En el franciscanismo, María es apreciada y venerada como el ser que encarna en sumo grado las virtudes de la humildad y la pobreza. En la iconografía a la Virgen sentada en el trono le sustituye la madre que amamanta a su hijo con atuendo y actitudes sencillas y humildes. Obviamente, más aún que María es en Cristo el ejemplar de la perfección de la pobreza, de la humildad y de la obediencia a la voluntad del Padre. Pero a partir de entonces se inicia el proceso que, a través de toda la obra formativa de la iglesia, ha privilegiado de hecho la adjudicación de tales virtudes a la mujer, considerando típicamente femeninas expresiones y actitudes que de ahí se derivan, tales como la docilidad, la paciencia, la gracia, enfoque educacional que demasiado fácilmente y con harta frecuencia ha llegado a ser funcional en un sistema social donde la obediencia se traducía en sumisión, la dulzura en incapacidad de opciones autónomas, la aceptación de la voluntad de Dios en saber soportar sin límites y en resignación pasiva, etc.
La Marialis Cultus afirma que la figura de la Virgen ofrece a los hombres de nuestro tiempo "el modelo perfecto del discípulo del Señor: artífice de la ciudad terrena y temporal, pero peregrino diligente hacia la celeste y eterna; promotor de la justicia que libera al oprimido y de la caridad que socorre al necesitado, pero sobre todo testigo activo del amor que edifica a Cristo en los corazones" (MC 37).
CAPÍTULO 1
MARIA, FORMADA Y QUERIDA POR LA SANTISIMA TRINIDAD[3]
María no es una especie de añadidura piadosa romanticoide y sentimental al evangelio. Su figura forma parte esencial de la vida de Jesús y de su misión. En ella Dios ha realizado cosas que nos afectan a todos. "Por testimonios unánimes de sus biógrafos, sabemos que Francisco era amartelado devoto de la Virgen, y que su devoción era superior a la corriente"[4].
"Se vogliamo capire la pietà mariana di Francesco il primo passo sia di guardare i suoi scritti per scoprire che cosa dice Poverello all"riguardo della Madonna. Tra i trenta dei suoi scritti troviamo due che sono direttamente indirizzati alla Maria Vergine. Il primo è l"Antifona che fa parte dell"Ufficio delle Ore, che era composto da Francesco per meditare il mistero pasquale di Gesù Cristo. L"Antifona apre e chiude ogni salmo con il quale hanno pregato i frati. Il secondo testo è il Saluto alla Vergine Maria composto come una meditazione fatta sulla preghiera-salutatio Ave Maria"[5].
Y, además, a través de ella Dios nos quiere decir cosas que importan mucho a nuestra vida actual. En una palabra, María es también, junto a Jesús, evangelio de Dios para nuestra salvación, «Buena Noticia» para la humanidad.
"Cuando Francisco quiere expresar su opción fundamental cristiana dice así: "Yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida y pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucristo y de su santísima Madre y perseverar en ella hasta el" (UltVol 1). Con esto dice y proclama dos cosas: la centralidad del seguimiento de Jesucristo en su experiencia cristiana, referida además y enteramente, como veremos, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, protagonistas decisivos y principales de la salvación, y la inevitable y forzosa implicación de la Virgen en la persona, vida y destino de Jesús"[6].
Ante todo, porque es la madre de Jesús y, como tal, el lugar donde se realizó el misterio de la encarnación. Su función maternal nos permite descubrir la verdad del Verbo de Dios que asume la naturaleza humana, sin destruirla, en la unidad de la persona divina. Y por esta relación tan íntima con el misterio de Cristo, María ocupa también un lugar privilegiado y único en la vida de la Iglesia y de cada uno de los creyentes. Ella es la primera y la más perfecta discípula de Cristo, modelo de fe y espejo en que se mira todo el pueblo de Dios. Ella, por voluntad expresa de Cristo, es también la madre de todos los discípulos, a los que acompaña en su peregrinación por este mundo hasta la identificación plena con Cristo. "Francisco jamás separa a la Madre del hijo, después de haberla visto en el Crucifijo de san Damián unida a su hijo Jesús. Y, en efecto, Francisco la ve siempre en el contexto trinitario del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"[7]. Este autor expresa que hasta el presente no se ha elaborado una "espiritualidad mariana de S. Francisco. Si se habla de ver al pobrecillo como un innovador de la piedad mariana se puede decir "si y no", podemos decir que por una parte bebió de las fuentes de S. Pedro Damiani, S. Bernardo, y por otro lado S. Francisco tiene algunas expresiones propias como por ejemplo: María esposa del Espíritu Santo", que se encuentra en el Oficio de la Pasión, algo propio y específico de él, o sea el contexto trinitario.
Electa y consagrada por la Trinidad.
Lehmmans, y Van Assendok, son dos escritores que nos refiere que la maternidad divina de María es obra de Dios Trino.
"La construcción literaria de este breve opúsculo refleja su contenido teológico: la veneración a María está enmarcada en la adoración a la santísima Trinidad. Todas las alabanzas del Saludo a la Bienaventurada Virgen María brotan de la maternidad divina de María, y la expresan y la cantan con imágenes gráficas. Según el Saludo a la Bienaventurada Virgen María, al igual que según la Antífona, la maternidad divina de María es obra de Dios Trinidad. María ha sido elegida por el Padre, que la consagró con su santo Hijo por el Espíritu Santo. Éste, el Espíritu Santo, es citado de nuevo al final del Saludo como la fuerza que convierte a los infieles en fieles. Así pues, en este opúsculo se da una cierta unidad entre su forma literaria y su fondo teológico"[8].
No está nuestro ánimo en entrar en detalle de la composición y el "Sitz im Leben" o el contexto vital de las oraciones dedicada a la Santísima Virgen María, sino demostrar el sentido profundo de su devoción mariana. S. Francisco considera a María la abogada-patrona-protectora de la Orden, la Porciúncula, casa-iglesia-madre de los Hermanos Menores, para celebrar a la Virgen hecha y consagrada iglesia por la Santísima Trinidad, de la que todos participamos mediante el Espíritu Santo.
1…..Salve, Señora, santa Reina,………………santa Madre de Dios, María, ………………que eres virgen hecha iglesia, (divenuta Chiesa).2…………….y elegida por el santísimo Padre del cielo,………………que te consagró………………con su santísimo Hijo amado………………y el Espíritu Santo Paráclito,3…………….en quien estuvo y está………………toda la plenitud de la gracia y todo bien.
4…..Salve, palacio suyo;…….salve, tabernáculo suyo;…….salve, casa suya.5…..Salve, vestidura suya;…….salve, esclava suya;…….salve, Madre suya;
6…..y, salve, todas vosotras las santas virtudes,………………que por la gracia e iluminación del Espíritu Santo………………sois infundidas en los corazones de los fieles,………………para hacerlos, de infieles, fieles a Dios.
Esta relación vital y existencial entre María y la Trinidad lo vemos además en el "Officium Passionis Domini" que S. Francisco compuso y mandaba a recitar a sus hermanos a toda hora.
La unión íntima con la Santísima Trinidad, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es decir, la inhabitación trinitaria, es obra del Espíritu del Señor que se posa en nosotros haciéndonos hijos del Padre, esposas del Espíritu Santo, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. 2CtaF 48-53). Dice K. Esser: "Maria ha ricevuto tutto da Dio"[9]; en los labios de Francisco no vienen unas alabanzas que no sea al mismo tiempo laúdes a Dios uno y Trino. Esto, el pobrecillo lo comprende profunda y claramente.
