Les intriga la intención que mueve a Brown al revelarles el pasado: que hubo un oscuro período de la historia, muy al principio, en el que la humanidad vivía consciente de la necesidad de mantener equilibrados los elementos masculino y femenino, y que lo conseguían por medio del culto a espíritus y deidades masculinas y femeninas. Y es aún más intrigante que hubiera, como dice Langdon a Sophie, un período en el que un «paganismo matriarcal» regía el mundo.
Los lectores se interesan también por la afirmación de Brown sobre las mujeres y el cristianismo: que Jesús enseñó la unión de los aspectos de la realidad masculina y femenina, y que las mujeres fueron líderes en la primitiva cristiandad hasta que el «cristianismo patriarcal» llevó a cabo una «campaña de propaganda que demonizaba lo sagrado femenino y erradicaba definitivamente a la diosa de la religión moderna».
En esta visión del pasado es fácil detectar una llamada a las mujeres que se sienten apartadas del cristianismo por considerar (acertada o equivocadamente) injusto el concepto que el cristianismo tiene de la mujer y el trato que le dispensa.
Ahora bien, una opinión puede ser atractiva, pero si no es cierta, ¿qué valor tiene?, ¿cómo puede ser una fuente de fuerza o de inspiración?
LO «SAGRADO FEMENINO»
Brown se inspira en un par de argumentos cuando escribe (como hace incesantemente) sobre lo «sagrado femenino».
En primer lugar está refiriéndose a una escuela de pensamiento que surge en el siglo XIX afirmando que el antiguo culto popular a las diosas había nacido de uno más elemental a la «Madre Diosa», explicado en parte por la antigua y profunda devoción popular por el misterio y el poder del alumbramiento. Para apoyar esta teoría, se basaba, entre otros hallazgos, en descubrimientos arqueológicos de figuras femeninas embarazadas. Esta teoría se desarrolló a finales del siglo XX hasta afirmar, como aduce la escritora Charlotte Allen, que:
«Esta consonancia con la naturaleza, el respeto a la mujer, la paz y la cultura igualitaria prevalecieron en la actual Europa Occidental durante miles de años… hasta que los invasores indo-europeos arrasaron la zona introduciendo dioses guerreros, armas diseñadas para matar a seres humanos y una civilización patriarcal» (The Atlantic, enero 2001).
Sin embargo, en los últimos años, debido a la ambigua naturaleza de esos artefactos hallados, al descubrimiento de armas y a la patente evidencia del reparto del trabajo basado en la división de sexos en muchos de esos lugares, ha delimitado recientemente el mito de la Diosa Madre. No existen pruebas que indiquen que tal época haya existido alguna vez.
Una de las más extravagantes opiniones de Brown es que incluso el antiguo judaísmo valoraba lo «sagrado femenino» como un aspecto distinto del divino, como lo demostraban las prácticas de sexo ritual en el Templo de Jerusalén.
Esto es absolutamente extraño, y resulta difícil averiguar dónde ha conseguido Brown tal información. Ciertamente no hay prueba alguna que la apoye, pues está en absoluta contradicción con lo que las Escrituras hebreas requieren para los que están involucrados en los sacrificios y los cultos del Templo: unos ritos escrupulosos para la purificación que implican la abstención de toda actividad sexual durante el período anterior al desarrollo del culto. El jesuita experto en Sagrada Escritura Gerald O'Collins refuta tajantemente ese aserto:
«A propósito del judaísmo, Brown introduce algunos errores increíbles sobre Dios y la práctica ritual del sexo. Los estudiosos del Antiguo Testamento coinciden en que, en algunas ocasiones, se empleaba la prostitución para obtener dinero para el templo. Pero no hay evidencias sobre la prostitución sagrada o ritual, y ningún hombre israelita que acudiera al templo para encontrarse con la divinidad y alcanzar su plenitud espiritual, practicaría el sexo con las sacerdotisas (ver El Código Da Vinci, p. 384). En la misma página, Brown explica que 'el Sancta Sanctorum albergaba no solo a Dios, sino también a su poderosa equivalente femenina, Shekinah'. Una palabra que no aparece en la Biblia, pero en los escritos rabínicos antiguos, Shekinah se refiere a la proximidad de Dios con su pueblo y no a una consorte femenina» (America, 15 de diciembre del 2003).
O'Collins niega también la afirmación de Brown que aparece en el mismo párrafo, según la cual, YHWH se deriva de Jehováh, lo que, por supuesto, es algo absolutamente ajeno a la realidad:
«Es también una pasmosa insensatez asegurar como un "hecho" que el tetragrámaton judío, YHWH se "deriva de Jehová, una andrógina unión física entre lo masculino Jah y el nombre prehebraico que se le daba a Eva, Havah".
YHWH se escribe en hebreo sin vocales. Los judíos no pronuncian el nombre sagrado, pero "Yahvé" era aparentemente la vocalización correcta de las cuatro consonantes. En el siglo XVI, algunos escritores cristianos introducen "Jehová" debido a la errónea creencia en las vocales empleadas. Jehováh es un nombre artificial creado hace menos de quinientos años, y ciertamente, no es un antiguo nombre andrógino del que se deriva YHWH».
Por supuesto, hubo deidades femeninas en las culturas antiguas, como las hay hoy en los sistemas animista y politeísta (tales como el Induismo). La mayoría de las deidades femeninas eran consortes de las masculinas. Los sistemas antiguos reflejan una conciencia de los principios masculino y femenino en el tejido de la realidad, pero no manifiestan un particular conocimiento o veneración por lo «sagrado femenino», como Brown lo describe insistentemente.
Una mirada hacia el cristianismo católico y ortodoxo tal y como ha sido practicado durante dos mil años no expresa exactamente una espiritualidad impregnada de una imaginería patriarcal a expensas de la femenina. Pero hablaremos de ello más tarde.
Por último, podríamos suponer que esas sociedades alimentadas por el sistema espiritual sugerido por Brown serían profundamente igualitarias. Sorprendentemente, no encontramos ejemplos de tal igualitarismo en cualquier cultura antigua que diera culto a dioses y diosas, ni tampoco. en los que practicaban el sexo ritual (no tan cercano ni universal como sugiere) que, en opinión de Brown, unía la masculinidad y la feminidad en un extático todo vivificante.
HEREJES Y BRUJAS
Aún la siguiente etapa de este panorama, después de que la era matriarcal fue reemplazada, la devoción a lo femenino pasó a la clandestinidad.
En cuanto al cristianismo, Brown, aprovechando el trabajo de varios escritores contemporáneos sobre las mujeres y el cristianismo primitivo, insinúa que hubo una rama del movimiento de Jesús centrada en la mujer. Esto es lo que vemos, según Brown, cuando leemos los documentos gnósticos que ponen al frente y como centro a María Magdalena.
En realidad, ciertos sistemas se apartaron de la corriente principal del cristianismo. Usaban la figura de Cristo y algunas de sus enseñanzas para difundir esencialmente las ideas gnósticas. No tuvieron relación directa con los testigos del primitivo cristianismo, ni, por otra parte, estaban centrados en la constante tradición antigua de lo «sagrado femenino».
Según El Código Da Vinci lo están. Después de que el cristianismo ortodoxo «venciera» en Nicea -y sigue con su tema-, continuó suprimiendo o seleccionando las pruebas de las creencias paganas, a las que equipara con la devoción a lo «sagrado femenino». Asimismo destruyó con saña a las que persistían en sus ideas, como en el caso de las brujas.
Concretando, cinco millones.
Sí, has oído bien. Brown afirma que esa hostilidad hacia las mujeres, que borboteaba durante siglos, por fin salió a la superficie cuando la Iglesia católica ejecutó a cinco millones de mujeres durante los trescientos años de la caza de brujas (Brown no concreta de qué siglos se trata, pero podemos suponer que se refiere a los años 1500 a 1800, el período en el que tuvo lugar con mayor rigor la caza de brujas en Europa).
Esto lo tienes que haber oído antes: es una cifra que sueles encontrar en los coloquios de Internet sobre los horrores de la Iglesia católica. Pero eso, como tantas cosas en este libro, es falso.
