A la luz de estos datos neurocientíficos, todo parece indicar que Caín poseía fuertes sentimientos educacionales asentados sobre la idea materna de que él era el personaje más importante del drama profético del aplastamiento de la serpiente, es decir, el hipotético libertador de la condición baja en la que había caído la humanidad. En consecuencia, debió sufrir una monumental frustración cuando la oblación u ofrenda de Abel fue preferida antes que la suya. Tal vez se sintió terriblemente amenazado por el reciente protagonismo candoroso de su hermano, y, en su inflamado egoísmo, no pensó para nada en que Abel lo merecía. Por ende, la advertencia divina acerca de su mala condición emocional, y del grave peligro moral que corría si se dilataba en corregir su desenfocado punto de vista, fue un acto de benevolencia divina que, desgraciada- mente, no supo aprovechar. Finalmente, perdió por completo el control racional de su mente tras haber sido secuestrado emocionalmente por la ira y, acto seguido, llegó al punto de eliminar la amenaza que represen- taba su hermano al perpetrar el asesinato de éste.
Ahora podemos comprender mejor la situación de la humanidad caída, a causa de la rebelión de la primera pareja humana. Se produjo, pues, una desconexión o rompimiento de la influencia educadora divina sobre el género humano y éste quedó expuesto a un desequilibrio permanente entre sus elementos emocionales y racionales (un desequilibrio que tiene tan profundas y sutiles rajaduras educativas, epigenéticas y estructurales que es difícilmente atisbable y absolutamente insuperable desde la mera sabiduría humana). La palabra "religión" (del latín "religare", que significa "religarse, volver a ligarse o unirse" a la deidad, por saberse huérfano de Dios) apareció curiosamente como concepto desde el mismo momento en que Caín y Abel decidieron elevar al Creador sus ofrendas de aprobación. Por otra parte, puntualmente, a lo largo de la historia, tal como relata el Génesis, el Todopoderoso ha ido buscando maneras y ocasiones propicias para facilitar a las personas que tienen deseos de conectarse o reconciliarse con Él alguna clase de alivio en esa dirección. De ahí que hiciera alianzas, compromisos o pactos con Noé, Abrahán y Jacob. Por ejemplo: «Cayó Abraham rostro en tierra, y Dios le habló así: "Por mi parte he aquí mi alianza contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos"» (Génesis, capítulo 17, versículos 3 y 4; Biblia de Jerusalén); también, anteriormente, Dios dijo a Abrahán: «De ti haré una nación grande y te bendeciré.
Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Génesis, capítulo 12, versículos 2 y 3; Biblia de Jerusalén).
El concepto de "gestión emocional" (es decir, de buena gestión emocional) se refiere a la habilidad que puede adquirir una persona para llegar a ser dueña de sus emociones y no esclava de las mismas, de tal manera que no actúe bajo el control de sus impulsos sino más bien a través del propio conocimiento y comprensión de sí misma. La gestión emocional no es innata, pues tiene que aprenderse en el transcurso de la vida. Se trata de un aprendizaje que incluye habilidades tan importantes como el comprender, controlar y modificar sentimientos y emociones propias, así como la capacidad de sentir empatía o sintonía con el estado afectivo de otras personas. Una correcta gestión de las emociones aporta calidad de vida, porque ello implica que se es capaz de regular sentimientos negativos, como la ira tras un enfado. Cuánto le hubiera convenido a Caín haber hecho caso de la adventencia divina y haber iniciado así un acertado camino de gestión emocional, en vez de rechazar la guía del Creador (como hicieron sus padres).
La búsqueda del equilibrio entre pensamientos y sentimientos es una tarea de envergadura colosal y requiere, según el Génesis, de la ayuda divina para conseguirse. Ello se debe a que la correcta asociación entre emoción y percepción (o vivencia) no siempre es posible desde la limitada óptica de la mente racional humana, por lo que hace falta un Educador sobrehumano que nos indique cuál es la opción más conveniente. Esta dependencia parece estar implícita ya en nuestro subconsciente, aunque de forma sutil o quizás enmascarada, detrás de otros elementos diversos que nos resultan más relevantes y que ocupan prioritariamente nuestra atención, y por eso frecuentemente pasa desapercibida. Por ejemplo, se ha observado en niños pequeños que cuando se produce un relámpago y un trueno fuertes éstos quedan sobrecogidos por el impacto sensitivo que el fogonazo y el estruendo producen, y rápidamente miran a su madre o a su padre para ver cómo reaccionan éstos ante el fenómeno, en un intento evidente de recibir guía inmediata para poder asociar correctamente la inédita percepción que acaban de tener (a través de los sentidos corporales) con la correspondiente emoción: ¿terror, indiferencia, acción, paralización, ?
El aprendizaje o alfabetización emocional y sentimental se tiene toda la vida, no sólo cuando se es pequeño; aunque de niño se recibe la mayor aportación en este sentido. Esto es así porque nunca dejamos de enfrentarnos a nuevas percepciones o vivencias, y éstas deben ocupar su lugar en el paisaje emocional. Pues bien, ahora detengámonos un poco a pensar en el siguiente texto sagrado, el cual forma parte de un mandato educacional dirigido a los israelistas de la antigüedad para que evitaran contaminarse con las prácticas idolátricas cananeas (que resultaban en la degradación de la condición humana, hasta un nivel más bajo que el de los animales, en oposición a la premisa creativa de que el hombre debería vivir de acuerdo al hecho de que ha sido creado a la imagen de su Hacedor): «Quemaréis las esculturas de sus dioses, y no codiciarás el oro y la plata que los recubren, ni lo tomarás para ti, no sea que por ello caigas en un lazo, pues es una cosa abominable para Yahveh tu Dios; y no debes meter en tu casa una cosa abominable, pues te harías anatema (maldito) como ella. Las tendrás por cosa horrenda y abominable, pues son anatema (cosa maldita)» (Deuteronomio, capítulo 7, versículos 25 y 26; Biblia de Jerusalén).
Por lo tanto, sin la guía de su Creador, el ser humano llega a desarrollar sentimientos perjudiciales de cara a su propia supervivencia; pues es necesario que exista un consenso universal en cuanto a determinados sentimientos, o de lo contrario más tarde o más temprano se producirán graves colisiones en el mismo seno de la sociedad humana. ¿Cómo se explican la discriminación racial, el nacionalismo, el egoísmo materialista, el abuso sexual y un largo etcétera de lacras que han significado la ruína de tantas personas, y que prometen poner fin a toda la precaria civilización internacional que actualmente conocemos? ¿No son los sentimientos desatinados, ciertamente, los grandes responsables de esta gran desdicha?
Cada individuo, cada familia, cada grupo, cada etnia, cada colectividad, cada cultura…, cada una de es- tas entidades efectúa una asociación particular entre vivencia y emoción, dando lugar a sentimientos peculiares y diferentes para una misma clase de fenómeno vivencial. Esto, en sí mismo, no es peligroso cuando los sentimientos generados por cada entidad no están expuestos a colisión entre sí; e incluso puede que tal variedad de sentimientos permita enriquecer la cultura en general, algo que suele pasar cotidianamente en los dominios del arte, de la música y a veces también hasta en determinados enfoques de la ciencia. Sin embargo, hay que admitir que existen sentimientos encontrados, que llevan a tomas de decisiones contrapuestas; y éstos pueden generar colisiones bélicas entre distintas entidades. ¿Cómo evitar tal amenaza?
La experiencia indica que es extremadamente difícil consensuar a diferentes entidades para que se pongan de acuerdo en adoptar una misma criteriología sentimental ante situaciones de la realidad que se vivencian de una manera particular por cada una de dichas entidades, entre otras cosas porque ello supone que algunas de esas entidades debe abandonar su visión de la realidad y hasta es posible que tenga que extinguirla. Ahora bien, ¿sobre qué base convincente se le puede hacer ver a determinado grupo de personas que su cultura debe ser eliminada (en parte o en todo), cuando resulta que el conocimiento humano es francamente conjetural e inestable en estos temas tan sutiles? La historia muestra vez tras vez que, incluso hasta el día de hoy, la única dialéctica que el ser humano posee para imponer un único criterio al respecto es el poder de las armas; y esto es del todo lamentable.
Es por esta razón por la que podemos atisbar el gran valor que cobra para nosotros el relato creativo del Génesis, al indicarnos cuán terrible y garrafal fue el error cometido por la primera pareja humana, al independizarse voluntariamente de su Creador. Al dejar a la humanidad completamente desamparada para poder gestionar con éxito los "sentimientos controversiales" (es decir, la serie relativamente pequeña de sentimientos discordantes entre individuos y grupos que es potencialmente destructiva para la cohesión social) de manera consensuada, sometidos a la guía de un Ser Superior a quien todo el mundo respeta. No obstante, el antiguo pueblo de Israel, como conjunto, cayó en la misma trampa de resistencia persistente a la guía de Dios, según se desprende de la historia sagrada contenida en la Biblia; y por esta razón fueron enviados algunos profetas a ellos, para evitarles la catástrofe nacional: «Acercaos a mí y escuchad esto: Desde el principio no he hablado en oculto, desde que sucedió estoy yo allí. Y ahora el señor Yahveh me envía con su espíritu. Así dice Yahveh, tu redentor, el Santo de Israel. Yo, Yahveh, tu Dios, te instruyo en lo que es provechoso y te marco el camino por donde debes ir. Si hubieras atendido a mis mandamientos, tu dicha habría si- do como un río y tu victoria como las olas del mar» (Libro de Isaías el profeta, capítulo 48, versículos 16 a 18; Biblia de Jerusalén).
