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Tlacahuapahualiztli “El arte de criar y educar a los hombres” (página 2)


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Dentro de las actividades sexuales, se les daba a conocer como grandiosa esa capacidad de reproducirse que tanto aminoraba la tristeza de ser entes transitorios. La sexualidad era una virtud cuando se empleaba para la "siembra de hombres en la tierra".

Los mexicas aprendieron cual era uno de sus mayores motivos de su existencia, aquel que era "su verdad" más preciada. La de mantener en movimiento al sol y las estrellas. Esa responsabilidad los llevaría a enajenarlos y finalmente los llevaría, en la conquista, a defender con la muerte su última esperaza (Díaz, 1992).

Técnicas educativas

LA EDUCACIÓN PREVERBAL

Mucho conocieron el lenguaje interior, ese que en silencio expresa los más profundos pensamientos. La mirada, las manos, el calor del cuerpo funcionaron siempre como comunicación. Por medio de un gesto los padres podían aprobar una actitud de sus hijos. Era preciso primero demostrar que la educación era cariño, y para ello no fueron necesarias las palabras. El gesto, aún cuando fuera de reproche, afloraba cargado de afecto. Las madres, al amamantar a sus bebes, manejaban ese impulso por dar lo mejor de sí mismas, y el pequeño, tomando esa leche amorosa de los senos cálidos, conocía la protección plena y registraba que de ese ser lleno de amor, todo cuanto de él procediera, sería benéfico para él. Bien sabían los antiguos mexicanos que si primero no sembraban en los hijos la seguridad del afecto, no serían escuchados, ni entendidos cuando emplearan la palabra para educarlos.

EL CONSEJO Y PERSUASIÓN

En el libro VI del Códice Florentino, a lo largo de 43 capítulos los informantes indígenas de Sahagún aclaran los valores de la filosofía, teología, moral y retórica propia de los antiguos mexicanos. Aquí, la enseñanza es clara, precisa, convincente. En ello estriba su funcionalidad.

La forma en que los sabios indígenas hablaban, es una muestra valiosa de lo certeros que eran los métodos de enseñanza, basados en el consejo, en el convencimiento y en la persuasión. Promovían sentencias sabias, "verdaderas", y tenían la paciencia suficiente para dejar al aprendiz recorrer todo el camino necesario para su entendimiento. El método era esencialmente nemotécnico; el mensaje se repite una y otra vez, reforzándose, par quedar mejor registrado en la memoria (Díaz, 1992).

Es importante notar que las enseñanzas morales que dicta una sociedad y que el niño recibe a través del consejo de los padres, forma en la mente del receptor una instancia psicológica llamada super-yo e ideal del yo, que le dice, como voz interior de su conciencia, todo aquello que debe hacer moralmente en bien de sí mismo y de la comunidad. Pero ese requisito indispensable para que el super-yo se integre y funcione correctamente en la mente infantil, que haya una total simpatía entre el comunicante y el receptor. El niño debe querer a su consejero, de lo contrario esa mente en formación, por un instinto de contradicción, de defensa contra el que odia, cometerá actos contrarios a lo que se le aconseja. El cariño con el que la mayoría de los padres y maestros daban sus consejos, era garantía par ser obedecidos.

Aquí está mi hijita, mi collar de piedras finas, mi plumaje de quetzal, mi hechura humana, la nacida de mí. Tú eres mi sangre, mi color, en ti está mi imagen.

Ahora recibe, escucha: vienes, has nacido, te ha enviado a tierra el Señor Nuestro, el dueño del cerca y del junto, el hacedor de la gente, el inventor de los hombres (León, 1961:149).

Obediencia a los padres que inducen sentimientos de culpa

Los tiernos afectos de los padres, la entrega que se desbordaba en el hijo, le impide a este manifestar su inconformismo. El niño crece con un especial sentimiento de duda y, cuando desobedece, el padre responde fijándole un sentimiento de culpa. El defraudado recrimina al defraudador diciéndole que han sido vanos sus esfuerzos y que por ello sufre. La culpa le impide al hijo ver la vida no como una satisfacción deleitosa, sino como apertura de necesidades y deberes que requieren de esfuerzo (Díaz, 1992).

Así convencían mediante el sentimiento de culpa:

Oíd otra tristeza y angustia mía, que me aflige a la media noche, cuando me levanto a orar y hacer penitencia: mi corazón piensa diversas cosas y anda subiendo y descendiendo, como quién sube a los montes y desciende a los valles, que ninguno de vosotros me deis contento, ninguno de vosotros me satisface.

LA CULPA POR EL PECADO

Todas las trasgresiones morales de tipo agresivo o sexual lograban subsanarse por medio de un rito de confesión llamado Neyolmelahualiztli, "acción de enderezar los corazones". Este se llevaba a cabo frente a Tlozalteotl, la Diosa Comedora de Inmundicias. En este acto, la diosa era benévola, comía todas aquellas oscuridades, suciedades y vicios que oscurecían los corazones del confesante. Despojado de sus lacras, adquiría de nuevo su pureza.

En el códice florentino está descrito este rito de expiación y enseñanza:

  • 1. Provocación de Tlazolteotl a los excesos sexuales. Es ella misma quien provoca el polvo y la basura, las obras lujuriosas. Es ella quien las incendia; Tlazolteotl las inflama.

  • 2. el hombre va a enderezar lo torcido de su corazón, y va a confesar, según lo entendieron los primeros frailes: se llamaba devoradora de inmundicias, pues dicen que ante su rostro se decía, frente a ella se narraban todas las acciones torcidas, por más espantosas que estas fueran, por más depravadas. Nada se escondía por vergüenza, todo en su cara se aclaraba, se explicaba; era la acción de enderezar los corazones.

  • 3. Por medio de mediación de Tlazolteotl queda enderezado el corazón del hombre, queda perdonado:

Y solamente ella los descargaba,

Ella aliviaba su enfermedad,

Ella los lavaba, los bañaba,

De sus manos brotaban las aguas,

De color verde, de color amarillo

Así aliviaban sus cargos, así curaban sus enfermedades

Frente a ella se hacía la acción de conocer el corazón

La acción de enderezar el corazón. (Códice Florentino)

Corrección de las conductas por medio de premios y castigos

Los lazos más arcaicos con que han contado los hombres para lograr la armonía y la tranquilidad social, son las prácticas de ciertas prácticas que se repiten muchas veces y por muchos años, hasta que se convierten en "instituciones". En base a éstas, la sociedad, encabezada por los padres de familia, se convierte en juez supremo de los actos. Por lo tanto, cualquier trasgresión a la norma es castigada, así como los aciertos son premiados.

A los niños aztecas, desde pequeños, si su comportamiento era bueno se les gratificaba con cariño, comida y regalos. El premio a los mayores era aquel que viene inherente a la virtud misma: la satisfacción moral, el placer de estar en lo correcto. Y como esto alegraba a los dioses, se garantizaba así el premio mayor al que podía aspirar el ser humano: la vida póstuma, más allá de Tlalticpac, la tierra, en la morada de los dioses (Díaz, 1992).

Aquí está lo que has de obrar y hacer:

En reserva, encierro y caja

Al irse nos dejaron los viejos,

Los de cabellos blancos, los de cara arrugada

Nuestros antepasados…

No vinieron a ser soberbios,

No vinieron a andar buscando ansia,

No vinieron a tener voracidad,

Fueron tales

Que se les estimó sobre la tierra

Llegaron al grado de águilas y tigres. (Códice Florentino)

La soberbia inútil era castigada por el ridículo. Un error de estos merecía la burla. En estos casos la risa significaba el señalamiento de la banalidad, al equívoco, y la risa de familiares y compañeros hería el honor de aquellos que habían cometido la falta.