Charlotte Allen, en su artículo de la revista Atlantic, reúne las investigaciones más recientes sobre el tema (que es importante) y dice que la mayoría de los expertos han fijado en unas cuarenta mil las ejecuciones relacionadas con la brujería durante este período, algunas por orden de organismos católicos, otras por protestantes y la mayoría por los gobiernos. y, a propósito, alrededor de un treinta por ciento de las acusaciones de brujería se hicieron en contra de hombres.
«El estudio más completo sobre la brujería es Witches and Neighbors (1996), de Robin Briggs, un historiador de la Oxford University que ha estudiado detalladamente los documentos sobre los juicios europeos a las brujas, llegando a la conclusión de que la mayoría de ellos tuvieron lugar durante un período relativamente corto, de 1550 a 1630, Y que se limitaron a la actual Francia, Suiza y Alemania, que ya estaban sacudidas por la confusión política y religiosa causada por la Reforma. La mayoría de las acusadas lejos de ser un grupo de mujeres librepensadoras, eran principalmente pobres e impopulares. Sus acusadores solían ser ciudadanos corrientes (a menudo, otras mujeres) y no autoridades clericales o seculares. De hecho, a las autoridades les disgustaba, generalmente, juzgar casos de brujería y absolvían a más de la mitad de los demandados. Briggs ha descubierto también que ninguna de las brujas que fueron encontradas culpables y condenadas a muerte fueron acusadas específicamente de practicar una religión pagana» (Allen, «The Scholar and the Goddess», Atlantic Monthly, enero 2001).
¿Es el Malleus Malleficarum (El martillo de las brujas) un documento auténtico? Sí, y, aunque importante, no es el manual universal para juzgar a las brujas, como afirma Brown. Está escrito por un dominico, Heinrich Kramer, que afirma haberlo basado en su experiencia tras juzgar un centenar de casos. En realidad, los documentos indican que solamente juzgó a ocho mujeres y que fue expulsado por el obispo de la siguiente ciudad en la que trató de trabajar.
Realmente es trágico y, desde nuestro punto de vista, injusto que hombres y mujeres fueran ejecutados por dichos motivos. Sin embargo, a lo largo de la historia humana, la mayoría de las sociedades no han protegido la libertad de pensamiento, de religión o de expresión. De hecho, se da exactamente el caso opuesto. Muchas de ellas han implantado serias restricciones sobre lo que sus miembros pueden manifestar en público y sobre el modo de animar a actuar a los demás, y frecuentemente han hecho retractarse a los transgresores por medio de duros castigos. Esto no lo ha inventado la Iglesia católica ni la protestante. Por supuesto, eso no hace menos desafortunado el hecho de que, en ese periodo de la historia, las Iglesias cristianas no fueran unos testigos firmes del Evangelio.
¿NO ESTAMOS OLVIDANDO ALGO?
En El Código Da Villci, Brown insiste en que, aproximadamente, en los dos mil últimos años, el cristianismo ha sido ferozmente patriarcal, y está dispuesto a honrar todo indicio de lo «sagrado femenino» en cualquier lugar que surja.
Aparentemente, Brown nunca ha oído hablar de María, la Madre de Jesús.
Si realmente deseas apreciar la distancia que hay entre las afirmaciones de esta novela y la realidad del cristianismo, reflexiona un momento sobre esta patente y extraña omisión. Y pregúntate por la razón. Y solo podemos llegar a la conclusión de que la enorme importancia de María en el pensamiento y las manifestaciones cristianas socavan a los argumentos de Brown sobre el temor que el cristianismo siente por lo «sagrado femenino»; en consecuencia, Brown decide que lo mejor es pretender que nunca sucedió.
Pero sucedió. El estudioso Jaroslav Pelikan escribe:
«…si pudiéramos permitir que los miles de mujeres del medioevo recuperaran sus voces perdidas, las pruebas que encontramos en los escasos documentos escritos que nos dejaron demuestran que muchas de ellas se identificaban plenamente con la figura de María: con su humildad, sí, pero también con su fortaleza y con su victoria. Por el papel que ha desempeñado en la historia de los veinte siglos pasados, la Virgen María ha sido el tema de más pensamientos y discusiones sobre lo que significa ser una mujer que cualquier otra de la historia occidental» (María a través de los siglos).
Cuando los seres humanos intentan conocer a Dios y relacionarse con Él, la misma humanidad que hace posible la intimidad con Dios -porque los humanos están hechos a su imagen– también les limita. Nuestro lenguaje no llega a tanto, nuestra idea de Dios no puede alcanzar más allá de nuestra existencia de criaturas encarnadas en el espacio y en el tiempo, y nuestra experiencia personal nos tiene apresados.
Sin embargo, es dentro de este mundo, y a través de las cosas que Él mismo ha creado donde Dios se encuentra gratuitamente con nosotros y se nos da a conocer.
Brown dice que las imágenes de la diosa Isis alimentando a Horus eran un «boceto» de las imágenes de María y Jesús. Pues bien, en lo que se refiere a madres e hijos, existen, obviamente, unas cuantas escenas clásicas comunes a cualquier iconografía, como en este caso. Sin embargo, Brown establece una conexión causal: El culto a María es una imitación del culto a Isis. No: en el mundo romano, Isis estaba fuertemente asociada a la promiscuidad y la «milagrosa» concepción a la que alude el personaje de Teabing en la novela tuvo lugar bien por la reconstrucción de las partes del cuerpo de su marido muerto, bien por arte de magia. Ambas tienen muy poco en común.
La experiencia de los cristianos a lo largo de la historia ha consistido en que, aunque María no es Dios, porque es la Madre de Dios, a través de su papel en la salvación -al decir «sí» a Dios, su fiat-, su vida nos revela la fidelidad de Dios, su compasión y, sí, la magnitud de su amor, como se manifiesta a través del amor de una madre.
La figura de María, la Madre de Jesús, no es monolítica, está llena de facetas. Algunos cristianos se sienten incómodos por el culto a María, pensando que interfiere en el campo de la devoción y de las manifestaciones que deben reservarse únicamente a Dios. Este, por cierto, es el argumento que necesitamos contra las afirmaciones de Brown sobre la tradición cristiana.
No importa lo que pienses sobre María o sobre la devoción a ella: la única cosa en la que coincide cualquiera que tenga ojos para ver, es en que, durante cientos de años, ha desempeñado un papel vital, casi central, en el pensamiento cristiano, en la oración y en la piedad.
En este sentido, Brown se equivoca de nuevo. El cristianismo no ha reprimido la atención a lo «sagrado femenino». En María, la cristiandad católica y ortodoxa lo ha celebrado y alimentado.
Además, ignorar eso es ignorar la verdad. Si la verdad interesa, esta es la verdad.
CAPÍTULO 7
¿Dioses robados? El cristianismo y las religiones mistéricas
Esto tienes que haberlo oído antes:
Los temas cristianos de un dios muerto y resucitado, de la iniciación por el agua y el alimento sagrado no son exclusivos. Pueden encontrarse mitos similares por todo el Mediterráneo en ese periodo. Por lo tanto, se llega a la conclusión de que los cristianos copiaron de lo que ya había en el ambiente la Resurrección del Hijo de Dios, su Bautismo y su Eucaristía, transformando lo que no era más que un sistema filosófico en una nueva y atrayente religión.
Esto puede arrojarte a los leones.
En cualquier caso, los autores de esta superchería siempre olvidan la última parte.
Brown nos ofrece una versión de esta teoría en El Código Da Vinci. Es corta, enrevesada y no se remite a las pruebas, pero puede confundirte si la tomas literalmente. Algo que, por cierto, no debes hacer.
LA EVIDENCIA
En El Código Da Vinci, nuestro personaje erudito particular, Teabing, afirma que la doctrina sacramental, las prácticas rituales y el simbolismo cristiano que conocemos son el resultado de la «transformación mágica» o adaptación de los símbolos y ritos paganos por parte de los cristianos para su propio uso.
El primer problema que surge ante la teoría de Brown se debe a que lo mezcla todo con Constantino (por supuesto): imágenes de «los discos solares egipcios» que se convierten en las aureolas de los santos católicos, Isis amamantando a Horus, en las imágenes de María amamantando a Jesús, y el Acto de «comer a Dios», en la comunión.