El examen de la gestión emocional, armonizado con la Biblia, nos permite relacionarnos mejor con nosotros mismos, así como comprendernos y conocernos más profundamente; y esto es de gran importancia para desarrollar sabiduría y perspicacia a la hora de saber cuáles son nuestras limitaciones y a qué peligros nos enfrentamos por causa de nuestra composición emocional. También, nos permite atisbar los tremendos retos emotivos de carácter insuperable que podrían aplastarnos definitivamente si no contáramos con la ayuda del "Dios de los sentimientos". En palabras de Jesucristo: «Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; tocad, y os será abierto. Porque todo aquél que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que toca, es abierto. ¿Y cuál padre de vosotros, si su hijo le pidiere pan, le dará una piedra?, o, si pescado, ¿en lugar de pescado, le dará una serpiente? O, si pidiere un huevo, ¿le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el espíritu santo (energía o fuerza controlada por Dios) a los que lo pidieren de Él?» (Evangelio según Lucas, capítulo 11, versículos 9 a 13; Biblia de Reina-Valera).
¿Decide uno cómo controlar sus emociones? Esta pregunta tiene diferentes respuestas para algunos u otros psicólogos, pues se barajan muchas teorías al respecto. Mientras que ciertos expertos opinan que tenemos control total sobre nuestras emociones, otros creen que no existen posibilidades de controlarlas. Sin embargo, hay investigaciones que permiten concluir que el ser humano posee la capacidad potencial de controlar, en mayor o menor grado, su vida emocional; pues se sabe que la forma en que uno interpreta
sus emociones puede cambiar bastante la forma en que las vivencia. Por lo tanto, la manera en que uno reacciona ante una emoción en particular va a condicionar cómo dicha emoción actuará sobre él. Por ejemplo, el conferenciante que se inquieta frente la idea de hablar en público puede hacerlo porque interpreta sus nervios como un fenómeno negativo, como un síntoma de que su cuerpo lo apremia para que salga corriendo de allí; en cambio, si llegara a interpretar esos mismos nervios como una excitación positiva que lo impulsa a hacer un buen trabajo, entonces, probablemente, tendría más éxito en su conferencia. La moraleja teórica que se desprende de todo esto es que el organismo le proporciona a uno la energía o vitalidad necesaria para hacer algo, pero cómo usar dicha energía lo decide la persona misma. Otro ejemplo: Hay gente que paga dinero e incluso hace largas horas de cola para poder subirse a la "montaña rusa", mientras que otros no se subirían ni en sueños; ambos tipos de personas sienten los mismas excitaciones nerviosas o ansiedad, pero las interpretan de formas muy diferentes, ya como diversión o ya como peligro terrorífico.
No es posible evitar las emociones, pues tienen una función biológica de supervivencia, como ya se ha indicado. Por ejemplo, si no sintiéramos miedo a caernos desde cierta altura, probablemente muchos seres humanos perderían la vida gratuitamente al no rehuír los peligros que tienen que ver con ello; y si la emoción del miedo se erradicara totalmente del cerebro de todas las personas, es muy probable que el género humano no hubiera conseguido sobrevivir y llegar hasta el día de hoy. La amígdala es la parte del cerebro encargada de disparar las emociones, como respuesta automática en forma de agresión o huida frente una amenaza. Por eso es tan difícil controlar mediante la simple voluntad el origen de las emociones, pues significaría anular una respuesta para la que se está programado genéticamente. La respuesta emocional es, por lo tanto, necesaria. Sin embargo, en algunas personas no está correctamente regulada y puede ocurrir que se dispare en situaciones donde no existe una amenaza real (provocando ansiedad), o que no se desactive con el paso del tiempo (como ocurre en la depresión). Por algún motivo, el cerebro entra en modo de supervivencia y se queda estacionado ahí.
Hay que tener presente, como ya se ha señalado anteriormente, que cuando se entra en fase de "lucha y huida", la amígdala toma el mando automático de nuestra situación emocional y normalmente ya es demasiado tarde para poder virar el barco de nuestras emociones (para bien o para mal). Esto es lo que Goleman ha denominado "secuestro amigdalar o emocional". Por eso, uno debe aprender a actuar antes de que se produzca tal secuestro, desarrollando la capacidad de detectar aquellas señales que indican que estamos en camino de no poder dominar las emociones. Ésta es la única forma en que uno será capaz de detener (o retrasar) el proceso, antes de que ya no haya remedio; pues toda vez que las emociones dominen, el individuo se convertirá en algo parecido a una bestia acorralada irracional. Es por eso que, a la luz de esto, se puede entender, por tanto, el sabio consejo del salmista: "Desiste de la cólera y abandona el enojo, no te acalores, que es peor; pues serán extirpados (eliminados) los malvados (de donde se sobreentiende que entre esos malvados se hallarán los iracundos, feroces o faltos de mansedumbre), mas los que esperan en Yahveh poseerán la tierra" (Libro de los salmos, capítulo 37, versículos 8 y 9; Biblia de Jerusalén).
Reflexionemos en el caso de un conductor de autobús que toma una bebida alcohólica poco antes de ponerse al volante, sabiendo, como todo el mundo sabe, el riesgo que correrán tanto él como sus pasajeros y tal vez otras personas (peatones y usuarios de otros vehículos) que se encuentren en las cercanías por don- de él transite. Si pierde el buen juicio y parte de los reflejos a causa del alcohol, entonces, sea que provoque un accidente o no, habrá cometido una infracción grave al arriesgar su propia vida y la de otros congéneres, y merece ser sancionado. Se puede decir que la imputación del mal debe serle adjudicada justo en el momento en que decidió beber, no depués; es decir, no cuando, bajo los efectos del alcohol, cometió o pudo cometer las infracciones (pues en esos momentos ya no era una persona consciente, sino otro individuo, o sea, un animal gobernado por los instintos y desprovisto de raciocinio, al que no se le puede imputar nada). Y esto tiene una importante lección para nosotros: la sagrada escritura nos insta a que, con su ayuda, nos eduquemos hoy para llegar a ser personas mansas o no violentas, de cara a habitar esta Tierra en paz y poder contribuir a dicha paz; pero si no lo hacemos, o si nos resistimos (como Caín), estaremos decidiendo conscientemente alinearnos entre los malvados (como indica el pasaje de los Salmos citado anteriormente).
Las teorías más recientes acerca de las emociones y los sentimientos afirman que existen 4 tipos de emociones básicas que permiten desarrollar el resto de las emociones y sentimientos más complejos. Estas emociones fundamentales son el enfado, el miedo, la alegría y la tristeza. Además, hay algunas situaciones vivenciales a las que nunca podrá alguien acostumbrarse. Por ejemplo, si todo va mal difícilmente podría una persona dejar atrás la sensación de miedo o ansiedad. Por otra parte, las emociones positivas suelen desaparecer a lo largo del tiempo; y así, sin importar cuán enamorado esté un individuo, dicha emoción positiva, generadora de placer, siempre acabará disminuyendo. De hecho, en un estudio se determinó que la emoción que dura más tiempo es la tristeza; dura hasta 4 veces más que la alegría. Sin embargo, esto es así porque aparentemente las emociones negativas tienen el efecto de disipar o diluir a las positivas, como pasa con los genes dominantes y con los recesivos; y en un mundo que suele presentarse frecuentemente como un "valle de lágrimas" para la mayoría de la gente es fácil comprender, pues, que la anulación o disolución de las emociones positivas acabe imponiéndose. Sólo en un ambiente donde no haya lugar para sensaciones negativas o que éstas sean muy raras, como debió ocurrir en el jardín edénico según el Génesis, es posible que la dicha existencial se prodigue permanentemente.
Por consiguiente, una buena educación emocional y una buena disposición personal para moldear la arquitectura sentimental de uno mismo pueden hacer maravillas. Cada vez más investigadores parecen coincidir en el hecho de que la emotividad humana tiene un elevado carácter de plasticidad, lo que significa que con la educación apropiada, la buena voluntad del discente y una protección sobrehumana contra fuerzas inteligentes perversas (cuya impronta se ha dejado sentir en la parapsicología) se pueden obtener resultados asombrosos… sí, resultados que, con la guía del Creador como Educador Superlativo, pudieran revertir el fatídico cariz que gravita sobre la colectividad humana y que la conduce inexorablemente hacia su propia autodestrucción. El salmista cantó, a este respecto: "Lámpara es a mis pies Tu palabra (refiriéndose a la sagrada escritura o palabra divina), y lumbre a mi camino" (Salmo 119, versículo 105; Biblia de Reina-Valera).
Para poder obtener alguna clase de éxito en el control de nuestras emociones hay que evitar ciertos métodos contraproducentes, como, por ejemplo, intentar no pensar en lo que le preocupa a uno. Es decir, ejercer una fuerza bruta de autodominio para luchar contra los malos pensamientos y los sentimientos negativos no produce más que desgaste mental y derrota, pues al final los sentimientos negativos acaban imponiéndose. Esto es lo que revelan los estudios llevados a cabo a este respecto, por lo que surge la pregunta:
¿Es que la lucha contra los sentimientos negativos no merece la pena, ya que estamos en franca inferioridad y tenemos todas las de perder? No, en absoluto. Todo depende de la estrategia empleada, como pasa en el ámbito militar (verbigracia: Alejandro Magno, con un ejército comparativamente pequeño, fue capaz de derrotar a un ejército 5 veces superior en número y además mejor adaptado al terreno y muy fuertemente armado y bien organizado, en Gaugamela, en el año 331 antes de la EC; la clave fue la buena estrategia).