Para toda trasgresión existían también castigos físicos, utilizando las espinas de maguey para punzar la carne, el humo del chile tostado que dañaba a los ojos, azotes, cárcel, y muerte por expiación de una causa que resulta irreparable.

Educación con técnicas mágicas

Dicen los informantes del Códice Florentino en un discurso que esto le hacían a su tlatoani:

Por ventura tu tienes cuidado de las cosas adversas y espantables que han de venir, que no las vieron, pero temieron los antiguos, y antepasados nuestros, tienen cuenta o cuidado, con los eclipses de sol, o con los temblores de la tierra, o con las tempestades del mar, o con los rompimientos de los montes, tienen por ventura cuidado de la angustia, que se sienten cuando vienen diversas tribulaciones… (Códice Florentino).

De esa angustia ante lo adverso incontenible surge la magia, el dinámico pensamiento que acumula fuerzas emergidas de las creencias para procurar salvación, o al momento tolerancia, y que el futuro, lejano y desconocido, muestre su rostro a los hombres del presente, a fin de que no sean sorprendidos por desgracias (Díaz, 1992).

Con la magia el hombre aprende a disminuir su ansiedad. En ella se anida la irrealidad, lo contradictorio, lo bello y lo aterrador, lo que parece inaccesible.

Con la fantasía mágica, que es la función del deseo con el acto consumado, el hombre teje una trama para superar los conflictos provocados por sus instintos de vida y muerte, herencia biológica que marca la naturaleza humana contradictoria.

El pensamiento mágico está presente en las actividades del hombre, en las que existe la duda, inseguridad, contradicción o conflicto. Se expresa en forma aislada o integrada o complejos mecanismos mentales, de los que suscitan doctrinas, ideologías, religiones y psicopatologías.

La magia ocupa un lugar especial en la evolución del pensamiento, y se presenta siempre opuesta a lo racional y objetivo. Se puede manifestar en todos los momentos de la vida cotidiana en que se cuestiona el bienestar o el dolor; en el sueño, en las ensoñaciones, en los mitos observados de duda y superstición, la magia aparece adosada a principios políticos, orales o religiosos. Floreciendo en la mente infantil o en la del hombre primitivo (Díaz, 1992).

El pueblo azteca estaba educado dentro de un contexto en el que la magia tenía gran repercusión. Todos los actos y sucesos eran susceptibles de ser controlados por la superstición y por los poderes mágicos. En su misma religión, cuyo fundamento es la fe, la creencia sin discusión en la verdad de los dogmas, tiene en su haber esa "estrategia del animismo" que es la magia. A través de ella se dan las transfiguraciones: el sacerdote es atavía de los dioses y se convierte en el dios que representa; cada hombre tiene su nahual, un alter ego, un animal, y los sacerdotes, así como los dioses, pueden transformarse en su nahual por voluntad y en momento deseado; el jade atrae el agua, así como el cascabel de la serpiente, emplumarse, vestir penachos, espiritualiza; enmascararse es adquirir otros rostros, otras personalidades, otros poderes; el fuego permanente en el hogar atrae al dios Viejo, la deidad ancestral que mediante ello protege la casa; bajo este fuego la placenta es enterrada para que después del parto la mujer quede protegida. Podemos enumerar muchos ejemplos que son elementos del pensamiento mágico mexica.

Destaca, sin embargo, la ofrenda de sangre humana a los dioses para el mantenimiento del orden cósmico, a través del cual el hombre había conseguido jugar un papel importante en el mantenimiento de la vida del universo. Así, la vida misma, la sangre y los bienes terrenales, estaban en función del pensamiento mágico-religioso al que colectivamente se entregaban como algo cotidiano de su mística (Díaz, 1992).

Es difícil decernir hasta que punto la fantasía era una mentira, que se encontraba demasiado arraigada a la realidad, de ahí el término de realismo mágico, lo real maravilloso, lo insólito cotidiano, realidades plenamente manejadas por este pueblo. La ilusión estaba cargada de fuerza de voluntad para alcanzar lo que se pretendía. En tal voluntad desmesurada existe la egolatría, el delirio por la omnipotencia. Y de ello mismo se despliega el dolor más grande, el de enfrentarse a un mundo que frustra constantemente sus anhelos instintivos de bienestar o de odio.

La magia fue una de las posibilidades que tuvieron los aztecas para expresar con la fantasía sus anhelos de amor o destrucción, de ubicarse en el cosmos, y su esmero por trascender a la muerte.

Todos los actos, desde el nacimiento, estaban acompañados por ritos mágicos, contribuyendo así a formar algunas de las principales instituciones de convivencia social, como fiestas y ceremonias, mismas que disminuían su angustia colectiva ante frente a los misterios de la naturaleza; sin embargo, por otro lado, eran muy realistas en la forma de organizarse para la producción, en la tecnología, en las técnicas de combate, en su adaptación al medio ambiente. Supieron, mediante el conocimiento armonizar con la naturaleza, y entender sus propias características humanas. Quizá fue ese realismo el que contribuyó a que se distinguiera de las demás culturas mesoamericanas (Díaz, 1992).

Aprendizaje por identificación

Para procurarles a los hijos pequeños una clara identidad sexual, la madre mantenía cerca de ella a las niñas, a fin de que esta pudiera observar constantemente todo lo que concierne a la mujer; así mismo lo hacía el padre con el varón. El deseo de semejanza era estimulado; los quehaceres se hacían con gusto para que el niño experimentara cierto goce en ellos; se les mostraba lo importante que era desempeñar el papel correspondiente al sexo dentro de la sociedad; se exaltaban los valores de la femineidad y de la virilidad, distinguiéndolos perfectamente unos de otros. De esta manera la niña gustaba en ser mujer y el niño en ser varón, y trataban de asemejarse a los modelos. Mucha conciencia tenían los padres acerca de la importancia del paradigma y por ello cuidaban de su propia imagen (Díaz, 1992).

El proceso natural del complejo de Edipo era entendido por los padres, los cuales descargaban su afecto para satisfacer esa necesidad infantil de ser sobreprotegido. Entendían los celos de los pequeños, y para sanarlos de ello cimentaban bien su amor dándoles toda la seguridad requerida. La superación de este complejo era la clave para que los niños pudieran definir su identidad psicosexual (Díaz, 1963).

La cultura mexica o azteca es un ejemplo para el mundo de la capacidad de afecto y consideración que los padres tenía para con los pequeños y, por lo tanto, de su aptitud para definir su papel en la sociedad.

La educación en los Templos

La educación especializada más importante se llevaba a cabo desde los seis años hasta los doce. Los padres internaban a sus hijos en el Tepochcalli (si querían ser guerreros), o en el Calmecac si iban a dedicarse a las ciencias. En este mismo recinto había un anexo destinado para las niñas, a quienes se les impartían una educación fundamentalmente moral y se les preparaba a fin de que pudieran cumplir con todas sus obligaciones dentro del matrimonio.

