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Violencia familiar en el Perú (página 2)


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El Estado peruano ha reconocido expresamente lo alarmante, grave y perjudicial de este problema y se ha pronunciado ya en el ámbito interno, con el establecimiento de políticas públicas a través de la Ley 26260 publicada el 24 de Diciembre de 1993. De acuerdo al Texto Único Ordenado de la Ley 26260, Ley de protección frente a la violencia familiar, Artículo tercero: Es política permanente del Estado peruano la lucha contra toda forma de violencia familiar, debiéndose desarrollarse con este propósito acciones orientadas a encaminar al fortalecimiento de las instituciones como: El Ministerio de la Mujer y del Desarrollo Humano (PROMUDEH), ente rector del sistema de atención integral al niño y al adolescente, la mujer, el adulto mayor y sus respectivas secretarías, es la encargada de elaborar, coordinar y ejecutar las políticas y hacer el seguimiento de programas y proyectos que aseguren un adecuado desarrollo psicosocial de las víctimas de violencia familiar.  Realiza una labor constante dirigida a lograr la más amplia difusión de la legislación sobre la violencia familiar, a través de:

  • Centro de emergencia de atención a la mujer.

  • Implementación de módulos de capacitación a distancia.

  • Implementación del plan piloto de conciliación extrajudicial (que entra en vigencia desde Enero del 2001).

  • Creación de casas de refugio para víctimas de violencia.

Sólo entre los meses de marzo 1999 y enero 2000 en el Módulo de Emergencia Mujer (PROMUDEH) fueron atendidos en Lima 9,200 casos de violencia familiar. Según estudios realizados recientemente por el PROMUDEH, el 46% de los hogares a nivel nacional (Perú) son violentados y el 28% de los mismos son mantenidos por mujeres. Asimismo acuden diariamente a denunciar de 200 a 250 mujeres maltratadas, dejando abierto el consiguiente maltrato a los niños, adolescentes y adultos mayores como parte del círculo vicioso.

Las Defensorías Municipales del Niño y Adolescente, se crean en setiembre de 1993 y en concordancia con la ley de municipalidades que faculta la instalación de DEMUNAS.

Las DEMUNAS son servicios que formando parte de un Sistema Nacional de Protección a la infancia, desde los gobiernos locales promueven y protegen los derechos de los niños y adolescentes. El artículo 30 de la ley de protección frente a la violencia familiar, establece que: Las DEMUNAS debidamente autorizadas podrán, en ejercicio de sus atribuciones, realizar audiencias de conciliación destinadas a resolver conflictos originados por la Violencia Familiar.

En el ámbito nacional en 1997, atendieron 68,091 casos que afectan a 79,873 niños y adolescentes. Encontrándose en cuanto a materias conciliables al cumplimiento de obligaciones de alimentos (37%) seguido de casos de régimen de visitas y tenencias (10%) y sólo el (0.6%) lo referido a los casos de violencia familiar (Boletín Nro. 1 CODEMUNA, Puno-Perú 1998, 26).

Hasta 2004 funcionaron a nivel nacional 128 DEMUNAS en Municipios Provinciales y 300 DEMUNAS en Municipios Distritales, en las zonas de mayor concentración poblacional. Más de 100 mil casos atendieron DEMUNAS en 2005 con las conciliaciones. Las Estadísticas señalan que el 40% de los casos son de denuncias por alimentos y maltrato, los casos de violencia familiar alcanzan el 20% y el de los niñ@s no reconocidos llega al 12% (Boletín Informativo 2000).  "55 de cada 100 adolescentes sin educación han estado alguna vez embarazadas, y 47 de cada 100 ya son madres."

La Policía Nacional del Perú, que está facultado para recibir denuncias y realizar las investigaciones del caso.

La Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, suscrita por el Perú el 23 de Julio de 1981.

UNICEF, organismo importante de mencionar, pues da financiamiento para el desarrollo de programas de prevención, rehabilitación, investigación y capacitación.

Asimismo, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprueba el 20 de Noviembre de 1989, la comisión de los Derechos de los Niños. El Estado peruano lo aprobó en Agosto de 1990.

Normatividad contra la violencia familiar en el Perú

El 24 de diciembre de 1993 se promulgó la Ley 26260 que estableció la política del Estado y de la sociedad frente a la violencia familiar desde un enfoque preventivo y no penal. En su intento por lograr el mejor marco normativo posible en esta materia, se han realizado varias modificaciones a este dispositivo, la última de ellas en julio del 2000. Un avance legal importante es la derogación del dispositivo de la Ley 26872 sobre Conciliaciones Extrajudiciales y su Reglamento D.S. No. 001-98-JUS que consideraba la violencia familiar como materia conciliable.

Al interés por una mejora constante del marco normativo se contrastan los problemas en la aplicación que son de diversa índole. Por ejemplo, una vasta jurisprudencia nos indica que los acuerdos que se llevan a cabo ante Jueces y Fiscales, suelen terminar dando obligaciones a las víctimas de violencia las mismas que incluyen: cumplir con cocinar, atender a los hijos, comportarse como una señora, no llegar tarde del trabajo, no salir a sitios públicos con mujeres solas, entre otros. Mientras que los agresores sólo piden perdón y se obligan a no cometer nuevamente estos hechos.

Asimismo, de acuerdo a Ley, los Médicos del Sector Salud están facultados para otorgar Certificados Médicos, que en el caso de violencia familiar tienen pleno valor probatorio. Sin embargo, los Médicos sienten temor de otorgar estos certificados debido a que piensan que serán citados al Poder Judicial generándoles gastos y pérdida de tiempo.

También son numerosas las quejas respecto de la atención policial, aunque según la Defensoría Especializada en los Derechos de la Mujer, la policía suele responder rápidamente frente a ellas modificando la irregularidad detectada.

VIOLENCIA FAMILIAR EN EL PERÚ

Dra. Lisetti Vanessa Bardales Valladares

Antiguamente, la violencia familiar se consideraba como un asunto privado; sin embargo, se trata de una lesión de derechos humanos y es de interés público la defensa de la integridad de la persona y es obligación del Estado crear las condiciones para su defensa.

En tal sentido, debemos partir que la violencia familiar es uno de los fenómenos sociales históricos con mayor repercusión en el Perú. No sólo afecta a la víctima, sino que pone en riesgo la unidad familiar y por ende a la célula básica de la sociedad; en ella se confluyen y se entrelazan diversos factores de carácter étnico culturales, morales, religiosos, económicos y sociales, jurídicos, psicológicos y educativos, propiciando que dicha dinámica retroalimente a la sociedad, ya que como agente socializador viene a ser el primer marco de referencia en la que se inicia la persona, con sus habilidades de socialización y, por lo tanto de personalidad del individuo. La familia se especializa en la formación de roles para sus miembros, asimismo enseña al niño como interactuar en la sociedad, depositando un elaborado sistema de valores, normas, etc.

Sin embargo, en la familia es donde se encuentran los más altos niveles de interacciones violentas. Reconociendo que la violencia familiar contra la mujer y los adolescentes, los niños y niñas, es cada vez más creciente, y resulta sorprendente que hasta el momento el país no cuente con un sistema intersectorial de registro actualizado acerca de la incidencia y prevalencia de este fenómeno.

El Estado Peruano cuenta con una política específica para la atención, prevención, sanción y erradicación de la violencia contra las  mujeres y de manera especial para la violencia familiar contenida en diversos instrumentos legales y políticos, tales como el Acuerdo Nacional y los diferentes planes nacionales existentes, así como leyes que protegen a la Familia.

Sin embargo, eso no basta para dejarnos de preocupar e inquietarnos por muchas razones; entre ellas; por la importancia que tiene la familia en la formación de los sujetos, pues una disminución de los niveles de violencia en la misma puede tener efectos positivos en la sociedad; en segundo lugar es relevante lograr una dinámica familiar que pueda manejar adecuadamente los conflictos, pues el derecho de los ciudadanos a la integridad corporal- física y psicológica, que se defiende y se inserta en las fundamentales expresiones legales, debe respetarse en el contexto familiar.

Consideramos de vital importancia tomar conciencia acerca de la función de la familia dentro de la sociedad, ese es uno de los objetivos, primordiales hoy en día interiorizar la idea que la violencia familiar no se puede ver como un caso aislado, como un problema de pareja, sino como un problema social, que afecta a todos y que merece una reflexión profunda por parte de la sociedad.

En tal sentido es un problema de origen multicausal: social, legal de salud pública, psicológica y educacional, buscando siempre resaltar la idea que la violencia es un problema social.

Finalmente estamos seguros que, la violencia familiar se debe prevenir y esto se logra promoviendo actitudes y conductas dentro del hogar con una sana comunicación evitando comportamientos violentos que se vivieron en las familias de origen, habilidad para resolver conflictos, compresión entre los miembros, confianza mutua y respeto.

