Escribe Abel Alexander, acerca de Glücksmann: "Su instinto comercial advirtió él porvenir de la novedad ("vistas animadas por medio del cinematógrafo" según la expresión acuñada en Europa) e inició sin dilaciones la venta de aparatos y de vistas, pequeños rollos de actualidad o miscelánea del mismo origen de importación" (5).
Gertrudis Chale nació en Austria en 1898; falleció en La Rioja en 1954. "Estudió en varias academias de Suiza y Alemania, pero también se nutrió en las vanguardias de ese entonces y a las que no tardaría en adherir. Tras varios viajes por Europa decidió radicarse en Quilmes (Buenos Aires) en 1934. Posteriormente residió en la Quebrada de Humahuaca (Jujuy) y en Córdoba. Realizó gran cantidad de óleos y témperas sobre los suburbios de Buenos Aires y los paisajes de Córdoba, Jujuy, Salta y, en especial, de la Puna. Recorrió Ecuador, Perú y Bolivia y dio la espalda a su Europa natal, pintando al hombre y los paisajes del continente. Sus trabajos son de una gran originalidad y tienden al superrealismo en la disposición de los objetos. Desarrolló una visión esencialista sobre América y dedicó todos sus esfuerzo a plasmarla en su obra. Realizó numerosas muestras individuales y colectivas" (6).
Hedy Crilla nació en Viena en 1899. "Llegó a Buenos Aires en 1940, luego de capacitarse en escuelas de su patria y de París. Bajo su dirección se formaron muchos actores y directores teatrales. Al mismo tiempo fue requerida para la puesta en escena de importantes obras, e hizo algunos trabajos para el cine. Falleció en Buenos Aires el 31 de marzo de 1984" (7).
A la vienesa, "el creciente antisemitismo de los nazis en el poder las empujó, como a tantos, al exilio: primero en París –donde vivió entre 1936 y 1940 y trabajó en teatro, radio y cine- y luego en la Argentina" (8).
"Barón Biza era un hombre de acomodada posición, hijo de los millonarios Wilfrid Barón y Catalina Biza, poseedores de grandes latifundios en la provincia de Córdoba. Desde su juventud incursionó en política, apoyando al líder radical Hipólito Yrigoyen, una posición extremadamente inusual en las clases más acomodadas; se abocó también a la literatura, publicando en 1924 el polémico Risas, lágrimas y sedas, y a los negocios. Fue uno de los introductores del cultivo sistemático del olivo en Argentina, y organizó la explotación de minas de wolframio y bismuto en el noroeste del país. De vacaciones en Italia, donde llevaba vida de playboy, conoció en Venecia a la actriz austríaca Rosa Martha Rossi Hoffmann, que actuaba con el seudónimo de Myriam Stefford. Tras un rápido y apasionado romance, el 28 de agosto de 1930 contrajeron matrimonio.
La pareja se afincó en Argentina, alternando la residencia porteña con la estancia "Los Cerrillos" que poseía Barón Biza en Alta Gracia, Córdoba. Entre las peculiaridades del alocado tren de vida de la pareja estaba la afición de Stefford a la aviación; adquirieron un monomotor, con la intención de recorrer con él todas las provincias del país. Antes de obtener su brevet, Stefford ya pilotaba, siendo una de las primeras mujeres piloto de Argentina. Poco antes del primer aniversario de la boda, el 26 de agosto de 1931, participaba en un raid aéreo cuando se precipitó a tierra en Marayes, provincia de San Juan. Las versiones sobre el accidente estuvieron teñidas del más ríspido sensacionalismo, afirmándose que el accidente había sido provocado por el esposo; éste dedicó a la memoria de Stefford un colosal monumento, erigido en el campo familiar. Es un obelisco de hormigón armado, de 82 m de altura, diseñado por el ingeniero Fausto Newton, bajo cuya base hay una cripta abovedada en la que descansan los restos de aquella; lleva la inscripción Viajero, rinde homenaje con tu silencio a la mujer que, en su audacia, quiso llegar hasta las águilas" (9).
Escribe Sylvia Saítta: "Barón Biza. El inmoralista comienza con una "advertencia" de Christian Ferrer en la que presenta el libro por todo aquello que no es. No es una biografía porque el autor no se propone narrar la totalidad de una vida. Tampoco es una obra de crítica literaria ni el intento de reivindicar la figura de un escritor maldito. Es, en palabras de Ferrer, "un informe confidencial" cuyo destinatario original era Jorge, el hijo menor de Barón Biza. En realidad, podemos asegurar, se trata de un homenaje a Jorge Barón, autor de El desierto y su semilla , único y estremecedor libro con el que intentó conjurar un destino anunciado: el de ser "un resentido por herencia" o "un vulgar imitador en la copa y el balazo"; un homenaje al escritor que, al igual que su padre, su madre, Clotilde Sabattini, y su hermana, María Cristina, se suicidó en setiembre de 2001, dejando inconclusa una trilogía en la que se proponía narrar, además de la historia de sus padres, la biografía de sus abuelos y de sus hermanos. Barón Biza. El inmoralista es también la consumación de una promesa implícita: la que Ferrer le hizo, en 1995, a Jorge Barón después de que éste le entregara cartas, legajos, actas judiciales y recortes de diarios y revistas: la de escribir sobre Raúl Barón Biza, su progenitor.
Barón Biza, el padre, el protagonista de este libro, nació en Córdoba en 1898. Su historia durante la década del veinte parece un argumento cinematográfico: es la del joven, apuesto y millonario sudamericano que, en el fragor de las fiestas y los bailes europeos, se enamora de una incipiente actriz de cine que, para casarse con él, abandona su carrera, se radica en una estancia argentina y comienza a dedicarse a la aviación. Myriam Stefford, la joven y audaz piloto, terminó perdiendo la vida al estrellarse su avión en San Juan, en un fracasado intento de cumplir un raid que uniera las catorce provincias.