Dice el padre Acosta:

Ninguna cosa más me ha admirado, más digna de alabanza, que el cuidado y orden que el criar a sus hijos tenían los mexicanos. Porque entendiendo bien que en la crianza e institución de la niñez y juventud consiste toda la buena esperanza de la república, dieron en optar a sus hijos de regalo y libertad que son dos partes de aquella edad y en ocuparlos en ejercicios provechosos y honestos (León, 1959).

Soustelle observa:

Es admirable que en esa época y en ese continente, un pueblo indígena de América haya practicado la educación obligatoria para todos y que no hubiera un solo niño mexicano del siglo XVI, cualquiera que fuera su origen social, que estuviera privado de escuela. (Ibídem)

Realmente grande fue el afán de educar, porque el conocer, el saber era el sustantivo mismo de la vida. Para cuando el niño llegaba a la escuela especializada ya tenía conocimiento de muchas cosas que los padres le habían enseñado. Se entendía que el vivir no era otra cosa que el ejercicio de aprender. El hombre nacía para forjar su entendimiento del universo, para comprender la obra creadora de los dioses, para probar la creación que surge de la voluntad del hombre. Todos eran educados, porque la ignorancia era concebida como algo vergonzoso, más aún, dolorosa, que debía ser evitado. Las vocaciones eran consideradas como dones de los dioses, ya se traían desde el nacer, y por ello se consultaban los oráculos. Los más diestros, los más capaces, los más voluntariosos tenían atención especial por parte de sus padres y maestros. Así también los que eran hijos de nobles, porque eran mayores sus responsabilidades (Díaz, 1992).

León Portilla analiza así este último aspecto (León, 1959):

Puede afirmarse que los calcamec eran centros donde los sabios o tlamatinimes comunicaban lo más elevado de la cultura náhuatl. Por esto no es de extrañar que de ordinario estuvieran en ellos los hijos de los reyes, los nobles y gente rica. Pero no que no había un exclusivismo de clase, la prueba, entre otros, el testimonio de los informantes de Sahagún: "Los jefes, los nobles y además otros buenos padres y madres tomaban a sus hijos y los prometían a la calmecac; también todos cuanto así lo querían."[1]

La educación en el Tepochacalli

Dice Sahagún (1956):

En naciendo una criatura luego los padres y madres hacían voto y ofrecían la criatura a la casa de los ídolos, que se llama Calmecac o Tepochcalli.

  • 1. Era la intención de los padres ofrecer a la casa de lo ídolos que se llamaba Calmecac para que fuesen ministros de los ídolos, viniendo a edad perfecta.

  • 2. Y si ofrecían la criatura a la casa Tepochcalli, era su intención que allí se criase con los otros mancebos para servicio del pueblo y para las cosas de la guerra.

  • 3. Aquí os ha traído nuestro señor, creador del cielo y de la tierra; os hacemos saber que nuestro señor fue servido de hacernos mereced de darnos una criatura, como una joya o pluma rica, que nos fue nacida; por ventura se criará y vivirá; y es varón, no conviene que le mostremos oficio de mujer, teniéndole en casa.

  • 4. Por lo tanto os damos por vuestro hijo, y os encargamos porque tenéis cargo de criar a los muchachos y mancebos, mostrándoles las costumbres, para que sean hombres valientes, y para que sirvan a los dioses Tlaltecuchtli y Tonatiuh, que son la tierra y el sol (y para que sirvan) en la pelea, y por esto ofrecérosle al señor dios todopoderoso Yáotl o por otro nombre Titlacaúcan o Tezcatlipoca.

  • 5. Por ventura se criará y vivirá complaciendo a dios, entrará a la casa de penitencia y de lloro que se llama Tepochcalli y desde ahora lo entregamos para que more en aquella casa donde se crían y salen hombres valientes.

Sahagún describe con detalle todos los ritos que en ese templo mandaban a hacer a los niños y jóvenes para templar su físico y carácter e incrementar su habilidad en las artes guerreras (Sahagún, 1956):

  • 1. Entrando en la casa de Tepochcalli al muchacho dábanle cargo de barrer y limpiar la casa y poner lumbre, y hacer los servicios de penitencia de que se obligaba.

  • 2. Era costumbre que a la puesta del sol todos los mancebos iban a danzar y a bailar a la casa que se llamaba cuicalco, cada noche, y el muchacho también danzaba con los otros mancebos;

  • 3. Y llegado ya a los quince años y siendo ya mancebillo, llevábanle consigo los mancebos al monte, a traer la leña, que era necesaria para la casa de Tepochcalli y cuicalco, y cargábanle a l mancebo un leño grueso o dos, para probar y ver si ya tenía la habilidad para llevarle a la pelea.

  • 4. Y siendo ya hábil para la pelea, llevábanle y las rodelas, para que las llevase a cuestas; y si estaba ya bien criado, y sabía las buenas costumbres y ejercicios a que estaba obligado, elegíanle para maestro de los mancebos, que se llamaba tiachcauh;

  • 5. Si era hombre valiente y diestro, elegíanle para dirigir a todos los mancebos y para castigarlos, y entonces se llamaba tepochtlato;

  • 6. Y si ya era hombre valiente, y si en la guerra había cautivado a cuatro enemigos, elegíanle y nombrábanle tlacatecatl, o tlacochálcatl, o quuauhtolato, los cuales regían y gobernaban el pueblo.

  • 7. O elegíanle para achcauhtli, que era como ahora alguacil, y tenía vara gorda y prendía a los delincuentes y los ponía en la cárcel.

  • 8. De esta manera iban subiendo de grado los mancebos que allí se criaban, y eran muy muchos los que se criaban en las casas del tepochcalli, porque cada parroquia tenía quince o diez casas de tepochcalli.

  • 9. Y la vida que tenían no era muy áspera, y dormían todos juntos cada uno apartado del otro, en cada casa de tepochcalli, y castigaban al que no iba a dormir en estas casas, y comían en sus casas propias.

  • 10. Iban todos juntos a trabajar dondequiera que tenían obra, a hacer barro, o paredes, o maizal, o zanja, o acequia. Para hacer estos trabajos iban todos juntos, no se repartían, o iban todos juntos a tomar y repartir leña a cuesta de los montes, que era necesaria para la casa de cuicalco y tepochcalli; y cuando hacían alguna obra de trabajo, cesaban los trabajos un poco antes de la puesta del sol.

  • 11. Entonces íbanse a sus casas y bañábanse, y untábanse con tinta todo el cuerpo, pero no la cara, luego poníanse sus mantas y sartales, y los hombres valientes poníanse unos sartales de caracoles mariscos que se llamaban chipolli, o sartales de oro, y en lugar de peinarse escarrapuzábanse los cabellos hacia arriba para parecer espantables, y en la cara ponían ciertas rayas con tinta y margarita, y en los agujeros de las orejas poníanse unas turquesas que se llamaban xiuhnachtli, y en la cabeza poníanse unas plumas blancas como penachos;

  • 12. Y vestíanse con las mantas de maguey que se llama chalcáyatl, las cuales eran tejidas de hilo de maguey torcido, no eran tupidas sino flojas y ralas a manera de red y ponían unos caracoles mariscos sembrados y atados por las mantas; y los principales vestíanse con las mismas mantas, pero los caracoles eran de oro;

  • 13. Y los hombres valientes que se llamaban quaquachíctin traían atados a las mantas unos ovillos grandes de algodón; y tenían costumbre cada día, a la puesta del sol, (que) ponían lumbres en la casa de cuicalco los mancebos, y comenzaban a bailar y danzar todos, hasta pasada la media noche;

  • 14. Y no traían otras mantas sino aquellas mantas que se llamaban chalcáyatl que andaban casi desnudos; y después de haber bailado todos iban a las casas de tepochcalli a dormir, en cada barrio, y así lo hacían cada noche; y los que eran amancebados iban a dormir con sus amigas.

