Una censura ciega, ubicua, impredecible, cambiante y, por lo tanto, inevitable. Hoy, se cumplen 37 años de la creación del llamado Ente de Calificación Cinematográfica, que fue dirigido por Néstor Paulino Tato, máximo censor de la historia argentina, entre agosto de 1974 y fines de 1980. Esa entidad censora tuvo en Tato –que ejerció su titularidad entre agosto de 1974 y fines de 1980, los años más terribles de la censura en la Argentina, a un personaje que siempre trataba de imponer sus ideas con una prepotencia premeditada jugando con la sorpresa y el pánico de su interlocutor y que en su gestión prohibió más de 700 películas[1]El cine argentino también participó con su "mensaje", de esa urgencia de la muerte, el disimulo de la muerte… la rutina de la muerte. La última dictadura necesitaba imperiosamente que mejorara su imagen y promoviera la confianza en el orden represivo. Se puso en marcha un vasto plan para manipular la producción, mediante la selección condicionada de créditos y una férrea censura.
"La prohibición de 200 películas extranjeras representa para el país un ahorro de un millón quinientos mil dólares. Aquí se ha convertido al cine en una mercadería de intoxicación, se está apelando al recurso fácil y en eso incurren los que venden cine. Hacen negocio con la pornografía. Son unos miserables. Yo no permito agravios a la familia, a la iglesia y a las buenas costumbres", ponderaba. Néstor Paulino Tato.
Durante la dictadura, hubo films más o menos complejos o críticos o simplemente desesperanzados que lograban estrenarse. Es que más allá del siniestro plan del gobierno por combatir todas las ideas, quedaron muchas cosas que se les escaparon, ya que como resulta obvio, la sensibilidad artística les había sido negada por completo.
El 3 de abril de 1976, el Capitán de Fragata Jorge Bitleston, interventor del Instituto Nacional de Cinematografía, dijo claramente en un discurso que iba a "ayudar económicamente a todas las películas que exalten valores espirituales, cristianos, morales e históricos o actuales de la nacionalidad o que afirmen los conceptos de familia, del orden, de respeto, de trabajo, de esfuerzo fecundo y responsabilidad social, buscando crear una actitud popular, optimista en el futuro…". El mejor transmisor de estas palabras fue Ramón Palito Ortega, famoso cantante y estrella cinematográfica, quien durante la dictadura militar realizó toda su filmografía como director, empezando con DOS LOCOS DEL AIRE, estrenada el 22 de julio de 1976. Esta película funcionó como un elogio de las instituciones en el poder, a partir de la Fuerza Aérea y también, como una defensa de la fe católica – algo muy recurrente en la filmografía de Ortega – y los símbolos patrios.
Capitán Bitleston, declaró: "sólo serán autorizadas las películas que muestren al hombre tal como es su lucha eterna y cotidiana contra el materialismo, el egoísmo, la cobardía, la venalidad y la corrupción, al hombre luchando por su honor, su religión y sus principios, sin librarse jamás a la violencia o al escepticismo. Sólo estas películas serán consideras como obras de arte… Todas las películas sin valores artísticos o que no presenten ningún interés como diversión y que atenten a los sentimientos nacionales serán prohibidas parcial o totalmente…"
BRIGADA EN ACCIÓN (1977) comienza con una persecución en montaje paralelo con imágenes de una exhibición de acrobacia por parte de la policía. Corre el año 1977 y el director elige ese plano para iniciar su film, y luego agrega una visita guiada por el museo policial con alguien que nos explica: "Naturalmente los medios para combatir el delito se han modernizado de modo de colocar a nuestra policía entre las mejores del mundo. Durante las veinticuatro horas del día hombres y mujeres trabajan de distintas formas, velando por la tranquilidad de sus semejantes". Sí, la policía de 1977 es a la que se refiere el film. Estos elogios se multiplican alegremente y hay espacio para todas las bajadas de línea posibles.
En AMIGOS PARA LA AVENTURA (1978) la insistencia por festejar "una nación de paz" de ninguna manera puede ser accidental. Como tampoco lo es que Vivir con alegría (1979) termine con una cita de Juan Pablo II cubriendo toda la pantalla. Este film es el más claro con respecto a los valores católicos, patriarcales y conservadores del director.
En estos films de Ramón Ortega y su productora "Chango" (nacida con la dictadura) hay un elemento que es irrefutable: nada es accidental, ni existe ambigüedad posible, sabían lo que estaban haciendo y por qué.
El Mundial de fútbol apareció de distintas formas en muchos films del año 1978, a veces con una simple mención, otras en puntos clave del argumento. Pero hubo una película que con convicción y seguridad se transformó en la película oficial del evento deportivo. El 24 de mayo de 1979 se estrena LA FIESTA DE TODOS (1978) dirigida por Sergio Renán, con guión de Hugo Sofovich y Adrián Quiroga (seudónimo de Mario Sábato).
La lista de censurados es muy grande y como consecuencia de ello, todo el cine nacional se apagó. Casi no hubo películas argentinas en los festivales, a excepción de algún título de Enrique Carreras como LAS LOCAS (1977) o PATOLANDIA NUCLEAR (1978). Muchos artistas y directores se hicieron eco de un orgullo patriótico y apoyaron al cine nacional aun desde lugares decididamente cercanos al gobierno de la dictadura. Mientras muchos se fueron al exilio, otros filmaban y festejaban los tiempos que nos tocaban vivir. Los cineastas Pablo Szir, Enrique Juárez y Raymundo Gleyzer, eran desaparecidos por la dictadura en 1976, el año de DOS LOCOS DEL AIRE.
Se estableció, entre varias reglas, que no era apto para la televisión el material que: "desvirtúe la imagen de los guardianes del orden, presentados como cínicos, despiadados o codiciosos, o tratando al crimen de una manera inescrupulosa o frívola". Obviamente esto llegó al cine, aunque no de forma equitativa. Por ejemplo, la dictadura se molestaba si Armando Bó ridiculizaba a un oficial de policía, pero Palito Ortega se daba el lujo de poner a Carlitos Balá haciendo un cameo como un policía en ridículo sobre el final de VIVIR CON ALEGRÍA.