"Llegamos de esta forma al centro de la gran paradoja de la historia de la salvación, que Pablo ha reflejado de algún modo al final de un argumento atormentado, donde avanza vuelve y gira sin hallar, al parecer, las palabras que buscaba: "No hay mujer sin varón, ni varón sin mujer en el Señor; porque así como la mujer (provino) del varón, así también el varón (nace) por la mujer. Y todos provienen de Dios" (I Cor I I, I I 12). Varón y mujer viven en un plano de complementariedad mundana (histórica), que se abre desde ahora hacia la nueva creatura (cf Ef 2,15). En ese plano superior, donde no existe griego ni judío, varón ni mujer (cf Gál 3,28), viene a situarnos ya María: ella es presencia de Dios y signo trinitario por ser persona nueva, aquella que ha iniciado sobre el mundo, en forma plena, abierta, el camino de la fe para los hombres"[10]
1.2. Asociada al misterio de la pobreza de su hijo.
María formó parte del pueblo llano de su tiempo, compartió su vida ardua y anónima. Por ello se identifica con los sencillos y modestos de la tierra. Al compartir su suerte les revela su dignidad: la madre de Dios y de los hombres es una mujer como ellos. Esta solidaridad de María con la pobreza y los pobres es ya un factor en su liberación, pues la liberación comienza y se alimenta con el descubrimiento de la dignidad de los pobres y de su mutua solidaridad.
"La pobreza de Francisco es una mujer amada, es la Dama del –Sacrum Commercium cum Domina Paupertate, es la bienaventurada Señora Santa María; es Nazaret, es Santa María de los Ángeles"[11]
Francisco no se limita a una relación intimista de pura interioridad con la virgen María de la vida cristiana, la semejanza es también en lo externo, es por eso que otorga otro título de nobleza a la madre de Dios como personificación de la pobreza de Cristo: "Domina pauper". Es un signo de condivisión del destino de su Hijo.
Esta opción preferencial por los pobres en María no es sólo un hecho evangélico: en la condición ardua y pobre del nacimiento de Jesús, en la inseguridad de la persecución de Herodes, que la llevó a exiliarse en Egipto con su familia, en la vida opaca y modesta de Nazaret como una mujer más del pueblo, etc. Es también un aspecto de la devoción popular mariana. El pueblo sencillo y pobre siente a María cercana, una de ellos. Las tradiciones sólidas de apariciones marianas (Guadalupe, Lourdes, Fátima como ejemplos bien conocidos) se dan en lugares pobres y a gente sencilla, a menudo niños y niñas. Los grandes lugares de veneración mariana son visitados sobre todo por los más pobres, necesitados, sufrientes y oprimidos, aun sociopolíticamente. Todo esto encierra un gran mensaje mariano sobre la dignidad de los pobres y una llamada a la solidaridad por su liberación humana.
"Sono molto numerosi i testi nei quali Francesco presenta la Vergine poverella che condivide con Gesú la condizione dei poveri, secondo l´opzione fatta dal figlio di Dios fin dall´incarnazione…Insegnava a saper scoprire in ogni bisognoso non soltanto il Cristo povero, ma anche la Madre povera"[12]
Escribe el Celano que S. Francisco "circundaba de un amor indecible a la Madre de Jesús, porque había hecho hermano al Señor de la majestad" (Cel 198, 786)[13]. En la última voluntad a S. Clara, escribe S. Francisco "Quiero seguir la vida y la pobreza del Altísimo Señor Nuestro Jesús Cristo y de su santísima Madre" (140).
"Para s. Francisco el amor a la Madonna viene expresada en modo especial en su imitación de su pobreza…en la Carta a los fieles, hablando de Cristo recuerda: El siendo el más rico de todo otro ser, quiere todavía escoger, junto a su madre beatísima, la pobreza; a los frailes: Es sobre el ejemplo de él y de su madre santísima que nosotros habíamos elegido el camino de la verdadera pobreza. San Buenaventura, a este propósito, subraya: a menudo reclamaba a la mente, llorando, la pobreza de Jesús Cristo y de su Madre, y afirmaba que esta es la reina de las virtudes, porque allí se ve así brillantemente, más que en otros, el Rey de reyes, y en la Reina su madre"[14]
María[15]era consciente y solidaria con las miserias y servidumbres del pueblo de Israel. Participaba en el anhelo de liberación de ese pueblo; integró ese anhelo en la promesa de Dios y en la obra de Cristo como redentor del pecado y como salvador de toda servidumbre humana. Y le dio a su pueblo un horizonte de esperanza en la venida del reino de Dios, que haría nuevas todas las cosas. Esta actitud de María está condensada en su Magníficat (Lc 1,46-55). En el tercer mundo creyente se reza el Magníficat teniendo presente esta actitud. En algunos lugares se ha convertido en un texto clave para entender la actitud de María en la liberación de su pueblo. El propio magisterio de la iglesia ha hecho uso de él en este sentido (cf Puebla 297; instrucción sobre "Libertad cristiana y liberación", Cong. de la Fe, n. 48; encíclica de Juan Pablo II sobre la "Bienaventurada Virgen María en la vida de la iglesia peregrina" (Redemptoris Mater, n. 37). El tema ha sido reiterado por el propio papa Juan Pablo II, particularmente en sus viajes a Iberoamérica, comenzando por su homilía en Zapopán, México (AAS LXXI, p. 230).
En modo especial alcanzaba la pobreza de María en el proponer el empeño de la pobreza evangélica a s. Clara y a sus hermanas, haciéndolas identificarlas con plenitud, "siguiendo las huellas de Cristo y de su Santísima Madre". "No se puede ser devoto de la santísima Virgen Maria y desatender el testimonio de su camino junto al Hijo, hasta la misma cruz"[16]
Tipo y modelo de respuesta.
La fidelidad es una de las formas de que se reviste la fe. Y la fe es creer, es confiar, entregar, poner la propia vida en manos de aquel en quien creemos, a quien nos confiamos. Creer es darle intervención en nuestra vida, apoyar nuestra vida en su palabra, en su testimonio, en su amor.
En la evolución de la fe, en el crecimiento espiritual, también se suele dar una primera etapa de ilusión, de colorido y atractivo. Después vienen las dificultades, las contradicciones, las implicaciones dolorosas.
Si en un primer momento la fe es entrega y confianza, en un momento posterior ha de convertirse en fidelidad, que es constancia, perseverancia, a pesar de todas las dificultades, a pesar del cansancio, a pesar de toda aparente evidencia contraria.
Y el toque final de consumación de toda vivencia humana es la muerte: ser fiel hasta la muerte es el broche de oro de toda fidelidad. Aceptar la muerte por fidelidad a Dios. Si no es ésta una situación que nos sea dada a todos, sí que todos debemos estar dispuestos a afrontarla: "Si bien el martirio, suprema prueba de amor, es don concedido a pocos, sin embargo, todos deben estar dispuestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle, por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia" (LG 42).
"Francesco, alla fine del saluto alla Vergine – Ave Domina…, quae es virgo Ecclesia facta = cioè , Vergine divenuta Chiesa, saluta anche "tutte le sante virtú, che sono infuse nei cuore dei fedeli per grazia e lume dello Spirito Santo", María infatti è tipo e modelo di ogni virtú"[17].
La Madre de Dios es figura de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo (L.G. 63-65), como nos dice el Concilio Vaticano II en la Lumen Gentium, como continuadora del pensamiento de los padres de la iglesia, especialmente S. Ambrosio. Al nacer de una mujer Dios ha enaltecido y llevado a perfección "el genio femenino" y la dignidad de la mujer y de la madre. La Iglesia, al celebrar la maternidad divina de María, reconoce gozosa que María es también madre suya, que a lo largo de los días y los meses del año engendra nuevos hijos para Dios.
