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El otro 11S Desconocido… (Novela) (página 3)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

En comparación con el aspecto metálico de Nueva York y el ambiente casi de plástico de Los Angeles, San Francisco parece dedicar una especie de delicada caída de ojos a sus visitantes, en una atmósfera amable de una ciudad elegante y atractiva donde se conjuga lo antiguo y moderno en forma sumamente armónica.

Buscó un hotel céntrico, en el down town de San Francisco, un lugar discreto y bien comunicado. Después de varios intentos de alojamientos, pudo hallar habitación en el Hotel Cartwrigth en Union Square. Al poco tiempo de haberse acomodado en su habitación, los dos hombres de la furgoneta se registraban también en la recepción del Cartwright.

Se dejó caer sobre la cama, encendió el televisor y al poco tiempo se quedó dormido. Una hora después se despertó y salió a estirar las piernas y a visitar una bella ciudad que no conocía. Se puso en el bolsillo un papelito con un número telefónico anotado, exento de los prefijos de marcado.

Capítulo Xº

Kutnesov e Ilia regresaron de su primer paseo de "reconocimiento" por la población. Se sentaron en una especie de saloncito del albergue, junto a una chimenea donde ardían un par de tocones de madera, el calorcito que emitían daba una atmósfera de confort a la salita.

Comentaban sobre los trabajos a desarrollar el día siguiente cuando cruzó la puerta un individuo de gran tamaño, era una especie de oso vestido de humano, emitió un gruñido a modo de saludo y tomó asiento en un banco también cercano al hogar, despojándose de la gruesa y acolchada chaqueta que cubría su cuerpo.

Llevaba un suéter con el anagrama de la planta embotelladora bordado a un lado.

Kutnesov observó el detalle lanzando una mirada expresiva a su compañero. Ilia también captó lo del anagrama. Kutnesov se levantó, se acercó al colgador donde había dejado su chaqueta y metió la mano en uno de sus grandes bolsillos, sacó una botella de coñac francés que había adquirido en una de las tiendas libres de impuestos del aeropuerto de partida.

– Ilia -dijo con voz ligeramente alta para que fuera oído -¿te apetece un buen trago de este excelente brebaje francés?

– Cómo no, un buen licor con este frío es siempre bien recibido –respondió éste.

– Tovarich, ¿te unes a nuestro brindis? –dijo Kutnesov dirigiéndose al "oso" sentado en el banco de madera y que no se había perdido detalle de los movimientos y conversación de ambos forasteros.

– Con este clima nadie debe depreciar un trago en un rato de asueto –respondió.

Ilia, fue a por unos vasos en la cocina, escanció un par de centímetros del dorado licor en cada uno de ellos distribuyéndolos a continuación.

El "oso" se bebió el contenido de un solo trago y, dejó el vaso sobre una pequeña repisa de la chimenea, junto a la botella de coñac que Ilia había dejado a propósito en aquel lugar.

– Mi nombre es Sakis, y el de mi compañero, Igor -dijo el primero alargándole la mano al "oso". Éste se quedó mirando la mano que le tendían un par de segundos y a continuación alargó la suya diciendo su nombre de pila.

– Me llamo Serguei.

La mano del tal Serguei era como una especie de cepo para lobos, grande y sumamente fuerte, a Ilia casi le rompe alguno de los huesos de la suya al estrechársela, lo mismo hizo con Kutnesov.

Mantuvieron una conversación banal, mientras rellenaban sus vasos del preciado licor. Serguei se fue volviendo cada vez más comunicativo. Los "profesores" fueron conduciendo la conversación al terreno de su trabajo y al de la planta embotelladora.

Una hora después Serguei ya les había contado casi todo lo que precisaban conocer de la misma.

Algo más tarde fueron a cenar los tres juntos en un restaurante estatal al servicio de los obreros de la planta embotelladora, única fábrica en la población. El camarada Serguei les invitó.

Más tarde regresaron al albergue, apuraron el contenido de coñac que quedaba en la botella, cansados y medio dormidos se marcharon cada uno a su habitación.

A la mañana siguiente, los dos "profesores" cargaron con su equipo técnico y marcharon en dirección al punto que habían determinado para la instalación del sistema de detección sísmica. A unos cuarenta metros de la puerta principal comenzaron a taladrar un hoyo de unos ocho cm. de diámetro por veinte de profundidad. Fueron practicando estas catas hasta un total de veinte formando un arco.

Una vez estuvieron efectuadas todas ellas, fueron metiendo en su interior una galga extensiométrica en cada una, uniéndolas entre sí mediante un microcable eléctrico, luego procedieron a rellenar con silicona todas ellas, quedando así fijadas y protegidas. En el extremo del microcable conectaron la fuente de alimentación de mv cc, además de un transformador eléctrico para corriente alterna que situaron dentro de una caja IP-55.

Unas cinco horas después habían finalizado la instalación, necesitaban poder conectar el sistema a una alimentación eléctrica. Fueron en dirección al acceso principal de la planta embotelladora, en el portalón un empleado de seguridad les preguntó lo que deseaban, dijeron que precisaban hablar con el camarada Serguei, les pidió su documentación y con ella en las manos entró en el edificio, no sin antes indicarle que aguardaran fuera.

Dos minutos después regreso el vigilante, les devolvió sus documentos y les permitió el paso a una especie de antesala. Ilia observó las cámaras de televisión situadas en los cuatro ángulos de la misma. Junto a una puerta de una de las paredes de la sala un identificador de tarjetas magnéticas con teclado alfanumérico estaba situada a la altura de un metro y veinte centímetros del suelo y fijada en las pared junto a la puerta, junto a ella una pequeña pantalla para identificar huellas digitales.

A continuación se abrió esta última puerta y apareció en ella Serguei.

– ¡¡Hola tovarich!! –exclamó- ¿qué deseais de mí? –les requirió acompañado de una sonora carcajada.

– Verás -dijo Kutnesov- hemos terminado de instalar nuestro sistema de captación de posibles movimientos sísmicos, pero tenemos un problema y venimos a ver si te es posible echarnos una mano.

Automáticamente el tovarich Serguei se puso en guardia, recelaba de cualquiera que pudiera ser la naturaleza de la demanda de sus dos nuevos amigos circunstanciales.

– ¿De qué se trata? -les conminó, no exento de algo de brusquedad.

– Oh no, simplemente que para poder activar el sistema que hemos instalado precisamos podernos conectar a la corriente eléctrica y en la calle no tenemos este medio. Simplemente venimos a pedirte si nos permitirías efectuar una conexión a tu red -explicó Kutnesov.

Serguei, se quedó unos instantes pensativo, como si estuviera valorando la responsabilidad de dar este permiso.

Kutnesov añadió; podemos poner unas baterías de carga solar, pero el clima no nos permitiría que operasen convenientemente y entonces nuestro trabajo habría sido inútil.

Serguei reaccionó y les dijo:

-Alcanzad vuestro cable hasta aquí, vamos a ver si puedo ayudaros.

Rápidamente trajeron el cable necesario. Serguei sacó de su bolsillo una tarjeta magnética que pasó por el aparato identificador, marcó un código de cuatro cifras y finalmente identificó la huella dactilar de su dedo pulgar de la mano derecha.

De pronto se abrió la puerta corredera y les invitó a entrar, en esta sala de menor dimensión a la anterior, seguían habiendo cuatro cámaras de TV en las esquinas y una puerta de ascensor provista del identificador de tarjeta y de huella dactilar y algo más allá una caja blindada, en una de las esquinas había un enchufe de corriente eléctrica.

– Podéis conectar aquí –les dijo señalándoles con el dedo el lugar.

  • Ah, gracias, nos va a ir muy bien.

Conectaron y salieron después a comprobar el funcionamiento del sistema e invitaron a Serguei a ver cómo trabajaba el sistema.

  • Cualquier pequeño movimiento sísmico afectará a la rigidez de algunas de las galgas, esa deformación de la misma genera una señal electrónica distinta a la que genera cuando esa está en estado de reposo, a su vez esa señal es proporcional a la deformación experimentada quedando registrada en un instrumento que hay dentro de esta caja gris y transmite una señal de alarma a nuestra central en Moscú.

– Interesante, muy interesante –dijo Serguei.

– Es un sistema que puede ahorrar muchas vidas, ya que permita advertir y localizar con tiempo un temblor de tierra -añadió Ilia.

Le agradecieron su ayuda y le dijeron que por la noche le esperaban para tomarse unas cuantas copas.

– Espasiva -respondió Serguei, allí estaré.

Recogieron su equipo y marcharon al albergue para cambiar impresiones.

Dejaron su equipo en una de sus habitaciones y fueron a pasear por las afueras de la población, era el modo de poder hablar con mayor seguridad para no ser escuchados.

Ilia fue el primero en hablar.

– ¿Has podido captar el código que ha marcado?

– No lo he podido ver pero por el sonido que se emite te lo puedo repetir dado a que cada número tiene un sonido distinto a los demás. No olvides que fui yo quien les diseñó el sistema de seguridad. Ha marcado el 2146.

– Bien, pero, como me dijiste, lo cambian semanalmente desde Moscú. En su momento haremos los posibles para enterarnos . ¿Pero ccómo vamos a hacer para disponer de la huella digital?

  • Eso no me preocupa -respondió Kutnesov- sé cómo solucionarlo.