Pues bien: Constan tino no hizo nada de esto. De acuerdo: el trato de Constantino hacia cristianos y paganos durante su reinado fue incoherente según unos y flexible según otros. Por ejemplo, el Dios Sol ocupaba un lugar prominente en la acuñación de moneda incluso cuando Constantino gastaba dinero a raudales en la construcción de templos católicos. Pero lo que definitivamente no hizo, aunque lo diga Brown, fue incorporar símbolos paganos, fechas y ritos, a la creciente tradición cristiana».
Pero la cuestión sigue en pie: aunque Constan tino no lo hizo, muchos sitios de Internet y también algunos libros sobre el tema podrían hacerte creer que existe una relación entre las creencias y las prácticas cristianas, y las «religiones mistéricas» que aparecieron en el Oriente Próximo durante los cuatro primeros siglos después de Cristo.
¿Habrá nacido de un plagio el cristianismo?
MISTERIOS SOBRE MISTERIOS
Esas religiones mistéricas -de las que parece ser que se apropiaron los cristianos para sus creencias y sus prácticas, y que formaban un grupo que surgió por casi todo el antiguo Oriente Próximo- veneraban a unos dioses distintos entre sí, aunque compartían ciertos rasgos.
No eran deidades del culto oficial, que exigía un cumplimiento público de los deberes religiosos con objeto de obtener el favor divino. De hecho, son numerosos los expertos que mantienen que esos cultos mistéricos surgieron porque la religión protegida oficialmente no llegaba a colmar sus auténticas necesidades espirituales.
Las religiones mistéricas hacían hincapié en la salvación individual, en la iluminación y en la vida eterna por medio de una unión con la deidad a través de unas prácticas secretas de culto. A pesar de ser diferentes, la mayoría de las religiones mistéricas tendían a concentrarse en la unión del aspirante con lo divino a través de una reconstrucción de sucesos místicos que solían implicar a una deidad muerta y resucitada.
Antes de entrar en materia es preciso hacer dos puntualizaciones históricas.
El personaje de Teabing dice en la novela que los cristianos adoptaron «directamente» los altares de las religiones mistéricas. Lo cierto es que todas las religiones antiguas usaron para los sacrificios altares hechos de rocas apiladas, de madera o de piedra. La fe cristiana explica que uno de los dos aspectos de la Eucaristía es el memorial y actualización del sacrificio de Cristo. En el Nuevo Testamento aparecen referencias a los altares.
En primer lugar, independientemente de lo que pienses sobre las raíces cristianas, en lo primero sobre lo que debes reflexionar no es en las antiguas religiones paganas, sino en el judaísmo.
Jesús era judío, y la gran mayoría de sus seguidores después de su muerte y su resurrección fueron judíos. Los fundamentos de la fe cristiana en Jesús e incluso, la piedad fueron establecidos en aquellas dos primeras décadas, como lo confirman las cartas de Pablo escritas entre los años 50-60 d.C..
Entonces, ¿no te sorprende el intento de relacionar el bautismo cristiano con las inmersiones rituales de las religiones mistéricas? Recuerda que el rito de la purificación por agua para judíos y conversos se practicaba en tiempos de Jesús. Recuerda que lo hacía Juan Bautista, que no era un seguidor de Mitra. Y bautizaba.
¿Y lo que se refiere a la Eucaristía? Teabing en la novela la llama «comer a Dios» y de nuevo sugiere que es una copia de los ritos mistéricos de antiguas tradiciones paganas. En este caso, ignora completamente el hecho que recordaban los primeros cristianos: que la Última Cena fue la cena de la Pascua (según los Sinópticos; Juan la sitúa el día anterior). Sus celebraciones eucarísticas representaban la Última Cena, un acto que fue descrito con términos judíos: nueva alianza, sacrificio, etc.
Segunda puntualización que es preciso recordar: la mayoría de las pruebas que tenemos sobre las prácticas de las religiones mistéricas datan del siglo III al V, y lo que es más importante, no se ha encontrado prueba arqueológica alguna que indique la existencia de cultos mistéricos durante el siglo I en Palestina, lugar de nacimiento del cristianismo.
Así que, si te enfrentas con esas afirmaciones, cambia la dirección. ¿Alguien te dice que el cristianismo adaptó las comidas paganas comunes a la Eucaristía? ¿De veras? ¿Dónde está la prueba de la causa y el efecto? No aceptes otro material ni más textos que los que coincidan exactamente y de primera mano con la época y las limitaciones geográficas.
Ya quisieran haber encontrado algunos.
EL DIOS-SOL
Brown implica al emperador Constantino en ese proceso de «transformación mágica» cuando dice que, al divinizar a Jesús, Constantino se limitó a convertir el culto al Sol en el culto al Hijo, y ahí lo tienes: un Hijo de Dios al que previamente tenías por un simple «maestro mortal».
Como hemos visto, el emperador Constantino no inventó la idea de la divinidad de Jesús. Los cristianos le definieron y dieron culto como a Dios desde el siglo I .No obstante, es cierto que, en distintos momentos del reinado de Constantino, las celebraciones religiosas oficiales honraban lo mismo al dios Sol que al Hijo de Dios cristiano.
En el 274 d.C., el emperador Aureliano había elevado a nuevas alturas el culto al dios Sol, aclamando a la deidad como «Señor del Imperio Romano» y construyendo en Roma un enorme templo en su honor (ver W. H. C. Frend, The Rise of Christianity, p. 440). El culto a esta deidad se prolongó durante unas pocas décadas, y los cristianos fueron perseguidos, a veces duramente, hasta que Constantino asentó su poder en la mitad occidental de su Imperio en el año 312.
A su guiso lleno de digresiones mitológicas, Brown añade también una deidad pagana mezclándola con el dios Sol. Teabing introduce al dios pagano Mitras como modelo de la fe cristiana en Jesús, afirmando que ostentaba un título semejante y que «fue enterrado en una tumba excavada en la roca y resucitó al tercer día».
Mitras fue un dios de formas muy variadas. Durante siglos después de Cristo, su culto fue principalmente el de una religión mistérica, muy popular entre los hombres, especialmente los soldados. Al contrario de lo que asegura Brown, en las investigaciones sobre Mitras no aparecen advocaciones atribuidas a él como la de «Hijo de Dios» o «Luz del Mundo». Tampoco se menciona una muerte y una resurrección en la mitología mitraica. Parece ser que Brown ha obtenido esta información de un desacreditado historiador del siglo XIX, que no proporciona documentación sobre su aserto. Y el mismo historiador es la fuente, a la que alude Brown, de la conexión con Krishna. En la actual mitología hindú de Krishna no aparecen datos sobre el oro, el incienso o la mirra en el momento de su nacimiento.
Constantino, como todas las personas de su tiempo, atribuía su éxito a los poderes divinos. Sencillamente, no está claro que, durante la mayor parte de su reinado, distinguiera entre el dios Sol y el Único Dios del cristianismo. Corno apunta el historiador W. H. C. Frend, a lo largo del reinado en el que Constantino fue asentando sus normas y estabilizando el Imperio, «… no abandonó su lealtad al dios Sol, aunque se consideraba un servidor del Dios cristiano».
Sin embargo, parece ser que, al acercarse el final de su vida, Constantino hizo su elección y recibió el bautismo (no bajo presión, como afirma Brown) antes de morir en el 337 d.C. Era frecuente que los aspirantes al cristianismo esperaran hasta el momento de su muerte para bautizarse, especialmente los que se encontraban en situaciones que implicaran la comisión de un pecado, corno el de quitar la vida a otros. Los pecados cometidos después del bautismo se examinaban estrictamente durante aquel tiempo, y la penitencia para los graves significaba la amenaza de excomunión de la comunidad cristiana.
Brown repite dos afirmaciones concretas relacionadas con el cristianismo y el dios Sol. En primer lugar, asegura que la elección del 25 de diciembre como fecha de la Navidad tenía como objeto sustituir la celebración pagana del nacimiento del dios Sol, una fiesta instituida por Aureliano.
La mitra es una pieza con la que se cubren los obispos la cabeza en la Iglesia occidental. El personaje de Teabing dice en la novela que es una adaptación de las religiones mistéricas, pero la mitra no se empezó a emplear hasta el siglo XI. En Oriente, la zona más cercana a los cultos mistéricos, los obispos usan corona.