1.4. Abogada y protectora.
Todos sabemos que Francisco quiso que María fuese la Protectora de su Orden. El texto latino de Celano al respecto es muy expresivo: Ordinis Advocatam ipsam constituit: «La constituyó Abogada de la Orden y puso bajo sus alas, para que los nutriese y protegiese hasta el fin, a los hijos que estaba a punto de abandonar. ¡Ea, Abogada de los pobres!, cumple con nosotros tu misión de tutora hasta el día señalado por el Padre» (2 Cel 198). Por tanto tenemos, a la cabeza de la Orden: El Espíritu Santo como ministro general y María Santísima como abogada y protectora. (cf S. Buenaventura, Vida de s. Francisco, c. 3, 1, p 26). "Costituì come avvocata per sé e per i frati".
"Al principio, o sea, hasta 1223, el Capítulo general debía celebrarse normalmente todos los años por los ministros cismontanos y cada tres años por todos los ministros, en la fiesta de Pentecostés, junto a la iglesia de Santa María de la Porciúncula. También aquí encontrarnos unidos al Espíritu Santo y a María, o sea, según la concepción de Francisco, al Ministro general y a la Abogada-Protectora de su Orden. Ahora bien, en ninguna Orden del siglo XIII encontramos una coincidencia semejante, y la que se da en nuestro caso la hemos de atribuir, no a la casualidad, sino a la intención del Fundador, que quiso confiar el gobierno de su Orden al Espíritu Paráclito y a Santa María de los Ángeles".[18]
K. Esser nos narra que poco tiempo después de la muerte Francisco un poeta Enrico d´Avranches, utiliza la expresión que ya se conocía poco tiempo después de la muerte de del "Poverello".
"Maria la avvocata, é la guida materna al Cristo. L´uomo-Dio, e Cristo é in ogni cosa il mediatore presso il Padre. Non si potrebbe trovare una formula piú precisa: Maria –mediatrix ad Christum- e Cristo –mediator ad Patrem"[19].
Un lenguaje muy "pintoresco" de s. Francisco para los pecadores que confía en presentarse frente al Padre, con todo lo que eso significa.
Capítulo II
2.VIRGEN MARIA MODELO DE FE
Vivir la fe parece hoy más difícil que antaño, cuando las personas se educaban en un contexto sociológicamente cristiano; pero para María creer fue tanto o más difícil que para nosotros. Por eso es, como un modelo para la Iglesia de todos los tiempos: María vivió anticipadamente la dificultad de ser cristiano mejor que todos los que la han seguido. Por eso es siempre una ayuda: un ejemplo para la Iglesia entera y para todo cristiano. Y como la ayuda mutua representa una de las propiedades más naturales y a la vez más sublimes del género humano, María santísima es el cumplimiento perfecto de esta virtud humana en beneficio de todos.
María es aquella que, desde su concepción inmaculada, refleja más perfectamente la belleza divina. « Toda hermosa » es el título con el que la Iglesia la invoca. «La relación que todo fiel, como consecuencia de su unión con Cristo, mantiene con María Santísima queda aún más acentuada en la vida de las personas consagradas […] En todos (los Institutos de vida consagrada) existe la convicción de que la presencia de María tiene una importancia fundamental tanto para la vida espiritual de cada alma consagrada, como para la consistencia, la unidad y el progreso de toda la comunidad»
En efecto, María es ejemplo sublime de perfecta consagración, por su pertenencia plena y entrega total a Dios. Elegida por el Señor, que quiso realizar en ella el misterio de la Encarnación, recuerda a los consagrados la primacía de la iniciativa de Dios. Al mismo tiempo, habiendo dado su consentimiento a la Palabra divina, que se hizo carne en ella, María aparece como modelo de acogida de la gracia por parte de la criatura humana.
Cercana a Cristo, junto con José, en la vida oculta de Nazaret, presente al lado del Hijo en los momentos cruciales de su vida pública, la Virgen es maestra de seguimiento incondicional y de servicio asiduo. En ella, «templo del Espíritu Santo», brilla de este modo todo el esplendor de la nueva criatura. La vida consagrada la contempla como modelo sublime de consagración al Padre, de unión con el Hijo y de docilidad al Espíritu, sabiendo bien que identificarse con «el tipo de vida en pobreza y virginidad» de Cristo significa asumir también el tipo de vida de María.
La persona consagrada encuentra, además, en la Virgen una Madre por título muy especial. En efecto, si la nueva maternidad dada a María en el Calvario es un don a todos los cristianos, adquiere un valor específico para quien ha consagrado plenamente la propia vida a Cristo. « Ahí tienes a tu madre » (Jn 19, 27): las palabras de Jesús al discípulo « a quien amaba » (Jn 19, 26), asumen una profundidad particular en la vida de la persona consagrada. En efecto, está llamada con Juan a acoger consigo a María Santísima (cf. Jn 19, 27), amándola e imitándola con la radicalidad propia de su vocación y experimentando, a su vez, una especial ternura materna. La Virgen le comunica aquel amor que permite ofrecer cada día la vida por Cristo, cooperando con Él en la salvación del mundo. Por eso, la relación filial con María es el camino privilegiado para la fidelidad a la vocación recibida y una ayuda eficacísima para avanzar en ella y vivirla en plenitud (VC, 28).
Indudablemente sólo ella generó físicamente al Salvador. ¿Pero no estamos todos nosotros llamados a dar vida a Cristo en este mundo descreído mediante nuestra fe, nuestro coraje, nuestro testimonio y nuestra fecundidad? Si éste ha de seguir existiendo, es preciso que mujeres y hombres decididos se empeñen continuamente en la tarea de perpetuar la fe viva. En la experiencia cristiana nada viene por sí solo: hay que participar en el esfuerzo de la mujer (que grita por los dolores del parto en el capítulo 12 del Apocalipsis) para dar a luz al «niño» del cristianismo. En este esfuerzo toda la Iglesia, hombres y mujeres, es mariana. Pablo describe ampliamente (Ef 5) la imagen de la Iglesia universal como esposa de Cristo. Ella lo es como Madre de Cristo («el hombre nace mediante la mujer», 1 Cor 11, 12), pero también en cuanto esposa que debe amarlo con veneración.
Con esta afirmación nos situamos en el centro de las demandas más importantes de la cultura actual, en la que se lucha por equiparar la dignidad del hombre con la de la mujer, aunque, frecuentemente, de manera que la mujer, para defender su posición en una sociedad machista y técnica, tiende a realizar funciones específicas del varón. Pero éstas permanecerán superficiales e infructuosas, y a la larga se revelarán como francamente ruinosas, si el hombre no se concibe ya como fruto de la fecundidad materna y esponsal de la mujer, y no se reconoce deudor en su trato con ella.
"Ante todo, la virgen María ha sido propuesta siempre por la iglesia a la imitación de los fieles no precisamente por el tipo de vida que ella llevó y, tanto menos, por el ambiente socio-cultural en que se desarrolló, sino porque en sus condiciones concretas de vida ella se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios; porque acogió la palabra y la puso en práctica; porque su acción estuvo animada por la caridad y por el espíritu de servicio, es decir, porque fue la primera y la más perfecta discípula de Cristo: lo cual tiene valor universal y permanente" (MC 35).
La devoción a María es, ante todo, derivación del culto al único Mediador, Cristo, y, a su vez, es instrumento eficaz para incrementarlo. Este es el sentido de esa doble fórmula acuñada por una espiritualidad ya secular: «A Jesús por María y a María por Jesús»; expresión sencilla y admirable de la unidad inseparable de Madre e Hijo. Sólo desde María entendemos el misterio de Jesús, y sólo desde Jesús entendemos la importancia de María.
