Vitale, volvió a entrar a la habitación, esta vez no prendió la luz. Con sumo cuidado giró a su derecha, tropezó con una silla la cogió por el respaldo y la arrastró suavemente hasta la esquina que deseaba examinar. Llegado al lugar ayudado por el tanteo de una de sus manos, colocó la misma arrimada en la conjunción de la dos paredes y el techo, se subió a ella y con las yemas de los dedos fue palpando los pliegues del rincón, de repente sus dedos palparon algo diminuto y frío, al parecer metálico. No quiso tocar más aquel objeto, estaba seguro que por su forma era una diminuta cámara de vídeo que debía estimularse con la luz de la habitación, se bajó de la silla, la regresó a su lugar y salió de la habitación sin hacer el menor ruido.
Bajó al lobby y no pudo ver a Cora, luego fue a la cafetería, estaba allí, sentada en un alto taburete de la barra del bar tomando una tacita de café. No vio en ningún momento al hombre que les pareció que les estaba observando
– Dime, ¿has visto al hombre? -preguntó Vitale.
– No, cuando llegué había desaparecido -repuso Cora.
– Bien, ahora sabemos con absoluta certeza que nos vigilan, o me vigilan -dijo Vitale-. Pero, me pregunto ¿cómo saben de mí?, ¿cómo me han localizado a pesar de la estricta cautela con que estoy operando? Y a pesar de la variedad de cambios de hotel y de personalidad que he adoptado, me han localizado. No acierto en comprenderlo.
– Salgamos del hotel, separémonos para poder pensar qué debemos hacer ante esa situación, mañana nos vemos en uno de los cines que hay cercano al Pier 39, podría ser el que ponen una película de G. Clooney, estaré sentado en la última fila de la derecha ¿OK?
– De acuerdo -respondió la muchacha, allá nos veremos.
Vitale se marchó calle abajo, no sabía qué hacer, su cerebro pensaba y analizaba múltiples posibilidades que se le ocurrían, de vez en cuanto efectuaba un giro sobre sí mismo con rapidez para comprobar si le estaban siguiendo, solo pudo ver automóviles circulando por la calzada, en a acera solo personas que iban a sus cosas, ninguna de ellas con actitud que llamara particularmente su atención.
Cora se subió a uno de los tranvías que trepaba calle arriba, tirado por un grueso cable de acero por una de las empinadas calles, se situó de pié sobre el largo escalón lateral del vehículo, agarrada a una de las barras de acero verticales del estribo.
De pronto se situó un hombre a su lado, casi rozándola, a pesar de que había espacio suficiente. El hombre la miró fijamente a los ojos y se dirigió a ella:
-¿Señorita Raziz, si no me equivoco?-. A la muchacha se le heló la sangre, aquel individuo la había llamado por el verdadero apellido paterno y la estaba hablando en Farsi o lengua hablada en Persia. Era uno de los hombres que había visto en el hotel leyendo el Play Boy.
– No sabía qué responder ni qué hacer, todos sus músculos estaban agarrotados, la embargaba una sensación de pánico, jamás se había encontrado en una situación semejante. Intentó sobreponerse y respondió, con todo el aplomo que le era posible en aquel momento:
– ¿Qué desea ?
– Hablar con usted, simplemente, mi compañero y yo estamos al cargo y cuidado del mercenario con el que ha estado hoy cenando, él no sabe nada de ello, nos han ordenando comprobar que cumple con todo lo que se le ha encargado y durante el tiempo que dure su misión protegerle de intrusos. En NY casi tuvimos que eliminar a un intruso agente judío que se le acercó demasiado, pero el se nos anticipó. Usted únicamente se limitará a transmitirle cierta información que nosotros le daremos y, ganarse su confianza hasta el final.
– Y luego ¿qué harán ustedes con él?
– Recibiremos instrucciones desde donde ya sabe. Desconocemos el contenido del proyecto pero debe ser de mucha importancia por las severidad de las instrucciones recibidas y de quién vienen. Ya conocemos la dirección de su apartamento, en su buzón le iremos dejándole notas con las instrucciones a seguir.
– Pero este hombre ha comprobado que hay una diminuta cámara de vídeo en su dormitorio -dijo Cora.
– No se preocupe, mi compañero está en estos momentos sustituyendo la cámara por un objeto de las mismas medidas, pero que nada tiene que ver con una cámara, como él no la ha visto con luz, sino que solo la ha palpado, le pondrá un diminuto objeto similar, ciego.