No existen pruebas de una relación concreta entre ambas fechas, especialmente porque no hay documentación que indique que Constantino patrocinara la celebración del nacimiento de Jesús el 25 de diciembre. Encontramos la primera mención de esa fiesta en Constantinopla en el 379 o 380 d.C., festividad que se extendió gradualmente por toda la Iglesia oriental. Además, otra prueba sugiere -como lo hace el historiador William Tighe- que la elección del 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Cristo dependió realmente de otros factores inherentes al cristianismo:
Aproximadamente en el siglo II, los cristianos occidentales habían fijado el 25 de marzo como fecha de la crucifixión de Jesús, apoyándose en una antigua tradición judía, según la cual, los grandes profetas morían el mismo día en que habían nacido o habían sido concebidos. Y así, el 25 de marzo se fijó en Occidente como el día en que Jesús fue concebido por el Espíritu Santo en el vientre de María (hoy se celebra como fiesta de la Anunciación). Y contando nueve meses a partir de esa fecha, llegamos al 25 de diciembre.
No tenemos la seguridad, pero lo cierto es que no hay evidencias que relacionen directamente la fiesta de Aureliano con la Navidad, que se celebró por primera vez un siglo después, cuando el cristianismo se había convertido en la religión oficial del Imperio Romano.
¿HABLAMOS AHORA DEL DOMINGO?
A través del personaje de Teabing, Brown afirma alegremente que Constan tino trasladó simplemente el sábado, día de descanso y de culto, al Día del Sol (el domingo).
Esto es absurdo. Tenemos la completa seguridad de que el domingo fue un día especial para los cristianos desde el siglo I, aunque, por supuesto, no lo nombraban así. El Apocalipsis, escrito a finales del siglo I, le llama el «Día del Señor» (1, 10). Y por todas partes se le ha llamado el «Día Primero» y también el «Octavo Día», término que se refiere a un octavo día de la acción creadora de Dios.
A mediados del siglo II, la práctica de las reuniones eucarísticas en el domingo ya estaba firmemente establecida, y ya aparece en los Hechos de los Apóstoles (ver 20, 7). El mártir Justino, que escribe desde Roma en esa época, describe detalladamente las asambleas eucarísticas semanales celebradas en ese día.
Como se ve, Constantino no trasladó el culto cristiano del sábado al domingo. Los cristianos habían estado celebrando la Eucaristía en domingo durante siglos. Lo que hizo fue establecer la semana de siete días, ya conocida y practicada en otros lugares, como base del calendario, y luego fijó el domingo como día de descanso para todo el Imperio. Previamente, el tiempo se había marcado de manera oficial en el Imperio utilizando tres días importantes al mes como puntos de referencia: las calendas (el primero), las nonas (el séptimo) y, por supuesto, los idus (el decimoquinto).
Hasta aquel momento, los judíos y algunos paganos que honraban a Saturno habían fijado el sábado como día de descanso, pero Constantino institucionalizó el domingo con objeto de crear el calendario oficial romano. En cierto sentido, el hecho agradó a los cristianos, pero seguramente verían mitigada su alegría ante el nombre que Constantino dio a aquel día: dies Solis.
Las aureolas se emplearon en el arte antiguo para distinguir a los dioses y también a los emperadores. En el arte cristiano aparecen en los siglos III y IV, al principio solamente en tomo a la figura de Cristo, una selección simbólica que indicaba la asociación de Cristo con la luz. Es un símbolo, como la corona, pero no pertenece necesariamente a ninguna creencia en particular.
Ciertamente, vemos que el emperador Constantino, en su afán por unificar el Imperio y asentar su poderío, parecía caminar entre dos aguas en el terreno religioso. Empleaba los símbolos cuando le eran útiles y convenían a su estrategia, por lo menos durante aproximadamente la primera década de su reinado, después de la cual recorrió un camino algo más directo hacia el cristianismo.
Sin embargo, sí sabemos que lo que dice Brown no es cierto. Constantino no instituyó la Navidad el 25 de diciembre, y no trasladó del sábado al domingo el día de culto de los cristianos.
EL TEMA FUNDAMENTAL
Brown pretende hacemos creer que la validez de las doctrinas religiosas, creencias y símbolos dependen, desde el principio hasta el fin, de la plena independencia de otras doctrinas religiosas, creencias y símbolos. Sencillamente, así no es como funcionan las doctrinas religiosas humanas. Existen determinados aspectos de la vida que todos compartimos, y eso parece tener una intrínseca capacidad para suscitar lo trascendente.
En el nacimiento y en la muerte nos encontramos con el misterio y el milagro de la existencia y con la esperanza en algo más.
En el agua y el óleo encontramos la limpieza, y ello nos lleva a pensar en nuestra propia necesidad de purificación.
Al compartir la comida, encontramos alimento y comunidad cristiana.
Hay muchas palabras, muchas «cosas» en la vida humana que nos tienen que ayudar a simbolizar y a hacer presentes las verdades que nos han sido reveladas.
El hecho de que en otras religiones haya ceremonias de purificación por agua y comidas rituales no afecta a la realidad de la validez de la piedad cristiana. No hay pruebas que indiquen, como dice Brown, una adaptación directa de los fundamentos de la fe y la piedad cristiana a partir de las religiones mistéricas. Las raíces del cristianismo están en el judaísmo. Los seres humanos abrazan y viven el cristianismo en medio de la cultura y la sociedad humanas, y la manifestación de su fe ha de ser activa, adoptando el simbolismo que hace sus creencias más comprensibles. Este dinamismo realza y profundiza nuestros conocimientos y experiencia de la fe.
Es exactamente una cuestión de sentido común. Este es el modo en que funciona el mundo y, como creen los cristianos, el modo en que Dios actúa en él.
CAPÍTULO 8
¿Seguro que ha entendido correctamente a Leonardo?
No. realmente no.
Si quieres saber cómo se equivoca Brown sobre Leonardo da Vinci, solo necesitas pensar en algo tan sencillo como el nombre del artista.
Empezando por el título y continuando por la novela, Brown y todos sus eruditos personajes se refieren al artista simplemente como «Da Vinci», como si fuera su nombre.
Pues bien, ¿sabes una cosa? Ese no es su nombre.
Ninguna literatura histórica o libro de referencia le nombra de ese modo.
Su nombre era «Leonardo». Hijo ilegítimo de un tal Piero da Vinci, nació en la ciudad de Vinci, cerca de Florencia. De modo que, obviamente, «Da Vinci» significa «que procede de la ciudad de Vinci».
Alguien que afirma ser un experto en arte y que se refiere continuamente a él como «Da Vinci» es tan creíble como un supuesto experto en religión que llamara a Jesús continuamente como «de Nazaret».
Busca un libro de historia y leerás cosas sobre Leonardo, no «Da Vinci». Ve a la biblioteca y pide una biografía del artista. No la encontrarás en la «D» ni en la «V». La encontrarás en la «L» de Leonardo, porque ese es su nombre.
Quizá estemos de acuerdo en esto: un autor que ni siquiera puede dar el nombre del personaje histórico central de su libro, no merecería que confiáramos en sus conocimientos de historia. Ciertamente, puede entretenernos de otro modo, pero, por favor, que no pretenda que El Código Da Vinci nos informe sobre historia, religión o incluso arte.
¿QUIÉN FUE LEONARDO?
Leonardo es, seguramente, una de las figuras intelectuales más intrigantes de la historia occidental. El conjunto de su trabajo y sus ideas podrían proporcionar tema para muchas novelas, pero el auténtico Leonardo, tal y como lo conocemos, muestra muy poco parecido con el que Brown nos presenta.
Afirma que Leonardo era «abiertamente homosexual y adorador del orden divino de la naturaleza, cosas ambas que le convertían en pecador a los ojos de la Iglesia».
Según Brown, Leonardo tuvo una «ingente obra artística de pasmoso arte cristiano»: «cientos de encargos lucrativos del Vaticano, aunque en constante conflicto con la Iglesia».
En realidad, el único conflicto constante de Leonardo con «la Iglesia» se debía a su tendencia a abandonar, sin concluirlo, el trabajo que tenía contratado. Pero ese es otro tema.
La imagen general que obtenemos del artista en El Código Da Vinci es la de un genio desafiante, obsesionado por su rechazo al cristianismo y vertiendo ese rechazo en la enorme producción de su obra. (¡Ah!, y también la de un gran maestre del Priorato de Sión, una organización que, como veremos en el próximo capítulo, probablemente no existió nunca, sobre todo, en la forma y modo que indica Brown).