Es asombroso lo que el ser humano es capaz de efectuar con el auxilio de su inteligencia, de donde se deduce que, con la ayuda divina como telón de fondo, es impensable hasta dónde nos pueden conducir en el futuro nuestras propias capacidades mentales. Así, en el ámbito emocional, dado que el hombre puede estudiarse a sí mismo (algo insólito en el mundo de los seres vivos que componen la biosfera terrestre), también tiene muchísimas posibilidades de encontrar eficaces estrategias para moldear su estructura psicofísica, de acuerdo al conocimiento adquirido. Por lo tanto, con la guía divina por un lado y las capacidades para construir un conocimiento muy profundo de la realidad por otro lado (como dos caras de una misma moneda), la humanidad fue creada con un diseño que presenta unas potencialidades inconcebibles al presente: « Y dijo Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces de la mar, y en las aves de los cielos, y en las bestias, y en toda la tierra, y en todo animal que anda arrastrando sobre la tierra". Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios; y díjoles Dios: "Fructificad y multiplicad, y henchid la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces de la mar, y en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra"» (Génesis, capítulo 1, versículos 26 a 28; Biblia de Reina-Valera).
Cuando alguien trata de enfrentarse directamente a sus sentimientos negativos y decide obligar a su mente a evitarlos, éstos terminan por imponerse a causa de un efecto de rebote. Esto se debe, al parecer, a que cuando uno desea "taponar" un sentimiento negativo, en lucha mental de "cuerpo a cuerpo", primero debe hacer una apelación o invocación a dicho sentimiento en su mente para referenciarlo y aislarlo con respecto a otros sentimientos, lo cual equivale a apuntar al enemigo para poder dispararle; pero esa referenciación trae a dicho sentimiento a primer plano en la memoria inmediata, y con tal acción no se anula su presencia si- no que se potencia. En otras palabras, al yo querer olvidar o eliminar un recuerdo emocional o un sentimiento de aversión hacia algo de una manera directa, tengo que aislar dicho recuerdo en la memoria y después de e- so ordenar a mi mente que lo borre; pero el simple hecho de aislarlo en la memoria le imprime una relevancia adicional y esto lo potencia, por lo cual se me hace aún más difícil eliminarlo. Por lo tanto, la clave está en sustituir ese sentimiento negativo por otro positivo, es decir, en hacer un esfuerzo para pensar en otra cosa distinta que tenga el poder de sustituir parcial o totalmente al sentimiento indeseado. En el caso de las personas deprimidas, a las que constantemente les asaltan pensamientos negativos, se ha comprobado experimentalmente que es del todo contraproducente intentar suprimir sin rodeos esas ideas porque terminan regresando con más fuerza todavía.
Distraer la propia atención hacia un asunto concreto es una táctica bastante eficaz en la lucha contra las emociones negativas; de hecho, las personas que gestionan mejor sus emociones han aprendido a usar este método de la "distracción" para bloquear sus estados emocionales indeseables, rápidamente, antes que sea demasiado tarde (antes que éstos controlen la mente por completo). Éste es el recurso de urgencia más inmediato, que ha de aplicarse cuando prevemos que vamos a experimentar emociones intensas y no disponemos de tiempo suficiente para usar otras estrategias. Pues todos sabemos que una forma muy efectiva para calmar a un niño pequeño que no deja de llorar es desviar su atención con frases similares a éstas: "¿Has visto ese muñeco?" o "¿qué tengo en la mano?"; locuciones que abren la posibilidad de disminuir su nivel de excitación emocional, siempre que seamos capaces de mantener desviada su atención durante cierto tiempo.
Otra estrategia que ofrece buenos resultados, aunque no con carácter de urgencia, es la de pensar en las consecuencias que van a tener en el futuro inmediato (tanto para nosotros como para otros) las emociones intensas no controladas. Pensar en el porvenir cercano es muy eficaz para mantener el autocontrol, tal y como se ha demostrado en experimentos popularizados mediante el libro "Inteligencia Emocional", de Daniel Goleman. Esta estrategia está bastante emparentada con la meditación constructiva o positiva, la cual ha demostrado científicamente su eficacia para prevenir los pensamientos negativos repetitivos no sólo durante el tiempo en que uno medita, sino también a largo plazo, al disminuir el nivel de activación de la amígdala de forma duradera. Además, la meditación positiva reduce la ansiedad, cosa que no ocurre cuando uno intenta relajarse voluntariosamente al ser asaltado por las emociones. Sin embargo, para que produzca los mejores efectos, la meditación positiva ha de convertirse en una práctica regular y permanente. Según la sagrada escritura, los hijos del rebelde Coré (quien junto con una serie de israelitas influyentes y prepotentes intentó eliminar a Moisés) evitaron ser arrastrados emocionalmente por su padre y por el gentío desaforado que los envolvía gracias a la meditación positiva, y dieron fe de ello mediante la composición de un salmo que lleva sus nombres: "Mi boca hablará sabiduría; y el pensamiento de mi corazón (meditación) mostrará inteligencia" (Salmo, de los hijos de Coré, capítulo 49, versículo 3; Biblia de Reina-Valera).
También está la táctica de posponer las preocupaciones generadoras de emociones para más tarde, una especie de negociación de aplazamiento que no oposita voluntariosamente contra las emociones (de acuerdo al hecho ya citado de que la repulsa bruta es contraproducente) sino que simplemente pacta un "alto el fuego" momentáneo. En un experimento, se pidió a un grupo de participantes con pensamientos ansiosos que pospusieran su preocupación durante 30 minutos; y lo que se pudo demostrar es que, tras ese período de pausa, las emociones regresaron libremente, según lo convenido, pero con una intensidad mucho menor.
Pero el autocontrol tiene su precio, a pesar de que se utilicen métodos indirectos. De hecho, varias investigaciones indican que conforme uno se expone a situaciones y emociones que quiere controlar, va con- sumiendo su energía corporal o su vitalidad. Es parecido a hacer un sprint, donde, tras la carrera, uno queda exhausto y necesitado de tiempo para recuperar las energías perdidas, antes de volver a correr. Por ello, si logramos dominar las emociones, seremos prudentes si evitamos exponernos nuevamente a otra situación tensa, pues, de lo contrario, habrá muchas probabilidades de que sucumbamos. Incidentalmente, se ha de- mostrado que mantener el control emotivo consume glucosa, como si literalmente estuviéramos haciendo ejercicio físico. En consecuencia, para recuperar más rápidamente el autocontrol, uno puede tomar una bebida rica en azúcares. Pero, en todo caso, conviene desarrollar la destreza de identificar cuándo nuestros ni- veles de autocontrol están bajos, para evitar exponerse a sobrecargas emocionales adicionales mientras nos recuperamos. Es evidente, por tanto, que hasta en asuntos emocionales y sentimentales tiene enorme valor el concurso de la inteligencia y del conocimiento, junto con la buena gestión, la sensatez y la prudencia: " El avisado (prudente) ve el mal, y se esconde (o se protege); mas los simples (insensatos) pasan (sin prevención), y reciben el daño" (Libro de los proberbios de Salomón, capítulo 22, versículo 3; Biblia revisada de Reina-Valera).
Cuando el autocontrol falla, a veces da buen resultado buscar un espejo y mirarse en él. Esta estrategia puede ser especialmente útil para aplacar los nervios de uno cuando está furibundo. Varios estudios han demostrado que cuando el individuo se observa a sí mismo, reflejado en el espejo, es capaz de adoptar una perspectiva más objetiva de sí mismo y, por lo tanto, más capaz de separar durante unos instantes su emotividad de su racionalidad. Con ello aumenta la consciencia de lo que está haciendo, con el consiguiente efecto positivo de aumentar la capacidad de controlar sus emociones.
Respecto a la táctica de posponer el secuestro emocional para más tarde, mediante recurrir a una especie de negociación o pacto de aplazamiento momentáneo con nuestro sistema emotivo, ya comentada anteriormente, es muy interesante lo que se encuentra registrado en el siguiente pasaje bíblico: "Había hecho yo un pacto con mis ojos, y no miraba a ninguna doncella" (Libro del patriarca Job, capítulo 31, versículo 1; Biblia de Jerusalén). El contexto de dicho pasaje lo forma una serie de palabras pronunciadas por Job en defensa de su buena conducta moral, y deja entrever la "técnica" que usó para evitar el adulterio, a saber, un pacto establecido entre él y sus "ojos", es decir, una negociación de su mente racional con la componente emocional que se activa mediante la vista.
A largo plazo, la clave del éxito no está en luchar contra las emociones, sino en reconocerlas y saber por qué ocurren. Por lo tanto, lo más importante es encontrar el motivo de las propias emociones. Por ejemplo, uno puede dialogar dentro de sí de la siguiente manera: "No me gusta sentirme así, con tanta envidia hacia Fulano (reconocimiento de la emoción); pues le han felicitado por su trabajo y a mí no (reconocimiento del porqué de la emoción)". La honestidad consigo mismo es imprescindible para reconocer el porqué de la e- moción, aunque la mayoría de las personas intenten engañarse a sí mismas. Así, frecuentemente, nos mentimos haciéndonos creer que estamos enfadados con alguien por su comportamiento y no porque le han dado el premio al que aspirábamos y eso ha afectado nuestra autoestima. En consecuencia, conocer y admitir la verdad de los sentimientos propios nos ayudará a tratar la causa. Caín, como ya se ha comentado anteriormente, hizo todo lo contrario.