– Evite verle con demasiada frecuencia y no le hable en absoluto de su autentica actividad, dígale simplemente que es el enlace entre usted y los que le contrataron. Nada referente a mi compañero y yo, bajo ningún concepto lo descubra. ¿Ha entendido? -dijo el hombre con una mirada que daba escalofríos.
Cora asintió con la cabeza, estaba literalmente aterrada, el hombre que la hablaba lucía una llamativa cicatriz a lo largo de su maxilar inferior derecho y a pesar de que llevaba una rala barba no lograba disimularla en exceso, le destacaba perfectamente y le torcía ligeramente el rictus de sus labios lo que le daba un aspecto muy desagradable y repulsivo, la palabra sería siniestro.
Cora se apartó y saltó del tranvía en un momento en que este trepaba calle arriba lentamente, el hombre se quedó en el vehículo e hizo un gesto con la mano.
Temblorosa y preocupada se fue a su apartamento en un taxi.
Vitale había regresado al hotel, ya en el lobby, no vio a nadie que pudiera llamarle la atención, cruzó el lobby y se acercó al mostrador de recepción para pedir la llave de su habitación. Tomó el ascensor hasta el piso cuarto, se asomó para ver si había alguien en el pasillo, nadie.
Entró en su habitación con cierta cautela, pensó en arrancar aquel ingenio del techo que le espiaba, asió una silla y la arrimó en el rincón donde estaba "aquello", después de subirse a la silla metió su dedo índice en la esquina del pliegue e hizo saltar el artilugio que cayó al suelo de la habitación amortiguando el impacto la gruesa moqueta.
Se agachó para buscar el objeto y lo halló junto a la pata de la cama, lo cogió cuidadosamente con su pulgar e índice y se puso a inspeccionarlo. No era una microcámara como había pensado inicialmente, tenía la forma cilíndrica de un diminuto estuche vacío, ante la evidencia, pensó que quizás se había dejado llevar por el exceso de celo de Cora.
Cogió el teléfono de la mesita de noche y marcó el número que la muchacha le había dado.
– ¿Hello? -dijo una voz femenina.
– ¿Cora?
– Sí, dime ¿eres Vitale, no? -había cierto tono de precaución en la voz de ella.
– Sí -, afirmó este –. Oye -siguió-, el objeto que creíamos que era una cámara escondida en mi habitación, no era tal, a mi regreso lo he sacado del lugar dónde se hallaba y he podido comprobar que se trataba de una diminuta cajita cilíndrica de acero, la he abierto y está totalmente vacía, lo que no acabo de explicarme el porqué de aquel objeto allí y quién lo puso. Te volveré a llamar más tarde, debo meditar en ello, hasta luego -y colgó sin aguardar respuesta.
Se tumbó sobre la cama y comenzó a reconstruir en su mente todo lo acaecido durante aquel día, los hombres que Cora dijo que les vigilaban y, que él no había visto, podía haber sido una impresión errónea de ella, pero aquel objeto, que en una primera impresión le había parecido a una microcámara al tacto, y que después pudo comprobar no era, no se le iba de la cabeza. No creía en las casualidades, eso le habían enseñado en la Stasi. Poco después se quedó dormido.
Capítulo XXº
Un sol de justicia caía perpendicular sobre el aeropuerto de Sanaa, Ilia había tenido la precaución de llevarse unas gafas de sol con cristales polarizados oscuros, sus ojos tan claros, de aspecto casi albino, no hubiesen podido resistir aquel exceso de luz. Vestía ropas de lino de color claro que la tarde anterior había adquirido en Galerías Preciados de Madrid, le acompañaba una pequeña bolsa de cuero beige conteniendo lo indispensable para pasar una noche en un hotel.
Al pie de la escalerilla del avión se hallaba Ali Sahal, acompañado de otros dos hombres vestidos a la usanza árabe, uno de ellos tocaba su cabeza con una especie de tela enrollada a modo de turbante tuareg, cubría la parte alta de su cabeza, una abundante, larga y descuidaba barba que evitaba distinguir sus facciones, de mediana estatura y ligeramente barrigón, vestía el clásico atuendo blanco árabe hasta los pies, en su mano derecha llevaba una especie de rosario de gruesas cuentas que hacía girar con cierta frecuencia pasando de una en una.
