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Las Verdades Ocultas en El Código Da Vinci (página 2)

Enviado por Lizbeth Quino Hurtado


Partes: 1, 2, 3, 4

Y no por otro camino que el de esta iglesia llegaron los libros del Nuevo Testamento: el testimonio escrito finalmente por los testigos de Jesús, cribado y concreto.

¿No llegó un fax del cielo? No hay problema. Quizá fue una gran noticia para la pobre Sophie, pero no es una novedad para nosotros.

DICHOS E HISTORIAS

Desde los primeros inicios, algunos textos cristianos fueron valorados por encima de otros.

Y lo fueron por varias razones: tenían su origen en la primera época apostólica; conservaban con exactitud las palabras y los hechos de Jesús; podían emplearse en la liturgia, la predicación y la enseñanza para comunicar fielmente la fe en Jesús a toda la comunidad cristiana.

Por favor, advierte la ausencia de «referencias al sagrado femenino» o de «injurias al poder de las mujeres» en la lista.

De todos modos, hacia la segunda mitad del siglo II, los cristianos ya se habían afianzado en lo que llegaría a llamarse «la regla de la fe»: dos importantes conjuntos de escritos: los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y las Cartas de Pablo.

¿Cómo sabemos que aquellos trabajos fueron los seleccionados? Porque se leían en el culto y aparecen referencias a ellos en los escritos de los Padres cristianos que han llegado hasta nosotros.

Es realmente importante apuntar que a pesar de lo que dice Brown, no había ochenta evangelios en circulación. De hecho, ese número carece absolutamente de base.

Seguramente existieron otros evangelios junto a los cuatro de nuestro Nuevo Testamento. Lucas lo indica claramente al comienzo del suyo:

«Ya que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han cumplido entre nosotros… me pareció también a mí, después de haber estudiado todas las cosas con exactitud desde los orígenes, escribírtelo por su orden, distinguido Teófilo, para que conozcas la firmeza de las enseñanzas que has recibido».

«Evangelio» significa literalmente «buena nueva». El Evangelio es la Buena Nueva de nuestra salvación por medio de Jesucristo. Los Evangelios son relatos escritos de esa Buena Nueva.

Los expertos creen que el conjunto de los dichos y enseñanzas de Jesús sirvió de fuente a los Evangelios, y que hubo unos pocos -El Evangelio de Pedro, El Evangelio de los Egipcios y El Evangelio de los Hebreos- que tuvieron un uso muy limitado.

El hecho es que, incluso ya a mediados del siglo II, los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan fueron las fuentes primitivas que usaron los primeros cristianos para difundir la historia de Jesús a través de la enseñanza y el culto.

Igualmente interesante es otra clase de escritos que mucho antes de que fueran escritos los Evangelios, leía la comunidad cristiana durante el culto: las cartas de Pablo.

Es cierto. Los primeros libros escritos del Nuevo Testamento fueron las cartas de Pablo, quizá la 1 Tesalonicenses, escrita aproximadamente en el año 50 d.C. Pablo se convirtió en seguidor de Cristo dos o tres años después de la muerte y resurrección de Jesús, y pasó el resto de su vida viajando, creando comunidades cristianas a lo largo de todo el Mediterráneo y como sabemos, murió mártir en Roma. Escribió numerosas cartas a las comunidades que había fundado y posteriormente, aquellas comunidades empezaron a hacer copias de las cartas y a enviarlas a otros cristianos. De hecho, la colección de cartas de Pablo circulaba ya entre ellos al final del siglo I.

En la novela, Teabing describe un «legendario Documento Q», de la enseñanza de Jesús, escrito quizá por su propia mano, cuya existencia admite incluso el Vaticano. La verdad sobre «Q», no es tan sorprendente. Existe una gran cantidad de material que comparten Mateo y Lucas, no Marcos. La hipótesis de los expertos sugiere que podrían haber empleado una fuente documental común, llamada «Q», por quelle, la palabra alemana para «fuente». El Vaticano -junto con otras muchas personas- está completamente de acuerdo con su posible existencia.

Ahora, volvamos atrás y veamos hasta dónde hemos llegado.

Desde muy pronto, los relatos de la vida de Jesús -que con el tiempo fueron reunidos en los cuatro Evangelios que hoy tenemos-, circulaban entre los cristianos, que los consideraban un relato fiel de la vida del Cristo vivo y un auténtico punto de encuentro con Él. También estaban difundidas las cartas de Pablo, que se usaban para el culto, junto a textos del Antiguo Testamento. Los escritores cristianos los citan con frecuencia. La historia que nos transmiten de Jesús -como Aquel a quien Dios envió para reconciliar al mundo, que padeció, murió y resucitó, y ahora reina como Dios y Señor- fue la historia que moldeó el pensamiento, el culto y la vida de los primeros cristianos.

Hablando con propiedad, no existieron «miles», de documentos que «informaran de Su vida como hombre mortal», ni existieron otros ochenta evangelios que, como dice un personaje de la novela, a partir de los cuales se eligiera solo algunos, como si se tratara de un conjunto de códices y pergaminos en la mesa de reunión de un consejo de administración. De eso estamos completamente seguros.

Volviendo a los Evangelios (que es nuestro asunto principal), no cabe duda de que los que hoy tenemos fueron considerados como normativos por la comunidad cristiana a mediados del siglo II. Escritores cristianos como Justino el Mártir, Tertuliano e Ireneo -que escribieron y enseñaron en su tiempo en Roma, África del Norte y Lyon (en lo que ahora es Francia), respectivamente- se refieren a los cuatro Evangelios que conocemos ahora como las primeras fuentes de información sobre Jesús.

Sencillamente, Constantino no lo hizo.

INNUMERABLES TRADUCCIONES, ADICIONES Y REVISIONES

Según relata la novela, en su conferencia sobre la historia de la Biblia, después de afirmar que la Escritura no llegó por fax, Teabing alerta a Sophie sobre las «innumerables traducciones, adiciones y revisiones. Históricamente, nunca ha habido una versión definitiva del libro».

Bien, de acuerdo, si por «definitivos» quieres decir «textos absolutamente originales escritos por la mano de su autor».

De nuevo, esto es lo que llamamos «sofisma»: un aspecto que aparece en una argumentación y que es increíble.

Ciertamente, existen muchos manuscritos del Nuevo Testamento y muchos fragmentos de los libros: más de cinco mil fragmentos de los primeros siglos del cristianismo, el más antiguo fechado en el 125 a 130 d.C., junto a más de treinta datados a finales del siglo II o primeros del III, que contienen «gran cantidad de libros enteros, y dos que contienen la mayoría de los evangelios, los Hechos o las cartas de Pablo» (Craig Blomberg en Reasonable Faith, de William Lane Craig).

En esos manuscritos aparecen algunas variaciones insignificantes, pero es importante apuntar lo siguiente:

«Las únicas variaciones del texto que afectan a más de una frase o dos (y la mayoría afectan solamente a una palabra aislada o a una frase) son Juan 7,53; 8,11 y Marcos 16, 9-20… Pero, sobre todo, el 97 a 99 % del Nuevo Testamento puede ser reconstruido más allá de cualquier duda razonable».

Ahora, si os tomáis la molestia, atended a esto:

«De la Guerra de las Galias (aproximadamente, 50 a.C.) solo hay nueve o diez manuscritos fiables, y el más antiguo data de novecientos años después de los sucesos que relata. Solo sobreviven treinta y cinco libros de los ciento cuarenta y dos de la historia de Roma de Livio, y de los veinte manuscritos, solo uno data del siglo IV (Livio vivió desde el 64 a.C. hasta el 12 d.C.). De los catorce libros de la historia de Roma de Tácito solamente tenemos cuatro y medio en dos manuscritos que se remontan a los siglos IX y X. El caso es, sencillamente, que existe la evidencia de que los autores del Nuevo Testamento aventajan en tiempo a la documentación que poseemos de cualquier otro escrito antiguo. No hay base para afirmar que las ediciones clásicas del Nuevo Testamento griego no siguen fielmente lo que los escritores del Nuevo Testamento escribieron en realidad».

Los cristianos sabemos que nuestras Escrituras son el resultado de la acción de Dios a través de instrumentos humanos. Esos instrumentos son imperfectos, limitados, pero el caso es que el testimonio de los manuscritos del Nuevo Testamento es, en gran parte, el de unos relatos antiguos y convincentes, cuyas variaciones manuscritas no alteran el significado del texto.