Un par de horas después se reunían con Serguei en el salón junto a la chimenea. Dieron buena cuenta de otra botella de coñac.

Alrededor de las tres de la madrugada se despidieron de Serguei con un hasta pronto y se fueron a dormir.

Al día siguiente, muy temprano, el mismo bus de color kaki les llevó de nuevo al aeropuerto.

Una hora y cincuenta y cinco minutos más tarde tomaban tierra en el aeropuerto de Moscú de Sheremetyevo. Aguardaron unos minutos en la terminal de maletas, aparecieron por la cinta sin fin, ambas llevaban el equipo técnico utilizado y la etiqueta de sus propietarios.

Alexei, el taxista, les aguardaba en una de las puertas de la terminal. Eran las cinco de la tarde.

– Hola, llévanos a mi oficina -ordenó Kutnesov.

– Al momento -respondió.

Alexei puso el su automóvil Lada por la autopista M-10, a una velocidad media de 100 km/h., recorriendo los 29 km. hasta la ciudad, en algo menos de veinte minutos.

La entrada a Moscú en aquellas horas no fue nada fastidiosa, era un momento del día de bastante tranquilidad de circulación.

En la puerta de la oficina de Dimitri despidieron al taxista y entraron directamente al despacho. El personal de la oficina turística estaba ya ordenando sus enseres de trabajo, la hora de salida ya se había sobrepasado. Kutnesov cerró con llave la puerta de la calle y regresó a su despacho.

– Ahora podremos hablar y trabajar con tranquilidad –dijo . Ilia sacó de uno de sus bolsillos una diminuta grabadora digital y la puso en "on", deseaba registrar toda la conversación con el fin de que pudiera recordar alguno de los puntos más importantes de la misma.

Kutnesov inició la conversación diciendo:

– Como habrás visto, camarada, hemos tenido una suerte inusitada, todo gracias a un par de botellas de coñac francés, por el momento y, a falta de un más profundo análisis, casi podemos confirmar el "encargo".

– La única duda la tengo cuando bajemos a la planta menos uno, cómo localizar el lugar en que se halla almacenado el K-28. El resto, por lo que hemos observado, y tal como lo tenemos planteado no será excesivamente difícil.

– Hemos de tener en consideración varios parámetros importantísimos, como por ejemplo; resolver el modo de sellar el o los envases en que se halla el K-28, la protección para que resista su transporte y cómo transportarla posteriormente, sabes muy bien cuán peligrosísima podría ser una fuga de estas bacterias, por pequeña que fuera.

– Se deberá disponer de un medio de transporte propio hasta el aeropuerto de Solikamks, no podremos utilizar el transporte público.

– En el aeropuerto deberemos tener otro medio de transporte privado hasta Moscú u otro lugar que nos permita salir del país. Podría ser un helicóptero o un avión del tipo Jet. Deberemos procurar llegar a Moscú con el "producto" antes de que corra la noticia de la desaparición del mismo. Hay que cubrir un espacio de tiempo de unas 4 horas, desde el inicio hasta la salida del país.

– La entrega del K-28 debería de efectuarse en un aeropuerto del continente africano, en un país donde el control aduanero sea sumamente permisivo a cambio de un dinero.

– A partir de aquí acaba nuestra misión.

– Bien -, dijo Ilia – ahora ya puedo hablar con mi contacto para que confirme. ¿Para qué fecha puedo comprometerme para la entrega?

– Alrededor de unos 20 veinte días desde que efectúen el primer depósito de dinero -respondió Dimitri.

– Nos reuniremos en Frankfurt en una semana exactamente, me hospedaré en el Hotel Steigenberger Frankfurt City de la Lange strase, voy a reservarte habitación para ti a nombre de mi empresa turística, así habrán menos rastros.

– ¿O.K.?

– De acuerdo -respondió Ilia-. Me marcho adonde me alojo y mañana a primera hora regresaré a Madrid.

No quiso decirle a su amigo dónde se hospedaba durante su estancia en Moscú, era una vieja norma en el servicio de espionaje de la KGB. Tampoco Dimitri se lo preguntó.

Capítulo XIº

– Sr.Gobernador, el General Stevenson al aparato -avisó el secretario.

– General Stevenson, soy Roger Putnam, Gobernador del estado de NY. Me he permitido distraer su atención por que al parecer tenemos aquí, en mi Estado un asunto que lleva trazas de terrorismo internacional, hemos avisado al F.B.I. y a la Central de Inteligencia, pero pensamos que debiéramos unificar esfuerzos, conocimientos e información y trabajar en equipo. Desde el desastre del 11 S, aquí en NY, estamos muy escarmentados, lo lamentable es que por no dar credibilidad a ciertas informaciones que nos iban llegando, ocurrió lo que ocurrió.

– Gobernador, le sugiero se desplace con su equipo humano al Pentágono y deliberemos, me parece muy inteligente su proposición, vamos a ver si de una.. .vez hacemos las cosas bien echas en este país. Le pongo un avión a su disposición. Avíseme del día.

– Gracias, General, voy a buscar una fecha en mi agenda y me encargo de el resto de detalles. Colgó el aparato.

Llamó al secretario y le dio instrucciones para que anulara entrevistas y viajes que no fueran imprescindibles, vamos a ir al Pentágono lo antes que pueda aligerar mi agenda. Llame también a Langley y dígales que vamos a ir tan pronto nos sea posible, que les avisaremos.

Desde el aeropuerto J.F.Kennedy les avisaron de que un avión de la USAF les aguardaba.

El gobernador hizo llamar a su secretario al Pentágono para que informaran al general Stevenson de que iban para allá.

Un microbús oficial, acompañado de dos motoristas de la municipalidad con las sirenas sonando, se desplazaban raudos por las avenidas neoyorkinas portando al Gobernador del Estado, el capitán O´Maley, el agente Cartucci y el oficial del FBI, J.Mastrangelo, en dirección al aeropuerto.

Treinta minutos después estacionaban la furgoneta junto al avión de la USAF y diez minutos más tarde volaban hacia el Pentágono.

En el aeropuerto privado les aguardaban con dos vehículos oficiales. Un militar de media graduación los recibió al pie de la escalerilla del avión, efectuó un saludo castrense y les invitó a subir en los dos vehículos oficiales que aguardaban con el motor en marcha. Con la una escolta de motoristas se desplazaron a la sede central del Pentágono.

El gobernador Putnam observó desde el interior del automóvil cómo todavía se estaban realizando obras de reparación en el ala del edificio afectada por el ataque terrorista de septiembre. Éstas se estaban efectuando con rapidez pero de modo discreto y semioculto. Unos grandes andamios de barras de acero cubiertos por espesas lonas, cubrían gran parte los trabajos de reparación que todavía se estaban se realizando, al mismo tiempo que ocultaban los daños sufridos a los ojos u objetivos de cualquier curioso. Buena parte de la catástrofe ocurrida allí en aquella fecha, es ignorada todavía por el público. La prensa tuvo vedado su acceso y sumamente restringidas las informaciones oficiales.

Atravesaron diversas salas ocupadas en gran parte por personal administrativo, no sin antes cruzar múltiples controles de seguridad. Aquel edifico era de unas proporciones gigantescas.

Un capitán del Estado Mayor les condujo hasta una inmensa sala con una larga mesa de nogal brillantemente barnizada, rodeada de sillas tapizadas en cuero negro.

En la cabecera de la misma se hallaba el general Stevenson en persona acompañado por varios militares de su confianza. En cuanto se percató de la presencia de los visitantes, el general se puso en pie y avanzó presuroso en dirección al grupo de personas que en aquellos momentos entraban por la puerta de la sala.

– Sean bienvenidos, señores -dijo a modo de saludo inicial, tendió la mano al Gobernador que encabezaba el grupo de personas.

– Gobernador Putnam, ¿han tenido ustedes un buen vuelo? -preguntó.

– Si Sí, gracias, mi querido General, un viaje muy apacible en un avión sumamente confortable -respondió el Gobernador.

Acto seguido el gobernador Putnam, presentó a cada uno de los hombres que le acompañaban, efectuando lo mismo el general Stevenson con el resto los que también estaban allí reunidos.

Una vez situados todos los concurrentes en sendas butacas alrededor de la mesa, el General inició la charla:

– Ayer el Gobernador, Sr. Putnam, me llamó sumamente preocupado por cuanto intuía que en la ciudad de NY se estaban dando algunos sucesos que sus colaboradores de la policía metropolitana consideraban anómalos e inusuales, hasta el punto de que, consideraba que dada la posible magnitud de los síntomas de los hechos que se percibían, podían estar fuera de su competencia y que apuntaban a afectar al interés de toda la Nación.

Aquí en el Pentágono también tenemos algunas noticias de los hechos recibidos a través de los informes que periódicamente recibimos del departamento de exterior de la CIA y nuestro Servicio de Información.

El Gobernador Putnam, se levantó de su butaca y dirigiéndose a los presentes, expuso:

– Evidentemente, se está gestando algo en las sombras, tenemos indicios fundamentados que existe una conspiración terrorista internacional contra nuestra nación, desconocemos su origen, algunos indicios apuntan a fundamentalistas islámicos, por una llamada intervenida a Riad. Sugiero formar un equipo que trabaje en conjunto y crucen todas las informaciones que se obtengan al respecto. Por nuestra parte, puedo dejarles a ustedes a nuestro agente Cartucci, que, junto con el agente Johnson y el capitán O´Maley son los responsables directos del caso que inició todas las sospechas. Allá en NY el capitán y el detective Jonson mantendrán a Cartucci al corriente del día a día del caso y, éste cruzará con el resto de ustedes la información.