La vida de Barón Biza durante los años treinta es, en cambio, distinta. Se convirtió, por un lado, en excéntrico militante yrigoyenista, en contacto con los sectores revolucionarios del Partido Radical que conspiraban contra los gobiernos conservadores. Esto le valió una y otra vez la cárcel y el destierro. Por otro, fue el escritor que, en 1933, publicó El derecho de matar , novela de tesis que le valió la acusación de inmoralidad y la cárcel. Estas escenas se reiterarían en 1941 con la salida de Punto final . Barón Biza fue, además, el hombre enamorado de la hija del líder radical Amadeo Sabattini, de quien terminó separándose a finales de los años cincuenta, y el individuo que en 1964 se pegó un tiro tras haber arrojado una copa de ácido en la cara de su mujer.
Ferrer reconstruye la figura pública y privada de Barón Biza, y también se detiene en los textos literarios de quien ha sido considerado por la crítica, a lo largo de los años, como uno de los "escritores malditos" de la literatura nacional. Lo hace sin caer en el facilismo de los rótulos llamativos ni en la complaciente reivindicación de una literatura que combina, como se desprende del fino análisis desarrollado en el libro, "un buen puñado de frases poderosas" con una prosa grandilocuente, argumentos folletinescos de sexo y miseria con la denuncia de la moral hipócrita de las clases acomodadas, la violenta incorporación de escenas eróticas con largas reflexiones metafísicas en que resuenan las lecturas de Max Stirner, Nietzsche o Schopenhauer.
Contar la historia de Raúl Barón Biza implica sin dudas hacerse cargo de un legado incómodo, pesado, por momentos tortuoso. Por eso Christian Ferrer no se propuso escribir una biografía "detallada y competente", ni tampoco quiso convertirse en crítico literario. Ninguna metodología ya ensayada sirve, y por eso, Barón Biza. El inmoralista , es un libro inclasificable y perfecto, en el que la suma de fragmentos que integran cada capítulo va reconstruyendo -con la misma morosidad crispada con que Jorge Barón, en El desierto y su semilla , describe la reconstrucción de la cara de la madre desfigurada- una historia incomprensible: la de quien, en palabras de su hijo, pasó de ser aquel que "construía escuelitas y monumentos al amor de más de setenta metros de alto" al hombre que "arrojaba ácido a su amada" para después suicidarse" (10).
La historiadora Lily Sosa de Newton sostiene que Miriam Stefford no era austríaca: "Aviadora y actriz, nacida en Berna, Suiza, el 30 de octubre de 1905. Su nombre verdadero era Rosa Martha Rossi. Actuó en teatro en Viena y Budapest, y en París filmó algunas películas. Vino a B. Aires en 1928. En 1930 se casó en Europa con Jorge Barón Biza y regresó a la Argentina, donde siguió un curso de aviación, deporte que adoptó con entusiasmo. En 1931 emprendió una gira por catorce provincias en compañía de su instructor Luis Fuchs, y en una etapa del vuelo cayó el avión, sin que los pilotos sufrieran daño. Obtuvo otro avión prestado y cayó nuevamente, el 26 de agosto, falleciendo con su acompañante, mientras volaban entre La Rioja y San Juan. Su marido hizo levantar un monumento a su memoria en Alta Gracia, Córdoba" (11).
Guillermo Gräetzer nació en Viena en 1914 y falleció en Buenos Aires en 1992. "Estudió en Viena con Paul Hindemith. En 1946 fundó el Collegium Musicum de Buenos Aires. Entre 1955 y 1980 dictó Composición, Orquestación y Música coral en la Universidad Nacional de La Plata. Entre otros libros, publicó Introducción al método Orf. A pedido del Teatro Colón compuso La creación según el Popol Vuh maya y, para la Camerata Bariloche, el Concierto de cámara N° 2" (12).
Josefina Otilia Nyari de Absy nació en Viena en 1920. "Desde 1952 ocupa el cargo de inspectora docente en el Consejo Nacional de Educación Técnica CONET. (…) En la actualidad es organizadora-coordinadora del Centro Didáctico del CONET, de reciente creación, y pinta cuadros florales de estilo naif. En esta actividad, lo mismo que como autora, firma con el nombre de Otilia de Casa Ferrándiz" (13).
Otto Durá está entre los "extranjeros que dejaron su huella en Buenos Aires. En primer lugar, Ignacio de Zuloaga, el pintor vasco que compartió con Joaquín Sorolla una misma época y celebridad, Y entre los no españoles, dos que se radicaron finalmente en estos pagos: la francesa Léonie Matthis de Villar y Otto Durá, pintor y dibujante de origen vienés. Todos estos artistas buscaron hacer del subte un espacio más humano a través de la belleza. (…) Las líneas D y E rivalizan con la C en su despliegue de paisajes e historias argentinos, desde las cataratas del Iguazú y el lago Argentino –ambos de Otto Durá, en la estación San José- hasta la visión alucinada y futurista de Buenos Aires según los ojos del porteño Rodolfo Franco" (14).
Jovita Epp nació "en Merano, Tirol. Publicó la novela Amado mío en 1955 en Alemania, y la versión castellana en 1960, en Buenos Aires; La mujer del forastero y Herederos sin gloria, igualmente en alemán y castellano, y algunas otras novelas en alemán, así como artículos y cuentos en Argentinisches Tageblatt, y diarios y revistas de la Argentina, Austria, Alemania, Bélgica, etc. Es vicepresidenta del Instituto Ulrico Schmidl de Buenos Aires y miembro de la Institución Cultural Argentino-Germana y de la Asociación de Escritoras y Publicistas Católicas. El gobierno de Austria le otorgó la Medalla de Oro al Mérito" (15).
"Jacques Arndt, tiene tan sólo 92 años, es actor, cantante, director de teatro y televisión, puestista y, desde hace 13 años, conductor de radio, lo que resume a un profesional tan versátil como polifacético. Los jueves, de 21 a 22, y los domingos, de 22 a 23, anima en Radio Cultura (FM 97.9) "La agenda de Jacques", donde, como su nombre lo indica, presenta los más diversos temas que le interesan, aportando simpatía, buen humor y el savoir faire de un hombre que nació en Viena y que viajó y conoció el mundo, jalonando cada relato con recuerdos y anécdotas de su vida y profesión. Los ciclos que Jacques también musicaliza cuentan con el singular auspicio de las embajadas de Alemania, Austria y Suiza. Jacques llega a los estudios de Radio Cultura, feliz, emocionado y gozando aún de la alegría y emoción de haber recibido hace apenas quince días un Cóndor de Plata a la trayectoria y por su loable y honesto aporte al cine nacional, un premio que avala su labor en las 39 películas locales y cinco internacionales en las que participó".