El otro individuo iba también vestido a la usanza, sin embargo llevaba como tocado, tal como los sauditas y los habitantes del Golfo tiene tradición; un pañuelo de seda con un cordón con cuatro nudos, colocado a la altura de la frente y que abarca todo el perímetro de la misma. De complexión delgada, ascética se diría, alto, con grueso y poblado bigote negro, ojos notablemente hundidos en sendas cavidades craneales y nariz ligeramente afilada y curva, le daban el aspecto de un halcón de caza.
Su anfitrión, que vestía a la europea, le hizo un ademán mientras aguardaba que descendiera por la escalerilla, se estrecharon la mano y los otros dos individuos le saludaron al modo tradicional árabe dándole un beso en cada mejilla.
Se marcharon los cuatro caminando en dirección al departamento de inmigración de la terminal aérea, allí uno de los acompañantes de Ali, el más bajito, se dirigió a un individuo vestido con uniforme militar de mediana graduación, se trataba del jefe de la oficina de inmigración del aeropuerto. Conversaron un par de minutos y regresó con una hoja de papel escrita en árabe y varios sellos de color rojo. Era un permiso transitorio para poder entrar en el país por una estancia máxima de dos días. Era un modo de no tener que sellar su pasaporte y jamás podría demostrarse que había estado en Yemen.
A la salida del edificio de la terminal les aguardaba una limusina Mercedes Benz de color negro de cristales tintados de oscuro y un chofer del mismo color, de pie en una de sus puertas. En pocos minutos el automóvil había dejado atrás el aeropuerto y se adentraba por la ciudad por una amplia y moderna avenida, el aire acondicionado del vehículo les protegía del sofocante y seco calor del exterior, probablemente se sobrepasaban los 40ºC en la sombra. La capital del país, Sanaa, estaba experimentando un inusitado desarrollo social, en 1962 contaba con unos 50.000 habitantes y el núcleo urbano se circunscribía en el interior de sus murallas, en la actualidad se aproxima al millón.
Pasaron por el hotel en el que le habían efectuado reserva de una habitación por una sola noche, luego en el mismo automóvil fueron hasta el casco histórico de la ciudad atravesando la muralla por la vieja y bella entrada principal, allí las calles eran más estrechas y algo menos calurosas. Pararon ante el portalón de una casa de dos plantas de fachada totalmente blanca, el chofer hizo sonar el claxon un par de veces cortas, de
inmediato se abrió el portalón de madera trabajada de dos hojas y, el automóvil entró hasta llegar a un patio interior del edificio.
El conductor bajó rápidamente y abrió una de las puertas para que descendieran sus ocupantes. Ilia, al bajar, pudo ver a través de la escotadura de la chaqueta del chofer la culata de una pistola de grueso calibre que le asomaba, pensó "se trata de algo más que un chofer".
El patio en el que estacionaron el automóvil tenía forma cuadrada, estaba rodeado de finas columnas de mármol de color marfil a modo de soportales, desde abajo se observaba en el primer piso, un pasillo que circundaba todo el contorno del patio con bastantes puertas que accedían al mismo. Unas altas y viejas palmeras le lo dotaban de una buena zona de sombra que con la fuentecilla que se hallaba en el mismo centro del patio daba una total sensación de frescor, acompañaba todo ello unas gruesas macetas situadas en cada una de las esquinas con matas de albahaca que desprendían un grato y exótico aroma al pasar cerca de ellas.
El personal del servicio salió a recibirles y acompañarles hasta llegar a la estancia principal, un amplio salón decorado con bellas cerámicas en sus paredes con citas del Corán, el suelo de la gran sala estaba totalmente cubierto por alfombras de origen persa, se descalzaron y cruzaron la estancia hasta llegar a una de las paredes laterales en las que habían un sinfín de cojines de todas formas, dimensiones y colores. Tomaron asiento y de inmediato fueron obsequiados por el servicio, con refrescantes bebidas caseras con base de limón, azúcar y pedacitos de hielo, que agradecieron.
A los pocos minutos apareció por el dintel de una de las puertas con arco de herradura, varios individuos ataviados a usanza árabe, todos ello tocados con aquella especie de turbante, eran de color azul, llevaban como complemento a su atavío la clásica Jambiya, símbolo nacional de masculinidad. La jambiya era un cuchillo o daga curva, provisto de una artística funda que se llevaba sujeto por una faja en la cintura. Entre ellos destacaba un hombre de aspecto majestuoso que predecía a todos los demás, le distinguía una afilada barbita con un cuidado bigote negro, los que le seguían lo efectuaban con cierto gesto de respeto, Ilia interpretó de inmediato que era quien mandaba.