Posteriormente intervinieron uno a uno cada uno de los asistentes, dando su opinión al respecto.

Aprobaron la proposición del Gobernador y del General, el detective Cartucci se quedó a las órdenes del Pentágono.

El Gobernador y el capitán O´Maley se despidieron y a continuación fueron acompañados hasta el pie del mismo avión con el que habían venido.

Capítulo XIIº

Una semana más tarde Ilia y Oleg se encontraban de nuevo en el Hotel Drogba de Kiev.

– ¿Cómo te fue por Moscú y Solikamsk? -preguntó Oleg a modo de saludo en el entretanto se estrechaban la mano.

– Bien, francamente bien, mucho mejor de lo que esperaba, Dimitri Kutnesov es un individuo muy preparado, solo te diré que a falta de unos detalles, podemos tomar el compromiso de las entregas. Ahora es cuando en el proyecto entra tu intervención. Debo añadir que la Diosa suerte se ha aliado en esta ocasión con nosotros.

– ¿Y en qué momento intervengo yo? -inquirió Oleg.

– Muy sencillo, tovarich, tú eres piloto de aviones y helicópteros de gran experiencia, con muchas horas de vuelo acumuladas en tu libro personal, deberás estar en el día y hora, que ya te indicaremos, en el la zona de estacionamiento de aeronaves del aeropuerto de Solikamks, con el plan de vuelo presentado en control y los motores encendidos, para poder salir inmediatamente lleguemos Dimitri y yo.

– ¿Hasta dónde deberemos volar? -preguntó Oleg.

– Deberás alquilar un avión muy veloz, y con autonomía de vuelo suficiente para poder salir de territorio ruso, y no deberá tomar tierra en ningún país de la Unión Europea, existen demasiados controles aduaneros y policiales. Te sugiero buscar algún país del África negra donde los controles sean mínimos. El avión cómpralo también en algún país de Sudamérica, utiliza pasaportes falsos, procura dejar el menor rastro posible. Luego, una vez terminado el proyecto lo incendiaremos, simulando un accidente y cobraremos del seguro la indemnización. Con el 25% que nos avanzarán podré enviarte el dinero de la compra a la cuenta del banco que tú me vas a dar ahora. Cuando hayas localizado el aparato que creas que se ajusta a las necesidades, solo deberás enviarme un e-mail a Madrid escribiendo únicamente la cifra que precisarás te transfiera, no deberás firmar ni dar ningún nombre, piensa que el correo electrónico también puede estar vigilado, cuando lo vayas a hacer, efectúalo desde un operador público. ¿Captas la esencia de lo que se necesita?

– Perfectamente -respondió Oleg.

Luego se fueron ambos a tomar unas copas por el centro de la bella pero descuidada ciudad de Kiev.

Avanzada la noche se separaron en el lobby del hotel. Se fue cada uno a su dormitorio. El Hotel Drogba (amistad) tenía ya algunos años desde el día de su fundación, durante la etapa que Ukrania formaba parte de la Unión Soviética, pero desde entonces poco mantenimiento se le había aplicado, sin embargo era preferido por los dos personajes por la discreción del lugar dónde se hallaba de la ciudad.

A la mañana siguiente Oleg tomó un taxi para ir al aeropuerto. Una ventanilla de la oficina de Cubana de Aviación estaba ya abierta. Pidió un billete para La Habana en primera clase y otro desde esta a Caracas. Pagó en rublos, se metió los billetes en el bolsillo interior de su chaqueta y regresó a Kiev en el bus del aeropuerto.

Como la salida de su vuelo a La Habana no salía hasta siete horas después, se dedicó a visitar la ciudad de Kiev, hacia muchos años que había marchado de su ciudad natal y desde entonces no había regresado.

Oleg Timorov era nieto de ucranianos judíos, alquiló una motocicleta de la marca Ural por unas horas y se dedicó a pasear con ella por la ciudad.

En primer lugar fue hasta la casa donde habían vivido sus abuelos, los cuales hacía bastantes años que habían fallecido deportados por Stalin a Siberia. Detuvo su motocicleta frente a la puerta de la casa, apagó el motor y la dejó estacionada sobre el caballete.

Con las manos enfundadas en los bolsillos de sus pantalones, se paseó por delante de la casa observando con detenimiento su fachada. En sus días habría sido esplendorosa, con elementos decorativos que sobresalían en forma de relieve bajo una larga cornisa que a unos cinco metros del suelo recorría toda la fachada. En su momento había sido pintada de un color ocre claro y los relieves en blanco marfil. Ahora lamentablemente casi amenazaba ruinas.

Oleg se quedó absorto contemplando la fachada mientras dejaba volar su pensamiento hasta el punto que no notó la presencia de un hombre de unos cincuenta y algunos años que estaba a un paso de el en su lado izquierdo. Algo inexplicable le alertó en su interior de la presencia del individuo, se giró y quedó encarado con el personaje.

– ¿Desea usted algo de mí? -le inquirió Oleg.

– Oh sí -respondió el hombre, vivo en esa casa que está observando con tanta atención y, francamente, me ha parecido adivinar en su rostro como si le fuera familiar.

– Aquí vivieron mis abuelos paternos pero, hace muchos años.

– Caramba, eso sí que es casualidad, a sus abuelos les conocí antes de su deportación.

– Yo era por aquel entonces muy pequeño, cuando eso ocurrió -respondió Oleg.

El hombre le invitó a pasar a la casa:

– Entre, por favor, y recuerde buenos momentos pasados.

– Recuerdo muy vagamente a mis pobres abuelos, les quería mucho, venía todos los veranos a visitarles -le explicó Oleg.

– Mis antepasados también fueron de origen judío y los deportaron. Ellos tuvieron algo más de suerte, durante el traslado pudieron escapar del tren en el que les habían metido, y después de infinidad de riesgos pudieron salir del país a través de Rumania, al fin pudieron llegar a Israel, la abuela todavía vive en Tel Aviv y en cuanto me es posible la voy a visitar.

– Oleg recorrió algunas piezas de la casa, pero no deseaba abusar de la amabilidad de aquel hombre.

Una antigua fotografía de color sepia enmarcada en forma de óvalo colgaba en una de las paredes del saloncito de la casa, se apreciaba un hombre vestido de aviador con diversas condecoraciones militares.

– Este aviador que tiene la medalla del Pueblo en la guerrera ¿es algún pariente suyo? -preguntó Oleg.

– Sí -dijo el hombre, era un hermano de mi padre, fue un héroe durante la segunda guerra mundial, la medalla se la entregó el propio Stalin.

– Siento tener que dejarle -dijo Oleg- pero debo tomar un avión dentro de unas horas y todavía me quedan cosas que hacer.

– ¿Viaja usted mucho? -preguntó el hombre, aparentando no darse por enterado de lo manifestado por su interlocutor.

– Sí, bastante -respondió.

– ¿Por sus ocupaciones? -volvió a preguntar el individuo.

– Sí -respondió lacónicamente Oleg. Ya comenzaba a fastidiarle tanta pregunta.

– Yo soy periodista -dijo éste- estuve en Afganistán como corresponsal de guerra del diario Pradva-. Fui herido por la metralla de una bomba de mano lanzada por un maldito talibán, no fue demasiado grave, pero bastó para que me convenciera de dejar la corresponsalía de guerra, ahora soy analista de política internacional-. Durante toda esta disertación Oleg observó que el hombre analizaba su persona, como si le quisiera fotografiar con sus ojos penetrantes.

– Gracias por su amabilidad -dijo Oleg con cierta aspereza, dio media vuelta y salió de la casa. El hombre se quedó algo sorprendido, se encogió de hombros y cerró la puerta de la casa con llave. Una hora más tarde llegaba a uno de los ordenadores de la agencia del MOSAD israelí una breve informe sobre el encuentro.

Como este informe se recibían diariamente cientos en la central del Mosad, eran leídos y clasificados y, la mayor parte de ellos archivados, de algunos se enviaban copias a quien consideraban pudiera ser de su interés. De este último fue enviada una copia a la C.I.A. de Langley.

Desde los sucesos del 11S, la C.I.A. convino con diversos países colaborar íntimamente para protegerse y derrotar al terrorismo mundial, es por ello que cualquier información, por banal que pudiera parecer fuera estudiada detenidamente por expertos.

El informe recibido en Langley rezaba así : Rapport recibido de nuestro corresponsal en Kiev a…. etc. TEXTO : "Hombre de posible nacionalidad ucraniana, residente en otro país (desconocido), viaja con mucha frecuencia.

Posiblemente habrá sido o es, piloto de aviación militar. Descripción física; Altura: alrededor de 1,90 m. unos 80 kgs. de peso, cabello hirsuto, casi blanco en su totalidad cortado muy corto a lo militar, ojos azules, fornido y atlético, manos fuertes, cabeza rectangular y mentón cuadrado con hoyuelo muy marcado, una larga y antigua cicatriz en la base de la mandíbula derecha. Vestido muy circunstancial. Stop. Fin del mensaje recibido.

