concentración nazis en plena 2ª Guerra Mundial, morirían unos años después en ellos. Su compañero Max Brod sería designado albacea de los bienes de Kafka. El escritor le rogó en fase terminal que destruyera todas sus obras no publicadas (entre ellas "Carta al padre", "América", "El proceso" y "El castillo"). Afortunadamente, Brod no cumplió los deseos de Franz Kafka y los escritos vieron la luz, revisados por el propio Max Brod, junto a los publicados en vida por Kafka, compusieron una obra global de profunda influencia en el desarrollo de la literatura y el pensamiento moderno. La vida de Kafka es fruto de su inseguridad personal, de un carácter que mezclaba las empresas casi heroicas (de tales hay que calificar en ocasiones sus descensos al infierno, en lo humano y lo literario) con una tendencia al escepticismo y a la defección. Ello le impidió arraigarse en parte alguna. La constante paradoja kafkiana le llevó a practicar la escritura con un sentido del deber que, además de hacerle indagar con ella precisamente aquello que más le atormentaba, no cedió ante los sacrificios, escribía de noche, robando gran parte del tiempo del sueño, agudizando su delicado estado nervioso.
La ciudad de Praga de principios de siglo XIX era un hervidero constante de conflictos entre la población mayoritaria eslava y la minoría de origen germano, con especial incidencia en el aspecto lingüístico y ordenamiento social. Praga era la capital del reino de Bohemia, una parte del Imperio Austro-Húngaro dirigido por el emperador Francisco José I, que mantenía una conflagración persistente desde el siglo XIV entre los pobladores de diferente origen, debido principalmente a la distinta situación económica y estatutaria que mantenían los alemanes y los checos. Cuando estos últimos fueron medrando en posiciones pecuniarias logrando convertirse en la mayoritaria clase media praguense también en paralelo creció el descontento con la orientación política establecida en el país. En 1897, el primer ministro Badeni instaura el bilingüismo oficial, lo que produce una airada protesta por parte de los nacionalistas alemanes que paralizan el Consejo del Imperio Austro-Húngaro y deciden unirse a Alemania con la firma y redacción del Programa Nacionalista de Pentecostés en 1899. Poco después, para sofocar estos graves disturbios, Badeni anula el decreto de bilingüismo. En 1907 y con la libertad de voto concedido por la aprobación del sufragio universal, el Reichsrat se puebla de representantes eslavos que al no conseguir mayoría suficiente (265 eslavos y 233 alemanes) hacen que el país prácticamente se establezca en una posición ingobernable debido a la imposibilidad de llegar a acuerdos políticos válidos. Esta ingobernabilidad y el progresivo enfrentamiento entre las diferentes facciones de la población provocan la disolución final del parlamento en 1914. El asesinato en 1914 en Sarajevo del heredero al trono austro-húngaro Francisco Fernando y de su esposa a causa de un atentado terrorista realizado por un joven estudiante serbio-bosnio, integrante de una organización denominada "Unidad y muerte", desata la Gran Guerra, la Primera Guerra Mundial desencadenada por las acusaciones de Austria a Serbia de responsabilidad de los hechos y de obstrucción a la investigación de la policía austriaca.
En medio del gran conflicto bélico, otro foco de protestas se produce en la Europa del Este, más concretamente en Rusia. En 1917 se proclama la Revolución bolchevique liderada por Lenin que terminará con la caída y asesinato del zar Nicolás II y la instauración de un régimen comunista. En Alemania, un año después, Guillermo II abdica entrando en el poder el grupo espartaquista liderado por Rosa Luxemburg y Karl Liebnetch, que pronto serían expulsados del gobierno y reprimidos con dureza por parte del nuevo dirigente Ebert.
Tras las derrotas sufridas por sus ejércitos, Alemania firma en 1918 el Armisticio de Compiogne al que pronto se suma Austria. Posteriormente aceptarán lo convenido en el Tratado de Versailles que supondrá esenciales pérdidas económicas y territoriales para los países derrotados. Estas sanciones provocarán que el Imperio Austro-Húngaro termine desapareciendo. En 1918 se proclama a Checoslovaquia como país independiente y a Masaryk como primer presidente del gobierno. Mientras tanto, Franz Kafka, que aunque siempre simpatizó con los ideales socialistas no participó con énfasis en los avatares que estaban sucediendo a su alrededor, escribía y escribía evadiéndose de una comunidad por la que no sentía demasiado apego muriendo a causa de la tuberculosis el 3 de junio de 1924, antes de la llegada al gobierno alemán de un hombre con un tremendo odio y resentimiento hacia la estirpe judía, Adolph Hitler.
