En cuanto a obtener el consenso social general por vía de una doctrina de tipo ascético, parece que es la opción menos mala de todas las expresadas. Pero adolece del inconveniente de que es un método atrófico, es decir, extremadamente limitante de la expresividad emocional y sentimental; al punto de que en el budismo, en determinadas ramas de éste, se presenta como meta la extinción completa de la vida humana terrenal en aras de una hipotética (y difícilmente sostenible, desde el prisma de la neurociencia) existencia etérea absolutamente desconectada de la vida que conocemos y que se disuelve misteriosamente en la nada de un "nirvana". Una "nada", ésta, tan ajena a nuestra experiencia cotidiana, racional y científica que, según dicen los gurús, sólo unos pocos privilegiados tienen la dicha de experimentar y que, además, de ninguna manera pueden explicar con palabras al resto de los mortales.
Esta visión de sublimación de la humanidad por pseudoascetismo (en sus diversas modalidades, ya orientales, ya occidentales) golpea contra el espíritu argumentativo implícito en el Génesis. En efecto, si vamos al registro sagrado, al primer capítulo del Génesis, éste nos dice que Dios se complació en crear una variedad exquisita e innumerable de seres vivos terrestres, es decir, una biosfera riquísima; y cuando terminó Su obra creativa sintió una gran satisfacción: "Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto (se sobreentiende: del sexto día creativo)" (Génesis, capítulo 1, versículo 31; Biblia de Reina-Valera).
Por consiguiente, es de suponer que en aquella inmensa complejidad y variedad biosférica había un equilibrio impecable y sin parangón respecto a lo que hoy día existe incluso en las reliquias naturales más puras; de otra manera, habría que restar lustre a la sapiencia divina y esto no es sostenible (difícilmente un Ser Superior, cuya perspicacia cognitiva supera con creces a la nuestra, se deleitaría en una obra defectuosa). Pero, ¿qué finalidad cumplía toda aquella esplendorosa variedad de colores, formas y manifestaciones tangibles en equilibrio perfecto, aparte de suponer un placer para los sentidos corporales de una criatura posterior que vendría a ser a la semejanza de su Hacedor?
El rey David, actuando en calidad de profeta, expresó: "Pues de aquí a poco no estará el malo; y con- templarás sobre su lugar, y no aparecerá. Pero los mansos (personas dóciles para con la guía divina) heredarán la tierra, y se recrearán con la multitud de la paz" (Salmo 37, versos 10 y 11; Biblia de Reina-Valera). En palabras de Jesucristo: "Bienaventurados los mansos; porque ellos recibirán la tierra por heredad" (Evangelio de Mateo, capítulo 5, versículo 5; Biblia de Reina-Valera). Estos pasajes de la sagrada escritura parecen corroborar la idea de que el objetivo divino al crear la biosfera (inicialmente hermosísima) era el de suministrar un hogar terrestre paradisíaco a la humanidad, y de hecho el propio Génesis así lo constata cuando informa que Dios creó un jardín deleitable (se sobreentiende: sensitivamente deleitable) en Edén para albergar en él al hombre. Además, el mismo Génesis apostilla en cuanto a ello diciendo que la encomienda original a la primera pareja humana era la de crecer y multiplicarse y llenar el planeta con su prole, a la vez que el paraíso edénico debía extenderse hasta los confines mismos del solar térreo.
Por consiguiente, en lugar de pretender reducir al máximo la complejidad psicobiológica del ser humano mediante apelar a una hipótesis mística pseudoascética que garantice la estabilidad social presente y futura o, en su defecto, una vida de ultratumba diametralmente opuesta al mundo sensible que conocemos, el Génesis y la demás sagrada escritura se inclinan hacia una vida terrenal en equilibrio perfecto (algo que hoy es ignorado e insospechado al tomar como referencia el rancio estado patológico en el que se encuentra la biosfera y la población humana albergada en ella). Por lo demás, al reconocer que una vida terrenal en equilibrio perfecto es el objetivo teleológico de la creación humana y siendo que ésta es de una complejidad indescriptible, y que adicionalmente se encuentra inserta en una biosfera no menos compleja, el regreso al equilibrio original no está en el poder del hombre conseguirlo, pues porta el estigma de la infinitud: la complejidad infinita.
