Análisis de las dimensiones socioculturales, económicas y políticas de la globalización (página 2)
Enviado por Santiago Carreras
La homogeneización es un proceso según el cual dos o más elementos se van configurando según pautas comunes, hasta adquirir la misma naturaleza o género.
Adhiriéndonos a la definición expuesta por el Magisterio de la Iglesia mediante el Documento de Puebla, "con la palabra cultura se indica el modo particular como, en un pueblo, los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios. Es el estilo de vida común que caracteriza a los diversos pueblos, por ello se habla de pluralidad de culturas. Es decir, es el conjunto de valores que lo animan y de desvalores que lo debilitan y que al ser participados en común por sus miembros, los reúne en base a una misma conciencia colectiva."
En sentido general, el concepto de estándar deriva del que tiene en el lenguaje corriente, particularmente en la producción de bienes: un elemento, una pieza que es lo suficientemente extendida, generalizable, común como para constituirse en típica y universal.
Los grupos de poder, son una unidad social constituida por un número de individuos que poseen un estatus y unas relaciones mutuas estables, y que tienen un conjunto de valores o normas que regulan su conducta. Estos tienen las relaciones, bienes o elementos (políticas, económicas, sociales, etc.) suficientes para llevar a cabo sus logros e influir sobre el resto de los grupos y la sociedad por todos los medios posibles valiéndose de un hábil manejo de sus recursos. Ellos crean nuevas necesidades de consumo, que "son un impulso irresistible que obliga a obrar infaliblemente en determinado sentido".
Este nuevo fenómeno de carácter internacional: la globalización planetaria, tiene efectos opuestos, como los de homogeneización y fragmentación cultural; estos efectos han derrumbado las identidades tradicionales. A través de los mecanismos de: desterritorialización y la deshistorialización.
"Debemos comprender que el proceso de globalización, al impulsar el movimiento de desterritorialización hacia fuera de las fronteras nacionales, acelera las condiciones de movilidad y "desencaje". El proceso de mundialización de la cultura engendra, por lo tanto, nuevos referentes identitarios".
La globalización impacta en los procesos de identificación de la gente porque pone delante de ella a otros individuos que actúan como modelos para asemejarse o diferenciarse.
Por ello, cuando se produce alguna modificación en la identidad de un pueblo, éste entra en crisis hasta que se vuelven a acomodar las nuevas estructuras, es decir, hasta que los individuos acepten y adopten como propios los nuevos cambios.
El orden económico mundial exige homogeneizar patrones de consumo, y esto no se logra tan sólo mediante agresivas políticas económicas ni mediante propagandas publicitarias centradas en la oferta de los permanentemente renovados productos. Lo que se difunde es, ante todo, un modelo cultural que genere actitudes y motivaciones orientadas a adoptar nuevos estilos y formas de vida, más allá e independientemente de las formas concretas que unos y otros asuman; lo que se difunde es una suerte de "a priori" del consumo incesante y cambiante, que instala al ciudadano en el rol, eminente, de consumidor.
Es decir, la globalización de la economía está definiendo una identidad más vinculada con los bienes a los que se accede que con el lugar donde se ha nacido.
En estos nuevos procesos, se percibe una fragilidad en la identidad colectiva y personal, la misma está siendo amenazada por los procesos de internalización, por el despliegue de una cultura homogeneizadora que se impone a través de los medios de comunicación y busca, por lo tanto, un sistema de garantías que la reconforte, que le dé seguridad. No sólo el nacionalismo exasperado es una respuesta frente a dichos procesos; el proteccionismo a la economía regional, la defensa de lo propio, la reivindicación de las identidades étnicas, son ejemplos de reacciones frente a la mundialización de los modos de vida y la estandarización cultural del mundo. Se están produciendo fuertes desestructuraciones y reestructuraciones, creándose nuevas segmentaciones sociales y verdaderas subculturas, que fomentan la desintegración de las culturas locales.
La preservación de la propia identidad es un elemento indispensable de la resistencia a ser absorbidos por una cultura dominante. Tiene que presentarse bajo la forma de una reafirmación, a veces excesiva, de la propia tradición cultural, de la lengua, de las costumbres.
Los pilares de la identidad son: conocer la historia propia, reconocer nuestros valores, practicar la autoestima y la dignidad.