Entrevistado por Alicia Petti, relata: "ingresé en la Argentina a los 21 años, solito, como polizón, sin hablar una sola palabra de castellano y sin un peso. Me tuve que refugiar escapando de Viena luego de la entrada de los nazis en mi país y en una fuga y travesía casi cinematográfica. Escapando de los nazis logré llegar a Marsella y, con la anuencia de un marinero, me escondí en un barco de carga. Recuerdo que no pude ver nunca más a mi madre, el primer y mayor dolor de mi vida. Tuve miedo, pero creo que fue más fácil porque pude usar mi imaginación de actor y proyectarme como si hubiese sido todo una película. (…) A los dos años de estar aquí, un empresario teatral de Buenos Aires me llamó, y desde aquel día mi carrera siguió siempre en forma ascendiente. Trabajé en todas las salas de la avenida Corrientes, luego en el Complejo San Martín y hasta en una actuación protagónica en el Teatro Colón, en una ópera de música dodecafónica sin bel canto, contratado y guiado por la mano del gran músico argentino, el maestro Sivieri y como segundo de Angel Matiello. Y luego llegó el cine. Nunca hice un protagónico pero creo que sí, muy buenas caracterizaciones como actor de reparto. Trabajé con Torre Nilsson y con Enrique Carreras, por sólo mencionar a dos cineastas. Con Zully Moreno y el dúo Porcel-Olmedo. Y luego siguió la televisión con trabajos en los canales 7, 9, 11 y 13. Abel Santa Cruz, Miguel Coronatto Paz y Hugo Moser escribieron para mí fantásticos personajes. En Radio Nacional asumí la jefatura de equipo internacional de RAE, con transmisión diaria, por onda corta en idioma alemán hacia Europa. En teatro tuve a mi cargo la dirección de "Un violinista en el tejado". Luego llegó el éxito del público en el Teatro Avenida para actuar y dirigir "El diluvio que viene", que se mantuvo 4 años con localidades agotadas. Además, tuve la suerte de ser distinguido por varios premios nacionales e internacionales, como el Podestá de la Asociación de Actores; un Martín Fierro; la medalla de oro por 50 años de trabajos culturales en la Argentina, otorgada y entregada por el Senado de la Nación. En lo que a premios internacionales se refiere tengo galardones de Estados Unidos, Francia y Londres; la Cruz de Mérito, de Alemania; la Gran Cruz de honor de primera clase de Austria; muchas más cosas que ya ni las recuerdo" (16).
"Heriberto Haber, 1930, nacido en Viena, llegó a la Argentina en 1938. En 1971 se radicó en Israel. Domina perfectamente el alemán, el castellano y el hebreo. Es el autor de la traducción del Martín Fierro al hebreo".
Marion Kaufmann, quien lo entrevistó, escribe: " ‘Mi Martín Fierro al hebreo –así me contó-, se publicó por primera vez en La Paz (Bolivia), donde viví un tiempo y donde fui director de una escuela judía. Era una edición de la primera parte (‘La ida’), de 200 ejemplares, fotocopiada. Dos años después apareció, también en La Paz, una edición muy rudimentaria (el dinero no me alcanzaba para algo mejor…) mimeografiada, pasada a mano con rodillo, del ‘Martín Fierro’ entero (‘Ida y Vuelta’), en 100 ejemplares. Ambas ediciones con prólogos míos, y notas marginales que explican los pasajes difíciles del texto’. En 1988 salió en Israel una nueva edición, ilustrada por Alba Dermer. Ambas ediciones fueron financiadas por él, y poco ejemplares llegaron a las librerías –Haber regaló muchos a universidades, a bibliotecas, ex maestros y amigos. Hoy están agotadas. ‘La traducción guarda –acota Haber- casi siempre la misma estructura del verso, métrica, rima y ritmo del original’ ".
"Por qué Heriberto Haber se dedicó, en su escaso tiempo libre, a una tarea tan difícil? Su respuesta coincide con la de otros traductores: ‘… Constituye ‘el homenaje de gratitud del traductor a su patria adoptiva, la República Argentina, que le dio albergue y educación, trabajo, sustento y una nacionalidad, en los días de la hecatombe que asoló al pueblo judío y a toda la humanidad’. Así consta (en castellano) en el prólogo de su traducción" (17).
El desconocimiento del castellano retrasa los estudios de una adolescente: "A los catorce años –en plena Segunda Guerra Mundial, y sin hablar una gota de español- dejó su Viena natal y se instaló con sus padres en la Argentina. Acá la enviaron al colegio Mallinckrodt, pero abandonó porque el idioma era una barrera difícil de saltar. Mercedes von Dietrichstein se casó a los diecinueve, pero a los treinta se decidió a rendir el secundario libre. Mientras criaba a sus cuatro hijos estudió Psicología en la UBA, y después trabajó en el Hospital Borda. Hoy es miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina, tiene consultorio propio, desde hace dos décadas preside la Fundación del Hospital de Clínicas y maneja las relaciones públicas de un importante empresario norteamericano. Al menos dos veces al año viaja a la República Checa para reclamar por las valiosas propiedades que quedaron dentro de la república y que les fueron confiscadas a sus padres, tendida la Cortina de Hierro del comunismo" (18).
Enrique Raab nació en Viena, en 1932. "Fue miembro del Club Gente de Cine y se inició en el periodismo escribiendo críticas cinematográficas. Ejerció su profesión en diversos medios, como los diarios La Opinión, Clarín y El Mundo y las revistas Primera Plana, Siete Días, Visión, Análisis y Confirmado, donde fue jefe de redacción. Amenazado por la Triple A desde 1975, en 1977 fue detenido por un grupo de militares y permanece ‘desaparecido’ " (19).
