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Descartes (página 3)


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Es evidente que el sentido de esa necesidad de "protec-ción" se relacionaba con su temor a la jerarquía católica fran-cesa y con los ataques que su filosofía estaba recibiendo por parte de las autoridades académicas holandesas. Además, sus disputas con los protestantes podían reproducirse igualmente con los católicos, pues la filosofía cartesiana implicaba el re-chazo de las famosas "vías" de Tomás de Aquino y, además, la postura del "doctor angélico" estaba más en consonancia con las tesis de Roma que las del jesuita Luís de Molina y las de J. Arminio, a las que Descartes parecía estar más próximo.

Tiene interés señalar cómo, en estas cartas a Chanut, Descartes trata de suscitar la compasión hacia él, cosa que su orgullo nunca antes le había permitido hacer, refiriéndose confidencialmente a "un sinfín de eruditos que interpretan mal mis escritos y buscan maneras de perjudicarme a toda costa" y a su deseo de "ser conocido también por gentes […] capaces de protegerme". Pero su franqueza con el embajador no parece ser consecuencia de la necesidad de expansionarse con él contándole sus penas, sino con la intención de suscitar en él una compasión que le lleve a poner mayor empeño en ayudarle.

En París Chanut hace que Descartes conozca al canciller Séguier a fin de que pueda "solicitar una pensión para faci-litar sus experimentos"[75]; y en Suecia habla a la reina Cristina de la filosofía del pensador francés. Descartes, al enterarse, intuye una posible solución en la corte sueca para sus pro-blemas económicos y para superar el malestar que está sin-tiendo en Holanda por los ataques a su persona y a su filosofía, y posiblemente también para aumentar su prestigio intelectual.

-En aquel año disputa con Trigland en la universidad de Leiden. Trigland ataca el principio cartesiano de que "la duda es el principio de la filosofía", pues considera que dicho principio conduce a los alumnos al escepticismo y al ateísmo.

-La universidad de Leiden, como ya lo había hecho la de Utrecht en 1640, prohíbe la filosofía cartesiana, imponiendo el aristotelismo, y Revius, rector de la Escuela de Teología de la Universidad de Leiden, declara que Descartes es un blasfemo por sugerir que Dios puede engañar.

-En este año se produjo el último encuentro personal de Descartes con la princesa Elisabeth, aunque su correspon-dencia continuó.

1647: -Aunque Descartes pretendía permanecer en Ho-landa para estar cerca de la princesa Elisabeth, se mostraba muy preocupado por la actitud y "las injurias" de una "tropa de teólogos" contraria a su filosofía y que le atacaba con "calumnias". Por ello pensó en regresar definitivamente a Francia en el caso de que la princesa no permaneciera también en Holanda. El 10 de mayo le escribe:

"Pero puedo afirmar que ésa [= el posible regreso de la princesa a Holanda] es la principal razón por la que prefiero residir en este país antes que en cualquier otro, ya que soy de la opinión de que nunca podré ya gozar tan por entero como desearía del reposo que vine a buscar en él, pues sin haber obtenido aún toda la satisfacción que sería menester de las injurias que se me hicieron en Utrecht, veo que van dando lugar a otras y que hay un hatajo de teólogos, gentes de la Escuela, que parecen haberse coaligado en contra de mi persona para intentar agobiarme a calumnias[76]

En esa misma carta, le dice más adelante:

"y pienso también, si no consigo que se me haga justicia (y preveo que será harto difícil obtenerla), en alejarme por completo de estas Provincias"[77].

-En julio Descartes escribe a la princesa Elisabeth desde París, cuando ésta acababa de estar enferma y la esperanza de verla curada le "provoca extremas pasiones por volver a Holanda"[78].

-Al problema con los teólogos holandeses se añade que el dinero de la herencia de su padre se le estaba agotando y que se estaba cargando de deudas. Por estos motivos buscaba otras fuentes de ingresos, como el de una pensión, concedida ya, según Baillet, por el cardenal Mazarino en este año de 1647 y ampliada, aunque luego anulada, para 1648. Descartes intentó igualmente conseguir un cargo en la corte francesa que le permitiese disponer de suficiente tiempo libre o, alter-nativamente, conseguir que la reina Cristina le invitase a su corte para explicarle su propia filosofía. Esta última solución a sus problemas fue la que finalmente pudo adoptar, ayudado por su amigo Chanut.

Respecto a la pensión mencionada llama la atención que Descartes comunicase a la princesa Elisabeth que el rey de Francia se la había concedido sin él haberlo solicitado[79]Sin embargo, aunque Descartes hace referencia a la pensión de 1648, que no llegó a cobrar, como consecuencia de la suble-vación de La Fronda, no menciona la pensión que, según Baillet, habría cobrado ya en septiembre de 1647. Por otra parte, parece que Descartes no dice la verdad cuando cuenta a la princesa que él no había solicitado dicha pensión, pues las circunstancias económicas en que se encontraba eran ya bastante precarias y su amigo Jean Silhon era secretario del cardenal Mazarino, que era el encargado de concederlas. En este sentido Watson considera igualmente que Descartes "buscaba una pensión de la corte de París"[80].

En una carta a Chanut del 31 de marzo de 1649, Des-cartes comentó que había estado en París en 1648, pero que no había cobrado la pensión que le habían ofrecido. Watson manifiesta sus dudas acerca de esta cuestión y escribe que "Descartes se benefició al menos de una pensión"[81].

-Escribe a Chanut una carta llamativamente extensa, de carácter más religioso y teológico que filosófico, con la inten-ción aparente de que la hiciera llegar a la reina Cristina para que ésta se interesase por su obra y así preparar el terreno por si se le presentaba la ocasión de solicitar o aceptar de la reina la invitación para ir a la corte. De hecho la reina leyó la carta dirigida a Chanut, y, a continuación, éste escribió a Descartes comunicándole que la reina estaba interesada en conocer sus ideas acerca de la naturaleza del bien. Descartes escribió una carta a la reina, enviándole un tratado sobre ese tema e inclu-yéndole además unas copias de las cartas que había enviado a Elisabeth de Bohemia relacionadas con el tema de las pasiones. A su vez, la reina Cristina de Suecia, transcurrido casi un año desde que Descartes le había enviado su anterior carta junto con otros escritos, le escribe para decirle que ha leído sus Principios de la Filosofía.

-Se produce un encuentro en París con Gassendi, Hobbes y Pascal. Descartes se muestra disgustado por las Objeciones de Gassendi y de Hobbes a sus Meditaciones Metafísicas, objeciones a las que, en sus Respuestas, él había replicado de un modo bastante agresivo.

1648: –El príncipe de Orange manda que cesen las discusiones en la universidad de Leiden. Se reiteran las prohibiciones de realizar cualquier debate relacionado con la filosofía cartesiana. Se decide suspender toda enseñanza de Metafísica, sin que cesen las discusiones[82]

-Descartes redacta, para la princesa Elisabeth, un breve tratado sobre Las pasiones del alma.

-Igualmente y como ya se ha dicho, Descartes intenta conseguir una nueva pensión del gobierno francés, pero sus gestiones, al coincidir con momentos políticos de revueltas populares en París ("La Fronda") quedan sin efecto al suprimirse las pensiones, y regresa a Holanda.

-Muere su fiel amigo el sacerdote M. Mersenne. Des-cartes no le visitó en sus últimos días ni asistió a su entierro.

1649: -Escribe el Tratado de las pasiones del alma, ampliando la obra anterior que había escrito para la princesa Elisabeth, y dedica esta versión ampliada a la reina Cristina.

-Descartes responde a la reina Cristina expresándole una admiración extrema y ofreciéndole su presencia en la corte, diciéndole de manera muy servil que no podría ordenarle nada a lo que pudiera negarse si estuviera un su mano reali-zarlo, lo cual era una manera de manifestarle su deseo –y casi su necesidad- de que le invitase a ir a la corte. El servilismo de Descartes se pone de manifiesto en esta carta tan llena de desorbitadas alabanzas y de rastrera sumisión:

"Si sucediera que me enviaran una carta desde los cielos, y si la viera bajar de las nubes, no podría sentir sorpresa mayor ni recibirla con mayor respeto y veneración que los que he sentido al recibir la que Vuestra Majestad se ha dignado escribirme […] me atrevo a asegurar con vehemencia a Vuestra Majestad que haré siempre cuanto esté en mi mano por cumplir cualquier cosa que quiera mandarme y ninguna me parecerá excesivamente difi-cultosa."[83].

Finalmente, enviado este contrato de esclavitud –sin que nadie se lo hubiera exigido-, la reina lo aceptó y le invitó a acudir a la corte sueca.

