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De civiles y militares


Partes: 1, 2

     

    Indice1. Introducción 2. Las fuerzas armadas 3. La relación entre civiles y militares 4. Epilogo 5. Esfuerzos y actividades 6. Bibliografía

    1. Introducción

    "Formar parte de la sociedad es un fastidio, pero estar excluido de ella es una tragedia." Oscar Wilde Hay dos ejes principales en la historia americana en los siguientes trescientos años al Descubrimiento: el de la cruz y el de la espada. Con esto queremos decir que tanto la actividad religiosa como la función militar resultaron fundamentales para que América, sajona o latina, sea hoy lo que es. En este aspecto tampoco la historia de la Argentina fue una excepción. Sostienen Floria y García Belsunce: "El papel de los militares en la sociedad argentina, o, si se quiere, las relaciones entre la sociedad civil y la sociedad militar no son comprensibles si no se examinan los antecedentes históricos del tema y los distintos momentos de esa relación." Siguiendo este razonamiento, conviene empezar ratificando que fue, entre otros, un problema externo el que puso la piedra fundamental al poder militar local. A la Reconquista y a la Defensa contra el invasor inglés entre 1806 y 1807 le sucedió la creación de las milicias locales. Poco más tarde varios militares integraron la Primera Junta de gobierno y fue justamente ella la que promovió luego la reorganización de los primitivos cuerpos militares. Fueron expediciones militares al Paraguay y al Alto Perú las que llevaron la llama emancipadora. Fueron nuestros militares los que protegieron de los realistas el norte y marinos los que frenaron a los godos en el Río de la Plata, permitiendo que otros militares reprodujeran la campaña de Aníbal dos mil años más tarde. También fueron militares los que prestaron su espada a los caudillos durante las guerras civiles, contra el imperio del Brasil luego y enfrentando a la coalición anglo-francesa al promediar el siglo XIX. La consolidación de un estado argentino unificado en 1862 estuvo acompañada por la formación de fuerzas armadas nacionales primero y paulatinamente profesionalizadas después. Terminadas las nuevas rebeliones interiores y la guerra contra el Paraguay, el siguiente mojón fue la conquista del desierto hacia 1870, que tuvo su esfuerzo marítimo en la expedición a Santa Cruz por parte del Comodoro Py en 1874. Hasta aquí la formación militar quedaba supeditada a lo que aconteciera en los campos de batalla. Pocos, San Martín el más prominente de ellos, habían recibido adiestramiento en escuelas o institutos militares. Se terminaron los tiempos heroicos y al mismo tiempo se fue produciendo paulatinamente la separación de la institución militar de las otras que formaban la sociedad. Hasta entonces cualquier ciudadano se vestía de uniforme para pelear donde hiciera falta y luego regresaba a la vida civil llana o a la política, como en la Grecia de Tucídides. La antigüedad tenía un valor incidental, enfrentada con lo verdaderamente significativo: la experiencia, las cicatrices y la sangre derramada en campos sin cuenta. Quedaba atrás la época de generales de poco más de treinta años, con sus galones ganados en campaña. Esta participación militar se debió a un devenir enhebrado en las diversas dicotomías que marcaron nuestra historia: monopolio y librecambio, interior y capital, centralismo y federalismo, liberalismo y tradicionalismo, civilización y barbarie, etc. Esta percepción ya es materia de estudio para María Esther de Miguel: "Nuestro país viene del caos de la colonización, que es un conglomerado de errores con algunos aciertos. Ya desde el momento en que se creyó que venían a descubrir América…cuando América ya existía. Y de las dicotomías históricas que aún existen. Federales contra unitarios, Boinas Coloradas contra Boinas Blancas, Peronistas contra Radicales. Y así seguimos…"

    Luego de la consolidación de la nación en el ´80, nuestro más largo período de vigencia constitucional finalizó abruptamente en setiembre de 1930. Cuando se analiza esta revolución, se destaca que ese fue el comienzo de la decadencia argentina y la primera interrupción de la legalidad constitucional. Lo que no se menciona es que "El golpe tuvo tres causas principales: las deficiencias del sistema democrático, el ascenso del militarismo y el estallido de la depresión económica mundial". Posteriormente las asonadas militares, alternadas con los gobiernos civiles se fueron acelerando en forma tan gradual como inexorable: del '30 al '43 transcurrieron trece años, del '43 al '55, doce, del '55 al '66, tan sólo once. Del '66 al '76 habría sólo diez. Dicen Floria y García Belsunce "Examinar la historia de una cultura de la violencia, de un ámbito perverso, que capturó a la sociedad argentina, dividida por elitismos militares, civiles y militantes de signos encontrados…" "…es tarea polémica y difícil para el historiador, pero también para el científico social de toda disciplina, y para la gente". No está a nuestro alcance esclarecer el origen de algunos vicios de nuestra historia, pero sí exponerlos. Uno es el acartonamiento, plagado de héroes de mármol y bronce que hablaban mediante sentencias y juicios poéticos. Otro es el del destino de grandeza que tiene preparada nuestra Argentina, por el simple hecho de merecerlo. Un tercero es el de cierta visión maniquea o interpretación bipolar, de buenos y malos, negros y blancos, sin matices. En ese orden, si Urquiza es un patriota, a Rosas no le queda más que ser un tirano. Pero si el patriota es Rosas, Urquiza es un traidor. Esa lógica binaria y esa falta de equilibrio conspiraron netamente contra la tolerancia, la empatía, el altruismo y la negociación. ¿Puede extrañar a alguien que aquellos que fueron educados así no sean más propensos a la violencia y al autoritarismo que otras sociedades? Dice Rosendo Fraga: "Nuestra vivencia política era distinta, era vida o muerte, conservadores y radicales, peronismo y antiperonismo." La historia argentina, también, es rica en ejemplos de simplificaciones. Se trata de encuadrar casi todo en dos dimensiones, a pesar de que la realidad siempre es más intrincada y profunda. Este recurso ayuda a no pensar y contribuye a la alineación automática, como en el fútbol o en el tenis. Las escalas de grises y los caracteres complejos obligan a una reflexión o análisis del que casi siempre se huye. Sería necio, y hasta cobarde, avanzar en este análisis eludiendo la década del setenta. ¿Cómo mencionarla de una manera aséptica y neutra? Una forma podría ser estableciendo que la Argentina no era una isla y que el mundo se hallaba dividido en ideologías antagónicas que pugnaban por prevalecer, y que si bien ellas evitaron una conflagración a escala planetaria, se habían multiplicado los conflictos regionales en los que las guerras de liberación ocupaban el centro de la escena. Afuera, y también adentro, existía una gran movilización y participación política, especialmente por parte de los jóvenes y de los intelectuales. Entre nosotros la conjunción de una etapa de gran efervescencia ideológica y la existencia de un gobierno de facto fue fatal, habida cuenta de una historia reciente plagada de desencuentros. Un comentario editorial de La Nación detalla respecto del terrorismo urbano en el Cono Sur: "Su expansión y grado de violencia llevó a poner en riesgo las estructuras del Estado y superó a las fuerzas convencionales. Las fuerzas armadas tomaron en sus manos la represión motu proprio o convocados por el poder civil". Sostiene José Luis Romero: "¿Qué distinguió a la guerrilla argentina de sus congéneres latinoamericanos? No fue su duración, ni tampoco su eficacia militar, sino su peculiar manera de insertarse en una sociedad intensamente movilizada, captar su tono profundo e imprimirle una orientación precisa y catastrófica. Porque es imposible entender a nuestras organizaciones guerrilleras ajenas al ámbito de esa primavera de los pueblos de fines de los sesenta, cuando la sociedad entera entró en estado de revolución: imaginó una utopía y se convenció de que bastaba la voluntad para realizarla." Pero en el caso argentino, el conflicto ético generado por el terrorismo y la represión produjo consecuencias sociales más profundas que en otras sociedades más acostumbradas a convivir cotidianamente con la violencia y menos identificadas con los valores del mundo desarrollado. La Argentina hizo frente a un fenómeno de violencia de tipo latinoamericano, siendo una sociedad con valores culturales europeos.