"Silke es artista plástica multidisciplinaria, reconocida internacionalmente. "Nació un día de otoño del '43 en el Viejo Continente en plena guerra mundial. Desde 1949 es residente argentina. Innumerables viajes y estudios la llevaron por el mundo, así nació en ella una apertura holística a la existencia. Esta artista plástica encauzó su creatividad en el Arte Textil. Su búsqueda en un lenguaje más abarcador la lleva a incorporar música, escenografía, palabras o danza en un fecundo entrecruzamiento de las artes. Silke emprende así el camino, con la construcción de nuevos horizontes, alerta al misterio de la vida. Sus ciclos temáticos son retrovisionarios: "Descubrimiento de la exterioridad, descubrimiento de la interioridad". "Cartas a un Joven Poeta", de R.M. Rilke. "América Andina". "Popol Vuh". "Los 4 Elementos", "Los Arcanos en Seda", entre otros. En ese proceso común de crecimiento que es la enseñanza, multiplica sus experiencias didácticas: Taller-Escuela Experimental, seminarios creativos, trabajos individuales y grupales, Seminarios Creativos; en el ambito Nacional e Internacional. Realiza Videos y Audiovisuales en todas sus fases: proyecto, dirección, fotografía, filmación y producción, insertando un concepto dinámico en torno de sus tapices. Actuó como Jurado y Curadora en importantes certámenes a nivel nacional e internacional. En la trayectoria de Silke, las etapas no son aisladas. Se entremezclan, una vertiente nutre la otra… El germen de la próxima etapa emerge en la anterior, o a veces surgen paralelamente. Por esta razón en sus obras las fronteras se diluyen. El dibujo y la pintura son un constante entrenamiento de la mano y la mirada, para luego crear libremente en la seda. Hay imágenes arquetípicas en ella, que desafiando el tiempo aparecen una y otra vez, transfiguradas. El fuerte carisma de búsqueda por el profundo sentido de la vida, lleva a Silke a encontrar respuestas y a abrevar en la sabiduría milenaria de los pueblos. Mas allá de las diferentes épocas y culturas los hombres se hermanan en la confraternidad de la existencia. Por eso, caminos ya recorridos y antiguos saberes son para Silke, motivación y privilegiada fuente de creatividad" (20).
El pintor Georg Miciu Nicolaevici "nació en 1946 en Bludenz, Austria, y llegó al país a los cuatro años, junto con su familia". Entrevistado por Héctor M. Guyot, él afirmó: "En la pintura fui autodidacta. Salía al parque Pereyra Iraola a pintar y mi padre nunca me daba una lección formal, pero sí consejos. El mejor: que no tirara ninguna obra. Eso me ayudó a respetar lo que iba saliendo, a veces algo que mi prejuicio no me permitía apreciar. Me dijo que no trabajara en el atelier sino afuera, como los impresionistas. (…)Huyo de las religiones. Mi padre fue educado como ortodoxo griego y después pasó al protestantismo, pero yo me he salido de cualquier religión. Trato de ser cristiano, pero eso es una vivencia, no una doctrina" (21).
Testimonios
Desde Tucumán, donde sufre explotación, enfermedades, hambre y discriminación, José Wanza escribe, en 1891, al periódico El Obrero:
"Aprovecho la ida de un amigo a la ciudad para volver a escribirles. No sé si mi anterior habrá llegado a sus manos. Aquí estoy sin comunicación con nadie en el mundo. Sé que las cartas que mandé a mis amigos no llegaron. Es probable que éstos nuestros patrones que nos explotan y nos tratan como a esclavos, intercepten nuestra correspondencia para que nuestras quejas no lleguen a conocerse.
"Vine al país halagado por las grandes promesas que nos hicieron los agentes argentinos en Viena. Estos vendedores de almas humanas sin conciencia, hacían descripciones tan brillantes de la riqueza del país y del bienestar que esperaba aquí a los trabajadores, que a mí con otros amigos nos halagaron y nos vinimos.
"Todo había sido mentira y engaño.
"En B. Ayres no he hallado ocupación y en el Hotel de Inmigrantes, una inmunda cueva sucia, los empleados nos trataron como si hubiésemos sido esclavos. Nos amenazaron de echarnos a la calle si no aceptábamos su oferta de ir como jornaleros para el trabajo en plantaciones a Tucumán. Prometían que se nos daría habitación, manutención y $20 al mes de salario. Ellos se empeñaron hacernos creer que $20 equivalen a 100 francos, y cuando yo les dije que eso no era cierto, que $20 no valían más hoy en día que apenas 25 francos, me insultaron, me decían Gringo de m… y otras abominaciones por el estilo, y que si no me callara me iban hacer llevar preso por la policía.
"Comprendí que no había más que obedecer.
"¿Qué podía yo hacer? No tenía más que 2,15 francos en el bolsillo.
"Hacían ya diez días que andaba por estas largas calles sin fin buscando trabajo sin hallar algo y estaba cansado de esta incertidumbre.
"En fin resolví irme a Tucumán y con unos setenta compañeros de miseria y desgracia me embarqué en el tren que salía a las 5 p.m. El viaje duró 42 horas. Dos noches y un día y medio. Sentados y apretados como las sardinas en una caja estábamos. A cada uno nos habían dado en el Hotel de Inmigrantes un kilo de pan y una libra de carne para el viaje. Hacía mucho frío y soplaba un aire heladísimo por el carruaje. Las noches eran insufribles y los pobres niños que iban sobre las faldas de sus madres sufrían mucho. Los carneros que iban en el vagón jaula iban mucho mejor que nosotros, podían y tenían pasto de los que querían comer.
"Molidos a más no poder y muertos de hambre, llegamos al fin a Tucumán. Muchos iban enfermos y fue aquello un toser continuo.
"En Tucumán nos hicieron bajar del tren. Nos recibió un empleado de la oficina de inmigración que se daba aires y gritaba como un bajá turco. Tuvimos que cargar nuestros equipajes sobre los hombros y de ese modo en larga procesión nos obligaron a caminar al Hotel de Inmigrantes. Los buenos tucumanos se apiñaban en la calle para vernos pasar. Aquello fue una chacota y risa sin interrupción. íAh Gringo! íGringo de m…a! Los muchachos silbaban y gritaban, fue aquello una algazara endiablada.