La armonización de tamaña complejidad es la única vía plausible, pues la ingente variedad de seres vivientes que pueblan la biosfera es una expresión de excelencia creativa que aporta una riqueza inmensa a la siempre bienvenida biodiversidad. Pero como en toda obra de belleza sublime, donde la complejidad de la partitura es un factor decisivo en pro de esa belleza (mientras que la monotonía simplista es un freno en es- te sentido), el desperfecto en la sinfonía hace muy difícil su reparación, incluso para un experto. Así, de semejante manera, la esplendorosa sinfonía biosférica de los orígenes se desequilibró; y no existe humano, ni equipo humano, capaz de devolverle el equilibrio. Si nos fijamos bien, curiosamente la sagrada escritura se inicia, con el Génesis, describiendo la pérdida lamentable del equilibrio original, y finaliza, con el Apocalipsis, describiendo una serie de sucesos tormentosos que culminan en la devolución del control directo de la Tierra a Dios y en la restauración del equilibrio perdido.
Todo esto nos trae a la memoria el siguiente pasaje bíblico: «Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva (simbolismo para expresar una nueva sociedad terrestre liderada desde arriba por una nueva manera de administrar los recursos planetarios), porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron (es decir, el sistema antrópico actual), y el mar (simbolismo de agitación y revolución social infructífera) no existe ya. Y vi la Ciudad Santa (simbolismo de gobernación benévola divina), la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo (simbolismo de influencia administrativa divina), de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo (simbolismo de apego a la guía divina, como de esposa a esposo, con resultados esplendorosos). Y oí una voz fuerte que decía desde el trono (simbolismo de administración central divina): "Ésta es la morada de Dios con los hombres (simbolismo de protección divina y derramamiento de bendiciones para con los seres humanos, en un mundo nuevo). Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y Dios será su Dios. Y en- jugará toda lágrima de sus ojos (simbolismo para recalcar un recobro de la alegría, tras un tiempo de tribulación), y no habrá ya muerte ni habrá llanto (es decir, un retorno a la condición edénica primitiva, antes del fatal desliz adánico), ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo (o sea, el mundo alejado de la guía divina) ha pasado"» (Apocalipsis de Juan el apóstol, capítulo 21, versículos 1 a 4; Biblia de Jerusalén).
Hay, por lo visto, tres dominios de la realidad indómitos para la mente humana y, consecuentemente, para el conocimiento o la ciencia del hombre: la infinitud megaloscópica (del griego "megas", que significa "grande", y "skopeo", que significa "observar"; literalmente: infinitud más allá, o por encima, de lo que se observa como grande), la infinitud microscópica (del griego "micros", que significa "pequeño", y "skopeo"; literalmente: infinitud más alla, o por debajo, de lo que se observa como pequeño) y la complejidad infinita (es decir, la complejidad ilimitada, inasequible, inabordable, inextricable o que sobrepasa la capacidad asimilativa de la mente humana). Pues bien, la complejidad infinita, que presumiblemente pudiera encontrarse en los niveles de infinitud megaloscópica y microscópica, se presenta en los dominios macroscópicos (asequibles por nuestros sentidos corporales, con el auxilio de herramientas técnicas) en distintos ámbitos: climatológico, biosférico, neurológico, etcétera.
Aunque la humanidad en general no lo perciba, todo indica que se encuentra en un abismo de complejidad infinita del que no puede salir airosamente por sus propios medios. Es un precipicio tapizado con hilos de telaraña, en donde la propia iniciativa por obtener liberación se torna en fuerza impulsora que atenaza a la presa y la asfixia más y más. Aquí, pues, vienen a la memoria las expresiones de un preclaro, un profeta, que dijo: "Yo sé, Yahveh, que no depende del hombre su camino (se sobreentiende: las mejores opciones para dirigir a la humanidad, etológicamente, a nivel individual y colectivo), que no es (o no está en poder) del que anda enderezar su paso (se sobreentiende: evitar descarrilamientos fatales)" (Libro de Jeremías, capítulo 10, versículo 23; Biblia de Jerusalén).
Por consiguiente, si tanto nuestro cuerpo como nuestro entorno (social y natural) tienen el sello de la complejidad infinita, toda tentativa humana unilateral (sin guía por parte del Creador) por desenvolverse en los dominios de una realidad apabullante es una aventura peligrosa, de pronóstico desfavorable (desahucie). La andadura histórica de la humanidad ofrece un triste testimonio de ello, aunque hubo momentos en los que algunos líderes pensaron que el devenir era luminoso; sin embargo, a estas alturas, todas las esperanzas por concluir de manera honrosa han ido apagándose progresivamente. La condición ética y moral del individuo promedio y de la masa humana promedio se inclinan pendiente abajo, y los adalides de los pueblos (que, con más o menos notoriedad y premura, provienen de la misma masa informe e inquieta) brillan por su calamitosa actuación.