Saludos … etc.etc."

El departamento de la CIA, distribuyó por e-mail a todos sus contactos mundiales dicho informe. Ese tipo de difusión era llamado por el personal como "informes lluvia", ya que eran enviados simultáneamente como si de un chaparrón se tratara, pero en algunos casos solían dar con alguna pista válida.

A la mañana siguiente Oleg tomó su vuelo para La Habana. El avión de Cubana de Aviación, no era un portento, la algo descuidada decoración del aparato y los uniformes de las aeromozas que atendían a los pasajeros, formaban un triste contraste con los aviones pertenecientes a compañías aéreas de países con un índice de mayor riqueza. Doce horas después tomaban tierra en el aeropuerto de José Martí en La Habana.

Oleg entró en el país con su pasaporte ucraniano verdadero, Cuba era un país de ideología comunista y, en su etapa en la aviación militar formó a muchos cubanos que el gobierno de Fidel enviaba a Rusia para su adiestramiento. Realmente éstos fueron sus maestros en el conocimiento del idioma español, luego más tarde amplió y perfeccionó estos conocimientos en la Universidad de las Lenguas en Moscú.

De aquella época, mantenía una fuerte amistad con varios cubanos a quien les dio él mismo el título de pilotos.

Tomó un taxi hasta la capital, faltaban veintisiete horas para enlazar con el vuelo a Caracas.

– Lléveme al Hotel Plaza -le dijo al conductor. El Plaza, era un antiguo edificio construido a primeros del siglo XX y ampliado posteriormente, no fue construido para ser un hotel, fue posteriormente que sufrió la transformación. Ahora estaba en un estado decadente pero digno.

Desde su habitación del hotel llamó a dos de los amigos cubanos para cenar con ellos e irse después a disfrutar del espectáculo de la sala de fiestas Tropicana, famosa mundialmente por la belleza de sus bailarinas mulatas, sería su compañía un modo de pasar las pocas horas de su estancia en La Habana.

Capítulo XIIIº

Alrededor de media mañana Vitale se acercó con su Mustang a la vecina localidad de Sausalito, al otro lado del Goldengate bridge, estacionó el automóvil en un parking vigilado.

Se metió las manos en sendos bolsillos de su tejanos e inició un paseo hasta llegar al puerto deportivo de la ciudad.

En uno de los muelles vio una cabina telefónica, metió bastantes monedas de 50 centavos y procedió a llamar al número telefónico de California que en su día se le había facilitado.

– Aquí Vitale -dijo al oír que descolgaban el auricular al otro lado del hilo.

– Déme la contraseña -le respondió una voz femenina.

– Alfa,Omega -dijo.

– Bien, llame a origen, le dirán donde y a que hora podemos encontrarnos -y colgó.

Inmediatamente colgó el teléfono y se quitó los guantes de piel que se había enfundado, mientras se alejaba de la cabina con la mayor rapidez posible, intentando no llamar la atención.

Se acercó a un carrito ambulante que vendía hot-dog y se pidió uno con bastante mostaza, no habían pasado ni cinco minutos cuando un automóvil paró en seco junto a la cabina y un individuo se acercó a la misma, husmeó en ella, en el entretanto otro de pie junto al vehículo miraba a todo su alrededor.

Vitale se convenció de que le estaban siguiendo la pista, debería cambiar de sistema y de personalidad.

Se fue, comiéndose su hot-dog hasta el aparcamiento, salió rápidamente del mismo y tomó la carretera de la costa, cruzó de nuevo Golden Gate bridge y dos horas después estaba en San Diego.

Entró en unos grandes almacenes, aquella hora estaban muy concurridos. Unas adolescentes estaban en la puerta de entrada formando bastante bullicio, a una de ellas se la cayó del bolso un teléfono celular. Vitale se agachó para cogerlo, la muchacha ni tan siquiera se había dado cuenta, lo tuvo un par de segundos en su mano, después se lo metió en el bolsillo de su chaqueta.

Desde este aparato llamó a la embajada de Rumania en Ginebra.

– Páseme con el Sr.Cónsul, soy Vitale.

– Su contraseña, por favor -le dijo una voz ronca.

– Alfa-Omega –respondió.

– Díganme el punto de encuentro.

– Efac kcor drah, SF 18h. -le respondió la misma voz. Acto seguido se cortó la comunicación.

Memorizó la frase, más tarde la escribió en un papel para poderla traducir.

Vitale se acercó al borde de uno de los muelles cercanos donde se hallaba la base naval USA del Pacífico Norte. Desmontó la batería del celular y la tiró al agua, un poco más lejos lanzó el resto del teléfono. Sabía que la llamada sería con mucha probabilidad detectada. Eliminó todo rastro lanzándolo al mar.

Todos sus movimientos seguían siendo controlados por la gente de la furgoneta plateada.

Regresó al automóvil y, disfrutando de un día clásico californiano, tornó a San Francisco descapotado, siempre cuidando escrupulosamente no transgredir ninguna señal de tráfico.

Ya en Union Square, aparcó su automóvil en una calle cercana a su hotel. Pasó por delante de un aparcamiento público y entró. En la segunda planta se acercó a un Volkswagen Golf rojo, con un pequeño destornillador plegable que llevaba en el bolsillo interior de su chaqueta, desmontó las placas de matrícula y se marchó con ellas bajo el brazo hasta donde había estacionado su Mustang. Se alejó de aquel sitio, subiendo por una de las calles transitada por el Cable, hasta llegar al parque de la Coit Tower, allí procedió a sustituir las placas de matrícula, luego se fue al Hotel.

Al atardecer se fue a China Town, gustaba de la cocina oriental. Entró en un restaurante de Main Street, le dieron la única mesa que quedaba libre, pidió fideos a la cantonesa y una carne con salsa picante que le obligó a beber algo más de la cuenta para apaciguar el ardor que ésta producía en su boca. Pagó la factura y se marchó calle abajo. Pasó por delante de uno de los múltiples cines de la zona compró un ticket y entró a ver una película de acción, recién estrenada. El tiempo que estuvo en la sala le ayudó a despejar la cabeza, que le había quedado algo pesada por los efectos del vino ingerido.

Regresó a su hotel a pie, en ningún momento advirtió la presencia de alguien que como una sombra que le seguía a distancia.

En su habitación, sacó el pedazo de papel en el que había anotado la frase que le habían deletreado por teléfono. Entró en el baño y se situó ante el espejo del mismo, situó el papelito frente a este y pudo leer " Hard Rock Café SF 18 h."

Interpretó que el encuentro debía ser a las 6 p.m. en este conocido local de San Francisco. A estas horas el Hard Rock Café estaba sumamente concurrido por gente joven, entre ellos algunos de los conocidos por yuppies.

Una relajante ducha y una pastilla para conciliar el sueño, situaron a Vitale en los brazos de Morfeo.

Capítulo XIV

A su regreso a Madrid, Ilia entró en su oficina de la calle Jacometrezo, Anitka su secretaria se había ausentado por unos momentos para desayunar chocolate con porras en una de las populares cafeterías de la Gan Vía madrileña. Este era un sagrado ritual al que se dedicaba todas las mañanas del año. La vida madrileña le era grata.

Ilia aprovechó para efectuar una llamada a Yemen del Norte. Fue sumamente breve y concreta "podemos aceptar el encargo , díganme donde reunirnos". "Le llamaremos en pocos días", obtuvo por respuesta.

Tomó su celular y llamó al de Anika. Esta atendió la llamada al ver que se trataba de su jefe.

  • Hola, jefe ¿ya llegó?

  • Bien ,voy para allá.

Al poco tiempo subía en el ajado ascensor del edificio hasta la cuarta planta, al acceder tropezó con un hombre enjuto y barbudo con el que casi colisionó al entrar, este balbució algo que no comprendió, ambos subieron hasta la misma planta.

Anika sacó la llave de su pequeño monedero para abrir la puerta de acceso a la oficina, pero se dio cuenta que el hombre enjuto y barbudo con el que había subido en el elevador estaba junto a ella. Se llevó un ligero sobresalto pero reaccionó de inmediato, le preguntó qué deseaba, pero el hombre se quedó impertérrito y no respondió, Anika pensó que quizás en idioma español no la entendía, le preguntó en inglés, seguía silencioso efectuando un pequeño ademán de incomprensión, fue entonces cuando Anika se fijó más en él, vio a un individuo de talla media, alrededor de 1,75 m., bien vestido, de cuerpo y faz enjuta, barba y cabeza bastante pobladas de pelo muy oscuro, ojos marrones y ligeramente hundidos, piel oscura, recordaba su imagen a la del tuareg.

Pensó en la posibilidad de que perteneciera al mundo árabe, pero ella no hablaba este idioma, algunas palabras sueltas únicamente, "Salam alekum" dijo Anika, "Alekum salam", respondió el hombre, por fin adivinaba intuir el origen del misterioso personaje, pero lo inesperado vino a continuación, cuando el individuo en un más que correcto ruso se presentó diciendo:

– Señorita, me he desplazado desde muy lejos para ver al Sr. Seramov Igor Ilia ¿Está en la oficina?

  • Entre y aguarde en la salita -le respondió la sorprendida secretaria -veré si está, ¿quién le digo que le quiere ver?