Dejaron las bebidas sobre las mesitas auxiliares que tenían a su alcance y se levantaron para saludar al personaje.
Ali Sahal, se adelantó y besó las mejillas del notable con reverencia y respeto y en la mano que éste le tendió. Luego se dio medio giro e invitó a Ilia a adelantarse para ser presentado.
– Ilia, acérquese, permítame que le presente al Jeque Issam Al-Zaim-. Ilia se acercó e izo una mediocre reverencia al personaje, éste le tendió la mano para estrecharla con la suya y, en un más que correcto inglés le saludó dándole la bienvenida al país y a su casa. Ilia le mostró su agradecimiento, añadiendo que conocía la tradicional y proverbial hospitalidad árabe.
Se sentaron sobre los cojines de la estancia, Ali Sahal e Ilia, lo efectuaron junto al Jeque Issam, el resto de personajes lo hizo en forma de círculo, el servicio sirvió ahora té con menta y una bandeja conteniendo qad para masticar, masticar esta hierba era en Yemen todo un ritual social de las buenas maneras, se trataba de una herbácea que además de procurar frescor en la boca, al ser masticado blanqueaba la dentadura.
Ali Sahal actuaba como interprete entre los componentes del consejo y el propio Ilia. La conversación discurrió en árabe y ruso.
Ilia, expuso con precisión todas las dificultades que entrañaba el encargo que aquellos hombres le habían efectuado unas semanas atrás, obvió algunos detalles, que por seguridad propia no quería desvelar. Desde sus viajes a la ciudad en la que se hallaba el producto requerido, el control que las autoridades locales ejercían a los visitantes, las barreras de seguridad a sortear, las dificultades para salir después de allí y desplazarse a otro país antes de que cundiera la alarma y la adquisición de un avión para poder salir de la influencia de territorio ruso con el menor tiempo posible.
– Les sugiero que piensen con toda la profundidad posible el riesgo que para mi equipo humano representa y no olviden el peligro y la responsabilidad que supone el manejo del producto motivo del proyecto -acabó diciendo Ilia.
La exposición de Ilia duró algo más de media hora, al término de la misma, el Jeque Issam Al-Zaim miró a todos sus acompañantes e hizo un movimiento de asentimiento con la cabeza. Se levantó al igual que efectuaron el resto de asistentes y, dirigiéndose a su huésped le conminó a seguirle hasta una sala que era el lugar donde se celebraban las fiestas y comidas. Una larga y espléndida mesa estaba situada en el centro de la sala, la mesa no medía más de 40 cm. de altura, la superficie de la misma estaba barnizada y contenía una gran cantidad de incrustaciones de marfil y nácar formando bellos dibujos. Se sentaron todos en el suelo alrededor de la misma.
Una notable cantidad de platos que contenían gran diversidad de de alimentos, fueron ofrecidos por los sirvientes, no podían faltar los platos que contenían frutos secos, tales como dátiles maduros, higos secos, piñones, pasas, etc. muy propios del mundo árabe.
Después de tomar el café al estilo libanés, reanudaron la conversación.
En esta ocasión tomó la palabra el Jeque Issam.
– Sr. Ilia, hemos escuchado con sumo interés la exposición que nos ha hecho del desarrollo del proyecto, de sus dificultades que no ignorábamos, antes de esta reunión he consultado a nuestros hermanos de otros países del Islam, han asentido en colaborar en la financiación del proyecto. Este es sumamente ambicioso, tanto como arriesgado y costoso.
Estamos de acuerdo en pagarles el importe que nos han dicho, pero le propongo efectuar el pago del mismo del siguiente modo: tan pronto nos confirmen su disposición, les transferiremos la mitad a la cuenta bancaria que nos indiquen, el resto en el mismo instante que la entrega del producto sea efectuada en el país de destino y a la persona que en su momento ya les informaremos, en ese caso la entrega será en los EE.UU. -finalizó el Jeque.