El tepochcalli era, pues, la escuela para los guerreros. Cada barrio tenía su propio templo, que consagrado a Huitzilopochtli fortalecía el carácter de los jóvenes ahí congregados. Ahí aprendían a labrar la tierra y se adiestraban en el manejo de la macana, el lanzadardos y el arco. Comúnmente hacían grandes simulacros de guerra. Los ejercicios y disciplinas para obtener mayor resistencia física estaban basados en la resistencia del clima (excesos de calor o frío). Efectuaban carreras de entrenamiento en las que no sólo la velocidad era importante, sino también la agilidad y sutileza para no hacer ruido para sorprender al enemigo. Efectuaban trampas para obtener cautivos, y sabían enfrentarse cuerpo a cuerpo en el campo de batalla (Díaz, 1992).

En este templo pedagógico había tres categorías (Larrollo, 1980). La primera era tiacach, a la que pertenecían los alumnos recién ingresados; la segunda, telpuchtlato, para el jefe de instructores; la tercera, tlaccatecatl, para el director del templo.

Las dignidades militares sólo se conquistaban mediante hazañas heroicas. La captura de reclutas enemigos merecía el ascenso a oficial del ejército. Y aquel que lograba aprender a un jefe enemigo adquiría la dignidad de Caballero Tigre, Otomitl; y el que hacía prisionero tres jefes, la de Caballero Águila o Cuauhtli.

La educación en el Calmecac

Este nombre se descompone en calli "casa" y mecac "cordón o hilera". Los edificios estaban uno junto al otro adornados en sus fachadas por una larga hilera de caracoles (Díaz, 1992).

Aquí la selección era mucho más estricta, predominaba la clase de los pipiltin o nobles y, excepcionalmente, tenían acceso jóvenes de la clase inferior de gran sensibilidad e inteligencia, para el aprendizaje de la ciencias, técnicas y humanísticas. Este grupo selecto era preparado para las altas actividades estatales. Cubrían distintos aspectos en lo que se refiere a la religión, historia, pintura, música, derecho astrología y un lenguaje muy refinado, exclusivo de nobles y sabios. En un área entraban muchos hijos de artesanos, quienes aspiraban a la calidad de toltecayotl, "artista". Todo cuanto hacían con sus manos lo debían de hacer "con el corazón endiosado", por ello, hasta las obras más pequeñas eran bellas y perfectas. Ahí era donde "hacían mentir al barro", es decir, le daban forma, lo hacían parecer algo, semejarse a alguien; ahí le daban voluntad a la piedra, la grababan, la esculpían; ahí trabajaban la pluma haciendo de escudos y penachos la misma imagen del esplendor de la belleza; ahí pulían las obsidianas y el jade. Sus manos eran hábiles y sutiles y por medio de ellas imprimían sus emociones y nobles sentimientos. Ahí se hacían constructores. Aquellos dedicados a las ciencias pasaban por severas disciplinas. Domaban su orgullo y tenían la grandeza de los humildes. Recogían la comida que les era arrojada al suelo y podían a la vez mirar al universo sin inquietarse, sin temor, con conocimiento del tiempo que por él fluye y el cual crea el movimiento de la vida y la muerte. Ahí se aprendía a conocer los atributos de los dioses, sus esferas de acción, sus voluntades divinas. Ahí se dialogaba con los dioses para conocer sus deseos e imposiciones. Se llevaba vida monástica, se ejercía penitencia, se modelaba el propio corazón. Ahí se hacían suaves y fuertes como el viento; impenetrables como la noche y trasparentes como el día; sabios y sencillos.

Con todo detalle cuenta Sahagún cómo era le arte de educar en Calmecac y cómo se ingresaba a él (Sahagún, 1956).

Los señores principales, o viejos ancianos, ofrecían sus hijos a la casa que se llama Calmecac. Era su intensión que allí se criasen para que fuesen ministros de los ídolos, porque decían que en la casa de Calmecac había buenas costumbres, y doctrinas y ejercicios, y áspera y casta vida, y no había cosa de desvergüenzas, ni represión, ni afrenta ninguna de las costumbres que allí usaban los ministros de los ídolos, que se criaban en aquella casa.

Señor principal o rico, cualquiera que tenía hacienda, cuando ofrecía a su hijo hacía y guisaba muy buena comida y convidaba a los sacerdotes y ministros de los ídolos que criaban a los muchachos de esta manera: "Ah, señores sacerdotes y ministros de nuestros dioses, habéis tomado trabajo de venir aquí, a nuestra casa, y os trajo nuestro señor todo poderoso. Os hacemos saber que nuestro señor fue servido de hacernos mereced de darnos una criatura, como una joya o pluma rica que nos fue dada; si mereciéramos que este muchacho se críe y viva, y (como) es varón, no convienen que le mostremos oficio de mujer teniéndolo en casa; por tanto, os le damos por vuestro hijo y os encargamos y ahora al presente ofrecémosle al señor Quetzalcóatl, u otro nombre Tlilpatonqui, para entrar en la casa de Calmecac, que es la casa de penitencia y lágrimas donde se crían los seres nobles, porque en este lugar se merecen los tesoros de dios, orando y haciendo penitencia con lágrimas y gemidos, y pidiendo a dios que les haga misericordia y merced de darles riqueza".

Y los sacerdotes y ministros de los dioses respondían a los padres del muchacho de esta manera. "Aquí oímos vuestra plática, aunque somos indignos de oírla, sobre que deseáis que vuestro hijo, y vuestra piedra preciosa o pluma rica, entre y viva en la casa de Calmecac. No somos nosotros a quien se le hace esta plática, más hácese al señor Quetzalcóatl, a otro nombre Tlilpotonqui, en cuya persona le oímos; él es quien habláis, él sabe lo que tiene por bien hacerse de vuestra piedra preciosa y pluma rica, y de vosotros sus padres".

Y luego tomaban al muchacho y llevábanle a la casa Calmecac, y los padres del muchacho llevaban consigo papeles e incienso, y maxtles y mantas, y unos sartales de oro y pluma rica, y piedras preciosas ante la estatua de Quetzalcóatl, en la casa de Calmecac, y en llegando todos tenían y untaban con tinta la muchacho todo el cuerpo y la cara, y le pedían unas cuentas de palo que se llamaban tlacopatli; y si era hijo de pobre le ponían hilo de algodón flojo, y le cortaban las orejas, y sacaban la sangre y la ofrecían ante la estatua de Quetzalcóatl; y si aún era pequeño tornaban a llevarle consigo los padres a sus casa.

Y si el muchacho era hijo de señor o principal, luego le quitaban la cuantas hechas de thacopatli y las dejaban en la casa e Calmecac, porque decían que lo hacían así de que el espíritu hacía los servicios bajos de penitencia por el muchachuelo; y si era ya de edad conveniente para vivir y estar en la casa de Calmecac, luego le dejaban ahí en poder de sacerdotes y ministros e ídolos, para criarle y enseñarle todas las costumbres que se usaban en la casa de Calmecac.

A continuación Sahagún describe las 15 ceremonias que en ese templo se llevaban a cabo para educar a los niños y jóvenes (Sahagún, 1956).