– Ali Sahal, de Yemen.

El hombre se sentó en una de las butacas encendiendo un pitillo ovalado y aromático. La secretaria entró en la pieza contigua donde se hallaba su jefe.

– Ilia, en la salita espera un visitante que creo dice llamarse Ali Sahal. Por su apariencia es árabe y dice ser de Yemen, sin embargo habla un ruso casi perfecto. Me ha preguntado por ti utilizando tu nombre verdadero.

– No debe extrañarte, Anika, muchos yemeníes del norte estudiaron en la antigua Unión Soviética, es por ello que hablan un ruso bastante correcto, ya que debieron aprenderle para poder estudiar. Yemen del Norte, es un país de ideología comunista y musulmán, con gran tendencia fudamentalista -explicó Ilia.

– Haz que pase y prepara té con menta para dos-.

– Pase, Sr. Sahal, el Sr. Seramov le recibirá -dijo la secretaria a la vez que le abría la puerta al visitante.

Éste se levantó con harta parsimonia, se ajustó el pantalón en su cintura y entró.

– ¿A qué debo el motivo de su visita, Sr.Sahal? -le dijo Ilia mientras salía de detrás de su mesa y se acercaba a saludar al visitante-. Tome asiento, por favor -le dijo señalando una de las dos butacas que tenía frente a su mesa.

Ilia regresó a su silla al otro lado en el entretanto el yemení se sentaba con toda parsimonia en la butaca.

Se quedaron ambos mirándose unos segundos sin decir palabra, Ilia se dio cuenta de inmediato del origen de su contertulio, su aspecto físico y ademanes eran la mejor e inequívoca tarjeta de visita.

– Habla Vd. un ruso perfecto Sr.Sahal -dijo Ilia a modo de cortesía, ¿dónde lo aprendió?

– Mi padre fue cónsul de Yemen en Kerson, Ucrania, me crié allí y estudié luego en Moscú -repuso este, he aquí el secreto de mi buen dominio de su lengua.

– Le felicito, lo habla mejor que muchos rusos- ¿le apetece tomar un té con menta? -apuntó Ilia.

-Sí, gracias, ya sabe Vd. que casi ningún árabe le rechazará un buen té o café.

Al momento Anika entró portando en sus manos una bandeja con dos vasos y sendas ramitas de menta fresca además de una humeante tetera conteniendo el té, que posó sobre una pequeña mesita que había entre las dos butacas adjuntas a la mesa de su jefe.

Sirvió primeramente al visitante y acto seguido a Ilia, a continuación se fue discretamente a su mesa de trabajo en la otra pieza de la oficina dejando solos a los contertulios.

– Y bien -dijo Ilia mientras se servía un par de terrones de azúcar en su té.– ¿A qué debo el honor de su visita, Sr.Sahal?

Ali Sahal meditó unos instantes antes de responder, daba la sensación de estar algo así como si estuviera abstraído, se mesaba lentamente su espesa y corta barba, al fin dijo:

– ¿Sr. Seramov, podemos hablar con total confidencialidad? -me refiero a la ausencia de cámaras o micrófonos ocultos.

A Ilia le sorprendió un poco la pregunta de su interlocutor, pero seguidamente le respondió:

– Oh, por favor, llámeme Ilia -y debo asegurarle que en mi oficina puede estar Vd. totalmente tranquilo en lo que a seguridad se refiere, semanalmente peinamos la oficina con un detector electrónico.

– Me envían mis hermanos de Afaganistán, por darle una referencia, de hecho pertenecemos a un grupo, cada vez más numeroso, de mujaidines musulmanes ortodoxos, cuyo jefe ideológico es…. lo siento no estoy autorizado a desvelar su personalidad, pero sepa que el nombre clave asignado es el de Alfa-Omega. Estamos formando corpúsculos especialistas en gran parte de países de Europa y Norteamérica.

Usted hace unas semanas tuvo un encargo telefónico de uno de nuestros hermanos, para una determinada sustancia de alto poder contaminante, de hecho se desconoce todavía la capacidad letal de la misma, ¿es así?

– Pues sí -afirmó Ilia con cierta duda-. Pero disculpe, Sr.Sahal, no quisiera incomodarle, pero ¿cómo puedo comprobar cuanto me acaba de decir?

– Entiendo sus dudas y esperaba su comprobación, de hecho me hubiese sorprendido que no las hubiese planteado. Pero la comprobación es sencilla. Llame al teléfono que le facilitó el contacto cuando le efectuó el encargo, dígale simplemente el nombre clave de Alfa-Omega. Tenga, utilice mi teléfono celular -le alargó su teléfono e Ilia marcó el código de país y a continuación el número que le fue confiado en su día.

A la tercera llamada del timbre levantaron el auricular, una voz dijo:

– Dígame Sr. Ilia -a lo que correspondió con Alfa-Omega.

La voz le inquirió:

– ¿Está con usted el Sr.Sahal?

– Sí -afirmó Ilia.

– Entonces le confirmo que puede negociar con él, el "encargo" que le efectuamos a Vd. usted, hasta pronto.

Terminada la conferencia, Ilia devolvió el teléfono a Sahal y se relajó en su butaca, le dijo :

– Sr.Sahal, le supongo conocedor de la gran dificultad que supone obtener el producto que por el que ustedes se han interesado, de hecho ni tan siquiera ha sido totalmente experimentado por Rusia, y como es natural se desconoce su antídoto, posiblemente otras potencias extranjeras, todavía ignoren su existencia.

– Hemos efectuado una visita de inspección al lugar de Siberia donde se produce y se almacena. También hemos podido constatar toda la serie de dificultades existentes en el sistema de seguridad.

Hemos estudiado la logística del proyecto, sopesamos muy bien el CÓMO LLEGAR, CÓMO OBTENER y COMO SALIR de allí con el "producto" y entregarlo en el lugar que se determine en los EE.UU. -explicó Ilia.

– Por cuestiones de seguridad, no puedo ni debo explicarle detalles del proyecto, espero que lo entienda -prosiguió este.

– Me hago cargo y, no quiero saber más -repuso el árabe.

– Después de todo , estamos en grado de poder tomar la responsabilidad del "encargo" y la entrega del mismo en el lugar que nos indiquen -sin dejar de hablar Ilia añadió- el costo será sumamente alto, más de lo que en un principio habíamos intuido.

El árabe estuvo todo el tiempo callado y atento a la exposición de Ilia.

– Dígame el costo total que deberemos preparar -repuso secamente.

– Alrededor de unos mil millones de dólares americanos -contestó Ilia con la misma aspereza en que se había expresado anteriormente su interlocutor.

– Es una cifra bastante considerable señor -apostilló Sahal- deberé hablar mucho para convencer a los hermanos.

– Considere el alto índice de dificultad y peligrosidad, como ya le dije anteriormente, la inversión en material es sumamente alta, se deberá adquirir un avión y pagar a muchas personas por su silencio y cooperación. De todas maneras, no les obligamos a ejecutar el proyecto, deberán valorar si corren este riesgo, son libres de desistir.

  • Estaré dos días más en Madrid, hablaré con mis hermanos en Afaganistán y Arabia Saudita, mañana estaré en situación de poder ofrecerle una respuesta a su proyecto -a continuación se levantó de la butaca, estrechó la mano a Ilia y le dijo un lacónico:

– Hasta mañana.

Ilia lo acompañó hasta la puerta.

Capítulo XVº

El avión de Avianca tomó tierra en el aeropuerto internacional de Maiquetía Simón Bolívar de Caracas, todos los pasajeros tomaron en el bus que les desplazó a la terminal para retirar sus maletas.

Oleg Timorov, recogió la suya de la cinta transportadora, se le acercó un muchacho negrito ofreciendo sus servicio para llevar su maleta, le dio un dólar y este cargó con ella siguiendo a su propietario.

Fuera de la terminal tomó un taxi algo desvencijado indicándole al conductor la dirección del Hotel Hilton en el centro de la moderna Caracas. Se registró como Pierre Mouriel, comerciante import export, de Lille, Francia.

Desde su habitación llamó por teléfono a un broker de aviones usados. Quedó con este para la tarde, después del almuerzo.

Efectuó una frugal comida en el propio restaurante del hotel y luego se regaló una corta siesta, muy típica en los países latinos.

Un taxi del propio hotel, le llevó hasta unos hangares cercanos al aeropuerto, lo despidió frente a la oficina del broker. AEROCOMMERZ Co., rezaba un cartel a un lado del quicio de la puerta. Oleg empujó la cristalera y entró en una salita con varias sillas y una mesa con revistas de aviación y una linda señorita que tecleaba en un PC.

– Dígame, señor.

– Tengo cita con el Sr. Diego Farías, mi nombre es Mouriel, Pierre Mouriel.

La secretaria se levantó y abrió la puerta que tenía cerca e invitando al visitante a pasar.

Oleg vio, tras una mesa de oficina, a un hombrecito sudoroso de pelo desordenado que le caía por la frente, levantándose con cara sonriente y una ostentosa cojera al andar. Las paredes estaban llenas de fotografías de aviones comerciales, de todos los modelos y marcas del mercado. Un fuerte olor a café recién hecho predominaba en el ambiente.

Oleg, con un aceptable español, al que procuraba darle un ligero acento francés, preguntó:

– ¿Es usted el Sr. Farías?