Rodis-Lewis considera que "las decepciones sufridas en los Países Bajos y en Francia le ayudaron a intentar esta nue-va experiencia"[84], reconociendo de este modo que evidente-mente era Descartes quien estaba más interesado en ir a la corte sueca que la reina Cristina en que Descartes acudiera. El francés hizo lo posible para que la reina le invitase, aunque luego presentó su viaje como si se tratase de una especie de favor que él hacía a la reina, accediendo a una invitación suya que habría surgido de su admiración espontánea por su gran genio filosófico y científico, pero la verdad era que Descartes lo estaba pasando mal en Holanda por las tensiones generadas por su filosofía –y por su propio carácter-, y empezaba a pasar por graves dificultades económicas[85]Además, en Fran-cia no había conseguido que le hicieran el caso que había pretendido y, por eso, hizo lo posible, aunque disimulada-mente, para que Chanut intentase que la reina le invitase a acudir a su corte[86]Y así, cuando en esa carta de febrero de 1649 asegura a la reina Cristina que "no podría ordenarle nada tan difícil" que no estuviera "siempre dispuesto a hacer lo posible por ejecutarlo", le está rogando que le invite a la corte. Se trataba de un viaje deseado por los motivos seña-lados, y también porque aparecer en la corte sueca resultaba muy tentador para su prestigio como filósofo y científico, en cuanto le servía de escaparate para aparecer ante los demás como un gran sabio, invitado por la reina de Suecia por el gran valor de su filosofía. Este viaje, pues, podía significar no sólo la solución para sus tensiones con los teólogos holan-deses sino también una pequeña venganza, pues mientras ellos le habían rechazado, calumniado y humillado, una gran reina había valorado adecuadamente sus méritos como científico y como filósofo. Después de recibir por fin la invitación, Descartes dirige a Chanut dos cartas, la primera para entre-gársela a la reina, y la segunda, personal. La reina le proponía una estancia de sólo unos meses, desde abril hasta el fin del verano, sugiriéndole un regreso a Francia antes del invierno para evitarle tener que soportar el clima tan frío del país en invierno –o simplemente para cumplir con el deseo del pensador francés, pero sin desearle una estancia prolongada por no ser la Filosofía un asunto que le interesara de manera especial-. Descartes le respondió que la voluntad de la reina era para él una orden, pero también que regresar ese mismo verano le dejaría poco tiempo para explicarle los aspectos más esenciales de su pensamiento, y, por ello, fue el propio pensador francés quien pensó en partir en verano a Suecia para pasar allí el invierno, encargando a Chanut de que trasmitiese a la reina su punto de vista acerca del momento y duración del viaje[87]Sin embargo, en la carta personal a Chanut y posiblemente con la intención de que el embajador pudiera garantizarle de algún modo que estaría bien atendido durante su estancia en la corte sueca, le confiesa su dificultad para resolverse a ese viaje. Le dijo que temía que la reina estuviera demasiado ocupada para dedicarse a la Filosofía. Recordando las decepciones del viaje a Francia en el año anterior, llegó incluso a manifestar que temía que los ladro-nes lo desvalijasen por el camino, "o un naufragio que me quite la vida"; le comentó igualmente que desearía que la reina "sólo hubiera tenido alguna curiosidad que ya se le hubiera pasado" para "sin disgustarla" poder "ser dispensado de este viaje"[88]. Tales palabras, aunque puedan ser una mues-tra auténtica de la desazón que Descartes sentía ante la inmi-nencia de su aventura en Suecia, parecen representar igual-mente una muestra de su carácter calculador, pues, si en realidad no deseaba ir a Suecia, ¿por qué no aceptó la pro-puesta de la reina de ir a la corte sólo durante el verano?, ¿por qué le propuso la idea de ir ya algo más tarde para que su estancia en la corte durase al menos un año? Seguramente porque así su viaje no se vería como la satisfacción de un simple capricho de la reina sino como el favor que Descartes le hacía de asistir a su corte para explicarle "su filosofía" respecto a la cual la reina parecía tan interesada. Por otra parte, a Chanut le comunicó que temía hacer ese viaje a fin de que le consiguiera garantías de que recibiría un trato especial por ese gran sacrificio suyo.

Esta diferencia entre los planteamientos de ambas cartas, la escrita a la reina y la escrita a Chanut, implica una actitud calculadora y manipuladora por parte de Descartes respecto a Chanut, en cuanto de algún modo pretendía chantajearle psi-cológicamente, haciéndole responsable de su decisión de ir, en lugar de escribirle con claridad a la reina Cristina, mani-festándole sus preocupaciones al respecto. Además, no habla con sinceridad ni con la reina ni con su "amigo" Chanut: A la reina le habla del viaje "como un paseo", mientras que a Chanut le manifiesta su dificultad para decidirse a realizarlo. Al parecer, su amigo cayó en la trampa de animarle a deci-dirse, comprometiéndose de ese modo a tratar de conseguir que Descartes se sintiera cómodo a lo largo de su estancia en la corte. Poco después el francés le escribió a la princesa Elisabeth diciéndole que persistía en el designio de ir por lo bien que le había hablado Chanut "de esta maravillosa reina"[89]. Y, calculando, tal vez, que la princesa Elisabeth pu-diera ponerse en contacto epistolar con la reina, escribe a la princesa Elisabeth hablándole de la reina en términos espe-cialmente elogiosos, hasta el punto de que llega a expresarle a la princesa que confía que tales alabanzas no provocarán en ella ninguna clase de celos. Sin embargo, no parece que en aquellos momentos a Descartes le importase mucho que la princesa sintiera celos o no por sus alabanzas a la reina, utilizando expresiones que antes le había dirigido a ella como si fuera un ser absolutamente excepcional, pues en estos momentos se sentía decepcionado respecto a la princesa, que no se había dado por enterada de la última declaración de amor del pensador francés. Por ello, el interés de éste, después de su fracaso sentimental, estaba puesto entonces en la corte sueca.

Respecto al momento del inicio del viaje llama especial-mente la atención la ridícula idolatría de Rodis-Lewis por Descartes al escribir: "¿Cómo no admirar, con un matiz de sorpresa, la firmeza de resolución del filósofo, a pesar de sus funestos presentimientos?"[90], como si el pensador francés hubiera decidido ir a Suecia teniendo el "presentimiento" (?) de que allí moriría a los pocos meses. Por otra parte, con estas palabras Rodis-Lewis lo único que hace es dejarse llevar por las ideas que expresó Baillet de modo patético en relación con la supuesta actitud de sus amigos al despedirse: "Varios de sus amigos de Holanda no pudieron despedirse sin demostrar la aflicción que les producía el presentimiento de su destino"[91]. Escribe a continuación Rodis-Lewis que Descartes "se embarcó a principios de septiembre […] "con peinado de bucles, zapatos acabados en cuarto creciente, y guantes adornados de nieve"[92], es decir, con un atuendo ridículo, propio de "la nobleza", pensado para impresionar a la reina y muy posiblemente para conseguir de ella, al verle con ese atuendo, que le admitiese en la corte, lo cual no estaba en los planes de la reina.

Descartes llegó a la corte sueca en octubre de 1649. Una vez en ella, además de las pocas clases de Filosofía que pudo impartir a la reina Cristina en un horario bastante sádico y despótico, a las cinco de la mañana, según los biógrafos, a Descartes se le encargó algún otro asunto que nada tenía que ver con la Filosofía, como la redacción de unos estatutos para una academia sueca. Durante ese tiempo escribió ademáqs para la reina Cristina una versión ampliada de Las pasiones del alma, solicitando el permiso de la princesa Elisabeth, a quien había dedicado la primera, más breve.

Indica Rodis-Lewis que la reina le concedió dispensa "de toda ceremonia de la corte", y "no ir nunca al palacio sino a "las horas" en que ella quería "conversar con él"[93]. Sin embargo, R. Watson explica este asunto de un modo total-mente contrario, pero, sin duda, más verosímil: La reina lo mantuvo a distancia; no podía ir a la corte libremente sino sólo en las ocasiones en que ella le citase. De ahí la rápida decepción de Descartes por el poco interés de la reina por "su filosofía" y su correspondiente enfado por su interés por las clases de griego, que anteponía a los estudios de su filosofía[94]

Algún biógrafo de Descartes como Baillet –y Rodis-Lewis[95]que le sigue en esta opinión-, afirma que, por encargo de la reina Cristina, Descartes escribió el libreto El nacimiento de la Paz para un ballet, pero R. Watson no comparte esa teoría y afirma que visitó personalmente la biblioteca universitaria Carolina Rediviva de Uppsala, en la que encontró un ejemplar de El nacimiento de la paz, catalogado como perteneciente a Hélie Poirier, el cual se encontraba en Suecia cuando se escribió esa opera[96]Este hecho hace sumamente improbable que dicha obra la hubiera escrito Descartes, a pesar de la opinión de Baillet, tan dado a exagerar los valores de Descartes.

Poco después Chanut, nombrado embajador oficial ese mismo año, le encargó que escribiera los estatutos para una Academia Sueca. Pero, desde ese momento, desengañado al considerar que en la corte se le menospreciaba y que la reina no tenía interés por su filosofía, comenzó a sentirse a disgusto y manifestó su deseo de abandonar Suecia.

1650: -En una de sus últimas cartas, escrita en la corte sueca en el mes de enero, dice:

"Aquí no estoy en mi elemento, y no deseo más que la tranquilidad y el reposo, que son unos bienes que los reyes más poderosos de la tierra no pueden dar a los que no saben tomarlos ellos mismos"[97].

-El día 3 de febrero se le manifestó una pulmonía que había contraído como consecuencia del clima tan frío de Suecia y de sus paseos matinales a la corte para cumplir su compromiso con la reina. Pocos días después, el 11 de febrero, murió en Estocolmo.