Octavio Getino [2]señaló que "los cortes y tijeretazos aplicados a una película, o inclusive su 'desaparición' remiten a las prácticas seguidas con los torturados y desaparecidos". En agosto de 1973, cuando Tato asumió como censor al frente del Ente de Calificaciones Cinematográficas, empezó una campaña de censura y amenazas de la Triple A contra muchos de los protagonistas del cine nacional, algunos de los cuales tuvieron que marchar al exilio. Los 84.000.000 de espectadores que fueron al cine en 1975 se redujeron drásticamente a 65.500.000 en el año del golpe.
"Yo quiero un cine positivo, limpio, decente, un cine que sea cultural y no sólo industrial. El cine se ha convertido en una mercadería de intoxicación: se está apelando al recurso fácil, y en eso incurren desde los que venden cine y les importa poco lo que venden, hasta los intelectuales y pseudo intelectuales y los mismos artistas que sustituyen el ingenio por el fácil recurso de la pornografía", enfatizaba Tato con una gestualidad histérica.
A pesar del clima político imperante y los riesgos vigentes, algunas voces consiguieron eludir la censura y la persecución a través de la realización de un cine de género donde, aunque metafóricamente, se colaban alusiones a la situación política. El caso más contundente es el de Adolfo Aristaraín, que debutó como director en 1978 con el policial LA PARTE DEL LEÓN. Aunque en 1979 firmó una de las entregas de una serie de moda, LA DISCOTECA DEL AMOR, en 1981 filmó una de las películas más valiosas de todo el período: TIEMPO DE REVANCHA. Un plano de Federico Luppi cortándose la lengua frente al espejo, se convirtió en símbolo de una pírrica victoria contra un sistema aparentemente impenetrable desde una resistencia silenciosa.
El objetivo del gobierno era muy claro. Querían controlar la exhibición cinematográfica, que en aquellos tiempos era política y económicamente mucho más importante que ahora. Por ejemplo en 1973 se cortaron 63.049.926 entradas, mientras que actualmente apenas se venden la mitad. Y sumado al crecimiento de la población, se pasó de un promedio anual de 2,7 a 0,8 entradas por habitante. Mas allá del discurso presuntamente nacionalista, está claro que los censores tenían también un fuerte control sobre la producción local, sin demasiadas prohibiciones pero con mucha censura previa (control y modificación de guiones, limitaciones de créditos y subsidios, etc.). La producción nacional se centró en producciones con "mensaje argentino, claro y cristiano". El resultado fue: una pantalla sin sexo, sin política, sin violencia y sin terror. Un cine dirigido y controlado, un arma cultural al servicio de la política represiva estatal.
Indudablemente las justificaciones para prohibir una película son absurdas por naturaleza, por eso los censores no se preocuparon por explicar claramente que pasaba con cada cinta. Apenas quedan breves testimonios en notas de prensa o en las fichas de calificación, que dan cuenta de los ridículos razonamientos.
El golpe militar de 1976 generó una gran crisis en el cine nacional y se llevaron a cabo las siguientes acciones:
Censura y prohibición de películas.
Disminución de la cantidad de películas producidas.
La calidad de las obras cinematográficas se deterioró fuertemente.
Entre 1976 y 1978 el cine argentino no pudo concretar ningún proyecto culturalmente importante. Dominó la producción de "comedias ligeras", filmes con cantantes de moda que acallaban cualquier intento de pensamiento crítico a través de propuestas moralizantes.
Sexo, moral, política, ideología, libertad de expresión, todo estaba bajo la lupa de la represión y la censura con el objetivo de vigilar y proteger al ser nacional y la moral de los argentinos.
Los artistas estaban incluidos en tres clases de listas:
En la lista negra figuraban quienes estaban prohibidos y no podían trabajar.
En la lista gris se incluían solamente a los artistas censurados por el ejército y no por la armada.
En la lista libre se señalaba a aquellos que no estaban censurados.
El lenguaje fílmico cultivó una cierta ambigüedad del decir que respondía a fines específicos: "decir sin nombrar". Mediante esta ambigüedad se establecieron modos de representación que utilizaron la alusión y el eufemismo para hablar de lo silenciados, para nombrar lo prohibido.
Al finalizar el período dictatorial, películas de variados géneros mostraron la devastación que significó para nuestro país los siete años del Proceso de Reorganización Nacional. El humor mostró en PLATA DULCE (F. Ayala) las perversas consecuencias de las políticas económicas diseñadas por Martínez de Hoz y sus sucesores.
El cine sufrió el embate de una censura que, articulada con la más feroz represión, logró acallar toda voz disidente. Pero el arte como el lugar más pleno para la libertad, nunca dejó de ofrecer bastiones de resistencias.
Hipótesis: La última dictadura militar argentina utilizó al cine como herramienta para imponer ideologías de orden y anti-subversivas; censuró filmes y, algunos de ellos, sufrieron cortes parciales o totales porque afectaban dicha acción.
Justificación: Me parece fundamental la realización de este trabajo, ya que no sólo nos estamos sumergiendo en el mundo de los medios de comunicación (en este caso, específicamente en el mundo cinematográfico), sino que además estamos siendo partícipes de un capítulo oscuro de la historia de nuestro país. Es importante tener en cuenta, cómo las fuerzas políticas, influyen día a día, en la información que recibimos a través de los medios de comunicación. En la actualidad, nos movemos con una gran libertad, pero no siempre fue así. El cine, como medio de comunicación, es considerado un formador de opinión en la mente de la sociedad, por este motivo, fue intensamente censurado.
Lo personal: Elegí este tema para el trabajo de Medios de Comunicación II, ya que analizando las distintas etapas que tuvo el cine nacional en nuestro país, ésta me pareció la más interesante y la que más nos podía servir, no sólo como estudiantes, sino también como ciudadanos argentinos, para formarnos y ser concientes de que no siempre existió la libertad de expresión en los medios de comunicación. No debemos olvidar este capítulo de nuestra historia, ya que somos la suma de nuestras experiencias y considero esencial tener una clara idea de lo sucedido a partir del golpe de estado de 1976.