LA FORMACIÓN DEL CANON

Ahora bien, ciertamente hubo otros libros que circulaban entre las comunidades cristianas e incluso, se usaban en la liturgia. Textos instructivos como Didache y El Pastor de Hermas. Hubo cartas de otros apóstoles o de los que estaban unidos a ellos. La Primera Carta de Clemente, escrita alrededor del 96 d.C. desde la Iglesia de Roma a la Iglesia de Corinto, estuvo ampliamente difundida, especialmente en Egipto y en Siria. Incluso hubo otros textos que con el título de «evangelios» emplearon varias comunidades cristianas: por ejemplo, un Evangelio de los Hebreos, un Evangelio de los Egipcios y un Evangelio de Pedro.

¿Por qué no figuran hoy en nuestro Nuevo Testamento?

Existen razones que es preciso aclarar aquí frente a esas otras que no tienen nada que ver con las maquinaciones políticas que sugiere Brown, ni nada que ver con el Concilio de Nicea o de Constantinopla. Es también importante señalar que los textos gnósticos en los que Brown centra su teoría nunca fueron considerados canónicos excepto por los autores gnósticos que los escribieron.

Como sucede en muchas ocasiones a lo largo de la historia del cristianismo, el motivo para determinar qué libros eran aceptables para su uso en el culto fue la respuesta de la Iglesia a un desafío.

Canon: De una palabra griega que significa «regla», es el grupo de libros reconocido por la Iglesia como inspirados por Dios y autorizados para ser empleados por toda la Iglesia.

El desafío se produjo a mediados del siglo II y tomó dos direcciones: la del movimiento que trataba de reducir drásticamente el número de libros reconocidos como Sagrada Escritura, y la del movimiento que trataba de añadir otros libros.

El primer tipo de oposición procedía de un hombre llamado Marción. Marción, hijo de un obispo que, por cierto lo excomulgó, organizó un movimiento en Roma a favor de sus creencias que, entre otros puntos rechazaba al Dios que describe el Antiguo Testamento. Enseñaba que las únicas Escrituras válidas para los cristianos eran solo diez cartas de San Pablo y una versión corregida del Evangelio de Lucas.

Puede resultar sorprendente el hecho de que Marción fuera hijo de un obispo, especialmente por la afirmación de Brown sobre la enemistad del cristianismo primitivo hacia el matrimonio y la sexualidad. En la cristiandad oriental, tanto católicos como ortodoxos pueden casarse. Esta tradición se remonta a la antigüedad. Por ejemplo, san Patricio de Irlanda era hijo de un diácono y nieto de un sacerdote.

El segundo tipo de oposición partió de los gnósticos, ya estudiados en el capítulo anterior, y de otra herejía llamada montanismo. Tales versiones del cristianismo tenían sus propios libros, como hemos visto, y la pregunta surge inmediatamente: ¿Qué lugar ocupan? ¿Representan un conocimiento válido de Jesús?

La presión venía por ambos lados: Marción deseaba eliminar libros; los gnósticos exigían la misma autoridad para los suyos. Obviamente, era necesaria una definición.

Lo primero, pongamos en claro un punto. La necesidad de la definición no surgió porque las personas que estaban en el poder sintieran amenazada su posición. Durante ese período, el cristianismo era una minoría religiosa, perseguida periódicamente por las autoridades romanas, y cuyos seguidores arriesgaban mucho -incluidas sus vidas- para ser fieles a la fe en Cristo. Permanecer fiel al Evangelio no era beneficioso. Si acaso, era todo lo contrario.

No; la necesidad de la definición nació por la gravedad de las consecuencias de aceptar tanto las ideas de Marción como la idea gnóstica de Cristo. Ambas, cada una por su lado, ofrecían una explicación distinta que rebajaba la persona de Jesús y su enseñanza. Ambas separaban tajantemente al cristianismo de sus raíces judías, y en especial el gnosticismo despojaba a Jesús de su humanidad. Ningún relato gnóstico-cristiano incluye la Pasión y Muerte de Jesús. Ambas presentaban una imagen de Jesús profundamente ajena a los recuerdos que los primeros cristianos guardaban de Él, recuerdos que están documentados en los cuatro Evangelios, en Pablo y en la vida de la Iglesia que iba desarrollándose.

En respuesta a estos desafíos, los líderes cristianos empezaron a definir con mayor claridad los libros apropiados para su uso en las Iglesias cristianas en la liturgia y en la catequesis. Durante un par de siglos, esto se hizo a través de estudios en común y de las definiciones de cada obispo. Los Evangelios y las cartas paulinas eran el núcleo comúnmente aceptado. Algunos obispos, especialmente los de Occidente, pensaban que la carta a los Hebreos no era aceptable, y algunos obispos orientales no estaban seguros sobre el Apocalipsis o Libro de la Revelación.

Sin embargo, las dudas no versaban sobre el mérito espiritual de esos libros. Las dudas estaban siempre relacionadas con la calidad implícita de este proceso desde el principio: ¿Qué libros encarnaban mejor quién era y es Jesús para toda la Iglesia? ¿Proceden esos libros de la época de los apóstoles? ¿Coinciden los Evangelios lo que nos dicen de Jesús? ¿Son edificantes para el conjunto de la Iglesia o tienen un interés más local?

No; a lo mejor estáis pensando que discutían sobre: ¿No contendrán una historia secreta sobre Jesús y María Magdalena que debemos ocultar al mundo?». No. Ese no parecía ser el problema.

Con el tiempo, cuando el cristianismo estuvo más asentado, y desaparecida la amenaza de la persecución, los líderes cristianos fueron capaces de reunirse y tomar decisiones para una Iglesia más extensa. El Concilio de Laodicea, alrededor del 363 d.C., confirmó la enseñanza y los usos seculares de la Iglesia por medio de una lista de libros canónicos que incluían todos los que conocemos, excepto el Apocalipsis. En el 393, un concilio reunido en Hipona, en el norte de África, estableció el Canon -incluyendo el Apocalipsis-, tal y como lo conocemos hoy, y declaró que aquellos libros eran los libros que debían leerse en los templos en voz alta y añadiendo, y es importante apuntarlo, que en el día de la fiesta de los mártires, también debía leerse el relato del padecimiento y muerte del mártir. Esto era varios años después del decreto de Constantino.

Resumiendo: repasemos el proceso una vez más: Los apóstoles y otros discípulos fueron testigos de la predicación de Jesús, de su ministerio, de sus milagros, de sus padecimientos, de su muerte y de su resurrección. Guardaron lo que habían visto y oído y lo transmitieron. Desde su aparición, los primeros textos escritos fueron constantemente comparados con la antigua historia relatada por los primeros testigos. Finalmente, frente a las nuevas enseñanzas surgidas en directa contradicción con los antiguos testimonios, los líderes de la Iglesia declararon que, por estar ligados a los apóstoles y coincidir con los antiguos testimonios, estos libros son los apropiados para el uso en el culto y para transmitir la fe en Jesús.

No hay secreto, podemos añadir. No hay unos conocimientos ocultos que los obispos hayan ido pasando de mano en mano por orden del emperador Constantino. El proceso estaba ahí, a la vista, desde los testimonios originales hasta la gradual definición del canon.

Y no fueron suprimidos miles de relatos sobre Jesús, ni tampoco ochenta evangelios. En una novela, quizá, pero no en la realidad.

¿Y QUÉ?

Puede parecer un punto de poca importancia, pero no lo es. Muchos lectores se han sentido desconcertados por la versión de la historia que ofrece El Código Da Vinci. Parece insinuar que la Biblia que hoy tenemos es el resultado del rechazo desleal hacia los relatos válidos de Jesús por parte de los líderes de la Iglesia, que se veían amenazados por ellos.

Como habéis visto, no fue así. Sí; las manos humanas desempeñaron un papel en el establecimiento del Canon, pero sus decisiones no fueron motivadas por el deseo de oprimir a las mujeres o de conservar el poder. Se vieron en la obligación -muy seriamente asumida- de asegurarse de que la vida y el mensaje de Jesús fueran absoluta y exactamente preservados para las futuras generaciones en un Canon inspirado por el Espíritu Santo según la fe cristiana. Por supuesto, hubo libros que no se incluyeron. Unos porque no eran de aplicación universal, o porque sus huellas no se remontaban a los tiempos apostólicos. Otros fueron rechazados porque solamente eran descripciones de Jesús -difícilmente reconocible como el mismo Jesús que encontramos en los Evangelios y en Pablo- en intentos para situarlo en filosofías y movimientos espirituales nuevos.