3. Globalización económica y políticas sociales
La economía globalizada esta desencadenando profundas transformaciones. La mayor parte de este proceso se ha enfocado en aspectos macroeconómicos (como por ejemplo el déficit fiscal o la inflación), la privatización de empresas públicas y la reducción de las políticas sociales. Sin embargo, esta reorganización economicista tiene muchos otros efectos, en tanto expresa una forma de concebir a la sociedad y la Naturaleza.
Las propuestas de la escuela económica austríaca, más conocida en nuestro país como neoliberalismo, han sido las principales propulsoras de esos cambios.
Aunque se habla de justicia social y equidad, hay evidencias de la permanencia de una impronta que una y otra vez muestra la presencia del reduccionismo de mercado. A pesar de los acalorados debates que se han suscitado sobre el neoliberalismo, hay algunos temas que han pasado casi desapercibidos como el que hace a las repercusiones de la mercantilización de estirpe neoliberal sobre las políticas sociales.
Varias son las razones que sustentan la importancia de examinar este remanente. En primer lugar, es necesario proveerse de herramientas que permitan identificarlo y comenzar así a buscarle alternativas. En segundo lugar, este "fantasma" mercantilista plantea análogas formas de concebir las relaciones entre las personas. Finalmente, sus consecuencias, como la mercantilización social y la erosión de la política, son altamente negativas.
La perspectiva neoliberal además de ser un modelo económico, es también una visión amplia de la vida en sociedad. Postula al mercado como el escenario social perfecto. Su funcionamiento se basaría en la aceptación voluntaria de los individuos, a partir de sus intereses particulares, sin atender a los fines colectivos. Las interacciones sociales quedan reducidas a relaciones de mercado. El centro se pone en el individuo, y la sociedad deja de ser una categoría con características propias, reflejando en cambio un mero agregado de personas distintas, cada una atendiendo sus propios fines.Los derechos personales son reducidos a derechos del mercado, y la libertad es presentada negativamente, como ausencia de coerción, y en especial restringida a la libertad de comprar y vender. Es en el mercado donde se realiza la libertad personal. Para asegurar su correcto funcionamiento debe estar protegido de intervencionismos, y en especial, de los provenientes del Estado.
Un breve vistazo a algunas medidas que se han tomado en el terreno social, servirán de ejemplo. Las políticas sociales, en particular los servicios de seguridad social, y la educación, quedan subordinadas a criterios de mercado.
Por ejemplo, conceptualmente y prácticamente, se ha defendido que las políticas sociales gubernamentales deben restringirse a programas de amortiguación de los impactos de las reformas de mercado, mientras que otras tareas se podrían privatizar. La lógica de esa postura apuesta a que las fuerzas libres del mercado dispararían el crecimiento económico el que, a la larga, resolvería la pobreza, de donde no se necesitaría un apoyo desde el Estado. En varios rubros a estos argumentos se le suman otros estrictamente económicos. El caso más claro se da en la reforma de la seguridad social (pasividades y jubilaciones), donde una de las principales razones es asegurar capacidad de ahorro interno mediante la capitalización de los aportes. Las políticas sociales pasan a concebirse como formas de inversión o provisión de insumos para los circuitos económicos. En el terreno educativo, se concibe a la educación como un "sector productor de insumos" para la economía, de manera de aumentar la eficiencia de los procesos productivos.
Las expresiones de esta corriente se expresan en los países del cono sur con la difusión de los "fondos de inversión social", en la privatización de ciertas áreas de la salud y la educación, propuestas peregrinas como el manejo "gerencial" de escuelas secundarias, y la transmutación del vocabulario: la cobertura social y la educación son una forma de "inversión", las personas son "capital humano", y se entrena en "tecnologías sociales".
El sesgo neoliberal no niega al Estado, sino que lo minimiza, dándole un nuevo papel, subsidiario al mercado: debe asegurar que éste funcione, en particular manteniendo los derechos de propiedad y el orden público. En el área social, estas propuestas apuntan a la transferencia de diversas tareas al ámbito privado. En ese caso las medidas extremas son, por ejemplo, la privatización de los servicios de salud o de educación. En muchas circunstancias se desatienden las medidas de fondo, por ejemplo las que aseguren pleno empleo, y se recurre a un asistencialismo descentralizado. Existe un terreno, más incierto, que es la transferencia a la "sociedad civil". Pero al tomar el concepto en sentido estricto se evidencia un amplio abanico, que va desde organizaciones no gubernamentales ciudadanas, como las que dan coberturas específicas para comedores o guarderías infantiles, a las empresas privadas, donde los ejemplos notorios son la privatización de servicios estatales o la tolerancia a éstas, como es el caso de la proliferación de las compañías privadas de seguridad a costa del papel de la policía.