Era la primera costumbre de todos los ministros de los ídolos que se llamaban tlamacazque, dormían en la casa de Calmecac.

La segunda era que barrían y limpiaban la casa todos, a las cuatro de la mañana.

La tercera era que los muchachos ya grandecillos iban a buscar y a cortar puntas de maguey.

La cuarta era que los ya grandecillos iban a traer a cuestas la leña del monte, que era necesaria para quemar en la casa de Calmecac cada noche, y cuando hacían alguna obra de barro o paredes, o maizal, o zanjas o acequias, Ibáñez todos juntos a trabajar, en amaneciendo, solamente quedaban los que guardaban la casa y los que le llevaban comida, y ninguno de ellos faltaba, con mucho orden y contento trabajaban.

La quinta era que cesaban del trabajo un copo trempanillo, y luego iban derecho a su monasterio e entender en el servicio de los dioses y ejercicio de penitencia, y bañábanse primero, y a la puesta del sol comenzaban a preparar las cosas necesarias, y a las once y media de la noche montaban el camino llevándose consigo las puntas de maguey, cada uno, a solas, iba llevando un caracol para teñir en el camino y un incensario de barro, y un zurrón o talega en que iba el incienso, y teas y puntas de maguey, y así cada uno iba desnudo a poner en el lugar de su devoción las puntas de maguey, y los que querían hacer gran penitencia, llegaban así a los montes, sierras, ríos, y los grandecillos llegaban hasta media legua; y en llegado al lugar determinado, luego ponían las puntas de maguey, metiéndolas en una pelota hecha de henos, y así se volvía cada uno, a solas, tañendo el caracol.

La sexta era que los ministros de los ídolos dormían dos juntos, cubiertos con una manta, si no dormían cada uno apartado del otro.

La séptima era que la comida que comían (la) hacían y guisaban en la casa de Camecac, porque tenían renta de comunidad que gastaban para la comid. Y si traían alguna comida de sus casas, todos la comían.

La octava era que cada media noche todos se levantaban a hacer oración, y quien no se levantaba y despertaba, castigábanle, punzándole las orejas y el pecho y muslos y piernas, metiéndole las puntas de maguey por todo el cuerpo, en presencia de todos los ministros de los ídolos porque se escarmentasen.

La novena que ninguno era soberbio, ni hacía ofensa a otro, ni era inobediente a la orden y costumbres que ellos usaban, y si alguna vez aparecía un borracho o amancebado, o hacía otro delito criminal, luego le mataban o le daban garrote, o lo asaban vivo o le asaetaban; y quien hacía culpa venial, luego le punzaban las orejas y labios con punta de maguey o punzón.

La décima era que a los muchachos castigaban punzándoles las orejas, o los azotaban con ortigas.

La undécima era que a la media noche todos los ministros de los ídolos se bañaban en los ídolos.

La duodécima era que cuando era de día y de ayuno todos ayunaban, chicos y grandes, no comían hasta medio día, y cuando llegaban a un ayuno que se llamaba tamacualo, ayunaban a pan y agua, y otros que ayunaban no comían nada hasta la media noche. Y otros no comían hasta el medio día, una vez nomás, y en la noche no gustaban cosa alguna y si bebían agua.

La decimotercera era que le mostraban a los muchachos (a) hablar bien y saludar, y hacer reverencia, y el que no hablaba o saludaba a los que se encontraba, o estaban ausentados, luego le punzaban con la punta de maguey.

La decimocuarta era que les enseñaban a todos los versos de canto, para cantar, que se llamaban divinos, cantos, los cuales versos estaban adscritos en sus libros para acantares; y más les enseñaban la astrología indígena, y las interpretaciones de los sueños y la cuenta de los años.

La decimoquinta era que los ministros de los ídolos tenían votos de vivir castamente, sin conocer a una mujer carnalmente, y comer templadamente ni decir mentiras y vivir devotamente y temer a dios, y con esto acabamos de decir las costumbres y orden que usaban los ministros de los ídolos, y dejamos otras que en otra parte se dirán,

A los sabios, los tlamatinime, maestros en este templo, se les elegía por sus calidades morales y por su conocimiento de las artes y humanismo:

Aún cuando fuera pobre o miserable,

Aún cuando su madre o padre fueran

Los pobres de los pobres…

No se veía su linaje,

Sólo se atendía a su género de vida…

A la pureza de sus corazón,

A su corazón bueno y humano…

A su corazón firme…

Se decía que tenía a dios en su corazón,

Que era sabio en las cosas de dios… (Códice Florentino)

En el Códice Matritense aparece la siguiente descripción de un sabio:

El sabio: una luz, una tea, una gruesa tea que no ahúma.

Un espejo horadado, un espejo agujerado por ambos lados.

Suya es la tinta negra y roja, de él son los códices.

El mismo es escritura y sabiduría.

Es camino, guía verás para otros. Conduce a las personas y a las cosas, es guía en los negocios humanos.

El sabio verdadero es cuidadoso (como un médico) y guarda la verdad.

Maestro de la verdad no deja de amonestar.

Hace sabios los rostros ajenos, hace a los otros tomar una cara (una personalidad), los hace desarrollarla.

Les abre los oídos, los ilumina,

Es maestro de guías, les da su camino,

De él uno depende.

Pone un espejo delante de los otros, los hace cuerdos, cuidadosos; hace que en ellos aparezca una cara (una personalidad).

Se fija en las cosas, regula el camino,

Dispone y ordena.

Aplica su luz sobre el mundo.

Conoce lo (que está) sobre nosotros (y) la religión de los muertos.

(Es hombre serio)

Cualquiera es conformado por él, es corregido, es enseñado.

Gracias a él la gente humaniza su querer y recibe una estricta enseñanza.

Confronta el corazón, confronta la gente,

Ayuda, remedia, a todos cura (Códice Matritence).

Tan distintas eran las disciplinas, tan variadas, que había para todas, maestros especializados (Sahagún, 1956).

El Temaqchtiani (maestro-educador).

El Teixcuitiani (psicólogo).

El tetezcahuani (moralista).

El mexicatl teohuatzin (jefe de sacerdotes que comparte el poder con el huitnauac tehuatzin.

El tepon teohuatzin (encargado de la buena crianza).

El ome tochtzin (maestro de los cantores y que daba de beber vino para entonarlos).

El epcoaquacuiltzin (quien tenía a su cargo las fiestas del calendario sagrado).

El tapizcatzin (Chantre para correr los cantos).

El ixcozauhqui tzonmolco "teohua" (encargado de hacer traer leña).

El epcoaquacuilli tecpictotom (el que componía los cantos).

El iztlilco teohua (encargado de procurar las ofrendas cuando los niños y niñas comenzaban a hablar).

Y muchos más eran los instructores. Los había para artes, la artesanía, la ciencia, la lectura de los códices. Y todos estaban regidos por Quetzalcóatl, el dios, y el concepto de la "serpiente emplumada", la dualidad en perfecta armonía, el autosacrificio propiciatoria de la depuración, se pusiera en práctica con perfecta verdad y entendimiento.