Aparte de las múltiples influencias que las circunstancias de su biografía aquí sucintamente expuestas ejercieron sobre su obra, hay que referirse a su entorno social e histórico, aquella Praga en la que vivió, encrucijada de culturas y lenguas en el seno del Imperio Austrohúngaro. Su pertenencia a una comunidad muy característica, la judía checa de habla alemana, su relación con los aparatos burocráticos, etcétera. No obstante, si bien todos estos factores tuvieron su importancia, lo radicalmente determinante de la obra kafkiana es su aventura individual, la consignación de sus vicisitudes y de la lucha por conquistar un espacio propio. Realizando esta lucha a través de la literatura, a la que siempre deseó entregarse prioritariamente y con la que en vida sólo obtuvo resultados modestos en cuanto a su proyección (aunque lo poco que publicó mereció el respeto de sus contemporáneos), alumbró uno de los mundos narrativos más perfilados, misteriosos y seductores de este siglo. Entre 1910 y 1923, Kafka escribió 12 cuadernos: en ellos registró impresiones sobre sus amigos y sobre el sexo; reflexiones sobre su vida y la literatura; anotó frases casi incomprensibles junto a relatos completos. Kafka fue un escritor que denunció constantemente en sus escritos a una política de procedimientos totalitaristas y que dotaba a cada acción de burocracia tortuosa que era como un veneno para sus ideas.
Los temas usuales en la obra de Kafka como la angustia vital, la soledad, el absurdo, el aislamiento de la colectividad, el propio sentido de la vida y el problema por el devenir del individuo ejercerán notable influencia en posteriores pensadores y escritores de corte existencialista como Jean Paul Sartre. Atormentadamente perfectas, sus alegorías manifiestan la asfixiante burocracia y la fría crueldad con que el poder aplasta la vida del hombre contemporáneo. Sus Diarios, los cuentos (como La muralla china) y las cartas a su prometida, Felice Bauer, contienen asimismo el testimonio de un modelo insustituible de sensibilidad contemporánea.
El visionario y precursor del existencialismo literario Franz Kafka, adelantándose a los graves y angustiosos problemas provocados por una sociedad moderna dominada y dirigida por unos pocos, distanciadora del individuo que impiden su desarrollo en libertad, fue continuado por autores como Samuel Beckett, Simone de Beauvoir, Miguel de Unamuno, Eugene Ionesco, Albert Camus o el mismo Jean Paul Sartre.
Al tiempo que estabilizaba su vida en lo laboral, Kafka trabajaría denodadamente en sus narraciones. Entre 1912 y 1914 escribiría América (novela sobre un emigrante, acaso el que él quiso y no logró ser) y El proceso. El castillo habría de esperar a 1922. De 1913 a 1916 tienen lugar sus primeras publicaciones: Contemplación, El fogonero, La metamorfosis, La condena. En 1919 publicaría En la colonia penitenciaria y Un médico rural, y en 1924 Un artista del hambre. El grueso de su obra aparecería póstumamente.
Coincidiendo con la consecución de la ansiada casa propia, en Berlín, al fin lejos de su aborrecida Praga, Kafka escribe La madriguera (o La construcción, Der Bau en alemán), relato en el que se nos muestra a una criatura temerosa de un enemigo externo (acaso una alusión a su ya grave enfermedad) pero que recorre con delectación las múltiples galerías de que consta su morada, en cuyas intersecciones acumula comida y todo lo necesario Aunque nervioso y vulnerable, Kafka era al mismo tiempo capaz de una frialdad pasmosa. Basta con leer descripciones tan exentas de piedad como la de la máquina de En la colonia penitenciaria, o con anotar las numerosas situaciones atroces reflejadas en un lenguaje diáfano que no se inmuta ante lo relatado. Y sin embargo, a menudo el lector se ve sorprendido por escenas en las que una ternura inusitada y hasta ininteligible brota entre personajes aparentemente hostiles entre sí. Si existía algo dentro del clima de la narrativa de Kafka eso era angustia. Eso transmitía el escritor, seguramente por su propia vida que, en Praga del año 1900, no le transmitía a su juventud otra cosa que persecución y opresión.
La alegoría es el género predilecto de Kafka. Debido a su origen judaico y a su conocimiento de las escrituras hebreas, asimiló este género de uso frecuente en la Biblia y el Talmud. Sus alegorías son equívocas, elusivas y de dudosos significado.