Lo mas preocupante es, sin embargo, que el sesgo mercantil avanza sobre todo en la cotidianidad. Allí se observa una avalancha de conceptos y términos mercantiles. Pero no menos relevante, es el hecho de cómo esos cambios están pasando inadvertidos o son tomados con toda naturalidad. Un ejemplo ilustrativo lo constituye cómo algunos gobernantes que se expresa sobre la reforma educativa o de la cobertura social en términos de ofrecer al "consumidor" un nuevo "producto" en el "mercado" social. De la misma manera, en las campañas electorales siempre se detecta algún político que se presenta como un "gerente" que vendrá a "administrar" con "eficiencia" el país, tal como si se tratara de una "empresa".
Términos como éstos son utilizados incluso por personas que están muy lejos del paradigma neoliberal. Esto revela precisamente como esa concepción mercantil ha invadido nuestra vida y es invocada abiertamente. Sorprende también que esta forma de expresarse pase inadvertida; Varios años atrás seguramente hubieran desencadenado furiosas reacciones por implicar una reducción de algo tan amplio y valioso como la educación, la salud o el gobierno a un producto de consumo. También es sorprendente que este lenguaje es (aparentemente) comprendido por la gente. Todo esto expresaría que está en marcha un profundo cambio cultural.
Lo más alarmante es cómo la globalización económica sólo beneficia al 20% de la población mundial que tienen en sus manos el control de la economía planetaria, es decir que la globalización no conlleva beneficios territoriales sino al capital.
Cuando las economías emergentes intentan desarrollar en algún nivel la manufactura de sus propios recursos, las economías más desarrolladas imponen aranceles proteccionistas que no permiten el acceso de dicha manufactura a su territorio.
4. Efectos políticos de la globalización
Hoy en día, las presiones internacionales buscan la adecuación de las leyes e instituciones nacionales a los intereses mundiales, sin importar las consecuencias para el hombre, su hábitat y su moralidad. Esta corriente esta regida por el viejo maquiavelismo de: "Que el fin justifica los medios", en donde el crecimiento económico es la meta, aunque desigual y al margen de la ética y del amor. Como consecuencia, las leyes se fijan en dirección a los intereses de este nuevo orden privatizador y al servicio de esas grandes metrópolis de dueños y gendarmes del Libre Mercado Mundial.
De allí que los políticos hoy no se dividen entre la izquierda ni la derecha de cara a la globalización, sino entre los que se subyugan de manera servil a las presiones neoliberales de los poderes hegemónicos de las metrópolis y sub-metrópolis y los que encaran el proceso con la firme decisión de salvaguardar la soberanía y dignidad nacional. Perú con Fugimori ha sido el triste ejemplo del primer caso, quizá Chávez en Venezuela sea una señal que apunte hacia una mejor opción.
La globalización se define también como un proceso gradual de transferencia de las soberanías económicas, políticas, militares y culturales desde la esfera política del estado-nación en la que estuvieron ancladas hasta tiempos muy recientes hacia un sistema de agencias, organismos e instituciones internacionales de diversos órdenes que asumen la tarea de una construcción de orden planetario. La de un Nuevo Orden o Poder Mundial, donde las relaciones entre los estados que van siendo incorporados no son igualitarias.
La consecuencia de ésto desde la perspectiva particular de las naciones es el debilitamiento acelerado del estado nacional y de los fundamentos en que descansa éste: las instituciones sociales en las que se expresa la voluntad de su ciudadanía como fuente originaria del poder político, económico y social.
Ante estos hechos surge la pregunta: existe actualmente la Argentina como nación? Esta existe porque su pueblo ocupa un territorio y creó una cultura cuya identidad y trascendencia podemos apreciar, basta mencionar el tango. En cambio, no se verifican los requisitos de un país democrático y soberano.La soberanía, entendida aquí como la capacidad de decidir el propio destino en el orden global, requiere que el país tenga suficiente capacidad decisoria para organizar sus recursos y diseñar sus relaciones con el resto del mundo conforme a sus propios objetivos.