"Al fin llegamos al hotel y pudimos tirarnos sobre el suelo. Nos dieron pan por toda comida. A nadie permitían salir de la puerta de calle. Estábamos presos y bien presos.
"A la tarde nos obligaron a subir en unos carros. Iban 24 inmigrantes parados en cada carro, apretados uno contra el otro de un modo terrible, y así nos llevaron hasta muy tarde en la noche a la chacra.
"Completamente entumecidos, nos bajamos de estos terribles carros y al rato nos tiramos sobre el suelo. Al fin nos dieron una media libra de carne a cada uno e hicimos fuego. Hacían 58 horas que nadie de nosotros había probado un bocado caliente.
"En seguida nos tiramos sobre el suelo a dormir. Llovía, una garúa muy fina. Cuando me desperté estaba mojado y me hallé en un charco.
"íEl otro día al trabajo! y así sigue esto desde tres meses.
"La manutención consiste en puchero y maíz, y no alcanza para apaciguar el hambre de un hombre que trabaja. La habitación tiene de techo la grande bóveda del firmamento con sus millares de astros, una hermosura espléndida. íAh qué miseria! Y hay que aguantar nomás. ¿Qué hacerle? "Hay tantísima gente aquí en busca de trabajo, que vejetan en miseria y hambre, que por el puchero no más se ofrecen a trabajar. Sería tontera fugarse, y luego, ¿para dónde? Y nos deben siempre un mes de salario, para tenernos atados. En la pulpería nos fían lo que necesitamos indispensablemente a precios sumamente elevados y el patrón nos descuenta lo que debemos en el día de pago. Los desgraciados que tienen mujer e hijos nunca alcanzan a recibir en dinero y siempre deben.
"Les ruego compañeros que publiquen esta carta, para que en Europa la prensa proletaria prevenga a los pobres que no vayan a venirse a este país. íAh, si pudiera volver hoy! "íEsto aquí es el infierno y miseria negra! Y luego hay que tener el chucho, la fiebre intermitente de que cae mucha gente aquí. Espero que llegue ésta a sus manos: Salud."a …" (22).
María Pizzul de Russian nació en 1901 en "una aldea, varias veces centenaria, en Friuli, Italia. (…) por esas cosas de la historia, súbdita del Impero Austro Húngaro". Vive en Buenos Aires "desde 1924, cuando con su marido ‘fuimos a vivir a un conventillo de Chacarita que dejamos cuando compramos un terreno en Agronomía’, barrio que, desde entonces, nunca abandonó" (23).
En una carta enviada al diario Clarín, expresa Erwin Auspitz: " (…) en noviembre de 1938, con casi 10 años, vivía en mi ciudad natal, Viena, con mi familia de origen, judía. Mi padre fue detenido y quedó alojado en la Gestapo, de allí lo llevarían a Dachau. El cónsul argentino en Viena, Juan Giraldes, (…) No sólo extendió las anheladas e imprescindibles visas de tránsito para mis padres, mi hermana, mi abuela materna y para mí, sino que –además- lo hizo sin tener en cuenta una carta anónima que entregó a mi madre y que conservo hasta hoy; allí se denuncia la intención de nuestra familia de permanecer ilegalmente en Buenos Aires. Conseguidas las visas, mi madre logró que la Gestapo liberara a mi padre, previo el compromiso de dejar Austria en un plazo perentorio. Llegamos a estas tierras amadas en febrero de 1939, y aquí crecí, viví mi vida y formé mi familia" (24).
En una entrevista, dijo el sacerdote Boris Turel: "Mis padres eran del norte de Italia, cerca de Eslovenia: nacieron bajo el imperio austrohúngaro. Por el año 1928 mi viejo Antonio tuvo la posibilidad de elegir radicarse en Chicago, Estados Unidos, o Diamante, Entre Ríos, y decidió venir para acá. Se dedicó a la construcción y mi mamá Gabriela se ocupaba de las tareas del hogar. Un día, visitando Paraná, a 50 kilómetros de Diamante, un ingeniero le ofreció trabajo para el resto de sus días en la edificación de propiedades. En ese lapso nací yo. Pero vino la crisis y no se hizo ni una sola casa. Entonces, mis padres vendieron lo que tenían en Diamante y compraron las instalaciones de un almacén. Mi vieja se vino primero conmigo, a Juramento y Holmberg, y ahí nació mi hermana. Después se mudaron a otro almacén, en Deheza y Cabildo: conocí el arroyo sin entubar que pasa por García del Río. En 1935 compraron en Ladines y Av. de los Constituyentes un lote. Después del laburo mi viejo se iba a levantar paredes y yo lo ayudaba llevando baldes. Por eso siempre soy fiel a mi cuna de clase obrera y humilde. Con el tiempo hizo otra casita adelante y la alquiló" (25).
Biografías
Félix Luna afirma que su libro Soy Roca fue para él "Definitorio por la forma en que fue escrito y por el tema. Muchos dicen que es una novela, pero no lo es. Parece una novela, pero todo lo que se dice es estrictamente histórico. Todo lo que se dice, pasó. Incluso las conjeturas que pongo en cabeza del protagonista están escritas en papeles, en cartas confidenciales, etc. En lo formal, me di el gusto de hacer una especie de autobiografía, sin que el autobiografiado fuera su autor" (26).
En Soy Roca, Felix Luna relata lo sucedido en 1909 en una mesa electoral, cuando se presenta como austríaco un hombre al que su aspecto y su modo de hablar "lo delataban como un bachicha recién desembarcado". Roca le pregunta si es italiano; el inmigrante le responde que sí, y que no sabe lo que dice la libreta: "-Io non só niente…. ¡A mí me la datto don Gaetano ! ‘Don Gaetano’, Cayetano Ganghi era el árbitro de la elección, con sus roperos llenos de libretas falsificadas y sus huestes de inmigrantes analfabetos y de atorrantes dispuestos a votar cinco o seis veces en diferentes mesas" (27).