Entrevistados posibles
Fernando Varea (autor del libro EL CINE ARGENTINO DURANTE LA DICTADURA MILITAR).
Adolfo Aristarín (Director de cine).
Sergio Renán (Director de cine).
Hernán López Echagüe (periodista y escritor).
Santiago García (Periodista – Leer Cine)
Marcelo Piñeyro (Director de cine)
Mirta Varela (Licenciada en letras, especialista en cultura, medios de comunicación y dictadura)
María E. de las Carreras (Investigadora)
Jorge Lanata (Periodista)
Magdalena Ruiz Guiñazú (Periodista)
CAPÍTULO 1
Antecedentes históricos
Entre 1930 y 1983 Argentina vivió un largo período marcado fundamentalmente por 6 golpes de Estado (1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976) con pequeños períodos de democracias débiles. Esos golpes fueron producidos por las Fuerzas Armadas, en muchos casos, con apoyo de civiles. Impusieron gobiernos de facto que interrumpieron la vida constitucional del país, con el objetivo de "poner orden".
Los cambios que se produjeron en la sociedad argentina durante el gobierno de Isabel Perón fueron determinantes en el agotamiento del régimen democrático inaugurado en 1973, y su derrota por el golpe militar. A comienzos de 1975 se produjo un agravamiento de la situación económica, causada por la suspensión en el Mercado Común Europeo de las compras de carnes argentinas, que llevó a la devaluación del peso, la caída de los salarios reales y el aumento de reclamos sindicales. Esto ocasionó la renuncia del ministro de economía, Alfredo Gómez Morales, y la designación en su reemplazo de Celestino Rodrigo, a quien se le encargó instrumentar un plan económico.
Las medidas económicas impulsadas fueron un duro golpe a los salarios reales de los trabajadores e hizo caer en el desprestigio a sindicalistas, otrora combativos, que tuvieron una actitud dubitativa. La consecuencia de esto fue el nombramiento de hombres afines del gobierno. Fueron desplazados dirigentes como Agustín Tosco, del gremio metalúrgico, René Salamanca, de los mecánicos y Raimundo Ongaro, líder del gremio gráfico. Las medidas tomadas por el nuevo ministro, conocidas como 'el rodrigazo', generaron muchas protestas obreras ya que el ministro se negaba a dar aumentos salariales superiores al 38%.
Para imponer las medidas y frenar las protestas, un sector del gobierno se dedicó a perseguir a intelectuales, artistas y activistas sindicales considerados de izquierda. Esta persecución ilegal fue llevada a cabo por elementos clandestinos organizados en la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) dirigidos desde el Ministerio de Bienestar Social a cargo de la principal figura del peronismo, el "brujo" José López Rega.
La CGT suspendió las negociaciones paritarias el 5 de junio. Mientras su colaboración con el gobierno la desprestigiaba, vio desplazar a sus hombres del poder, alejados de puestos en el gobierno. Por ello, la CGT se vio obligada a llevar adelante un plan de lucha con huelgas generales, movilizaciones y apoyo a reclamos salariales que desestabilizó al gobierno y precipitó la caída del ministro López Rega, quien fue destituido el 11 de julio para luego abandonar precipitadamente el país. Rodrigo fue reemplazado en economía por Antonio Cafiero, el 14 de agosto de 1975, quien tampoco consiguió un plan económico que permitiera mejorar la situación de las empresas del país, ya que los trabajadores no estaban dispuestos a hacer un sacrifico.
Las cúpulas empresariales presionaron y exigieron cambios al gobierno. Los grupos de ultra izquierda profundizaron sus acciones armadas, que aumentaron la confusión política dando al gobierno la posibilidad de intensificar la represión indiscriminada. María Estela Martínez de Perón pidió licencia por razones de salud hasta noviembre de 1975. Ítalo A. Luder asumió el cargo de presidente provisional del Senado. El nuevo mandatario reemplazó al ministro del Interior, Vicente Damasco por Ángel F. Robledo, y procuró ganar el apoyo de las Fuerzas Armadas. Para ello envió al Congreso el proyecto de creación del Consejo de Defensa Nacional y de Seguridad Interior que entregaba a los militares la responsabilidad total de la lucha contra la subversión armada.
Durante los meses siguientes se incrementaron la inflación, el desempleo y las huelgas. Entre los trabajadores se intensificaba la organización de sus luchas y algunas comisiones internas comenzaron a proponer la toma u ocupación de los lugares de trabajo. La represión ilegal, que se había ensañado contra los dirigentes sindicales, se tornó ineficaz. Este curso de los acontecimientos asustó a muchos empresarios que, viendo al gobierno debilitado, atado por los mecanismos parlamentarios y las necesidades electorales, se inclinaron a favor de un golpe militar. Los hombres con más sensibilidad política, también percibieron que los acontecimientos empezaban a favorecer el crecimiento de organizaciones políticas izquierdistas, con estrategias de poder sustentadas en esas luchas y en la aparición de coordinadoras de las comisiones internas más activas, mientras se debilitaba la influencia de los partidos tradicionales.
El 7 de febrero, la UCR advirtió sobre la inminencia de un golpe de Estado ante "la falencia del PE". Los más amplios sectores populares pasaron de una actitud de oposición a los militares, que caracterizó la mentalidad de los años sesenta, a un desprecio al gobierno constitucional y a una disminución de su participación política, asustados y confundidos por el accionar de la guerrilla. La política vacilante de la CGT, entre el gobierno peronista y el apoyo a las luchas de los trabajadores, había ido debilitando la idea, en la clase media, de que esas luchas pudieran dar solución y traer orden. Los cambios de rumbo del gobierno de Isabel, las acusaciones de corrupción que se le hicieron, las devaluaciones de la moneda y el crecimiento de los precios, fueron ganando entre las clases medias la necesidad de que hubiera un gobierno fuerte que pusiera las cosas en orden.