"Mitos sobre la violencia familiar

Investigaciones llevadas a cabo en los últimos años demuestran que todavía existe cierto núcleo de premisas de un sistema de mitos y creencias, sostenidas por diversos sectores de la población. Entre ellas persisten: Que la mujer es inferior al hombre y que éste tiene derechos de propiedad sobre la mujer y los hijos.

Estas formas de violencia aprendidas a edades muy tempranas, se practican a menudo; pero son erradas y deben ser eliminadas. Por ejemplo: "No lo cuentes, que nadie se meta en lo que nos pase", así el maltrato queda oculto. Igualmente, muchos piensan que es la mujer quien "provoca que su pareja la maltrate", pero nada justifica que a una persona (sea niño, niña, mujer u hombre) se le maltrate.

Se cree que gritar, insultar o amenazar no es violencia, o que el hombre que pega o maltrata lo hace "para que se le respete". Otra cosa que se dice es que solo las  mujeres pobres y sin educación sufren maltrato, pero no es así; estas conductas irracionales no respetan condición social, nivel cultural o profesión.

Finalmente, se piensa que los niños es mejor vivir en una familia con mamá y papá, aunque exista violencia entre ellos, que ser hijo de padres separados.

El daño psicológico que causa a los niños vivir entre las discusiones de los padres o presenciar que el padre maltrata a la madre, trae serios daños a la autoestima y rendimiento escolar; cuando estos niños sean adultos es posible que repitan los mismos cuadros de violencia.

"Dinámica de la Violencia Familiar

Comprende tres etapas, constituyéndose en un círculo vicioso:

  • a. Se va creando tensiones entre víctima y victimario: Empieza por el abuso psicológico, en la medida que los insultos o los desprecios van creciendo, luego viene la explosión de rabia y la víctima es golpeada. La primera fase es un abuso psicológico que termina en una explosión de abuso físico.

  • b. El periodo de reconciliación: el/la agresor(a) pedirá perdón a su víctima: Se disculpa, hace todo lo que puede para convencerla, le dirá que le ama verdaderamente, etc. Esta conducta "cariñosa" completa la victimización.

  • c. Etapa de ambivalencia: La víctima no sabe qué hacer, se dice a sí misma: "Sí, me golpeó, pero por otra parte es cariñoso"… pasa el tiempo y da la vuelta a la primera fase; completando la figura del círculo.

No obstante el desarrollo de estas fases puede ir cambiando de acuerdo al tipo de estructura de la familia.

Los miembros de la familia que resultan más afectados son las mujeres, las niñas, las adolescentes y el grupo del adulto mayor, por ser las personas más vulnerables dentro de la sociedad patriarcal, que estructura y jerarquiza las relaciones de acuerdo al poder y la dominación de unas personas sobre otras.

Los roles familiares

El rol de los integrantes en una familia tradicional estaba encabezado por el del padre que, como jefe de familia, mantenía económicamente a la misma y poseía la autoridad máxima, siendo sus decisiones acatadas sin discusión. La madre en cambio, se dedicaba a las tareas domésticas; mientras que los hijos ocupaban el rol de subordinados y estaban sujetos a las indicaciones de sus padres.

En la actualidad estos roles han cambiado, debido al proceso de la realidad social que provocó la transformación de la estructura familiar. Este cambio fue lento y gradual, el primer factor desencadenante fue el trabajo de la mujer fuera de la casa.

El hombre no es el único que mantiene a la familia, ni el que toma decisiones con respecto a la educación de los hijos o a los problemas que afectan al núcleo familiar, sino que son ambos quienes los afrontan. Los hijos dan sus opiniones y también ayudan a los padres en la toma de decisiones.

Este proceso de cambio induce a la familia a situaciones conflictivas y pueden afectar a sus integrantes cuando no poseen la flexibilidad para adaptarse a los cambios que se van produciendo social y culturalmente.

Para superar los conflictos es necesario que cada integrante de la familia cumpla con su función determinada, es decir su rol; respetando y aceptando las opiniones de los demás; así podrá constituirse un verdadero grupo familiar. Si la familia se asienta sobre auténticos y sólidos valores morales, como el amor y el respeto mutuo, proyectará esos valores fuera de ella, es decir, a la sociedad de la que forma parte.

LA FAMILIA

La familia es la principal institución de socialización y por ende básico e indispensable en la sociedad. Actualmente, los diversos enfoques que la estudian y analizan, enfatizan su relación con las dimensiones de la modernización y la influencia que ejercen sobre ella los actuales fenómenos sociales como la globalización, la violencia, la trata de personas y el consumo de drogas.

La familia, actualmente, tiene una doble vertiente: es, por un lado, una realidad social con funciones diversas: la conservación de la especia y/o del poder económico, la transmisión de privilegios o status sociales, etc., pero también es una institución jurídica con tratamiento constitucional. Esta doble función es lo que justifica su importancia dentro de la sociedad y el Estado, como fuente de continuidad de la especie humana y como fuente de la formación de respeto, libertades y justicia.

POLITICAS PÚBLICAS

La política es una estrategia de acción colectiva deliberadamente diseñada y calculada en función de determinados objetivos. Implica y desata toda una serie de decisiones a adoptar y de acciones a efectuar por un número extenso de actores.

Cuando se habla de política pública se referencia a procesos, decisiones, resultados, pero sin que ello excluya conflictos entre intereses presentes en cada momento, tensiones entre definiciones del problema a resolver, entre diferentes racionalidades organizativas y de acción y entre diferentes perspectivas evaluadoras.

Es por ello que con este Artículo resaltante hoy en día se debe analizar las normas legales vigentes en materia de la Violencia Familiar para poder encontrar los vacíos legales existentes y poder alcanzar las propuestas respectivas:

  • Ley Nº 26260, Ley que establecen política del Estado y de la Sociedad frente a la violencia familiar.

  • Ley Nº 26763, Ley que modifican la Ley de Protección frente a la Violencia Familiar.

  • Decreto Supremo Nº 002-98-JUS, Aprueban Reglamento del TUO de la Ley de Protección frente a la Violencia Familiar.

  • Ley Nº 27016, Ley que modifica el artículo 29 del Texto Único Ordenado de la Ley Nº 26260, Ley de Protección frente a la Violencia Familiar.

  • Ley Nº 27982, Ley que modifica el Texto Único Ordenado de la Ley Nº 26260 "Ley de Protección frente a la Violencia Familiar".

  • Ley Nº 26518, Ley del Sistema Nacional de Atención Integral al niño y el adolescente.

  • Ley Nº 27337, Ley que aprueba el Nuevo Código de los Niños y Adolescentes.

  • Ley Nº 27637, Ley que crea Hogares de Refugio Temporales para Menores Víctimas de Violación Sexual.

La mujer, víctima de malos tratos físicos y psicológicos

Dra. Yolanda Mitma MamaniEl maltrato psicológico se suele manifestar como un largo proceso en donde la víctima no aprecia cómo el agresor vulnera sus derechos, cómo le falta al respeto, la humilla y la víctima va progresivamente perdiendo autoestima y seguridad en sí misma.

El inicio es variable, depende de las personas que configurarán la relación y de circunstancias diversas. Unos maltratadores comienzan en el noviazgo a dar muestras de señas de violencia psicológica, otros empiezan a mostrar algunos signos tras el embarazo del primer hijo o de repente sin haber una señal propiamente dicha la persona es otra para su pareja o los que le rodean.

En el caso de parejas hay una etapa de atracción o enamoramiento en la que la víctima no se da cuenta de ciertas señales que no pasarán desapercibidas para otros. Desde un control de la imagen, un sentido de posesión exagerado o ciertas señales que en que la víctima llegue a la indefensión.

Casi todos reconocemos los insultos, las continuas comparaciones para descalificarnos, el tono de voz duro y desagradable, un volumen alto con el ejemplo clásico de los chillidos y gritos, la mirada fija, la risa sarcástica y sabemos distinguir una cara de asco cuando nos hablan. Estos signos a los que restamos importancia van provocando en nosotros malestar interno y profundo.

Es interesante analizar los aspectos no verbales y no quedarse meramente con el mensaje que nos llega de nuestro interlocutor. A veces hay esposas y esposos que se sorprenden de lo que ha sucedido porque han pasado por alto este aspecto tan importante de la comunicación. Sólo notaban cierta desazón tras una frase como un te quiero. No analizaban los gestos y su incongruencia con el mensaje trasmitido.

Frente al maltrato psicológico hay una serie de respuestas adecuadas que pueden limitar el incremento de la respuesta agresiva de nuestro interlocutor o si no al menos, serán alarma que nos avisarán qué lo mejor es marcharse. Este tipo de respuestas se suelen aprender en sesión clínica de cara a afrontar la ruptura y rehacer una posible vida nueva de pareja.