En relación con la descripción de la muerte de Descartes ridículamente beata, tanto Rodis-Lewis como Baillet dan muestras de una gazmoñería extrema, Baillet por escribirla y Rodis-Lewis por tomársela en serio: "[Descartes] esperaba al capellán, que le pidió que hiciera una señal solicitando la última bendición: inmediatamente "alzó la vista al cielo", indicando "una perfecta resignación a la voluntad divina"[98]. Según Chanut, en varias ocasiones "dio señales […] de que se retiraba contento de la vida y de los hombres, y confiado en la bondad de Dios"[99].

Respecto a esta descripción de una muerte tan fervorosa, Watson escribe que Baillet presentó la muerte de Descartes como "la muerte que convenía a un católico piadoso"[100], añadiendo poco después que "el problema es que su criado Henry Schulter consignó que Descartes murió sin pronunciar una sola palabra"[101].

1663: -La Jerarquía de la Iglesia Católica incluyó las obras de Descartes en su "Índice de libros prohibidos".

Aspectos personales y sociales que condicionaron la obra de Descartes

Para profundizar en la obra de Descartes tiene especial interés investigar los diversos aspectos que condicionaron el desarrollo de su personalidad en cuanto ésta tuvo importantes repercusiones en su obra, teniendo en cuenta además que la obra de cualquier pensador no deriva exclusivamente de una razón pura sino siempre condicionada por los diversos com-ponentes de su personalidad global. Si resulta factible com-probar mediante el estudio de sus obras el nivel de integridad y de rigor intelectual de un pensador dedicado a la Lógica o a las Matemáticas, en las que el principio de contradicción es un criterio suficiente para verificar la verdad o la falsedad de los resultados a los que haya podido llegar, es mucho más difícil apreciarla en el terreno de la Filosofía, en cuanto en ella no existe un procedimiento objetivo suficientemente preciso para la verificación de las teorías defendidas por los diversos pensadores, y en cuanto la complejidad de los mati-ces conceptuales y lingüísticos utilizados por cada pensador determina que en muchas ocasiones resulte muy difícil alcan-zar resultados verdaderos compartidos por todos. Una simple mirada a la Historia de la Filosofía, con su diversidad de puntos de vista tan variados e incluso contradictorios, parece suficiente para constatar la verdad de esta consideración.

Descartes tuvo cualidades intelectuales muy brillantes que le hicieron destacar de manera especial en Matemáticas. Sin embargo, cuando se dedicó a la Filosofía y a las ciencias empíricas, cometió errores tan graves que inducen a inves-tigar las diversas causas que pudieron propiciar una diferen-cia tan abismal entre los resultados que obtuvo como mate-mático y los que obtuvo como filósofo y como investigador empírico. Por ello, en este apartado no se va a hablar de las virtudes que propiciaron los éxitos del pensador francés en las diversas áreas del pensamiento, incluida la filosófica, sino de los aspectos más peculiares de su personalidad que pudie-ron propiciar una parte considerable de sus errores y fracasos en estos terrenos.

A continuación se hará referencia a estos aspectos de su personalidad y se tratará de investigar si existe algún nexo entre ellos. Por lo que se refiere a los factores antecedentes que fueron moldeando su personalidad y sólo mencionán-dolos a ellos para construir una hipótesis problemática, quizá habría que hacer referencia a su infancia enfermiza, pero, además y de manera especial, a una considerable privación afectiva como factor biográfico que pudo haber propiciado la formación de tales aspectos de su personalidad. Su carencia afectiva parece evidente si se tiene en cuenta que su madre falleció cuando él tenía sólo un año, que su padre estuvo a su lado en escasas ocasiones a lo largo de su infancia, periodo fundamental de la vida para el desarrollo de la personalidad, que además fue el tercero y último de los hermanos que sobrevivieron del primer matrimonio de su padre –pues tanto su primer hermano como la hermana que nació un año después que él murieron al nacer-, y que a los diez años se le envió al internado del colegio de La Flèche, donde pudo haber sentido su estancia como un abandono, tanto físico como especialmente afectivo, que debió de influir en la atrofia de su capacidad afectiva y en el correspondiente desarrollo de un endurecimiento de su carácter que le condujo a mantenerse distanciado afectivamente de los demás, a pesar de sus muchas amistades aparentes, e incluso a tratar de utilizarlos para sus propios fines.

Muchas peculiaridades de su personalidad podrían en-tenderse como una consecuencia de aquel vacío afectivo y de su lucha inconsciente por demostrar a la sociedad su propia valía a fin de recibir de ella, si no el afecto que había nece-sitado durante la infancia, sí el reconocimiento de su valor. Aquella necesidad afectiva no satisfecha pudo haber sido un motor que le impulsara a luchar por triunfar en todo lo que emprendía, sirviéndose para ello tanto del uso adecuado de su capacidad intelectual para la búsqueda del conocimiento, como sucedió en sus progresos en el terreno de las Matemá-ticas, como del uso inadecuado de dicha capacidad en cuanto otros fines y otros medios menos ligados a la búsqueda de la verdad y más ligados a la búsqueda del triunfo social pudie-ron cegarle hasta el punto de conducirle a defender doctrinas absurdas a las que no habría llegado si se hubiese guiado exclusivamente por la búsqueda sincera del conocimiento.

Parece que las únicas excepciones por lo que se refiere a esta frialdad afectiva fueron básicamente la del matemático Beeckman, a quien profesó en los primeros tiempos una mezcla de admiración y de amor –lo cual no le impidió poste-riormente insultarle y tratarle con el mayor desprecio-, la de su hija Francine, durante el escaso tiempo en que pudo dedi-carle su cariño, y la de la princesa Elisabeth de Bohemia, de quien se enamoró apasionadamente. El resto de sus amista-des, incluso la del padre Mersenne, fueron en general básica-mente interesadas. El padre Mersenne, que fue su confidente durante muchos años y, en apariencia, su mejor amigo, ni siquiera obtuvo de él que lo visitase cuando estuvo grave-mente enfermo ni que asistiese a su entierro al morir.

Conviene hacer referencia igualmente a otras peculia-ridades de su personalidad que en parte pudieron desarro-llarse como consecuencia de esa inicial carencia afectiva y en parte pudieron ser consecuencia de otra serie de causas, tanto genéticas como ambientales, pero que, en cualquier caso, fue-ron rasgos de su personalidad que en muchos casos reper-cutieron de forma negativa en su producción filosófica.

La investigación de estas causas podría ser objeto de un estudio particular, y, por ello, aunque el presente trabajo se centra de manera especial en el análisis y en la exposición crítica de las sorprendentes incoherencias y contradicciones en que incurrió el pensador francés, a lo largo de esta parte se hablará de algunos aspectos de su personalidad que de alguna manera parecen haber sido mecanismos de compensación que se manifestaron como una intensa egolatría, que a su vez se expresó especialmente como megalomanía.

A continuación se hablará de estos aspectos de su perso-nalidad, pero es conveniente indicar, en primer lugar, que este análisis tiene más el carácter de una primera aproxima-ción hipotética que el de una tesis perfectamente constatada, y, en segundo lugar, que casi todos los aspectos de la perso-nalidad que se van a analizar parecen tener en común el estar originados en la egolatría mencionada, como mecanismo de compensación frente a la frustración provocada por la caren-cia afectiva que rodeó su infancia y su juventud. El conoci-miento de tales aspectos de su personalidad, al margen de su importancia biográfica, tiene especial interés en cuanto puede explicar una gran parte de los errores de su obra, derivados de la dificultad del pensador francés para servirse adecuadamente de su capacidad intelectual cuando la aplicaba a cues-tiones de carácter filosófico, teológico o incluso científico.

2.1. Megalomanía

Como ya se ha dicho, el egocentrismo de Descartes puede haber sido la raíz de la que surgieron el tronco de su megalomanía y las ramas de diversos aspectos de su perso-nalidad de que se hablará después. Su megalomanía, como una importante manifestación de su egolatría, subyace en diversos aspectos de su carácter y puede advertirse haciendo referencia a hechos como los siguientes:

a) Según escribe R. Watson, ya a sus veinticuatro años presumía de haber llegado en el terreno de la Geometría "todo lo lejos que podía ir la mente humana"[102]. Igualmente, mucho más adelante en una carta a Mersenne se jactaba de manera innecesaria y vanidosa respecto a la importancia de estos conocimientos diciendo:

"Mi geometría es a la geometría común lo que la Retórica de Cicerón es al abecé del niño"[103].

Afirmaciones como ésta se correspondían ciertamente con un genio matemático muy brillante, pero parece que también con un endiosamiento francamente exagerado.

b) En las Meditaciones Metafísicas se envanecía procla-mando haber demostrado la existencia de Dios y la inmate-rialidad e inmortalidad del alma, y decía que, con la ayuda de los doctores de la Sagrada Facultad de Teología de París,

"después que las razones por las que pruebo que hay un Dios y que el alma humana difiere del cuerpo hayan sido llevadas hasta ese punto de claridad y de evidencia, a que estoy seguro que se las puede conducir, de modo que deban ser tenidas por muy exactas demostraciones, no dudo que queráis declarar esto y testimoniarlo públi-camente; no me cabe duda, digo, que, si se hace esto, todos los errores y falsas opiniones que han existido siempre respecto de estas dos cuestiones se borrarán pronto del espíritu de los hombres"[104];

c) En relación con la medicina, a pesar del breve tiempo en que se dedicó a ella, pretendió estar ocupado en una investigación crucial para la curación de todas las enfer-medades, para la preservación de la vida y de la raza humana o para lograr que la longevidad de la vida humana alcanzase hasta los cien años.