    Al promediar la década, la respuesta militar a lo que se percibió como un caos generalizado no se hizo esperar. "Hacia 1975 el golpismo no era tema exclusivo de la derecha o la izquierda. Era tema aceptado por la derecha, el centro y la izquierda, con argumentos objetivos y diversos, y anunciado por el periodismo . La sociedad civil estaba con las defensas bajas." Afirma Torcuato Di Tella: "Al iniciarse el nuevo régimen militar la mayor parte de la opinión conservadora, de los círculos empresarios y aún de la clase media del país dieron su apoyo, al menos pasivo. En general consideraban que el terrorismo de Estado era necesario para evitar una alternativa revolucionaria que hubiera tomado, de llegar al poder, medidas radicalmente expropiatorias." Hasta autores como Rouquié que sólo desean una América Latina "revolucionaria o épica" debieron admitir que en marzo de 1976 "…el vacío de poder, la descomposición del peronismo oficial y el caos económico conforman un marco de violencia política ante la cual el ejército no podía permanecer indiferente." Se ingresó decididamente en una de las etapas históricas que merecen un análisis agudo y descarnado para que, aceptadas por la sociedad sus propias limitaciones, se convierta en un verdadero punto de inflexión. Nuevamente Floria y García Belsunce afirman: "Los argentinos entraron en una situación circular y perversa en la que la violencia se justificaba si era de los amigos o aliados, y se escarnecía si era de los enemigos o de los adversarios. Actores privilegiados de más de una década, militares y guerrilleros fueron marginando a la Argentina institucional…" No es ocioso señalar que se juzga ahora, a la luz del cuerpo legal emanado de las Convenciones de Ginebra, sus Protocolos Adicionales y del Pacto de San José de Costa Rica , la ética y humanidad de esta guerra fratricida. Dicha legislación, que se consolidó entre 1977 y 1978, lo hizo en el marco de la lucha armada interna y generalizada en varios países iberoamericanos. En ella intervinieron sus fuerzas armadas en completa inconsciencia de su propia ignorancia, especialmente por parte de sus cuadros más jóvenes e inexpertos. Antonio Gramsci dice al respecto: "Creer que se puede contraponer a la actividad ilegal privada otra actividad similar, es decir, combatir el escuadrismo con el escuadrismo es una necedad…", aunque agrega más adelante: "La verdad es que no se puede escoger la forma de guerra que se quiere…" El comentario editorial ya citado describe también que "Los excesos ocurridos en la lucha antisubversiva suelen ser vistos como contravalores morales enraizados previamente en las fuerzas armadas, pero no en todos los casos fue así. A veces obedecieron a las dificultades que surgen cuando se combate a un enemigo numeroso pero no uniformado, con organización celular y clandestina, que se infiltra, secuestra y hasta asesina rápidamente. Por supuesto nadie puede justificar los crímenes perpetrados como parte de la acción represiva contra las organizaciones extremistas, pero no todos los sectores de la institución militar fueron responsables de esos extravíos". Cuando el peligro pasó la sociedad lo eliminó de la memoria colectiva: "Como el proyecto subversivo fracasó y se hundió en un baño de sangre , es muy común, aún entre quienes en el momento simpatizaron con él, considerar la posibilidad que no existió, que fue una locura embarcarse en él." Finalmente, la rueda de la Historia había dado una nueva vuelta y el gobierno militar abandonó el poder siete años más tarde casi por las mismas causas por las cuales lo había tomado: desgobierno, desprestigio y crisis económica. Devuelto el poder al pueblo en 1983 llegó para los militares el momento de rendir cuentas respecto de esta etapa, cuando la pasión por los acontecimientos vividos aún aceleraba los corazones. Así fue que entre juicios, alzamientos e indultos se llegó al fin del milenio. Bartolomé de Vedia comenta: "…en la Argentina las amnistías, formales o solapadas, sirvieron para muy poco. Tuvimos amnistías declaradas, como la de mayo de 1973, y amnistías encubiertas, como las de punto final y obediencia debida. Ni unas ni otras trajeron paz a los espíritus." A modo de resumen parcial, podemos afirmar que:

    • Los militares son fundacionales en la sociedad argentina precediéndola, inclusive, en el caso particular del Ejército.
    • Durante un largo período, no hubo gran diferenciación entre ser civil y ser militar. Era sólo una cuestión de oportunidad o de necesidad. Tampoco había dos esferas separadas una civil y otra militar; ya que nada se hacía sin los militares ni en su contra.
    • Fue una actividad prestigiosa en la que el único capital acumulado, luego de una vida de sacrificios y sinsabores, estaba fundado en la fama adquirida y la consideración social.
    • Con el desarrollo de la vida política el factor militar desempeñó diversos roles entre los que se destacan los de grupo de interés y grupo de presión; y finalmente, según Rouquié, como partido militar.
    • Su influencia sociocultural ha sido tal que puede sostenerse sin dudas la existencia de una tradición militar. Fueron socios, a veces difíciles, de los sectores sociales que estaban ora en el poder ora en la oposición.
    • Se tiene la percepción de que la sociedad argentina promueve aquellos elementos que la dividen más que aquellos que le sirven de unión, y es muy permeable a la polarización. Esa preferencia argentina por las dicotomías fue ganando en dramatismo con peronistas y antiperonistas, azules y colorados, para coronarse finalmente con civiles y militares.
    • Durante el medio siglo transcurrido entre 1930 y 1976 se sucedieron seis golpes militares debido a que la Argentina no tuvo un sistema institucional estable y las fuerzas políticas no siempre se mostraron capaces de combinar representación popular con capacidad de gobierno.
    • Hubo diferentes formas de intervención militar: presiones, planteos, rebeliones y golpes ante la apreciación de distintos incentivos: dictaduras, corrupción, ineficacia civil, caos, etc. Esto dio lugar, luego, a la atribución de diferentes tipos de legitimidades; en especial las de ejercicio y de fines; que de todas maneras no justifican las recurrentes violaciones a la Constitución.
    • Desde el punto de vista económico se acepta ya que sus intervenciones modificaron el sentido de las transferencias entre sectores, con la función de revertir las corrientes dando cierto equilibrio al sistema en el largo plazo.
    • En la práctica, ningún gobierno depuesto fue defendido por el pueblo con vehemencia y pasión, permitiendo que las asonadas se produjeran la mayoría de las veces más con demostraciones de fuerza que con derramamiento de sangre.
    • Estudiar el pensamiento ideológico y político de los grupos guerrilleros y terroristas resulta muy complejo debido al empleo de razonamientos fuertemente reduccionistas, frecuentemente simplificados de lecturas incompletas y finalmente por la tendencia a justificar con principios hechos que se realizaron por fines meramente prácticos. En parte por ello es que Floria y García Belsunce sostienen: "El pensamiento guerrillero no es de fácil explicación".
    • Esta síntesis de los principales acontecimientos entre 1970 y 2000 puede parecer mezquina desde el punto de vista temático pero nadie está en posición de negar que las denominadas "guerra contra la subversión" y "guerra sucia" son en gran medida las responsables de que la relación entre civiles y militares carezca de armonía. Profetiza Morales Solá: "La tragedia de los años setenta está destinada a surgir y resurgir con formas distintas y conflictos diferentes, durante la próxima década."