Escribe Jorge Dubatti, acerca de la biografía Días de teatro: Hedy Crilla, por Cora Roca (28):
"Cuando el estadounidense Lee Strasberg, creador del famoso Actor''s Studio de Nueva York, ofreció en nuestro medio clases públicas animadas, varios intérpretes y directores bien conocidos se sorprendieron mucho al comprobar con satisfacción, y así lo manifestaban, que eso ya lo habían aprendido, hacía años, con Hedy Crilla". Con esta anécdota el historiador Luis Ordaz resalta el carácter precursor y la vasta influencia de Hedwig Schlichter (Viena, 1898 -Buenos Aires, 1984), la actriz, directora y pedagoga austríaca que, escapando de las garras de Hitler, llegó a la Argentina en los inicios de la Segunda Guerra Mundial y, con el nombre artístico de Hedy Crilla, cambió radicalmente la historia del teatro nacional.
El testimonio de Ordaz es recogido por Cora Roca, junto con una profusa documentación, en Días de teatro: Hedy Crilla, cuya elaboración demandó ocho años de investigación. Dentro de los lineamientos tradicionales del género biográfico, el libro de Roca manifiesta —retomando palabras de Jaime Rest— "esa paciente indagación que permite reconstruir las circunstancias, el carácter y las opiniones de individuos cuya trayectoria, a su vez, nos provee de datos esenciales y nos permite llegar a conclusiones reveladoras".
Como en el caso de James Boswell, el autor de la Vida de Samuel Johnson, Roca vuelca en esta biografía las conversaciones y experiencias que vivió junto a Crilla a lo largo de muchos años de estudio y trabajo. La conoció en La Máscara, a fines de los años 50, y trabó con ella una fecunda relación, primero como alumna y actriz, más tarde como asistente de dirección, discípula continuadora de su legado y amiga. Días de teatro es el segundo libro de Roca dedicado a la actriz de Sólo 80. Antes publicó La palabra en acción (Instituto Nacional del Teatro, 1998), texto de un seminario de actuación dictado por Crilla en 1982, que Roca se encargó de grabar, transcribir y comentar cuidadosamente. El trato directo con la protagonista del libro resulta invalorable para la construcción del múltiple retrato de Crilla; como afirmaba Marcel Schwob, la biografía se parece más a la obra de un pintor retratista que a la del indagador científico.
Puntal de los procesos de modernización de nuestra escena, Crilla marcó un antes y un después en la concepción de las poéticas de actuación y dirección y en las formas de enseñanza. Sus planteos teatrales pronto se extendieron al ámbito del cine y la televisión. Antes de desembarcar en la Argentina en 1940, huyendo del nazismo, entre 1920 y 1939 había trabajado en escenarios de Austria, Alemania, Polonia, Inglaterra y Francia, experiencia que pronto supo transmitir y proyectar en los teatros de Buenos Aires. Gracias al esfuerzo documental realizado por Roca a través de una red de fuentes europeas y latinoamericanas, Días de teatro aporta rica información y testimonios sobre compañías, grupos e instituciones teatrales a los que Crilla estuvo vinculada. En la etapa argentina, entre 1940 y 1984, Roca rastrea la activa participación de Crilla como actriz, directora y docente no sólo en su propia Escuela de Actores, sino también en el Teatro Alemán Independiente, compañías francesas visitantes, la Sociedad Hebraica Argentina, los teatros independientes La Máscara e IFT, el Grupo de Repertorio, entre otros muchos.
Crilla formó diversas generaciones de actores, directores y pedagogos: entre sus discípulos se cuentan Agustín Alezzo, Augusto Fernandes, Carlos Gandolfo, Federico Luppi, Norma Aleandro, Pino Solanas, Helena Tritek y Zulema Katz, e incluso Jorge Luz, Maurice Jouvet y Eduardo Bergara Leumann, quienes trabajaron con ella. Así explica Lito Cruz la clave y el valor multiplicador de esas enseñanzas: "Crilla fue el eslabón entre Stanislavski y nuestro medio. Fue la primera persona que habló de conectar al actor con sus propias vivencias, y así salimos de la sobreactuación. Estimo que nosotros vamos tomando humildemente este legado que ella dejó a sus alumnos, lo transmitimos a nuestros alumnos y ellos, a su vez, lo darán a conocer a otras generaciones".
Crilla realizó una poderosa labor de exégesis e irradiación del método Stanislavski pero también creó una metodología propia y singular, que se desvía del modelo stanislavskiano e integra otros legados estéticos e ideológicos, especialmente de los directores Max Reinhardt, Berthold Viertel y Leopold Jessner, con quienes trabajó en Europa. Esa "mezcla" surge naturalmente del devenir histórico de Crilla: recién en 1942 tomó por primera vez contacto con un libro de Stanislavski, ya exiliada en Buenos Aires. "Caminando por la calle Florida —escribe Roca— descubrió en la librería de las tiendas Harrod''s un libro en inglés llamado An actor prepares de un tal Stanislavski. El sólo hojearlo la conmocionó y decidió comprarlo. Al comenzar su lectura, le pareció que no entendía nada y, sin embargo, vislumbraba en sus páginas algo esencial que la movió a estudiarlo. Posteriormente dirá: ''Así comenzó, acaso tardíamente, mi madurez artística''". Lo cierto es que, cuando se cruzó por primera vez con un texto de Stanislavski —no había trabajado con el director ruso, ni visto sus puestas—, Crilla ya atesoraba más de dos décadas de actividad teatral. Comprender a Stanislavski desde la visión estético-ideológica configurada por su experiencia anterior, era inevitable. Y, por supuesto, mucho más valioso y complejo que asumir una posición simplemente epigónica.