El golpe se empezó a preparar el 12 de diciembre de 1975, cuando el brigadier Orlando Capellini hizo el primer pronunciamiento fallido. El intento fracasó porque todavía no se habían terminado de consolidar las jefaturas de las Fuerzas Armadas detrás del mismo objetivo. Pero su acción mostró que, entre los altos oficiales, las condiciones estaban maduras. Las incógnitas que despertaba entre las cúpulas militares acerca de cuál sería la reacción social fueron despejadas cuando los estratos medios de la sociedad reflejaron que no se opondrían a un golpe. Así fue interpretada, al menos, la indiferencia o simpatía que despertó el alzamiento de Capellini. Mientras tanto, el periodismo siguió insistiendo en que era necesario poner orden, fin a la corrupción y facilitar el advenimiento de un gobierno menos incapaz que el de "Isabelita".
El radicalismo, que por boca de su principal dirigente expresó que, si existía un golpe era por culpa del gobierno, no estuvo dispuesto a preparar a la población para que se defendiera. Al contrario, fortaleció el objetivo de los militares. El jefe del partido radical, Ricardo Balbín, fue claro cuando respondió "no tengo soluciones" al reclamársele una alternativa frente al golpe. Durante los primeros dos meses de 1976, estas características se acentuaron y prepararon el escenario del golpe militar. En el Congreso se multiplicaron los pedidos de renuncia de la Presidenta como forma de solución de la crisis, durante el 9 de febrero. El 18 de febrero María Estela Martínez de Perón informó que no renunciaría y el 20 de febrero se convocó a elecciones presidenciales para el 12 de diciembre.
El golpe fue preparado con anticipación por las fuerzas armadas. Dos días antes del 24 de marzo ya se realizaban movimientos militares con la excusa de combatir la subversión ocupando lugares estratégicos.
El 24 de marzo de 1976 ocurrió lo que muchos esperaban: Isabel Perón fue detenida y trasladada a Neuquén. La Junta de Comandantes asumió el poder, integrada por el Teniente Gral. Jorge Rafael Videla, el Almirante Eduardo Emilio Massera y el Brigadier Gral. Orlando R. Agosti. Designó como presidente de facto a Jorge Rafael Videla. Dispuso que la Armada, el Ejército y la Fuerza Aérea compondrían el futuro gobierno con igual participación. Comenzó el audodenominado "Proceso de Reorganización Nacional". José Martínez de Hoz fue designado ministro de Economía y, el 2 de abril, anunció su plan para contener la inflación, detener la especulación y estimular las inversiones extranjeras. La gestión de Martínez de Hoz, en el contexto de la dictadura en que se desenvolvió, fue totalmente coherente con los objetivos que los militares se propusieron. Durante este período, la deuda empresaria y las deudas externas pública y privada se duplicaron. La deuda privada pronto se estatizó, cercenando aún más la capacidad de regulación estatal. Con ese clima económico, la Junta Militar impuso el terrorismo de Estado que, fuera de enfrentar las acciones guerrilleras, desarrolló un proyecto planificado, dirigido a destruir toda forma de participación popular.
El régimen militar puso en marcha una represión implacable sobre todas las fuerzas democráticas: políticas, sociales y sindicales, con el objetivo de someter a la población mediante el terror de Estado para instaurar terror en la población y así imponer el "orden", sin ninguna voz disidente. Se inauguró el proceso autoritario más sangriento que registra la historia de nuestro país. Estudiantes, sindicalistas, intelectuales, profesionales y otros fueron secuestrados, asesinados y "desaparecieron". Mientras tanto, mucha gente se exilió.
Algunas de las acciones que se llevaron a cabo durante este período fueron:
Suspende la actividad política
Suspende los derechos de los trabajadores.
Interviene los sindicatos.
Prohíbe las huelgas.
Disuelve el Congreso.
Disuelve los partidos políticos.
Destituye la Corte Suprema de Justicia.
Interviene la CGT.
Interviene la Confederación General Económica (CGE).
Suspende la vigencia del Estatuto del Docente.
Clausura locales nocturnos.
Ordena el corte de pelo para los hombres.
Quema miles de libros y revistas considerados peligrosos.
Censura los medios de comunicación.
Se apodera de numerosos organismos.
En el Diario "La Prensa" se emitió un comunicado de prensa (Nº19) el día 24 de marzo de 1976 que decía lo siguiente:
"Se comunica a la población que la Junta de Comandantes Generales ha resuelto que sea reprimido con la pena de reclusión por tiempo indeterminado el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare comunicados o imágenes provenientes o atribuidas a asociaciones ilícitas o personas o grupos notoriamente dedicados a actividades subversivas o al terrorismo. Será reprimido con reclusión de hasta diez años, el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes, con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar las actividades de las Fuerzas Armadas, de Seguridad o Policiales."
La Subversión
El término "subversión" englobaba a las organizaciones guerrilleras -prácticamente ya extinguidas en marzo de 1976- pero también a los activistas o simpatizantes de cualquier movimiento de protesta o crítica social: obreros, universitarios, comerciantes, profesionales, intelectuales, sacerdotes, empresarios y más… No hubo "errores" ni "excesos", sino un plan deliberado.[3]
La guerra sucia
La "desaparición" fue la fórmula más siniestra de la "guerra sucia": el "objetivo" era secuestrado por un comando paramilitar ("grupo de tareas" o "patota") donde, convertido en un número y sin ninguna garantía legal, quedaba a merced de sus captores. La desaparición de personas fue un programa de acción, planificada con anticipación, estableciéndose los métodos por los cuales llevarlo a la práctica: arrojando a los "desaparecidos" al Río de la Plata (previa aplicación de sedantes) desde aviones o helicópteros militares y en fosas comunes; fusilamientos y ocultamiento de cadáveres, sin ningún tipo de identificación.