    2. Las fuerzas armadas

    Aunque parezca una verdad de perogrullo, las fuerzas armadas son una organización formada fundamentalmente por militares. Se caracterizan por un ordenamiento jerárquico estricto, una gran cohesión, un alto acatamiento a las normas y la sujeción a mecanismos coercitivos. Estos últimos pueden ser negativos (penas y sanciones) y positivos (ascensos, cargos prestigiosos). No hay otra organización con tal diversidad de conocimientos, complejidad funcional y capacidad de control individual. "Para que la profesión lleve a cabo su función cada uno de sus niveles debe poder ordenar la obediencia leal e inmediata de los niveles subordinados. La profesión militar es imposible sin estas relaciones. En consecuencia, la lealtad y la obediencia son las más altas virtudes militares." Justamente la obediencia ha sido uno de los atributos más controvertidos en la relación entre civiles y militares, pero no sólo en la Argentina. En su obra más difundida Samuel Huntington sostiene, en referencia a las fuerzas armadas norteamericanas: "¿Qué debe hacer el oficial militar si el estadista le ordena cometer genocidio, exterminar a la población de un territorio ocupado? Para el oficial esto conduce a una elección entre su propia conciencia por un lado, y el bien del Estado más la virtud profesional de la obediencia por el otro. Como soldado, debe obediencia, como hombre debe desobediencia. Excepto en los ejemplos más extremos, es de esperar que se adhiera a la ética profesional y obedezca. Sólo en raras ocasiones estará el militar justificado para seguir los dictados de su propia conciencia contra la doble exigencia del bien del Estado y la obediencia militar." Pero por otro lado los militares son, también, integrantes de la sociedad civil. Para el investigador social brasileño Mario César Flores: "De hecho: los militares son al mismo tiempo miembros de las fuerzas y de la sociedad, con deseos, valores, angustias, dificultades, preferencias y satisfacciones similares a los de todos los ciudadanos." Lo son pese a que ellos eligieron, libremente, sacrificar parte de sus derechos civiles para brindar un servicio de reglas particulares, y por ello se les concede un fuero especial. Su actividad se legitima mediante normas y valores, que consideran superiores y trascendentes, más explícitos que los en boga en el ámbito civil. Históricamente, nuestros militares nacieron con la patria misma. Al decir de Morris Janowitz las fuerzas armadas pueden ser residuos de tropas coloniales, ejércitos de liberación nacional o fuerzas formadas después de la independencia. Nuestro caso es, sin lugar a dudas, el citado en segundo término. Tal vez debido a ello que las palabras estirpe, abolengo, prosapia, alcurnia, suenan agradables a los oídos de aquellos militares que gustan solazarse en remotos linajes. Esto guardó coherencia con la realidad mientras se trataba de la época heroica de la formación de la argentinidad. Más tarde, con el decisivo aporte inmigratorio aluvial en el fin del siglo XIX y en la era de las fuerzas armadas modernas la pertenencia a alguna de las dos fuerzas significaba un importante mecanismo de ascenso social para las clases medias y medias bajas. Tal como lo demuestra José Luis de Imaz en Los que mandan, la extracción de los oficiales superiores en la primera mitad del siglo actual, no provenía mayoritariamente a las llamadas familias tradicionales. Los grupos más numerosos eran de la clase media dependiente, hijos de italianos o españoles o descendientes de militares. El devenir económico argentino, errático y en descenso por muchos años, no hace pensar que esto haya llevado a una procedencia mejor, en lo que respecta a estratos socioeconómicos solamente, ya que este juicio no pone en duda otras calidades o virtudes. En lo que hace al papel histórico-político de las fuerzas armadas sudamericanas, y por ende las argentinas, ha sido considerado de varias formas. La explicación cultural, que subraya la norma autoritaria de los sistemas políticos latinoamericanos, encuentra importante la tradición ibérica en las instituciones militares. Un enfoque más histórico estipula que la influencia militar se remontaría a las guerras civiles del siglo XIX, liberadoras de las fuerzas centrífugas del caudillismo. Más actuales, algunas vinculan el grado de predominio militar con el subdesarrollo, a veces; y otras con el papel de gendarme necesario en la sumisión a la égida norteamericana. Si bien establecer si la verdad es una o participa en parte de todas excede el alcance de este trabajo, no podían dejar de mencionarse las teorías sustentadas con mayor frecuencia. Desde el punto de vista de su organización interna nuestras Fuerzas Armadas adoptaron el modelo institucional, muy extendido en el resto de América del Sur, como consecuencia misma del transcurrir de la historia. Este modelo tiene una base espiritual-vocacional que prevalece por sobre lo material y necesita para que funcione adecuadamente, y en forma estable, un alto grado de valoración social. Si estas condiciones no se dan y predomina la indiferencia o directamente la hostilidad, se corre el riesgo de pasar a un modelo falsamente ocupacional en el que la variable de sujeción es la remuneración o los beneficios sociales. Según la visión de David Bradford: "La mayoría de las fuerzas armadas del Teatro Sur cuentan con oficiales y suboficiales inteligentes y dedicados a su profesión, que son técnicamente diestros, y que trabajan largas horas voluntariamente en condiciones difíciles; desean vehementemente el reconocimiento y sienten que están mal remunerados". Conviene destacar que el modelo ocupacional es el adoptado por los países democráticos con mayor nivel de desarrollo. Naturalmente, para los militares, la violencia es una herramienta más entre las varias con que cuentan para el cumplimiento de su misión. ¿Cómo poseer el monopolio legal del uso de la fuerza y, al mismo tiempo, no considerar su empleo como un camino válido? "Y se debe en gran parte al sistema de socialización de las armas, que toma al muchacho muy joven, le inculca una formación específica y le transmite la creencia de que el servicio de las armas, al identificar al individuo con el más elevado grado de patriotismo, lo convierte en depositario de los valores nacionales." Mientras mantenga vigencia el estado-nación, en los países más avanzados la función primordial de las fuerzas armadas será la defensa. Para aquellos en vías de desarrollo o directamente subdesarrollados es probable que, además de la defensa, sigan vigentes: la modernización de la sociedad, la integración social y el control interno. Opina José Luis de Imaz: "…en muchas sociedades subdesarrolladas, sólo las fuerzas armadas alcanzan a ser verdaderas instituciones modernas y con estructura racional. Lo cierto es que tanto en uno como en otros países, los roles militares exceden los límites fijados por las constituciones y reglamentos. La intervención de los militares, pues, en la conducción y en los negocios civiles es