Una virtud de esta biografía es el sistema de conexiones que establece entre figura y fondo, entre Crilla y el cuadro de época, el contexto histórico, político, cultural. Roca establece un juego de pasajes entre el nivel de lo particular/privado y lo general/social, aunque siempre desde la concepción de que tanto lo individual como lo comunitario son categorías históricas. Supera el mero interés anecdótico: la vida de Crilla se convierte en un capítulo de la historia de las persecuciones al pueblo judío en la Europa de 1900 a 1950. Mujer lúcida, sensible y progresista, Crilla fue primero testigo estremecido del avance de los totalitarismos de derecha e izquierda, y luego los padeció en carne propia. Una crisis nerviosa, provocada por las noticias horrorosas de los crímenes antisemitas, motivó la pérdida de su único embarazo. En tanto Hitler "desataría el drama de su vida, tanto como el de millones de seres humanos" y significaría "la mayor desgracia de su existencia", Roca va siguiendo desde la mirada de Crilla el ascenso, apogeo y caída del nazismo en Europa. Días de teatro implica un aporte fundamental a la bibliografía del exilio europeo en la Argentina. Pero además, mérito central del libro, Roca convierte la biografía de su maestra en un modelo de vida de artista, una suerte de ética para creadores" (29).
Ilse Kaufmann y Helena Pardo son las autoras de La historia de Ilse: un viaje hacia la vida desde el infierno nazi, biografía de la inmigrante nacida en Viena en 1920 (30).
"Este libro biográfico de la escritora argentina Helena Pardo, es la historia novelada de una familia judía que logra emerger de la pesadilla y escapar a la patología exterminadora del nazismo durante la primera mitad del siglo XX.
Ilse Hahn nació en Viena en 1920, en una familia judía. Tuvo una infancia feliz, distendida y acomodada hasta que, en 1938, Adolf Hitler ascendió a la cancillería alemana y la situación se tornó inicialmente inquietante para la numerosa comunidad hebrea residente.
Poco después, el fundador del nacional socialismo alemán comenzaba a desarrollar una política agresiva de persecución estatal, que se extendió a los países vecinos. Nació entonces la experiencia totalitaria racista más terrible de la historia contemporánea.
Mientras Ilse está de viaje en Checoslovaquia, Alemania cierra sus fronteras y ella queda separada de sus padres. No obstante, ambos huyen del territorio ocupado y se reúnen con su hija.
Mientras tanto, la mayoría de los parientes cercanos de la familia fueron conducidos a campos de concentración, donde padecieron las más incalificables y aberrantes humillaciones. Naturalmente, muchos de ellos no regresaron jamás.
En Praga, esta mujer judía, que fue naturalmente un personaje real, conoció a Adalberto Kaufmann, con quien contrajo enlace en condiciones especiales.
Pese a que el miedo y la carestía los acosaban, con la ayuda del cónsul argentino Carlos Brunel, el matrimonio logró escapar rumbo a la Argentina. Allí iniciaron una nueva vida, lejos del infierno de intolerancia del autoritarismo racista.
A los ochenta años de edad, Ilse Kaufmann, con la colaboración de la escritora Helena Pardo, narra la terrible experiencia que le tocó vivir junto a su familia.
La suya es una historia de supervivencia y coraje, en medio de un contexto histórico de odio y destrucción. Millones de personas que no tuvieron la fortuna de escapar como la protagonista de este relato, fueron brutalmente asesinadas en los campos de concentración.
Con numerosas fotos de la época y elocuentes testimonios, esta obra nos acerca a una de las mayores tragedias colectivas de la historia de la humanidad. Aunque haya transcurrido más de medio siglo del denominado gran genocidio, el drama narrado por una de sus protagonistas sigue igualmente impactando por su lacerante crudeza.
Como otras obras, este libro convoca a reflexionar en torno al autoritarismo, la intolerancia, la xenofobia y la irracionalidad de la violencia" (31).
"Los negocios florecían, y los Kaufmann regresaron a Europa, varias veces, de vacaciones. De visita: ‘Fueron los años más felices de mi vida’, suspira la dama. ‘Pero estando afuera levantaba los ojos y extrañaba el cielo argentino. Jamás vi brillar las estrellas como acá’ ", dijo a Claudio Savoia (32).
Novelas
Jovita Epp es la autora de Herederos sin historia (33) -novela cuyo título original es Santa María der Guten Lüfte-, obra acerca de la que se afirmó: "Jovita Epp, destacada escritora austríaca autora de una novela de gran éxito en Europa, estrechamente vinculada en la Argentina, ha escrito esta muy interesante obra de ficción que se sitúa en Buenos Aires, en la década de los años treinta, y continúa hasta nuestros días. La vida familiar se remonta a la época de la colonia, con toda su sugestiva nostalgia e hidalguía. Son tres generaciones que viven en mundo distintos, que oscilan entre las viejas costumbres patriarcales, el escapismo de la vida hippie y el mesianismo de la llamada revolución social. Es una novela universal y muy argentina a la vez, que despierta el continuado interés de los lectores" (34).
En esta novela, escribe Epp: "Afuera se había hundido el rojo y las vidrieras ilumnadas se reflejaban en rectángulos sobre las veredas. ¡Qué maravilla todo lo que muestran!, pensó Lisa. Habría que hacer la comparación con la Rue St. Honoré; quzás allá la mercadería ofrecida sea de mejor calidad, aquí se conforman por lo general con un 'más o menos', con tal de que 'lo parezca'. Pero las palmas se las llevan las decoraciones de vidrieras de la avenida Santa Fe. Y Lisa, que en Viena se había llamado Liesl, diminutivo de Elisabeth, sonrió en el atardecer iluminado por las luces de neón, porque repentinamente se le ocurrió pensar si los jesuitas, de los que tanto gustaba hablar el marido de Valentina, hubiesen soñado con que el nombre de su 'reducción' sería una vez el nombre de una elegante avenida, con artículos de lujo y bagatelas en las vidrieras artísticamente decoradas. (…) Desde el monumento las calles descienden hacia la Avenida Alem, llevando consigo su carga de edificios: un perfil de la ciudad a la que ella había sido desplazada por la tempestad de la guerra, en la que había hecho carrera, una ciudad en damero, dividida en cuadrados, en bloques de igual ancho y profundidad, monótona…" .