La tortura
Todos estaban incluidos en la categoría de "enemigos de la nación". La metodología implementada consistió en la desaparición de personas, las cuales en realidad eran llevadas a centros clandestinos de detención, operados por las FFAA., donde se los sometía a interrogatorios basados en tormentos físicos. Se levantaron centros clandestinos de detención y torturas. En estos laboratorios del horror se detenía, se torturaba y se asesinaba a personas. Se encontraban en el propio centro de las ciudades del país, con nombres tristemente famosos, como la ESMA, el Vesubio, El Garage Olimpo, El Pozo de Banfield o La Perla. Existieron 340 distribuidos por todo el territorio. Locales civiles, dependencias policiales o de las propias fuerzas armadas fueron acondicionados para funcionar como centros clandestinos. Estas cárceles clandestinas tenían una estructura similar: una zona dedicada a los interrogatorios y tortura, y otra, donde permanecían los secuestrados. Ser secuestrado o "chupado", según la jerga represora, significaba ser fusilado o ser arrojado al río desde un avión o helicóptero.
Los desaparecidosDebido a la naturaleza, una desaparición encubre la identidad de su autor. Si no hay preso, ni cadáver, ni víctima, entonces nadie presumiblemente es acusado de nada. (Amnistía Internacional, en su informe sobre la desaparición de personas por motivos políticos).Hubo miles de desaparecidos: la Conadep constató más de 9.000 casos. Los organismos de derechos humanos hablan de más de 30.000. Además del secuestro de adultos, hubo un plan sistemático de apropiación de niños. Los niños robados o que las madres parían en los centros de detención fueron inscriptos como hijos propios por muchos miembros de la represión, vendidos o abandonados en institutos. Los militares consideraban que los hijos de los desaparecidos debían perder su identidad. Por eso los hacían desaparecer y los entregaban a familias de militares. Ellos pensaban que la subversión era casi hereditaria o que se trasmitía a través del vínculo familiar. De la misma forma que a los hijos de desaparecidos se intentó quitarles su familia, a la sociedad en general se intentó quitarle esos antecedentes que, como los padres de esos chicos, eran considerados subversivos. [4]
1982: La guerra de las MalvinasEn medio de la crisis política, económica y social del régimen militar, sorpresivamente el 2 de abril de 1982, tropas argentinas recuperaron las islas Malvinas. Tras frustrados intentos diplomáticos, la fuerza de tareas británica llegó al Atlántico sur y comenzaron las hostilidades. Con hitos como el hundimiento del crucero "General Belgrano" -que produjo 322 muertos- y del destructor británico "Sheffield", la guerra concluyó el 14 de junio, con la rendición argentina. La derrota marcó el derrumbe político del régimen. El regreso de los soldados arrojó luz sobre las sospechas de lo que habían padecido, sin los pertrechos y el entrenamiento suficientes para enfrentar a los británicos. Para defender las islas del ataque de ingleses bien entrenados y equipados, la junta militar procedió a reclutar jóvenes argentinos, sin instrucción militar, la mayoría de los cuales provenía de provincias pobres del interior del país. La derrota catastrófica de Malvinas y el conocimiento de la muerte de centenares de jóvenes argentinos (más de 600), deterioraron el frente militar, pero sobre todo, la reputación del ejército, al cual se consideró como mayor responsable del desastre.
EL CINE ARGENTINO BAJO ESTADO DE SITIO
El cine argentino, como en la Alemania nazi y la Italia de Mussollini, debía servir como vehículo de propaganda para los objetivos de la dictadura, mostrándonos una Argentina que había derrotado a la violencia y había encontrado el sendero de la paz y la prosperidad, nada más lejano a lo que realmente estaba sucediendo.
La última dictadura necesitaba imperiosamente que mejorara su imagen y promoviera la confianza en el orden represivo. Se puso en marcha un dispositivo para manipular la producción cinematográfica, mediante la selección condicionada de créditos y una férrea censura.
No fue precisamente su momento de oro, todo lo contrario. En especial, si se piensa en el renacimiento que había despuntado para el cine entre 1972 y 1974, tanto en la renovación artística y generacional como en los volúmenes de producción. El golpe militar de 1976 obró como una topadora, no tanto en la cantidad de films como en el tipo de cine que produjo.
De hecho, a la producción fílmica no le ocurrió lo mismo que a otras expresiones culturales: si se piensa que entre 1975 y 1980 la venta de novelas cayó un 70 por ciento, las biografías y libros de crítica y ensayo, un 90 y las de discos un 50. Sólo en un año, entre 1975 y 1976, la venta de revistas bajó el 30 por ciento. Pese a esos indicadores, que el sociólogo Oscar Landi define como parte de una "operación de re-culturización" de la sociedad, la producción nacional promedió cifras habituales —unas 30 películas por año—, a pesar de una merma importante en el empleo de técnicos.
Desde 1976 y hasta 1980, la industria tuvo que reducir sus posibilidades de producción, porque aparecieron las complicaciones financieras que surgieron del gran impacto inflacionario que implicó el "estallido" del plan económico sustentado por Alfredo Martínez de Hoz.
El cine nativo siempre estuvo en estrecho vínculo con el Estado a través de los créditos de financiamiento a la producción. Sin embargo, al gobierno militar le interesaba sobremanera la existencia de un cine que mejorara y promocionara su imagen pública ante la sociedad. Así, mientras el Instituto Nacional de Cinematografía se ocupaba de elegir los films que más fielmente materializaran ese programa, la acción de la censura completaba la tarea en el campo cinematográfico, a través de Miguel Paulino Tato, de célebre recuerdo. Su gestión, entre 1976 y 1978, detenta el récord de películas prohibidas. Su voluntad arrogante, que parecía gozar perversamente con los vetos y cortes, inspiraría a Eduardo Calgano para su film El censor, de 1995.