2.1. La conciencia de su vocación.
La maternidad divina de María es el origen y la explicación de todos sus privilegios, y el fundamento de su misión única en la historia de la salvación. Para ser Madre de Dios, el Eterno la predestinó, la eligió y le concedió la plenitud de gracia. Por ser Madre de Dios, María es instrumento y cauce de la entrega de Dios a la humanidad, portadora de la salvación, Madre de los hombres, y especialmente de los creyentes.
La Virgen María, Madre de Dios y Madre de todos los miembros del Pueblo de Dios siempre ha estado asociada a la obra del Espíritu. Por El concibió en su seno al Verbo de Dios y le esperó con los apóstoles, perseverando en la oración (cf. LG 52 y 59), después de la Ascensión del Señor. Por eso, desde el principio hasta el fin de un itinerario de formación, las religiosas y los religiosos encuentran la presencia de la Virgen María.
«Entre todas las personas consagradas sin reserva a Dios, ella es la primera. Ella, la Virgen de Nazaret, es también la más plenamente consagrada a Dios, consagrada del modo más perfecto. Su amor esponsal alcanza su ápice en la maternidad divina por obra del Espíritu Santo. Madre, ella lleva en sus brazos a Cristo, y al mismo tiempo responde del modo más perfecto a su llamada « sígueme ». Ella, su madre, lo sigue como a su Maestro en castidad, pobreza y obediencia (…). Si María es el primer modelo para toda la Iglesia, lo es con más razón para las personas y comunidades consagradas dentro de la Iglesia ». Cada religioso está invitado « a reavivar (su) consagración religiosa según el modelo de la consagración de la misma Madre de Dios ».
El religioso encuentra a María no sólo a título de modelo sino también a título materno. « Ella es la Madre de los religiosos puesto que ella es la Madre de aquel que fue consagrado y enviado. La vida religiosa encuentra en su Fiat y en su Magnificat la totalidad de su abandono a la acción consagratoria de Dios y el estremecimiento de gozo que de ella nace ». (VC 20)
En la "Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis" pide al seminarista que "ame ardientemente, según el espíritu de la Iglesia, a la Virgen María, Madre de Cristo unida a Él de una manera especial en la obra de la redención" (Congregación para la Educación Católica, Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, Romae, 1985, 54 e).
En la "Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los seminarios" (6 de enero, 1980) observa que "nada puede llevar (…) mejor que la verdadera devoción a la Virgen María, concebida como un esfuerzo cada vez más completo de imitación, a la alegría de creer" (ib., Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los seminarios, II, 4).
El Código de Derecho Canónico, al tratar de la formación de los candidatos al sacerdocio, recomienda el culto de la Santísima Virgen María, alimentado con aquellos ejercicios de piedad con los que los alumnos adquieren el espíritu de oración y fortalecen su vocación (cf. Codex luris Canonici, can. 246, par. 3).
2.2. La ruta de acceso a la formación de la plena madurez[20]
No es posible decir mucho sobre la psicología, o sea, sobre la personalidad de María. Pero hay algunos elementos que podemos tener en cuenta. En primer lugar, sobre la base de los conocimientos adquiridos a propósito de la relación madre e hijo y de su importancia para la formación del carácter y, más globalmente, de la personalidad de los hijos, es la figura de Jesús —tal como ha sido transmitida por los escritos neotestamentaria— la que nos puede suministrar importantes indicaciones. Considerando las características humanas de Jesús y teniendo en cuenta las nociones antes insinuadas, especialmente con referencia al papel materno en los procesos de identificación y en el desarrollo de las energías emotivo-afectivas, podemos deducir que su madre debía de ser una personalidad dotada de notable fuerza de ánimo, capaz al mismo tiempo de abandonarse a las expresiones más exquisitas de la sensibilidad del psiquismo humano: amistad, ternura, entusiasmo, compasión. Algunos datos históricos nos dan además ulteriores elementos para conocer la personalidad de María. Ante todo, las experiencias religiosas y sociales de su tiempo, mostrándola compenetrada de los fermentos más significativos de la cultura judía contemporánea. La anunciación constituye también otro momento significativo desde el punto de vista psicodinámicas; ante una experiencia tan inesperada y arriesgada, parangonable a un shock, ella muestra una elevada capacidad de control de sus reacciones y de la situación, conduciendo el diálogo del modo más adecuado. Igualmente indicativo es el momento de su participación en la muerte del Hijo, ya que, además de una reacción extremadamente digna, hemos de deducir que María supo mantener una lucidez y conciencia tales que el Hijo pudo confiarle en aquel momento la iglesia naciente. Esto se confirma, en cierto modo, por el hecho de reunirse la primitiva comunidad cristiana en torno a ella como punto de referencia y factor unificador de las esperanzas de los creyentes asustados.
2.3. Los signos de la formación en la verdadera madurez.
Partiendo de la afirmación de Luigi Imoda, "En realidad desde siempre la formación ha sido considerada como instrumento a la consagración, como un largo proceso de preparación a la ofrenda de sí a Dios"[21]. Prosigue expresando, que también "la psicopedagogía posee su propia definición", algo que está en la línea de Galimberti, esto es: "El desarrollo de las adquisiciones espirituales práctica y teórica que acompaña la maduración del individuo en lo psicológica o como en lo profesional". Es lo que de hecho afirma Alvaro Cacciotti:
"De alguna manera la tarea de la espiritualidad se encuentra en el establecimiento de un modelo de vida espiritual que puede conducir válida y eficazmente un camino de la fe a la perfección evangélica, o, si se quiere, la santidad"[22].
Todo esto lo ha expresado sabiamente el Concilio Vaticano II, en el Lumen Gentium capítulo V, en la unión con Cristo, fuente de gracia y santificación, como franciscano, podemos parafrasear junto a K Esser: "María es la madre de Jesús y es el instrumento escogido por la Trinidad para su obra de salvación" (p 309). Esta devoción mariana de Francisco no se demuestra tanto en la práctica, Francisco tenía predilección, de entre todas las fiestas marianas por la de la Asunción, afirma K. Esser.
"La ricerca di Gesú è vana e infruttuosa se non passa per Maria; entrare del mistero di Gesú non è possibile se si dimentica che Egli è il Figlio di Maria: perchè nessuno e penetrato como Lei nel mistero del Cristo"[23].
Todos los escritores de Francisco ven en continuidad con el ideal del seráfico padre, y con ello se anticipa largamente "las conquista modernas de la mariología y del culto mariano" (Ciccarelli, p 273).
La Congregación para la Educación Católica quiere llamar de modo especial la atención de los formadores de seminarios sobre la necesidad de suscitar una auténtica piedad mariana en los seminaristas, aquellos que serán un día los principales agentes de la pastoral de la Iglesia. Hurgando en el documento JPIC, Justicia, Paz e Integridad de la Creación (Roma 2010), Un itinerario formativo para una vida religiosa profética, no se menciona en ninguna parte a María. "Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis" pide al seminarista que "ame ardientemente, según el espíritu de la Iglesia, a la Virgen María, Madre de Cristo unida a Él de una manera especial en la obra de la redención" (Congregación para la Educación Católica, Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, Romae, 1985, 54 e).
en la "Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los seminarios" (6 de enero, 1980) observa que "nada puede llevar (…) mejor que la verdadera devoción a la Virgen María, concebida como un esfuerzo cada vez más completo de imitación, a la alegría de creer" (ib., Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los seminarios, II, 4), tan importante para quien tendrá que hacer de su propia vida un continuo ejercicio de fe.