– Sí, en efecto -repuso el hombrecillo-. Pase, por favor, y siéntese Monsieur Mouriel, ¿en qué le puedo serle útil?

– Unos amigos de Marsella me han recomendado a usted para poder satisfacer mi necesidad con discreción y garantía -le avanzó Oleg.

Farías esgrimió una sonrisa al mismo tiempo que bajaba sus párpados en sentido de complacencia, añadiendo acto seguido:

– Estoy a su disposición.

Oleg procuró ser lo más escueto posible, no quería desvelar excesivos detalles.

– En pocas semanas voy a tener la necesidad de adquirir un avión que reúna ciertas

características; tales como bimotor a turbina, amplia autonomía y capacidad para unos diez pasajeros.

– En estos momentos puedo ofrecerle varios aparatos que tengo localizados en el mercado de aviones usados-. Sacó algunas fotografías de una carpeta algo sobada y, las dispuso sobre la mesa para que su interlocutor las pudiera ver con detalle. Al pie de cada una de ellas, una etiqueta pegada describía la marca, modelo, potencia y año de construcción de cada una de ellos.

A Oleg le llamó la atención un modelo Sabre, tenía solo ocho años de construcción, capacidad para hasta doce pasajeros, bimotor.

– Sr.Farías, hábleme de este Sabre -había además otros modelos pertenecientes a Cessna, Lear Jet, entre otros.

– Tiene Vd. buen ojo, Monsieur, este es uno de los mejores de los que dispongo. Fue construido en el 94, por la Rockwell, en la fábrica de Bethany, Oklahoma y su único propietario fue hasta hace dos meses un conocido cantante de música pop. Únicamente no se ajusta a los standard de sus hermanos de construcción, ya que en su día al efectuar el encargo a los talleres de la Rockwell, se pidió que fueran añadidos unos depósitos supletorios para contener carburante con el fin de disponer de una mayor autonomía de vuelo.

– ¿De qué autonomía dispone? -preguntó Oleg.

– Once horas a una velocidad media de 800 km/h. Sus características le permiten poder utilizar pistas cortas, alrededor de unos 1.000 m. -informó el vendedor.

– ¿Dispone de los libros del aparato Sr.Farías? -me agradaría poder echarles un vistazo.

– O sí, ahora mismo se los muestro-. Se levantó y fue a un armario metálico que estaba a una lado de la habitación, lo abrió con la llave que llevaba en el llavero del bolsillo de su pantalón y sacó tres libros de cubiertas de plástico de color azul con el escudo en dorado de la Rockwell.

– Éste pertenece al fuselaje, y estos otros dos a cada uno de los motores -le dijo a Oleg en el entretanto le entregaba los tres. Los cogió para ojearlos. Pudo comprobar las horas de vuelo reales de cada turbina, y las revisiones de mantenimiento efectuadas y selladas. Estaban al día, al igual que el del libro que pertenecía al fuselaje.

– ¿Sería posible poder visitar el aparato? -preguntó Oleg.

– Naturalmente, lo tengo en el hangar 5, están precisamente efectuándole un mantenimiento en el sistema de frenado, sígame por favor Monsieur.

Tomaron un pequeño automóvil eléctrico, como los que se utilizan en los campos de golf y fueron hasta el hangar taller en el que estaba el aeroplano. De entre varios, se distinguía el Sabre sobre los demás, tenía una línea sumamente estilizada, muy bien estudiada para penetrar en las capas de aire ofreciendo la menor resistencia posible a este.

Un grupo de cuatro mecánicos estaba traba jando, substituían las multipastillas de los frenos de disco y revisaban todos los latiguillos y conexiones del sistema hidráulico que activaba las pinzas en el momento de frenado.

– Subamos abordo -sugirió Farías.

Utilizaron la propia escalerilla del avión, el estado del interior era impecable, los asientos estaban tapizados en cuero de color azul, todos ellos reclinables hasta 160º. La cabina de mandos, estaba completada con instrumentación superior a la estándar que se entregaba en origen con el aparato, especialmente con el ILS sistema de guía para la aproximación a la pista de aterrizaje.

La inspección realizada satisfizo ampliamente a Oleg, pensó que era el avión idóneo para Las necesidades del proyecto. Retornaron a la oficina en el mismo vehículo eléctrico.

– ¿Qué opinión le ha merecido el aparato, Sr.Mouriel? ¿Desea ver algún otro más? -preguntó Farías, cuando entraban en su despacho.

-Bien -respondió Oleg- francamente bien, no creo necesario ver ninguno más, veamos ahora si el precio que me da, puede ser asumido por mi sociedad -añadió.

– ¿Por cuanto tiempo piensan tener este avión, Sr. Mouriel? -.Este tipo de pregunta lo inquietó ligeramente.

– Todavía no sabemos, ¿porqué me lo pregunta? -le respondió Oleg, no sin cierto aire molesto, que Farías captó.

– O verá usted, Monsieur, es simplemente para hacerle un precio que contemple la recompra del aparto, es un contrato ventajoso por ambas partes. Su sociedad tiene a su disposición un excelente aparato y yo me aseguro la posibilidad de volver a tenerle disponible para la venta en cuanto decidan prescindir de él. Si a le parece, podemos fijar en este mismo momento el precio de recompra.

Eso tranquilizó a Oleg.

– Veamos, dígame en primer lugar el precio del avión.

– Un millón de dólares -respondió Farías.

– Y ¿el precio de recompra?

– Les deduciré doscientos cincuenta mil dólares por año, con un máximo de trescientas horas año voladas, a partir de aquí se deberá aplicar un baremo de deducciones en función del número de horas de vuelo que superen éstas. ¿Le parece bien?

– No sé, debo pensarlo.

Farías, hombre sumamente intuitivo, vio que la venta sería factible con un solo "empujoncito".

– ¿Me permite, Monsieur Mouriel, que lo invite a cenar y aprovechamos para terminar este negocio?-sugirió Farías.

– Perfecto -dijo Oleg- puede recogerme en el Hilton de Caracas alrededor de las 7 p.m.- Así lo haré, afirmó el vendedor.

Un empleado de Farías llevó en un vehículo pick-up a Oleg hasta la puerta de su hotel.

A su hora Farías recogió a su cliente en el lobby del hotel, fueron en su Ford Falcon del 70 hábilmente rehabilitado hasta un restaurante del barrio histórico caraqueño, muy cerquita de la vieja casa de Simón Bolívar. El ambiente reposado y acogedor del lugar y después de una exquisita cena, convidaba a cerrar el negocio que Farías tenía entre manos, con aquel francés entendido en aviones.

Al postre, y antes de pedir el café con los licores, Farías condujo la conversación, hasta entonces banal.

– ¿Le parece, Monsieur Mouriel, que reanudemos la conversación que aparcamos en mi oficina?

– Sí, ya tomé mi decisión al respecto -dijo Oleg. Vamos a firmar un precontrato de compra mañana, en el que se estipularán las condiciones que me ha propuesto hoy. ¿De acuerdo?

– O.K. -repuso Farías.

– Le voy a dejar una cantidad en concepto de reserva, el resto le será entregado desde mi banco en el momento de la entrega del avión. No vamos a necesitarle antes de unas tres semanas. Recibirá un mensaje de internet con la fecha y el lugar de entrega del aparato, certificó Oleg, pero es bastante probable que vengan dos pilotos de nuestra compañía a buscarlo.

Farías le preguntó a su invitado si prefería alguna marca de coñac en concreto, éste respondió que preferiría tomar un vodka. A Farías le sorprendió mucho que un francés, a la hora de tomar un licor, prefiriera un vodka a un Rêmy Martín o un Napoleón VSOP, pero no hizo comentario alguno al respecto.

Oleg se despidió de Farías en la puerta del Hilton y se marchó a la cama, no sin antes efectuar una llamada para informar de que ya tenía comprometido el avión.

Capítulo XVIº

Vitale despertó pronto, aquella mañana el día estaba brumoso, por no perder la costumbre, San Francisco saludaba, como la mayor parte de los días, con la niebla que entra por la bahía deslizándose silenciosamente sobre el agua hasta llegar a la ciudad, solo podía divisarse la parte más alta de los dos pilares del Golden Gate, acompañaban a la niebla, las sirenas de algunos buques que advertían de su presencia a otros navegantes.

Se asomó a la ventana de su habitación y solo pudo ver la niebla que envolvía la ciudad.

El día anterior había comprado algunas ropas usadas y algunos productos de cosmética. Entró en el baño y después de ducharse tomó un frasco pequeño que contenía tinte y procedió a aplicar su contenido en su pelo. Una hora después, su cabello y cejas eran completamente negros, a excepción de la zona de las sienes en las que abundaban algunos cabellos blancos. Su aspecto ahora era el de una persona de mayor edad.

Había comprado unas gafas sin graduar de montura gruesa de carey, se vistió con las ropas usadas que cubría con una gabardina, unas botas de suela gruesa que llevaba en su maleta y, un sombrero de ala baja. Estaba realmente desconocido.

Por rutinaria precaución, salió por una puerta de la lavandería del hotel, ya en la calle se fue andando hasta el Hard Rock Café.

El local estaba a bastante distancia de su hotel, por el camino compró un periódico local y unas revistas de automóviles.