Apenas cinco días antes del golpe militar, Enrique Ruíz Díaz, el último director del Instituto Nacional de Cinematografía en democracia, firmaba dos resoluciones singulares: una reconocía el costo de producción de un film curiosamente profético, Los chiflados dan el golpe, dirigido por Enrique Dawi y protagonizado por el "Soldado" Chamamé; la otra acordaba categoría de interés especial al proyecto Adiós Nonino, que presentó Fernando Solanas. El director de La hora de los hornos nunca llegó a filmarla porque debió irse del país.
Inmediatamente después del 24 de marzo de 1976, y sólo en los primeros meses, asumió como interventor el Capitán de Fragata Jorge Enrique Bittleston, quien nunca llamó a concurso de realizadores. Esta acción fue encarada por el Comodoro Carlos Exequiel Bellio, en el cargo entre 1976 y 1980, y a quien sucedería, en 1981, el Comodoro Francisco Pítaro. Aunque la preocupación oficial se centraba más en sancionar a las salas de cine por demorar la entrega de declaraciones juradas que en hacer alentar la producción a través de concursos, de las convocatorias surgían los lineamientos básicos de los proyectos que serían aprobados. Así, en uno de los primeros certámenes de 1976, se establecía la necesidad de "premiar aquellas obras que tengan profundas raíces en el ser nacional y que exalten valores espirituales, cristianos e históricos que afirmen los conceptos de familia, orden y trabajo".
De todos modos, el sistema de premios y castigos no se ceñía solamente a la censura y aprobación de proyectos, sino en los subsidios y la declaración de interés con que eran evaluados y se distribuía el dinero. Al examinar con atención el período 76 78, se advierte que aquellas películas que exaltaban "los conceptos de familia, orden y trabajo" recibían todos los beneficios de la ley. Así ocurrió con Patolandia nuclear, de Julio Saraceni, o Dos locos en el aire, Amigos para la aventura y El tío Disparate, de Palito Ortega, quien agotó las siete películas de su filmografía entre 1976 y 1980 y logró varias veces rozar el millón de espectadores. Contrariamente, a las películas concebidas con una mirada más crítica y sin exaltación, como Adiós Sui Generis, de Bebe Kamin, Soñar, soñar, de Leonardo Favio, Juan que reía, de Carlos Galettini, o La parte del león, opera prima de Adolfo Aristarain, se les negó tanto el subsidio como la declaración de interés especial. A su vez, los criterios con que se asignaban los fondos revelan cómo funcionaba la interrelación de organismos y de las tres fuerzas armadas.
Así, en 1977 el Comando en Jefe de la Fuerza Aérea solicitó que se incluyera en la Ley de Fomento la producción de por lo menos dos cortometrajes relacionados con la actividad de la Fuerza Aérea, "para la difusión de las actividades relevantes"; el Instituto de Cine asignó una partida no muy desigual a las habituales para un largometraje y delegó la producción directamente en el Comando en Jefe de la Fuerza Aérea. Los films quedaron como derecho de propiedad de la Fuerza Aérea. Volvió a suceder en 1978, cuando el que pidió el subsidio para tareas de difusión fue el Comando en Jefe de la Armada.
Si bien la idea de dos bandos en pugna comienza a aparecer dos años antes del golpe militar, en el cine de la dictadura se multiplica la compulsión a narrar historias sobre facciones enfrentadas, donde el objetivo se cifra en exterminar toda diferencia, o bien de convencer a los más reacios.
Un significativo número de películas propone el sistema de bandos que buscan exterminar al "otro". Estos grupos a veces aparecen como identificables con fuerzas específicas, como se ve en la representación de la Fuerza Aérea en la citada Dos locos en el aire, o de la Policía Federal en Los drogadictos, de Enrique Carreras. En Brigada en acción, también de Ortega, que llegó a incluir autos sin chapa y por leit-motiv sonoro la sirena de un patrullero. Tal vez esos filmes hayan generado en Ortega alguna culpabilidad, porque cuando en 1997 el cineasta Andrés Di Tella quiso incluir fragmentos de sus films en Prohibido, un documental sobre la censura durante la dictadura, el director se negó aduciendo que "no era conveniente".
También fue habitual el enmascaramiento de ese sistema de bandos, dado que a veces predominaba la vaguedad referencial cuando, en rigor, se trataba de grupos de tareas con la misión de pacificar un país. Es el caso de La aventura explosiva, de Orestes Trucco, o Los superagentes biónicos, que filmó Mario Sábato bajo el seudónimo de Adrián Quiroga. Incluso se apelaba a diálogos que convertían en absurda esa pretensión de invisibilidad. Tal la voz anónima que explicaba que este "es uno de los pocos lugares del mundo donde se puede vivir en paz", en el final de Comandos azules, continuada como saga con Comandos azules en acción, ambas dirigidas por Emilio Vieyra entre 1979 y 1980.
La otra modalidad de convencimiento de los descreídos parece estar en sintonía con otro postulado que la dictadura diseminó en el imaginario social: la figura quirúrgica del cuerpo enfermo y la del país como establecimiento a reformar. Esta confrontación entre valores positivos y negativos puede verse en films como Y mañana serán hombres, de Carlos Borcosque (h), Desde el abismo, de Fernando Ayala, o El bromista, de Mario David, todas dignas de ser leídas dentro de ese imaginario. La fiesta de todos, que dirigió Sergio Renán en 1979, resulta paradigmática también: explotaba el triunfalismo deportivo del Mundial de Fútbol de 1978 e intercalaba material documental de los goles del evento con una serie de escenas "ficcionales" en las que se convencía a los más críticos respecto del seleccionado argentino. A fin de que su personaje, Clemente, no fuera incluido en la película, el dibujante Caloi pidió una fortuna hasta que logró hacer desistir a los productores.
Hubo cineastas que impusieron exitosamente la estrategia del decir sin nombrar, por ejemplo mediante las metáforas de un país confinado al encierro o de la mudez forzada, en las que pueden leerse apuntes elípticos sobre la desaparición de personas. Es así que Favio confiesa haber decidido cambiar el final de Soñar, soñar y terminar su historia en un presidio. Estrenó en 1976 bajo amenazas de bombas en los cines. En la misma línea figura el supuesto humor negro de Los muchachos de antes no usaban arsénico, de José Martínez Suárez, 1976, en la que un grupo de ancianos disuelven a sus esposas, para luego repartirlas en una casona. Otras alegorías del encierro son Crecer de golpe, de Sergio Renán, o La isla, de Alejandro Doria.