Estas pretensiones eran producto a un tiempo de su megalomanía y de su frivolidad, que le llevaron ingenua-mente a creerse capaz de comprender la enorme complejidad del cuerpo humano, las causas y remedios de las enferme-dades y las causas y remedios del progresivo deterioro físico de los seres vivos, incluido el ser humano.

d) Al dirigirse a la princesa Elisabeth, le manifestó su admiración diciéndole:

"nunca encontré a nadie que haya entendido tan perfec-tamente los escritos que he publicado"[105],

para añadir poco después:

"me resulta imposible no dejarme arrebatar por un sentimiento de enorme admiración cuando considero que un conocimiento tan variado y tan perfecto de todas las cosas […] se halle en una princesa"[106].

Evidentemente, con la referencia a ese "conocimiento tan variado y tan perfecto de todas las cosas", Descartes se refería al conocimiento de sus propias ideas, adquirido por la princesa.

e) En los Principios de la Filosofía, a pesar de que incomprensiblemente los críticos no suelen hacer referencia a este hecho, Descartes se atrevió a escribir, con la mayor osadía del mundo:

"no hay ningún fenómeno en la Naturaleza cuya explicación haya sido omitida en este Tratado"

y además:

"he probado que no hay nada en todo este mundo visible o sensible sino lo que he explicado"[107].

Afirmaciones como ésta resultan tan sorprendentes que al leerlas uno puede llegar a pensar que ha leído mal o que el autor ha querido decir algo distinto de lo que dice, pero la verdad es que, por absurdo que pueda ser, eso es lo que dice, como puede confirmarse teniendo en cuenta que estas preten-siones, expresión inequívoca de su megalomanía, aparecen de nuevo y con la misma naturalidad en una carta a Mersenne, en la que en relación con su obra Los meteoros, le dice que no estará terminado en más de un año, porque, al hacer el plan,

"resolví explicar todos los fenómenos de la naturaleza, es decir, toda la física"[108].

En relación con la Astronomía, según escribe Rodis-Levis, el 10 de mayo de 1632 "se aventura ahora a buscar la causa de la situación de cada estrella fija"[109], y, como si esta pretensión fuera lo más natural del mundo, indica más adelante que "siempre seguro de sus principios, Descartes trabajó sin cesar, para intentar comprender mejor toda la naturaleza"[110], de manera que la pretensión cartesiana resulta casi tan absurda e ilusa como la naturalidad con que su biógrafa, desde un chovinismo especialmente devoto hacia la figura de su paisano, habla de la empresa de abarcar el estudio de "toda la naturaleza" como de un objetivo perfec-tamente asequible para su admirado compatriota.

f) Con una enorme ingenuidad, derivada de esta megalo-manía, que le conducía a confiar excesivamente en sus posi-bilidades, Descartes creyó que convencería a los jesuitas para que utilizasen su propia filosofía, plasmada finalmente en los Principios de la Filosofía, como libro de texto que sustitu-yese los utilizados hasta ese momento, basados en la filosofía escolástica. En este sentido, agradeció a Picot su traducción de la tercera parte de los Principios, y le habló de las cartas de Charlet, Dinet, Bourdin y otros dos jesuitas, "que me dejan creer que la Sociedad [jesuita] quiere estar de mi parte"[111]. El mismo día, en una larga carta al padre Charlet le agradece todo lo que ha recibido de él en su juventud en el colegio de La Flèche, y le insiste en el interés que tendría sustituir la filosofía de Aristóteles por la suya. Descartes no duda que "con el tiempo será generalmente aceptada y aprobada" pudiéndose acortar mucho este tiempo con el apoyo de los jesuitas[112]

g) Finalmente y por no alargar la serie de aspectos biográficos que muestran este núcleo esencial de la persona-lidad del pensador francés, hay que hacer referencia a los Principios de la Filosofía, de los que escribe que

"podrán pasar varios siglos antes de que se hayan deducido de estos principios todas las verdades que de ellos se pueden deducir"[113].

Resulta ridícula, por cierto, la forma mediante la cual Rodis-Lewis se refiere a este texto cuando dice que Descartes "reconoce" que "podrán pasar varios siglos", dando como un hecho que la afirmación cartesiana respondía a la realidad. Una vez más Rodis-Lewis se muestra como digna sucesora de A. Baillet, primer "hagiógrafo" devoto de Descartes.

2.2. Otros aspectos de su personalidad

A continuación se analizan con mayor detalle una serie de características de su personalidad que aparecen como ramas que brotan del tronco de su megalomanía, surgida a su vez de la raíz de su egolatría.

2.2.1. Arrogancia, dogmatismo y osadía

La megalomanía del pensador francés se manifestó, como se ha podido ver, en afirmaciones y en planes absurdos para alcanzar objetivos científicos y filosóficos realmente imposibles. Pero igualmente se manifestó en otras caracte-rísticas de su personalidad, como la de su arrogancia frente a los filósofos y científicos que manifestaban su desacuerdo con alguna de sus doctrinas, o como la de su irascibilidad, que en muchas ocasiones le llevó a enfrentarse con diversos matemáticos como Roberval y Beaugrand, con científicos y filósofos como Gassendi y Hobbes, y con teólogos protes-tantes como Voetius y Trigland, de un modo muy alejado de la racionalidad y ecuanimidad que hubiera debido presidir su actividad como filósofo y como científico.

Este rasgo de su carácter se puso también de manifiesto en la serie de ocasiones en que discutió con sus oponentes sin concederles que pudieran tener razón en alguna de sus críticas y considerando en último término que no habían sido capaces de entenderle, en lugar de asumir que pudiera haber sido él mismo quien había errado en la defensa sus teorías. Así sucede en muchas ocasiones, pero de manera especial en las respuestas a las objeciones presentadas por Gassendi, a quien le contesta de modo insultante en muy diversos momentos, como cuando le dice:

-"Todas las cuestiones que luego me proponéis […] son tan vanas e inútiles que no merecen respuesta"[114].

-"No será necesario que responda a todas y cada una de vuestras preguntas, pues tendría que repetir cien veces las mismas cosas que ya he escrito. Responderé, pues, en pocas palabras, a las que me merezcan la atención de los lectores no del todo ineptos"[115].

-"No me asombra que juzguéis que mi demostración de todo eso no es clara, pues no he visto hasta ahora que entendáis una sola de mis razones"[116].

-"Me ha complacido, sobre todo, que un hombre de su mérito, y en una disertación tan larga y cuidadosa, no haya dado ninguna razón que venza a las mías, y que nada haya opuesto contra mis conclusiones que no tuviera fácil respuesta"[117].

-"Esto es, señor, todo lo que he creído tener que res-ponder al grueso volumen de réplicas. Pues si bien acaso daría mayor satisfacción a los amigos del autor si las refutara todas, una tras otra, creo que no se la daría a mis amigos, los cuales tendrían motivos para reprenderme por haber gastado tiempo en algo tan poco necesario, ha-ciendo así dueños de mi tiempo a todos los que quisieran perder el suyo proponiéndome cuestiones inútiles"[118].

Su desprecio por Gassendi como consecuencia de sus objeciones fue tal que, según indica Rodis-Lewis, en cierto momento Descartes pensó que en caso de una reedición latina de las Meditaciones Metafísicas, suprimiría "todo lo que es de Gassendi" con una nota que dijera: "Objeciones inútiles rechazadas"[119]. Descartes demostraba de este modo, como en tantas otras ocasiones, su incapacidad para aceptar críticas.

Por lo que se refiere a las terceras objeciones, presen-tadas por Hobbes, Descartes no se atrevió a ser tan direc-tamente despectivo en sus respuestas, pero sí a responder de manera muy desdeñosa, minimizando la importancia de las objeciones del filósofo inglés con la excusa de que "no es preciso explicarlo con más amplitud"[120] o la de que "no podría insistir aquí sin causar fastidio a los lectores"[121] o que lo que dice Hobbes "ha sido ya suficientemente refutado con anterioridad"[122].

Como consecuencia de la radical diferencia entre sus respectivos planteamientos filosóficos, no es de extrañar que Descartes sintiera una antipatía especial por este gran filósofo inglés, llegando a juzgarle como despreciable, y conside-rando de manera suspicaz que Hobbes había presentado sus Objeciones con la finalidad de aumentar su propia fama. Por su parte Hobbes era consciente de este desprecio y, por ello, en relación con la publicación de su obra De cive en el año 1642 llegó a escribir una carta a Sorbière en la que le decía: "si el señor Descartes llegara a notar o sospechar los prepa-rativos para la publicación de mi obra (ésta u otra), estoy seguro que maniobrará lo que pueda; créamelo usted, porque lo sé"[123]. Y, efectivamente, según escribe Rodis-Lewis, la opinión de Descartes acerca "del inglés" no era precisamente amistosa, según le comentó a su amigo el padre Mersenne, de manera que prefería no tener

"más comercio con él […]. No podríamos conversar juntos sin convertirnos en enemigos […] No creo tener que responder nunca más a lo que pudiera enviarme este hombre, que creo tener que despreciar al máximo"[124].