CAPÍTULO 3

Elección divina

Según El Código Da Vinci, el cristianismo que conocemos hoy no es obra de Jesús y sus discípulos, sino del emperador Constantino, que reinó en el Imperio Romano en el siglo IV.

¿Es cierto?

¿Es preciso deletreado? Por supuesto que no.

Ciertamente, el cristianismo moderno puede ser diverso, pero el núcleo de la fe cristiana es la creencia en que Jesús, perfecto Dios y perfecto Hombre, es el Único a través del cual Dios se reconcilió con el mundo -y con cada uno de nosotros-, y que la salvación (la participación en la vida de Dios) se alcanza a través de la fe en Jesús, que no está muerto, sino que vive.

Hablando a través de los personajes de su libro, Brown pretende hacemos creer que la fe es una creación de un emperador romano del siglo IV. En su opinión (explicada por Teabing), esto es lo que sucedió:

Jesús fue venerado como un sabio maestro humano. Los escritos que exaltaban su humanidad fueron ampliamente difundidos. Recordemos, «miles de ellos». Cuando Constantino llegó al poder, se sintió inquieto por los conflictos entre el cristianismo y el paganismo que amenazaban con dividir su Imperio. Así que eligió el cristianismo, y reunió en el Concilio de Nicea a cientos de obispos a los que obligó a afirmar que Jesús era el Hijo de Dios, y eso fue todo.

Sinceramente, esto es muy extraño. Veámoslo poco a poco, y luego tratemos del tema crucial de la divinidad de Jesús.

CONSTANTINO

Constantino (aproximadamente. del 272 al 337 d.C.) inició su reinado como emperador romano en el 306 d.C. y asentó su poder en el 312 d.C. al vencer a un rival en la famosa batalla de Puente Milvio, en la que se sintió fortalecido e inspirado por una visión que consideró cristiana.

No está claro lo que Constantino vio ni cuándo (si antes de esta batalla o después de alguna otra). Algunas versiones dicen que se trató de «chi-ro», las letras griegas «x» y «r» combinadas, que son las dos primeras letras de Cristo «X((((ç». Otros relatos dicen que fue una cruz.

Hasta ese momento, la práctica de la doctrina cristiana era esencialmente ilegal en el Imperio Romano y de hecho, solo unos años antes (303 a 305 d.C.), los cristianos habían sufrido una persecución especialmente despiadada en todo el Imperio bajo el reinado de Diocleciano.

(Sería oportuno detenemos aquí y preguntamos el motivo de que el Imperio Romano encarcelara y torturara a los que permanecían fieles a un maestro sabio, si Jesús no era más que eso. Y ¿por qué habían de ser una amenaza para el Imperio los seguidores de aquel maestro sabio? En el Imperio abundaban los sistemas y las escuelas filosóficas. No estaban perseguidas. ¿Por qué lo era el cristianismo?).

Por alguna razón -quizá una tenue luz de la verdadera fe, la presencia de cristianos en su propia familia o alguna misteriosa estrategia política-, una de las primeras actuaciones de Constantino fue la de publicar un edicto de tolerancia del cristianismo, que daba fin a las persecuciones al menos por el momento.

Es cierto que durante su reinado, Constantino amplió no solo la tolerancia, sino sus preferencias por el cristianismo. Los motivos no están claros. Deseaba unificar el Imperio, seriamente agitado durante un siglo por las divisiones y los continuos conflictos. Ciertamente, la religión representaba un instrumento en aquel proyecto, y, quizá, él detectaba la fuerza del cristianismo y el declive del poder tradicional de la religión romana. Quizá influyeron los pensadores cristianos que tenían acceso a él, y posiblemente alguien de su propia familia, pero parece que finalmente, Constantino decidió hacer del cristianismo la única fuerza unitiva.

Todo ello resulta muy extraño para nosotros, acostumbrados como estamos a la separación entre la Iglesia y el Estado, una situación que sencillamente, no existía en el mundo antiguo ni en ninguna cultura. Cualquier Estado se sabía apoyado en cierto modo por el favor divino, con la subsiguiente responsabilidad de apoyar, a su vez, a las instituciones religiosas. Hasta Constantino, aquellas instituciones habían sido los templos de los dioses romanos. Cuando Constantino cambió de opinión y apoyó a la cristiandad, asumió, naturalmente, la misma actitud respecto a las instituciones cristianas, financiando la construcción de templos e interviniendo en los asuntos de la Iglesia de un modo hoy sorprendente para nosotros.

Brown dice que Constantino hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio Romano. No lo hizo. Proporcionó un fuerte apoyo imperial al cristianismo, pero el cristianismo no llegó a ser la religión oficial del Imperio Romano hasta el reinado del Emperador Teodosio, que gobernó desde el 379 d.C. hasta el 395 d.C.

EL CONCILIO DE NICEA

Ciertamente, Constantino hizo convocar el Concilio de Nicea en el 325 d.C. en Asia Menor, la zona que hoy conocemos como Turquía. En realidad, fue la segunda reunión de obispos que convocó durante su reinado. Aunque no todos acudieron, y apenas alguno de Occidente, el propósito del Concilio era el de adoptar decisiones que afectaran a toda la Iglesia, por lo que se le llamó «Concilio Ecuménico».

Pero ¿por qué? ¿Por qué lo hizo Constantino? Pues bien, según Brown, lo hizo con objeto de hacer más poderosa y más eficaz a la cristiandad según convenía a sus propósitos.

Un Concilio Ecuménico es la reunión de los obispos de toda la Iglesia. Cada uno acude desde las diócesis que ocupa. Los católicos reconocen veintiún concilios ecuménicos. Empezando por el Concilio de Nicea y terminando con el Concilio Vaticano II (1962 a 1965).

Un mero maestro mortal como Jesús no tenía valor para él, pero si era el Hijo de Dios podría serle útil.

Realmente, hemos de detenernos y considerarlo. Trescientos obispos se reúnen en Nicea, obispos que, según el relato de Brown, creen que Jesús fue un «profeta mortal».

Constantino les dice que declaren que Jesús es Dios.

Y ellos dicen: de acuerdo. Todos ellos.

De nuevo tenemos que decir: no, en absoluto. No porque lo digan las fuentes: simplemente porque no fue así.

¿Por qué no es lógico? Quizá porque cuando examinas lo que hacían los obispos antes de reunirse en Nicea no nos mostraban un Jesús como «profeta mortal» en las liturgias que celebraban, ni en los tratados que escribían y usaban, ni en las Escrituras (perfectamente establecidas por ellos) desde las que predicaban y enseñaban.

¡JESÚS ES EL SEÑOR!

¿Es cierto que, trescientos años antes de Nicea, lo que llamamos la cristiandad consistía realmente en pasarse de mano en mano la sabiduría del profeta Jesús?

No. De hecho, el cristianismo nunca lo hizo.

Cuando examinamos los Evangelios y las cartas de Pablo, todo datado entre el 50 d.C. y el 95 d.C., lo que encontramos es una muestra coherente de descripciones de Jesús como un ser humano en el que Dios mora de un modo único.

Los Evangelios muestran con toda claridad que los apóstoles no llegaron a conocer la identidad de Jesús hasta después de la Resurrección. Estaban continuamente confusos, equivocados y naturalmente, seguían siendo unos judíos fieles, capaces de pensar sobre Jesús solamente dentro de un contexto accesible a ellos: como profeta (sí), maestro, «hijo de Dios» y «Mesías». En el ambiente judío, ninguno de estos términos implicaba una naturaleza divina, sino, más bien, el sentimiento de que era un ser elegido por Dios.

Sin embargo, a la luz de la Resurrección, comprendieron lo que Jesús les había insinuado durante su ministerio y que por fin afirmó explícitamente, como relata Juan en los capítulos 14 a 17 que Él y el Padre son uno.