Esa imagen no capta la realidad de lo que fue Leonardo, especialmente, en el contexto de su tiempo.
Tomemos, en primer lugar, el material de prensa amarilla. ¿Fue Leonardo «abiertamente homosexual»? No existen pruebas de que lo fuera. En 1476, fue acusado de sodomía, junto a otros tres, con un joven prostituto florentino. Los cargos fueron desestimados.
Esta es la única mención a su posible actividad homosexual -o a cualquier otra actividad sexual- relacionada con Leonardo, según las primeras fuentes que relatan su vida, incluido el voluminoso volumen de sus cuadernos. En su biografía de Leonardo, Leonardo da Vinci, Sherwin B. Nuland escribe:
«Ese episodio es el único indicio de la actividad sexual de Leonardo, y los más concienzudos estudiosos de su vida afirman que nunca tuvo lugar».
Por lo tanto, como dice el historiador Bruce Boucher, en su artículo de The New York Times del año 2003, «a pesar de la acusación de sodomía contra él cuando era joven, las pruebas de su orientación sexual continúan siendo fragmentarias y no definitivas».
Hablemos ahora de la ingente producción de pasmoso arte cristiano. Quizá Brown está al tanto de alguna información secreta, porque lo que ha sobrevivido, incluidos unos bocetos preliminares, refleja, todo lo más, una docena de pinturas de tema cristiano. Ciertamente no eran los «cientos de encargos lucrativos del Vaticano». Cerca del final de su vida, Leonardo trabajó bajo el mecenazgo de un único Papa, León X, aunque pasaba parte de su tiempo ocupado en experimentos científicos.
Ciertamente, cuando observamos la obra de Leonardo en términos de cantidad, no es la pintura lo que destaca: destacan los cientos de dibujos, los esquemas de ingeniería y arquitectura, los experimentos científicos y los inventos. Es ridícula la caracterización de Leonardo como la de un personaje dedicado a crear cuadros de temas cristianos con mensajes anticristianos ocultos, sobre todo, porque los cuadros de tema cristiano ni siquiera parecen ser el centro de atención de su trabajo.
¿FUE LEONARDO UN HEREJE?
En El Código Da Vinci se nos muestra a Leonardo como una especie de radical en el terreno espiritual que se burlaba maliciosamente de la tradición cristiana por medio de un empleo subversivo de los símbolos en su arte. Antes de sentimos intrigados y sorprendidos por esta aseveración, veamos en perspectiva las creencias espirituales de Leonardo.
En la época del Renacimiento, Leonardo da Vinci vivió en Italia y (durante corto tiempo) en Francia. «Renacimiento» significa «un nuevo nacimiento» y no se refiere al renacimiento de la cultura en general, sino al renacimiento de la cultura clásica: filosofía, literatura, arte y una sensibilidad general respecto a las antiguas Grecia y Roma. Uno de los frutos de las Cruzadas -las continuas guerras entre los cristianos occidentales y los musulmanes– fue el redescubrimiento de aquellas obras: manuscritos y obras de arte que se conservaban en Oriente y que los cruzados llevaron a Occidente como botín.
Leonardo vivió en una época de actividad brillante y tumultuosa, centrada en el mundo de naturaleza y en la vida de los seres humanos en él, y enriquecida por el encuentro con las culturas griega y romana. Sin embargo, no podemos afirmar que esta actividad estaba directamente enfrentada con la Iglesia católica. No lo estaba. La Iglesia ocupaba todavía el primer lugar en el terreno intelectual de aquel tiempo: patrocinaba todas las universidades, y muchos de los investigadores de la cultura clásica en el contexto de su tiempo fueron clérigos: sacerdotes, monjes e incluso, obispos.
Leonardo nació y vivió en medio de una cultura integrada en un cristianismo católico, pero, como se deduce de sus cuadernos, no era en modo alguno un creyente en las prácticas tradicionales del catolicismo. No obstante, escribe sobre Dios y también sobre Cristo. En su biografía sobre Leonardo (Leonardo: The Artist and the Man) Serge Bramly escribe:
«Creía en Dios… aunque quizá no en un Dios muy cristiano… Descubría a Dios en la belleza milagrosa de la luz, en el armonioso movimiento de los planetas, en la intrincada disposición de los músculos y los nervios en el interior del cuerpo, y en la indescriptible obra maestra del alma humana. Leonardo no era un católico practicante. o más bien, practicaba a su modo. Su arte sigue siendo esencialmente religioso hasta la médula. Incluso en sus trabajos profanos [no religiosos], Leonardo alababa la sublime obra creadora del Altísimo, que pretendía captar y reflejar».
Sin embargo, Leonardo fue un furioso anticlerical. Criticó la riqueza de algunos clérigos, la explotación del temor y la credulidad de los creyentes, así como la venta de indulgencias y la rebuscada devoción a los santos.
Por el hecho de vivir antes de que estallara la Reforma en Europa (Martín Lutero clavó sus 95 Tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg en 1517, dos años antes de la muerte del artista), Leonardo manifestaba unas opiniones que estaban muy extendidas, especialmente en los círculos intelectuales, aunque también entre muchos católicos observantes y piadosos, disgustados por los excesos que observaban en las vidas de los líderes de la Iglesia.
Por lo tanto, Leonardo, aunque notable y único en su genio, no era realmente un radical en sus creencias espirituales, como a Brown le gustaría que pensaras. De algún modo, era, sobre todo, un hombre de su tiempo: abierto a la exploración del mundo en la medida de sus posibilidades, que empleó sus experiencias sobre el mundo y la humanidad como principio y punto de referencia para sus investigaciones; un creyente en Dios y, según parece, en Cristo, pero un profundo anticlerical que desdeñaba los excesos en la piedad y en las manifestaciones religiosas.
Ahora, vayamos a sus cuadros.
LA VIRGEN DE LAS ROCAS
Según El Código Da Vinci, las dos versiones de La Virgen de las Rocas, una en el Louvre y otra en la Nacional Gallery de Londres, pretenden contar la historia de un Leonardo tratando de comunicar unos secretos anticristianos.
Pues bien, un sencillo examen del cuadro en cuestión muestra lo desatinado de la argumentación de Brown.
Leonardo había recibido el encargo de pintar ese cuadro como parte de un retablo para la capilla de un grupo llamado la Cofradía de la Inmaculada Concepción de María. Brown afirma que se trataba de un grupo de monjas.
No. Una «cofradía», especialmente en aquella época, era un grupo de hombres que se organizaban con un propósito, en este caso, promover la creencia en la Inmaculada Concepción de María (la doctrina de que Dios preservó a María del pecado original desde el comienzo de su vida). Las monjas eran mujeres, no eran hombres.
La cofradía explicó detalladamente al artista sus deseos: María en el centro, vestida en tonos dorados, azules y verdes, acompañada de dos profetas, Dios Padre en lo alto y el Niño en una plataforma dorada. El encargo se hizo en 1483, pero, a lo largo de los veinticinco años siguientes, Leonardo y la cofradía entablaron una prolongada batalla a causa del cuadro.
Parece ser que la batalla no tuvo nada que ver con los detalles que menciona Brown, aunque el estilo naturalista de Leonardo no iba a incorporar las aspectos requeridos por la fraternidad. No; parece que el conflicto se debiera al pago, aunque los detalles continúan siendo desconocidos: Leonardo pedía dinero continuamente y la cofradía se negaba a dárselo.
¿Por qué hay dos versiones de la obra? Se supone que en cierto momento el cuadro fue regalado. Hay quien dice que Ludovico Sforza, gobernante de Milán, lo entregó al rey francés o al emperador alemán: esta es la versión que hay en el Louvre. La segunda, que está en Londres, fue sacada directamente de la capilla (que ya no existe).
Veamos ahora las sorprendentes afirmaciones de Brown sobre esta pintura. Asegura que, en ella, Juan Bautista está bendiciendo a Jesús, todo lo contrario de lo que cabía esperar.
Bien, la verdad es esta: en ambas versiones, Jesús es quien bendice a Juan Bautista.