Por otra parte, en el Discurso del Método el propio Descartes reconoce tener una personalidad orgullosa, que, de modo positivo, le impulsa a trabajar por mantener la repu-tación que ha ido adquiriendo:

"Pero como tengo un corazón bastante orgulloso como para querer que me tomen por otro del que soy, pensé que era preciso tratar por todo los medios de hacerme digno de la reputación que me daban"[125].

Sin embargo, como se ha podido comprobar, fueron muchas las ocasiones en que la búsqueda de acciones que pudieran servirle para sentirse orgulloso de sí mismo no fue noble sino que estuvo unida al desprecio y al insulto a quienes discrepaban de sus ideas. En definitiva, una conse-cuencia de esta arrogancia era que en sus relaciones espon-táneas con sus iguales –pero no con aquellos que podían representar una ayuda o una amenaza para sus propios objetivos- era incapaz de aceptar la menor crítica a sus puntos de vista y, por ello, como indica Watson, Descartes "se mostraba dogmático en cuanto a sus propios puntos de vista y acusaba a quienes disentían de interpretarlo mal o de ser imbéciles. Era suspicaz, rápido para ofenderse y encolerizarse, lento para aplacarse. Proclamaba que no le afectaban los ataques personales, pero jamás olvidaba un insulto, un desaire o una injuria"[126].

Por este mismo motivo, indicó a Mersenne que no le enviara cartas de otro de sus críticos, Jean de Beaugrand, "porque aquí ya tenemos bastante papel higiénico"[127], o, refiriéndose a Roberval, un importante rival como matemá-tico, comentase igualmente al mismo Mersenne: "Me asom-bra que este hombre [= Roberval] pueda hacerse pasar por un animal racional"[128].

Respecto a las Matemáticas llevó su arrogancia al extre-mo de afirmar que nunca se descubriría nada que no hubiera podido descubrir él, si se hubiera tomado la molestia de buscarlo[129]

Por otra parte, las discusiones y los insultos que expre-saban la altivez dogmática de Descartes, no se limitaron a las relacionadas con los matemáticos mencionados y con los teólogos Voetius y Trigland, sino que fueron mucho más numerosas, extendiéndose a su amigo Beeckman, a quien, a pesar de que diez años antes le había escrito diciéndole "os honraré como el primer promotor de mis estudios y su primer autor", posteriormente le trató con profundo desprecio, llegando a calificarle como jactancioso, estúpido, ignorante y loco. No obstante y a pesar de este feroz altercado, más adelante, aunque su amistad nunca volvió a ser igual, se produjo una reconciliación entre ambos.

Finalmente, hay que señalar que su megalomanía se manifestó en forma de una osadía que le impulsaba a defender de forma obcecada y como si se tratase de verdades absolutas diversas teorías para las que no tenía más base que su propia fantasía.

2.2.2. Admiración por la "nobleza de sangre"

Por otra parte, la pertenencia de Descartes a la nobleza, aunque baja nobleza, y su necesidad de encontrar en dicha pertenencia un motivo más de satisfacción para su megalo-manía propició que a lo largo de su vida se mostrase llama-tivamente servil con quienes consideraba superiores, como la princesa Elisabeth de Bohemia, la reina Cristina de Suecia o las altas jerarquías de la iglesia católica, cuyas buenas rela-ciones pretendió mantener a toda costa, y a mostrarse altivo con quienes consideraba inferiores, como fue el caso de diversos matemáticos, teólogos y filósofos cuyas críticas despreciaba, siendo incapaz de aceptarlas para su análisis.

a) La megalomanía de Descartes tuvo una proyección especial en su absurda admiración por la nobleza, a la que se sentía orgulloso de pertenecer, a pesar de que en su caso sólo llegó a heredar de su madre el título de "Señor de Perron", que vendió para conseguir el dinero que tan fácilmente derrochaba. Como se ha indicado antes, conviene matizar lo dicho teniendo en cuenta que, a pesar de la venta de su título nobiliario, Descartes siguió considerándose como "Señor de Perron", pensando al parecer que la nobleza se llevaba en la sangre y que no podía ser objeto de compra ni de venta, y, posiblemente por ese motivo, con ese título siguió apareciendo en uno de sus retratos, realizado en el año 1646.

b) El mismo interés de Descartes por asistir en Frankfurt a la coronación del emperador Fernando II en el año 1619, cuando todavía no había comenzado su labor filosófica y parecía inclinarse hacia la profesión militar, no parece sino otra muestra de su orgullo de clase[130]y de su deseo de triunfar en ella, de manera que ese orgullo debió de influir de forma decisiva en su determinación inicial de seguir la profesión tradicional de la nobleza, alistándose en 1618 en el ejército de Mauricio de Nassau y un año después en el de Maximiliano de Baviera, en lugar de intentar ejercer algún cargo relacionado con sus estudios jurídicos, como lo había hecho su padre.

c) Su relación posterior con la princesa Elisabeth de Bohemia vino impulsada por el deslumbrante resplandor de la princesa desde el punto de vista de su juventud, de su belleza y de su capacidad intelectual, pero también, en una importante medida, por su "nobleza de sangre", hasta el punto de que Descartes parece haber estado convencido de que el hecho de pertenecer a dicha clase social implicaba la posesión de una serie de valores que difícilmente podían estar al alcance de un plebeyo. En este sentido y de manera explícita en una carta a la princesa le comenta:

"no sentía extrañeza por lo que [el embajador Chanut] me contaba [acerca de las excelentes cualidades de la reina Cristina] porque, al caberme el honor de conocer a Vuestra Alteza, sabía hasta qué punto las personas de alta alcurnia podían ser superiores a los demás"[131].

Y en una carta al embajador Chanut, le dice en este mismo sentido

"no es preciso que las personas de alta cuna, sean del sexo que sean, tengan muchos años para poder superar cumplidamente en erudición y en méritos a los demás hombres"[132].

Por otra parte, las palabras de Descartes son tan absurdas que inducen a pensar que pudieron estar inspiradas no sólo por su alta valoración de la nobleza sino especialmente por su interés calculado en mostrarse especialmente halagador con aquellas personas, que, por su "nobleza de sangre", podía convenirle tenerlas de su parte en cualquier circunstancia. En este caso concreto y dada su infravaloración intelectual de la mujer, la expresión introducida en este último párrafo, "sean del sexo que sean", es una forma calculada de excluir de ese grupo de mujeres infradotadas tanto a la princesa Elisabeth como a la reina Cristina, a quien de manera indirecta iba dirigida también esa carta al embajador.

d) Asimismo, el hecho de que en el año 1649 decidiese aceptar la invitación de acudir a la corte de la reina Cristina, previa y sutílmente solicitada por él a través de los buenos oficios de su amigo el embajador Chanut, hay que relacio-narlo no sólo con los motivos económicos y con su necesidad de escapar a las tensiones tan fuertes a que estaba sometido por las duras discusiones con los teólogos protestantes holan-deses[133]sino también con su especial debilidad por relacio-narse con la nobleza. Por ello, cuando se plantean las causas de su decisión de marchar a la corte sueca, hay que tener en cuenta esta incierta pero también atractiva aventura consistente en la satisfacción de su vanidad y de su amor propio, ya que representaba una forma arrogante de alejarse de aque-llos teólogos holandeses para relacionarse con la nobleza, más capaz, al parecer, de valorar su filosofía.

e) Otra muestra de su arrogante sentimiento de clase puede verse en su ataque a Voetius, cuando le descalificó mediante una larga serie de insultos y mediante frases con las que pretendía marcar las distancias entre ellos diciéndole despectivamente:

"ningún plebeyo puede hablar acerca de estas cosas con mayor inepcia que usted"[134].

f) Finalmente, su misma utilización continuada de aquel título que vendió, el de "Señor de Perron", y el hecho de que desde que emigró a Holanda siempre tuviera a su servicio un criado son una manifestación más de ese ridículo orgullo de clase, relacionado con su pertenencia a "la nobleza".

g) Esa misma megalomanía le condujo igualmente a desarrollar un espíritu dogmático, que le cegaba a la hora de ser capaz de replantearse sus puntos de vista, en cuanto su seguridad de encontrarse en posesión de la verdad le impedía revisar cualquier doctrina que hubiera asumido previamente como válida, siendo muy raras las ocasiones en que rectificó respecto a cualquier punto de vista una vez que lo había asu-mido como verdadero, a no ser que las críticas provinieran de la alta jerarquía católica, como sucedió en el caso de su de-fensa del heliocentrismo, que decidió rechazar en 1633 al enterarse de que la jerarquía católica de Roma había conde-nado a Galileo por haberla defendido. En su lugar defendió posteriormente la extraña teoría de los torbellinos, calculando quizá que tal doctrina podía ayudar a que la jerarquía católica aceptase de algún modo el movimiento de la Tierra sin que tal aprobación apareciese como una concesión a la teoría copernicana, contraria a las doctrinas católicas, y calculando tal vez que dicha jerarquía le pagaría ese favor otorgándole su ayuda y patrocinio para su obra filosófica.