Si leéis el Nuevo Testamento, lo encontraréis expresado de distintos modos: en los Evangelios; en el recuerdo de la concepción única y virginal de Jesús por obra del Espíritu Santo (ver Mateo 1-2; Lucas 1-2); en todos los relatos del bautismo de Jesús y de la Transfiguración; en la actuación de Jesús perdonando los pecados, lo que provocó el escándalo porque «solo Dios puede perdonar pecados)) (ver Lucas 7, 36-50; Marcos 2, 1-12); y en varios pasajes esparcidos a través de los sinópticos y de Juan, en los que Jesús se identifica con el Padre de un modo que implica que, cuando nos encontramos con Jesús, nos encontramos con Dios en su misericordia y en su amor (ver Mateo 10,40; Juan 14,8-14).

Si recorres los Hechos de los Apóstoles y las cartas de Pablo, que describen a la Iglesia primitiva y reflejan la predicación apostólica, no podrás evitar llegar a la convicción, que se encuentra en el núcleo de esa predicación, de que Jesús es el Señor -no solo un gran maestro o un hombre sabio-. (Lee 1 Colosenses o 2 Filipenses, por ejemplo, datadas ambas un par de décadas después de la Resurrección).

(Por cierto. el tema de esta sección no es «demostrarte» que Jesús es una Persona divina. Es hacerte ver que los primeros cristianos le daban culto como Dios, y que no eran sus seguidores por considerarle un sabio y un maestro mortal. Descifrar lo que tú crees sobre Jesús no depende de mí, ni ¡por todos los santos! de Dan Brown. ¡Encuéntrate con Jesús, no a través de una novela, sino a través de los Evangelios!).

Se profundizó en aquel conocimiento de que Jesús comparte su naturaleza con Dios alrededor de los siglos siguientes, como demuestra un rápido estudio de cualquier grupo de escritos de ese período. Por poner un ejemplo, Taciano, un escritor cristiano que vivió en el siglo II, escribe: «No actuamos como locos, ¡oh griegos!, ni contamos historias vanas, cuando anunciamos que Dios nació en forma de hombre» (Oratio ad Graecos, p. 21).

Como hemos visto, a lo largo de esos siglos, los maestros cristianos ya habían tenido que aclarar la fe en Cristo frente a las herejías. Una de ellas, que ocasionó un problema en el siglo II, fue el «docetismo», nombre que se deriva de una palabra griega que significa «Me parece». Los docetistas afirmaban que Jesús era Dios, pero excluían toda humanidad real. Creían que su forma humana y sus sufrimientos no fueron auténticos, sino solamente una visión. La existencia del docetismo demuestra, de un modo exagerado que la divinidad de Jesús estaba muy asentada antes del siglo IV.

No es este el lugar adecuado para explicar el significado y las implicaciones de las naturalezas divina y humana de Jesús sino simplemente para señalar lo profundamente equivocado que es el relato de Brown cuando se refiere a lo que pensaban los cristianos respecto a Jesús.

Afirma Brown que Constantino fue el inventor de la noción de la divinidad de Jesús en el siglo IV. Como demuestran los testimonios del Nuevo Testamento y aclaran los tres primeros siglos de doctrina y culto cristianos no fue así. Y si estamos realmente interesados en lo que enseñaban y creían los primeros cristianos sería mucho mejor que acudiéramos a una fuente original en lugar de a una novela popular.

¿Cuál es esa fuente? El Nuevo Testamento por supuesto, que cualquier persona seriamente interesada en estos temas debería leer, estudiar y reflexionar.

Y no olvidéis esto. Cuando Brown cuestiona la persona de Jesucristo en El Código Da Vinci jamás cita algún libro del Nuevo Testamento. Jamás.

ARRIO Y EL CONCILIO

Ahora bien, el Concilio de Nicea tuvo algo que ver con el tema de la divinidad de Jesús, pero no lo que dice Brown en El Código Da Vinci.

Como probablemente sabes, si intentas explicar durante uno o dos minutos la realidad de Jesús como perfecto Dios y perfecto Hombre, captarás la dificultad que tienes en entenderlo y expresarlo, pues surgen toda clase de preguntas espinosas e interesantes que no están explícita y directamente respondidas en la Escritura.

El Nuevo Testamento deja constancia de lo que experimentaron los que conocieron a Jesús: un hombre perfecto en el que encontraron a Dios, que como Dios, perdonaba los pecados, que hablaba con la autoridad de Dios y al que la muerte no pudo vencer. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo definirlo?

Eso llevó varios siglos y, como suele ocurrir en estos casos, la necesidad de definir a Jesús con mayor claridad y exactitud nació en el contexto de un conflicto. Había surgido la siguiente teoría: Jesús no era, en realidad, un ser humano, sino que Dios adoptó forma humana como si fuera un disfraz (docetismo), lo que era claramente incoherente con el testimonio de los apóstoles. En consecuencia, los obispos y los teólogos tuvieron que reexpresar el testimonio de los apóstoles de un modo asequible para su época y que respondiera a las preguntas que la gente les planteaba.

No era fácil, pues, como hemos dicho, es un concepto extremadamente arduo para que lo comprendan nuestras mentes. Pero recordemos que fue fundamental para los que defendían la antigua creencia en Jesús como perfecto Dios y perfecto Hombre. Y lo fue. ¿Cómo podemos hablar de Jesús de un modo que sea completamente fiel al complejo y completo relato de Él que leemos en los testimonios apostólicos? Porque los Evangelios nos describen a un Jesús hambriento, atemorizado y enojado. Lo describen actuando con la autoridad de Dios y venciendo a la muerte. De cualquier modo que hablemos de Jesús, hemos de ser fieles a todo el misterioso y apasionante testimonio de los Evangelios y de los primeros escritos cristianos.

A comienzos del siglo IV apareció en escena un nuevo problema especialmente atractivo propagado por un sacerdote llamado Arrio, de Alejandría, Egipto.

Arrio enseñaba que Jesús no era perfecto Dios: era, ciertamente, la más excelsa de las criaturas de Dios, pero no compartía con Él la identidad ni la naturaleza. Estas ideas llegaron a hacerse rápidamente muy populares entre los seguidores de Arrio y entre los seguidores del cristianismo tradicional, y hubo que convocar el Concilio de Nicea para resolver el problema.

Así lo hizo, reafirmando la naturaleza divina de Jesús en términos filosóficos, pues tal era el tipo de lenguaje con el que Arrio basaba su argumentación. El resultado es el que leemos en el Credo de Nicea, que Jesús es: «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma naturaleza que el Padre…».

Un experto en Sagrada Escritura, Luke Timothy Johnson, escribe en su libro El Credo:

«En el Concilio los obispos consideraron que estaban corrigiendo una tergiversación, no la invención de una nueva doctrina. Emplearon el lenguaje filosófico del ser, porque se había convertido en el lenguaje del análisis, y porque la Escritura no les proporcionaba los términos precisos para expresar lo que era necesario exponer… consideraban que no estaban desvirtuando sino preservando la totalidad del testimonio de la Escritura» (p. 131).

Y sí; el debate fue sometido a una votación que Brown describe entrecortadamente, y que para él significó el final de toda la aventura. Pues bien, tanto la tradición judía como la cristiana ha buscado de distintas formas la intervención de la sabiduría y la voluntad divinas. Leemos, por ejemplo, que los líderes del Antiguo y del Nuevo Testamento eran escogidos por sorteo, porque significaba que Dios guiaba el resultado de la elección.

Y no fue, en contra de lo que afirma Brown, una votación reñida. Solamente dos obispos de los aproximadamente trescientos (el número exacto varía) votaron en apoyo de lo que Arrio enseñaba en detrimento de Jesús.

UN ERROR MÁS

Como podemos ver de nuevo, absolutamente todo lo que Brown dice sobre este aspecto de la historia del cristianismo es incorrecto.

Dice que, hasta el siglo IV, la «cristiandad» era un movimiento formado en torno a una idea de Jesús como un «profeta mortal». Una simple lectura del Nuevo Testamento, escrito unas pocas décadas después de la resurrección, demuestra que no es así. Los primeros cristianos predicaban a Jesús como el Señor.

Dice que el Concilio de Nicea inventó la idea de la divinidad de Cristo. Al contrario. Actuó con objeto de preservar la integridad de esta fe constante en Jesús, misteriosamente humano y divino.

Una nueva equivocación en cada párrafo.

¿Cuál será la siguiente?

CAPÍTULO 4

¿Reyes derrocados?