Parafraseando al ex ministro General de los OFM menores: "No se puede ser devoto de la santísima Virgen María y desatender el testimonio de camino junto al Hijo, hasta la misma cruz" o caer en un cristocentrismo desatendiendo a su Madre la santísima Virgen María. "Así seremos dignos de nuestra gloriosa tradición mariana (…) Buenaventura, Antonio de Padua, Duns Scoto, Jacopone da Todi, Bernardino de Siena. Devotos-enamorados, pero santos"[24].
ANEXOS
I. Casos de violencia dentro de las iglesias.
Algunos testimonios, que me pareció importante dentro del enfoque dado a este trabajo. No pretendo ser exhaustivo ni mucho menos. Desgraciadamente afirma Ana Lutterman-Aguilar: como pastora protestante, teóloga feminista, y misionera de la Iglesia Unida de Cristo que ha participado por casi quince años en el trabajo ecuménico e inter-religioso, representando en diferentes momentos hasta nueve diferentes iglesias (incluyendo los Luteranos, Presbiterianos, Metodistas, Menonitas, y otras), he comprobado personalmente que la violencia existe en el interior de nuestras iglesias protestantes. Esta violencia se manifiesta en diversas formas, como lo son:
1. Violencia económica: Por salarios muy bajos, especialmente para las mujeres que trabajamos en las iglesias como secretarias o aún como ministras, quienes tendemos a recibir salarios más bajos que los hombres. De ésta manera abusan del deseo de muchas mujeres a servir a la iglesia y del perjuicio y mentira cultural que dice que las mujeres no tenemos tantas obligaciones económicas como los hombres.
2. Violencia psicológica: Por la discriminación en contra de pastoras. Por ejemplo, aunque en mi iglesia se han ordenado mujeres como ministras por más de 100 años, todavía es muy difícil que nosotras ascendamos a puestos altos en la iglesia, y rara vez llegamos a ser ministros principales en iglesias grandes. Casi siempre estamos relegadas a ser las asistentes del pastor o la directora de educación cristiana. Además, aunque en mi iglesia se han ordenando hombres abiertamente gay y mujeres abiertamente lesbianas como pastores desde 1979, y aunque hemos logrado celebrar matrimonios gay y lésbicos dentro de la iglesia, la discriminación sigue.
3. Violencia sexual y el abuso de poder por parte de los ministros: Ha habido demasiados casos de relaciones entre ministros y mujeres que son miembros de sus congregaciones que han acudido a ellos en búsqueda de consejo. En muchos casos, los ministros han abusado de su poder y del respeto que las mujeres tienen por ellos, empezando aventuras sexuales que terminan destruyendo la confianza de la mujer en su iglesia y lastimando su autoestima. Por eso, aún cuando no hay violencia física en estas relaciones, siempre son psicológicamente violentas. En el último puesto que yo ocupaba, como pastora ecuménica en la capilla de una universidad grande, cinco estudiantes presentaron denuncias en contra de un pastor de alto rango por haberlas acosado sexualmente. Esto sucedió hace siete años, pero el ministro sigue en su puesto. Además, han habido casos de violación sexual cometido por ministros y otras autoridades religiosas. Sin embargo, estos criminales rara vez son castigados, por que las iglesias no quieren sacar su ropa sucia a la luz pública.
Nuestras iglesias no pueden hablar de la liberación del pueblo, y mucho menos de la liberación de la mujer, mientras que estos tipos de violencia sigan. Para responder a la violencia en la sociedad, hay que empezar con una limpieza en casa. Por lo tanto, nuestras iglesias deben de tomar medidas fuertes en contra de todo tipo de violencia y dejar de ser hipócritas. Como mujeres creyentes, tenemos que denunciar y eliminar todo tipo de violencia que surja dentro de nuestras iglesias para poder construir el reino de Dios.
II. Conceptos teológicos que fomentan violencia
Además, las mujeres de fe debemos reconocer que, independientemente de diferencias entre nuestras iglesias, compartimos varios conceptos teológicos que fomentan violencia. Son conceptos tan antiguos y aceptados —muchas veces por nosotras mismas— que son muy difíciles de arrancar. Sin embargo, si no analizamos y no reformulamos nuestra teología, seguiremos inconscientemente aceptando, sosteniendo, y generando la violencia psicológica y física que nos está ahorcando.
Me gustaría señalar cuatro conceptos teológicos que creo debemos rechazar o reinterpretar para rescatar nuestra dignidad como mujeres: 1) la masculinidad de Dios; 2) la voluntad de Dios; 3) el pecado —y especialmente el concepto del sexo como pecado— y 4) el auto sacrificio. Los primeros dos conceptos —la masculinidad de Dios y la voluntad de Dios— han sido temas de debate tanto para judíos como cristianos, mientras que los otros dos —el pecado y el auto sacrificio— son conceptos que han sido interpretados y utilizados en una forma muy diferente y mucho más dañina entre cristianos. Por eso representan un gran reto para las mujeres cristianas —protestantes, evangélicas, y católicas.
II. 1. La Masculinidad de Dios.
El concepto de la masculinidad de Dios es un concepto fundamentalmente violento porque no reconoce la feminidad de Dios y mucho menos la divinidad dentro de las mujeres. Si Dios es masculino, se refleja más en los hombres que en las mujeres. Como han dicho muchas veces, el hecho de verle a Dios como hombre convierte el hombre en Dios, dejándonos las mujeres como seres de segunda clase que podemos ser violadas y asesinadas con impunidad como en el caso de las mujeres de Ciudad Juárez.
II. 2. La Voluntad de Dios.
El segundo concepto dañino es la creencia que todo que sucede ocurre porque es la voluntad de Dios todopoderoso. Por un lado, suena bien y nos hace sentir seguras de que todo está bajo control de Dios. Sin embargo, esta creencia nos lastima.
Hace algunos años, asistí el funeral de la hija de una amiga. Durante la homilía, el sacerdote le dijo a ella que no debía llorar porque su hijita ya era un ángel en el paraíso. ¿Suena lindo, no? Pero debemos analizarlo bien. ¿Cuáles mensajes le estaba dando el sacerdote a la madre que sufría?
1. Que no debía llorar, o sea, estaba prohibiéndole sus emociones más naturales en ese momento, robándole su valor humano, y diciéndole que no tenía derecho a sentir lo que sentía. Esto representa violencia psicológica.
2. Le estaba diciendo que Dios tomó a su hija porque quería otro ángel en el paraíso. ¿Qué tipo de mensaje es? ¡Inconscientemente estaba diciendo que Dios mata! ¡Que Dios es tan egoísta que tomó la vida de esta niña inocente, negándole a ella la oportunidad de disfrutarla como hija!
¿Aceptamos la idea que cuando se nos muere un ser querido, es por la voluntad de Dios? Cuando una mujer es violada, ¿es por castigo divino? ¿Que cuando una mujer esta golpeada por su esposo, es porque Dios así lo quiere, y por lo tanto, tiene que aguantarlo? ¿Aceptamos la idea de que cuando explota un volcán y mata miles de personas, es por la voluntad de Dios? O ¿el holocausto fue la voluntad de Dios?
Estimo que este concepto teológico de la voluntad de Dios ha sido utilizado en una forma que es psicológicamente muy violenta por negarnos nuestras emociones y por mantenernos sometidas a situaciones de opresión. Las que creemos en un Dios libertador —un Dios de la vida y no de la muerte, un Dios que condena y no fomenta la violencia— tenemos que cuestionar esta creencia que todo lo que sucede es la voluntad de Dios. Para hacer realidad la promesa de una vida sin violencia psicológica o física, debemos tener mucho cuidado cuando hablemos de la voluntad de Dios.