En las siguientes líneas se muestran ejemplos de esa comunicación que vulnera nuestros derechos básicos y qué a la larga merman nuestra autoestima:

  • Moralización: Es una forma muy sutil de control. La persona se cree dueña de la verdad absoluta y juzga a los demás con su baremo. Lo hace con palabras paternalistas, desde el prisma es que es una persona respetable. "Una buena esposa es la que da placer a su marido aunque no le apetezca, así que vete preparándote". "Un buen padre debe velar por sus hijos, y si pienso que debes estudiar medicina en vez de dedicarte a la pintura lo hago por tu bien".

  • Interpretar: Este tipo de comunicación supone que la persona que habla hace una lectura de pensamiento del otro. "No vas a dormir conmigo porque estás vengándote de lo de ayer". "Seguro que piensas que no soy capaz de hacerlo yo sola".

  • Tergiversación: El receptor sospecha de la intención del emisor y reacciona como si éste fuera a criticarlo. Ante la frase: "Hoy la comida está buena" la respuesta agresiva sería: "Quieres decir suelo cocinar mal, ¿no es eso?".

  • Interrogar: La persona agresiva se dedica a preguntar en plan policiaco. Muchas veces está el tema de los celos como tema de este tipo de preguntas. "¿Puedes darme una buena explicación por la qué entienda yo que has llegado a las 17:35 y no a las 17:30 como quedamos?, ¿No te estarás viendo con esa?, ¿Qué?, ¿Es buena en la cama?".

  • Mandar u ordenar: Imaginemos por un instante que nuestra pareja tiene la costumbre de mandar hacer o lo que es lo mismo, de ordenar. Una persona normal se dará cuenta de qué él otro podría hacer muchas cosas que delega y lo qué es más molesto, es la forma de expresión tan negativa añadiendo a ello una creencia de superioridad implícita. Frases como: "Quiero que me planches los pantalones con raya, cómo a mí me gustan, ¿es qué tú no sabes nada?". El maltratador piensa que el respeto de los demás se obtiene de esta forma, sometiendo a la gente a su voluntad y la mayoría de las veces no practica con el ejemplo, es decir le gusta que le hagan pero no le gusta hacer.

  • Imponer soluciones: El individuo toma la decisión sin consultar a los demás miembros de la familia o a la pareja. "A mí me apetece ir a Madrid en vacaciones, así qué para qué hablar más. Lo he dicho yo y basta"."Donde manda patrón no manda marinero".

  • Criticar: Existen dos tipos de crítica, la constructiva o sugerencia y la crítica destructiva. Nos centraremos en esta última, que provoca un malestar en la persona que la recibe. La primera sirve para buscar una solución, la segunda se basa en la confrontación. "Si no fueras un calzonazos, ya tendríamos la casa en la Sierra y yo no tendría que trabajar". "Eres una pesada, todo el día hablando de tu madre. ¿Te he hablado alguna vez de mi familia sin qué me lo preguntaras?".

  • Ridiculizar: Burlarse del otro en algún aspecto. "Te molesta qué bailé con Alberto, tu compañero de trabajo en la cena, ya? pero sí tú eres un pato mareado y además no te gusta bailar, en cambio él es como Fred Astaire y yo me siento como Ginger en una de sus películas. Mira el vestido que me compré, ¿crees qué estando sentada contigo, un patoso con cara de payaso, me iba a poder lucir en la fiesta de tu empresa?".

  • Despreciar: Menospreciar al otro individuo. "¡Eres una inútil, no haces nada a derechas!". "Una chica tan estrecha, me estás haciendo perder el tiempo".

  • Reprender: La persona en vez de sugerir cambios, directamente critica de forma destructiva: "La tortilla es una bazofia, está intragable, eres malísima cocinando y me tienes harto, parece que lo haces aposta. Mi madre, esa sí qué sabe".

  • Amenaza o coacción: En el maltrato psicológico que lleva años es muy típico encontrar que el agresor o agresora amenaza o coacciona si no se cumple algo con hacer o dejar de hacer algo. Es bueno recordad que el Código recoge la figura de las amenazas y coacciones cómo delito, esto muchas veces se pasa por el calor de la discusión. "Si me abandonas, te mato". "Cómo no calles a ese asqueroso mocoso, le parto la cara".

  • Culpabilizar y hacerse la víctima: Este fenómeno es muy corriente. El agresor proyecta su agresividad en la víctima y se percibe como inocente. "Ella me provoca, soy un hombre y debo responder así, si la pego o me enfado es porque me saca de mis casillas, ella se lo ha buscado. Es la verdadera culpable, además una paliza o qué la pongan en su sitio le viene bien".

  • Pseudoaprobación: La persona aparenta comprensión pero deja un poso de culpabilidad en la persona que la escucha? Sí es cierto qué tu madre está en el hospital, lo entiendo, sé qué la quieres, bueno? y está su marido, qué esa es "aquí te espero, estaré solo, esperándote, echándote de menos para que me hagas la cena, pero lo entiendo, ella es lo primero para ti. Vete cariño".

  • Tranquilizar: La persona tras haber hecho algo malo, tiende a indicar qué la otra está nerviosa, qué no controla sus emociones y ella le pide qué se tranquilice, demostrando lo buena persona qué es. "Sí, estaba con Ana en la cama, tranquilízate, estás histérica…si no es para tanto. Te sentirás mejor cuando me vista y nos vayamos a casa, tranquilízate. Te pones nerviosa por tonterías.".

  • Retirarse: Hay un tipo de agresividad que se caracteriza por la pasividad, por la falta de compromiso para arreglar la situación. "Me molesta verte así, me voy no sé cuándo volveré. No te molestes en esperarme, a lo mejor ni vengo en varios días". Se trata de una respuesta pasivo-agresiva muy difícil de rectificar en la persona que elude el conflicto. Imaginemos que hablamos sobre un tema importante y de golpe el otro sin dar una explicación.

La agresividad verbal puede ser muy sutil o en cambio puede ser el típico repertorio de insultos. Se puede hablar de agresividad cuando la forma de hablar casi siempre es para desvalorizar al otro, no por un insulto aislado.

El problema cuando se detecta deberá consultarse a especialistas para que se tomen las medidas oportunas. Al ser un tipo de conducta muy difícil de probar requeriremos la actuación de profesionales si se decide una ruptura no conciliatoria.Es muy importante el apoyo de psicólogos especializados en temas de pareja, maltrato o victimiología. Será preciso descartar la posibilidad de que la autoestima se haya deteriorado o qué aparezca un cuadro psicológico derivado de este tipo de relación negativa.

Clasificación de Maltratos:

  • 1. Maltrato Físico.- Manifestado comúnmente en cachetadas, puñetes, patadas, jalones, empujones, pinchazos, quemaduras, golpes con objetos, incluso el uso de armas, etc., es decir, todo aquel maltrato que implique el uso de la fuerza física. Este maltrato puede determinar la existencia de lesiones físicas graves y menores, para determinar una o la otra dependerá de la necesidad del agraviado por atención médica y el tiempo de atención, lo cual traerá responsabilidades penales por las que el agresor tendrá que responder; por otro lado para la víctima las consecuencias pueden concluir en graves fracturas, hemorragias, quemaduras, envenenamiento, hematomas diversos, etc.

  • 2. Maltrato Psíquico o Psicológico.- Este tipo de maltrato se manifiesta cuando en forma reiterada el agresor insulta, menosprecia, aterroriza, humilla, ofende, veja, grita, repudia, rechaza, castiga, ignora o aísla a su víctima, siendo necesario para que proceda la acción, que esta última nombrada tenga comprobadas y detrimentes secuelas psicológicas que tengan su origen en cualquiera de los tipos de maltrato especificados en este punto, secuelas que pueden traer graves consecuencias como trastornos mentales o incluso el suicidio.

El artículo 2 de la ley 26260, no sólo habla de un maltrato por acción como es el caso de estos dos puntos señalados, sino también de un maltrato por omisión, este último podría tener su origen en la negligencia de algunos padres respecto de sus hijos al apartarse completamente y sin excusas de todas aquellas necesidades básicas que urgen a todo menor para su correcto desarrollo físico y psicológico.Respecto del agresor, muchos estudiosos de la materia, no simplemente abogados, sino médicos psiquiatras y psicólogos, refieren que los orígenes de la conducta violenta del agresor estaría fuertemente determinada por el ambiente familiar en que éste creció, en otras palabras personas violentadas tienden a ser violentas; en discrepancia con esto, estudios altamente especializados en países como España demostraron que gran porcentaje de los agresores no necesariamente fueron víctimas de violencia; por lo que debemos concluir que la violencia no siempre tiene su origen en conductas adquiridas. Dentro de las fuentes de este tipo de obrar peyorativo, creo que es importante mencionar al contexto social de nuestra sociedad, un contexto social eminentemente machista, donde el varón hace prevalecer su sentimiento de superioridad sobre la mujer y los hijos y muchas veces cree que tiene derecho de someterlos a su antojo, la violencia sería la forma de asegurar esa posición dominante.