Detengámonos un momento y hagamos un balance:

Hasta ahora, en nuestro recorrido a través de la visión histórica que tan alegremente describe El Código Da Vinci, hemos encontrado que:

  • Las fuentes para esas afirmaciones sobre la historia del cristianismo primitivo varían desde la absoluta fantasía y la falta de base hasta lo irrelevante.

  • Al fabricar su versión de los hechos, no emplea ni una sola fuente del período en cuestión, como el Antiguo Testamento, los escritos de obispos y Padres o los documentos litúrgicos o históricos.

  • Sus planteamientos de la formación del Canon de la Sagrada Escritura, del Concilio de Nicea, del reinado de Constantino y del primitivo conocimiento cristiano de la identidad de Jesús son todos erróneos, sin excepción, y carecen de cualquier relación pasada o presente con tales acontecimientos.

En realidad, esto bastaría para no seguir adelante ¿no es así? Pero aún no hemos llegado a dar fin a todas las falsedades y mentiras históricas de este libro, así que… adelante.

Por cierto, ¿realmente Jesús destronó reyes?

DESTRONANDO REYES Y ATRAYENDO A MILLONES

Ha llegado el momento de investigar lo que El Código Da Vinci intenta mostrar como la auténtica historia que hay tras el ministerio de Jesús. ¿Qué enseñó? ¿Qué trataba de realizar?

Uno pensaría, naturalmente, que al primer lugar al que deberíamos acudir cuando intentamos responder a estas nada especialmente espinosas preguntas sería a los Evangelios que figuran en el Nuevo Testamento. Al fin y al cabo, solo datan de décadas después de la muerte de Jesús, y aunque cada uno subraya distintas facetas de la misión y la personalidad de Jesús, coinciden sustancialmente en el núcleo de su enseñanza y en las pautas de su vida.

Uno lo pensaría así… pues no.

Al presentarnos a Jesús, Brown no se remite a los Evangelios.

En la novela, Teabing dice a Sophie que, por supuesto, Jesús fue una persona real que, como había sido profetizado, "derrocó reyes, inspiró a millones de personas y fundó nuevas filosofías… Es comprensible que miles de seguidores de su tierra quisieran dejar constancia escrita de su vida».

Pues bien; no.

Conocemos un poco de la historia de Palestina y del Imperio Romano durante la vida de Jesús. No hay ningún testimonio escrito sobre un judío de Nazaret que derrocara a alguien.

Es difícil calcular ciertos datos, pero podemos estimar con toda seguridad que en la población de las zonas donde se dice que Jesús predicó -en Galilea en el norte y en Samaria y Judea en el sur- vivían, según cálculos muy aproximados, alrededor de medio millón de personas, la mayor parte de las cuales nunca oyeron predicar a Jesús.

¿No hay una gran diferencia con esos supuestos «millones»?

¿Por qué dice esto el personaje de Teabing? ¿En qué se basa? Desde luego, no en relatos históricos; eso es seguro.

Ciertamente, los Evangelios nos pintan un retrato mucho más complejo del ministerio público de Jesús. Por supuesto que en algunas ocasiones se reunió con una enorme multitud, tan enorme que en una de ellas tuvo que sacar una barca hasta el lago para predicar; pero también fue rechazado, no solo por algunos líderes religiosos, sino también por la gente de su ciudad natal y de otros lugares. Sus discípulos le seguían y le escuchaban, pero también peleaban entre ellos, y huyeron cuando las cosas se pusieron difíciles.

Brown describe a Jesús como si fuera una estrella del rock del siglo I, seguido por una muchedumbre de admiradores continuamente pasmada ante su presencia.

No fue así.

¿DE QUÉ HABLÓ?

En El Código Da Vinci, Brown no aclara ni explica en qué consistió el mensaje de Jesús. Hace frecuentes alusiones a Él como un profeta y un maestro venerado, pero no es más explícito.

Según eso, la consecuencia es que el auténtico mensaje de Jesús está contenido en los evangelios gnósticos que ya hemos estudiado anteriormente, y en todo el tema de lo «sagrado femenino».

Después de todo, ese es el punto central del libro: se había perdido la devoción por lo «sagrado femenino» y Jesús, especialmente a través de su relación con María Magdalena, intentaba restablecerla, y que gracias a ella, el mundo recuperaría su rastro.

¿De dónde sale esto? Quizá de las lecturas que hace Brown de los escritos de los cristianos-gnósticos, que incluyen un estado original andrógino de la humanidad que es preciso restablecer.

Este tema ya lo hemos explicado antes desde luego. En los escritos gnóstico-cristianos no hay huellas del testimonio de ningún testigo sobre Jesús. Algunas alusiones que contienen frases conocidas de Jesús proceden de documentos más antiguos: la mayoría de las veces, de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas).

Si esto no os convence, la segunda cuestión es el modo extraordinariamente selectivo con el que Brown emplea los documentos gnósticos. Esos textos han llegado a nosotros en diversos pasajes, porque, por supuesto, el gnosticismo era diverso. Junto a unos ocasionales ecos de lo «sagrado femenino», encontrarás con mayor frecuencia unos abstrusos y esotéricos sistemas de pensamiento que incluyen destellos, contraseñas, fuerzas buenas y malas y miríadas de niveles en el cielo. También encontrarás antisemitismo e, inoportunamente, también algo de misoginia.

Como indica Philip Jenkins en su libro The Hiddell Gospels: «Los defensores del valor de los textos gnósticos en busca de algo que se perdió en el movimiento y enseñanzas de Jesús, que valoraba esa cosa que llamamos lo «sagrado femenino», nunca parecen mencionar otros pasajes»:

«El Jesús gnóstico vino a conceder la libertad espiritual, y en los textos encontramos repetidas variantes sobre el tema del Salvador 'venido a destruir los trabajos de la mujer'. En el Diálogo del Salvador, leemos que: 'Judas dijo… Cuando recemos, ¿cómo hemos de hacer?'. El Señor respondió: 'Rezad en un lugar donde no haya mujeres'. Es curioso denunciar al cristianismo por el celibato y el odio al cuerpo, mientras se ignoran exactamente los mismos errores en el gnosticismo…»

Así pues, no; no hay evidencias de que Jesús derrocara reyes, fundara filosofías o se adhiriera a lo «sagrado femenino». Los primeros testigos, por su parte, no silencian lo que dijo, y lo que relatan es coherente con las Escrituras y con la vida de oración -el punto de contacto entre los cristianos y el Dios vivo- de las primitivas comunidades cristianas.

«Simón Pedro les dijo: 'Dejad que se vaya María, porque las mujeres no son merecedoras de la Vida'. Jesús dijo: 'Yo las dirijo para hacerlas varones, y así, también ellas llegarán a ser almas vivas parecidas a las vuestras, pues toda mujer que se convierta en varón entrará en el Reino de los Cielos'". (Evangelio de Tomás, p. 114 [Iñe Nag Hammadi Library, James M. Robinson, editor, Harper & Row, 1976]). Este es el párrafo final del escrito gnóstico más conocido, pero que no cita El Código Da Vinci.

El núcleo de la enseñanza de Jesús fue el reino de Dios. Expresaba su mensaje predicando con parábolas y con su relación con las demás personas. A través de sus palabras y de sus hechos enseñaba que Dios es amor: amor, compasión y misericordia para todos. Este amor de Dios estaba presente en Él, como lo manifestaban sus palabras y sus acciones. Cuando Jesús actuaba, el reino estaba presente. Somos parte del reino de Dios cuando vivimos en unión con Jesús y cuando imitamos su vida: es nuestro modelo de amor, de obediencia sacrificada que no lleva en cuenta el precio.

Este núcleo no es secreto, por cierto. La lectura del Nuevo Testamento nos revela una sorprendente coherencia en el relato general de lo que sobre todo, era Jesús: Obediencia a la voluntad de Dios, amor, sacrificio y alegría.

UN JESÚS MÁS HUMANO

Uno de los temas más frecuentes en El Código Da Vinci se refiere a que el cristianismo tradicional estaba dispuesto a suprimir los escritos gnósticos que trataban de Jesús porque ofrecían un retrato más «humano» de El, un retrato que perduró durante siglos hasta que Constantino apareció en escena. Y así sucesivamente.