La argucia de Brown consiste en decir que, en el cuadro, Jesús está junto a María, que le rodea con su brazo. Y no es así. No hay experto en arte que no opine que ese bebé que aparece arrodillado a su lado, con las manos juntas, sea Juan Bautista. Es una disposición desacostumbrada, pero se ve con mayor claridad en la versión de Londres, donde Juan viste una pequeña piel de animal y sujeta la vara que la iconografía siempre ha asociado con él. Juan es el bendecido.
¿Y qué sucede con el resto del cuadro del Louvre? La mano de María, cerniéndose sobre Jesús, resulta realmente algo misteriosa, pero parece indicar un sentido de protección. La mano del ángel no amenaza: señala a Juan Bautista como el profeta al que hemos de escuchar.
Es una pintura poco corriente, especialmente por el encargo. Ciertamente, su relación con la Inmaculada Concepción tuvo que resultar bastante oscura para los clientes. Sin embargo, Bramly afirma que es posible establecer una relación concreta:
«Leonardo parece decir: la lnmaculada Concepción está pavimentando el camino para la agonía de la cruz…».
Así pues, Brown adopta la personalidad de cliente de Leonardo, confunde las principales figuras del cuadro, malinterpreta la naturaleza del conflicto y malinterpreta la pintura.
LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS
En este momento, Langdon, nuestro protagonista de la novela, intenta explicar los discutidos mensajes misteriosos de la obra de Leonardo aludiendo a La Adoración de los Magos de la Galería Uffizi en Florencia. Cita un artículo del New York Times Magazine (una auténtica referencia del 21 de abril del 2001, fecha de la publicación) que destaca el trabajo de Mauricio Seracini, un crítico de arte que supuestamente descubrió unos tremendos secretos ocultos en ese trabajo.
La Adoración de los Magos es un boceto para una pintura encargada por un monasterio de Florencia. Parece ser que Leonardo realizó el trabajo antes de marcharse a Milán. Según Seracini, una capa de pintura ocultaba el dibujo original de Leonardo y, según dice Brown, hubo un auténtico conflicto sobre la eliminación de dicha capa de pintura.
Sin embargo, está absolutamente confundido sobre el motivo. No se trata de que el cuadro revele algo, pues los dirigentes de los museos de la ampliamente secularizada Italia no sienten temor por los sentimientos antirreligiosos o heréticos en el arte. No: la controversia surge a causa de una división fundamental en el mundo del arte entre los que se dedican a devolver a la obra artística a su estado original y los que se oponen a ello.
En el caso que nos ocupa, una vez que se anunciaron los planes para la restauración -la eliminación de la capa de pintura, varias personas del mundo artístico organizaron un grupo llamado Art Watch lmernational que elevó grandes protestas. Decían que la obra era demasiado frágil para tal restauración, que no había pruebas de que el mismo Leonardo no la hubiera cubierto con la capa de pintura, y que no era un intento por aplicar el color, sino una capa preparatoria para poder seguir pintando encima. y discutían la afirmación (que también hace Brown en la novela) de que esa capa preparatoria no procedía de la mano de Leonardo.
En resumen, Art Watch lnternational aseguraba que la reparación podría dañar la obra a distintos niveles. Vencieron, y los planes para la restauración quedaron detenidos en el 2002, pero no por las razones que alega Brown (para más información, ver www.artwatchintemational.org).
LA MONA LISA
En El Código Da Vinci, el personaje de Langdon recuerda una conferencia que dio a los presos, en la que explicó la Mona Lisa en términos de androginia, y que el cuadro, según los análisis realizados por ordenador, muestra unos puntos de semejanza con los autorretratos de Leonardo, con el decidido propósito de crear el retrato andrógino de un hombre-mujer que reflejara su ideal del equilibrio entre lo masculino y lo femenino. Incluso el nombre «Mona Lisa» es un anagrama de los nombres de las deidades egipcias de la fertilidad: Amón (varón) e Isis (mujer).
Aquí hemos de hacer algunas puntualizaciones:
La identidad del personaje de Mona Lisa, también llamada «La Gioconda», pintada entre 1503 y 1505, es realmente un misterio. Hay docenas de teorías, ninguna de ellas demostrable: una, de hecho la más antigua, es la de que se trata del retrato de una mujer real, Monna Lisa, la esposa de un ciudadano florentino llamado Francesco del Giocondo.
Según el crítico de arte del New York Times, Bruce Boucher, «no existen imágenes definitivamente documentadas de Leonardo» con las que se pudiera comparar ese retrato, y Bramly califica de descabellada la teoría del autorretrato.
Arnón (o Arnmon o Arnun) era un dios del sol egipcio que, a pesar de ciertas impresionantes proporciones fálicas, no estaba especialmente asociado a la fertilidad. Si lo estaba con alguna deidad femenina, era con Muth y no con Isis.
Además, cualquier relación entre nombres de dioses egipcios y Leonardo y su pintura puede ser inmediata y fácilmente descartada gracias al siguiente dato: Leonardo no ponía nombre a sus cuadros, incluso no los menciona en cualquiera de sus cuadernos, aunque no cabe duda de que son obra suya. Aproximadamente tres décadas después de la muerte de Leonardo, Giorgio Visari, su primer biógrafo, identificó el trabajo como Mona Lisa. Esta es la única referencia que encontramos para autentificar el retrato como el de Mona Lisa, aunque Leonardo no lo menciona en ninguna parte. Por lo tanto, ¿cómo podía haber comunicado alguna cosa a través del título del cuadro cuando, aparentemente, no tenía nada que ver con aquel nombre?
LA ÚLTIMA CENA
Por fin llegamos al núcleo del tema: es La Última Cena, llena de códigos que apuntan a un Jesús casado con María Magdalena y a un enfurecido Pedro.
Brown afirma que Leonardo comunica en este cuadro su convicción de que Jesús y María Magdalena estaban casados, que ella iba a ser la jefa de su Iglesia. que Pedro no lo aprobaba, y que ella era el auténtico Santo Grial.
¿En qué se basa? Nos lo explica: porque el personaje que se ha considerado como el de Juan es en realidad María Magdalena; por la postura de Jesús y de María formando una «M»; por una mano sin cuerpo, supuestamente la de Pedro, que esgrime un cuchillo; y porque allí no hay cáliz: así que el cáliz tiene que ser María.
Primero, vayamos a los antecedentes. Leonardo pintó La Última Cena en la pared del refectorio de un convento en Milán. Y no es un fresco como dice Brown. Un fresco es una pintura realizada con pigmentos disueltos en agua sobre un enlucido de cal húmeda que, cuando retiene la pintura y se seca, produce fuertes colores y un efecto duradero. Leonardo trabajaba con demasiada lentitud como para emplear el fresco y trataba de hacer algo diferente. así que puso una delgada base sobre la pared de piedra y pintó sobre ella con témpera. Fue una desgraciada elección. porque, pocos años después de acabado el mural, la pintura empezó a perder color ya desconcharse.
Para comprender perfectamente esta pintura. es importante considerar que no se trata de una Última Cena. en general. Representa un momento específico basado en un pasaje determinado de la Escritura.
Cuando pensamos en la Última Cena, la asociamos inmediatamente con la institución de la Eucaristía. Brown juega con esta experiencia, indicando que en la pintura no hay cáliz ni el imprescindible pan. Dice que la ausencia de cáliz implica que María es el Santo Grial, y así sucesivamente.
La cuestión es que el tema de esta pintura no representa el momento de la institución de la Eucaristía. En cambio, se refiere al momento en que Jesús anuncia que alguno de sus discípulos le va a traicionar, como está específicamente descrito en el Evangelio de Juan:
«Dicho esto, Jesús se turbó en su espíritu, y declaró: 'Os lo aseguro: uno de vosotros me entregará'. Los discípulos se miraban unos a otros sin saber a quién se refería. Uno de sus discípulos, aquel al que Jesús amaba, estaba reclinado sobre el pecho de Jesús. Simón Pedro le hizo señas y le dijo que preguntara '¿De quién habla?'. Inclinándose sobre el pecho de Jesús, le preguntó: 'Señor, ¿quién es?
Leonardo intentó que cada una de las figuras expresara su personal respuesta al anuncio de la traición. Es un momento intensamente dramático, con los apóstoles apartándose de Jesús, dejándole aislado en cierto modo, hablando entre ellos, preguntándose quién puede ser el traidor e incluyendo la imagen de Pedro dirigiéndose a Juan. Pero no trata el tema de la institución de la Eucaristía, porque el Evangelio de Juan, a diferencia de los Sinópticos, no contiene el relato directo del hecho y, por lo tanto, en esta especial representación el cáliz no es necesario.