Finalmente, también, se ha demostrado que el propio lenguaje corporal es capaz de influir sobre las e- mociones, y viceversa. No es nada despreciable la influencia del lenguaje del cuerpo en nuestras habilidades sociales, además de ser un excelente espejo que refleja las emociones de nuestros interlocutores aunque éstos traten de disimularlas mediante el habla. Cuando existe una notoria contradicción entre la comunicación verbal y el lenguaje corporal de un individuo, éste suele generar desconfianza hacia él en sus congéneres; y esto es debido a que todas las personas normales captan subliminalmente dicha contradicción, y sus sistemas perceptivos los ponen en alerta. Pero cuando un sujeto irradia una gran aceptación social o carisma es porque, generalmente, su expresión corporal está alineada con su lenguaje verbal, y transmite confianza y calidez. La propiocepción nos muestra que la vía de comunicación entre el cuerpo y la mente es recíproca; por eso cuando experimentamos una emoción nuestro cuerpo la reflejará inconscientemente, pero también ocurre lo contrario: si adoptamos voluntariamente una posición, nuestra mente empezará a experimentar la emoción asociada. Esto es especialmente útil si se usa como estrategia, para el control de las emociones.
Según el Diccionario de la lengua española, Edición del Tricentenario, de la Real Academia Española, el verbo transitivo "facetar" significa "dar facetas o caras propias de un poliedro a algo"; un concepto muy usa- do en escultura. De ahí proviene la palabra "facetaria", cuyo sentido es el de "proclive a presentar facetas o caras diferentes". Por lo tanto, "personalidad facetaria" significa "personalidad propensa a presentar distintas caras o facetas". Pues bien, ateniéndonos a lo que dice el Génesis, cabe preguntarse: ¿Es este tipo de personalidad la ideal para un ser huma- no, creado a la imagen del Altísimo?
Bueno, lo primero que tenemos que preguntarnos es si Dios mismo presenta una personalidad facetaria. Si la respuesta fuese afirmativa,
entonces, evidentemente, tendríamos que investigar de qué maneras una personalidad facetaria es loable y en qué casos es reprobable. Pero, ante todo, veamos lo que dice el Pentateuco: «Dijo Dios a Moisés: "Yo soy el que soy". Y añadió: "Así dirás a los israelitas: YO SOY me ha enviado a vosotros". Siguió Dios diciendo a Moisés: "Así dirás a los israelitas: Yahveh, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, se me apareció y me dijo: Yo os he visitado y he visto lo que os han hecho en Egipto. Y he decidido sacaros de la tribulación de Egipto al país de los cananeos, los hititas, los amorreos, perizitas, jivitas y jebuseos, a una tierra que mana leche y miel"» (Libro del éxodo, capítulo 3, versículos 14 a 16; Biblia de Jerusalén).
En el texto bíblico recién citado, la palabra hebrea YAHVEH corresponde al nombre divino y proviene de la forma verbal "hawáh", cuyo significado en español es "llegar a ser" y no simplemente "ser". Este nombre, también denominado "Tetragrámaton" (cuatro letras) por los lingüistas (debido a que en hebreo sólo a- parece escrito con cuatro letras), se presenta por primera vez en el Génesis, capítulo 2, versículo 4: "Esos fueron los orígenes de los cielos y la tierra, cuando fueron creados. El día en que hizo Yahveh Dios la tierra y los cielos" (Biblia de Jerusalén). El verbo "hawáh" está en forma causativa y en estado imperfecto, por lo que la manera más exacta de traducirlo al español es mediante la frase "llegar a ser". Pero esto no está del todo en armonía con la expresión que la Biblia de Jerusalén vierte como "Yo soy", por lo que se hace necesario revisar la traducción. ¿Y qué encontramos?
En el Libro del Éxodo, capítulo 3, versículo 12, la Biblia de Jerusalén dice: «Respondió (Dios a Moisés): Yo estaré contigo y ésta será para ti la señal de que yo te envío: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto daréis culto a Dios en este monte"». Aquí la expresión traducida al español como "Yo estaré" (ehyéh, en hebreo) es una derivación del verbo hebreo "hayáh" (llegar a ser, o llegar a estar), muy similar a "hawáh". Dos versículos más adelante, la misma Biblia agrega: «Dijo Dios a Moisés: "Yo soy el que soy". Y añadió: "Así dirás a los israelitas: YO SOY me ha enviado a vosotros". Siguió Dios diciendo a Moisés: "Así dirás a los israelitas: Yahveh, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, se me apareció y me dijo: Yo os he visitado y he visto lo que os han hecho en Egipto. Y he decidido sacaros de la tribulación de Egipto al país de los cananeos, los hititas, los amorreos, perizitas, jivitas y jebuseos, a una tierra que mana le- che y miel"» (Libro del éxodo, capítulo 3, versículos 14 a 16; Biblia de Jerusalén), donde la expresión "Yo soy el que soy" traduce la hebrea "Ehyéh aschér ehyéh" en inconcordancia con lo traducido en Éxodo, capítulo 3, versículo 12 (ehyéh: yo estaré, o yo seré).
Esta inconcordancia en la traducción de "Ehyéh aschér ehyéh" al español se evita en otras versiones bíblicas, como, por ejemplo, en la versión de Leeser, donde se escribe: "Yo seré que yo seré"; o en la de Rotherham: "Yo llegaré a ser lo que yo quiera"; o en la del Nuevo Mundo: "Yo resultaré ser lo que resultaré ser". Un estudio profundo del contexto muestra que con "Ehyéh aschér ehyéh" no se pretendía dar a conocer ningún cambio en el nombre de Dios, sino sólo una mejor comprensión de su personalidad. Los israelitas esclavizados en Egipto ya conocían el nombre Yahveh y creían que dicho nombre pertenecía al Creador, un Ser sin principio ni final ("Yo soy el que soy" indicaría esto). Así que lo que verdaderamente interesaba a es- te pueblo sometido a severa tiranía era saber si Yahveh haría algo en beneficio de ellos, o si simplemente dejaría las cosas como estaban. Por lo tanto, "Yo llegaré a ser lo que yo quiera" (ehyéh aschér ehyéh) sí se- ría para ellos un rayo de esperanza en el sentido de que Yahveh había decidido sacarlos de su aflicción: «Di- jo Dios a Moisés: "Yo seré lo que yo quiera" (libertador, en este caso). Y añadió: "Así dirás a los israelitas: YO SERÉ me ha enviado a vosotros". Siguió Dios diciendo a Moisés: "Así dirás a los israelitas: Yahveh, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, se me apareció y me dijo: Yo os he visitado y he visto lo que os han hecho en Egipto. Y he decidido sacaros de la tribulación de Egipto al país de los cananeos, los hititas, los amorreos, perizitas, jivitas y jebuseos, a una tierra que mana leche y miel" » (Libro del éxodo, capítulo 3, versículos 14 a 16; Biblia de Jerusalén, corregida).
En este punto, tomando en cuenta la expresión "ehyéh aschér ehyéh" (llegaré a ser lo que yo quiera) y el vocablo "Yahveh" (proveniente del verbo "hawáh": llegar a ser), empezamos a comprender que el nombre divino "Yahveh" obedece más bien a una expresión que en español podría traducirse aproximadamente así: "Él hace (o actúa para) que llegue a ser". Pero, cabe la pregunta: ¿qué es lo que llega a ser? La respuesta pa- rece encontrarse en la misma esencia del mensaje sagrado, y repartida a lo largo de toda la Biblia. El Génesis, el primer libro sagrado, narra la caída en el error de los primeros humanos y el consiguiente desequilibrio que se introdujo en la sociedad antrópica y en toda la biosfera; pero también contiene la promesa de una descendencia que actuaría como libertadora; es decir, Yahveh "hizo que llegara a haber" una esperanza futura para la humanidad caída por medio de la descendencia de Abrahán. Ésa era una parte del propósito divino, y por tal motivo libertó a los israelitas de la esclavitud en Egipto, ya que eran la descendencia de Abrahán. Por lo tanto, actuó de liberador del pueblo hebreo: "hizo de sí mismo un libertador". Posteriormente, Jesucristo llamó "Padre celestial" de sus seguidores (los cristianos) a Yahveh, de donde se infiere que, en este caso, Yahveh "hizo de él mismo un padre amoroso y protector". Si somos perspicaces, nos daremos cuenta de que con estas actuaciones Dios aparece en el relato sagrado como un Ser amoroso y polifacético, que asume distintos roles o papeles bienintencionados: un Dios con una amorosa personalidad polifacética o facetaria.
Si ahora tomamos en consideración lo que dice el Génesis, en cuanto a que hemos sido hechos a la imagen del Creador, se supone que también nosotros, los seres humanos, estamos abocados, de manera natural, a asumir diferentes roles o facetas de la personalidad (personalidad facetaria), fundamentalmente en nuestra vida social. Ahora bien, debido al desequilibrio ancestral que hemos heredado de nuestros primeros padres y a la desconexión educativa divina en la que se encuentra la humanidad en general, la personalidad facetaria del hombre siempre ha tendido, a lo largo de la historia, a pervertirse fácilmente y a generar consecuentemente lacras conductuales diversas y contraproducentes: hipocresía, fanatismo, dogmatismo, permisividad, tiranía, sometimiento abyecto, crítica destructiva, egocentrismo y así por el estilo.