Procuraba andar a un paso menos vivo y, mantenía la posición de su tronco ligeramente encorvado hacia delante con el fin de simular una edad superior.

Cerca del lugar de encuentro, se sentó en un banco público soleado a leer el periódico que había comprado, realmente no leía, observaba desde este lugar la fachada del Hard Rock Café y las gentes que entraban y salían del mismo.

Durante algo más de una hora todo discurrió normalmente, nada le hizo sospechar que algo estuviera fuera de lugar. Se levantó lentamente, puso el periódico y las revistas bajo uno de sus brazos y se acercó en dirección a la puerta del Hard Rock, empujó la cristalera de entrada y accedió al interior del local, allá arriba estaba colgado el Cadillac rojo, la puerta de acceso con dos enormes guitarras parecían montar guardia y, ya en su interior la barra del bar situada en el centro formando un círculo , eran el emblema de esa cadena mundial de cafeterías.

Era un ahora en que estaba bastante concurrido pero sin bullicio, se acercó a una mesa que todavía estaba por ocupar y le pidió a la muchacha que atendía aquella zona de mesas ,un sandwich de pollo con vegetal y una Coca Cola.

Abrió una de las revistas de automóviles que había adquirido y se puso a leerla no dejando de vigilar soslayadamente la puerta de acceso. Unos veinte minutos después notó que le tocaban con unos golpecitos la espalda, se giró y vio una cara sonriente de una muchacha que aparentaba unos treinta y cinco años, de piel sumamente blanca, unos grandes ojos oscuros embellecidos por largas y espesas pestañas y largo pelo azabache sumamente ondulado, que le pidió la hora. Vitale se la dio y ella en lugar de darle las gracias, le respondió con la palabra: Alfa. Vitale respondió de inmediato: Omega.

Vitale cambió de lugar, fue a sentarse en la silla que había libre junto a la mesa de ella.

– Casi no te reconozco -dijo ella.

– ¿Cómo? ¿Acaso me conocías? –preguntó éste.

– No personalmente, me mostraron una fotografía tuya en Teherán, antes de regresar.

– ¿Cómo te llamas? -dijo Vitale.

– ¿Y eso qué importa? -respondió la muchacha con cierto descaro, pero puedes llamarme Cora.

– ¿Eres americana? -preguntó Vitale.

– Sí y no -le contestó su interlocutora.

Vitale hizo una mueca con su cara en la que decía no comprender. La muchacha entendió y le explicó:

– Nací en Persia, en Teherán, a la edad de cinco años mis padres vinieron a residir a los EE.UU., eran los tiempos de cambios en mi país, el fundamentalista Ayatolá Jomeiny regresó de su destierro en París y, el movimiento fundamentalista derrocó al Sha.

Un día, hace ya algunos años, un iraní vino a nuestra casa y estuvo hablando con mi padre largo tiempo. Días después este me mandó a Teherán con mi hermano. Fuimos acogidos por una familia fundamentalista muy allegada a Jomeiny, nos enviaron a la universidad y nos iniciaron en el movimiento fundamentalista. Dos años después regresamos a los EE.UU. con unas convicciones sociales y religiosas muy distintas a las que nos llevamos, allí se nos abrió la Luz del Islam.

Mientras, mi padre se había preocupado de nacionalizarme americana, al igual que a mi hermano. En un cementerio de un pueblecito cercano a San Francisco, localizó la lápida de una niña enterrada que correspondería a mi edad, anotó el año de nacimiento y también el nombre y apellidos. Bajo este nombre solicitó un certificado de nacimiento que en pocos días obtuvo y con este documento y una fotografía mía, gestionó un pasaporte. Ahora soy americana, "auténticamente" americana.

– No me explico el motivo de que utilicéis para determinados "trabajos" a gente que no es de vuestro mundo -le dijo Vitale.

– Te lo explicaré. Nosotros, o mejor dicho, después de los atentados terroristas del 11 de septiembre, todo cuanto signifique, represente o guarde relación directa o indirecta con el mundo árabe o el islam, está bajo sospecha y, se somete a un sistemático y tenaz control de investigación por parte de los EE.UU. así como en muchos de los países de base cristiana aliados. Solo basta observar el exhaustivo control aduanero existente para entrar en el país, o la gran cantidad de detenciones de presuntos terrorista y colaboradores de Al Qaeda ordenadas por un juez en España llamado Garzón, al igual que en el resto de la U.E.

Por este motivo debemos recurrir, en determinadas ocasiones a contratar profesionales muy preparados para ejecutar determinados proyectos, fuera del ámbito del Islam.

Vitale escuchaba a su interlocutora con suma atención, no sin dejar de observar a la gente que cada vez llenaba más el local en que se hallaban.

– Entiendo -repuso- nosotros pasamos más desapercibidos.

– Y tú ¿qué haces? -le preguntó Vitale.

– Soy lo que le llamamos una célula dormida, estamos en muchos países, pero desconocemos absolutamente dónde está cada una de ellas, nos "despertamos" cuando lo necesita la causa y nos lo requieren. Doy clases en la universidad de Berkley de Lengua Inglesa.

Mientras ambos se enfrascaban en una conversación de mutuo conocimiento, en otro lugar de la ciudad, dos individuos estaban intentando localizar su "objetivo". Vitale había cambiado sus ropas y no estaba utilizando su Mustang, luego no era posible su localización a través de las ondas herzianas, tampoco le habían visto salir del Hotel.

Uno de los hombres se fue a la puerta de la habitación de Vitale y llamó con los nudillos en ella, nadie respondió, con una ganzúa abrió la cerradura y entró sigilosamente en la pieza. Comprobó que se hallaba vacía y se aplicó en instalar una diminuta cámara de televisión en una de las esquinas del techo de la habitación, entre unos adornos de escayola del techo ayudándose con una silla, era un ingenio algo más diminuto que un botón de chaqueta que se activaba simplemente con la luz.

Capítulo XVIIº

El yemení Ali Sahal salió del hotel Los Condes en la calle de Los Libreros, bajó el corto tramo de la misma hasta llegar a la Gran Vía, cruzó esta hasta llegar a Callao y anduvo hasta la mitad de la calle Jacometrezo, antes de entrar por la puerta del edificio donde se hallaba la oficina de Ilia, casi chocó con él, que salía en aquellos momentos para desayunar.

– Hola Sr. Sahal -exclamó con sorpresa, ¿me acompaña a desayunar? -eran alrededor de las nueve y media de la mañana.

– Le aceptaré un café bien cargado, estoy todavía medio dormido, anoche fui a dormir muy tarde -anduvieron hasta la Gran Vía y se metieron en una cafetería, de las muchas que allí habían, estaba aquella hora a rebosar, pero Ilia tenía allí un amigo camarero que le atendió con prontitud. Pidió un chocolate con porras y un café largo bien cargado en vaso de cristal.

Cogieron el servicio y fueron a sentarse a una mesa cercana. La barra del bar estaba sumamente ocupada por todos los clientes que aquella hora punta abandonaban sus puestos de trabajo para ir a desayunar, era un ritual madrileño ineludible, formaba parte de la clase burocrática de la ciudad, algo tan característico y típico como al mediodía tomarse unos vinitos antes de ir a casa para almorzar.

– Sr.Ilia -dijo Sahal- he hablado con mis hermanos en Yemen, les he expuesto, resumido, todo cuanto me explicó del proyecto, ven muy difícil llegar a un acuerdo debido a que en estos momentos no disponen de la cifra que Vd. me habló. Pero voy a estar mañana con ellos en Sanna para ver el modo de arreglarlo, hay otros hermanos en otros países que pueden darnos soporte.

– Podemos esperar, pero no por demasiado tiempo, no podemos dejar que venga el invierno, ello imposibilitaría totalmente nuestra acción en el lugar -repuso Ilia.

– Si lo puedo arreglar, ¿estaría dispuesto a desplazarse a Sanná?

– Naturalmente, siempre que cuide de que al llegar allí me faciliten la entrada al país.

– Le aguardaré al pie de su avión y al terminar lo acompañaré al avión de retorno.

– Entonces, de acuerdo, ¿cómo voy a saber cuando es necesario ir?

– Le enviaré un correo electrónico con las palabras: Alfa/Omega -aseveró Sahal- le servirá de aviso, deberá responderme dando simplemente el número de vuelo y hora de llegada.

– De acuerdo -repuso Ilia.

Se dieron la mano a modo de sellar un pacto. Fueron al garaje donde guardaba su coche Ilia, pasaron por el Hotel de Sahal en la calle de Los Libreros, a recoger sus pertenencias luego le dejo en la puerta de salidas internacionales del aeropuerto de Barajas.

Ilia a su regreso llamó a Moscú e informó a su compañero.

Capítulo XVIIIº

Al Pentágono llegaban todos los días comunicados muy variados, la mayor parte de ellos no tenían interés alguno para el equipo de investigación y análisis especial que se había formado.

Una señorita al cuidado de los terminales de teletipos y ordenadores, les ponía sobre la mesa inmediatamente a su recepción, todos los mensajes que llegaban por cualquiera de los medios. Luego eran analizados con sumo cuidado.