En una cinematografía que reverenciaba los valores familiares y mitificaba el pasado lejano, no deja de sorprender Tiempo de revancha, en la que Adolfo Aristarain logró metaforizar el horror en 1981. Allí, un ex-sindicalista limpiaba su pasado político para trabajar en las canteras de una empresa transnacional y simulaba quedarse mudo para ganar un juicio, luego de padecer escuchas telefónicas, apremios y el asesinato de testigos favorables. Según Aristarain, lo que impidió a la censura, algo más relajada entonces, prohibir la película fue su "trampa" narrativa. Se trataba de una historia donde no se resolvía nada cortando una u otra escena, por lo que directamente hubieran debido prohibirla. Ante la eventualidad de un gran escándalo, se decidió dejarla pasar.
Se reprimía con la pena de reclusión por tiempo indeterminado al que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare comunicados o imágenes provenientes o atribuidas a asociaciones ilícitas o personas o grupos notoriamente dedicados a actividades subversivas o al terrorismo.
Seria reprimido con reclusión de hasta diez años, e que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes, con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar las actividades de las Fuerzas Armadas, de Seguridad o Policiales.
Películas durante la dictadura militar:
1) De un lado:
Jacinta Pichimahuida se enamora (Enrique Cahen Salaberry, 1977).
Para dejar en claro la distancia entre la comedia pícara y cualquier manifestación transgresora, uno de los directores más exitosos del género (y uno de los más prolíficos de la dictadura, con nueve films en su haber) es el encargado también de dar forma a esta comedia moralizante que comienza y termina con la canción "Aurora".
La fiesta de todos (Sergio Renán, 1978).
Con ocasión del Mundial de Fútbol 1978, Renán dirige la Olimpia (salvando las distancias estéticas) de la dictadura argentina; una película que alterna fragmentos de los partidos con escenas argumentales donde "el Contra" (Calabró) recibe "lo que se merece" y adustos testimonios de personajes públicos como Félix Luna, que cierra la película explicándonos a todos por qué aquel Mundial fue una verdadera "fiesta de todos".
Los drogadictos (Enrique Carreras, 1979).
¿Cómo olvidar esta gema del cine "testimonial" protagonizada por Mercedes Carreras, Graciela Alfano y Juan José Camero? Torpe, vulgar e improvisada, su involuntaria comicidad no alcanza a parodiar la apología policial, si bien la escena de Alfano "fumando marihuana" anticipa con creces despropósitos posteriores como los spots de Fleco y Male.
¡Que linda es mi familia! (Palito Ortega, 1980).
Sólo apto para personas con estómago fuerte, el changuito cañero (siete películas en dictadura) no sólo perpetra apologías de las fuerzas como Dos locos en el aire (1976) y Brigada en acción (1977) sino también esta comedia familiar perversa –asesinato y silenciamiento simbólico de la gran Niní Marshall–, donde puede vérselo ingresar a la Catedral Metropolitana del brazo de las Trillizas de Oro cantando "La canción de la alegría".
Comandos azules (Emilio Vieyra, 1980).
Reverenciado por los cultores del "cine bizarro" merced a desvaríos tales como Sangre de vírgenes (1967), en esta película –y su saga inmediata, Comandos azules en acción– Vieyra se encarga de dejar bien en alto el prestigio y la reputación de los grupos para-policiales ¡en clave de comedia infantil! Curiosamente (no tanto, en realidad), en 1983 el mismo director es de los primeros en estrenar una película "crítica": El poder de la censura.
La canción de Buenos Aires (Fernando Siro, 1980).
Además de la comedia pícara, Siro (quien llegó a dirigir 10 películas bajo la dictadura) cultivó también el género de la canción popular, como es el caso de esta comedia relativamente exitosa, con guión suyo y de Elena Cruz, estelarizada por Guillermito Fernández junto a Ricardo Darín y Manuela Bravo.
Mire que es lindo mi país (Rubén Cavalloti, 1981).
A pesar de las nobles intenciones de algunos de sus cultores –como Atahualpa Yupanqui y Eduardo Falú, entreverados aquí con el nefasto Argentino Luna –, este musical delata la afinidad entre el discurso "tradicionalista" y la ideología reaccionaria de la época. Su director llegó a dirigir entre 1995 y 1997 la Escuela de Cine del Instituto, que en ese momento estaba intervenido por Julio Márbiz, "presentador" del film.
2) Del otro:
Los muchachos de antes no usaban arsénico
(José Martínez Suárez, 1976).
Estrenada a pocos días del golpe (el 22 de abril), el aislamiento, el encierro y la muerte conforman las notas dominantes y tristemente proféticas de esta extraordinaria comedia de humor negro que se cuenta, indudablemente, entre las pocas obras maestras del cine argentino.
El último amor en Tierra del Fuego (Armando Bo, 1979).
Mientras la comedia pícara fomentaba lo peor, el gran cultor de la "pornografía ingenua" se toma a la chacota todos los símbolos y valores predicados por la dictadura. La escena en que la Coca, maestra de frontera, iza el pabellón nacional en el confín más austral de la Patria, ataviada con un minúsculo guardapolvo, es de una exquisita y mamarracha ironía.
Tiempo de revancha (Adolfo Aristarain, 1981).
Ocultando su pasado, un ex sindicalista logra entrar en una empresa minera, donde un compañero lo convence de fingir un accidente laboral para cobrar la indemnización. Para muchos, este policial tenso y austero no sólo fue considerado una estupenda película sino también el comienzo de la apertura que continuaría, al año siguiente, con Plata dulce, de Fernando Ayala.