II. 3. El Pecado y Culpabilidad.
El tercer concepto teológico que debemos cuestionar es el concepto del pecado. Insisto, junto con otras teólogas feministas, que las iglesias cristianas se han enfocado demasiado en el pecado y no suficientemente en el amor de Dios o el valor de la mujer. Al contrario, desde nuestra niñez, le enseñan que somos pecadoras, así lastimando nuestra autoestima e infligiendo en nosotras violencia psicológica, y justificando a los que han sido violentos con nosotras.
Nos han enseñado que casi todo es pecado. El enojo es pecado: así que una niña que odia a su tío es pecadora, a pesar de que el tío la ha abusado o violado. El hecho de no honrar a los padres es pecado: así que una joven que no respeta a su padre es pecadora, a pesar de que él la ha maltratado física y psicológicamente. Debe quererlo porque es su padre y hay que respetarle. El divorcio es pecado: así que una mujer que quiere divorciarse del esposo que la golpea es pecadora, porque el divorcio es pecado. Debe seguir con él y aguantarlo.
Podemos ver claramente que el énfasis que las iglesias cristianas han dado al pecado tiene consecuencias violentas. Sin embargo, es necesario señalar que uno de los conceptos teológicos más violentos es la creencia que el sexo es pecado. La Biblia casi no habla del sexo. Busquemos en nuestras Biblias y descubriremos que es un tema de poca importancia en la Biblia. Sin embargo, ha sido uno de los temas más importantes para casi todas las iglesias cristianas, y es el concepto que más ha lastimado a la mujer; robándonos el derecho al placer sexual, quitándonos la posesión de nuestros propios cuerpos y el derecho de tomar nuestras propias decisiones sobre ellos; y finalmente llenándonos con un sentido de culpabilidad que destruye nuestra autoestima. Mujeres que han tenido relaciones sexuales sin ser casadas y mujeres lesbianas o bisexuales son especialmente castigadas y excluidas por las iglesias, a pesar de que hay muy poca fundación bíblica para justificar ese trato.
Para hacer realidad la promesa de una vida sin violencia, debemos dejar de hablar tanto del pecado, cuestionar la idea de que el sexo es pecado, y empezar a hablar de la aceptación de Dios para todas las niñas, jóvenes, y mujeres, porque Dios nos creó con nuestros cuerpos, inclusive con la posibilidad de experimentar el placer, y porque Dios nos acepta tal como somos, aún cuando estamos enojadas y aún cuando rompemos las reglas y normas de la sociedad.
II. 4. Sacrificio y Abnegación.
El cuarto concepto teológico que nos ha limitado y que ha sostenido la violencia física y psicológica en contra de las mujeres es el concepto del sacrificio, especialmente el auto sacrificio y la abnegación. Aunque probablemente todas estamos de acuerdo que el sacrificio es un valor religioso muy importante, debemos reconocer que hemos dado demasiado peso a este valor sin cuestionarlo. ¿Cuántas mujeres conocemos que están orgullosos de su propio sufrimiento y auto sacrificio frente esposos alcohólicos y abusivos? ¿Cuántas mujeres conocemos que ven el abuso como su cruz? ¿Cuántas veces hemos escuchado la frase «¡Nadie sabe que tanto he sufrido!» Por un lado, tenemos que respetar a la mujer que ha soportado tanto sufrimiento. Pero por otro lado, tenemos que admitir que el énfasis en el sacrificio nos ha obligado a ser sumisas y a aceptar todas formas de violencia. Debemos cuestionar la insistencia discriminatoria de las iglesias en el valor del sacrificio de la mujer e insistir que dejen de decirnos a nosotras las mujeres que tenemos que aceptar una cruz.
Desde nuestra niñez, nos enseñan a servirles a los demás (especialmente a los hombres) y a sacrificarnos, pero ¿les enseñan lo mismo a los niños? ¿Cuándo no hay suficiente dinero en la familia para mandar a todos los hijos a la escuela, quienes son los primeros para ser sacrificados: ¿los niños? ¿O las niñas? ¿Cuántas veces han dicho las autoridades religiosas que las mujeres debemos aguantar injusticias cometidas por los hombres porque es nuestra cruz que tenemos que cargar? Sin embargo, la Biblia nos enseña que a veces otros valores son más importantes que el sacrificio. Por ejemplo, Jesús dice que María —quien se sentó a los pies de Jesús para escuchar sus palabras mientras que su hermana Marta se ocupaba con los muchos quehaceres, sirviéndole a Jesús— que ella «escogió la parte mejor» cuando decidió educarse en lugar de servir. (Lucas 10,38-42)
No hay duda que las iglesias cristianas están llenas de mujeres y que la mayoría nos identificamos con el sacrificio de Jesús. Hemos sido crucificados en mil maneras. Sin embargo, Dios no quiere que suframos o que sigamos auto sacrificándonos. Al contrario, Dios nos ofrece la vida plena. Por lo tanto, si queremos hacer realidad la promesa de una vida sin violencia, tenemos que arrancarnos de la cruz y crear condiciones para la resurrección de la mujer. O sea, debemos dejar de decirles a las mujeres que siempre tienen que sacrificarse y llevar su cruz. Ha llegado el momento para la resurrección —para empezar a construir vidas sin violencia— vidas llenas de amor, autoestima y justicia social"[25]. "Por lo demás, no hay necesidad de proclamarse feminista para ver que todo el discurso eclesial sobre la mujer lo han desarrollado siempre voces masculinas"[26].
"A nivel de Iglesia, se ha concientizado la situación de opresión en la que vive el continente latino americano y, sobre todo, la opresión a la que se encuentran sometidos los sectores más populares —y al mismo tiempo más mayoritarios—, de nuestra población, hecho que se ha visualizado con la teoría de las dependencias. Si la opresión la conjugamos con la cultura machista, tendremos que afirmar que la mujer pobre en América Latina es la más oprimida de los oprimidos, la más pobre de los pobres. En efecto, ella no sólo padece las consecuencias generales de las estructuras generadoras de injusticia, sino que además, por encontrarse en un clima machista, tiene que padecer graves discriminaciones, tanto en el campo jurídico, como en el laboral y educacional. Más aún, muchas veces es agredida en su salud y en su fecundidad por interesadas campañas antinatalistas. Y además continúa siendo oprimida por los propios oprimidos, cuando en éstos prevalece la mentalidad machista"[27].
Quizás la expresión más cruda de esta desigualdad, generadora de injusticia la encontramos en el crimen de la concubina del Levita de Efraím: Jueces, capítulo 19. A lo largo de toda la Biblia encontramos pasajes que nos "muestran" que esa situación de inferioridad femenina es tan antigua como las raíces mismas de Occidente. Uno de esos pasajes en los que vemos a la mujer indefensa frente al hombre, es en la violación de Dina. Génesis, 34. Esta historia recogida por la Biblia no pasaría de ser el germen de un drama si constituyera una situación de excepción o fruto de la imaginación de su autor… pero esta situación es paradigmática de la historia de la mujer en nuestras sociedades. Por ello es necesario que convoque nuestra indignación. Como lo dijimos, en la Biblia encontramos muchas veces textos y situaciones en los que la mujer padece marginación y opresión. Y esto, por doble causa: la opresión y marginación de los pobres en Israel, y la situación de desigualdad de la mujer en esta sociedad.
III. Masculinidad y feminidad[28]
— Por cada mujer fuerte cansada de aparentar debilidad, hay un hombre débil cansado de parecer fuerte.