ANEXO AL CALMECAC, ESCUELA PARA NIÑAS

A la mujer se le quería y se le respetaba por tener el don de la fertilidad. Ese prodigio de dar a luz, de ser hacedora de vidas tiernas, exigía la obligación del conocimiento de la vida, de la tierra que germina, del equilibrio de los astros, del brote del agua en la tierra. Se le enseñaban los cuidados sobre el embarazo y la ayuda que se debía dar a sí misma y prestar a otras en los momentos del parto. Se les enseñaba a curar a los niños de enfermedades leves, a alimentarlos bien con orden y mesura, a mantenerlos limpios, a darles la educación básica. Aquí aprendían reglas morales y la manera en que tenían que cumplir su papel social. Pero, más que nada, se les acercaba a los dioses, se les mostraba como rendirles culto, cómo ofrendarlos, cómo gratificarlos. Muchas de ellas barrían los templos y cuidaban de las teas, del incienso y de las ofrendas. Algunas con espíritu sacerdotal, se quedaban a vivir por siempre al cuidado de los recintos sagrados y de las representaciones de los dioses. Otras, ya preparadas, salían de aquí para casarse.

Así describe Sahagún aquel templo (Sahagún, 1956):

Había también en los templos mujeres que desde pequeñuelas se criaban allí, y era la causa porque su devoción sus madres, siendo muy chiquillas, las prometían al servicio del templo; y siendo ya veinte o cuarenta días las presentaban al que tenía cargo de esto, que le llamaban quacuilli, que era como un cura y llevaban escobas para barrer y un incensario de barro, e incienso que se llamaba capalli blanco; todo esto presentaban al quacuilli o cura. Hecho esto el quacuilli encargaba mucho a las madres que tuvieran mucho cuidado de criar a sus hijas y que también en veinte días tuvieran cuidado de llevar al calpulco o parroquia de su barrio aquella misma ofrenda de escobas y copal, y leñan para quemar en los fogones de la iglesia. Aquella niña desde que llegaba a edad de discreción, informada de sus madre cerca del voto que había hecho, ella misma se iba al templo donde estaban las otras doncellas, y llevaba su ofrenda consigo, que era un incensario de barro y copal. Desde este tiempo y hasta que era casadera, siempre estaba en el templo debajo del regimiento de las matronas que criaban a las doncellas; y cuando ya siendo de edad la demandaba alguno para casarse con ella, en estando concertados los parientes y principales del barrio para que se hiciese el casamiento, aprestaban la ofrenda que habían de llevar, que eran codornices e incienso y flores, y cañas de humo, y un incensario de barro, y también aparejaban comida; y luego tomaban a la moza y la llevaban delante de las sátrapas, al mismo templo, y tendían una manta grande de algodón blanco y sobre ella se ponían todas las ofrendas que llevaban, y también una manta que se llamaba talcaquachtli, en la cual estaban tejidas muchas cabezas de personas; y hechos sus razonamientos de una parte a la otra los padres de la moza llevaban a su hija.

Éste es uno de los consejos que ahí se impartían:

"Y no hagas tus amigas

A mentirosas, ladronas, disolutas, frecuentadoras de casas,

Perezosas,

Para que no te contagien, para que no te contaminen;

Sino que no tengas más por tu propio el qué hacer dentro de tu casa.

Tampoco salgas a la puerta, ni te quedes fija en el mercado.

En el camino, junto al agua,

No es buen lugar, no es recto lugar:

Allí está lo que pervierte, lo que mancha a la gente,

Lo que procura dificultad, miseria, lo que la asalvaja,

Lo malo, lo pervertido.

No sólo como el estramonio y el acónito,

Sino mucho más intensamente, mucho más,

Espantosamente.

Con violencia hace perder el juicio a la gente,

Con violencia la saca de quicio." (Garibay, 1979).

Educación audiovisual

Una de las mayores sorpresas experimentadas por los colonizadores españoles fue la forma en que estaba escrita la lengua de los naturales con ideogramas, grifos y figuras simbólicas, y cómo, junto con la tradición oral, el pueblo podía conservar su historia y su identidad.

Escribe Bernal Días del castillo:

Hallamos las casas de ídolos y sacrificios… y muchos libros de sus papel, cogidos a dobleces, como a manera de paños de cartilla. Acuérdome –dice- que era en aquel tiempo su mayordomo (de Moctezuma) un gran cacique, que le pusimos por nombre Tapia y tenía cuenta de todas las rentas que le traían a Moctezuma, con sus libros, hechos de papel que se dice amal (Amatl) y tenía de estos libros una gran cantidad de ellos. (Díaz, 1955).

León Portilla clasifica los glifos de la siguiente manera:

Numerales (representativos de números).

Calendáricos (representativos de fechas).

Pictográficos (representativos de objetos).

Ideográficos (representativos de ideas).

Fonéticos (representativos de sonidos silábicos y alfabéticos).

Utilizando todos estos tipos de glifos, se pintaba en los códices todo tipo de hechos importantes. Había libros administrativos, históricos o mágicos con el tonalamatl. A través de ellos nada se perdía, nada borraba el tiempo, todo quedaba registrado para alimento de las generaciones posteriores. Este era su legado, el conocimiento de su origen, de sus antepasados, de la tradición.

En ellos se apuntaban las peregrinaciones, las fundaciones de ciudades, los árboles genealógicos de las principales familias, de los linajes; las cuentas de la economía estatal; los pagos de tributos. Allí quedaba escrito todo cuanto se refería al repartimiento de las tierras, se demarcaban en planos los límites de las ciudades y pueblos; se anotaban las guerras, las pestes, los buenos tiempos de abundancia.

A través de ellos se explicaban los tiempos propicios para las cosechas, el movimiento del tiempo, sus estaciones. Todo el conocimiento astronómico se escribía en ellos: las lunaciones, los eclipses, el paso de los cometas, la cuenta de los meses y de los días. En base al calendario ritual se señalaban los días de fiesta, los dioses que regían. Todo se tenía escrito, desde los mitos primeros hasta los más evolucionados.

Dice Ixtlixóchitl:

Me aproveche de los caracteres y pinturas que son con que aquellos están escritas y memorizadas sus historias, por haberse pintado al tiempo cuando sucedieron las cosas acaecidas, y de los cantos con que las conservaban sus autores muy graves en su modo de ciencia y facultad. (Ixtlixóchitl, 1892).

Ángel María Garibay K. en su Literatura Náhuatl dice:

Sobre el lienzo de papel, sobre la piel de venado, sobre el muro de la casa de educación, estaban representaciones similares a las que nos conservan los códices… que entrañan la doctrina al par que la historia. Viendo las imágenes y oyendo a los maestros, recogían en mente y corazón, para toda la vida, los educandos, el contenido cultural, religioso y literario, de las edades perdidas en las nieblas del pasado. (Garibay, 1979).

Enseñanza de la música

La música fue una de las artes más estimulantes de la vida de los aztecas. Durante las peregrinaciones fue esa quien dio a ese pueblo, motivado en la búsqueda, todo el ánimo y el brío para continuar. Este lenguaje, uno de los mejores para comunicarse con los dioses los cargaba de emotividad, de armonía. La música los templaba y les impedía que se desvaneciera su alma. Así mismo fue el alimento que fortaleció sus carácter para poder alcanzar la cima de la fama y del poder, y aún cuando las aguas de su laguna se tiñeron de sangre, la música fungió como un elemento purificador, reconciliador de la vida y sensibilizador (Díaz, 1992).

Las flautas, las percusiones, el baile y los cantos, eran parte misma del modo de ser de los aztecas, no podía existir ceremonia alguna que no pudiera ser acompañada por la música, ni posibilidad de recogimiento interior que no tuviera por fondo la melodía de un instrumento de viento.