El libro "Multiplicidad. La nueva ciencia de la personalidad", de Rita Carter (periodista médica de ele- vada reputación, nacida en 1949 en Essex, Reino Unido), publicado en español por la editorial Kairós, da por hecho que los seres humanos poseemos una personalidad múltiple, polifacética o facetaria, y aconseja: "Tenemos que aprender a dejar coexistir todos nuestros personajes internos. Aprender a reconocer y aceptar la multiplicidad que hay en uno. Cuando nos enfadamos, no somos ese YO enfadado. Cuando nos obsesionamos en el apego hacia alguien o algo, no somos ese YO apegado. Ni tampoco el objeto de nuestro enfado o apego es singular, sino una mera parte del todo. Ni siquiera la emoción (enfado o apego) es una sola, sino una simple manifestación de la multiplicidad de emociones que coexisten en nuestra experiencia. Y entenderlo nos libera".
Estamos de acuerdo con Rita Carter en que poseemos una personalidad múltiple y en que reconocer e- se hecho, asumirlo y estar bien informado al respecto, gracias fundamentalmente a los avances de las psicología cognitiva y las neurociencias, puede liberarnos en el sentido de que nos permite vislumbrar y prever de una manera minuciosa las consecuencias que pudieran derivarse de fomentar (consciente o inconscientemente) la incoherencia y el desencuentro entre nuestros diversos "Yoes"; y especialmente cuando uno de esos Yoes propende a secuestrar a los otros Yoes y a conducir al individuo global por senderos desastrosos. El ejemplo de Caín, antes citado, parece refrendar esto: permitió que uno de sus Yoes se hiciera gobernante ab- soluto sobre los otros Yoes, el cual YO, por desgracia, era un tirano, egoista y asesino.
Aunque pensamos que somos una unidad de personalidad, todo parece indicar que esto es una ilusión; pues las investigaciones neurocientíficas apuntan a que estamos conformados por varias personalidades y que éstas se mantienen unidas gracias a intereses o recuerdos comunes. Esta multiplicidad, por otra parte, es lógica y natural, pues nos ayuda a desenvolvernos en un mundo en transformación y nos permite cambiar el punto de vista y modificar nuestra conducta según las circunstancias. Son como diferentes paradigmas que están preparados para adaptarse rápidamente a diversos entornos, de tal manera que cada paradigma o software mental es apto para asumir con éxito el protagonismo en determinado aspecto de la realidad, para el que se encuentra especialmente configurado, de manera que aventajaría a los demás paradigmas en tal entorno (es la especialización en un entorno, mediante asumir un rol); o, de lo contrario, nuestra capacidad individual de reacción ante los estímulos externos se vería muy mermada. La gran habilidad, y la clave, para mantener el equilibrio y la salud es conseguir que nuestras distintos paradigmas o personalidades no entren en conflicto o colisionen entre sí.
Existe, por lo tanto, una pluralidad en la singularidad del Yo. Por eso, cuando hablamos del "yo" queremos decir dos cosas que son hasta cierto grado ficticias: Primero, que tenemos un modo de comportarmiento consistente o coherente (sin contradicciones), pues las apariencias nos hacen creer que poseemos características indelebles, y tal cosa nos impulsa a afirmar, por ejemplo, que "esto" es un rasgo típico mío, tuyo, de él o de ella; y, segundo, que nuestro sentimiento interior de ser "yo" es real, cuando lo cierto es que es absolutamente subjetivo, y, por ende, puede ser saboteado con relativa facilidad. Ignorantemente, tendemos a pensar que ambos aspectos son permanentes en nosotros, pero la evidencia experimental muestra que no nos comportamos de manera tan coherente como creemos, e incluso que algunas personas exhiben un sentimiento interior de ser YO que es patológicamente inconsistente. Por eso, alguna que otra vez nos ha sobresaltado la fugaz sensación de ser una persona un día y alguien totalmente distinto al día siguiente. Y cuando esto es muy extremo, como ocurre en un trastorno morboso de la personalidad múltiple, entonces un individuo así afectado puede llegar a tener más de un conjunto de recuerdos diferentes, particionados y disjuntos, e incluso un apelativo diferente para cada una de las entidades autónomas de su dispersa y polifacética personalidad.
La plasticidad de la mente humana y su versatilidad hacen que la personalidad no sea consistente, coherente o estable en el tiempo, sino cambiante. Los distintos Yoes o maneras de ser de cada persona permiten que el individuo sea eficaz en determinado entorno, como ya se ha dicho, al contar con automatismos a- prendidos o hábitos de conducta capaces de responder de manera especializada a los cambios más o menos bruscos de paisaje en un mundo que se transforma con rapidez ante nuestros ojos. Nuestra capacidad de aprendizaje nos permite remodelar nuestros Yoes e incluso elaborar nuevos Yoes, es decir, novedosas mane- ras de ser o actuar (o colecciones de hábitos de conducta). Ser capaz de pasar de un yo a otro puede ser muy útil cuando hay que ir rápidamente desde determinadas circunstancias laborales o profesionales a otras circunstancias, como las familiares. Pero si se tiene un solo modo de ser, será muy difícil adaptarte a nuevas situaciones: a diferencia de si hemos aprendido muchos Yoes distintos (como un actor o actriz, con un gran repertorio de personajes), pues ello nos permitirá alternar los roles con relativa facilidad y de esa manera desenvolvernos en el medio con gran fluidez y eficiencia.
Esta gran capacidad de adaptación, unida a la empatía (identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro), permite al ser humano utilizar los diferentes Yoes en beneficio humanitario. En la sagrada escritura, encontramos al apóstol Pablo utilizando esa capacidad de adaptación en el beneficio de la gente, pues, según él, con semejante actuación podría llegar con su ministerio cristiano a más personas y facilitarles el acceso al evangelio. En una de sus cartas, dijo al respecto: " Y soy hecho a los judíos como judío, por ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley [de Moisés, se sobreentiende], como sujeto a la ley, por ganar a los que están sujetos a la ley; a los que son sin ley, como si yo fuera [o estuviera] sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino en la ley de Cristo), por ganar a los que están sin ley. Soy hecho a los débiles como débil, por ganar a los débiles; a todos soy hecho todo, por hacer salvo a todos " (Primera epístola a los Corintios, capítulo 9, versículos 20 a 22; Biblia de Reina-Valera).
Sin embargo, esa maravilla de adaptación psicofísica al entorno tiene su lado peligroso en el ser inteligente con capacidad de autodeterminación. Uno puede optar por dar preponderancia egoísta a un determinado YO, en perjuicio de los otros Yoes y de los congéneres del entorno. La elección puede ser más o menos consciente, y el medio social malsano puede tener mucha influencia subliminal en ello. El subconsciente también es capaz de elaborar por sí mismo distintos Yoes sin que, a veces, el consciente lo perciba con claridad; e incluso puede imponer su criterio insidiosamente, valiéndose hasta del secuestro emocional. Esta situación parece estar reflejada en la sagrada escritura de la siguiente manera: "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo soy el Señor (Yahveh, según la Biblia de Jerusalén), que escudriño el corazón (es decir, el núcleo mental en donde pugnan los diferentes Yoes), que pruebo los riñones (aparentemente, el Yo dominante en un momento dado), para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras" (Libro de Jeremías el profeta, capítulo 19, versículos 9 y 10; Biblia de Reina-Valera).
Aparentemente, existe un paralelismo de acontecimientos entre la forma en que se gobierna un grupo humano, mediante la elección de un líder, y la forma en que se autogobierna un individuo, mediante la elección de un Yo dominante. En ambos casos, el proceso mediante el cual emerge el adalid conlleva toda una serie de eventos enrevesados e intrigas, más o menos ostensibles al observador, que culminan en el acaudillamiento de uno de los elementos sobre los otros. Al final, la entidad entera, sea grupo o individuo, se ve en- vuelta en las decisiones y consecuencias que la gestión realizada por el cabecilla ha generado, para bien o para mal. Y en el intermedio, antes que se vea claramente el resultado definitivo de la pugna por alcanzar el liderazgo, es poco o nada lo que se puede elucidar acerca del resultado de la conducta moral del grupo o del individuo en cuestión. Tal vez por eso Dios espera a que se resuelvan las incertidumbres antes de premiar o castigar, y retribuye toda vez que se han consumado las primeras actuaciones, es decir, cuando se han producido los primeros frutos morales (buenos o malos) de la conducta (individual o colectiva). El pasaje bíblico antes citado dice que Dios da a cada uno "según su camino (ya andado, se supone), según el fruto (o consecuencias) de sus obras".
Estas apreciaciones paracen estar de acuerdo con la manera en que el Dios del Génesis ha tratado judicialmente con los pueblos de la antigüedad, al expresar su aprobación o reprobación sobre la conducta colectiva de ellos. Por ejemplo, el siguiente pasaje sagrado es bastante interesante: «Y sucedió que estando ya el sol para ponerse, cayó sobre Abram un sopor, y de pronto le invadió un gran sobresalto. Yahveh dijo a Abram: "Has de saber que tus descendientes serán forasteros en tierra extraña. Los esclavizarán y oprimirán durante cuatrocientos años. Pero yo a mi vez juzgaré a la nación a quien sirvan; y luego saldrán con gran hacienda (cantidad de bienes materiales). Tú en tanto vendrás en paz con tus padres, serás sepultado en buena ancianidad. Y a la cuarta generación volverán ellos acá (es decir, adonde ahora estaba Abrahán residiendo como extranjero, en tiendas de campaña, esto es, en la hermosa y productiva tierra de promisión); porque hasta entonces no se habrá colmado la maldad de los amorreos (o sea, los pobladores naturales de esa tierra)"» (Génesis, capítulo 15, versículos 12 a 16; Biblia de Jerusalén).