Esto nos lleva a formular otra pregunta no menos grave: ¿Qué capacidad decisoria autónoma tiene el Estado nacional sobre las cuestiones centrales que hacen a la vida cotidiana de la gente, el rumbo y destino mismo de la Argentina? La respuesta recorre el mundo. La economía de mercado y la apertura al mundo reemplaza a los estatismos nacionales. La globalización, con sus distintas caras —con las oportunidades que abre y con los daños que causa—se abre por encima de gran parte de la capacidad decisoria de los Estados nacionales.
Cuando el mercado globalizado avanza más allá de ciertos límites sobre la competencia de un Estado nacional, se va vaciando la política y el mismo estado de derecho.
Lo que está surgiendo es un sistema de "mercantilismo corporativo" en el cual las decisiones sobre la vida social, económica y política se concentran cada vez más en manos de grupos de poder privados, exentos de toda responsabilidad social.
Un panorama abarcador de nuestro continente, muestra hasta qué punto los estragos de este fundamentalismo económico, han acentuado el endeudamiento de la región y aumentado significativamente la desocupación y la pobreza.
De esta manera es necesario que el Estado y la política vuelvan a intervenir para controlar las fuerzas económicas, pero a través de nuevas formas de participación y de consenso. El mundo retomará un cauce democrático verdadero, en el marco de las nuevas fuerzas sociales que asoman contra los efectos negativos de la globalización, en la medida en que encuentre modelos económicos alternativos basados en el desarrollo productivo y en el bienestar social.
Por lo tanto, el gran desafío es reconquistar la democracia y soberanía erradicando los factores que determinan su vulnerabilidad externa. Es decir, trata de vivir con lo nuestro dentro de la globalización. Esta es una empresa imperiosa, urgente y posible que depende, esencialmente, de nosotros mismos.
5. Reflexión
Ante todo, es muy importante aclarar, como lo hace el Papa en sus discursos, que la globalización es un hecho humano. Por ello, la globalización no es ni buena ni mala. Será lo que la gente quiera que sea.
Es así que la globalización es un "hecho humano", los principios que han de orientar la ética en tiempos de la aldea global hay que buscarlos, en la misma persona y en los principios que regulan sus interrelaciones sociales.
El primer principio que ha de regir la globalización "es el valor inalienable de la persona humana, fuente de todos los derechos humanos y de todo orden social. El ser humano debe ser siempre un fin y nunca un medio, un sujeto y no un objeto". Esto muchas veces se ve violado y más hoy, donde el individuo se ha transformado en un porcentaje dentro de estudios sobre desocupación, pobreza y preferencias de consumo.
Sobre esto la "Sollicitudo rei socialis, Nº 33" nos dice que: "No sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara ni promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos (…)"
La pregunta por el respeto de la dignidad humana, se podría expresar en términos muy concretos: ¿qué papel tienen los más débiles de la sociedad, sus discapacitados, sus ancianos, sus no nacidos?
Los Estados hoy son subyugados por intereses a los que sólo les interesa que las deudas que ellas tienen sobre las naciones sean pagadas, aun a costa de las jubilación , sueldos estatales y cobertura de las necesidades indispensables de la población.
El "Centesimus annus, Nº 35" hace referencia a esto: " Es ciertamente justo el principio de que las deudas deben ser pagadas. No es lícito, en cambio, exigir o pretender su pago, cuando éste vendría a imponer de hecho opciones políticas tales que llevaran al hambre y a la desesperación a poblaciones enteras. No se puede pretender que las deudas contraídas sean pagadas con sacrificios insoportables.(…)"
A la globalización de la economía, por tanto, le debe seguir una globalización de los auténticos derechos humanos.
Del principio fundamental del respeto a la dignidad de la persona se deriva la necesidad de globalizar la solidaridad. El principio de solidaridad, tal y como lo enuncia la doctrina social cristiana constituye una apuesta por la opción preferencial por los pobres. Afirma que "los individuos, cuanto más indefensos están en una sociedad tanto más necesitan el apoyo y el cuidado de los demás, en particular de la intervención de la autoridad pública" (Centesimus Annus, Nº 10).
Esta solidaridad se ve atropellada por un pensamiento liberal donde la felicidad se basa en los logros económicos alcanzados aun a costa del sufrimiento de otros hombres. No importa a cuantos se deba pisotear con tal de obtener aquel objetivo, lo que produce fundamentalmente la pérdida de la noción de fraternidad.
"El hombre pecador, habiendo hecho de sí su propio centro, busca afirmarse y satisfacer su anhelo de infinito sirviéndose de las cosas: riqueza, poder y placeres, despreciando a los demás hombres a los que despoja injustamente y trata como objetos o instrumentos.(…)" (Congregación para la Doctrina de la Fe, "Libertatis conscientia" Nº 42).