El Proceso es una gran novela, que nadie que la haya leído podrá olvidar, debido a que cada vez que deba realizar una gestión burocrática se encontrará una y otra vez ante comportamientos que, inevitablemente, reproducen todo lo que ocurre en la novela. Elija la Administración que desee y verá. Trate de hacer una gestión, por simple que sea y espere pacientemente. Si se me permite la sugerencia, pruebe con la Administración de una Universidad cualquiera (tienen justa fama de ser las peores). En El Proceso, Kafka describe la situación límite: un hombre es acusado sin que se le comunique el por qué y ello desencadena toda una maquinaria aterradora que acaba por obviar el hecho en sí y sumergirse en su propia dinámica, que acaba por absorber al pobre infeliz Señor K. Lo más espectacular de la novela es que el autor se limita a exponer lo que le va ocurriendo al protagonista pero no abunda en exponer cómo se siente y la angustia que experimenta. Y, sin embargo, ésta está siempre presente, se siente cerca. Además de una evidente prueba de la calidad del libro, esto no hace sino demostrar que todos hemos pasado por situaciones que, aunque menos dramáticas, son idénticas en cuanto a su naturaleza. En esta novela Kafka construye un laberinto procesal para encerrar a un hombre. Josef K., que es un mero empleado, se encuentra una mañana dos extraños personajes en su habitación. Estos le indican que ha sido acusado ante la corte pero se niegan a imputarle ningún cargo. Sólo le ordenan que tiene que presentarse a declarar. La novela es la historia de un hombre que es acusado y condenado por un crimen del cual él nunca se entera. Josef K. asiste a su juicio, es acusado y se defiende vehementemente; pero nunca sabemos de qué es de lo que se lo acusa. Josef K. no es encarcelado, pero él, impulsado por una fuerza extraña acude cumplidamente a todos los interrogatorios. Su vida se convierte en un mar de preocupaciones: al comienzo de la novela él rechaza en forma categórica toda probabilidad de culpa, ya que se sabe inocente, y en el final, él está convencido de que sí es culpable de algo. Para concluir toda esta pesadilla, dos individuos, igualmente extraños a todos los otros personajes de la novela se llevan a Josef K. a un suburbio y allí lo apuñalan.
En esta obra llama poderosamente la atención el aparato judicial que crea Kafka. Hay una contraposición con las estructuras a las que hoy día estamos acostumbrados. El entramado jurisdiccional que oprimió hasta la muerte a Josef K. es todo lo contrario a lo que nuestra Constitución nos garantiza. ¿Acaso no podría suceder, como efectivamente sucede, que, aun estando protegido por las garantías judiciales típicas de un Estado de Derecho, un ciudadano cualquiera pueda caer en una persecución, en la que a veces se convierte la Justicia, sobre su inocencia?. ¿Cuántos errores judiciales se han demostrado? ¿Cuántas desviaciones de poder han puesto de manifiesto las fallas de la Justicia? Kafka muestra en El Proceso una estructura jurisdiccional con grandes semejanzas a cualquier estructura judicial, un acusado, un abogado, un tribunal. Pero, lo que va a caracterizar esta estructura judicial son las profundas diferencias que podrían establecerse entre el aparato judicial kafkiano y las instituciones propias de un Estado de Derecho.
Esta novela comienza así: " Es probable que alguien haya calumniado a Josef K., pues, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana". Desde el principio sabemos que K. es inocente. El problema no radica en la detención en sí, sino en probar que el detenido es culpable, y, mientras tanto, es menester dotar a éste de todas las garantías que la Carta Magna de un Estado ha de establecer (y las leyes procesales desarrollar). El artículo 18 de nuestra Constitución establece que:
"Ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso, ni juzgado por comisiones especiales, o sacado de los jueces designados por la ley antes del hecho de la causa. Nadie puede ser obligado a declarar contra sí mismo; ni arrestado sino en virtud de orden estricta de autoridad competente. Es inviolable la defensa en juicio de la persona y de los derechos. El domicilio es inviolable, como también la correspondencia epistolar y los papeles privados; y una ley determinará en qué casos y con qué justificativos podrá procederse a su allanamiento y ocupación. Quedan abolidos para siempre la pena de muerte por causa políticas, toda especie de tormento y los azotes. Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exija, hará responsable al juez que la autorice"[1].