Del pasaje se desprende que la tierra de promisión no se le podía adjudicar a Abrahán y a su casa en aquellos momentos porque todavía no se había "colmado la maldad de los amorreos", es decir, porque los pobladores naturales de dicha tierra aún no merecían ser desposeídos de ella. Bien es verdad que ya se percibían algunos indicios de maldad en esos amorreos, pero no en cantidad suficiente como para que Dios inter- viniera. Es decir, se estaba produciendo una tentativa de error y no un definitivo desenlace erróneo. Las voluntades individuales que componían la colectividad amorrea bullían aún inciertas, sin que todavía se hubiera generado una "inclinación dominante" hacia la maldad: aún no se había establecido un liderazgo absolutamente malsano sobre aquel pueblo.
Según la autora Rita Carter, dado que un Yo es un modo de ser, podemos aprender otros Yoes, u otros modos de ser, y para ello sólo hace falta desarrollar determinados hábitos de pensamiento hasta que se vuelvan automáticos. Ser capaz de fluír de un Yo a otro puede ser muy útil cuando hay que pasar de unas determinadas circunstancias, en las que es necesario actuar de una manera especial, a otras circunstancias, en las que se requiere otro modo de proceder. Tener un solo Yo (un único modo de ser) hará muy difícil adaptarse a nuevas situaciones, pero si hemos aprendido muchos Yoes diferentes (como hace un actor y una actriz, que dominan un gran repertorio de personajes) entonces uno puede ir alternando entre ellos y así adaptarse al entorno, o al desempeño de un rol tras otro, más fácilmente. Diferentes estudios han demostrado que las personas con más Yoes (con numerosos modos de ser para distintas circunstancias) son más estables bajo presión, porque un contratiempo (o un incidente grave) sólo afectaría al Yo que está implicado, y dejaría intactos a los otros.
Sin embargo, tener numerosos Yoes implicaría una dispersión de la personalidad a menos que todos ellos estuvieran liderados u orquestados por un Yo dominante. En consecuencia, se supone que la familia de Yoes no dominantes simplemente actuaría como colección facetaria que permite al Yo dominante adaptarse a las múltiples circunstancias de la vida. De otra manera, como se ha dicho, el individuo perdería su identidad y su mente se disgregaría patológicamente. La toma de decisiones y la resolución de muchas situaciones conflictivas requieren inevitable- mente del liderazgo de un Yo dominante, de manera similar a lo que ocurre en una colectividad de personas: Si han de regular la convivencia o interacción entre individuos y unirse en tareas comunes, so pena de desintegración o degeneración anárquica, deben elegir un gobierno; y por experiencia sabemos que esta elección se efectúa de manera consciente o inconsciente en cualquier grupo humano, de forma natural.
El problema se presenta en la criteriología empleada por el Yo dominante para tomar decisiones, la cual será impuesta implícitamente a los otros Yoes títeres. Dicha criteriología puede ser egoísta o altruista, sabia o insensata, competitiva o cooperativa, erudita o ignorante, beligerante o pacífica, etc. De hecho, esto también tiene su versión análoga en los grupos humanos y en sus líderes. En cuanto a ello, la sagrada escritura expone: "Del señor (o gobernante) que escucha la palabra mentirosa (criteriología insensata), todos sus ministros (o servidores) serán impíos (o malvados)" (Libro de los proverbios de Salomón, capítulo 29, versículo 12; Biblia de Reina-Valera).
Rita Carter recomienda que uno se examine a sí mismo y tome conocimiento de los Yoes que tiene, a fin de probar cuáles son útiles y cuáles son destructivos, y entonces dirigir nuestros esfuerzos para tratar de consolidar los útiles. Por lo tanto, al parecer, existe la capacidad mental de explorar nuestros Yoes y ver qué consecuencias previsibles nos reportará dar pábulo a uno de ellos sobre los otros, y a continuación tomar medidas para silenciar a los que pueden abocarnos a malos desenlaces. Un ejemplo lo tenemos en la drogodependencia, en cómo algunos drogadictos se dan cuenta de que su Yo dominante viciado debe ser contrarrestado y a raíz de tal aprehensión buscan ayuda profesional para desintoxicarse, antes que sea demasiado tarde.
Según esta autora, nuestros Yoes son como una familia interior, en la que todos sus integrantes comparten el mismo habitáculo, es decir, el mismo cerebro. Idealmente, todos ellos deberían conocerse entre sí y comunicarse libremente, como ocurre en cualquier familia modelo. Pero pueden surgir conflictos o rechazos en las relaciones entre estos Yoes, o tal vez pudiera darse el caso de que algunos Yoes intenten eclipsar las expresiones de otro u otros Yoes. Eso provoca un conflicto interior, el cual puede derivar hacia alguna clase de patología psíquica.
En su libro "Multiplicidad", la autora se pregunta: ¿Cómo podemos integrar todos nuestros Yoes para que puedan actuar de una forma sana? Ella responde diciendo que el primer paso es que cada uno reconozca que los otros existen, lo cual no siempre es fácil. Una vez que se consigue aceptar esto, hay que empezar a hacer que ellos se comuniquen entre sí… como en cualquier familia. No es necesario uniformar todas las personalidades, en el sentido de hacerlas una sola. Mientras puedan coexistir de manera armoniosa, quizás sea beneficioso mantenerlas separadas. Lo importante es que sean amigas, esto es, que se apoyen mutuamente bajo una misma criteriología dominante y beneficiosa.
En definitiva, uno mismo es un conglomerado de distintos Yoes que hay que armonizar o cohesionar de forma coherente. El proceso de coordinación se hace tan necesario y acuciante que su ausencia implicaría el fracaso a la hora de afrontar con éxito los avatares de la vida, de la misma manera que la incertidumbre se- ría desastrosa para un ejército que ha perdido a todos sus altos mandos. En consecuencia, surge la necesidad de un Yo dominante capaz de integrar o liderar a todos los demás Yoes en una causa o criteriología principal. La falta de un Yo dominante, cohesionador, puede deberse a un carácter patológicamente débil o a cualquier alteración morbosa de la mente, a nivel de individuo. Sin embargo, un Yo dominante bien establecido y buen cohesionador parece que, si bien salvaría al individuo del menoscabo mental personal, no supondría necesariamente un haber para la colectividad (verbigracia, un tirano que tiene muy claras sus ideas domina- doras y megalómanas). Por lo tanto, podemos decir que es necesaria la coherencia en la personalidad facetaria o múltiple, pero no es suficiente.
¿Por qué no es suficiente? Pues, básicamente, porque no es un factor clave para mantener la paz. Pe- ro, ¿qué es la paz?; o ¿qué es "paz"? Desde luego, el vocablo "paz" suele usarse, por antonomasia, para denotar un estado de bienestar y equilibrio social, no individual; aunque, a veces (y cada vez con mayor frecuencia), metafóricamente hablando, se pueda aplicar de forma personal o individual para indicar una situación de bienestar y equilibrio mental interior (paz interior). La palabra proviene del indoeuropeo "pag" (arreglar, unir), y de ahí pasó al latín como "pax" (genitivo "pacis"), relacionada con el verbo "pacisci", que significa "acordar" o "hacer un trato"; además, de su participio "pactum" sale nuestra palabra "pacto". Los romanos, a través de conquistas o acuerdos con otros pueblos (por ejemplo, formando estados de clientela), establecían la "paz" (pax romana); de ahí que usaran el verbo "pacare" para significar "pactar (o pacificar) mediante conquista o acuerdo". Con el tiempo, el vocablo "paz" ha tomado carácter internacional y se refiere al deseable estado en el que los conflictos internacionales se resuelven de forma no violenta.
Tomando en cuenta su acepción más moderna, podemos decir, de acuerdo con la Wikipedia, que "paz" es un estado (a nivel social o personal) en el cual se encuentran en equilibrio y estabilidad las partes de una unidad. También se refiere a la tranquilidad mental de una persona o sociedad; y, por lo tanto, es la ausencia de inquietud, violencia o guerra. Por eso, como se mencionaba antes, la paz individual es necesaria pero no sufienciente para que ésta sea completa o global (la paz interior de un individuo no garantiza la paz social o la ausencia de conflictos en una colectividad de individuos). Esto se debe principalmente a que hay diferentes maneras de concebir la paz interna, y cada persona puede interpretarla a su modo y según sus paradigmas. Así, fácilmente podríamos topar con un colectivo en donde existieran maneras personales y contra- puestas de entender esa paz interior, desde la paz pasiva (que se doblega ante cualquier idea dominante) hasta la paz activa (que implicaría un control intencional sobre mentes ajenas, al creer que la propia concepción de paz debería imponerse en otras personas para evitar el desequilibrio); y esto es automático porque no es posible la existencia de una sociedad constituída por individuos completamente marginados los unos de los otros: no es factible un grupo social donde sus integrantes estén exentos de toda interacción humana.
Hay pensadores que han llegado a la conclusión de que la única manera de cohesionar a la humanidad en un estado de paz permanente es uniformando exhaustiva y mentalmente a todos los individuos para que éstos, alienados como las hormigas en un hormiguero, sean incapaces de adoptar criterios existenciales que contravengan al paradigma grupal u oficial. Sería una especie de robotización de la masa humana, o una eliminación de toda iniciativa o libertad mental individual. Pero estas ideas están en conflicto con la manera en que, según el Génesis, fue realizada la creación divina sobre este planeta: una variedad innumerable de seres vivientes, en armonía entre sí; y no una unificación monocromática inflexible, o una monotonía dinámica para todos los organismos vivos en el interés de evitar descarrilamientos a priori.