El mundo hoy constata que el aumento de la interdependencia ha dado a estos retos (guerras, persecuciones, desastres, epidemias) una dimensión global que requiere nuevas formas de pensamiento y nuevos tipos de cooperación internacional para hacerles frente de manera efectiva.
Se trata, de "entretejer de solidaridad las redes de las relaciones recíprocas entre lo económico, político y social, que los procesos de globalización en la actualidad tienden a aumentar" (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2000).
A la globalización de la economía se debe responde con la globalización de la solidaridad y ésta se logra a través de la subsidiaridad, es decir, por medio de la ayuda al prójimo. La subsidiariedad es, quizás, el principio ético más revolucionario de la doctrina social cristiana para los tiempos de globalización.
El Papa advierte: en esta aldea global "las unidades sociales más pequeñas –naciones, comunidades, grupos religiosos o étnicos, familias o personas– no deben ser absorbidos anónimamente por una comunidad mayor, de modo que pierdan su identidad y se usurpen sus prerrogativas. Por el contrario hay que defender y apoyar la autonomía propia de cada clase y organización social, cada una en su esfera" (Discurso a la Academia Pontificia para las Ciencias Sociales, 24 de febrero de 2000).
Se debe evitar que la globalización sea una nueva versión del colonialismo. Los pueblos y las naciones tienen derecho a su desarrollo pleno, que si bien implica los aspectos económicos y sociales, debe comprender también su identidad cultural y su apertura a lo trascendente. La abundancia de bienes y recursos resultará insatisfactoria si los individuos y las comunidades no ven respetadas las exigencias morales, culturales y espirituales fundadas sobre la dignidad de la persona y sobre la identidad de cada comunidad.
La "Conferencia Nacional de los Obispos del Brasil, "Educación, Iglesia y Sociedad, Nº 77" en referencia a este tema declaran que el Estado, en su función de garantizar todos los derechos sociales, debe fomentar los derechos básicos y el acceso a la educación. Para eso es su deber:
– fomentar una escuela pública de calidad para todos;
– reconocer el derecho que las comunidades y grupos culturales tienen de organizar escuelas propias, en todos los niveles, a partir de sus valores y concepción de vida, dentro de las exigencias de la ley;
– garantizar que el acceso a esas escuelas sea posible en las mismas condiciones que el acceso a las escuelas instituidas por el Estado, de acuerdo con la libre opción de los padres;
– proveer los recursos públicos necesarios para el sostenimiento de estas escuelas, bajo el control fiscal de la comunidad y del Estado;
– garantizar que la sociedad tenga el control de la calidad de la enseñanza y de los principios morales de la escuela.
Esto no hace más que afirmar la importancia que tiene la educación en la función de preservar la cultura, que es la base de cualquier comunidad y nación.
La integración que impulsa la globalización para que sea realmente útil al progreso de la dignidad y de los derechos del hombre, e inclusive para su propia consolidación y permanencia, no puede prescindir de la constante búsqueda de las "garantías sociales, legales y culturales… necesarias para que las personas y los grupos intermedios mantengan su centralidad" y para no "destruir las estructuras construidas con esmero, exigiendo la adopción de nuevos estilos de trabajo, de vida y de organización de las comunidades".
Este principio es de suma importancia y su desconocimiento es tan grave que Juan Pablo II ha pedido "que la opinión pública adquiera conciencia de la importancia del principio de subsidiariedad para la supervivencia de una sociedad verdaderamente democrática" (Discurso a la Academia Pontificia para las Ciencias Sociales, 24 de febrero de 2000).
Es por esto que el Estado debe protejer los derechos de la sociedad civil y no ceder ante las presiones de los mercados.
Puesto que el bien común se nos presenta como criterio orientador de la acción social, también ha de ser el eje de la acción estatal, pues para la Doctrina Social de la Iglesia, el Estado es el garante del bien común. En palabras de Juan XXIII: "La razón de ser de cuantos gobiernan radica por completo en el bien común. De donde se deduce claramente que todo gobernante debe buscarlo, respetando la naturaleza del propio bien común y ajustando al mismo tiempo sus normas jurídicas a la situación real de las circunstancias" (Pacem in Terris, Nº 54).
