Tlacahuapahualiztli “El arte de criar y educar a los hombres”
Enviado por José Luis Villagrana Zúñiga
- Introducción
- Técnicas educativas
- Obediencia a los padres que inducen sentimientos de culpa
- Corrección de las conductas por medio de premios y castigos
- Educación con técnicas mágicas
- Aprendizaje por identificación
- La educación en los Templos
- La educación en el Tepochacalli
- La educación en el Calmecac
- Educación audiovisual
- Enseñanza de la música
- La enseñanza para hablar se perfeccionaba en el Calmecac
- El teatro de los aztecas
- La escultura y la cerámica
- La educación superior
- La educación física
- Bibliografía
Introducción
El conocimiento que trasmiten los hombres es un bien común del grupo étnico, es memoria y destino en cuanto a que la enseñanza de una experiencia se torna permanente para conservar un estilo de vida y heredar las mejores realizaciones de la sociedad.
Si los nahuas hubieran dialogado con los griegos del clasicismo, mostrarían cuan grande y profunda fue la preocupación por la educación. En ambos pueblos se considera a la educación como el medio que trasmite de generación en generación los logros conseguidos por la cultura. Más no por ello se restringe a la inmutabilidad, pues, más bien, es el constante tamiz de evaluación que corrige y modifica tanto la conducta como las técnicas, a fin de que el ser humano alcance su perfección. Hay, sin embargo, valores estables, válidos a través del tiempo, y son estos los que se trasmiten. Educar es el acto de hacer poseer a los hombres la gran herencia de sus antepasados, formar su mentalidad hacia la comprensión de los valores, enseñarlos a utilizarlos, llevarlos a la madurez sensible e intelectual y aproximarlo a su perfeccionamiento (Díaz, 1992).
Dos son las técnicas que se aplican en ello, la del modelaje de los hábitos y la ejercitación del juicio. Así el niño se hace selectivo, se depura, se tamiza, distingue las distintas alternativas y sabe elegir lo que más le conviene, lo que corresponde a la más alta dignidad humana. Sabrá obtener la experiencia de sus antepasados, llegar hasta el punto donde ellos anduvieron, y andar su propio camino.
León Portilla sugiere que muy bien se podría escribir un libro sobre el "estilo" en que los mexicas educaron a sus hijos, en base a ese enfoque que la Paideia griega mostró a las culturas del mundo occidental. La Tlacahuapahualiztli "el arte de crear o educar a los hombres" o su equivalente la Ixtla machiliztli "sabiduría que se trasmite a los rostros ajenos" está a la altura de los mejores sistemas pedagógicos, ya que cumple con todas las normas que se necesitan para un claro y firme desarrollo del individuo y, por consiguiente, de la comunidad. Incorpora los seres humanos a la vida y les imprime los objetivos supremos de la sociedad (León, 1979).
Con este sistema los conocimientos eran trasmitidos en forma ligada y pertinente a los momentos cotidianos. Por lo tanto, la educación era activa e integral, porque no se limitaba a la instrucción parcial o integral de algún tema, sino que era multidisciplinaría a fin de comprender en su totalidad las múltiples necesidades de un hombre para resolver su vida.
La enseñanza tenía como propósito fundamental formar la personalidad del individuo, la cual en lengua náhuatl se expresaba por medio de un disfrasismo poético: in axtli, in yollotl, "alcanzar el rostro y el corazón" es decir: conformar la personalidad. Se apreciaba que aquel que no tuviera fundamentos carecía de rostro, y que aquél que no tuviera corazón en movimiento nada podría hacer o lograr.
Había hombres ancianos, elegidos por sabiduría, a quienes se les hacía cargo de orientar, de ayudar a los niños de tener una identidad propia:
El que hace sabios los rostros ajenos,
Hace a los otros tomar una cara,
Los hace desarrollarla…
Pone un espejo delante de los otros,
Los hace cuerdos, cuidadosos,
Hace que en ellos aparezca una cara…
Gracias a él,
la gente humaniza su querer
y recibe una estricta enseñanza…
La secuencia educativa de hombres y mujeres, desde lactantes, niños, jovencitos y adultos, concluía sólo cuando ya estaban maduros, concientes, responsables, dueños de una forma honesta y creativa de vivir, con una perfecta ubicación en su familia, en la sociedad, en el universo. Eran entonces conocedores de su interioridad psicológica, y estaban en armonía con los buenos sentimientos alojados en su corazón. La Tlacahuapahualiztli no se limitaba a la capacitación de un oficio o de un arte, sino a la enseñanza de los valores morales y éticos de la comunidad.
Si bien les enseñaba el cultivo, también les infundía el amor por la tierra, la gratitud a los dioses de los Mantenimientos, el gusto por el trabajo, el deseo de compartir el sustento con los suyos, con los cercanos y con los necesitados. Las prácticas del cultivo encerraban un gran respeto por la naturaleza. Y si a una mujer se le enseñaba a confeccionar el abrigo, le incrementaban también el culto al los dioses del hilado y culto a la belleza, a las cosas bien hechas, al esfuerzo nunca inútil y siempre consecutor (Díaz, 1992).
En toda actividad se les inculcaba un gran sentido de la familia y del grupo humano, porque un rostro y un corazón no andaban solos en el mundo, sino cerca, a un lado o enfrente de muchos otros rostros y muchos otros corazones.
El aprender a matar a los dioses significaba el aprender a comprender que ellos eran responsables de la muerte y de las flores. Que ellos eran la dualidad, la unión de los contrastes, que eran causa del dolor y de la delicia, de lo blanco y de los negro, del día y de la noche.
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