Desde luego, es del todo imposible efectuar una uniformación así; entre otras cosas porque ello su- pondría tener que modificar la naturaleza humana hasta el punto de que ésta se extinguiera totalmente y el ser humano dejara de existir. Es decir, modificar la estructura psicofísica del hombre a tal grado que, al final, se obtuviera un "engendro robótico" sin ningún parecido al ser humano. Evidentemente, ello desentonaría por completo de lo que dice el Génesis, a saber, que el hombre fue creado a la imagen y semejanza de su Creador (un Sumo Hacedor que ha manifestado gran inventiva, ingenio, creatividad, iniciativa y sabiduría en el diseño de su obra terrestre, y especialmente en la concepción de una biosfera).
¿Y la clonación, daría resultados? ¿Qué es la "clonación"? Según la Wikipedia y otras fuentes, la "clo- nación" es un proceso biológico que tiene como resultante la producción de individuos (células, embriones u organismos) genéticamente idénticos, denominados "clónicos". Sucede de forma natural, pero también puede ser provocada en un laboratorio. Durante cientos de años los agricultores han llevado a cabo clonaciones mediante injertos de plantas, para mantener sus características; y lo que hacían no era más que obtener clónicos. Por su parte, las bacterias, los organismos unicelulares y muchos vegetales se copian a sí mismos como método de reproducción; y procesos similares emplean animales tan diferentes como abejas, estrellas de mar, pulgones o algunas lagartijas. También hay mamíferos clónicos y humanos, como pueden ser dos niños gemelos idénticos (también denominados monocigóticos o univitelinos); y de manera artificial, la oveja Dolly, la gata Copycat o el mono Tetra, con respecto a sus respectivos antecesores.
¿Garantizaría, la clonación de individuos, un uniformismo mental lo suficientemente fuerte como para que una población de clónicos humanos alcanzara por fin un estado de paz estable y duradera? La respuesta es rotundamente NO; en efecto, no mucho más que una población de humanos cualesquiera. ¿Por qué? Bueno, la Monografía número 04 de Comunicación Científica, patrocinada por Caixanova y el Ayuntamiento de La Co- ruña (España), bajo el título "Clonación humana", página 3, pregunta algo similar: ¿Serán exactamente iguales a su progenitor las personas clónicas? ¿Pensarán y se comportarán igual? La monografía responde: No, y continúa: "La información genética inicial de los clónicos es exactamente la misma, pero a lo largo del desarrollo (ya en el útero materno) hay múltiples factores que determinan las características de cada individuo. Luego, factores como la alimentación, el clima o la educación determinan la identidad de un organismo, lo que hace que cada individuo sea único. Un curioso ejemplo es el de la gata clónica Copycat, cuya apariencia, ya al nacer, era muy diferente a la hembra de la que fue clonada".
Ahora, supongamos que pudiéramos hacer una homocopia (copia de un ser humano adulto) en una máquina homocopiadora (es decir, una fotocopiadora de objetos tridimensionales, incluso hombres). ¿Qué con- seguiríamos, pues, en el interés de la paz social, a partir de una población de seres homocopiados? ¿Mucho más que con la clonación? No, en absoluto. ¿Por qué? Pues porque la galaxia estructural formada por nuestras emociones y sentimientos, nuestra personalidad facetaria, la aleatoriedad de las decisiones cotidianas que tomamos y un sinfín de otros factores que no podemos tener en cuenta porque se nos escapan de la percepción es de tal complejidad que resulta prácticamente imposible que dos individuos adultos idénticos permanezcan mucho tiempo idénticos. En breve, divergirán; y en un plazo medio serán personas completamente diferentes.
Por lo tanto, se infiere que la paz o armonía de una colectividad no se puede mantener basando la deseada cohesión sólo en factores de duplicación genética o en homocopias. Así que: ¿Cuál es la clave entonces, si acaso existe? Bueno, si dicha clave existe, parece que se encuentra más allá de la capacidad humana para resolver problemas. En consecuencia, más que perder el tiempo en tratar de solventar humanamente el asunto, tal vez fuera mejor dirigir la mirada hacia el Creador del hombre. ¿Tiene Él esa clave?
Imaginemos que vivimos en un planeta solitario, disponemos de una homocopiadora y nos planteamos la posibilidad de duplicarnos a nosotros mismos. Cuando la población de nuestras homocopias haya crecido considerablemente, ¿qué pasará?
Probablemente nos encontraremos en una sociedad donde, con el transcurso del tiempo, los individuos se habrán diferenciado unos de otros lo suficiente como para que se produzcan choques de intereses y de personalidad. Y si el individuo original era egocéntrico o tenía rasgos egoístas, ¿cómo serán sus copias? De entrada, ya, los conflictos se agravarían mucho por esta causa y las guerras pudieran tornarse sangrientas, sobre todo si las homocopias hubieran de compartir el mismo suelo. ¿Qué significado tiene todo esto? ¿Es el egoísmo la clave de la desdicha social?
Cuando una persona es egoísta, no podría vivir al lado de una homocopia suya de manera pacífica; pues al poco tiempo se producirían altercados y comportamientos beligerantes. Es lo que suele ocurrir cuando dos personas egoístas comparten el mismo entorno. Y ahora podemos imaginar a Caín conviviendo con una homo- copia suya, ambas queriendo arrogarse el protagonismo de ser el "libertador" de la humanidad caída. Como la motivación es egoísta, muy egoísta, se comprende que ninguno cedería a su "gemelo" la supremacía absoluta, entre otras cosas porque ninguno se fiaría del otro (con toda la razón, evidentemente).
Para garantizar la armonía, el bienestar, el equilibrio y la estabilidad social es necesaria, por tanto, la feliz convivencia entre uno cualquiera de los individuos que integran la sociedad humana y el resto de los integrantes de dicha sociedad. Esto sólo es posible cuando todos y cada uno de esos individuos son capaces de sobrepasar con éxito lo que podemos llamar la "prueba autoduplicatoria", es decir, la capacidad de coexistir en paz todas las homocopias de uno a pesar de las dificultades que la suponga la convivencia estrecha entre ellas. Y para tal efecto es necesario amor, justicia, sabiduría y poder, esto es, los atributos cardinales del Creador.
La sagrada escritura dice, con respecto al amor: "Porque de tal manera amó Dios al mundo (de la humanidad caída, se sobreentiende), que ha dado (en sacrificio de muerte, se sobreentiende) a su Hijo Unigénito, para que todo aquél que en él cree, no se pierda (en la muerte perpetua, se sobreentiende), mas tenga vida eterna" (Evangelio de Juan, capítulo 3, versículo 16: Biblia de Reina-Valera). Esta clase de amor es la antítesis del egoísmo, puesto que está dispuesto al sacrificio supremo, si fuera necesario, para rescatar de la muerte definitiva a individuos humanos que comenten errores graves y que se arrepienten sinceramente de ellos. Si todas las personas de una colectividad se esforzaran por tener esa clase de amor, imitando en lo posible al Todopoderoso, no habría recelos ni sospechas entre ellas y el equilibrio y la paz reinarían por doquier. Así, pues, la clave está en tratar de imitar al máximo el amor de Dios. Evidentemente, tal cosa no es posible en nuestro mundo actual, ya que ningún gobernante se aproxima en lo más mínimo a ese modelo de altruísmo; además, incluso en el ficticio caso de que se aproximara, todavía necesitaría poder, mucho poder, para mantener su gestión incólume frente a posibles adversarios malvados.
La sabiduría es igualmente fundamental, puesto que para poder decidir bien se necesita de ella. Las leyes morales establecidas por Dios son fruto de decisiones divinas, basadas en conocimiento y sabiduría supremos. Por lo tanto, cuando Adán y Eva prefirieron escuchar las sugerencias de la "serpiente antigua", que implicaban un alejamiento de la guía divina, estaban eligiendo un camino que no podría conducir a nada bueno ni estable. De hecho, el resultado es actualmente evidente.
Los intentos científicos por desentrañar los misterios que subyacen detrás de la fachada de la realidad (la cual nosotros percibimos engañosamente), atestiguan cada vez más que dicha realidad es espantosa- mente compleja e inasequible. Con semejantes limitaciones, cuya envergadura no hemos hecho más que comenzar a vislumbrar, es del todo deseable y necesario que el Creador nos guíe. De otro modo, y especial- mente en lo que tiene que ver con la naturaleza humana y sus implicaciones, estaríamos en una situación nada envidiable a la hora de autoconducirnos individual y colectivamente; similar a la de un niño pequeño que juega con una bomba nuclear o con cultivos microbiológicos extremadamente virulentos y letales. Ciertamente, es- ta analogía ya la estamos viviendo mundialmente.