Respecto de la víctima, es importante recalcar que la violencia puede desencadenar efectos destructivos en ella, sobre todo cuando los agredidos son niños, niñas y/o adolescentes, la violencia podría causar un grave detrimento en el desarrollo psicológico e incluso en el desarrollo cerebral de la víctima, está comprobado que un alto índice de personas violentadas sufren de: profundas depresiones, baja autoestima, estrés postraumático, consumo de drogas y alcohol, conductas antisociales e incluso llegan a conductas suicidas.

Debemos desterrar algunos mitos, en primer lugar la violencia se da en todo tipo de estratos sociales, no se crea que es exclusiva de familias pobres y/o de familias de poco nivel cultural, si bien son menos frecuentes los casos de familias adineradas que llegan a los juzgados, tal vez por los prejuicios sociales de los que hablábamos al iniciar este artículo, no se puede decir de ninguna manera que este tipo de familias está exenta de la violencia intrafamiliar.

Nuestro sistema procesal propugna para criterios de valoración de la prueba al sistema conocido como sana crítica, sistema que incluye una valoración conjunta y razonada de todos los medios probatorios, a pesar de esto, el artículo 29 de ley 26260, estableció en un principio que los certificados expedidos por los Establecimientos Estatales y otros que tengan convenios con ellos, tienen "pleno" valor probatorio en los procesos sobre Violencia Familiar, al emplearse el término "pleno", nuestro legislador le está dando la espalda a la sana crítica y está fomentando el sistema conocido como tarifa legal; lo que en reiteradas ocasiones perjudicaría tanto al agraviado como al demandado, teniéndose presente que no es poco común la conducta embustera y desdeñosa de la que son partícipes muchos miembros de nuestra Policía Nacional y de organismos allegados a ellos. Posteriormente esta situación trato de maquillarse con la modificatoria del artículo 29 establecida por la ley 27306, donde se elimina el término "pleno valor probatorio" y se específica que dichos certificados simplemente tendrán "valor probatorio".

¿Cuál sería la mejor arma para disminuir los casos de violencia familiar? la mejor arma es la educación, tarea amplia que debe propulsar el Estado a través del Ministerio de Educación, inculcando en los niños, respeto mutuo, haciéndoles entender que no existe superioridad de un sexo sobre el otro e inculcanco además en los padres, el diálogo como fuente de solución a sus crisis emocionales y de pareja, haciéndoles comprender que si es necesario la búsqueda de ayuda profesional para solucionar sus problemas de carácter, lo hagan, ya es tiempo de que algunas personas destierren esas absurdas ideas de que sólo los insanos deben acudir al psicólogo o al psiquiatra.

¿A qué derechos se alega cuando hay maltrato psicológico?

Se alega a la Declaración Universal de Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y la Convención Americana sobre Derechos Humanos de San José de Costa Rica, que forman parte del Derecho Nacional; todos ellos reconocen que la salud mental es un derecho humano.

Así mismo, la Constitución Política del Perú reconoce en su artículo 2 la integridad psíquica como derecho fundamental de la persona y establece que nadie puede ser víctima de violencia psicológica.

Instituciones que Protegen a víctimas de maltrato psicológico

  • Las Dependencias Policiales, que están obligadas a realizar las investigaciones pertinentes frente a las denuncias de violencia familiar.

  • La Defensoría del Pueblo, donde te dan la adecuada orientación.

  • El Ministerio Público, a través del Instituto de Medicina Legal, las Fiscalías Provinciales de Familia y las Fiscalías Provinciales Penales, las que intervienen a dar trámite a toda petición referida a violencia familiar y a dar protección inmediata.

  • El Poder Judicial, el que está facultado a dar sentencia a través de los Juzgados Especiales de Familia, Juzgados Especializados en lo Penal y Juzgados de Paz Letrados.

Análisis comparado de la legislación sobre la violencia familiar en la región andina

Wilfredo Ardito Vega

Javier La Rosa Calle

INTRODUCCIÓN

Desde hace varios años la violencia familiar en América Latina ha dejado de ser un problema oculto y ha empezado a generarse una corriente mayoritaria que muestra su preocupación e interés por esta realidad. Actualmente, la violencia familiar es percibida al mismo tiempo como un asunto de naturaleza pública y social y como una violación de los derechos fundamentales de las víctimas.

Nosotros creemos que este fenómeno afecta seriamente la viabilidad de una sociedad democrática: si el proceso de socialización en la familia se encuentra atravesado por relaciones de dominación, maltrato y violencia, toda la convivencia entre los ciudadanos está afectada. Las personas se tornan más permisivas frente a las formas autoritarias de relación. Inclusive en la esfera pública, es más probable que los individuos tiendan a identificarse en mayor grado con regímenes autoritarios. Tanto los actores como las víctimas de hechos de violencia tenderán a reproducir más adelante situaciones de violencia social. Además, la violencia familiar plantea serios obstáculos a cualquier esfuerzo de desarrollo humano, al mantener una serie de prácticas e ideas que bloquean la libre participación de una gran parte de la ciudadanía en la vida económica de la sociedad.

En el ámbito de los países andinos existe una serie de normas legislativas que buscan afrontar este problema de manera que se pueda disminuir o erradicar el alto porcentaje de situaciones de violencia denunciadas y no denunciadas. En este sentido, si bien reconocemos que las normas son un factor importante en cualquier intento serio de lucha contra la violencia familiar, también es cierto que a veces las carencias de la propia legislación o la falta de mecanismos adecuados para implementarla pueden dificultar el acceso a la justicia de quienes son víctimas de este tipo de violencia. Cabe señalar que en un mismo país pueden producirse profundos desequilibrios en lo que se refiere a la presencia de las instituciones estatales, situación que habitualmente termina perjudicando a los sectores rurales, en los que muchas veces las normas del Estado no tienen vigencia real.

Sólo desde hace relativamente poco tiempo este problema está siendo abordado en nuestros países. Una serie de creencias equivocadas, un marco legislativo tradicionalmente inadecuado y la propia actitud de las autoridades han generado serias dificultades para enfrentar este fenómeno, tan perjudicial para un grueso sector de la población.

Se trata de una situación dramática que afecta a muchos hogares de América Latina. Los jueces de paz, la Policía y las demás autoridades reciben de manera permanente denuncias de mujeres que han sido agredidas; y aunque no haya denuncias, muchas veces toda la comunidad sabe que los maltratos al interior de algunas familias son frecuentes.

Un error habitual es suponer que estos casos sólo ocurren en los sectores de escasos recursos y que la violencia familiar es consecuencia de la falta de instrucción y de la pobreza. Esto no es así: la violencia está presente en familias de toda condición social y de todo nivel educativo. Sin embargo, es importante destacar que existen algunos entornos culturales y socioeconómicos que permiten que la violencia se mantenga y sea tolerada.

Durante los últimos años, los países latinoamericanos han incluido en sus legislaciones normas específicas para enfrentar estos problemas. En las nuevas leyes existen muchos elementos comunes, básicamente debido al aporte de la Convención para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, más conocida como Convención de Belém do Pará (1994), pero es oportuno conocer cómo, en cada ordenamiento nacional, hay criterios y tratamientos específicos.

Debemos señalar que en cada país el tratamiento legal de la violencia familiar constituye un proceso en construcción. Hace 10 ó 12 años no existía ninguna norma que abordara esta problemática. Paulatinamente, los gobiernos están enfrentando una situación nueva: la regulación de la esfera privada, que en la visión tradicional escapaba del marco normativo. Es comprensible la resistencia -muchas veces inconsciente- de algunos sectores y también de los propios agentes encargados de cumplir las normas.

De igual forma, una situación particular en América Latina como es la escasa presencia del Estado -especialmente en las zonas rurales- implica una serie de retos porque los legisladores siempre tienden a basarse en la problemática urbana, que encuentran más cercana. Finalmente, el hecho de que nuestros países sean multiculturales es un factor que los legisladores no siempre han sabido tomar en cuenta y que implica retos y posibilidades.

En las siguientes páginas presentaremos el estado de la violencia familiar y posteriormente analizaremos la forma en que las diferentes legislaciones de la región andina han abordado la tarea de definir en qué consiste ésta, así como los procedimientos y sanciones al respecto.

Confiamos en que la información que presentamos sea útil para las organizaciones y las personas involucradas en el tema -especial mente las organizaciones de mujeres, las entidades de derechos humanos y los legisladores comprometidos con causas sociales- y que cumpla con la finalidad de promover el surgimiento de políticas públicas que prevengan y reduzcan esta forma de violencia.