Por todos estos motivos, Revius llegó a la conclusión de que "quizá sea cierto que Descartes intenta liberarse de todos los prejuicios, pero hay uno al que Descartes permanece apegado en especial, la convicción de que está absolutamente acertado en todo"[135].

2.2.3. Servilismo

En aparente paradoja con su orgullo y arrogancia, Descartes adoptó igualmente una actitud servil con las perso-nas pertenecientes al alto clero y las de una nobleza de sangre especialmente superior a la suya, como la princesa Elisabeth y, sobre todo, la reina Cristina de Suecia. Este servilismo estaba en conexión con su misma personalidad calculadora, en cuanto iba dirigida a la obtención de favores especiales de aquellas personas cuya posición social y política podía servir-le de ayuda en cualquier momento.

En efecto, por lo que se refiere a esta característica de su personalidad tiene interés mencionar sus cartas a la princesa Elisabeth, en las que le tributa las más galantes y exageradas adulaciones que, aunque hayan podido verse acertadamente como manifestaciones de su enamoramiento y de una autén-tica admiración por ella, parecen igualmente derivadas, al menos en sus inicios, de intereses de otro orden, como el de contar con el favor de una persona de su alcurnia, en cuanto podría influir en el aumento de su prestigio filosófico y científico, así como en la posibilidad, vislumbrada con mayor o menor claridad, de conseguir una ayuda de los gobiernos de Francia, Holanda, Suecia o de la propia familia de la prin-cesa, que le sirvieran para mantener su despreocupado tren de vida o, al menos, la continuidad de su comodidad económica.

Como puede comprobarse mediante la lectura de su correspondencia, las palabras dirigidas a la princesa Elisabeth llaman la atención por su exagerada afectación, al margen de que las cualidades de la princesa fueran realmente notables y aceptando que las costumbres epistolares de aquellos tiempos fueran ritualmente galantes. En este sentido, en una carta dirigida a la princesa, cuando ésta tenía sólo veinticinco años, le dice:

"El favor con que Vuestra Alteza me ha honrado, haciéndome recibir sus órdenes por escrito es mayor de lo que jamás me hubiera atrevido a esperar; compensa mejor mis defectos que el favor que hubiera deseado con pasión, esto es, el de recibirlas de vuestros propios labios si hubiese tenido el honor de saludaros y ofreceros mis muy humildes servicios cuando estuve últimamente en La Haya. Pues hubiera tenido demasiadas maravillas que admirar al mismo tiempo; y viendo salir discursos más que humanos de un cuerpo tan semejante a los que los pintores dan a los ángeles, hubiera sentido un arrebato como el que sin duda deben de experimentar aquellos que acaban de llegar al cielo tras la terrenal estancia"[136].

Posteriormente, su dedicatoria de los Principios de la Filosofía a la princesa fue llamativamente apasionada, pero en este caso Descartes no se estaba dejando guiar por otro interés que el de manifestarle abiertamente su admiración y su adoración, ligeramente encubiertas por la referencia a sus extraordinarias cualidades intelectuales:

"he podido apreciar tales cualidades en Vuestra Alteza que creo de interés para el género humano proponerlas como ejemplo a la posteridad […] Por lo demás, la máxima agudeza de vuestro espíritu incomparable se conoce en que habéis indagado todas las profundidades de estas ciencias y las habéis aprendido cuidadosamente en muy poco tiempo […] Nunca encontré a nadie que haya entendido tan perfectamente los escritos que he pu-blicado. […] Me resulta imposible no dejarme arrebatar por un sentimiento de enorme admiración cuando considero que un conocimiento tan vario y tan perfecto de todas las cosas no se halle en un viejo sabio que ha empleado muchos años para instruirse, sino en una prin-cesa, joven aún, cuya belleza y edad se parece más a la que los poetas atribuyen a las Gracias que a la de las Musas o de la sabia Minerva […] Y esta sabiduría tan perfecta que advierto en Vuestra Majestad me ha subyu-gado tanto que no sólo pienso que debo consagrarle este libro de filosofía […] sino que no tengo más deseo de filosofar que el de ser, Señora, de Vuestra Alteza, el más humilde, el más obediente y el más devoto servidor"[137].

Este "espíritu incomparable" de la princesa, que podía determinar que sus cualidades excepcionales fueran de inte-rés para el género humano, no fue al parecer tan "excep-cional", pues en una carta posterior dirigida a la reina Cris-tina, meses antes de su viaje a Suecia, le había expresado otra serie de galanterías en un estilo muy similar, expresándole su disposición para cumplir cualquier cosa que le quisiera ordenar:

"Si sucediera que me enviaran una carta desde los cielos, y si la viera bajar de las nubes, no podría sentir sorpresa mayor ni recibirla con mayor respeto y veneración que los que he sentido al recibir la que Vuestra Majestad se ha dignado escribirme […] una princesa a la que tan alto ha colocado Dios, a la que agobian tan importantes asuntos de gobierno, de los que se ocupa en persona, y cuyas obras más nimias pueden tanto por el bien general de toda la tierra que cuantos amen la virtud tienen forzosamente que considerarse dichosísimos si se les brinda alguna ocasión de servirla […] Me atrevo a asegurar con vehemencia a Vuestra Majestad que haré siempre cuanto esté en mi mano por cumplir cualquier cosa que quiera mandarme y ninguna me parecerá exce-sivamente dificultosa"[138].

Igualmente y en relación con las altas jerarquías de la iglesia católica, tan poderosa y tan peligrosa en aquel tiempo, el pensador francés tuvo la actitud de un lacayo sumiso, como puede comprobarse en múltiples ocasiones, como en una carta al padre Mersenne en la que se declara "servidor" del cardenal Bagni y le comunica que siente un inmenso respeto por todos los adalides de la iglesia católica:

"Si escribís al doctor del cardenal Bagni, agradecería le dijerais que nada me impide publicar mi filosofía excep-to la prohibición contra el movimiento de la Tierra, que no sé cómo separar de mi filosofía, pues toda mi física depende de ello […] Os pido que sopeséis la opinión del cardenal, pues siendo su servidor, mucho me afligiría disgustarle, y siendo muy celoso de la religión católica, siento inmenso respeto por todos sus adalides"[139].

Frases tan atentas y humildes y tan llenas de admiración hacia quienes consideraba como personas de especial rango aristocrático, muy superior al suyo, tanto en el ámbito de la nobleza como en el del clero católico, contrastan llamati-vamente con el tratamiento que dio a Voetius, profesor de Teología protestante y rector de la Universidad de Utrecht, con quien había mantenido una fuerte discusión acerca del libre albedrío y de la predestinación humana. Voetius, por medio de un amigo, le había acusado de ateísmo, y Descartes le respondió de manera especialmente insultante y arrogante, de manera que, haciendo alusión al supuesto origen plebeyo de su crítico, le dijo:

"Después objeta [usted] cosas tan estúpidas que no son dignas de mención, pues sólo prueban que ningún plebeyo puede hablar acerca de estas cosas con mayor ineptitud que usted […] Las restantes observaciones que mezcla usted con éstas se apartan tanto del tema que parecen reproducir palabras incoherentes de loro más que razonamientos de filósofos"[140].

2.2.4. Derroche

Su megalomanía se manifestó igualmente como actitud derrochadora con el dinero heredado de sus padres, que le llevó a vivir despreocupado de su economía hasta los últimos años de su vida.

El derroche iba naturalmente unido a la nobleza, en cuanto, junto con el alto clero, era esa clase social la que se encontraba en posesión de las mayores riquezas. Por ello, cualquier manifestación de derroche le servía a Descartes para poner de manifiesto ante los demás su propia "nobleza".

Dicha "nobleza de sangre" se la había proporcionado su madre, al heredar de ella el título de "Señor de Perron", que, a pesar de haberlo vendido junto con otros bienes, lo siguió utilizando, hasta el punto de que todavía un retrato suyo de 1646, realizado por Frans Schooten II, aparece bordeado con las palabras "RENATUS DESCARTES, DOMINUS DE PERRON […]". Al parecer, el uso posterior de aquel título después de haberlo vendido pudo deberse a la idea de que su venta no afectaba a su propia "nobleza", en cuya posesión continuaba porque tal cualidad se llevaba en la sangre.

Nobleza de sangre y vida humilde no encajaban dema-siado y, por ello, aunque el derroche por sí mismo no fuera una debilidad en él, era un medio para manifestar su valía ante los demás. Y ése fue uno de los motivos que le llevaron a gastar alegremente la herencia materna recibida en 1621, viviendo de rentas y sin preocuparse por encontrar trabajo alguno como medio de vida, y lo que le llevó a derrochar posteriormente la herencia de su padre hasta quedar casi arruinado en 1649, poco antes de acudir a la corte sueca.