uno de los tantos fenómenos sociales contemporáneos." Uno de los aspectos menos divulgados, y frecuentemente encubierto bajo el manto de supuestos privilegios (régimen de retiros, pensiones militares, etc.), es el de la desigualdad jurídica de los militares con respecto a otros ciudadanos y sectores sociales. La Ley 19.101, específica para las Fuerzas Armadas, estipula en su art. 5º que el militar lo es no por vestir uniforme, como lo dicen peyorativamente algunos, sino por tener un ordenamiento legal especial, derivado de la particularidad de su objeto. A modo de síntesis se puede citar que el Código de Justicia Militar presenta como agravantes durante la comisión de delitos aspectos no considerados en la legislación civil: efectuarlos embriagado (art. 517º), durante actos del servicio, frente a público, siendo superior, faltando a la palabra, o por temor (519º). En su art. 528º establece la pena de muerte y en el art. 476º que debe ejecutarse al reo mediante fusilamiento. Tal vez no esté de más recordar que el Código Penal de la Nación no contempla la pena de muerte, incluida para unos pocos delitos durante el gobierno militar de 1976-1983 pero derogada por la ley Nº 21.338. En el ámbito de los derechos electorales, impide la actividad política partidaria y coarta el derecho de ser elegido, por el art. 700º. Pese a lo prescrito en el art. 14º de la Constitución Nacional (1853-1994) no se les permite sin expresa autorización superior: trabajar y ejercer toda industria lícita, peticionar ante las autoridades, transitar y salir del territorio argentino y publicar sus ideas por la prensa sin censura previa. Además de la privación de esos derechos elementales, consagrados para cualquier ciudadano, los militares también están excluidos de la posibilidad de agremiarse y de realizar reclamos mediante huelgas (art. 14º bis). La Ley 19.101 ya citada establece también en el art. 7º que el personal militar en actividad tiene cercenados sus derechos políticos activos (ser elegido). Más modernamente, ya que algunos de los artículos citados son centenarios, la mayor flexibilidad otorgada a los afiliados a las obras sociales y la implantación de las jubilaciones por capitalización deja también afuera al sector militar. Finalmente y aunque la comparación pueda resultar irritante, es un lugar común escuchar que el asesinato de un periodista es un atentado contra la libertad de prensa. Así también, que el de miembros de ciertas comunidades religiosas constituye un crimen contra la Humanidad. Luego, no se entiende por qué cuando muere un militar se dice simplemente que "cumplía con su deber". El sentido común indica que el deber es servir a la patria, y morir es una contingencia posible pero no necesariamente inherente, aunque se esté preparado para ella y se perciba una retribución por la actividad desempeñada. Afirma Huntington: "El militar tiende a verse como la víctima eterna de los mercaderes civiles de la guerra. Quienes comienzan las guerras son los pueblos, los políticos, la opinión pública y los gobiernos. El militar es quien tiene que ir a luchar. Las fuerzas militares, como tales, no originan las guerras." Resulta así de una claridad meridiana que civiles y militares son distintos. Observa Huntington en su país un fenómeno que no nos es ajeno: "En nuestra sociedad el hombre de negocios puede disponer de más poder, pero el profesional se hace acreedor a más respeto. Sin embargo los especialistas de profesiones técnicas o científicas y la opinión pública en general difícilmente consideren al oficial de la misma forma en que consideran al abogado o al médico y no le acuerdan al oficial la deferencia que le conceden a las profesiones civiles." El escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, ganador del premio Cervantes, resalta similitudes que no siempre tienen correlato con la realidad: "La carrera de las armas no hace diferentes al ciudadano-soldado y al ciudadano-civil, salvo en el campo de sus respectivas funciones y de la práctica de sus profesiones. La carrera de las armas tampoco crea barreras de clase, no se atribuye privilegios morales ni materiales, por lo que es erróneo hablar de clase militar". Atendiendo ahora a los esquemas mentales, sostiene Pablo Giussani: "La diferencia entre una comunidad militar y una comunidad política radica en que la primera vive en función de un solo fin estratégico, que por su singularidad no está sujeto a discusión, mientras que la segunda tiene delante un amplio abanico de fines posibles que por su pluralidad son en cambio discutibles, opinables, susceptibles de ser encarados como objetos de una elección." La explicación de este perfil puede encontrarse en que: "Los escritores civiles y militares parecen estar generalmente de acuerdo en que la mentalidad militar es disciplinada, rígida, lógica y científica; y que no es flexible, tolerante, intuitiva ni emocional. Se piensa también que se opone a la democracia y que desea organizar a la sociedad sobre la base de la cadena de mando." Desde la reinstalación del libre juego político en 1983 las Fuerzas Armadas se han visto acosadas por varias razones. Los hechos del pasado cercano se convirtieron en un lastre difícil de sobrellevar, en particular para los integrantes más jóvenes que no participaron en la lucha contra el terrorismo ni tuvieron funciones de gobierno. Se pensó que al debilitar el factor militar se fortalecía la democracia, sin apreciar que la nación en conjunto se hacía más frágil ante ojos foráneos. En forma simultánea, la crisis económica endémica redujo paulatina pero constantemente su presupuesto y salarios, limitando su capacidad funcional, degradando el material, decayendo el factor moral y disminuyendo el número de efectivos de sus cuadros. Partidas cada vez menores desequilibran la proporción deseable entre gastos administrativos y gastos operativos; y sumado a ello las privatizaciones masivas en el sector público producen la falsa percepción de que las Fuerzas Armadas son descomunales, comparadas con el Estado residual. En el vocabulario coloquial militar el vocablo "reestructuración" adquirió el significado de "achicamiento". Durante los tres períodos de gobierno civil anteriores, las Fuerzas Armadas han regresado plenamente a la actividad profesional y han mejorado y ajustado su manera de invertir el presupuesto asignado, acomodándose incluso a recortes imprevistos. Además han ido modificando paulatinamente los esquemas culturales tradicionales mediante la actualización de los programas de estudios en todos sus niveles de formación, la incorporación de nuevas pautas de selección, la apertura al medio civil, la concentración de escuelas, etc. Durante el gobierno anterior se hizo realidad su empleo como brazo armado de la política exterior, en especial con la participación generalizada en misiones de paz bajo el mandato de las Naciones Unidas, utilizándolas de manera provechosa para el país y para ellas mismas. De acuerdo con lo detallado, las conclusiones que pueden extraerse son las siguientes:

    • "Los militares siempre han ejercido influencia política más allá del espacio, nunca totalmente demarcado en ninguna época de ningún lugar del mundo, que les correspondería según la perspectiva del profesionalismo clásico; pero, por otro lado, la actuación militar siempre estuvo influida por la cultura y el temperamento nacionales, y por la inspiración recibida del pueblo, de las instituciones del Estado y de las diferentes organizaciones sociales."
    • Los civiles y los militares son y serán distintos, merced a la necesidad de cumplir estos últimos, requisitos particulares para el mejor desenvolvimiento de su actividad.
    • Las Fuerzas Armadas argentinas de hoy no se parecen en casi nada a lo que eran hace escasamente década y media, pero ello no ha bastado para evitar la condena social cuasi permanente.
    • Pese a lo mencionado en el punto anterior los aciertos y errores de la década anterior, según quien lo analice, impiden que la imagen de neto corte profesional acorde a su papel real tenga aceptación y reconocimiento.
    • Los acontecimientos públicos, en particular desde la fecha del decreto de los indultos hasta ahora, pusieron en tela de juicio ante la opinión pública, no sólo el funcionamiento de las Fuerzas Armadas sino directamente su supervivencia como uno de los pilares del Estado.
    • Los militares están acostumbrados a una vida de sacrificios, pero sólo si ella se encuentra enmarcada en un ámbito de igualdad; haciendo que el balance de derechos y responsabilidades y de premios y castigos, sea equitativo para toda la sociedad.
    • Durante muchos años, tal vez sin merecerlo, los militares transitaron por las páginas sociales de los diarios. El prolongado lapso que llevan en las de policiales produce, especialmente entre los cuadros más jóvenes, incertidumbre, desasosiego y preocupación.

    3. La relación entre civiles y militares

    La Argentina tuvo una historia de constante inestabilidad política durante las cuatro décadas que fueron desde el golpe del treinta hasta comienzos de la década del setenta. Si bien el fenómeno se debe a diversas causas coincide, en lo que respecta a las relaciones entre civiles y militares, con la mutación del poder militar de grupo de influencia a partido militar. Pero, esa discontinuidad fue por irrupciones transitorias y no un procedimiento de acción política, como lo fue hacia fines de la década citada. Los hechos que tuvieron lugar en la Argentina a finales de los ‘70, tanto la guerrilla y el terrorismo como la respuesta militar, no fueron manifestaciones aisladas, sino que se inscribieron en un ámbito global, que en mayor o en menor medida afectó a países de Latinoamérica y Europa. Estos antecedentes son los que llevan a concluir que "Las relaciones cívico – militares han sido erosionadas en el pasado en tal magnitud, que hoy día las democracias sudamericanas carecen de experiencia en problemas de defensa, considerando a los militares solamente en su posible capacidad para interrumpir el juego democrático y no en su capacidad profesional; y han aislado a las fuerzas armadas de sus procesos de toma de decisiones." Durante esos cuarenta años se produjo un divorcio paulatino y gradual de los militares con la sociedad. Sus caminos se volvieron divergentes. Dice Víctor Massuh: "Su profesionalismo las encerró en sí mismas, las alejó de la civilidad. Cuando intervienen en la vida civil no es para confundirse con la población sino para superponerse a ella, como planos que no se tocan: uno encima del otro. Intervienen en la vida política para abortar procesos que estaban en curso eventual de descomposición: justo cuando el organismo social había creado sus anticuerpos." Las causas de su intromisión en cada oportunidad fueron tal vez diferentes. Pero lo que se constituyó en una constante fue la idea, propia o inducida, de su papel providencial en la vida nacional. Complementa luego: "En un sistema republicano que no tiene previsto un mecanismo de preservación de sí mismo en la eventualidad del caos y la disolución interna, las Fuerzas Armadas constituyen la ultima ratio, el supremo recurso de la salvación. En este rasgo de su grandeza reside, también, la amenaza de su extravío." Es evidente que aquella responsabilidad desbordó largamente la esfera castrense e implicó a un amplio espectro de la sociedad argentina, incluida una buena parte de quienes ahora condenan retroactivamente una violencia que, de un modo u otro, ellos también permitieron. Esa multitud de seres anónimos que respiró, aliviada y feliz, cuando se instaló la junta militar, no fue ajena al horror que en estos días despierta asombro e indignación entre los jóvenes, y recuerdos que se pretenden olvidar entre sus padres. Ahora ese pasado es objeto de examen público gracias a que hay en el país un régimen de libertad y legalidad, y Fuerzas Armadas dispuestas a reintegrarse a la sociedad. Comenta Vargas Llosa: "Esta guerra (N. del A.: los enfrentamientos de la década del ´70), recordemos, fue desatada no contra una dictadura militar, sino contra un régimen civil, nacido de elecciones, y que, con todos los defectos que tenía – eran innumerables ya lo sé -, preservaba un cierto pluralismo y permitía un amplio margen de acción a sus opositores de derecha y de izquierda, lo que significa que hubiera podido ser reemplazado pacíficamente, mediante un proceso electoral. Su estrategia tuvo éxito y los militares, aclamados por una buena parte de los civiles a quienes el terrorismo tenía aturdidos y aterrados, salieron de los cuarteles a librar la guerra a la que eran convocados." Esa lucha tuvo dos planos que debieron tratarse en forma separada. El militar, y el político, para el que las armas no resultaban adecuadas. Sarmiento ya había dicho que "las ideas no se matan". Además de que ya había alguna literatura nacional sobre el asunto. Fue una victoria pírrica en la que no hubo racionalidad entre los fines perseguidos y los medios empleados. "El resultado militar de la contienda, que tuvo un principio y un fin en el tiempo, correspondió a las Fuerzas Armadas. Inversamente, el resultado político favoreció a sus adversarios. Fenómeno éste, que los vencedores terminaran haciendo el papel de vencidos y los perdedores ganasen la batalla política después de muertos, nunca antes visto, cuando menos en el mundo moderno." A medida que pase el tiempo y las pasiones se moderen, se podrá analizar con mayor equilibrio el grado de influencia de las acciones u omisiones de las Fuerzas Armadas en la afirmación de los valores que hoy imperan en la sociedad: derechos humanos, democracia, mercado, etc. Con las secuelas del marco descrito se desenvuelven hoy las relaciones entre civiles y militares. Resulta conveniente analizar también esta relación en el nivel individual y personal debido a que la educación del civil y la del militar son muy distintas. Dice Augusto Roa Bastos: "La formación del ciudadano civil tiende al cultivo de su individualidad, en lo que concierne a su identidad personal, basada en el derecho a la diferencia, en el disfrute de la libertad y de sus prerrogativas humanas y sociales". En cambio, cuando habla de los militares establece que: "La formación cultural del soldado profesional es disciplinada, verticalista, uniformizada en el escalafón de las jerarquías…" y "El concepto de la libertad se transforma aquí en la norma de la obediencia debida al cumplimiento de los objetivos inherentes a la institución militar: rol orgánico como institución y neutralidad política." Hace unos noventa años Mahan ya se había preocupado por las características de la mentalidad militar: "El primero (el Estado Militar) encarna las virtudes militares del poder ordenado institucionalmente: disciplina, jerarquía, sometimiento y disponibilidad. El principio de la obediencia es simplemente la expresión de la virtud militar sobre la que descansan todas las demás." Samuel Huntington, a su vez, reconoce en las primeras páginas de "El soldado y el Estado" tres virtudes o características a los militares: experiencia, responsabilidad y espíritu de cuerpo. Por ello, cuando militar durante sus gestiones de gobierno quiso instruir al civil lo hizo con los parámetros extraídos de su propia formación: disciplina, jerarquía, valores nacionales y organización; obteniendo un rotundo fracaso. Al mismo tiempo, en los períodos de supremacía de la legalidad gubernativa, el civil quiso educar al militar en: disenso, horizontalidad, valores democráticos y tolerancia; situación que tiene hoy un final abierto.