Este artículo plasma las garantías necesarias para el seguro desarrollo de los procesos. Se encuentra implícito el principio de presunción de inocencia, derivado del Principio de Legalidad: nadie puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso, ni juzgado por comisiones especiales, o sacado de los jueces designados por la ley antes del hecho de la causa. Asimismo, la Convención Americana Sobre Derechos Humanos ( Pacto de San José de Costa Rica, Suscrito el 22/11/69 –Ley 23.054), la cual es parte del cuerpo constitucional, en su artículo 7 "Derecho a la libertad personal" establece que nadie puede ser sometido a detención o encarcelamiento arbitrario (inc.3°), y que toda persona detenida o retenida debe ser informada de las razones de su detención y notificada, sin demora, del cargo o cargos formulados contra ella (inc. 4°), asimismo, debe ser llevada ante un juez o un funcionario autorizado para ejercer funciones judiciales sin demora (inc. 5°). El artículo 18 de la Constitución hace referencia al Principio de Debido Proceso, al indicar los recaudos que se deben tomar para producir una condena, es decir, promover el juicio del imputado. El artículo 7 de la Convención Americana, alude al mismo principio invocando la inmediatez del juicio, garantizando el derecho de recurrir al juez competente para que éste determine la legalidad de su arresto o detención (inc. 6°) Desde la bochornosa detención de Josef K., el autor deja en claro el carácter arbitrario de la situación. Pero la detención no sólo es arbitraria sino que también resulta ridícula. "-No tiene derecho a salir, está detenido. -Así parece –dijo K. y añadió enseguida-. ¿Pero por qué? –No estamos autorizados para decírselo. El procedimiento ya está en marcha…"[2] Las garantías a las que aludíamos comienzan a brillar por su ausencia, el derecho del detenido a ser informado de la acusación formulada contra él queda desconocido desde las primeras páginas del libro. La organización a la que queda sometido K. es un sistema paralelo al que rige judicialmente el estado en el cual K. se encuentra: "K. vivía en un Estado constitucional en el que reinaba la paz en todas partes y se respetaban las leyes"[3]. Ello no es motivo para que K. sea tratado diferente a un auténtico procesado.
En el proceso penal la culpabilidad es la que tiene que ser demostrada, no la inocencia, que se presume iuris tantum. Del procedimiento al que se encuentra sometido K. es imposible salir indemne. La culpabilidad está preestablecida para K., la protección al acusado es inexistente y la contradicción a la Constitución Nacional total Una pena no puede imponerse más que a consecuencia de un proceso debidamente celebrado: nulla poena sine iudicio. Este principio queda prefijado en el artículo 18 de nuestra Constitución y las normas procesales que lo desarrollan y es, precisamente, la carencia de la que adolece el proceso de K.: la indefensión del acusado es total y lo coloca en una situación de impotencia absurda imposible de superar. Josef K. desconoce de qué se lo acusa, cuál es la instancia a la que ha de dirigirse, qué tipo de tribunal lo va a juzgar, qué pasos debe dar en aras de su eventual defensa. Parece como si todos supiesen más sobre el proceso que el propio acusado. Esa ignorancia produce impotencia y ésta es tal que provoca una sensación de angustia que acarrea un sentimiento de culpa que acaba convenciendo a K. de su culpabilidad: K. comienza a comportarse como si fuera verdaderamente culpable. Además, el tribunal no reconoce ninguna forma de defensa y que tal extremo viene a convertirse en otra violación al artículo referido. El proceso avanza de una manera casi furtiva. La publicidad parece que se ofrece a todos menos al interesado (que permanece imperturbable ante una sucesión de acontecimientos que, cada vez más, se le van volviendo en contra). El carácter público del proceso es una garantía básica (al igual que el derecho a tener un proceso sin dilaciones indebidas, también vulnerado en el procedimiento kafkiano) para ofrecer un mínimo de seguridad jurídica al procesado. Llama la atención el tipo de decisión que eventualmente puede adoptar el tribunal que oprime a K. La resolución más lógica para con el acusado es la sentencia condenatoria pero, ahora bien, puede conseguirse (y el instrumento es la influencia sobre los miembros del tribunal) otro tipo de decisiones más favorables para el acusado: "-Se me olvidaba preguntarle qué clase de absolución prefiere usted. Hay tres posibilidades: la absolución real, la aparente y la prórroga indefinida. La absolución real es evidentemente la mejor, sólo que no hay nadie que pueda ejercer la menor influencia para lograr una absolución de ese tipo"[4]. En este pasaje, el pintor Titorelli elabora pesadamente sobre los tipos de fallos y las posibilidades que tiene el inculpado de alcanzar cada uno de ellos. Es de resaltar, desde el plano jurídico, lo que viene a significar la denominada "absolución aparente" (según el pintor las autoridades judiciales "carecen de la potestad para absolver definitivamente al acusado") que rompe totalmente con el elemental principio procesal de la cosa juzgada. "Puesto que el proceso penal no tiene como una finalidad teórica, sino eminentemente práctica (sometimiento del delincuente al cumplimiento de la pena) y que esta finalidad se obtiene mediante el juicio por el cual el juez, previo proceso, declara el derecho del Estado a realizar el sometimiento penal (derecho de ejecución penal), es preciso que dicho juicio sea definitivo, y entable la declaración consecuente (de otro modo, la prolongación indefinida de la discusión, dentro del mismo o de otros procesos con el mismo objeto, haría ilusorio el derecho de ejecución penal que surge de la sentencia de condena, de lo que la indefensión social sería consecuencia necesaria); como asimismo conveniente, desde el punto de vista social, que tampoco puede reverse la situación del procesado absuelto (si éste pudiera ser sometido a nuevos procesos por el mismo hecho, su libertad quedaría indefinidamente amenazada, con menoscabo de su personalidad) […] "En sentido preciso, cosa juzgada (res iudicata) es el objeto procesal sobre el que se ha dado resolución de carácter definitivo […] pero, en su acepción jurídica más corriente, la denominación de cosa juzgada corresponde a los efectos preclusivo y ejecutivo que produce la resolución del juez, con relación al objeto procesal"[5].