— Por cada mujer cansada de tener que actuar como una tonta, hay un hombre agobiado por tener que aparentar saberlo todo.
— Por cada mujer cansada de ser calificada como "hembra emocional", hay un hombre a quien se le ha negado el derecho a llorar y a ser delicado.
— Por cada mujer catalogada como poco femenina cuando compite, hay un hombre obligado a competir para que no se dude de su masculinidad.
— Por cada mujer cansada de ser un objeto sexual, hay un hombre preocupado por su potencia sexual.
— Por cada mujer que se siente atada por sus hijos, hay un hombre a quien le ha sido negado el placer de la paternidad.
— Por cada mujer que no ha tenido acceso a un trabajo o a un salario satisfactorio, hay un hombre que debe asumir la responsabilidad económica de otro ser humano.
— Por cada mujer que desconoce los mecanismos del automóvil, hay un hombre que no ha aprendido los secretos del arte de cocinar.
— Por cada mujer que da un paso hacia su propia liberación, hay un hombre que redescubre el camino hacia la libertad. (Anónimo).
Hoy de cada tres mujeres, una recibe malos tratos; cada ocho segundos una mujer es maltratada físicamente y en muchos casos es víctima del propio marido7. Por cada varón que emigra en Indonesia, lo hacen tres mujeres. El 80% de los desplazados y refugiados del mundo son también ellas. Las violaciones, las repercusiones del "turismo sexual" y del abuso, la venta y compra de mujeres… son incontables en todas partes, pero el aumento de estas prácticas entre las mujeres del Tercer Mundo es escalofriante.
En algunas culturas se practica la ablación del clítoris y/o el coser de los labios vaginales que el novio abrirá con un cuchillo el día de la boda, afirmando así la "toma de posesión" sobre ella. Hay 110 millones de mujeres y niñas con los órganos genitales mutilados y cada año se siguen mutilando 2 millones más. En China, India, Bangladesh, Corea del Sur… los infanticidios y los abortos son selectivos y las víctimas, en un 99%, son niñas. En consecuencia, por ejemplo, China cuenta con 52 millones más de chinos que de mujeres en edad de casarse. En bastantes países y algunas culturas, todavía hoy, se permite el repudio y la poligamia. La cultura islámica da una invisibilidad a las mujeres obligándolas a llevar un velo y confirmando así la posesión.
Siempre han existido mujeres que se han encontrado a disgusto en este estado de dependencia, de encerramiento y de silencio físico y psíquico al que estaban sometidas a causa de su "sexo y condición". Algunas, de una forma u otra, lo han dejado escrito o lo dijeron más o menos abiertamente con sus reacciones y resistencias: Safo de Lesbos (625580, a.c.), Leonor de Aquitania (s. XII), Cristina de Pisan (s. XIVXV)…
Violante de Montcada (s. XV), al igual que otras muchas abadesas de su tiempo, se opuso enérgicamente a una imposición de la clausura que se hacía "encaramándose sobre su Regla" y costumbres. Margarita de Navarra (s. XVI) ironizó al "Decamerón" de Bocaccio y le replicó en el "Heptamerón". María de Gournay (XVI), hija adoptiva de Montaigne, publicó un tratado sobre "la igualdad de hombres y mujeres" en el que protesta enérgicamente de la situación.
Sor Juana Inés de la Cruz (s. XVII), además de ser una excelente poetisa, reclamó para las mujeres el derecho de hacer teología. Mary Ward (s. XVII), fundadora de las "damas inglesas", tuvo muchísimas dificultades con los varones de la curia romana, a causa de sus ideas sobre la vida religiosa y no estaba nada de acuerdo en ser tratada siempre con referencia a los varones: "¡Como si en todo fuéramos inferiores a otra criatura que supongo debe ser el hombre!"
Anna Marie von Schurman (XVII) se definía como feminista y fundó una secta anabaptista.
Por citar sólo unas pocas más conocidas en la cultura occidental, aunque de diferentes países y épocas, en circunstancias y estados de vida diversos.
Necesitamos unos modelos paradigmáticos de unas relaciones Hombre-Mujer no jerarquizados, más comunitarios, que se reconocen en alteridad y en reciprocidad, sin miedos ni dominaciones. El fundamento teológico está basado en el misterio de la Encarnación. En ella, Dios mismo se hace solidario, "compañero, colaborador", con los seres humanos y establece unas relaciones nuevas, en alteridad. Y en Jesús estas relaciones se nos hacen visibles y cercanas.
IV DOCUMENTO DE APARECIDA
IV.1. Los consagrados y consagradas, discípulos misioneros de Jesús Testigo del Padre[29]
La vida consagrada es un don del Padre por medio del Espíritu a su Iglesia[30]y constituye un elemento decisivo para su misión[31]Se expresa en la vida monástica, contemplativa y activa, los institutos seculares, a los que se añaden las sociedades de vida apostólica y otras nuevas formas. Es un camino de especial seguimiento de Cristo, para dedicarse a Él con un corazón indiviso, y ponerse, como Él, al servicio de Dios y de la humanidad, asumiendo la forma de vida que Cristo escogió para venir a este mundo: una vida virginal, pobre y obediente[32]
En comunión con los Pastores, los consagrados y consagradas son llamados a hacer de sus lugares de presencia, de su vida fraterna en comunión y de sus obras, espacios de anuncio explícito del Evangelio, principalmente a los más pobres, como lo han hecho en nuestro continente desde el inicio de la evangelización. De este modo colaboran, según sus carismas fundacionales, con la gestación de una nueva generación de cristianos discípulos y misioneros, y de una sociedad donde se respete la justicia y la dignidad de la persona humana.
Desde su ser, la vida consagrada está llamada a ser experta en comunión, tanto al interior de la Iglesia como de la sociedad. Su vida y su misión deben estar insertas en la Iglesia particular y en comunión con el Obispo. Para ello, es necesario crear cauces comunes e iniciativas de colaboración, que lleven a un conocimiento y valoración mutuos y a un compartir la misión con todos los llamados a seguir a Jesús.
En un continente, en el cual se manifiestan serias tendencias de secularización, también en la vida consagrada, los religiosos están llamados a dar testimonio de la absoluta primacía de Dios y de su Reino. La vida consagrada se convierte en testigo del Dios de la vida en una realidad que relativiza su valor (obediencia), es testigo de libertad frente al mercado y a las riquezas que valoran a las personas por el tener (pobreza), y es testigo de una entrega en el amor radical y libre a Dios y a la humanidad frente a la erotización y banalización de las relaciones (castidad).
En la actualidad de América Latina y El Caribe, la vida consagrada está llamada a ser una vida discipular, apasionada por Jesús-camino al Padre misericordioso, por lo mismo, de carácter profundamente místico y comunitario. Está llamada a ser una vida misionera, apasionada por el anuncio de Jesús-verdad del Padre, por lo mismo, radicalmente profética, capaz de mostrar a la luz de Cristo las sombras del mundo actual y los senderos de vida nueva, para lo que se requiere un profetismo que aspire hasta la entrega de la vida, en continuidad con la tradición de santidad y martirio de tantas y tantos consagrados a lo largo de la historia del Continente. Y al servicio del mundo, apasionada por Jesús-vida del Padre, que se hace presente en los más pequeños y en los últimos a quienes sirve desde el propio carisma y espiritualidad.
De manera especial, América Latina y El Caribe necesitan de la vida contemplativa, testigo de que sólo Dios basta para llenar la vida de sentido y de gozo. "En un mundo que va perdiendo el sentido de lo divino, ante la supervaloración de lo material, ustedes queridas religiosas, comprometidas desde sus claustros en ser testigos de unos valores por los que viven, sean testigos del Señor para el mundo de hoy, infundan con su oración un nuevo soplo de vida en la Iglesia y en el hombre actual"[33].