En cuanto a los términos para calificar la violencia, existen diversas opciones en los distintos países. Normalmente usaremos los términos violencia familiar o intrafamiliar, debido a que violencia doméstica podría aludir sólo a situaciones que se producen dentro del hogar, entre personas que viven juntas. En muchos casos, la violencia ocurre entre personas que mantienen un vínculo pero no conviven. De igual forma, creemos que la expresión violencia contra la mujer podría ser muy restringida, pues aunque la mayoría de víctimas pertenece al sexo femenino, los niños -y en algunos casos los varones adultos- también suelen estar en esta condición.

Es responsabilidad de los Estados velar por el respeto de los derechos fundamentales de los ciudadanos y por lo tanto resulta crucial enfrentar las causas que generan la violencia familiar y sancionar a quienes cometan estos actos.

En medios nacionales e internacionales también hay consenso acerca de que es tarea del Estado y de la sociedad civil promover que este tipo de prácticas se reduzca y que las legislaciones establezcan mecanismos eficaces de protección que no sólo sancionen este tipo de violencia sino que además generen políticas públicas que ayuden a desterrarla.

Marco conceptual y causas de la violencia familiar

1.1 Definición de la violencia familiar

Cuando nos referimos a la violencia familiar o intrafamiliar estamos hablando de todas aquellas situaciones que se producen al interior de una unidad familiar en las cuales uno o varios de sus miembros se interrelacionan con otros a través de la fuerza física la amenaza y/o la agresión emocional.

Esta forma de interrelacionarse refleja un componente de abuso de poder que por lo general padecen los miembros más vulnerables del entorno familiar, como suelen ser las mujeres, los niños y los ancianos en estado de indefensión, a quienes el agresor impone su voluntad.

La violencia familiar es una situación que atenta contra una serie de derechos fundamentales como el derecho a la integridad física, psicológica y moral de la persona afectada por esta situación; el derecho a la libertad física, sexual y de tránsito; el derecho al honor y a la buena reputación, y muchas veces el derecho a la vida.

De igual forma, se afecta toda la dinámica de relaciones que se establece dentro del sistema familiar, es decir, el derecho a que los seres humanos se relacionen pacíficamente. Las consecuencias van más allá del momento en que se produce la agresión y pueden marcar a una persona por el resto de su vida, llevándola a reproducir posteriormente situaciones de violencia.

Respecto a la definición de quiénes forman parte de la familia, creemos que deben tomarse en cuenta las características culturales y sociales específicas. En muchos lugares, especialmente en las ciudades, se considera como familiares al cónyuge y a los hijos, vale decir, a los miembros de la familia nuclear. Pero en los países de América Latina, especialmente en las zonas rurales y entre la población indígena, se considera que también son familiares los abuelos, los tíos, los primos y otros parientes. Inclusive personas que no tienen un vínculo directo -como por ejemplo los padrinos y los ahijados-pasan a integrar la familia. Muchas veces también se considera que forman parte de la familia personas que sin haber sido adoptadas como hijos han sido criadas en calidad de tales.

Sería un error considerar que la familia está compuesta solamente por las personas que comparten un mismo techo. En muchos casos, los miembros de una familia no viven juntos pero mantienen relaciones muy estrechas. Los casos de violencia familiar también se producen en ese contexto. Tampoco podría señalarse que todas las personas que comparten un mismo techo son parte de la familia, dado que en América Latina todavía es frecuente que los empleados domésticos pernocten en la misma vivienda de la familia para la cual trabajan. En muchos casos, un integrante del servicio doméstico ingresa en una compleja relación de dependencia en la que no existen lazos de parentesco pero sí de afecto y mutua relación, lo cual puede ser aprovechado para cometer abusos y generar violencia. Sin embargo, no todo el personal doméstico se encuentra en esta situación.

En este tema existen varias zonas grises: personas que son consideradas parte de la familia pero a quienes se ubica en un estatus de subordinación, desde parientes pobres que se ven obligados a realizar las labores del hogar hasta personas que llegaron para trabajar en el servicio doméstico y que luego de varios años terminaron siendo consideradas verdaderos miembros de la familia. Ante una denuncia por una situación de violencia, la autoridad deberá analizar la naturaleza concreta de los vínculos que existen, especialmente si se han tejido relaciones de afecto y dependencia. No basta, entonces, tomar en cuenta los enlaces formales.

1.2 Causas de la violencia familiar

1.2.1 Mitos sobre la violencia familiar

A continuación analizaremos algunas de las ideas equivocadas que muchas personas tienen sobre la violencia familiar y que en América Latina están más extendidas de lo que parece. Al estar muy presentes en la mentalidad colectiva, estas concepciones también lo están en las autoridades y los funcionarios estatales.

En algunos sectores se continúa pensando que la violencia familiar se debe a la desobediencia de la víctima, que constituye una especie de sanción por su rebeldía. Esta perspectiva revela una concepción tradicional de familia patriarcal en la cual los integrantes del núcleo familiar deben someterse a las decisiones impuestas por el "jefe" de familia. Hasta hace relativamente poco tiempo, esta concepción se reflejaba en la legislación de muchos países. Así, se señalaba que el esposo era quien fijaba el domicilio conyugal, encabezaba a la familia y tomaba las decisiones por los dos miembros de la pareja.

Por ejemplo, el Código Civil peruano del año 1852 trataba las relaciones de pareja en el capítulo relativo a la patria potestad. El Código del año 1936, que estuvo vigente hasta 1984, señalaba que el cónyuge era el jefe del hogar y quien fijaba el domicilio. En el Ecuador, hasta la Constitución del año 1967, que estableció la igualdad de derechos de los cónyuges, las mujeres casadas no podían ni siquiera comparecer en un juicio si carecían de la autorización del esposo.

Las leyes establecían el deber del marido de proteger a la mujer, mientras que ésta estaba obligada a obedecerlo. Dado que la autoridad estaba concentrada en el varón, la desobediencia de la mujer o de los hijos era considerada una justificación suficiente para aplicar la severidad y, de ser el caso, la violencia física. En este contexto, se creía que la mujer era la verdadera responsable de la agresión que sufría, dado que la violencia no estaba considerada un acto arbitrario sino una consecuencia del incumplimiento de las obligaciones por parte de ella. No era posible denunciar al cónyuge ni siquiera por violación, debido a que se pensaba que la mujer debía someterse a él en toda circunstancia.

Inclusive, hasta hace menos de diez años en varios países estaba legalmente permitido el matrimonio de una mujer con su violador, puesto que se consideraba que el perjuicio de haber perdido la virginidad y mantenerse soltera era una situación más grave que la convivencia permanente con el agresor. En ese contexto, la libertad y los derechos fundamentales de la mujer tenían un valor muy secundario.

Aunque las leyes han cambiado, reflejan que la mentalidad que hemos descrito aún subsiste. Como rezago de ésta, algunas autoridades prefieren todavía considerar que la violencia intrafamiliar es un asunto personal o privado, en el que una persona ajena no debe intervenir. Sin embargo, la violencia familiar afecta derechos fundamentales como la integridad física, la dignidad y la vida, y por lo tanto es un problema de interés público. Una autoridad estatal o comunitaria no puede ser indiferente o encogerse de hombros frente a este problema, ya que se trata de un asunto de interés público. De lo contrario, termina volviéndose cómplice de la agresión, como también lo sería si se abstuviera de intervenir en una situación violenta en la que no hubiera un vínculo familiar entre las partes.

Existen otras percepciones frecuentes que atribuyen la violencia familiar a situaciones como los celos, la incomprensión, la intromisión de otros parientes o los problemas económicos. Si bien todos estos hechos son motivos habituales de discusiones y conflictos familiares, no puede caerse en el determinismo de sostener que los celos o los otros conflictos mencionados son las causas directas de la violencia, eximiendo de toda responsabilidad al agresor. Los hechos de violencia se producen en un contexto especial y las mencionadas situaciones pueden ser el detonante, el contexto o el pretexto pero no son la causa. Es importante evitar un discurso que basándose en problemas externos justifique o disminuya la responsabilidad de individuos concretos en casos de violencia familiar.

Entre los mitos sobre la violencia familiar existe también cierta justificación cultural pues la población menos occidentalizada considera que las mujeres y los niños no sufren por los maltratos dado que están acostumbrados a ellos. Inclusive se sostiene que las mujeres, especialmente las indígenas, disfrutan siendo golpeadas porque las agresiones del hombre demuestran el interés que éste siente por su pareja. Por ejemplo, la expresión "más me quieres porque más me pegas" atribuida a las mujeres andinas es una evidencia de cómo, en el sentir popular, se justifica la agresión física. La realidad es que muchas veces la mujer resiste porque no encuentra otra alternativa. En muchos casos, es su propio entorno familiar el que la presiona a aceptar esta situación. Esto no quiere decir que estas prácticas culturales deban ser respaldadas por el Estado.