Cuando una causa es enjuiciada, la sentencia adquiere valor de cosa juzgada, uno de cuyos efectos primordiales es la imposibilidad de volver a juzgar esos mismos hechos respecto de la misma persona a la que se haya acusado. En la novela, el tribunal se reserva la potestad de invocar de nuevo el proceso en el momento que estime oportuno.
Pero Kafka no nos muestra un aparato judicial opresivo y terrorífico, más bien viene a caricaturizar un sistema judicial determinado. El autor hace una crítica a las estructuras judiciales en particular, pero también a cualquier institución pública.
Apéndice A Edición digital 837 Barranquilla, domingo 4 de Febrero de 2001
El mensaje de Franz Kafka en El Proceso
Por JAIME MUVDICuando leíamos el Proceso de Kafka, nos imaginábamos que no existía país alguno donde se cometieran tantas injusticias como los escalofriantes relatos de este novelista, y pensábamos que lo narrado era una farsa. Pero con el correr de los años nos convencemos que este autor está describiendo lo que palpó en el ejercicio de su profesión de abogado.Franz Kafka se graduó de abogado en la Universidad Alemana de Praga e inmediatamente comenzó a ejercer el derecho penal en el bufete de abogados de su tío Richard Lowys, y más tarde ejerció en las altas Cortes Criminales (Strafgericht) en Praga, por lo tanto conocía los recovecos de la "Justicia".La obra El Proceso la conocemos gracias a su albacea Max Brod el amigo testamentario, quien desatendió la prohibición de Kafka y publicó tras su muerte sus novelas inéditas, con ellas ha revelado al mundo uno de los más grandes novelistas de nuestra época y desde luego el más profundamente original.La realidad de este mundo lo llevó a atacar con crudeza la veracidad en que hoy vivimos. Su obra el Proceso se desenvuelve todo en una atmósfera de pesadilla. Con la versión cinematográfica en 1.963, dirigida por Orson Welles y al mismo tiempo actuando como el "abogado defensor" repercutió la novela: a menos de un mes de estrenado el filme se agotaron todas las ediciones en Castellano.El principal personaje de El Proceso lo llamó José K. y probablemente se estaba personificando a sí mismo o de algún amigo injustamente acusado. Se inicia la obra con la visita de unos inspectores de policía que sin previo aviso se introducen a su alcoba cuando aún no se había levantado, desde este momento comienza uno a sentir la asfixia, el ahogo que produce aquello de estar bajo el dominio y a merced de un poder, que nunca se ve, que persigue oprime y hace la vida imposible (la Justicia) pero no se sabe donde está.—Quien es Usted? preguntó K,— incorporándose en su cama. El investigador pasó por alto la pregunta, como si fuese natural, quiso salir de la alcoba y el investigador no se lo permitió informándole que no tenía derecho a salir, pues estaba detenido, enseguida pensó que se le había calumniado, pues sin haber hecho nada punible, fue detenido una mañana. En la novela hace carrera la frase según la cual "Un auto de detención no se le niega a nadie".¿Por qué? Pregunta el acusado. Se le responde —No nos corresponde decírselo— (Reserva del Sumario).Creyendo que había sido citado para su indagatoria se presenta a la sala de interrogatorios, y la portera le manifiesta que hoy no hay sesión. —¿Y por qué no?— Pregunta K negándose admitirlo.—¿Desea que le diga algo al Juez de Instrucción?— Pregunta la portera. —No creo que pueda ayudarme contestó José K, yo solo pensé en el interrogatorio a que iba a ser sometido, y también manifestó que no le importaba el proceso para nada, y todavía le importaba menos la pena a que se le condenare, suponiendo que el proceso termine alguna vez, lo que no veo muy probable, pues no tengo intención de sobornar a nadie, por lo que le pidió al juez de instrucción, o alguno de sus acólitos dispuestos a difundir cualquier noticia, que los intentos que hagan para doblegarme no me llevarán al soborno—.Nunca supo de que lo acusaban, ni quien lo acusaba, ni que posibilidades tenía de ser absuelto.Contrata a un viejo abogado que siempre está recostada en su cama. Cuando lo visita para saber como anda su proceso se encuentra con un comerciante que también es cliente del mismo abogado.El abogado apenas se le acerca el comerciante expresa: —Que quieres— vienes en muy mal momento. —Siempre vienes en mal momento—.Para mortificar más a su cliente le expresa al comerciante que está defendiendo desde hace cinco años en un proceso penal que todavía no se había iniciado:—Ayer fui a ver al Tercer Juez, muy amigo mío y le llevé la conversación a tu asunto—.—¿Quieres saber lo que me dijo? —Si, si se lo ruego. —Me dijo que tu caso era un caso perdido—.Después de unos diálogos desagradables el personaje principal de la novela José K. que ha escuchado toda la conversación, decide retirarle desde ese momento la misión de asistirle. (Ya que nunca confió en su abogado).Logra dar con un pintor llamado Tintorelli, un artista que se dedica a pintar los retratos de los jueces, quien conoce al dedillo todos los recovecos de la "Justicia" se compromete a ayudarle, y le dice que es posible que lo dejen en libertad, pero será una "libertad aparente" y también podrá lograr una "absolución aparente", pero su mejor posibilidad es lograr una "dilación indefinida".