Por tanto, los gobernantes deben examinar continuamente la realidad social para establecer en cada momento lo que constituya el bien común de la comunidad por ellos regida. La Doctrina Social, queriendo eliminar cualquier interpretación subjetivista del concepto de bien común ofrece un criterio específico: "por bien común, es preciso entender ´el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección´ (Gaudium et spes, Nº 26).
Para que se pueda alcanzar, es menester que la sociedad civil tenga la mayor libertad posible para realizar las tareas que se encuentran a su alcance. El Estado debe concentrarse en las tareas exigidas que superan las fuerzas y capacidades de la sociedad civil.
Asímismo, las consecuencias nefastas de un Estado decidido a intervenir como actor privilegiado de la economía incurre en la injusticia al violentar los derechos de la sociedad civil.
La experiencia diaria nos prueba, en efecto, que cuando falta la actividad de la iniciativa particular, surge la tiranía política. No sólo esto; se produce, además, un estancamiento general en determinados campos de la economía, echándose de menos, en consecuencia, muchos bienes de consumo y múltiples servicios que se refieren no sólo a las necesidades materiales, sino también, y principalmente, a las exigencias del espíritu; bienes y servicios cuya obtención ejercita y estimula de modo extraordinario la capacidad creadora del individuo.
Juan XXIII advierte cómo la intervención estatal en materia económica conduce a severos peligros: "Sin embargo, el bien general del país también exige que los gobernantes, tanto en la tarea de coordinar y asegurar los derechos de los ciudadanos como en la función de irlos perfeccionando, guarden un pleno equilibrio para evitar, por un lado, que la preferencia dada a los derechos de algunos particulares o de determinados grupos venga a ser origen de una posición de privilegio en la nación, y para soslayar, por otro el peligro de que, por defender los derechos de todos, ocurran en la absurda posición de impedir el pleno desarrollo de los derechos de cada uno" (Pacem in Terris, Nº 65).
Por lo tanto, el correcto sentido de la acción gubernamental ha de garantizar la expansión de esa libre iniciativa de los particulares, salvaguardando, sin embargo, incólumes los derechos esenciales de la persona humana.
Esta acción estatal que garantiza la expansión de la libre iniciativa debe ser realizada con la mayor brevedad posible. El Concilio Vaticano II nos insta: "Según las diversas regiones y la evolución de los pueblos, pueden entenderse de diverso modo las relaciones entre la socialización y la autonomía y el desarrollo de la persona. Esto no obstante, allí donde por razones de bien común se restrinja temporalmente el ejercicio de los derechos, restablézcase la libertad cuanto antes una vez que hayan cambiado las circunstancias" (Gaudium et Spes, n. 75).
De este modo, podremos lograr que la intervención que realice el estado se haga en pos del pueblo, respetando tanto sus derechos como su libertad.
En el análisis de estas tres dimensiones, la doctrina social de la Iglesia ha ofrecido elementos irrenunciables para dar un rostro humano a la globalización.
Ahora bien, esta empresa puede parecer desproporcionada. Las dimensiones planetarias de un mundo global parecen aplastarnos. Sin embargo, los cristianos debemos lograr presentarnos como respuesta concreta a estos problemas, pues, como el mismo pontífice recuerda " El mundo se cambia con la santidad" (Discurso a los participantes en el Congreso Universitario "UNIV 2001", 9 de abril de 2001).
6. Bibliografía
Andino Mario. Ciclo de Síntesis Cultural – Seminario Interdisciplinario. "La Sociedad de Consumo". U.C.S.F. 1993.
Catecismo de la Iglesia Católica.
Las propuestas de Juan Pablo II para vivir en la aldea global, "Claves para dar un rostro más humano a la globalización".
A Wall Street no le gusta Latinoamérica, Suplemento Económico Clarín.
Hacia una nueva gobernabilidad mundial, Sección Internacional Carín.
La modernidad y la democracia, a prueba, Sección Internacional Clarín.
Latinoamérica debe abandonar la fantasía de salvarse por obediencia, Sección Opinión Clarín.
Ese Estado, gris de ausencia, Suplemento Zona Clarín.
Rodolfo Luis Brardinelli – Carlos Luis Galán. "Manual De Doctrina Social De La Iglesia". Editorial del Encuentro, 1998.
"Gran Diccionario Salvat". Salvat Editores, S.A., 1992.
Autor:
Santiago Carreras.
Poliya_ar[arroba]yahoo.com
Estudiante de Ciencias Económicas
Facultad Católica Argentina de Rosario. 20 años.
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