Películas y documentales sobre la dictadura militar en Argentina:
Tiempo de revancha
Director: Adolfo Aristarain. Género: Drama – Policial.Tema: A partir de una historia de corte policial, Adolfo Aristarain retrata un país corrompido en todos sus niveles sociales. Argumento: Federico Luppi en la piel de Pedro Bengoa es un trabajador de las minas de la empresa Tulsaco. No sólo debe borrar su pasado para sobrevivir, sino que advierte que la "marca" sobre el cuerpo es la contraseña del "éxito". Comentario: Uno de los títulos más representativos del cine argentino durante los años de la última dictadura militar.
Plata dulce
Director: Fernando Ayala. Género: Comedia satírica. Tema: Cruda descripción de la economía en tiempos de Martínez de Hoz. Argumento: Un hombre se encuentra con un ex compañero del secundario que le ofrece un negocio redondo. La plata comienza a venir a raudales, pero las cosas cambiarán de un día para el otro.Comentario: Fue una de las primeras películas en poner en duda el sentimiento triunfalista que imperaba después del Mundial '78.
El poder de la censura
Director: Emilio Vieyra. Género: Drama.Tema: Dramática y cruda historia sobre la censura aplicada a la expresión de las ideas. Argumento: Dos cineastas y un productor debutante unen talentos para filmar una película que intenta sortear los problemas con la censura. Debido a ciertas imposiciones, tienen que decidir si aceptan los "cortes" o si eligen autocensurarse.Comentario: Probablemente se trate del primer film argentino de la "era del destape", aunque se filmó y estrenó durante el gobierno militar.
La República perdida
Director: Miguel Pérez. Género: Documental.Tema: El film está realizado a partir del montaje de imágenes históricas de archivo y dedicado a seguir la evolución política Argentina desde el golpe de estado de 1930 -que derrocó a Hipólito Yrigoyen- hasta la última pérdida de la democracia en 1976. Comentario: Primer film de Miguel Pérez, reconocido montajista del cine argentino, que se transformó en un estruendoso éxito de comercial, en lo que mucho tuvo que ver el contexto histórico en el que se estrenó: a meses del retorno de la democracia en 1983.
Malvinas, historia de traicionesDirector: Jorge Denti. Género: Documental.Tema: Sobre la Guerra de Malvinas. Hace hincapié en los motivos políticos, económicos y sociales que llevaron al conflicto bélico. Comentario: El film -dedicado a la memoria de Raymundo Gleyzer, director desaparecido durante los años de la dictadura militar- incluye importantes testimonios, entre ellos, de las Madres de Plaza de Mayo y de ex combatientes y obreros de la Argentina y Gran Bretaña.
No habrá más penas ni olvidoDirector: Héctor Olivera.Género: DramaTema: Radiografía de la violencia y el desconcierto que ha sufrido la sociedad argentina por años.Argumento: La película transcurre en un pequeño pueblo, en el que se enfrentan dos fracciones del peronismo: la que representa al intendente y la corporizada en la figura del delegado municipal. Comentario: La película está basada en la novela homónima de Osvaldo Soriano.
Cuarteles de inviernoDirector: Lautaro Murúa. Género: Drama.Tema: Una metáfora de la realidad argentina de los años '70. Argumento: Durante la dictadura militar que rigió en la Argentina entre 1976 y 1983, un boxeador en decadencia y un cantor se encuentran en un pueblo del interior y establecen una fuerte amistad. Los militares preparan un festival y necesitan de la ayuda del púgil y del cantante.
Hay unos tipos abajo
Directores: Emilio Alfaro y Raúl Filippelli. Género: Drama.Argumento: Durante la dictadura militar y en medio del mundial de fútbol de 1978, un periodista ve a unos hombres de aspecto sospechoso en la puerta de su edificio. A causa del clima político y de su profesión, un periodista se cree perseguido por un auto y por sus ocupantes. El miedo crece en él y le hace cambiar su conducta y llegar a la locura.
La historia oficial
Director: Luis Puenzo. Género: Drama.Argumento: En la última etapa de la dictadura militar, una profesora de historia comienza a darse cuenta de lo acontecido en la Argentina de años anteriores. El retorno de una amiga exiliada, el descubrimiento de los turbios manejos de su esposo y la aparición de una Abuela de Plaza de Mayo que busca a su nieta son motivos más que suficientes para que la mujer viva una auténtica toma de conciencia política.
La noche de los lápices
Director: Héctor Olivera. Género: Drama.Tema: El film relata sucesos reales desde la voz y presencia de su único sobreviviente. Argumento: En septiembre de 1976, durante los primeros meses del gobierno militar en la Argentina, siete adolescentes de la ciudad de La Plata son secuestrados, torturados y asesinados a raíz de sus protestas por el aumento del boleto estudiantil.
La República perdida IIDirector: Miguel Pérez. Género: Documental. Tema: Segunda parte de "La República perdida" que, en este caso, revisa el período de la dictadura militar en la Argentina de 1976.Comentario: Aunque no obtuvo el notable éxito de público de la primera parte, ésta también logró reunir muchos espectadores.
Tangos: el exilio de Gardel
Director: Fernando Solanas. Género: Drama musical.Tema: El desarraigo y el exilio marcan las vidas de unos argentinos que viven en París. Argumento: Juan 1, un bandoneonista, intenta llevar a escena una "Tanguedia" (tango-comedia-tragedia), cuyo libro es enviado desde Buenos Aires por Juan 2, un amigo que resiste los años de la dictadura militar. Comentario: El film -muy premiado en festivales internacionales- marcó el retorno de Fernando Solanas a la Argentina, luego de su exilio en Francia.
La deuda interna
Director: Miguel Pereira. Género: Drama.Tema: El director intenta reflejar dos décadas políticamente nefastas para la Argentina, como los '70 y principios de los '80. Argumento: En Chorcán, Jujuy, un joven indígena conoce a un maestro rural recién llegado de la Capital Federal. Entre ambos nace una amistad que se interrumpe cuando al joven le toca el servicio militar y es convocado a participar en la Guerra de Malvinas.
La amiga
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