Cuando aquellos hombres aún no hablaban la lengua de Castilla, Fray Toribio de Beenavente (motolinia) escribió en sus célebres memoriales:

Algunos mancebos de estos que digo, han ya puesto en canto de órgano villancicos a cuatro voces y los villancicos en su lengua, y esto parece señal de grande habilidad, porque aún no los han enseñado a componer, ni contrapunto; y lo que ha puesto en admiración a los españoles cantores, es que un indio de estos cantores, vecino de la ciudad de Tlaxcallan, ha compuesto una misa entera por puro ingenio, y la han oído artos españoles cantores, buenos cantores; y dicen que no le falta nada…

E yo vi afirmar a esos menestriales españoles, que lo que estos indios naturales deprendían, no lo deprendían en España españoles en dos años; porque en dos meses cantaban muchas misas, magnificant y motestes. (Motolina, 1903).

Era tal su habilidad par fabricar instrumentos como para componer música y cantarla, que Motolina señalo que un natural después de ver tocar un rabel, apareció un mes después con uno fabricado por él mismo al que ya le arrancaba bellas melodías, y referente a esta sensibilidad musical de los mexicas, agregó en otro lugar:

…en lugar de órgano tenían música de flautas concertadas, que parecen propiamente órganos de palo, porque son muchas flautas. (Motolina, 1903).

La enseñanza musical era inherente a su fe religiosa:

Quieroos decir lo que habéis de hacer, oídlo y notadlo: tened cuidado del areito y del atabal, y de las sonajas, y cantar; con esto despertaréis a la gente popular y daréis placer a nuestro señor dios, que está en todo lugar; con esto le solicitaréis para que os haga mercedes, y con esto meteréis vuestra mano en el seno de sus riquezas, porque el ejercicio de tañer y cantar solicita a nuestro señor para que haga mercedes. (Sahagún, 1956).

Y era ahí en el Calmecac donde se aprendían las técnicas de la música y sus valores espirituales. Se le enseñaba primero la apreciación, el entendimiento de la misma, y después se le impartía la técnica, que le era fácil por tener una habilidad natural en este arte (Díaz, 1992).

La enseñanza para hablar se perfeccionaba en el Calmecac

La misma lengua era musical, y mucho se cuidaba en pronunciarla bien, porque hablar no era otra cosa que canto mesurado. Mucho cuidaban de la prosodia, porque de ella dependía el buen decir, el decir con encanto, el decir con la música en la lengua. Y el hablar estaba muy relacionado con los gestos, y se decía que si la expresión física, la palabra y el pensamiento no tenían congruencia, entonces no hablaba con verdad.

En el Calmecac se corregía la forma en que debían de saludar, hacer reverencia, hablar correctamente; se les enseñaba los versos de los cantos divinos, escritos en caracteres. Se les pedía la emoción correcta en cada palabra, la suavidad o la fuerza necesaria según fuera el caso y los que significaba aquello (Díaz, 1992).

El Códice Florentino muestra cuán cuidadosa era la enseñanza del lenguaje: y el nemachtiloia in quialli tlatolli, que abarca los estudios de retórica, tan bellamente aplicados en los discursos de los jóvenes y en los textos de los indígenas informantes. Otra prueba eran las dos distintas formas para designar los distintos modos de expresión:

Macehuallatolli, "Forma de hablar del pueblo", y tecpillatolli "forma de lenguaje noble y cultivado", en el cual abundaba el difrasismo que consistía en usar dos palabras para conformar una sola idea:

In xochitl in cuicatl; flor y canto…. poesía

In atl in tepetl; agua y cerro… el pueblo.

In topco in peletacalco; en morral y en caja… el secreto.

In ayahuitl in poctli; niebla y humo… la fama. (Garibay, 1979).

En este lenguaje pulimentado, de palabra tamizada, existía en abundancia la metáfora, la multiplicidad de significados, la belleza, y siempre estaba condicionada a emplearse en función de la verdad.

El teatro de los aztecas

Dice al doctor Ángel Ma. Garibay, con el apoyo que le dan las investigaciones:

Ha sido discutida la existencia del teatro entre los antiguos mexicanos. Lo niegan los que se apoyan en el prejuicio, ya destruido, de que no podían tener tal cosa los incultos. Otros lo ponen en duda por falta de información. No hicieron lo mismo los primeros investigadores que, como Motolinia y Olmos, hallaron un teatro rudimentario y sobre él apoyaron sus producciones de teatro catequizante. (Garibay, 1954).

Y Durán da testimonios, poniendo de relieve el gran poder que tuvo el teatro como medio de enseñanza y comunicación:

Se introducen indios vestidos como mujeres… Otro baile había de viejos, que con máscara de viejos concordados se bailaba, que no es poco gracioso y donoso y de mucha risa. A su modo había un baile y canto de Truhanes, en el cual introducían un bobo, que fingía entender al revés lo que su amo le mandaba, trocándole las palabras… Otras veces hacían unos bailes en los cuales se embijaban de negro; otras veces, de blanco; otras, de verde, emplumándose la cabeza y los pies, llevando entremedios algunas mujeres, fingiéndose ellas y ellos borrachos, llevando en las manos cantarillos y tazas, como que iban bebiendo. Todo fingido para dar placer y solaz a las ciudades, regocijándolas con mil géneros de juegos, que los de los recogimientos inventaban de danzas y farsas y entremeses y cantares de mucho contento.

El teatro tenía dos funciones principales: la didáctica y la ceremonial. Los simulacros de guerra que se hacían frente a los dioses para contarles los acontecimientos sucedidos, era teatro, y tenía la función de dar a conocer al pueblo su propia historia.

Los sacerdotes, en las ceremonias, solían representar a determinados dioses, así se les veía cojeando cuando tomaban la apariencia de Tezcatlipoca; se vestían de tigre y representaban la mordida que el Nahual de este dios daba al sol derrumbándolo. Se representaban los mitos, las acciones divinas.

Toda ceremonia era teatro, era representación de algo. Y debemos decir que la música, el teatro y la danza conformaban unidas una sola expresión artística.

La escultura y la cerámica

Se decía que el buen artista hacía mentir al barro. Él era capaz de trasformarlo, de hacerlo rostro, de hacerlo figura zoomorfa, de mazarlo para obtener de él la imagen de un dios. Conocía la técnica del conocimiento por el fuego, y esto representaba la intervención del dios viejo, El Señor del Fuego que daba perdurabilidad a la arcilla. Tanto significó en su vida cotidiana, tanto amor había en ella, que era placer del artista representarla. En barro se trataba a la propia mujer, a los hijos jugando, de barro se hacían sus juguetes, en barro estaba copiado el sagrado juego de pelota, los danzantes. Y el barro ayudaba a los hombres a satisfacer sus necesidades elementales; así hacían el comal, los tazones. Contamos con miles de vasijas donde entendemos su idea estética de la forma y su exquisita decoración. Había distintos tipos de vasijas: las utilizadas como ofrenda, o que estaban al servicio de los dioses en los templos, por lo cual tenían mejores trabajo, mayor arte; y las otras, enseres simples de la vida cotidiana. Pero en todas es evidente la habilidad artesanal, la sensibilidad puesta en ellas, el buen gusto, el placer de la forma bien hecha, bien lograda (Díaz, 1992).