Finalmente, la equidad o justicia se basa en el conocimiento y la sabiduría, y es imprescindible para liderar a un pueblo. Un conocimiento deficiente de la naturaleza humana, entre otras cosas, facilitaría rápidamente un ejercicio defectuoso y hasta pernicioso de la justicia. Verbigracia, cuando socialmente se reivindica la igualdad para todas las personas se está actuando con una brutal falta de conocimiento. Es cierto que implantar la desigualdad en el trato por razones dictatoriales es mucho peor, pero establecer la igual- dad sin tener idea de lo que realmente necesita cada cual (cada persona es un mundo, suele decirse) es una equivocación contraproducente; y desgraciadamente nos encontramos con revolucionarios que reclaman la igualdad y al mismo tiempo no tienen la más ligera idea de lo que ellos mismos necesitan en sentido psicofísico. De hecho, la desinformación acerca de estos asuntos ha llevado a las democracias a un estado lamentable de corrupción y desatino en donde dicho reclamo de "igualdad" ha servido a los malvados para medrar y aplastar a los desvalidos. En lugar de "igualdad" debe escribirse "equidad", es decir, el dar a cada uno según sus necesidades naturales y según sus merecimientos, de acuerdo a unos fundamentos morales que no están en el saber de la mente humana alejada de Dios. Por otra parte, nadie como el Creador puede conocer a fon- do y sin error la verdadera naturaleza de cada criatura. En consecuencia, nadie hay como Él para impartir justicia o equidad a un pueblo o a una colectividad.
Así, pues, sin un equilibrio perfecto entre amor, justicia, poder y sabiduría, así como sin un poder in- finito y una sabiduría suprema añadidos, ningún líder puede tener garantizado éxito seguro en su gestión de liderazgo; y esto es así porque la apoteósica complejidad de la realidad que nos envuelve y la no menos complicada estructura psicofísica de nuestra realidad personal se encuentran en un nivel que está más allá de nuestra comprensión actual y futura, por más longa y fructífera que ésta sea. De ello dio buena constancia el apóstol Pablo cuando afirmó, según se narra en la sagrada escritura: "Porque lo loco (vale decir: insensato, necio, menos sapiente, simple) de Dios es más sabio que los hombres, y lo flaco de Dios es más fuerte que los hombres" (Primera epístola de Pablo a los cristianos de Corinto, capítulo 1, versículo 25; Biblia de Reina- Valera). Con tal frase, el apóstol quiso transmitir la idea de que aún barajando la hipótesis ficticia de que Dios tuviera algún lapsus de simpleza y de fragilidad, estos presuntos menoscabos serían absolutamente in- detectables por la mente humana debido a la infinita distancia que media entre ésta y la del Altísimo.
Es dantesca la deplorable situación moral que existe en no pocos reductos de la sociedad humana, y que se extiende desde Internet hasta ciertas cúpulas religiosas, desde planes comerciales maquiavélicos hasta políticas de extrema corrupción e hipocresía, desde militarismos despiadados hasta pseudoculturas espeluznantes, etcétera, etcétera. Centrándonos sólo en Internet, en la Red, tenemos la famosa "nube". Pues bien, según datos policiales, dicha "nube" alberga una mezcla de elementos capaces de retratar todo el paisaje de la actual condición humana, a saber: engañados y engañadores, bienintencionados y oportunistas, estudiosos y sanguinarios, potenciales víctimas sexuales y depredadores sexuales increiblemente perversos, esclavos que ignoran sus "cadenas" y tiranos que dominan férrea e impunemente; y así continuaríamos sin aparente final. En ciertos dominios de esa "nube", ni siquiera la policía es capaz de urgar, dado que tales do- minios se encuentran astutamente blindados; no obstante, se puede inferir fácilmente que la información que se halla contenida en esos sitios es de tal índole nociva que espantaría al más curtido de todos los detectives. Éste es nuestro mundo actual, debajo de la superficie, cuya punta de iceberg engaña a una mayoría cándida. Éste es, en fin, el lamentable resultado del tricotaje histórico humano en independencia de la guía divina.
Por lo que hemos visto, el hipotético hecho de que un individuo cualquiera sea duplicado por homocopia no detraería para nada de un desenlace social calamitoso sobre el colectivo de sus homocopias. El egoísmo innato, el amor mal entendido (o insuficientemente comprendido en sus causas y en sus efectos), la ignorancia o deficiencia de sabiduría con respecto a la realidad (cosa insalvable para la mente humana, a pesar del adelanto científico), una precaria justicia (porque la justicia depende de la sabiduría, o sea, de que ésta sea completa) y un poder limitado (vulnerable ante individuos o colectivos malintencionados que usan el cono- cimiento acumulado por la humanidad para beneficio de sus propios fines egoístas) son las claves para poder referenciar la inevitable guerra perdida a la que está abocado el hombre en su quimérica lucha por evitar la degeneración social y la consiguiente fase terminal resultante contra su propia estirpe.
La fantasiosa hipótesis de la autoduplicación por homocopiadora nos interesa porque sirve de experimento mental para comprender la culpabilidad y responsabilidad de todos y cada uno de los individuos que componen la sociedad humana actual, amén de los posibles atenuantes o agravantes en cuanto a ello. Cualquier actuación agresiva o dañina que se produjera en la interacción social entre las homocopias haría responsables a las homocopias beligerantes, aunque el individuo original (a partir del cual se han generado las homocopias), con sus características personales (o sea, si es más o menos egoísta, moral, sensato, obtuso, inteligente, vehemente, etcétera), contribuye a sus homocopias de una manera poderosa, con una carga inicial de tendencias o inclinaciones dominantes. Esto, en sí mismo, ya es suficiente argumento para pronosticar un mal desenlace social en el futuro.
El Génesis da a entender que la primera pareja humana, al desconectarse de la guía del Creador y seguir un rumbo marcado por su propia iniciativa moral, marcó también para sus descendientes un camino impregnado de error que de alguna manera afectó a la memoria ancestral, atávica o epigenética (pues no está claro el proceso psicobiológico, ni tampoco cuál debería ser su denominación correcta). Esto es lo que algunos clérigos han llamado el "pecado original", aunque desde el prisma bíblico sería más exacto denominarlo "desequilibrio original heredado". En cuanto a él, una hipótesis sostiene que tal desequilibrio sería transmisible preferentemente por vía epigenética y con una complejidad, persistencia y sutileza tales que difícilmente podría ser reconocible por la incipiente rama de la ciencia contemporánea que se ocupa de este tema.
Esta defección original, discernible sólo bajo la influencia del punto de vista bíblico y no desde el paradigma evolucionario (ya que incluso es negable bajo tal paradigma), explicaría la multitud de contratiempos sufridos por los pronósticos triunfalistas de primeros del siglo XX a favor del progreso humano y de una anhelada era futura de esplendor social. Evidentemente, todo ello se ha ido por la borda y lo que actualmente se espera es espeluznante (hay un reloj simbólico, llamado "del apocalipsis", mantenido en existencia desde 1947 por el Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago, que corrobora esta mala expectativa).
Imaginemos que elegimos a un individuo promedio cualquiera del planeta, a un ser humano que aparentemente es normal, lo colocamos en una isla perdida en el océano (pero bien abastecida de alimentos) e inmediatamente hacemos mil homocopias de este personaje; o sea, la población isleña pasa de 0 a 1001 individuos en un abrir y cerrar de ojos, y todos ellos son exactamente iguales. ¿Es realista suponer que la totalidad de estos individuos alcanzará rápidamente un consenso pacífico y lo mantendrá, dado que los protagonistas son homocopias iguales?
El problema inmediato que se presentaría es el de la satisfacción de la pulsión psicosexual, algo imposible de resolver en las condiciones dadas. Por lo tanto, habría que abandonar el proyecto de las 1001 homocopias individuales y reemplazarlo en todo caso por mil homocopias de una pareja (hombre y mujer) promedio. Pero ello complicaría mucho las cosas, pues la mentalidad de pareja es bastante más compleja que la de un solo individuo. Habría que esperar una más rápida diferenciación o divergencia de la personalidad de las parejas, lo cual afectaría inevitablemente a la personalidad de cada miembro de cada pareja; de manera que el consenso se tendría que establecer sobre una población considerablemente más heterogénea y difícil de coordinar, y eso sin contar con la venida al mundo de hijos (pues con éstos la diversificación se acrecentaría tanto y tan velozmente que, en breve, estaríamos prácticamente situados en un modelo de sociedad humana muy similar al tradicional).
Sin embargo, podríamos optar por elegir un individuo especial, como, por ejemplo un eremita hindú. Él no presentaría ningún problema con relación a la pulsión psicosexual, pues ha emprendido un camino de des- conexión con el mundo sensible que lo conduce al "nirvana". Así, en nuestra isla imaginaria, que llamaremos Copilandia, podríamos insertar una población de 1001 individuos homocopiados de estas características. ¿Re- suelto el problema?
Obsérvese lo que estamos apostando, mediante esta hipótesis mental. Es justo lo contrario a lo que se plantea en el Génesis, esto es, a lo llevado a cabo por Dios en su obra creativa terrestre. En otras palabras, defender una hipótesis así atribuiría al Dios del Génesis un error creativo implícito. ¿De qué manera?
Conseguir un consenso espontáneo en la sociedad humana por medios humanos ha llegado a ser, en el mundo de hoy y en el mundo de ayer, tan quimérico y utópico como tratar de alcanzar la Luna con la mano. En consecuencia, ya desde mucho tiempo atrás, los filósofos y pensadores se han percatado no sólo de que un tal consenso no puede venir automáticamente sino, peor aún: que la imposición es el único medio para conseguirlo. Y esto lo han llevado a cabo por vía de regímenes de terror, o uniformando a los individuos en los ejércitos (una especie de intentona de clonificación militarizante), animalizando o cretinizando a los poblado- res humanos en el fango de la ignorancia (como en la Edad Media, durante el Oscurantismo), sometiendo a las masas de individuos a lavados cerebrales (bolcheviquismo, propaganda nazi, propaganda comercial actual) y dando a luz doctrinas capaces de silenciar toda iniciativa humana sensible (ascetismo, budismo, estoicismo, monacato), entre otros métodos.
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