Ya hemos tratado esto, señalando que el conocimiento de Jesús como Señor, como Dios, como Hijo de Dios, aparece claramente en los escritos del Nuevo Testamento, que datan del siglo I.

No obstante, interesa profundizar un poco más en la afirmación de que la historia oficial subraya la divinidad de Jesús a expensas de su humanidad, un hecho que los escritos gnósticos sacan a la luz. Brown habla de ellos algunas veces, pero nunca aporta pruebas concretas que apoyen su argumentación. ¿Hemos de creerle?

Quizá no. Cualquiera que dedique una hora para leer detenidamente los evangelios canónicos y, luego, un par de consideraciones gnósticas, puede ver la falsedad de dicha argumentación.

Porque, cuando lees los escritos gnósticos, te puede sorprender el hecho de no encontrar a un Jesús especialmente «humano». Es un maestro, pero hay muy poco sobre Él que sea característica o identificablemente humano. Reparte sabiduría, revela secretos y deambula en medio de una suave niebla espiritual, y habla, y habla. Y habla.

Esto tiene sentido, por supuesto, pues las doctrinas gnósticas devalúan el mundo material, incluido el cuerpo humano. Por ejemplo, sus escritos sobre Jesús ignoran sin rodeos su Pasión y Muerte. Para asegurarte, lee los textos favoritos de los gnósticos, como el Evangelio de Felipe, el Evangelio de Tomás y el quizá gnóstico Evangelio de María. Lee todos esos extensos diálogos y luego introdúcete en el Libro de Mateo.

«Y tomando a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a sentir angustia. Entonces les dijo: 'Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo'».

Y luego, lee detenidamente el resto de los evangelios. Verás a Jesús comiendo, bebiendo, enfadado, aterrado, solo y afligido, sufriendo y muriendo.

Solamente quien desconozca absolutamente los Evangelios puede mantener que ofrecen la imagen de un Jesús «des humanizado». De hecho, es todo lo contrario. El motivo de que los maestros cristianos lucharan tan esforzadamente contra las teorías gnósticas y otras similares fue precisamente el de que esos sistemas no resaltaban suficientemente la humanidad de Jesús y, en consecuencia, no eran fieles a los antiguos testimonios presentes en el Nuevo Testamento.

Quizá, cuando Brown y otros como él sugieren que necesitamos un Jesús más «humano» que, según ellos, no aparece en los Evangelios, no están al corriente de las características que hemos expuesto anteriormente. Probablemente se refieren a algo más. Deben estar hablando exactamente de sexo.

¿ESTUVO CASADO JESÚS?

En este siguiente apartado vamos a investigar el intrigante y maravilloso personaje de María Magdalena (que por cierto, es venerada como una santa en la religión católica y en la ortodoxa, y no ultrajada como insinúa Brown), y especialmente veremos las pruebas de su relación con Jesús.

Ya que hemos estado hablando del entorno general y el sentido de la vida de Jesús según El Código Da Vinci, es un buen momento para tocar el tema del matrimonio de Jesús.

Es importante asentar desde el principio que cualquier duda sobre el matrimonio de Jesús no se debe al «miedo» o al odio a la sexualidad. Con extremada frecuencia, los que defienden a un Jesús casado sugieren que los demás no podemos ni hablar de que estuvo casado porque somos tan enemigos del sexo que incluso pensarlo podría hacer añicos nuestra fe, porque odiamos el sexo.

¡Oh! ¿De verdad?

El miedo o el rechazo no son precisamente el tema importante en este momento. El tema es saber lo que revelan las fuentes y las mayores evidencias cuando se las estudia honesta y objetivamente.

En El Código Da Vinci, nuestro amigo Teabing (por supuesto) hace saber a Sophie que Jesús estuvo casado, diciendo tajantemente: «Ese matrimonio está documentado en la historia».

¿Dónde?

Como ya hemos indicado, el mejor «documento histórico» que tenemos para describir la vida de Jesús son los Evangelios canónicos, escritos solamente unas décadas después de su muerte y resurrección. Ciertamente tienen sus límites, como cualquier documento antiguo, pero cuando deseamos responder a preguntas sobre cómo era Jesús y lo que hizo, esos textos serían los más adecuados para empezar. (Unos textos que, repetiremos incansablemente, jamás menciona Brown).

Y la gran noticia es esta: no mencionan a Jesús casado. Nunca.

Ahora bien, existe un argumento relacionado con este silencio, sobre el que alguien escribió un libro, y que hemos oído en numerosas ocasiones: los Evangelios silencian el matrimonio de Jesús porque el estado de casado era el normal en un hombre judío de aquella época, así que se daba por supuesto y esto no se consideraba lo bastante importante como para mencionarlo.

Brown sugiere otros motivos para ese silencio. Si no estuviera casado, los escritores del Evangelio se habrían tomado un minuto o dos para explicar que no estaba casado.

Por supuesto, el argumento basado en el silencio es un argumento astuto, pero hay algo más que decir sobre ese tema como para dejarlo así. John Meier, de la Catholic University of America, ha refutado hábilmente esa explicación en su libro Un judío marginal. Consideremos ahora dos de sus puntos:

En primer lugar, Meier critica ese argumento basado en el silencio porque los Evangelios no ocultan otras relaciones de Jesús. Con gran frecuencia mencionan a sus padres y a otros parientes. Le describen poniéndose en contacto con ellos, así como en conflicto con la gente de Nazaret, su lugar de nacimiento. Lucas nombra incluso a las mujeres que formaban parte de sus discípulos y le seguían, prestándole ayuda: María Magdalena, Juana y Susana.

Después de estos datos concretos sobre los lazos familiares de Jesús y sobre las mujeres que le seguían, no hay motivos para no mencionar a una esposa.

A continuación, Meier aborda la afirmación (que también hace el personaje de Teabing) de que el matrimonio era absolutamente normativo para un hombre judío en tiempos de Jesús, especialmente para un rabino, y un Jesús soltero habría necesitado una defensa especial con objeto de preservar su credibilidad, y que no se habría podido tomar en serio a Jesús si hubiese sido un hombre soltero.

Sencillamente, esta suposición es falsa. Meier critica esta afirmación en varios aspectos. En primer lugar, Jesús no era un rabino. Sus discípulos le llamaban «rabbi», que significa «maestro», pero eso no significa que fuera un rabino en el sentido formal o institucional.

También es falsa la afirmación de Teabing, porque ofrece un retrato monolítico del judaísmo del siglo I que no refleja la realidad. De hecho, en aquella época hubo al menos una secta judía cuyos miembros permanecían célibes: los esenios, que vivieron en comunidad en Qumran, cerca del Mar Muerto, y que dejaron los Manuscritos del Mar Muerto.

Concretamente, en el judaísmo existe también una tradición de personajes cuyas vidas estaban plenamente entregadas al servicio de Dios y de la Ley, y que eran célibes. Uno de ellos fue el profeta Jeremías. Las tradiciones judías expuestas en los textos del Antiguo Testamento nos ofrecen un retrato de Moisés que después de reunirse con Dios en el Monte Sinaí, permaneció célibe. Juan Bautista, uno de los más importantes personajes históricos, no estaba casado, ni en opinión de muchos eruditos, el apóstol Pablo.

Meier concluye:

«Cuando relacionamos todas esas tendencias, observamos que el siglo I d.C. estaba poblado por algunos notables individuos célibes y por grupos: algunos esenios y qumranitas, los terapeutas, Juan Bautista, Jesús, Pablo, Epicteto, Apolunio y varios cínicos aislados. El celibato seguía siendo una elección rara y algunas veces censurada en el siglo I d.C. Sin embargo, era una opción viable».

En resumen: según los textos más creíbles no existen pruebas de que Jesús estuviera casado, y el conocimiento del ambiente del siglo I indica que no sería absolutamente inaudito que un individuo plenamente dedicado a Dios fuera soltero.

LA VERDAD Y LAS CONSECUENCIAS

La afirmación de El Código Da Vinci de que el cristianismo tradicional devalúa la humanidad de Jesús es absolutamente falsa. Los Evangelios nos lo presentan sistemáticamente como un personaje real, muy humano, opuesto a la bastante etérea figura que encontramos en los escritos gnósticos. Muchas de las discusiones teológicas y de los conflictos en los primeros cuatro siglos de la historia del cristianismo reflejan la determinación de los Padres cristianos de ser fieles a los relatos del Evangelio, y de permanecer firmemente unidos a la perfecta humanidad de Jesús.