Mediante el barro se revivía, en recuerdo y aprecio, el rostro de un familiar muerto; en ese material se plasmaba el parto. Distintas figuras constituyen la cerámica; flores, muerte, animales mitológicos, seres en acción, sacrificios humanos y, además, contenían símbolos glifos, ya del agua, ya del fuego, ya el monstruo de la tierra que devora a los astros que no aparecen durante el día.

En la escuela para escultores se decía:

El que da un ser de barro:

De mirada aguda, moldea amorosa el barro.

El buen alfarero:

Pone esmero en las cosas,

Enseña al barro a mentir,

Dialoga con su propio corazón,

Hace vivir a las cosas las crea,

Todo lo conoce como si fuese un tolteca,

Hace hábiles sus manos.

El malo alfarero:

Torpe, cojo en su arte,

Mortecino. (León, 1961).

En la piedra se pretendía petrificar el propio corazón, gravar en ella el movimiento del corazón (la emoción). Era un arte mucho más severo, duro, austero, místico, comprometido con la perdurabilidad. Desde los enigmáticos rostros humanos, las máscaras funerarias hasta las deidades, se advierte en él la grandeza constante. Ejemplo de ello es la Coatlicue, figura de complejidad abstracta en la que se sintetizan tantos significados.

Tenían también las estelas:

Hito, voluntad de memoria tallada en piedra, las estelas del México prehispánico continúan una modalidad del lenguaje colectivo enhiesta en las plazas públicas, al píe de las escalinatas de los templos, recordaban el eclipse, la fundación de la ciudad, la gesta guerrera o el acontecimiento mágico. Reto de composición y síntesis, signo de comunicación, las estelas son obras de arte que en muchas cosas rinde homenaje personal al monarca, al sacerdote, al héroe o a la deidad. (Díaz, 1977).

Todas las creaciones plásticas, la pintura, , la escultura, el esgrafiado en vasijas, los bajorrelieves, la escultura monumental, la arquitectura e incluso la traza urbana, tenían como objetivo enseñar a sus pueblos las bondades de su religión, los valores de sus propia cultura, el sentido de su forma de vivir, de ser, de actuar.

No eran, sin embargo, cerrados en sí mismos, sino que se habrían hacia otras culturas, a fin de asimilar los logros de otros pueblos. Los pochtecas, los comerciantes que recorrían largas y dificultosas rutas, eran verdaderos embajadores que permitían la trascendencia de los distintos pueblos. Ellos eran la vena de las influencias. Por ellos se dejó de habar de culturas locales, y se pasó al concepto de civilización, la unión de diferentes culturas convergentes a alcanzar el grado superior.

La educación superior

Este trabajo lo cierran las técnicas de enseñanza superior, impartidas en el Calmecac o Templo del Saber; en los observatorios astronómicos, en el templo de Tonalamatl o Calendario Adivinatorio y en diversos centros de arte. De gran importancia fueron los congresos como el acaecido en Xochimilco, en donde los sabios representantes de las principales culturas de Mesoamérica se reunieron para la corrección del calendario astronómico.

Los materiales de estudio abarcaban desde las técnicas agrícolas, el urbanismo, la administración, las artes, las ciencias matemáticas y astronómicas y el humanismo. Impartían la enseñanza los hombres más sabios, los ancianos más experimentados y quienes tenían un gran espíritu pedagógico. Cuando los indígenas se referían a ellos, decían así a los españoles:

Más, señores nuestros (dice)

Hay quienes nos guían,

Nos gobiernan, nos llevan a cuestas,

En razón de cómo deben de ser venerados nuestros dioses,

Cuyos servidores somos como la cola y el ala,

Quienes hacen las ofrendas, quienes inciensan,

Y los llamados Quetzalcóatl.

Los sacerdotes de discursos

Es de ellos obligación,

Se ocupan día y noche,

De poner el copal,

De su ofrecimiento,

De las espinas para sangrarse.

Los que ven, los que se dedican a observar

El curso y el proceder ordenado del cielo,

Como se divide la noche.

Los que están mirado (leyendo)

Los que cuentan (o refieren lo que leen)

Los que vuelven ruidosamente las hojas de los códices.

Los que tienen en su poder tinta negra y roja

(la sabiduría)

Ellos nos llevan, nos guían, nos dicen el camino

Quienes ordenan como cae un año,

Como sigue su camino la cuenta de los destinos y los

Días y cada una de las veintenas (los meses).

De esto se ocupan, a ellos les toca hablar de los dioses. (León, 1959).

La educación física

La forma de educar el físico en los aztecas la sintetiza Francisco Larroyo así:

El más común de los deportes fue la carrera. En ella se ejercitaban los niños en las escuelas bajo la advocación del dios Painalton. Se llamaba paynototoca (de apyan, ir de prisa; Cotoca, correr). Los correos y enviados militares sorprendían por su rapidez trayendo mercaderías y comunicados.

Los niños jugaban al coyocpatolli, juego del hoyito (de cocoyoc, agujero; patolli, juego). Se hacía un pequeño agujero y, a cierta distancia, los jugadores arrojaban, por turno, colorines o "huesitos" de frutas, tratando de meter estos en el hoyito. Las chichinadas (de chichinao, folpear, pegar) era un juego muy parecido al de las canicas. El juego de las mapepenas (de pepena, recoger, y maithm mano) consistía en arrojar un colorín hacia arriba y recoger otro, colocados sobre una estera, antes de recibir con la propia mano el colorín arrojado. El aptolli estribaba en arrojar pequeños objetos a 52 casillas de antemano diseñadas sobre la tierra.

Celebre fue el teocuehpatlanque (de teocuahuitl, árbol, y patlanque, los que vuelan alrededor), es decir, juego de los voladores. El totolaqui (de total, bola y aquia, meter) se juagaba haciendo pasar, a distancia convenida, pequeñas argollas colocadas por pequeños bastoncillos, o bien arrojar las pequeñas argollas para ver de ensartarlas en los bastoncillos clavados en la tierra. El juego de pelota y la cacería constituyeron, empero, la más amplia distracción entre los pueblos precortesianos. El juego de pelota (tlachtli) se jugaba en una construcción apropósito: el tlachco. Ésta tenía la forma de una doble T, de muros, por lo general de treinta metros de longitud, por seis de luz y otros tantos de altura. Como a dos metros de altura se colocaban dos círculos tallados en piedra, con un diámetro que oscilaba entre 10 y 15 centímetros. Consistía el juego en arrojar la pelota, los de una cabecera del tlachco, contra los de la otra, pero unos y otros la impulsaban con la rodilla, o los flancos, nunca con la mano, sino la primera vez, y en ocasiones con los brazos. A determinado número de botes debía pasar por el disco de un muro, lo cual daba el gane; si no pasaba, se perdía, y si rodaba sin salir, no se perdía ni se ganaba, y continuaba el juego. Los jugadores eran varios y se colocaban en cada base de la T, y algunos avanzaban de parte en parte hasta cerca de los discos, remedando un ataque guerrero y de defensa (León, 1959).

Bibliografía

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  • SOUSTELLE Jacques. 1955. La vida cotidiana de los aztecas. Fondo de Cultura Económica. México.

 

 

Autor:

José Luis Villagrana Zúñiga

Maestrante de la Unidad Académica de Economía, Universidad Autónoma de Zacatecas. Zacatecas, México.

Fecha de elaboración: 2010-agosto-12

[1] Texto de los informantes indígenas de Sahagún.

Partes: 1, 2
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