¿Es realmente de María Magdalena la figura que todos creemos de Juan?
No. En aquel tiempo, San Juan se representaba invariablemente como un hermoso joven. Nos puede parecer muy femenino pero, para la gente de aquella época, era claramente un hombre sentado junto a Jesús, como aparece siempre en las representaciones de esta escena.
¿Por qué no relata Juan la institución de la Eucaristía? La mayoría de los expertos creen que, en la época en que se escribió el Evangelio, a finales del siglo I los cristianos pensaban que solamente los plenamente iniciados debían conocer los detalles de los ritos más sagrados. Por ejemplo, este era el motivo de que los conversos no tuvieran acceso a la Palabra de Dios hasta un par de semanas después del bautismo, y ciertamente, no participaban en la liturgia completa hasta que estaban iniciados. Es de suponer que el Evangelio de Juan expresa esta práctica.
La crítica de arte Elizabeth Levy nos ayuda a comprender este tema con gran profundidad:
«Brown aprovecha el rostro de suaves rasgos y la figura de un Juan imberbe del cuadro de Leonardo para presentarnos su fantástica afirmación de que se trata de una mujer. Por otra parte, si realmente San Juan fuera Mana Magdalena, hemos de preguntamos por el apóstol que falta en aquel crítico momento. El problema real es el resultado de nuestra falta de familiaridad con los "tipos". En su Tratado de la Pintura, Leonardo explica que cada personaje debe ser pintado con arreglo a su edad y condición. Un hombre sabio tiene ciertas características, una anciana otras y los niños otras. Un tipo clásico, como en muchos cuadros del Renacimiento, es el "estudiante". El favorito, el protegido o el discípulo son siempre hombres muy jóvenes, totalmente afeitados y de cabello largo, con objeto de transmitir la idea de que aún no han madurado lo suficiente como para haber encontrado' su camino. A lo largo del Renacimiento, los artistas pintaron así a San Juan: es el estudiante ideal; es el "discípulo amado", el único que permanecerá al pie de la cruz. Y lo representaron siempre como un joven imberbe, sin la fisonomía dura y resuelta del hombre. LA Última Cena de Ghirlandaio o de Andrea del Castagno nos muestran al mismo dulce y joven Juan» (de un artículo en www.zenit.org). Como escribe el 3 de agosto del 2003 en el New York Times el critico de arte Bruce Boucher, la mano misteriosa sin cuerpo que, según Brown, amenaza a María Magdalena tiene también una explicación:
«… pero no es una mano sin cuerpo. El dibujo preliminar y las copias posteriores de La Última Cena demuestran que la mano y el cuchillo pertenecen a Pedro: una referencia al pasaje del Evangelio de San Juan en el que Pedro saca la espada en defensa de Jesús».
Sí; La Última Cena es un cuadro sugerente, rico en posibilidades para la meditación, por ejemplo, en nuestra propia actitud hacia Jesús cuando consideramos las distintas reacciones de los apóstoles. Pero no hay en él nada de lo que Brown sugiere. Sencillamente, las pruebas no están ahí.
CAPÍTULO 9
El Grial, el priorato y los caballeros templarios
La historia de la imagen del Santo Grial es ambigua y misteriosa, y conduce fácilmente al mito, la fantasía y lo novelesco. Ha desempeñado un importante papel en las leyendas (Rey Arturo), la poesía (The Idylls of the King, de Alfred Lord Tennyson) y, naturalmente. la ópera (Parsifal y Lohengrin, de Richard Wagner).
Desde esta perspectiva no podemos criticar a Brown por inspirarse en El enigma sagrado y La revelación de los Templarios y aprovecharlos para una novela. Puede resultar algo desagradable. pero el hecho de usar la imagen de ese modo es coherente con el empleo que hace de ella durante todo su relato.
No obstante, sigue siendo un tema de discusión. pues el propósito de El Código Da Vinci es el de cruzar la línea que divide la mera ficción y la posibilidad. En cada una de sus páginas presenta a sus lectores unas pruebas que parecen aceptables y les deja preguntándose si son veraces.
¿Existe alguna tradición fundamentada en el hecho de considerar a María Magdalena y a su vientre como el Santo Grial? ¿Es cierta la implicación de los Caballeros Templarios y del Priorato de Sión en todo ello?
En una palabra: no.
EL SANTO GRIAL
La leyenda del Santo Grial es oscura, basada quizá en la bruma de las leyendas célticas sobre los recipientes de sangre que vivifican. El primero y más importante texto sobre el Grial es el poema medieval Perceval, de Christian de Troyes, que vivió en el siglo XII.
La descripción concreta del Grial varía de unas leyendas a otras: era una vasija maravillosamente cubierta de joyas, capaz de proporcionar unas cantidades ilimitadas de comida y bebida; era el plato en el que Jesús y sus apóstoles comieron el cordero pascual; era la copa que Jesús usó en la Última Cena, o el frasco en el que José de Arimatea guardó la sangre que manaba del cuerpo crucificado de Cristo.
En la leyenda, una mujer, cuya existencia ha dado pie a numerosas investigaciones, protegía el Grial. Las leyendas del Grial son una mezcla de folclore, novela y mitos religiosos. Aunque hay varias copas por todo el mundo consideradas como el Santo Grial, la copa de Jesús en la Última Cena, la Iglesia no ha incorporado formalmente el tema del Grial a su tradición.
El papel de la mujer como protectora del Santo Grial, así como los ejemplos en los que aparece grabada la imagen de un niño, remiten ciertamente a un simbolismo relacionado con la gestación y con el parto. Sin embargo, no existe una tradición que relacione explícitamente el Grial con los símbolos de la «diosa desaparecida», con María Magdalena o con la descendencia de Jesús (como aseguran los autores de El enigma sagrado, y como afirma Brown). Y cuando la mayoría de los expertos conocedores de este simbolismo lo emplean en un contexto cristiano, lo relacionan con la Virgen María, hacia la que se acrecentó la devoción durante la Alta Edad Media.
¿Y qué decir del asombroso y apasionante momento de la novela, cuando Teabing divide la palabra francesa sangreal? Asegura que la etimología tradicional la divide en san Creal, pero ¡ah, no!, veamos lo que sucede si la partimos en Sang Real: ¡significa sangre Real! ¡La prueba!
Tengo ante mis ojos un artículo sobre el Santo Grial de la edición de 1914 de la Catholic Encyclopedia. Dice así:
«La versión de «San Greal» como «sangre real» no se difundió hasta el final de la Baja Edad Media».
En el contexto de las historias tradicionales del Grial, «sangre real» es, por supuesto, la sangre de Cristo. Esa peculiar división de la palabra no fue una gran noticia al final de la Edad Media, ni en 1914, ni lo es ahora.
LOS CABALLEROS TEMPLARIOS Y EL PRIORATO DE SIÓN
Símbolo del priorato de Sión
Las historias que nos cuenta Brown sobre los Caballeros Templarios y el Priorato de Sión se basan en el material -no es necesario repetirlo- de El enigma sagrado y La revelación de los Templarios. De hecho, la mayor parte de lo que dice carece de fundamento.
En primer lugar, es preciso saber que, en contra de las afirmaciones de Brown al comienzo de su libro, el Priorato de Sión no era la organización que él describe. Los documentos que cita, junto con la famosa lista de grandes maestres, que incluye a Víctor Hugo y, por supuesto, a Leonardo, son unas supercherías introducidas en la Biblioteca Nacional Francesa, posiblemente, a finales de 1950.
Esta es la historia en breves trazos:
Existen pruebas evidentes de que el Priorato de Sión surgió en Francia a finales del siglo XIX. Se trataba de una organización derechista dedicada a luchar contra el gobierno establecido.
Este nombre aparece de nuevo antes de la Segunda Guerra Mundial gracias a los esfuerzos de un hombre llamado Pierre Plantard. Plantard era un «antisemita» que luchaba por «purificar y renovar» Francia. A mediados de 1950, Plantard comenzó a proclamar que era el heredero del trono francés por la línea merovingia. Creó una asociación llamada el Priorato de Sión, distribuyó por las bibliotecas y por los archivos franceses ciertos documentos falsos que acreditaban su antigüedad y propagó el mito de la «descendencia real de Jesús».