Globalmente hablando, la condición social de la humanidad parece haber entrado en un callejón sin salida, o en un río sin retorno que lleva hacia la catarata. Silenciada la voz de la religión multitudinaria, por haber hecho méritos para ello, frente a una oposición de materialismo ateo crudo, ganador de una última partida que da como recompensa el control de la mente de la gente, ha emergido un vapor corrosivo denominado "evolucionismo", a cuya sombra toda expectativa de trascendencia ética y moral se desvanece en aras de unas artificiales "reglas de juego" tan transitorias como las danzas de un mimo. De hecho, todo es inestable en el hipotético mundo evolucionario y la depredación (en mayúsculas) es un protocolo más dentro de sus do- minios. Además, el hombre ya no es el centro del universo, ni siquiera del sistema solar: ¿Por qué va a ser, entonces, el centro del planeta en el que habita? (Cuando se habla, en ecologismo, del papel del ser humano en la preservación de la hermosa biosfera se están confundiendo los términos y se está invocando un criterio bíblico, trasnochado para los evolucionistas; pues, curiosa e incoherentemente, muchos evolucionistas son ecologistas). Al presente sólo queda un residuo maltrecho, el Principio Antrópico, defendido por unos pocos "trescientos" en unas "termópilas" que parecen querer ser sus tumbas.
Bien, estamos alcanzando el estadio final, esto es, la fase terminal, si se quiere, en donde todo aboca hacia el desplome de la sociedad humana en cada uno de sus andamiajes, con amenaza de aceleración a causa del presumible efecto dominó. Es algo que no estaba previsto en el mapa conceptual de las expectativas fu- turistas de hace algún tiempo atrás, salvo en la preclaridad mental de unos pocos pensadores silenciosos. Sin embargo, hoy día las voces de alarma se han hecho numerosas y cada vez se engrosa más el caudal de los pesimistas, es decir, de aquellos individuos que se atienen a la realidad de los acontecimientos antropológicos y a su inercia. ¿Y qué podemos decir en cuanto a ello? ¿Cantaremos la canción de los desahuciados, o patearemos en la leche mundanal que nos ahoga en desesperación con la esperanza de producir una plataforma de mantequilla desde donde, como en el caso de la rana de la fábula, poder saltar al exterior y sobrevivir?
Para algunos, "patear" significa buscar mediante la ufología hipotéticas civilizaciones extraterrestres sobrehumanas que ayuden a tiempo a la humanidad a salir del atolladero. Para otros, dicho "patear" está en la esperanza de una supuesta vida de ultratumba y en hacer méritos para alcanzarla con aprobación. Otros, más pudientes, se están fabricando refugios subterráneos y adiestrándose en las técnicas de supervivencia para poder soportar con éxito las primeras fases de un temido invierno nuclear. En fin, no todo el mundo se ha resignado pasivamente a entregarse en manos del inmisirecorde desastre final. No obstante, ¿qué dice la sagrada escritura?
Después de pronunciar su mundialmente famoso Sermón de la Montaña, la sagrada escritura dice que Jesús de Nazaret añadió como colofón lo siguiente: "Cualquiera, pues, que me oye estas palabras (se sobreentiende: las pronunciadas en el Sermón), y las hace (se sobreentiende: sigue el consejo contenido en dichas palabras), le compararé al varón prudente, que edificó su casa sobre la peña (o plataforma rocosa); y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y combatieron aquella casa (se sobreentiende: agredieron la casa); y no cayó, porque estaba fundada sobre la peña. Y cualquiera que me oye estas palabras, y no las hace, le compararé al varón loco (estúpido, imprudente o necio), que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, e hicieron ímpetu en aquella casa (es decir, agredieron o empujaron la casa); y cayó; y fue grande su ruina" (Evangelio según Mateo, capítulo 7, versículos 24-27; Biblia de Reina-Valera). ¿Tendrán algún significado profético estas palabras?