    Son mundos distintos. El militar sobrevalora la eficacia y disfruta en el cumplimiento de los planes. Generalmente ve en blanco y negro. El civil, en cambio, posee un esquema de pensamiento no lineal, su organización no siempre es vertical y ve en una amplia gama de grises. Uno de los errores más comunes en la relación entre civiles y militares, por lo tanto, ha sido la práctica de cada uno de los grupos de proyectar sus propios valores al otro con una falta tal de proporción que al no encontrarlos convierte a lo que encuentra en un estereotipo que poco tiene que ver con la realidad. Así, como el militar no encuentra a un par en el civil, lo que ve es a un "civilaco". La inversa se da cuando el civil no encuentra a otro en el militar, lo que ve es un "milico". Es esta otra exteriorización de la desmesura criolla. Este fenómeno, que se amplifica debido a la ausencia de un idioma común, tiene también fundamento en que la profesión militar es más que un empleo, es una forma de vida. Por ello no son simplemente "uniformados", un militar lo es hasta su baja o hasta su muerte, momentos en que se agota su régimen jurídico. La falta de comprensión entre dos ciudadanos, uno de ellos militar en este caso, tiene raíz psicológica. Explica Jean Maisonneuve: "El automorfismo. Es una forma de ceguera hacia el otro que no proviene de una carencia afectiva, sino de una incapacidad para aprehenderlo en lo que tiene de diferente; encerrado en su subjetividad, el yo proyecta en el prójimo sus sentimientos y deseos. Es una regresión aberrante al estado inicial de confusión psíquica, una especie de identificación centrífuga." Unir ambos mundos resulta de una dificultad enorme, especialmente para aquellos funcionarios civiles y militares que combinan tareas políticas y de la más alta conducción militar. El riesgo concreto se circunscribe a ser mal interpretado por alguno de los ámbitos o, peor aún, por ambos. Refiriéndose a un ex Jefe de Estado Mayor del Ejército dice Rosendo Fraga: "Es – resalta – la imagen del militar que los civiles quieren ver…" Pero esto se presta a interpretarlo como lo expresa el abogado José María Salas en un diario: "Como reflexión sólo puedo decirle, señor general, que si el mundo de la política ejerce sobre usted una atracción mayor que su vocación militar, sea honesto, declárelo abiertamente y deje su lugar a otros, que sin sus condicionamientos políticos, logren quizá sacar a las Fuerzas Armadas de esta lamentable situación en la que se encuentran." Un punto insoslayable para analizar en las relaciones entre civiles y militares es el de las investigaciones por la desaparición de personas. La cuestión más importante radica en que la elección del objeto de la investigación determinó todo el proceso posterior. Si se investigan las muertes por botulismo, los sujetos de la investigación serán las empresas alimentarias. Si se trata de las muertes en accidentes de tránsito, lo serán los conductores de vehículos. En ambos casos quedarán exentos, entre otros muchos, los zapateros, los canillitas y, por qué no, los militares. Siguiendo este razonamiento, si se investiga la desaparición forzada de personas, delito sólo visto durante el último gobierno de facto, obligadamente el único grupo a investigar estará integrado por los miembros de las fuerzas armadas y fuerzas de seguridad. El sentimiento de iniquidad que anida entre los militares es resultante de la falta de intención por parte de los tres poderes del Estado democrático, de organizaciones no gubernamentales y de la sociedad en general, para investigar la violencia en la Argentina en todo el período comprendido entre 1970 y 1983. Dice La Nación "…seguramente no toma en cuenta la debilidad que exhibía nuestro sistema democrático frente al fenómeno del terrorismo, cuando – por ejemplo – se sancionó en 1973 la ley de amnistía o cuando se desmanteló el fuero judicial especial para el terrorismo. Hay pliegues y culpas distribuidas en la historia argentina de las que muchos sectores de la sociedad deben hacer examen de conciencia". Con posterioridad a la promulgación y derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, que tuvieron el efecto, mientras estuvieron en vigor, de frenar los juicios contra las jerarquías militares intermedias; se modificó el objeto de la investigación, la desaparición de personas, por el de supresión de identidad que hoy resulta más viable en la Argentina. En la práctica, con este nuevo giro jurídico, es como si las leyes citadas hubieran sido declaradas nulas, ya que se está revisando nuevamente, y siempre sobre el mismo sector de la sociedad, todo lo ya juzgado. En esta nueva era, la era del perdón, se aprecia que algunas organizaciones o corporaciones o como se las quiera definir han pedido perdón por sus conductas de antaño, por presión de otras. Comenta Norberto Consani: "Vemos así nuevamente la vieja y desgraciada película protagonizada por los mismos personajes para los que, si la víctima es amiga, se están violando los derechos humanos y si en cambio se trata de un enemigo, todo está bien, se está haciendo justicia y no hay violación alguna." Algunos se arrepienten pero la cosecha es magra. Otros no se arrepienten y a pesar de ello no generan rechazo. Es decir que se sigue dando vueltas sobre lo mismo. Una vez más corresponde verificar si lo que acontece es una inquietud real de toda la sociedad, o es únicamente la de pequeños grupos con gran capacidad de movilización. Escribe la lectora de un matutino: "…no hay muertos de primera y de segunda, porque la historia contada unilateralmente es mentirosa y produce la fragmentación de la sociedad, porque los muertos no pueden ser utilizados política o ideológicamente sin caer en la indignidad… "Desempolvar una historia unilateral es poner en peligro la paz." Una visión monocular de los hechos es uno de los principales problemas que se presentan en la relación entre civiles y militares. No parece haber voluntad, por causas que no se pueden determinar con precisión, para clausurar esta etapa de la historia y comenzar a caminar hacia delante en búsqueda de un futuro compartido. Todo parece ser responsabilidad del último gobierno militar y que, en esos siete años según la percepción actual, el país quedó arrasado. Un análisis sincrónico comparativo de los últimos gobiernos de facto al otro lado de Los Andes y en la otra orilla del Plata, demostraría que no hubo relación directa entre su duración y las soluciones políticas utilizadas a posteriori. Una causa podría encontrarse en lo que explica David Bradford sobre el papel de las fuerzas armadas norteamericanas en cumplimiento de funciones no específicas: "…y es que aumenta el prestigio de las fuerzas armadas, algo que no quieren muchos civiles. He aquí la dicotomía de las relaciones cívico – militares. Ciertas acciones que los militares pueden realizar para ayudar a su nación, incluso pueden mermar el prestigio de las agencias civiles gubernamentales a menos que los militares formen parte del esfuerzo de ese gobierno". Dado que los militares tienen en casi todos los países dos tipos de relaciones con los civiles: una con el gobierno de turno, y otra con la opinión pública, la forma en que un área considera a los militares tiende a reflejarse en la otra. Es decir, la manera en que el gobierno considera a sus militares influirá en la opinión pública; y la forma en que los ciudadanos ven a sus militares populares, impopulares, necesarios, aislados, tendrá también su influencia sobre los que toman decisiones en un país democrático. Si se fija la imagen del "enemigo del pueblo" encarnada en sus militares, difícilmente los gobernantes promuevan políticas de integración, renovación del material obsoleto y, mucho menos, aumento del presupuesto. "Esta última consideración ha originado en la opinión pública una pobre imagen de los militares; se tiene la tendencia a considerarlos más bien como "enemigos políticos" antes que "sirvientes de la nación". Esta última opinión es retransmitida al gobierno por medio del Congreso y de los representantes de la Nación, los cuales tienden a reflejar los sentimientos comunes del pueblo. Una paradoja moderna de la política sudamericana es que, precisamente en momentos en que se hacen necesarias más medidas de seguridad frente a los problemas del narcotráfico y la subversión, las democracias nacientes sienten un temor paralizante en otorgar mayor poder o un liderazgo a los militares de sus propios países." No es la idea del presente trabajo realizar una apología de lo actuado por las Fuerzas Armadas, ni mucho menos, exculpar lo injustificable, pero sí la de dar cierta luz sobre aspectos tergiversados que provocaron la formación de una memoria unilateral que poco favor le hace a la Historia y deforma, por lo altamente subjetiva, el pensamiento de nuestros jóvenes. Sostiene el historiador José Carlos Chiaramonte respecto de las diferentes visiones sobre los años recientes: "Si estuviéramos hablando de historiadores sería una manifestación de parcialidad descalificante de la investigación. La reconstrucción de esos años tiene que tener en cuenta todo, el terrorismo de Estado y el de las organizaciones contestatarias." Al exclusivo objeto de las investigaciones del período democrático, y al arbitrario lapso elegido para particularizarlo, cabe agregar la frecuente utilización de dos argumentos: "único lugar en el mundo" y "crueldad nunca vista". Se suele sostener que debió seguirse aquí el ejemplo de Italia luego del brutal asesinato de Aldo Moro a manos de las Brigadas Rojas. Es probable que hubiera sido mejor, pero se omite detallar cómo combatieron y aún hoy reprimen la insurgencia y el terrorismo ciertos países europeos y de oriente medio. Así también, cuando de comparaciones se trata, se pretende hacer aparecer al drama argentino en peor situación que la vivida por la Unión Soviética en tiempos de Stalin, la Camboya de Pol Pot y últimamente a la altura del holocausto judío. Se reitera que no se defiende lo actuado sino que se pretende un mínimo de objetividad histórica. En esta situación las Fuerzas Armadas en general y la Armada en particular han realizado denodados esfuerzos durante los últimos años para revertir una imagen demasiado ligada a la lucha contra la subversión, dos décadas antes. Centraron su labor en lo profesional con una innumerable suma de tareas emprendidas con éxito. No ha servido. Ante el menor asomo del pasado se derrumba todo lo efectuado. Después de la promulgación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y del decreto de los indultos, después también de la autocrítica de los jefes de estados mayores, los militares estaban convencidos de que habían ingresado a un escenario sin estridencias ni objeciones; pero las Fuerzas Armadas siguen hoy en las primeras planas de los diarios y ocupan horas de radio y televisión igual que hace quince años.