En un aparente esfuerzo por tolerar la diversidad cultural se ha llegado a señalar que determinadas formas de maltrato físico podrían ser aceptables si están extendidas en determinado grupo social, especialmente en la población indígena. En el fondo, la consecuencia de esta percepción es que continúe la violencia y se exima a las mujeres indígenas de la tutela jurisdiccional. Pretender que la mujer busca ser golpeada es asumir que no tiene dignidad. De esta forma, con una argumentación "progresista" se mantiene la percepción de que las mujeres con determinadas características étnicas o culturales tienen menos derechos que las demás.

Finalmente, se afirma que tanto hombres como mujeres pueden ser víctimas de la violencia familiar y se sostiene que atribuir características de debilidad a la mujer constituye un mito. De esta manera se relativiza la situación de vulnerabilidad en la que están muchas mujeres por el hecho de ser tales. En realidad, la abrumadora mayoría de agresiones domésticas se cometen contra mujeres. Por ello también es válida la denominación violencia contra la mujer que señala tanto la legislación de algunos países como los principales documentos internacionales.

Muchas personas, especialmente las autoridades, emplean estas ideas para no asumir su responsabilidad. Tratan de creer que este tipo de agresiones no constituyen un conflicto muy grave, que se trata de un asunto privado o que, en todo caso, probablemente la responsabilidad es de la propia mujer. Todas estas ideas les permiten tranquilizar sus conciencias pero a costa de que no se tome en serio este problema y de que la violencia siga creciendo.

A continuación revisaremos algunos de los factores que explican la violencia intrafamiliar pero debemos aclarar que, generalmente, ésta es policausal: en una misma situación concurren varias de las razones mencionadas. No puede negarse que también existen explicaciones personales: el agresor puede tener problemas psicológicos o ser un criminal. Sin embargo, lo que vamos a desarrollar a continuación son las explicaciones que se repiten reiteradamente en la mayoría de los casos que llegan ante el juez de paz o las autoridades encargadas de atenderlos, es decir, las causas sociales.

1.2.2 El machismo

Es la causa principal que subyace en las situaciones de violencia familiar. El machismo es una forma de socialización y aprendizaje de roles: muchos hombres en América Latina son educados con la concepción de que las mujeres son seres inferiores y que en las relaciones familiares ellas deben subordinarse a sus decisiones. Con frecuencia los adultos alientan a los niños varones a no controlar sus impulsos, a mostrarse agresivos y a desarrollar y emplear su fuerza física. Expresiones como "los hombres no pueden llorar" refuerzan estas ideas.

Por otro lado, en el proceso de socialización de las mujeres todavía es habitual que se les enseñe a ser sumisas y a servir a los demás: primero a sus padres y hermanos varones, después al esposo y finalmente a los hijos. Además, se considera que la abnegación es una virtud femenina: es bien visto que una mujer resista el sufrimiento y se sacrifique por los demás. En caso de que la mujer incumpla sus obligaciones, se considera válido que sea corregida. De esta percepción de los roles en las relaciones de pareja emana muchas veces la violencia familiar, que es vista como si se tratara de una corrección para mantener el principio de autoridad. Si bien esta socialización es mucho más evidente en los sectores populares, aun en familias de clase media y alta la subordinación de la mujer al varón suele ser valorada.

En muchas regiones todavía subsiste la mentalidad según la cual mientras el varón debe adquirir una profesión o conseguir un buen trabajo, el destino de la mujer consiste en casarse, cuidar el hogar, criar a sus hijos y mantener el estatus de su esposo. Por lo tanto, no es tan importante que ella se esfuerce por estudiar y tampoco que sepa cómo mantenerse. La realidad es que por la violencia política, la crisis económica y/o la migración, muchas mujeres se han convertido en jefas de familia y han tenido que sacar adelante a sus hijos.

El modelo de socialización de muchos niños varones determina que ellos crezcan viendo a sus hermanas dedicadas a las tareas domésticas, de las que ellos se encuentran libres. De esta forma, se termina pensando que la función de la mujer es atender a los hombres. La mujer siente que el bienestar del hogar es su responsabilidad y que si algo falla es por su culpa; por ello asume que la violencia que sufre se debe a que no cumplió con sus obligaciones. En la práctica, el machismo implica que el varón considere que si está en un estado de tensión o de fastidio, puede desahogarse causando sufrimiento a la mujer debido a que los sentimientos y la autoestima de ella son menos importantes.

En las zonas rurales, hasta hace poco tiempo la mayoría de padres de familia no enviaba a sus hijas a estudiar o se conformaba con que aprendieran a leer y escribir. Si bien esta situación está cambiando, en algunos países se puede encontrar todavía que de cada cuatro analfabetos, tres son mujeres, y en algunos lugares muy aislados la gran mayoría de mujeres son analfabetas. En general, en estos ámbitos sólo unas pocas mujeres terminan la secundaria y son menos aún las que llegan a la educación superior.

En los sectores rurales también hay algunos padres de familia responsables que precisamente por ser conscientes de que viven en una sociedad machista se preocupan porque sus hijas tengan una buena educación. Saben que la gente respeta mucho a las personas educadas y que si sus hijas aprenden a valerse por sí mismas, vivirán con menos inseguridad y dependencia.

Sin embargo, ésta no es la regla general. Como resultado de ello, tenemos que un elemento presente en la mayoría de hogares en los que hay violencia familiar es la dependencia económica de la mujer: ella no tiene una forma propia de sostenerse ni a sí misma ni a sus hijos y por eso se resigna a soportar agresiones. Naturalmente que el esposo o conviviente comprende la situación y la aprovecha para abusar; con el fin de que la mujer se mantenga sumisa, le reitera que él es quien la mantiene. Estas mujeres no pueden imaginarse cómo sería su vida sin su pareja y frente a la incertidumbre, resisten situaciones de violencia. Algunas optan por aceptar las reglas del agresor, complaciéndolo en todo lo que esté a su alcance para no darle motivos de disgusto.

En algunos casos, la dependencia económica es generada por el esposo: la mujer puede estar preparada para trabajar pero él, por celos o por orgullo, no se lo permite.

Existe también la llamada dependencia afectiva: algunas mujeres consideran que si se separan del hombre que las maltrata, no van a ser capaces de establecer una nueva relación. Este tipo de mujer siente mucho temor a la soledad e intenta imaginar que el agresor en el fondo la quiere. Cuando él se arrepiente y le pide perdón, ella cree que es sincero -habitualmente, él también lo cree-. Después de una agresión, ella trata de recordar los momentos en que él le mostró afecto y respeto. Estas mujeres tienen un problema de autoestima que es producto del contexto cultural que las desvaloriza.

Muchas mujeres golpeadas terminan creyendo que merecen los maltratos y llegan a pensar que son inferiores. Al mismo tiempo, muchos agresores tienen también problemas de autoestima y sienten gran inseguridad.

Estas concepciones que pueden ser de carácter social, cultural o psicológico están con frecuencia en el fondo del problema. Como nos podemos imaginar, las causas sólo se pueden enfrentar a largo plazo mediante una educación que se proponga cambiar estos patrones culturales interiorizados en la mayoría de la población.

A la autoridad también le corresponde intervenir en este ámbito mediante una serie de tareas educativas pero su labor fundamental consiste en evitar que los hechos de violencia continúen y para esto debe ser consciente de que hay otros factores que incrementan la posibilidad de que estalle el conflicto.

1.2.3 El alcoholismo: ¿causa o factor de riesgo?

En muchos lugares de América Latina el consumo de licor forma parte de la cultura. Sin embargo, si éste es excesivo llega a ser dañino para el propio bebedor y para su familia. Una muestra de ello es que pese a que se sabe que el alcohol metílico genera daños permanentes al sistema nervioso, su consumo es habitual en Bolivia y el Perú. El ingerir licor de manera desordenada incrementa las posibilidades de morir -y matar- en accidentes de tránsito.

Un alto porcentaje de casos de violencia familiar se producen cuando el agresor está en estado de ebriedad. Aunque tiende a pensarse que el alcoholismo afecta solamente a los sectores rurales, en realidad está muy extendido en nuestra sociedad. Con frecuencia lleva a un estado de irritabilidad o de disminución de las inhibiciones que desemboca en hechos violentos -dirigidos contra familiares u otras personas- que el agresor no cometería si estuviera sobrio, por las inhibiciones mencionadas. Bajo los efectos del licor se incrementan las posibilidades de cometer atropellos.