Bueno, hablando de tempestades, Jesucristo dejó un legado avizorando tiempos venideros del futuro aparentemente distante, respecto al siglo primero de nuestra era, a saber, el "fin del mundo" según muchos exegetas: "Por tanto, cuando viereis la abominación de asolamiento, que fue dicha por Daniel el profeta, que estará en el lugar santo, (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y el que sobre el terrado, no descienda a tomar algo de su casa; y el que en el campo, no vuelva otra vez a tomar sus vestidos. Mas ay de las preñadas, y de las que crían en aquellos días. Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en sábado de fiesta; porque habrá entonces gran tribulación, cual no fue desde el principio del mundo hasta ahora, ni será. Y si aquellos días no fuesen acortados, ninguna carne sería salva; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados" (Evangelio según Mateo, capítulo 24, versículos 24-27; Biblia de Reina-Valera). ¿Indicarán estas palabras cuál es la manera eficaz de "patear" para sobrevivir?
Tal como ya se ha expresado, y si nos atenemos al relato sagrado del Génesis, descubrimos que allí se habla de un Creador Emotivo, en absoluto distante, frío o impasiblemente racional; y a esto se le puede añadir lo que dijo uno de los apóstoles de Jesucristo: "Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor (se sobreentiende: el rasgo más conspicuo de la personalidad divina es el amor)" (Primera epístola de Juan, capítulo 4, versículo 8; Biblia de Jerusalén). Por otra parte, el propio Jesucristo afirmó, dirigiéndose a uno de sus discípulos: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre (se sobreentiende: ha contemplado un modelo tan extremadamente próximo a la personalidad divina que se puede considerar equivalente a ella). ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre?" (Evangelio de Juan, capítulo 14, versículo 9; Biblia de Jerusalén).
Por consiguiente, desde el prisma de la sagrada escritura, no es lógico que un Dios emotivo y con sentimientos amorosos hacia su creación humana y biosférica se mantenga distante e impasible ante la situación que hoy día se vive en la Tierra. Por esto, cabe preguntarse: ¿Cómo podemos interpretar entonces el aparente desahucie aumentante que está cundiendo en este planeta? ¿Qué está haciendo Dios ahora? ¿Hay, en verdad, un Creador que se interese por nosotros? Bueno, la sagrada escritura señala que la humanidad ha de entrar en el periodo más crítico de su historia (la "tribulación grande", de la que habló Jesucristo en su profecía sobre el "fin del mundo") y, entonces, cuando ya el estado de desahucie parezca total e irreversible: «Luego (tras el fin de la sociedad humana vieja) vi un cielo nuevo y una tierra nueva (o una nueva sociedad terrestre liderada desde "arriba", con métodos óptimos para administrar los recursos planetarios), porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron (es decir, el sistema antrópico actual), y el mar (agitaciones y revoluciones sociales infructíferas) no existe ya. Y vi la Ciudad Santa (agencia de gobernación benévola divina), la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo (es decir, de la "región" en donde habita el Ser divino), de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo (simbolismo de apego a la guía divina, como de esposa a esposo). Y oí una voz fuerte que decía desde el trono (simbolismo de administración central divina): "Ésta es la morada de Dios con los hombres (simbolismo de protección divina y efusión de bendiciones para con los seres humanos "sobrevivientes", en un mundo terrenal nuevo). Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y Dios será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos (un recobro de la alegría, tras un tiempo de tribulaciones severas), y no habrá ya muerte ni habrá llanto (es decir, un retorno a la condición edénica primitiva, antes del fatal desliz de la primera pareja humana), ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo (o sea, el mundo alejado de la guía divina) ha pasado"» (Apocalipsis de Juan, capítulo 21, versículos 1 a 4; Biblia de Jerusalén).
Esta monografía, cuyo autor es Jscf, o más abreviadamente Jc (léase "Jotacé"), presenta el fruto individual de un estudio e investigación profundos acerca del tema que se expone, citando frecuentemente de diversas fuentes informativas consideradas fidedignas (al menos por el autor, Jotacé). Y, como toda obra de investigación que se precie de serlo, la presente no puede eludir ser sometida a revisión futura, al objeto de detectar y eliminar eventuales errores y refinar las ideas reflejadas. Además, es intelectualmente libre, en el sentido de no estar vinculada oficialmente a ninguna organización académica, benéfica, política, religiosa y así por el estilo (siendo el objetivo fundamental de dicha "desvinculación" el deseo de descargar a las entidades aludidas o citadas de cualquier responsabilidad por las erratas y errores que pudieran albergarse en la susodicha monografía).
Autor:
Jesús Castro
(22-02-2017)
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