Durante unos instantes, podríamos echar una mirada a la devoción y al arte cristianos a través de los siglos, desde el funesto día en el 325 d.C. en que Constantino sacó a empujones del cuadro a la humanidad de Jesús.

En el transcurso del tiempo, la oración cristiana ha conectado con Jesús a través de sus «aflicciones», a través de la compasión y a través de sus sufrimientos. El genial arte cristiano nos ofrece a un niño Jesús mamando del pecho de su madre, a un hombre sangrando y maltratado, y también a un cadáver devuelto a los brazos de su madre.

El que haya alguien que se tome en serio lo que se cuenta en El Código Da Vinci dice mucho. Nos dice que demasiadas personas -de dentro y fuera del cristianismo están totalmente desconectadas del retrato evangélico de Jesús y de la rica tradición de la teología cristiana y la meditación espiritual sobre el misterio de su humanidad. Todo lo que saben sobre Jesús no lo han aprendido en los Evangelios ni en la tradición cristiana, lo que les deja expuestos a las distorsiones que podemos encontrar en El Código Da Vinci.

¿Que el cristianismo no valora la humanidad de Jesús? La verdad está tan próxima como la imagen que aparece en los muros de una iglesia. Un hombre. No un fantasma. Ni un mito. Un hombre.

CAPÍTULO 5

María, llamada Magdalena

Realmente, El Código Da Vinci no es justo con Jesús, pero lo es mucho menos con su supuesta esposa, María Magdalena.

Antes de llegar a lo que sabemos sobre María Magdalena (que no es mucho), hagamos un rápido repaso a lo que dice Brown de ella.

Según Brown, era una mujer judía de la tribu de Benjamín, que se casó con Jesús y dio a luz a su hijo. Jesús trató de dejar a la Iglesia en sus manos; esa Iglesia iba a devolver la «deidad femenina» a la vida humana y al conocimiento general. Después de la crucifixión de Jesús, María Magdalena huyó a la comunidad judía de Provenza, donde ella y su hija Sarah hallaron refugio. Su vientre es el «Santo Grial». Sus huesos descansan bajo la pirámide de cristal a la entrada del Louvre. El Priorato de Sión y los Caballeros Templarios se dedicaron a proteger su historia y sus reliquias. El Priorato le da culto «como Diosa… y como Madre Divina».

Realeza judía… esposa de Jesús… Santo Grial… Diosa. He aquí un completo currículo.

Considerando que los Evangelios mencionan a María de Magdala en escasas ocasiones, ¿de dónde proceden esas ideas?

Bien, la respuesta está exactamente en la novela, cuando Teabing, nuestro notable erudito, muestra su biblioteca alardeando: «La descendencia real de Jesucristo la han documentado exhaustivamente muchos historiadores». (De nuevo nos encontramos con un matiz de erudición).

Y cita La Revelación de los Templarios y El enigma sagrado -dos obras de pedante pseudo-historia y teoría conspiratoria-, The Goddess in the Gospels (Las diosas en los evangelios, en castellano) y The Woman With the Alabaster Jar (María Magdalena, ¿esposa de Jesús? en castellano), de Margaret Starbird, quien, entre otros medios, emplea la numerología -la suma de los números de su nombre- para llegar a la conclusión de que María Magdalena fue venerada como diosa en la primitiva cristiandad:

«Ellos conocían la «teología de los números» del mundo helénico, codificados en el Antiguo Testamento y basados en el antiguo canon de la geometría sagrada derivada de los pitagóricos desde años atrás… No era accidental que María Magdalena llevara los números que los cultos de la época identificaron como la 'Diosa de los Evangelios'» (Mary Magdalme, The Beloved, por Margaret Starbird: www.magdalene.org/beloved-essai.htm).

Bien; detengámonos unos momentos para reflexionar sobre todo lo que nos han dicho en esta novela: que los Evangelios no deben consultarse o leerse en sentido literal, y que ni por un momento nos podemos creer que transmiten cualquier verdad sobre los sucesos que relatan. Pero ¿no nos han dicho también que transmiten en código que los primeros cristianos consideraban una diosa a María Magdalena?

Bien; si la consideraban como una diosa, ¿por qué no lo difundieron? ¿Por qué fastidiar con ese buen Jesús crucificado-resucitado, cuando podían dar culto a la Magdalena, si era lo que deseaban hacer? No es como si hubiera alguna censura política, social o cultural hacia los que deseaban dar culto a una diosa. Seguramente no serían arrestados, encarcelados y ejecutados por profesar una fe centrada en otra persona que permanecerá sin nombre y que, supuestamente no recibirá culto hasta el siglo IV.

Una vez más, antes de alborotarnos ante las afirmaciones de El Código Da Vinci, recordemos la importancia de comprobar sus fuentes. Estas son las básicas en relación con María Magdalena:

María Magdalena como esposa de Jesús y madre de su hijo y el verdadero «Santo Grial»: El enigma sagrado y La revelación de los Templarios.

María Magdalena como diosa, como origen del «sagrado femenino»: un trabajo de Margaret Starbird.

María Magdalena como líder designada de la primitiva cristiandad: una variada serie de eruditos contemporáneos que trabajan sobre textos gnósticos.

Antes de entrar en detalles sobre esos puntos, conviene parar, olvidar las especulaciones, y volver al lugar donde por primera vez oímos hablar de María Magdalena.

¿QUIÉN FUE MARÍA MAGDALENA?

No hay duda de que María es una figura histórica. En los Evangelios aparece con su nombre y. junto a otras mujeres, desempeña un papel muy importante en relación con la Pasión y Resurrección de Jesús.

Solamente un Evangelio la menciona fuera de los últimos días de Jesús. Se trata de Lucas, que nos habla de la predicación de Jesús y su proclamación de la Buena Nueva en compañía de sus Doce Apóstoles:

«… y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, administrador de Herodes. Esas mujeres, galileas según parece, deciden compartir el destino de Jesús, le ayudan de un modo práctico, como proporcionándole alimento y, quizá, incluso dinero, y Susana y otras muchas que le servían con sus bienes».

«Magdalena» no es el apodo de María: en aquella época no existían los apodos. Se identificaba a las personas por su relación con el padre o con el lugar de nacimiento. La mayoría de los expertos creen que Magdalena significa «de Magdala», una ciudad en la orilla occidental del Mar de Galilea.

Y para más datos concretos sobre María, veamos el final de los Evangelios, donde en cada uno de ellos se la describe asistiendo a la crucifixión y a la sepultura de Jesús, y volviendo a la tumba en la mañana de Pascua para ungirle el cuerpo.

Allí, según los cuatro Evangelios, Maria recibe la Buena Noticia, primero de un ángel. Y luego, del mismo Jesús, que no solo se aparece a María y a las otras mujeres, sino que además, les dice que no teman, y las envía a dar a conocer la Buena Noticia a los apóstoles.

Así, María Magdalena fue una de las primeras evangelizadoras o como el cristianismo oriental la ha llamado durante largo tiempo, la «igual-a-los-apóstoles», por haberles anunciado la Buena Noticia de que Jesús había resucitado.

ENTONCES, ¿QUÉ SUCEDIÓ?

Tenemos que darnos cuenta de algo que podemos estar dejando de lado (además de todo el asunto de la diosa, naturalmente) en las escasas ocasiones en que se la menciona: ¿No fue una prostituta arrepentida?

Esto adquiere gran importancia en El Código Da Vinci, que a menudo se refiere a la identificación de María Magdalena con una prostituta como parte de una maliciosa conjura tramada por la Iglesia para hacer frente a cualquier sospecha, o incluso (se dice) evidencia histórica, del liderazgo de María Magdalena en el cristianismo primitivo.

Veamos dos puntos: en primer lugar que la asociación de María Magdalena con la prostitución se extendió durante siglos en el cristianismo occidental (aunque no en el oriental). Sin embargo, no hay pruebas de que se hiciera como afirman Brown y sus fuentes por maldad, por misoginia o por temor a la autoridad femenina.

En los Evangelios aparecen varias Marías así como otras mujeres destacadas aunque sin nombre. Los estudiosos de las Escrituras han confundido a cualquiera de ellas o se han preguntado por los motivos de asociar a la María mencionada en un lugar determinado con la María mencionada en otro.