Acerca de La madriguera, de Tununa Mercado, se afirmó: "El perfecto ajuste de la prosa es, quizás, la cualidad más visible de este texto de Tununa Mercado: las frases se deslizan, tersas, creando figuras fantasmales y evanescentes que, en la mejor tradición proustiana, crecen en un movimiento de vibrante evocación. Así se va tramando, armoniosamente, el relato de una infancia, y también el de una ciudad que por sí sola es como una caja de resonancias. Es una niña, es su mirada, es Córdoba, todo sin estridencias y con la delicada firmeza con que los pintores recuperan el fervor de hechos y paisajes. La madriguera, que no es un libro «de memorias» sino «de la memoria», se ofrece, en su rotunda belleza, como prueba de lo que la literatura argentina puede dar de sí: goce de la palabra, fuerza de la imagen, intensidad de una recreación tan profunda como verdadera" (35).
En esa obra, Mercado recuerda a Myriam Stefford: "la melancolía triunfaba cuando aparecía en medio del panorama el monumento erigido por un llamado Barón Biza a su amada, la aviadora Myriam Stefford. El altísimo obelisco, ala estilizada, parecía un mástil sin esperanzas de mar entre las nubes del costado sombrío del camino y la historia de esos personajes ocupaba en nuestro interés el lugar del paisaje: los restos de un avión que se había precipitado; una mujer pionera que había volado más allá, por sobre las montañas y los ríos, amada por un hombre que tenía título de barón, o que así se llamaba como otros se llaman Conde o Rey, un amor que la muerte había desintegrado. En una cripta de mármoles negros como la obsidiana, se leía en la tumba una inscripción que maldecía por anticipado a quien la violara" (36).
Marcos Aguinis es el autor de La Matriz del infierno, obra acerca de la que se afirmó: "Vertiginosa y estremecedora, la novela de Marcos Aguinis es también la biografía de una época. La acción ocurre en la Argentina y luego en Alemania. Sus protagonistas -Rolf, Edith, Alberto- conforman un triángulo que ciñe los conflictos políticos y sociales de la década del treinta (llamada con justicia "infame"). La mujer que atrae, por motivos bien distintos, a esos dos hombres, pronto sabrá que está en el umbral del fuego, en los albores de la destrucción y el Holocausto. Desfilan en el fondo los artífices de la tragedia: el general Féxil Uriburu, el periodista Ernesto Alemann, el Cardenal Eugenio Pacelli, Himmler, Goebbels y -más ominoso y nocturno- el propio Hitler. El autor toma como punto de partida hechos y personajes reales y logra vertebrar con ellos una narración plena de intriga que transcribe la tensión de los años de mayor incertidumbre y beligerancia ideológica del siglo. Todos los personajes de La matriz del infierno se acercan y se rechazan, obedientes a sus pasiones y , a la vez, a la fatalidad histórica. Contada magistralmente desde diversos puntos de vista, la novela de Aguinis revela matices y entretelones que la Historia como disciplina no puede contemplar. Gracias al talento y a la penetración del autor de La cruz invertida y Elogio de la culpa , los lectores somos conducidos al núcleo de una realidad compleja cuyas consecuencias aún hoy -hoy más que nunca- nos conciernen" (37).
En La matriz del infierno (38), Aguinis relata: "Rolf había tenido que viajar en tren a la austral Bariloche. (…) El almanaque que colgaba en la vasta cocina del conventillo donde bebió café antes de dirigirse a la estación terminal le recordó que ya era el 11 de febrero de 1930. Don Segismundo, mientras sorbía ruidosamente de su tazón, trató de infundirle ánimo y le aseguró que Bariloche era bellísimo, que encontraría allí los panoramas disfrutados en su infancia, en las vecindades de la Selva Negra. Muchos inmigrantes austríacos, suizos y alemanes la había elegido por su semejanza con la tierra natal".
Cuentos
Acerca de Autorretrato al infinito, de Zahira Juana Ketzelman, escribió Carolina de Grinbaum: "Zahira Ketzelman Doyon ha decidido, para nuestro regocijo, reunir sus cuentos, editados en distintos medios, unos; inéditos otros, como ya nos sorprendiera con la aparición de su reciente libro de Poemas; Música para una voz desnuda. Piezas de larga data alguna, más cercanas las demás, en su conjunto componen el cuerpo de este volumen: Autorretrato al infinito, Cuentos trabajados con la excelencia de su escritura y chispa creativa, juegos jocundos de la imaginación, dotados de eruditos conceptos, ingenio, dominio de la humorada y gran penetración de los sentimientos humanos. Ha frecuentado dispares temas argumentales y personajes. Cada cuento nos asombra, cada cuento nos emociona o nos regalala gracia de una sonrisa, tan necesaria en los tiempos que corren. Entremos con la autora en ese mundo generoso de la Literatura, que puede brindar realidad y maravilla" (39).
En el cuento "Hilda", Ketzelman relata que una muñeca despierta dolorosos recuerdos en una refugiada: "Cerró los ojos y se transmutó en aquella niñita de diez años, que en otro idioma clamaba por Hilda. Y la noche, y el miedo, y la voz de papá y mamá tratando de explicarle que no había tiempo, que era necesario huir. Y vivió nuevamente el largo viaje, y la tierra lejana y extraña. Los padres sacrificándose, y el empezar de nuevo, los nuevos rostros, las nuevas palabras. Y el tiempo, el estudio, y ser grande y estar sola" (40).
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Nacieron en Austria y en otras regiones que se consideraban parte del imperio austro húngaro. Muchos de ellos se destacaron en diversas áreas. Son los inmigrantes austríacos, a los que se recuerda en novelas y cuentos.
Notas
- Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarìn, 2002.
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- Alexander, Abel: "De la importación al rodaje" (fragmento), en Historia del cine argentino.
- Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina. Buenos Aires, Clarìn, 2002. Imagen: EL "ESTAR" DE AMERICA Cien obras de la pintora Gertrudis Chale Muestra antológica. Obras de colección Universidad de Tres de Febrero Del 25 de octubre de 2006 al 24 de marzo de 2007
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- Ketzelman, Zahira Juana: "Hilda", en Autorretrato al infinito. Buenos Aires, el gRillo, 2006.
Trabajo enviado por
María González Rouco
Licenciada en Letras UNBA / Periodista
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