Y como concluye Laura Millar su artículo de The New York TImes, del 22 de febrero del 2004:
«Por último, la veracidad de la historia del Priorato de Sión se reduce a un alijo de recortes y documentos sin firma que, hasta los autores de Holy Blood, Holy Grial (El enigma sagrado) insinúan que fueron introducidos en la Biblioteca Nacional por un hombre llamado Pierre Plantard. A comienzos de 1970, uno de los colaboradores de Plantard confesó haberle ayudado a fabricar el material, incluidos los árboles genealógicos que acreditaba a Plantard como un descendiente de los merovingios (y, posiblemente, de Jesucristo), además de una larga lista de «grandes maestres» del anterior Priorato. Este claramente absurdo catálogo de célebres estrellas de la intelectualidad como Boticelli, Isaac Newton, Jean Cocteau y, naturalmente, Leonardo, es la misma lista que Brown pregona, junto con el supuesto pedigrí del Patronato, en la presentación de El Código Da Vinci bajo el encabezado de «Los hechos». Por cierto, se demostró que Plantard era un empedernido granuja fichado por fraude y afiliación a grupos de ultra-derecha y de lucha antisemita. El auténtico Priorato de Sión era un grupo reducido e inofensivo de amigos con idénticas ideas creado en 1956.
«El fraude de Plantard fue desmantelado por una serie de libros franceses (todavía sin traducir) y un documental de la BBC de 1996, pero, curiosamente, esa serie de sorprendentes revelaciones no han resultado ser tan populares corno las fantasías de Holy Blood, Holy Grial (El enigma sagrado) y, en este caso, como El Código Da Vinci».
En El Código Da Vinci, la iglesia de Saint-Sulpice (edificada de 1646 a 1789) era el lugar en el que el Priorato de Sión ocultaba un secreto relacionado con el Grial. La mítica historia del inexistente Priorato saca a la luz esta relación que, en realidad, no existió. La «Línea Rosa» y el obelisco carecen de significado esotérico. La verdad es que un número sorprendente de templos europeos eran también observatorios astronómicos. Había un pequeño orificio en el techo o en un muro, y el movimiento del sol trazaba una línea sobre el suelo. Cuando el sol incidía en un punto determinado, el obelisco en este caso, había llegado el solsticio de invierno o de primavera.
Hablando claro: nunca ha existido un Priorato de Sión como un grupo dos veces milenario dedicado a proteger el Grial.
Sin embargo. sí existieron los Templarios. fundados en Tierra Santa después de la conquista de Jerusalén en el siglo XI. Los Caballeros, llamados también Caballeros Pobres de Cristo y del Templo de Salomón, eran una orden monástica de caballeros. Eran «monjes» en el sentido de que hacían votos -especialmente, el de proteger los Santos Lugares y el recorrido de los peregrinos- y vivían la obediencia a una regla que marcaba sus obligaciones religiosas (Misa y oración diarias, dirigidas por sacerdotes de la Orden) y las exigencias de su comportamiento:
«Precisamente, algunas ordenanzas parecían tener el objeto de limitar los excesos del ideal caballeresco. Tenían que ser personas humildes, de recursos limitados… No podían participar en torneos ni en cacerías» (The Waniors of the Lord, de Michael Walsh).
El poder de los Caballeros Templarios se acrecentó a lo largo de los siglos XIII y XIV, así como el de otras Órdenes militares, incluida su principal rival, los Hospitalarios. Amasaron grandes riquezas y actuaron como casa de banca en París y en Londres.
¿Tuvieron los Templarios alguna relación con la leyenda del Grial? No hasta el siglo XIX, según parece, cuando aumentó el interés por las sociedades secretas, especialmente, por la masonería. En 1818, el alemán Joseph von Hammer-Purgstall publicó un libro, Mystery of Baphomet Revealed, en el que esboza una supuesta historia de Caballeros Templarios a los que describe como devotos de Mahoma y guardianes del Santo Grial. En esta versión no se trata del cáliz de la Última Cena, sino de una especie de conocimiento gnóstico, y en particular, «de una rama especial de gnósticos a los que maldijo Cristo». Es patente que las modernas especulaciones sobre los Templarios hunden sus raíces en este tipo de escritos.
Volvamos a la auténtica historia. Ciertamente, la Orden fue disuelta, pero Brown no da los detalles exactos.
En primer lugar, centra sus críticas en el Papa Clemente V, pero las pruebas demuestran claramente que fue el rey francés Felipe IV quien decidió suprimir a los Templarios a causa de su propia quiebra frente a las grandes riquezas de las que eran dueños. El 13 de octubre de 1307 dio el primer paso mandando arrestar a todos los Templarios de Francia, no de Europa como dice Brown, aunque es correcta la subsiguiente asociación de esta fecha, viernes 13, con la mala suerte.
La actuación de Felipe indignó al Papa, pues los Caballeros Templarios estaban bajo su protección, pero en noviembre, cediendo a las presiones, accedió a la campaña en todo el continente.
¿Inventaron y propagaron los Caballeros Templarios la arquitectura gótica como un medio de transmitir la importancia de la «divinidad femenina»? No existen datos que impliquen a los Caballeros Templarios en la arquitectura, excepto para la construcción de sus propias iglesias. El estilo gótico se desarrolló y perfeccionó, en primer lugar, en Francia desde el 1100 hasta el 1500, como una investigación del modo de construir los muros de las iglesias más altos y más resistentes, además de conseguir dejar pasar la mayor cantidad posible de luz. Las construcciones góticas están cargadas de simbolismo, pero no hay nociones de una imitación explícita y deliberada de la anatomía femenina.
Cuando trata de los Templarios, Brown suele referirse al «Vaticano» como origen de las decisiones papales. Una vez más se equivoca de un modo que trasluce su desconocimiento fundamental de este período. Durante aquellos años, el Papa Clemente V no vivía en el Vaticano, ni siquiera en Italia. Vivía en Avignon, Francia, como un virtual prisionero del rey Felipe IV, sometido a tremendas presiones por parte del monarca.
Los Templarios fueron definitivamente disueltos en 1312 por el Concilio de Viena que, aunque dudaba en hacerlo, tuvo que entrar en acción tras la aparición de Felipe IV ante las puertas de la ciudad. Según indica el escritor Michael Walsh, «la condena fue solamente provisional y no se aceptó la culpabilidad de los Templarios».
Irónicamente, las propiedades de los Templarios pasaron a manos de la otra importante Orden militar, los Hospitalarios. La brutal acción no llegó a favorecer al rey Felipe, que murió, como Clemente V, al año siguiente.
Así, en lo que se refiere a los Templarios, Brown exagera la antipatía de Clemente V hacia ese grupo, y se equivoca al no hacer recaer la vergüenza sobre la persona adecuada: el rey Felipe de Francia.
Por último, Brown comete un error aún más importante: afirma que el diseño circular de la iglesia del Temple en Londres es un diseño pagano, pues los Templarios decidieron «ignorar» la construcción tradicional de la Iglesia y, en cambio, honrar al sol.
Eso es absolutamente imposible, teniendo en cuenta que los Caballeros Templarios eran, con la mayor evidencia, un grupo católico cuyos miembros hacían voto de defender la fe católica. Además, comete otro error, porque la forma circular de las iglesias del Temple imitaba, lógicamente, la de una iglesia de gran importancia para los Caballeros Templarios: la iglesia del Santo Sepulcro, construida en el lugar donde tradicionalmente se sitúa el sepulcro de Jesús, en Jerusalén. Y que, por cierto es redonda.
Conviene añadir que «el Vaticano» no fue la primera residencia papal durante aquella época, aunque Clemente V estuvo en ella. Desde el siglo IV hasta el XIV lo fue Letrán, que resultó destruida por el fuego en 1308, justo antes de la cautividad en Aviñón. En 1337, tras su regreso a Roma, el papado fijó su residencia en el Vaticano.
CAPÍTULO 10
El Código Católico
Al terminar la lectura de El Código Da Vinci, te quedas con una imagen concreta, y no muy halagadora, de la Iglesia Católica Romana.
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