Todo ese capital lo fue derrochando no precisamente por "su desprecio al dinero", como escribió Rodis-Lewis, sino porque, entre otros caprichos, pocos meses después de la muerte de su padre se permitió el de alquilar el castillo de Endegeest, con servicio de criados incluido, a lo largo de más de dos años, desde marzo de 1641 hasta mayo de 1643[141]en lugar de conformarse con una casa sencilla donde vivir de manera más austera, teniendo en cuenta que sus ingresos eran exclusivamente los derivados de aquellas herencias. Descar-tes alquiló ese castillo porque quería que sus amigos se enterasen bien de que pertenecía a la nobleza, de que era una persona ilustre, de que tenía dinero y podía derrocharlo en lo que quisiera, y de que su tarea era tan importante que para realizarla necesitaba vivir al menos en un castillo.

Su despreocupación por el control de su economía le condujo finalmente a agotar la herencia paterna y a compren-der la necesidad de buscar otra fuente de ingresos, la cual consiguió en principio solicitando una pensión del estado francés –a pesar de haber dicho a la princesa Elisabeth que él no la había buscado-, cosa que al parecer consiguió durante el año 1647 muy posiblemente por la mediación de "su amigo" J. Silhon ante el cardenal Mazarino, de quien era secretario. Más adelante se interesó por conseguir un cargo en París sin llegar a obtenerlo, así que finalmente tuvo que marchar a la corte de la reina de Suecia, intentando lograr no sólo mayor prestigio sino también algún cargo que le proporcionase nuevos recursos económicos cuando ya estaba arruinado y lleno de deudas, pues, como señala Watson, aunque el dinero no fuera el único motivo, "Descartes tomó la decisión de ir a Suecia porque su situación económica era precaria"[142].

Por ello, aunque de modo exagerado, escribe Watson que "[Descartes] vendía propiedades familiares, gastaba las rentas para vivir, no compraba un puesto lucrativo en el gobierno, no se casaba con una mujer rica: René Descartes era un zángano, un parásito de la familia"[143]. Quizá y por lo que se refiere al trabajo, Descartes, de acuerdo con la tradición de la nobleza, consideró que el trabajo físico no era una actividad precisamente digna y propia de un noble sino propia de la clase plebeya y que, en consecuencia, en cierto modo era degradante para su dignidad y para su misión sobre la Tierra. Por todo ello, resultan nuevamente sorprendentes, ridículas y absurdas las palabras de Rodis-Lewis cuando habla del "desprecio" de Descartes por el dinero diciendo: "Lo acompañaba siempre un criado, seguramente venido de Francia, con el que piensa quedarse cuando quiere ir a Alemania. Descartes, que al alistarse no había recibido nada más que una moneda simbólica, cosa que debía de satisfacer su desprecio por la riqueza, proveía para los dos"[144].

Realmente es incomprensible esa adoración de Rodis-Lewis por Descartes –muy similar, por cierto, a la de su compatriota Baillet-, que le lleva a ser incapaz de una objeti-vidad mínima. Dice Rodis-Lewis con la mayor ingenuidad del mundo que Descartes despreciaba la riqueza, como si no se hubiera preocupado por recoger su herencia materna cuando alcanzó la mayoría de edad ni la paterna cuando murió su padre, ni se hubiera preocupado por buscar una pen-sión o por acudir a la corte sueca para resolver sus problemas económicos. Parece considerar que el hecho de que Descartes fuera un derrochador equivalía a que no le importaba el dinero. Lo que sí podría haber dicho esta biógrafa es que Descartes no apreciaba el dinero hasta el punto de ponerse a trabajar por conseguirlo, porque, por suerte para él, siempre lo tuvo y lo derrochó mientras pudo. Además, también nece-sitaba el dinero para pagar los servicios de su criado y tam-bién aquí Rodis-Lewis parece admirarse igualmente de la actitud caritativa de Descartes al reflejar que éste "proveía para los dos", como si el criado tuviera que servirle por el simple placer de hacerlo y encima pagar los gastos de su manutención.

Por otra parte, cuando Rodis-Lewis hace referencia a la moneda que cobró Descartes por su alistamiento en el ejér-cito, debería haber tenido en cuenta que eso era lo que cobra-ba un soldado voluntario en aquellos momentos en los que ese carácter de voluntario permitía al soldado así alistado es-tar libre de la obligación de participar en las batallas en que lo hiciera el ejército al que pertenecía. También debería haber reflexionado acerca de qué edad y qué necesidades tenía Des-cartes cuando se alistó y qué objetivos eran los que realmente le interesaban en aquellos momentos. Pero parece que a Rodis-Lewis le resulta más agradable la idea de que Descar-tes era una persona altruista y desprendida que "despreciaba el dinero".

2.2.5. Falta de rigor o frivolidad intelectual

Igualmente, parece que la megalomanía derivada de su egolatría fue la causa más importante de una frivolidad muy llamativa a la hora de pronunciarse sobre cualquier asunto medianamente complejo, considerando tener su solución, sin que en muchas ocasiones tuviera realmente un argumento serio en favor de sus tesis y confiado fundamentalmente en su capacidad para resolverlo de manera infalible y sin dificultad. Esa confianza estaba justificada en el caso de su capacidad para las Matemáticas, en las que tuvo un talento excepcional para resolver los problemas más complejos, pero no en materias más colmadas de matices y perspectivas, como lo era la Filosofía o como lo era también el resto de las ciencias experimentales.

Sin embargo, su seguridad en su capacidad para las Matemáticas le condujo a confiar excesivamente en la pose-sión de una capacidad similar para descifrar los problemas de cualquier otro tipo de conocimientos, y tal actitud le llevó a una exagerada frivolidad que tuvo consecuencias muy nega-tivas para la coherencia de su obra filosófica y científica en la serie de ocasiones en que, por no haber reflexionado con un mínimo de seriedad, defendió teorías absurdas o que poste-riormente abandonaba sin explicación alguna para pasar a defender las contrarias, como en el caso del problema de la libertad, que se analizará más adelante, en cuyo tratamiento o bien modificaba frecuentemente el propio concepto de libertad, o bien llegaba a defender el determinismo propio del intelectualismo socrático para atacarlo cuando se daba cuenta de que tal planteamiento podía ser criticado por la jerarquía católica[145]Igualmente su frivolidad se manifestó en el trata-miento de la cuestión de si Dios podía ser o no causa de los propios errores, que, aunque en líneas generales fue resuelto rechazando que Dios pudiera ser engañador, en algunas oca-siones la resolvió aceptando la hipótesis contraria… y negando después haberla aceptado.

En definitiva, este modo de ser le condicionó hasta el punto de llegar a defender doctrinas contradictorias o a incu-rrir en gravísimos errores en sus razonamientos, siendo luego inconsecuente con ellos en diversas ocasiones, de manera que estas peculiaridades de su personalidad tuvieron, además de los errores mencionados, gravísimas repercusiones en sus ar-gumentaciones filosóficas relacionadas con su método y con su sistema, tal como se mostrará en los siguientes capítulos.

De manera paradójica, un aspecto indirectamente posi-tivo de esta frivolidad fue que, como consecuencia de ella, en muchos momentos escribía de manera precipitada y dogmá-tica lo que se le ocurría, y tal actitud le impedía tomar la precaución de ser coherente luego con lo que había dicho, de manera que más adelante emitía nuevas afirmaciones, contra-dictorias con las anteriores, sin preocuparse por explicar las causas de sus cambios de punto de vista, de forma que lo "positivo" de tal espontaneidad, derivada de su frivolidad, es que, a pesar de que los críticos en general no parecen haberse fijado mucho, esta frivolidad facilita mucho la labor crítica a la hora de señalar la serie de contradicciones en que incurrió el pensador francés.

2.2.6. Manipulación de personas

La acusada tendencia de Descartes a manipular a sus teóricos amigos, como instrumentos al servicio de sus fines personales pudo haber sido, por lo menos en parte, conse-cuencia de su privación afectiva durante su infancia. Tal privación le habría dificultado un desarrollo normal de la afectividad hacia los demás, una desconfianza hacia ellos y una tendencia a utilizarlos como meros instrumentos, tal como se muestra a continuación:

a) En efecto, tal actitud se manifestó en primer lugar en sus relaciones con su propia familia, especialmente con su padre y con su hermano mayor. La Psicología habla del síndrome del segundón, relacionado con la hipótesis de que el segundo hijo despierta en los padres un interés y un afecto bastante menos intenso que el primero, de forma que aquél puede llegar a sentirse como un intruso, no desarrollando con normalidad su afectividad hacia los demás. En relación con esta cuestión, hay que hacer referencia igualmente a unos estudios del año 2009, que muestran cómo estadísticamente los primeros hijos tienen un coeficiente intelectual un diez por ciento más elevado que el de sus demás hermanos y ese hecho podría tener su explicación en la diferencia de dedicación que recibe el primero respecto al segundo o a cualquiera de los demás.

Descartes no fue un segundón, pero su primer hermano murió al nacer, se segundo hermano era su hermana Jeanne y su tercer hermano era Pierre, mientras que él era el cuart6o, lo cual efectivamente debió de influir en que su infancia estuviera bastante privada de afecto, teniendo en cuenta además que su madre murió un año después de nacer él. Además, Descartes tampoco contó con un afecto paterno suficiente, pues su padre pasaba largas temporadas fuera del hogar familiar, y desde los diez hasta los dieciocho años estuvo internado en el colegio de La Fléche.