Sin embargo, el alcohol en sí mismo no es la causa de la violencia. Una persona en estado de ebriedad no realizará acciones que le disgustan profundamente -por ejemplo, ingerir una comida que le desagrade-. El rol del alcohol en la violencia familiar es facilitar que ésta se desarrolle, eliminando las inhibiciones del agresor y poniendo de manifiesto la actitud de subordinación y dominación hacia la pareja. Además, el alcohol incrementa la frecuencia de los estallidos de violencia y la intensidad de éstos. Por ello es bastante lógico que la gran mayoría de denuncias se presenten en los casos en los que el agresor ha estado ebrio, porque suelen ser los más graves. Sin embargo, como hemos señalado, no es el alcohol, en sí mismo, el que origina la violencia.

El alcoholismo no debe ser considerado un vicio o un pecado sino más bien una enfermedad que se caracteriza porque la persona afectada siente que su propio organismo le reclama que ingiera licor, así como los demás seres humanos sentimos la necesidad de comer o tomar bebidas no alcohólicas. A pesar de que el alcohólico asegure que no va a beber más, es muy probable que continúe haciéndolo y por tanto causando daños permanentes a su organismo. Algunos adictos pueden vencer el alcoholismo mediante la religión pero por lo general lo más apropiado es un tratamiento médico que está fuera del alcance de la mayoría de personas, especialmente en los sectores populares y en el mundo rural.

Si una persona alcohólica agrede con frecuencia a su familia, es importante comprender que la pareja y los hijos pueden estar corriendo un serio peligro si continúan viviendo con ella; esto es algo que a veces a ellos mismos, por razones afectivas, les cuesta aceptar. También es necesario recalcar que los hechos de violencia cometidos bajo los efectos del alcohol son mucho más graves que aquellos cometidos en una situación normal.

Cuando el hombre es alcohólico, ninguna autoridad puede imponer a la mujer que permanezca a su lado o regrese a vivir con él. Si ella desea hacerlo, la autoridad debe advertirle qué consecuencias puede tener esta decisión. Hay que tener en cuenta que parte del cuadro consiste en que el alcohólico no recuerda sus actos de violencia y manifiesta un arrepentimiento sincero; sin embargo, este olvido no puede servir de disculpa sino como una muestra de que no se puede controlar.

1.2.4 Los problemas económicos: otro entorno de violencia

Hace algunos años, después de que en una región del Perú se produjera un severo desastre natural, durante varios meses los casos de violencia familiar se elevaron exponencialmente. En opinión de quienes debían atenderlos, esto era una consecuencia de los problemas económicos generados por el desastre. Los estudios al respecto indican que el individuo puede sentir rabia por las dificultades económicas que enfrenta y culpabilizar a su familia por esta situación. Mediante este mecanismo psicológico traslada la carga de responsabilidad a sus familiares y puede llegar a agredirlos.

Al sostener que los problemas económicos de una pareja o del jefe de familia generan agresiones no intentamos justificar estos hechos sino señalar que existen contextos que favorecen que las relaciones machistas dentro de la familia se manifiesten con violencia.

A diferencia de otras dificultades que agravan las tensiones al interior de la familia pero tienen un carácter más focalizado -como la intromisión de un pariente o una enfermedad-, las carencias económicas llevan a que todos los integrantes del grupo familiar se sientan agobiados por un problema cuya solución no está a la vista y frente al cual se sienten impotentes. Las tensiones pueden aparecer de muchas maneras pero generalmente activan las tendencias machistas. Este contexto también favorece que el consumo de licor genere violencia.

Debe comprenderse que estas tensiones no se relacionan automáticamente con la violencia familiar. Muchos hogares atraviesan problemas económicos muy graves sin caer en situaciones de maltrato. Los hechos de violencia se producen cuando, además de las necesidades económicas apremiantes, existe un componente de machismo que genera que el varón se sienta especialmente cuestionado en su rol de proveedor de bienes materiales a la familia y considere válido descargar sus tensiones en las personas que viven con él, asumiendo de manera consciente o inconsciente que sus problemas económicos lo justifican.

Cabe señalar, por último, que ésta tampoco es una situación que se presente exclusivamente en los sectores pobres. En otros ámbitos sociales también ocurren hechos de violencia cuando se produce una pérdida de estatus o cuando los integrantes de la familia sienten que súbitamente determinados bienes o servicios a los que estaban habituados ya no están a su alcance. Sin embargo, por lo general las mujeres pobres están más expuestas a padecer la agresión de sus parejas.

1.2.5 La actitud de las autoridades

Otro importante factor que mantiene irresolutos muchos casos de violencia familiar es la actitud de las autoridades hacia este problema. Con frecuencia los policías, los jueces de paz, los fiscales y las autoridades de la comunidad tienen sobre la violencia familiar las mismas ideas que hemos presentado. Por eso las víctimas tienden a pensar que es inútil presentar una denuncia.

Las mujeres víctimas de la violencia familiar desconfían de las autoridades porque creen que no serán bien atendidas o que les echarán la culpa de lo que pasó. Además, para muchas mujeres maltratadas es vergonzoso y difícil exponer su situación ante un hombre, aunque sea policía o juez.

En los diversos países, las leyes contra la violencia familiar dedican especial atención al trabajo de la Policía, pero también es verdad que muchos miembros de esta institución todavía no conocen esas normas. Por ejemplo, no debería ser necesario que la víctima esté impulsando permanentemente la investigación, pero la Policía muchas veces no cumple con su responsabilidad de continuar la investigación de oficio, es decir por su propia iniciativa. Es indispensable que el trabajo de prevención de la violencia familiar incluya la tarea de impartir a los policías información sobre sus funciones.

Es fundamental que todas las autoridades involucradas tengan conciencia de que su lentitud o insensibilidad pueden contribuir a agravar las situaciones de violencia familiar.

1.3 Expresiones de la violencia familiar

La violencia familiar se manifiesta de diversas maneras, que se pueden agrupar de la forma siguiente:

  • Violencia física: todos los hechos cometidos de manera intencional que pueden causar efectos como muerte, daño o perjuicio físico.

  • Violencia psicológica: se refiere a las acciones que pueden afectar la salud mental de la víctima, sea adulta o menor de edad, alterando su equilibrio emocional y generando un efecto destructivo sobre su personalidad –depresión, disminución de las capacidades para enfrentar situaciones difíciles, propensión al suicidio-. La violencia psicológica puede manifestarse mediante insultos, amenazas, humillaciones, malos tratos o inclusive a través del silencio.

  • Violencia sexual: se refiere a todas aquellas situaciones en las cuales se coacta la libertad sexual de la víctima, sea adulta o menor de edad, ocasionando con ello un daño físico y psicológico. No se refiere solamente al acto sexual sino también a cualquier otro ataque contra la libertad sexual, como exhibirse desnudo u obligar a la otra persona a desvestirse.

  • Violencia por omisión: son los casos en los que la inacción constituye una forma de asegurar que la situación de violencia se mantenga. El silencio, la indiferencia, el abandono, la negligencia pueden constituir formas de agresión aunque no se explicite la voluntad de hacer daño al otro.

La violencia por omisión es muy frecuente en situaciones de maltrato infantil y se caracteriza por el descuido de los padres con respecto a las necesidades vitales de los hijos; generalmente el cuidado es deficiente y esto permite que los niños o adolescentes sean víctimas de accidentes o enfermedades evitables. Actitudes similares se pueden producir respecto a los ancianos, los discapacitados y otras personas en situación de dependencia temporal o permanente.

1.4 Ciclo de la violencia familiar

Para muchos jueces de paz y autoridades que enfrentan la problemática de la violencia familiar es sumamente sorprendente la frecuencia con la que, en determinadas parejas, las agresiones se repiten. Estas personas se encuentran en el llamado ciclo de la violencia familiar. Aunque no todos los casos de violencia son iguales, es posible hallar algunas constantes y fases que se van reproduciendo.

  • Armonía: la relación fluye en términos de amistad y buena correspondencia.

  • Aumento de tensión: las tensiones al interior de la relación se van acumulando. De esta manera, el no saber reconocer, enfrentar ni solucionar conflictos y discrepancias en la familia produce crecientes hostilidades en las que se manifiestan las actitudes machistas del varón que, saliendo del problema concreto, descalifica a la mujer.

  • Explosión: ocurren crisis y agresiones de todo tipo. En esta etapa puede manifestarse un gran nivel de destructividad. La tensión acumulada en el momento anterior se descarga en forma incontrolada a través de agresiones físicas, psicológicas y/o sexuales. Por lo general éste es el momento en que se produce la denuncia por violencia familiar.

  • Arrepentimiento: el agresor se arrepiente y promete no volver a proceder de manera violenta. Puede ocurrir que la mujer se sienta culpable creyendo que ella ha provocado el maltrato.