Así "el proceso" no debería llegar nunca hasta la máxima instancia, en cierto sentido era absolutamente interminable, esto es, continuable at infinitum.El mensaje que nos envía Franz Kafka, es que su novela fue escrita para todos, inclusive para Ud. que está leyendo esta columna en estos momentos, ya que puede ser vinculado a un proceso, que comprometa sus derechos de propiedad, su reputación, y hasta su libertad, al realizar una negociación: firma de un simple cheque o pagaré, en un accidente de tránsito basta que un solo testigo al cual Ud. "no le caiga bien" declare contra usted.Nunca estará de mas que tenga un abogado amigo para que le ayude a salir de cualquier pesadilla, en cualquier momento le puede llegar un telegrama que diga:"Sírvase presentarse a esta Fiscalía en el término de la distancia con apoderado a fin de practicar diligencia penal. Incumplimiento acarreará sanciones legales pertinentes. Firmado, Fiscal XX".Recordemos el caso del capitán de artillería del ejército francés Alfredo Dreyfus, que se le siguió injustamente Consejo de Guerra, se le encontró culpable, sin serlo enviándole inmediatamente a la Isla del Diablo, una colonia de la Guayana Francesa.El triste caso de Alberto Hubiz Hazbun, que por culpa de un mitómano que en una fiscalía poniendo una ametralladora sobre la mesa dijo: "Con esta ametralladora le dieron a Galán". Le hizo purgar injustamente cuarenta y dos meses de prisión. Mucho después el Tribunal Superior de Bogotá sentenció "En esa arma no había consistencia probatoria de que hubiera estado allí en el momento del crimen ni que se hubiera disparado con ella".Esa injusticia duró cuarenta y dos meses, lo suficiente para que los verdaderos criminales pudieran convertir su acción en un magnicidio perfecto.En este momento nadie entiende por qué las autoridades cometieron semejante desatino.El Señor Hubiz Hazbún murió al poco tiempo de salir de la cárcel de pena moral…
Apéndice B
Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián , y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si mas tarde lo dejarán entrar. -Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora. La puerta que da a la Ley está abierta , como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice: -Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno mas poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera. El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene mas esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta. Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice: -Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo. durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que este es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; mas tarde, a medida que envejece, sólo murmura para si . Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino. -¿Qué quieres saber ahora?-pregunta el guardián-. Eres insaciable. -Todos se esfuerzan por llegar a la Ley-dice el hombre-;¿Cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar? El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora: -Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.