Formación[34]para ser completa, debe incluir todas las áreas de la vida cristiana ya la vida consagrada. Cabe esperar, por tanto, un ser humano, cultural, espiritual y pastoral, con toda la atención, porque está a favor de la integración armoniosa de los diferentes aspectos. La formación inicial, entendida como el proceso evolutivo que pasa por todas las etapas de maduración personal – desde el psicológico y espiritual a lo teológico y pastoral – se debe reservar un espacio lo suficientemente grande de tiempo. En el caso de las vocaciones al sacerdocio, que es partido y se mezclan con un currículo específico, como parte de un programa más amplio.
V. SANTIDAD, FORMACIÓN A LA VIDA CONTEMPLATIVA[35]
La autora de este artículo define lo esencial en su reflexión sobre la característica de la persona en este tiempo. A mi parecer tiene una validez en el trabajo que estoy realizando. A continuación en una sucinta síntesis extraigo la visión de la persona.
El hombre "en trozos" – el hijo de la unidad que está siendo redescubierto. Un hombre que considera a sí mismo más y las otras piezas "en una rutina de ser muy profundo.
El prisionero al hombre su libertad – "para ser recibidos a la obediencia." Y aquí la palabra "obediencia", el más querido por todas las formas de la vida religiosa, ya que define la vida religiosa de Jesús Cristo.
El empobrecimiento del corazón humano – la habilidad para iluminarlas todo. Y voluntad que la picadura de la vida cotidiana… lógica implacable que moldea el corazón: se queda pequeño y asustado, como todos, pero trate de mantener allí: "Confía en el Padre."
El hombre se fue con el presente – un retorno a la vida como una peregrinación. El hombre es todo "aquí y ahora, su actual falta de profundidad y por lo tanto es en última instancia, sin esperanza.
El yo en el Centro – variedad espacios de la paciencia y el silencio. La mentalidad de esta vez me puse a la persona en el centro de todo, el centro de su personal a un estrecho horizonte sofocante.
Yo narcisista – los hermanos "menores" hermanas "pobres". Hoy día las relaciones son a menudo fundada sobre la posesión, sobre el tener, de conquistar, dominar, lo atan: el hombre siempre está "fuera de sí" para no sentir que falta, el vacío que queda en el corazón y no es ir, y al final de cada batalla, cada conquista, perdido o ganado que, emerge prepotente, sólida como la sólida verdad de las cosas.
Es este el mundo donde la persona debe lidiar para vivir "los sentimientos de Cristo", el ideal de la vocación en la humildad de María, en el servicio, en el amor.
"Podemos decir que también dentro de la Iglesia hay personas que dejan transparentar un seguimiento de Jesús claro y comprometido. Ciertamente, sin embargo, esto no es un comportamiento de masa: son pocos, quizá solamente aquel fermento del cual la Iglesia y la sociedad tienen hoy necesidad. En este sentido querría subrayar uno de los aspectos significativos, que por lo que nos atañe no podemos dejar olvidado: el cambio en la conciencia de la mujer"[36].
Con la intención de ofrecer una formación para todos, hombres y mujeres, ha prevalecido una visión masculina de la formación incluso para la vida religiosa femenina. Lo que se pretende es ver la singularidad pero a la vez la complementariedad, como lo fueron Clara y Francisco. Un diálogo más abierto y constructivo ayudará a humanizar desde dentro la estructura clerical de la Iglesia institución y en la acción apostólica, el mundo de hoy, revelando un rostro nuevo de Dios, que es Padre y Madre. Como diría Leonardo Boff: "el rostro materno de Dios".
CONCLUSIÓN
Desde hace relativamente poco tiempo, sin embargo, nos vamos haciendo día tras día más conscientes de que tanto el mundo como la Iglesia se transforman continua y aceleradamente. Las necesidades de los tiempos actuales tienden a salírsenos de las manos o a tornarse incompatibles con la formación anterior. Percibimos nuestra incapacidad e incompetencia para enfrentar las realidades y exigencias de una nueva situación. El talante actual del ser humano se define esencialmente por la apertura, la clarividencia, la disposición para lo nuevo, y la conciencia de que toda persona requiere constantemente aprendizaje y readaptación. Es esta conciencia la que nos obliga a cambiar el antiguo concepto de formación por la convicción de que la totalidad de la vida se ha de mirar como un proceso ininterrumpido de aprendizaje, al que deberemos entonces dedicarnos con nuestro ser y con nuestros corazones siempre atentos.
IGUALDAD Y DIGNIDAD DE LA MUJER
La mujer como el hombre es imagen de Dios. "Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó" (Gen 1,27). La tarea de dominar al mundo, de continuar con la obra de la creación, de ser con Dios co-creadores, corresponde pues a la mujer tanto como al hombre.
LA MISIÓN DE LA MUJER EN LA IGLESIA:
Ya en el Antiguo Testamento encontramos mujeres que tuvieron tareas relevantes en el Pueblo de Dios, como María la hermana de Moisés, Ana, las profetisas Deborah y Juldá (2 Re 22,14), Rut, Judit y otras.
En la Iglesia, la mujer participa de los dones de Cristo y difunde su testimonio por la vida de fe y de caridad, como la samaritana (cf. Jn 4), como las mujeres que acompañaron y sirvieron con sus bienes al Señor (cf. Lc 8,2); las mujeres presentes en el Calvario (cf. Jn 19,25); como las mujeres que, enviadas por el Señor mismo, anuncian a los Apóstoles que él había resucitado (cf. Jn 20,17); como las mujeres en las primeras comunidades cristianas (cf. Hch 1,14; Rm 16,1-15).
Pero sobre todo ella hace esto como María en la anunciación, que acepta incondicionalmente la palabra del Señor (cf. Lc 1, 26ss.); en la Visitación, sirviendo y anunciando la presencia del Señor (cf. Lc 1,39-45), en el Magníficat, cantando proféticamente la libertad de los hijos de Dios y el cumplimiento de la promesa (cf. Lc 1,46ss.); en la Natividad, dando a luz al Verbo de Dios y ofreciéndolo a la adoración de todos los que lo buscan, sean sencillos pastores o sabios venidos de tierras lejanas (cf. Lc 2, 1-8); en la huida a Egipto, aceptando las consecuencias de la sospecha y de la persecución de que es objeto el Hijo de Dios (cf. Mt 2,13ss.); ante el comportamiento misterioso y adorable del Señor, guardando todo en su corazón (cf. Lc 2,51); en una presencia atenta a las necesidades de los hombres, provocando el "signo mesiánico", propiciando la fiesta (cf. Jn 2, 1-11); en la cruz, fuerte, fiel y abierta a la acogida maternal universal; en la espera, ardiente con toda la Iglesia, de la plenitud del Espíritu (cf. Hch 1s.); en la Asunción, celebrada en la Liturgia por la Mujer, símbolo de la Iglesia del Apocalipsis (cf. Ap 12).
¿Orar a la Virgen? ¿Por qué no? Los cristianos del siglo II ya se dirigían a María, con esta hermosa plegaria, la más antigua que conocemos:
«Bajo tu protección nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicasque te dirigimos en nuestras necesidades;antes bien, líbranos de todo peligro,oh Virgen gloriosa y bendita».
María, es nuestra madre; María está junto a su Hijo y junto al Padre; ¿cómo no les va a pedir por nosotros?
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PRINCIPALES OBRAS GENERALES DE ESPIRITUALIDAD FRANCISCANA
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