Uno de ellos les provocó más interés que el resto. Procedía del MOSAD, de la oficina central en Tel Aviv, advertía de la posibilidad de la aparición de un hombre extranjero de procedencia desconocida, que podía estar en la ciudad de NY y que se creía había asesinado a un agente de su organización. El agente asesinado se había infiltrado en una organización proterrorista islámica. Hasta el momento en que se produjo el silencio del agente israelita, éste había informado que al parecer se estaba gestando alguna acción terrorista de mayor trascendencia que la acaecida el 11S, posiblemente en territorio de los EE.UU. y otros países aliados, entre ellos Inglaterra, España, Australia y la propia Israel.

Al detective Cartucci le entregaron la nota recibida del Mosad, la leyó más de dos veces con gran concentración, su conclusión personal fue que el hombre asesinado en NY que se citaba en el informe, podía tratarse del mismo que la policía metropolitana estaba investigando. Tomó el teléfono y llamó a su superior en la policía, el capitán O´Maley.

– Capitán -dijo a modo de saludo –. Voy a enviarle ahora mismo, vía fax, una nota que hemos recibido en el Pentágono procedente del Mosad israelí. Le agradecería que la leyera detenidamente y una vez haya sopesada la información contenida llámeme, creo desvela algunas incógnitas.

– Bien, envíela, voy a estar junto al fax para recogerla personalmente y le llamo una vez la haya leído-. Colgó con un hasta luego.

O´Maley, tuvo la misma impresión, se trataba del mismo individuo. Llamó a Cartucci.

– Cartucci, he leído la información que me envió, tengo la corazonada de que podría tratarse trata del mismo individuo que hallamos asesinado en la acera de la calle 3ª frente al Nevada Samith Bar.

– Pienso lo mismo -dijo Cartucci.

– Pidan desde el Pentágono a Tel Aviv, la descripción, fotografías y huellas dactilares de su agente asesinado y contrastaremos con lo que nosotros tenemos del cadáver de la 3ª y si fuera necesario el ADN del mismo.

– Voy a pedirlo de inmediato, le tendré informado al respecto tan pronto nos respondan, hasta luego, capitán.

– Hasta luego-.

Cartucci fue a la oficina del General, estaba en aquel momento ocupado con la visita de un congresista. Se entretuvo unos minutos charlando con la secretaria y un comandante ayudante que habían en la antesala.

Alrededor de media hora más tarde, el propio general abría la puerta de su despacho acompañando a su visitante, hizo un movimiento de cabeza, a modo de saludo dirigido a Cartucci, acompañó al congresista hasta el pasillo de salida y regresó con paso vivo.

– Acompáñeme, Cartucci, entre en mi despacho, quería hablar con usted.

Ambos entraron al vasto despacho del militar.

– Tome asiento y dígame ¿leyó la nota que nos llegó del Mosad a través de Langly?

– Sí, mi General -repuso el policía, es por ello que venía a visitarle , mi capitán y yo coincidimos en la posibilidad de que el cadáver que hallamos en las aceras de NY, sea el agente del Mosad que indica la nota.

– Estoy con ustedes -respondió el militar– voy a pedir de inmediato y por vía oficial, todos los datos correspondientes al agente que Tel Aviv menciona haber perdido, de ese modo tendremos la oportunidad de confrontar los datos que el Mosad nos facilite con los obtenidos por la policía de NY del cadáver de la calle 3ª-.

  • Creo, detective Cartucci, que estamos al borde de descubrir algo de vital importancia para el país, si la confrontación de datos resulta positiva, este cadáver será el inicio de la investigación. ¡¡Comandante!! -casi gritó el general solicitando a su ayudante. Éste entró con prontitud al despacho de su superior.

– A la orden, mi general.

– Envíe con carácter urgente un mensaje a las oficinas principales del Mosad en Tel Aviv y simultáneamente al departamento de extranjero de la CIA, en el que se solicitan todos los datos referentes al agente que dicen haber perdido, díganles que nosotros tenemos en NY un cadáver sin identificar y que, según nuestra opinión, podría tratarse del mismo individuo. Tráigame después de haberlos ejecutado una copia de ambos. Gracias.

– A sus órdenes -dijo el comandante ayudante- en un instante será emitidas vía correo electrónico.

Se fue a paso muy vivo por los largos pasillos de aquel ala del Pentágono, Cartucci se despidió del General con un, hasta luego Señor.

Capítulo XIXº

El mercenario Vitale, estuvo todavía casi una hora hablando con la "célula" Cora, en el Hard Rock Café. Invitó a ésta a pasar por

su hotel y cenar en el restaurante de la primera planta. Le atraía enormemente la muchacha, tenía una esbelta y bien proporcionada figura y, aquel pelo negro azabache ondulado le excitaba todavía más.

Jamás tuvo la oportunidad de tener contactos con una mujer de su etnia, siempre había mantenido amoríos con muchachas de origen eslavo, esta condición hacía que su interés por ella fuera todavía mayor.

– Vitale, si pretendes intimar conmigo, ahórrate el esfuerzo, no soy de ésas- respondió de manera tajante ella.

-Éste se quedó algo cortado, pero a sus cuarenta y tres años había sobrevivido a situaciones mucho más comprometidas.

– Eso a que te refieres, querida Señorita, no dependerá de mí, jamás intento forzar situaciones. Solo estoy intentando ser amable contigo por el momento -dijo Vitale con una ligera sonrisa sarcástica en sus labios.

– Acepto tu invitación -repuso ella- vámonos ya.

Salieron ambos del local, la tarde estaba tendiendo ya el manto de la oscuridad sobre San Francisco y la temperatura bajaba aún más rápidamente, se hacía notar más su presencia gracias a la brisa que entraba desde el Atlántico. Tomaron una calle que daba frente del Pier 39, hacía cuesta arriba, se lo tomaron con tranquilidad. Pasaron por delante del Mustang aparcado de Vitale, éste, sin decir nada, le echó un vistazo de reojo, todo seguía igual a cuando lo había estacionado. Por el camino fueron hablando de cosas sin demasiada importancia, Vitale habló sobre su niñez en Ukrania y luego su juventud en Moscú.

Sin apenas darse cuenta llegaron a la puerta del hotel en el que se alojaba Vitale, en Union Square, pararon de andar en la misma puerta giratoria, ella entró en primer lugar seguida de Vitale, un hombre leía un ejemplar de Play Boy en el amplio lobby junto a la cafetería, sacó de un bolsillo un teléfono celular y marcó un número.

–Tenemos aquí a nuestro objetivo, baja a relevarme.

Entraron en el restaurante y pidieron mesa para dos. Fue una cena deliciosa, Cora no había bebido nunca champagne, le había hecho bastante efecto las tres copas que tomó, a Vitale mucho menos, estaba más habituado, hizo que le cargaran a su cuenta el importe de la cena, cogió de una mano a su compañera y se fueron andando en dirección a los ascensores.

Entraron en la habitación de Vitale, el suelo estaba totalmente cubierto con una moqueta gruesa de color beige que amortiguaba el ruido de los pasos. Vitale acompañó a la muchacha hasta el baño, llevaba la intención de que se diera un baño para que se despejara un poco. Repentinamente Cora cambió totalmente su actitud, abrió los ojos y puso su dedo índice sobre sus labios, en señal de silencio.

Vitale quedó sorprendido ante esa imprevista reacción. La muchacha no parecía en absoluto mareada como creía Vitale. Esta cerró la puerta del baño, se acercó al oído del sorprendido compañero diciéndole:

– Creo que alguien nos está vigilando.

– Vitale enmudeció, se atrevió a preguntarle, en un susurro, en qué se basaba -. dijo:

– Durante toda la cena he estado viendo un hombre que leía todo el tiempo la misma revista y no quitaba ojo de nuestra mesa, estaba allí sentado desde que llegamos al hotel, únicamente a cambiado un personaje por otro, pero el que ahora estaba, seguía leyendo la misma revista de Play Boy que el anterior. Debemos ir con sumo cuidado, es posible que hayan micrófonos o cámaras escondidos por la habitación -dijo Cora. A todo ello Vitale abrió el grifo de la bañera para que el ruido del agua amortiguara la conversación.

– Vamos a simular que nos duchamos, luego iremos a echarnos sobre la cama y desde allí observaremos todos los rincones de la habitación para ver si podemos descubrir alguna cámara o micrófono. Vamos allá -dijo, se mojaron el pelo, se quitaron sus ropas excepto la interior y se envolvieron cada uno en una toalla de baño. Hablando con toda naturalidad salieron del baño, se tumbaron sobre la cama y siguieron fingiendo que mantenían una conversación banal y amorosa, en el entretanto fotografiaban con sus ojos cada centímetro de las paredes de la habitación.

Vitale observó algo como un punto brillante en una esquina superior de una de las paredes, junto casi al techo, entre los pliegues de unos adornos de la pared, al mismo tiempo que Cora desmontaba disimuladamente parte del teléfono de la mesita de noche para comprobar la posibilidad de un micrófono oculto. Vitale se levantó y se vistió, en el entretanto Cora efectuaba lo mismo en el interior del baño.

– Creo haber visto algo anormal en el techo, en una de las esquinas -dijo Vitale al oído de Cora, vamos a salir de la habitación, apagaré la luz y yo me voy a quedar dentro a oscuras para acercarme al lugar dónde me ha parecido ver "algo", tu baja hasta el lobby y comprueba si el individuo sigue allí.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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