Apéndice C
Ni siquiera al célebre autor checo Franz Kafka se le habría ocurrido en su no menos famosa obra "El Proceso", incorporar al drama del absurdo las características y connotaciones del desafuero del Senador Pinochet.En un acabado estudio de la sentencia de la Corte Suprema sobre el asunto, el ex Diputado, Senador, Ministro y Embajador Juan de Dios Carmona, Presidente de la Comisión por la Recuperación de la Verdad Histórica de Chile, hace un análisis del veredicto. De su simple lectura, se comprueban las siguientes anomalías a las que se buscó dar un manto de juridicidad:EL PROCESO QUE NO ES UN PROCESO. Para privar al Senador Pinochet del inalienable derecho al debido proceso, la Corte determinó que el proceso de desafuero no era un proceso, sino el levantamiento de una condición para proceder; a lo más, un "antejuicio".Al calificar el desafuero como un simple trámite, la sentencia concluye que no corresponde dar al Senador las garantías constitucionales y legales de cualquier ciudadano."Queda así establecida una gravísima contradicción de la mayoría de la Corte al tramitar el desafuero como un proceso y calificarlo como un trámite al fallar, negando, como consecuencia de ello, y de hecho, para el juicio mismo que se autoriza con el desafuero, el debido proceso al Senador".LAS LEYES QUE JAMAS EXISTIERON. Sobre la no aplicación de esa garantía universal, además de la omisión de normas legales plenamente vigentes, Carmona explica:"Habiendo el tribunal superior determinado, en el fallo de desafuero, una serie de conceptos y normas desechando anticipadamente la aplicación del debido proceso, de la prescripción, de la amnistía, de la necesidad previa del juicio político, de la no existencia en este caso del secuestro continuado, e incluso incitando a agregar las figuras de asociación ilícita e inhumaciones ilegales, hace imposible que los jueces del fondo puedan desviarse de esas definiciones y ser imparciales y objetivos y la revisión por la misma Corte Suprema tampoco podría ofrecer iguales características".EL FUERO QUE DEJA DE SER TAL. Sobre las consecuencias que el criterio de la mayoría de la Corte trae consigo, Carmona señala:La idea de que el desafuero no es un proceso, sino un mero trámite, desnaturaliza totalmente la concepción y la finalidad del fuero parlamentario". Y explica:"De aceptarse esa calificación, bastaría solamente que el juez, a su arbitrio, diera como establecida la existencia de un hecho que puede revestir caracteres de delito y una supuesta participación de un parlamentario, para privar a éste de su fuero sin considerar su defensa". Añade en este punto: " dispare primero y pregunte después", sobre todo porque es muy difícil precisar qué es de fondo y lo que no es en este caso".OTROS CASOS DE DESAFUERO. Agrega el estudio, sobre otros criterios que los tribunales aplican sobre peticiones de desafuero:"Si tomamos que corrientemente las peticiones de desafuero tienen que ver con querellas por injurias que se interponen contra parlamentarios, los tribunales, corrientemente también, han establecido que no se acepta el desafuero porque no ha habido ánimo de injuriar por parte del congresal, pero la consideración del ánimo es un asunto de fondo".En cambio, en el caso del Senador Pinochet, ha existido otra interpretación y procedimiento:"En la calificación que ha hecho del desafuero (del Senador Pinochet) la sentencia de mayoría hace falta una consideración que la hace totalmente errada desde el punto de vista jurídico. Ella es que el desafuero debe terminar en una sentencia. Un mero trámite no termina en una sentencia que, por definición, es una decisión sobre una controversia, máxime que si el desafuero es concedido, conlleva además la suspensión del cargo del parlamentario".UN FALLO "A LA MEDIDA". Carmona estima, a continuación, que el fallo del desafuero del Senador Pinochet, satisface los planes de la izquierda y de la Concertación. Señala textualmente:"No podemos menos que sostener que el fallo de mayoría es una adecuación jurídica para dar satisfacción a las finalidades políticas que no sólo pretendían los querellantes, sino amplios sectores de la Concertación y el gobierno."Mas que una condena judicial que no correspondía, se ha logrado, al dar curso al desafuero, una condena política a Pinochet y a su régimen. Así lo han entendido los sectores políticos interesados de la izquierda y de la Concertación.""Por lo demás las declaraciones del Ministro señor Benquis a "La Segunda" al manifestar que, en este asunto, son los políticos quienes debieran haber asumido la responsabilidad de resolverlo y que al plantearlo en el terreno judicial se obligó a las cortes a pronunciarse, son claras sobre el particular".Finaliza Carmona en esta parte:"La adecuación (del fallo) es evidente, a pesar que los sentenciadores parecen no haber percibido las perniciosas consecuencias que su resolución trae en el orden jurídico y también en el político".
Apéndice D 7 de Mayo de 2000
Por Carlos Sánchez Almeida
ARTICULO 11. 1. "Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias para su defensa." Declaración Universal de Derechos Humanos, 1948.
"Alguien debía haber calumniado a Josef K., porque sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana." Franz Kafka, "El proceso".
Sólo aquellos que han visitado una cárcel saben realmente en qué consiste la libertad. Demasiado a menudo me encuentro con abogados que jamás se han entrevistado con un cliente en prisión: debería ser un requisito obligatorio para ejercer. Como el carnet de conducir: 30 horas de cárcel antes de dejarles presentar la primera querella.
La coherencia es la virginidad del abogado: se pierde la primera vez que uno se acerca a un tribunal. Pensemos, por ejemplo, en el ilustre compañero que escribió que nunca debían darse datos personales de Internet sin mediar la autorización de un juez. Donde dije digo, digo Diego, debió pensar, al entregar los datos de su adversario al primer agente que los solicitó sin orden judicial.