    Las soluciones posibles encuentran hoy algunos obstáculos que es necesario sortear. Uno es de las creencias colectivas que se forman por la existencia de necesidades comunes y sobre la base de la uniformidad de la información compartida; las que con el paso del tiempo devienen en prejuicios que, por su arraigo son de muy difícil modificación. El caso argentino presentaba, por un lado, la condición de mantener inerme al poder militar hasta que el contrato social entre los ciudadanos tuviera a la Constitución como documento fundacional. Por el otro, una prédica antimilitar, persistente y jamás desmentida que probablemente haya producido efectos morales negativos para las Fuerzas Armadas. Estos hechos generaron una memoria social que ha tomado de la realidad selectivamente algunos recuerdos. Jorge Gottling considera: "Ninguna civilización hubiera sido posible si no hubieran funcionado el perdón y el olvido, si no se hubiesen condonado los estragos del pasado." Así debe ser ya que tanto la sociedad norteamericana del siglo XIX como la española del actual han podido sobrellevar las consecuencias de cruentas guerras civiles que dejaron miles y cientos de miles de muertos. Otra de las causas que conspira contra la mentada reinserción de las Fuerzas Armadas en la sociedad es la falta de percepción de una amenaza externa por parte de ella. Actuaría como incentivo, cumpliría los objetivos de garantizar su existencia, implícitamente cuestionada, y serviría para aumentar la cohesión social. Si el riesgo no está presente o no es palpable para el común de la gente, el gasto en defensa se hace difícil de fundar, más aún si otros sectores se encuentran en dificultades. La sociedad en general no quiere oír hablar de hipótesis de conflicto pese a que en países hermanos en vías de integración aún tienen plena vigencia, de la misma manera según los hechos, que para la potencia que ocupa las islas Malvinas. A ello se suma que comunidad no se siente identificada con los efectivos militares que se desempeñan en el exterior defendiendo intereses que consideran ajenos. Con esos límites, ¿para qué sirven las Fuerzas Armadas? Este es aquí un debate pendiente. Debate por el que transitaron otros países, entre ellos Canadá y Estados Unidos. Dice Samuel Huntington: "Previamente la cuestión principal era: ¿cuál es el esquema de relaciones civil – militar es más compatible con los valores democráticos liberales norteamericanos? Ahora (N. del A.: fines del '50) eso ha sido reemplazado por un problema más importante: ¿qué modo de relación cívico – militar conservará mejor la seguridad de la nación norteamericana ?" Para ser creíbles como elemento disuasivo, es necesario que las Fuerzas Armadas estén modernamente equipadas, que sus cuadros se encuentren adecuadamente preparados y, fundamentalmente, cuenten con el respaldo y el apoyo de sus connacionales. Es en el área educación en la que se debe seguir trabajando, reconociéndose que se ha hecho ya mucho, y en la que se debe persistir a fin de romper la artificial contraposición civil – militar, polaridad que dificulta encontrar un camino de reconciliación. Además, y aquí la voluntad política vuelve a ser fundamental, cabría investigar qué programas y qué bibliografía hoy en uso tienen contenidos que se oponen al apaciguamiento de los espíritus y propenden a mantener un estado de latente beligerancia. Es decir, algo similar a lo que realiza hoy la Comisión Romero – Garretón respecto a los temas de la educación en Argentina y Chile, que dificultan su integración. Especialmente debe despolitizarse la educación la de los adolescentes. Ya tendrán tiempo de hacer política partidaria en etapas posteriores y, si está en la naturaleza humana adquirir prejuicios, que eso se produzca los más tarde posible. No seamos los adultos los transmisores de prejuicios. Resulta conveniente resaltar que: "Por un lado tenemos la historia pura y por el otro la utilización política de esa historia. Hay casi una necesidad de la política de nutrirse en una interpretación de la historia. El problema es que muchas veces esa interpretación se acomoda a los intereses políticos. Eso va en detrimento de la historia pura y muchas veces la deforma." Cuando una generación completa se haya formado en la idea de una represión salvaje e indiscriminada contra jóvenes idealistas e indefensos, el divorcio de la sociedad con las Fuerzas Armadas será total; ya que: "Las creencias son muy difíciles de erradicar o alterar. A menudo las personas prefieren mantener una creencia y no aceptar la evidencia de sus sentidos. El conflicto surge cuando un sistema de creencias cree que los valores que de él se desprenden deben ser aplicados en todas partes y adopta como misión hacer que esto suceda". Los arrepentimientos públicos de obispos y jefes militares son positivos, sin duda, pero ellos no garantizan un cambio general y profundo a menos que esas exhibiciones sean acompañadas por una forma de conciencia colectiva que indique que aquellos horrores que hoy día salen a la luz pública fueron un efecto, la inevitable consecuencia de una tragedia mayor: la desaparición del régimen civil y representativo, basado en la ley, en las reglas de juego civilizado de las elecciones y el equilibrio de poderes, y su sustitución por un régimen autoritario sustentado en la fuerza y que ello fue una responsabilidad de toda la sociedad. "La reconciliación de los argentinos sólo será posible si se acepta que existieron responsabilidades compartidas por los desgraciados sucesos que sumergieron al país en una despiadada lucha fratricida". Ya se ha dicho que falta una autocrítica generalizada. Solamente a partir del reconocimiento de los errores cometidos, por acción u omisión, se podrá avanzar como una sociedad integrada. Es en ese sentido en el que adquieren su real dimensión las palabras de un arzobispo: "Y aunque duela, la Junta Militar no obró sola, sino que contó con la complicidad de amplios sectores de la sociedad argentina. En ese clima, la sociedad argentina no tuvo agallas para oponerse a la represión". Los medios de comunicación deben entender que, aparte de ser el nexo entre la realidad y el público, pueden aumentar o disminuir la intensidad de sus efectos de modo tal que la preferencia del público se produzca por la calidad de su información y no por su sensacionalismo. Dice el historiador Eric Hobsbawm, citado por Osvaldo Tcherkaski: "…en los bordes del cientificismo: llama a no desatender la compleja relación entre la investigación histórica y la opinión pública, entre el juicio histórico y el político, entre la pasión y la neutralidad científica, si es que existe". Desgraciadamente, y no sólo con las Fuerzas Armadas, se ha fomentado la condena por certeza social, independientemente de lo que se tramite en las instancias judiciales correspondientes. En síntesis, se hace necesario desarmar, pieza por pieza, el tramado que no permite hoy un funcionamiento armónico. Es lo que Edward De Bono denomina con el neologismo "de-conflicción". Conflicción sería establecer, estimular y promover el conflicto. Y por ende la de-conflicción sería la disipación o eliminación de los fundamentos de los conflictos. "Si pensáramos en un sentido mas restringido de la noción de conflicto podríamos decir que conflicto es un choque de creencias o valores o intereses o direcciones. En este caso la conflicción estaría ligada a todo aquello que precede a ese choque pero no en una espontaneidad del mismo sino a un proceso deliberado en el que se construye el conflicto. La de-conflicción sería la tarea de desarticulación de los elementos precedentes (fundamentos incluidos) que generan el choque para derivarlos, ya no a una negociación o acuerdo o resolución, sino a un proyecto que trasciende hacia una alternativa o perspectiva nueva y diferente. Son precisamente los proyectos comunes la mejor manera de resolver los conflictos." Las conclusiones parciales que pueden extraerse son:

    • La sociedad no termina de asumir su responsabilidad en el pasado, probablemente porque no hubo una guerra civil generalizada sino una prolongada puja entre sectores matizada con chispazos de violencia.
    • Los esquemas mentales del civil y del militar son diferentes debido a su formación y ámbito de trabajo. Pese a ello deberían ser perfectamente complementarios tanto cuando trabajan en sus respectivas áreas como cuando por imperio de las circunstancias confluyen en tiempo y espacio para bien de la sociedad.
    • No se ha hecho todo lo posible para unir a la sociedad. La ancestral tendencia argentina al divisionismo encontró su apogeo en lo acontecido en las tres décadas precedentes. Son los representantes del pueblo los que deberán crear las condiciones para que el conflicto se reduzca, apelando al mal menor y en búsqueda del interés general.
    • Se reconoce en la década del '70 a la principal fuente de desacuerdos entre civiles y militares. Solamente un análisis desapasionado de lo sucedido, una autocrítica generalizada, una difusión veraz de los hechos y una férrea voluntad para clausurar una etapa nefasta, permitirá salir de la parálisis. Dice Félix Luna refiriéndose a los conflictos y armonías en la historia argentina que: "Y luego viene la otra serie (N. del A.: luego de acatar la voluntad del pueblo): la de los pactos, los acuerdos, las conciliaciones, las alianzas. Eso, que se instrumenta de diversas maneras, consiste básicamente en declinar un poco las posiciones propias, los compromisos propios, para arreglar situaciones que de otra forma podrían hacerse incontrolables."
    • La educación y las acciones y omisiones de los medios masivos de comunicación tienen gran importancia para desarmar el conflicto. "Quienes miran el pasado con un criterio unilateral o con espíritu sectario conspiran contra toda posibilidad de reconciliación e impiden que el país pueda cerrar las heridas abiertas por el odio fratricida y la violencia".
    • La sociedad llana y sus dirigentes deben decidir si quieren tener o no fuerzas armadas, como sí las tienen el 98 % de los países del mundo; y luego de ello, asignarle un papel y un presupuesto acorde a la misión que les fije.

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