  • Reconciliación: en apariencia la pareja vuelve a ser feliz. En caso de que la víctima haya presentado una denuncia, la retira o señala que el problema se ha solucionado. En muchos casos, la víctima recuerda las situaciones de armonía y reconciliación que experimentó como una manera de convencerse de que los problemas se van a solucionar por su propio peso.

Un fenómeno que se produce mientras este ciclo se repite es la asimilación, es decir, el modo en que el grupo familiar interioriza la situación; cada miembro de la familia representa y simboliza el hecho violento de determinada manera. La asimilación es la repercusión profunda que tienen las agresiones sobre la autoestima y autovaloración de los individuos.

Normalmente, quienes enfrentan casos de violencia familiar olvidan este factor. Debido a la internalización de la violencia, es probable que el problema resurja y se inicie un nuevo ciclo de agresiones bien sea por venganza -cuando el causante de los hechos se ha visto avergonzado- o por rutina.

Conforme avanza el tiempo, el vínculo patológico se consolida y los ciclos van haciéndose cada vez más rápidos y más violentos. La integridad de la víctima se pone en riesgo; la situación se torna peligrosa y se requiere una rápida intervención.

En realidad, la mayoría de las víctimas sólo denuncian la violencia familiar cuando las circunstancias son insoportables y existe riesgo para la vida de la mujer y de los hijos. Por eso quien recibe la denuncia debe tener cuidado en no considerar solamente el hecho aislado sino en indagar si la mujer ha venido padeciendo una serie de maltratos durante mucho tiempo. En casos así, el juez debe darse cuenta de que no se trata solamente de un episodio sino de una situación permanente.

1.5 Conciliación y violencia familiar

Uno de los temas polémicos en relación con la violencia familiar se refiere a la posibilidad de utilizar el mecanismo de conciliación para afrontarla. Algunas organizaciones de defensa de los derechos de la mujer cuestionan que los operadores de las denuncias sobre violencia familiar promuevan la conciliación como práctica permanente y en algunos casos obligatorios.

1.5.1 Argumentos en contra de la conciliación

Entre los argumentos que se mencionan para oponerse a la conciliación se señalan los siguientes:

Desbalance de poder. No es posible realizar un procedimiento de conciliación cuando las partes no se encuentran en situación de igualdad. Al respecto, es notorio que entre el agresor y la víctima no existe una relación equilibrada, lo cual implica que no se puede efectuar un procedimiento justo. La dificultad de la víctima para expresar sus propias necesidades genera que la conciliación se realice según le convenga al propio agresor, que de esta manera puede obtener las condiciones que le satisfagan.

Debe tenerse en cuenta que la conciliación es un mecanismo que funciona apropiadamente cuando hay igualdad entre las partes o cuando las diferencias son mínimas, lo cual permite que con la intervención del conciliador se puedan balancear esas disparidades. Sin embargo, en un caso de violencia familiar la asimetría no sólo es excesiva sino que los esfuerzos del conciliador por reequilibrar la situación entre ambas partes son nulos sea porque el agresor no está dispuesto a ceder o porque, como casi siempre sucede, la víctima es incapaz de superar su estado de indefensión.

Cuestión de principios. Este aspecto es fundamental ya que si se asume que la violencia familiar afecta una serie de derechos fundamentales, tendría que reconocerse también que no es posible negociar en torno a ella.

Este argumento es uno de los ejes más importantes de las diversas posiciones que cuestionan toda posibilidad de conciliación cuando se trata de un caso de violencia familiar. La posibilidad de negociar un acuerdo se compara con una situación en la cual la víctima de la tortura se ve obligada a negociar con su propio torturador.

Ciclo de violencia familiar. No tendría sentido propugnar un acuerdo entre las partes si éstas se encuentran viviendo un ciclo de violencia. La conciliación probablemente se produciría en el contexto de la fase de arrepentimiento pero después la violencia se volvería a producir.

Inadecuada capacitación de los conciliadores. Se señala que el manejo de los conflictos familiares a través de la conciliación requiere una capacitación muy seria, especialmente en el tema de la violencia familiar. Lamentablemente, este aspecto no recibe la debida atención por parte de las entidades estatales que se ocupan de los asuntos de familia. Con frecuencia se ignora que los asuntos de familia requieren un enfoque sistémico. Esta omisión conduce a que por lo general los conciliadores terminen forzando a las partes a aceptar un acuerdo sin proporcionar mecanismos claros tendentes a que la violencia termine.

Prejuicios de los conciliadores. La mayoría de los conciliadores comparte las creencias predominantes en el medio social sobre la violencia familiar; estos prejuicios surgen durante el procedimiento conciliatorio, perturbando el desempeño de la autoridad. Por lo común estas ideas justifican al agresor e impiden que se proteja a las víctimas.

Por todas estas razones, se señala que la conciliación no garantiza adecuadamente que la situación de violencia se interrumpa, lo cual debería ser el principal objetivo de la intervención de las autoridades.

1.5.2 Argumentos a favor de la conciliación

Los principales argumentos de quienes consideran que es posible conciliar los conflictos familiares en los que se hayan producido situaciones de violencia son los siguientes:

La conciliación no se aplica en una situación de violencia. En un episodio aislado sí podría ser aceptada. Los casos de violencia familiar no siempre responden al mismo patrón. El ciclo de violencia que hemos expuesto no se produce automáticamente en todos los casos; por ende, es posible conciliar en aquellos en que la agresión haya surgido de manera aislada y no se haya afectado la integridad física ni mental de la víctima.

En este punto sería necesario distinguir entre un episodio de violencia aislado y una relación de pareja en la cual la agresión se ha instalado y aflora periódicamente. En este último caso, la conciliación no es el mecanismo adecuado.

En las conciliaciones sobre problemas familiares es frecuente que las partes hagan referencia a episodios de violencia sin considerar que ésta constituye un problema en sí mismo. Habría que distinguir los casos en los cuales la violencia es un hecho aislado de aquellos otros en los que se ha convertido en una pauta de interacción; en otras palabras, se trata de diferenciar los casos con violencia de los casos de violencia.

En los casos con violencia esta situación aparece como un hecho aislado producto del desborde de una crisis, lo cual probablemente implica que es posible ventilar los asuntos de fondo a través de la conciliación. Naturalmente, nos estamos refiriendo a episodios en los que no se ha puesto en peligro la vida ni la integridad de la víctima. Podemos determinar con claridad que en esta categoría se encuentran las injurias, el daño a los bienes de la víctima y los casos en los que se ha producido un enfrentamiento de la pareja y no puede definirse con certeza quién fue el agredido y quién el agresor.

En los casos de violencia las agresiones se repiten y su gravedad se va incrementando, con lo cual aumenta el riesgo para la víctima. El problema en el que está inserta la pareja es la violencia en sí misma. En este tipo de situaciones no es conveniente una conciliación ya que en la medida en que se trata de un problema crónico, podemos reconocer, efectivamente, la presencia de un ciclo de violencia en el que no es posible evitar la desigualdad entre las partes.

Puede haber conciliadores especializados. Frente al argumento de que los conciliadores no están bien capacitados se puede señalar que es posible brindarles la formación que les permita actuar apropiadamente. Esto implica reestructurar los programas de capacitación de los operadores que intervienen en este tipo de situaciones, de manera que no sólo se encuentren preparados para conducir la audiencia en forma adecuada sino para realizar una evaluación preliminar del caso y maximizar las condiciones de seguridad de la víctima así como fomentar que en el proceso de conciliación exista un equilibrio de poder entre las partes. La mala preparación de los conciliadores no es un argumento que cuestione la conciliación en sí misma.

Se puede contar con equipos interdisciplinarios. Al conducir un caso de violencia familiar a través de la conciliación es posible lograr que participen diversos profesionales -psicólogos, asistentes sociales, abogados-, lo que podría permitir un manejo más apropiado y una visión más interdisciplinaria de esta clase de situaciones.

Se refleja la voluntad de las partes. Debe tomarse en cuenta que en muchos casos de violencia familiar la víctima no busca una separación ni la sanción para el responsable, sino que éste cambie de conducta. Espera que la denuncia o el proceso generen en el agresor una reflexión o que se tomen medidas que lo hagan desistir de su conducta violenta. Es verdad que en ello intervienen la dependencia económica y la dependencia afectiva pero negar a priori la posibilidad de la conciliación implicaría disuadir a la propia víctima de continuar el proceso.

La conciliación no es reconciliación. En muchos casos, las autoridades estatales o comunitarias han creído que su rol es reconciliar a una pareja en conflicto, forzando inclusive a la víctima a perdonar al agresor. La conciliación implica buscar que las partes se pongan de acuerdo sobre determinada materia. Si el conciliador y las partes tienen esto claro, pueden inclusive establecer la separación de la pareja, por su propio bienestar físico y emocional. Muchas críticas hacia la conciliación en violencia familiar se deben más bien a las reconciliaciones que algunas autoridades buscan imponer.

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