En las Facultades de Derecho y los Colegios de Abogados se enseña a los letrados el principio fundamental de nuestro proceso: in dubio pro reo. Se puede reconocer a los que nunca lo aprendieron por la forma en que saludan, con una mano tan lánguida como su mirada. No me los imagino mirando a los ojos a un procesado para el que piden prisión. Así es la especie humana: vegetariana si tuviese que sacrificar su propia res.
Todo nuestro sistema de represión penal está diseñado para destruir al acusado: un holocausto al que se prestan entregados los voceros del cuarto poder. Aunque sobreviva al acoso mediático y al calvario del proceso, el banquillo arruina para siempre la reputación del acusado, por mucho que su inocencia se proclame solemnemente en la sentencia. Calumnia, que algo queda, dice el refrán.
Como en todo, hay excepciones a la regla: perseguir injustamente a un paranoico tiene peligrosos efectos secundarios. A un paranoico no le basta con demostrar su inocencia, ni tampoco pregonar a los cuatro vientos la incompetencia de los acusadores. Un paranoico sólo descansa cuando consigue que su rival pierda su bien más preciado: la dignidad.
No hay peor sentencia que la que uno se impone a sí mismo: su ejecución puede durar toda una vida. Deberían enseñarlo en las Facultades de Derecho: si un día les da por acusar injustamente a un hacker, asegúrense de que nunca jamás se pueda volver a levantar.
Apéndice E
"Pensar en lo que sintió Oscar Wilde cuando lo condenaron": Gardeazabal
Primera entrevista desde la prisión que concede el escritor perseguido.
El escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal, condenado por la Corte Suprema de Justicia de su país a 6 años y 6 meses de prisión por haber vendido en 1992 una escultura a quien con los años resultó ser el testaferro de un narcotraficante, respondió desde la cárcel un mini-cuestionario al periódico El Espectador. Lo republicamos.
— Cómo le pareció la condena que en su contra profirió la Corte Suprema?
R/ La capacidad de opinar no la tenemos los condenados
— No cree que seis meses y seis años es una condena muy alta para un cheque de solo 7 millones?
R/ Creo que es mejor pensar en lo que sintió Oscar Wilde cuando lo condenaron
— Cómo le parece el hecho de que su proceso se haya iniciado con base en un escrito anónimo?
R/ Que la realidad siempre es mucho mas impactante que la ficción que inventamos los novelistas.
— La sala penal de la Corte dijo que usted, para engañar a la justicia, utilizó como partícipes en el negocio de la estatuilla a personas que ya estaban muertas.
Qué opina de eso?
R/ Cada vez me siento mas como si fuera la reencarnación de Antonio Nariño
— Explíquenos, por favor, cómo fue el negocio de la estatuilla?
R/ Ese tema solo volveré a contar en mis memorias
— Qué opina de que escultor de su estatuilla, Reciel Vulkovinski Dha, el principal testigo en su contra, haya terminado convertido en un farsante?
R/ Tengo entendido que el impronunciable señor ese goza de libertad y yo estoy preso
— Cómo es el cuento de otro cheque por 5 millones de pesos, por el que también lo procesaron a usted?
R/ Léase EL PROCESO de Franz Kafka y lo entenderá
— Cree que su proceso penal fue orquestado por persecuciones políticas ?
R/ Háganle esa pregunta al candidato presidencial Horacio Serpa o a la Embajada Americana
— Qué va a hacer mientras recupera su libertad?
R/ Escribir y continuar montando la biblioteca de la escuela de policía de Tuluá donde estoy recluido para que sea la mejor de su género
— Ha sentido el apoyo de la gente de Tuluá y del Valle?
R/ Si no hubiese sido por ese afecto y el de tantas personas en el mundo, ya me habría suicidado.
Entrevista concedida al Espectador de Bogota, publicada el 14 de diciembre, en la pagina 6 A por Libardo Cardona.
Notas: [1] Constitución Nacional.
[2] El Proceso, pág. 13.
[3] El Proceso, pág. 14.
[4] Ídem, pág. 179.
[5] Oderigo, Mario A., Derecho Procesal Penal, Tomo I, pág. 402, 403.
– Constitución de la Nación Argentina, A-Z editora S.A., Buenos Aires, 1995.
– Kafka, Franz, El Proceso, Errepar S.A., Buenos Aires, 2000.
– Oderigo, Mario A., Derecho Procesal Penal, Ediciones Depalma, Buenos Aires, 1973.
– Buscador de Internet: www.google.com
Autor:
María Candelaria Cicardo.
hotbutterfly68[arroba]yahoo.com
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