Por ejemplo, hay dos relatos diferentes sobre las mujeres que secan los pies de Jesús con sus cabellos. En Lucas 7, 36-50, Jesús se encuentra con una «mujer… que era una pecadora». y que llorando de arrepentimiento, unge y baña sus pies. y luego los seca con sus cabellos. Su unción se debe a la gratitud por el perdón de sus pecados (que podemos añadir no están explícitamente concretados). En Juan 12, 1-8 Jesús, de camino a Jerusalén, se detiene en casa de Lázaro (resucitado de la muerte, Juan 11) y de sus hermanas Marta y María. María unge los pies de Jesús y los seca con sus cabellos en una prefiguración solemne de la unción que unos días después, recibirá en su sepultura.

El relato de la mujer penitente aparece en Lucas, unos versículos antes de la mención a María Magdalena, y hubo quienes -entre ellos, el eminente papa Gregorio I, en un sermón del 591 d.C.- asociaron a ambas. El problema que plantea esta teoría es el siguiente: cuando introduce a un personaje cualquiera, Lucas especifica su nombre. Si esta mujer fuera María Magdalena, como creen muchos, la habría identificado inmediatamente como lo hace la segunda vez que la menciona.

Por lo tanto, como María de Betania unge a Jesús antes de la entrada en Jerusalén, algunas tradiciones la relacionan con la mujer que le unge en Lucas 7, y luego con la llamada María Magdalena en Lucas 8, reuniendo a las tres mujeres en una.

Esto es exactamente lo que sucedió en la Iglesia occidental que hasta comienzos de la Edad Media y hasta la reforma del calendario litúrgico en 1969, celebraba el día de María Magdalena el 22 de julio en recuerdo de las tres mujeres de cada uno de los relatos del Evangelio.

Sin embargo, la Iglesia Ortodoxa oriental no reunió a las tres mujeres, pues las consideró siempre tres personas distintas. La Iglesia Ortodoxa honra especialmente a María Magdalena, calificándola de «la portadora de mirra» (una de las especias usadas para las unciones) y calificándola de «igual-a-los-apóstoles».

Llegamos ahora a un punto extraordinariamente importante, un punto vital:

Brown insinúa repetidamente que María Magdalena fue marginada y demonizada por el cristianismo tradicional, que la pintó, dice, como una mujer libertina, una prostituta, etc., con el propósito, se supone, de rebajar su importancia.

Como mucho de lo que encontramos en Brown, esto no solo es falso… es sencillamente una insensatez.

El cristianismo, tanto oriental como occidental, ha honrado a María Magdalena como santa.

Una santa. Los cristianos han puesto su nombre a iglesias, han rezado ante la supuesta tumba donde reposan sus reliquias y le atribuyen milagros.

¿Es posible llamar demonizar a eso?

Respuesta: no.

En cuanto al tema de la prostitución, incluso quienes relacionan a María Magdalena con «la mujer que era una pecadora» de Lucas 7, no ahondan en sus culpas. El cristianismo no hace hincapié en el pecado tras el arrepentimiento. Ese es el resultado de la fe en Jesús. No; María Magdalena, como lo atestigua la leyenda sobre ella, es recordada esencialmente por su papel como testigo de la resurrección de Jesús.

Antes del Renacimiento, las imágenes de María Magdalena eran bastante serenas. Solo a partir de entonces nos la encontramos como una arrepentida, desaliñada, medio desnuda y con el cabello suelto. Los artistas del Renacimiento mostraban un interés creciente por una presentación más naturalista de la forma humana, y por una integración más explícita de las emociones en las representaciones artísticas. Esas imágenes de María Magdalena tienen más que ver con intereses artísticos que con el modo en que la Iglesia cristiana hablaba de ella.

«LA CRISTIANDAD MAGDALENA»

Este es el término que emplea la estudiosa Jane Schaberg para describir su visión, basada en sus hipótesis sobre el pasado, de las futuras posibilidades del cristianismo.

Schaber y otras expertas feministas contemporáneas, como Karen King de la Harvard Divinity School, han aprovechado el papel prominente de María Magdalena en algunos escritos gnósticos del siglo II en adelante para insinuar una lucha por el poder entre el partido de Pedro y el de María Magdalena en el interior del cristianismo.

En El Código Da Vinci, el personaje de Teabing declara otro tanto, al afirmar que también Leonardo da Vinci da la clave de esta verdad, una verdad que, asegura, está contenida en «esos evangelios inalterados».

María Magdalena en Provenza: Una parte de la historia de Brown sobre María Magdalena afirma que terminó su vida en Provenza, al sur de Francia. La tradición católica la sitúa allí, y la acredita como evangelizadora de la gente de esa zona. La tradición oriental afirma que fue a Éfeso y allí evangelizó junto a San Juan.

Veamos ahora los problemas lógicos que se derivan sobre ello, tal y como están expresados en la novela:

Si el partido de Pedro -al que podemos suponer vencedor, según manifiesta repetidamente Brown en su novela- fuera tan poderoso como para depurar a María y rebajar su importancia, ¿por qué iba a destacar su papel primordial en los relatos de la resurrección, y como el de la primera persona que recibió la Buena Noticia?

Brown nos ha dicho anteriormente que, antes de que Constantino llevara a cabo su perversa hazaña en 325 d.C., los cristianos de cualquier lugar creían que Jesús era un «hombre mortal». En este caso, ¿quiénes formaban exactamente el partido de Pedro? Presumiblemente eran los «vencedores», lo que significa que tenían que haber creído en la divinidad de Jesús, porque esta fue la doctrina que «venció». Pero, si no se inventó la divinidad de Jesús hasta el 325 d.C., ¿dónde estuvieron todo ese tiempo?

Por último, dejando a un lado el placer de desvelar esas patentes inconsecuencias, volvamos a las pruebas.

¿Existe la evidencia de que una parte de la ortodoxia cristiana luchara por la supremacía sobre el partido de Magdalena, y degradaran su figura durante el proceso?

No. Se trata de una pura especulación basada en la lectura, ideológicamente motivada, de unos textos fechados por lo menos cien años después de la vida de Jesús. Así lo hicieron algunas sectas gnóstico-cristianas que surgieron a finales del siglo II, y que atribuían a María Magdalena un papel preponderante. En los pasajes de los escritos gnósticos del siglo I no hay datos que indiquen una intimidad entre Jesús y María Magdalena, ni que proporcionen argumentos teológicos que apoyen su versión del cristianismo y rebajen el papel de Pedro y los apóstoles.

Esta es la cuestión: si lo sabían los escritores cristianos ortodoxos de ese período, y si les afectaba, probablemente habrían abordado el tema directamente; y lo hicieron por cierto, hablando negativamente de algunas sectas gnósticas en las que las mujeres se comportaban como líderes o profetisas. Sin embargo, los textos que están a nuestro alcance no critican especialmente a algún grupo que considere a María como líder en detrimento de Pedro. Y además, y más extraño todavía, durante este período en el cual se supone que María había sido demonizada por los ortodoxos, solamente leemos alabanzas hacia ella.

Hipólito, escribiendo en Roma en el siglo II y comienzos del III, describe a María Magdalena como una Nueva Eva, cuya fidelidad contrasta con el pecado de Eva en el Jardín del Edén (una imagen empleada también generalmente para María, la Madre de Jesús). Igualmente llama a María «apóstol de apóstoles». San Ambrosio y San Agustín, que escriben aproximadamente un siglo después, se refieren también a María Magdalena como la Nueva Eva.

Una vez más, todo lo que dice Brown carece de sentido. Durante el período en que se supone que el partido de María luchaba contra el partido de Pedro por el cuerpo de la Iglesia, los Padres le dedicaban plegarias y citaban los Evangelios que describían su papel en las apariciones posteriores a la Resurrección.

Ni los datos que aparecen en las Escrituras sobre María Magdalena ni el modo en que ha sido tratada en la tradición cristiana oriental u occidental nos permiten aceptar las teorías de Brown.

Y como vamos descubriendo, la verdad es mucho más interesante y más apasionante que cualquiera de las fantasías de El Código Da Vinci.

CAPÍTULO 6

¿La era de las diosas?

Para muchos lectores, uno de los elementos más atractivos de El Código Da Vinci es la idea de la «deidad femenina».

Partes: 1, 2, 3, 4
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