Una consecuencia de esta carencia afectiva debió de ser que, desde que acabó sus estudios, permaneció poco tiempo en el domicilio familiar, marchando en 1618 a Holanda, donde se alistó en el ejército de Mauricio de Nassau y, desde ese momento fueron escasas las ocasiones en que regresó junto a la familia.

Respecto a esta cuestión, R. Watson señala que sus relaciones afectivas de carácter familiar brillan por su ausencia, hasta el punto de que "en cuanto a los asuntos familiares, los únicos que preocupaban a Descartes se relacio-naban con el dinero"[146]. Además, las escasas ocasiones en que Descartes regresó junto a su familia estuvieron esencial-mente relacionadas con el asunto del cobro de su herencia materna y paterna, y con la posible compra de un cargo que pudiera servirle como medio de vida.

b) Esta frialdad con la familia más cercana y este espíritu calculador se manifestó igualmente con sus teóricos amigos, como Mersenne, Silhon o Chanut, pero también y de manera mucho más desconsiderada en sus relaciones con determi-nadas personalidades de cierta relevancia política o religiosa que, en cuanto podían influir en su propia vida, procuró ma-nipular, aparentando sentir hacia ellos una amistad especial.

b1) Así, cuando a mediados de 1629 estuvo interesado en la construcción de una lente hiperbólica, escribió a J. Ferrier, un famoso óptico de París, animándole a que viniera a trabajar con él, diciéndole que él correría con todos los gastos, que vivirían como hermanos, que podrían ver "si hay animales en la Luna", que tendría el tiempo libre para lo que quisiera, que nadie le molestaría y que no le pondría obstá-culo alguno para que regresara a París cuando quisiera[147]Y así todo el panorama se lo pintaba realmente atractivo, pero no porque realmente estuviera encantado con la amistad de Ferrier sino sólo porque en aquel momento se había intere-sado por esa cuestión de óptica y quería que Ferrier dejase lo que estuviera haciendo en París para embarcarle en la misma tarea que a él le interesaba en aquel momento, tarea que, por cierto, pronto dejó de atraerle, precisamente cuando, después de una primera negativa, Ferrier tomó la decisión de aceptar su llamada.

b2) La "amistad" entre Descartes y el padre Mersenne representa otro ejemplo del egoísmo calculador de Descartes, teniendo en cuenta que, a pesar de que este clérigo siempre estuvo a la disposición de Descartes, como si fuera su secre-tario sin sueldo, su confidente y su aliado incondicional, hasta el punto de que la correspondencia entre ambos es mucho mayor que la que tuvo con cualquier otro de sus amigos, y a pesar de la fidelidad y comprensión constantes de su amigo hacia él, el pensador francés ni siquiera tuvo el detalle de estar a su lado durante los últimos días de su vida, ni el de asistir a su entierro: Descartes se fue de París el día 27 de agosto de 1648 y Mersenne moría cinco días después, el día 1 de septiembre.

b3) A Jean de Silhon, secretario del cardenal Mazarino, a quien había conocido entre 1626 y 1628, lo utilizó para conseguir una pensión de Luís XIV, cuando ya casi había agotado la herencia paterna, y necesitaba un nuevo medio de subsistencia.

b4) Por lo que se refiere a su relación con Hector P. Chanut, la lectura de su correspondencia sugiere que a partir de 1646 Descartes intensificó su "amistad" con él con la cal-culada finalidad de que éste le pusiera en contacto con la reina Cristina. En este sentido resulta bastante sintomática una carta de marzo de 1646, en la que manifiesta de manera sorprendentemente exagerada su enorme "simpatía" por Cha-nut, diciéndole entre otras cosas:

"Si me hubiera consentido a mí mismo el honor de escri-bir a vuestra merced tantas veces cuantas he deseado hacerlo desde que pasó por este país, mis cartas lo hubie-ran importunado con harta frecuencia, pues no ha trans-currido día en que no haya querido tomar la pluma varias veces"[148].

Y hacia el final de esa misma carta, insistiendo en esas muestras de afecto y consideración, escribe:

"como a veces me entran deseos de regresar a París casi me atrevo a decir que tengo queja de los señores ministros que le han dado el cargo que lo aleja de esa ciudad, y le aseguro que, si residiera en ella, ése sería uno de los principales motivos que podrían obligarme a visitarla"[149].

Siguiendo esta misma línea de calculado acercamiento en esa "amistad", pero de modo mucho más exagerado resul-ta especialmente significativa a este respecto una carta de noviembre de ese mismo año en la que dice al embajador:

"Si no me inspirase su sabiduría tan extraordinaria esti-ma y no me impulsara tan vehemente deseo de aprender, no me habría mostrado tan importuno al rogarle que examinara mis escritos […] Y creo […] que lo mejor que puedo hacer de ahora en adelante es abstenerme de hacer libros […] y no estudiar ya sino para instruirme y no comunicar mis pensamientos sino a aquéllos con los que pueda conversar en privado; y aseguro que nada podría hacerme más dichoso que tener conversaciones con vuestra merced […] Desde el primer momento en que tuve el honor de conocer a vuestra merced, le entregué toda mi confianza, y como he tenido después el atrevimiento de granjearme su benevolencia, le ruego que crea que no podría serle más devoto si toda mi vida hubiera transcurrido a su lado"[150].

Posteriormente, en febrero de 1647, Descartes, conoce-dor de la devota religiosidad de Chanut, le escribe una carta muy extensa en la que trata de mostrarse tan religioso o más que el embajador, de manera que esa carta casi parece más el extracto de un tratado de Teología y de Psicología medie-vales, en el que le explica sus puntos de vista acerca de diver-sas pasiones, acerca de Dios y acerca de algunos aspectos del cristianismo desde la perspectiva de un cristiano ejemplar, diciéndole entre otras cosas:

"no me asombra que algunos filósofos estén convencidos de que sólo la religión cristiana nos hace capaces de amar a Dios al enseñarnos el misterio de la Encarnación con el que Dios se rebajó hasta hacerse semejante a nosotros"[151].

Desde luego, sorprende bastante que el matemático, el científico y el filósofo Descartes, de pronto aparezca conver-tido en una especie de predicador que habla de "la Encar-nación" de Dios como si se tratase de un tema de profunda meditación o una más de las deducciones de su sistema racionalista.

Siguiendo esta misma línea religiosa, en las antípodas de la Filosofía y de la Ciencia, le dice más adelante:

"estimo que el camino que debemos seguir para llegar al amor de Dios es pensar que es un espíritu o un ente que piensa, con lo que, ya que la naturaleza de nuestra alma tiene cierto parecido con la suya, nos convencemos de que ésta es emanación de su suprema inteligencia"[152],

atreviéndose a incurrir en la herejía panteísta-emanantista, contraria al creacionismo judeocristiano, aunque muy en la línea de lo que en el pensamiento místico denominan "vía unitiva".

La sensación que provoca la lectura de esta extensísima carta es la de que en ella Descartes lo tiene todo fríamente calculado: no sólo ni en primer lugar pretende impresionar a Chanut, sino que parece que le escribe con la intención especial de que muestre esa carta a la reina Cristina, de forma que esta "presentación" pueda significar, tal vez, el comienzo de una relación epistolar con ella, relación que efectivamente se produciría para, a continuación, dar el salto a la corte sueca. Pues, efectivamente, la reina leyó la carta dirigida a Chanut, de manera que al cabo de unos meses Descartes, en respuesta a una carta del embajador, volvió a escribirle diciéndole:

"Me invadió el temor al leer las primeras páginas, en las que me dice que el señor De Ryer había hablado a la Reina de una de mis cartas y que ésta deseaba verla. Y luego me tranquilicé, al llegar al punto en que vuestra merced me refiere que la oyó leer con cierto agrado. Y no sé si ha sido mayor mi admiración al ver que la Reina comprendía con tan gran facili-dad cosas que parecen muy oscuras a los más doctos, o mi gozo al ver que no le desagradaban. Pero mi admiración dobló al comprobar la fuerza y el peso de las objeciones que hizo Su Majestad respecto al tamaño que atribuyo al universo"[153].

b) Tiene interés observar que en esta última carta apare-cen expresiones de especial admiración hacia la reina Cristi-na, que parecen escritas con la intención y la expectativa de que ella llegase a leerlas. En otras cartas la trató de un modo escandalosamente servil y ridículamente halagador, como si fuera una especie de divinidad reencarnada, pero con la clara finalidad de conseguir su simpatía y obtener de ella la invi-tación de ir a su corte de Suecia. De este modo pretendía obtener varios objetivos importantes: Librarse de sus desagra-dables tensiones con los teólogos holandeses, lograr mayor prestigio y conseguir además una pensión o un sueldo que le permitiese recuperarse económicamente, pues los recursos económicos de que disponía, procedentes de la herencia de su padre, se le estaban agotando.

La reina Cristina escribió una carta a Descartes para decirle que había leído con interés sus Principios de la Filosofía. Descartes le respondió con otra en la que, de forma implícita, le "ofrecía" su presencia en la corte con una especie de contrato de esclavitud:

"me atrevo a asegurar con gran vehemencia a Vuestra Majestad que haré siempre cuanto esté en mi mano por cumplir con cualquier cosa que quiera mandarme y ninguna me parecerá extremadamente dificultosa"[154].

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11
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