Ilia, escribió en un papel, el número de cuenta bancaria, la entidad y el país e hizo entrega del mismo al Jeque. Añadió verbalmente:
– Tan pronto nosotros hayamos coordinado todas las acciones a llevar a cabo, les daremos nuestra conformidad, enviándoles un correo electrónico que simplemente dirá: "Alfa-Omega O.K." -. Añadió- Tan pronto el producto obre en nuestro poder, les enviaremos otro correo con el mismo contenido que el anterior y al que solamente le añadiremos el dígito 2. A partir de aquel momento ustedes deberán respondernos, en la clave cifrada, que el Sr.Sahal ya conoce, el lugar y la persona que se hará cargo de la entrega.
Después de sostener una conversación sin demasiada trascendencia Ilia se disculpó con los presentes y pidió que le acompañaran al hotel, manifestó que debía cerrar un billete de avión para Moscú y descansar.
Ali Sahal y el chofer lo acompañaron en la limusina hasta el hotel. Sahal se ofreció a llevarle al aeropuerto y le dio un teléfono de Sanaa para que en cuanto supiera la hora del vuelo le llamara para enviarle el automóvil. Ilia aceptó con agrado y se despidió del mismo en el mostrador de recepción después de comprobar la reserva de su habitación.
Desde su habitación llamó a la agencia de viajes de su camarada Kutnesov en Moscú.
Marcó el código internacional de Rusia, el prefijo de Moscú y seguidamente el número de la agencia.
– El Sr.Kutnesov, por favor -le dijo a la empleada que atendió el teléfono.
– Le paso.
– Camarada -dijo éste- dime, dime, ¿ cómo te ha ido el viaje?
– Todo O.K., hemos llegado a un acuerdo total, ya te contaré, resérvame un vuelo desde Sanaa a Moscú para mañana por la tarde, ¿quién tienes de corresponsal en esa ciudad para pasar a buscar el billete? -dijo Ilia.
– No te preocupes, dime en qué hotel te hospedas y en un par de horas te lo dejarán en un sobre a tu nombre en la recepción. Yo voy a estar en el aeropuerto para recogerte.
Ilia le dio el nombre del hotel y luego se despidieron.
A continuación llamó a Ali Sahal, cuando lo tuvo al aparato le preguntó sobre la posibilidad de aterrizar en el aeropuerto de Sanaa con el avión que transportarían el K28. Éste le respondió que muy probablemente no habría inconveniente pero que al día siguiente cuando le acompañara al aeropuerto le acabaría de confirmar la posibilidad.
Capítulo XXIº
A la circunstancial oficina del Pentágono llegó un nuevo comunicado de la oficina central del Mosad israelita.
Decía así: "Nos consta la existencia de un individuo mercenario, financiado por un movimiento terrorista islámico, posiblemente perteneciente a O. Bin Laden, se halla en territorio americano, con paradero desconocido, con toda probabilidad preparando alguna misión terrorista importante".
El equipo al mando del General Stevenson, se reunió precipitadamente para deliberar al respecto. Un teniente de navío leyó en voz alta el comunicado a los asistentes.
El oficial del F.B.I. tomó un teléfono que había sobre la mesa de reuniones de la sala y llamó a la central, en el entretanto sonaba el timbre del número marcado, dijo:
– Con su permiso, General, estoy llamando a mi jefe en la oficina central -éste asintió cerrando lentamente los párpados.
– Hola Sally, pásame con el Jefe.
Unos segundos después lo tuvo al aparato.
– Hola, Mastrangelo -dijo éste- ¿cómo van las cosas por ahí?
– Todavía confusas, jefe, pero de vez en cuanto nos llegan algunos destellos. Acabamos de recibir un escueto comunicado desde la oficina del Mossad, confirma la existencia de un mercenario en territorio americano, probablemente financiado por algún grupo terrorista islámico, quizás pudiera tratarse de O.Been Laden. Al parecer y en su opinión, pueden estar preparando algo muy gordo.
– Bien, tenemos alertada toda nuestra red de escuchas telefónicas en el Estado de NY, voy hacer que la amplíen por todo el país, necesitaré para ello mucho más personal del que disponemos, veré de dónde lo saco, espero que las altas estancias del país colaboren en facilitarme más ayuda, naturalmente sin desvelar el motivo.
– Bien, estoy hablándole desde un teléfono de manos libres y le estamos oyendo todo el equipo, incluido el General.
– General Stevenson, ¿cómo está Vd.?
– Como puede ver, atareado y preocupado, le agradezco mucho su colaboración, si podemos ayudarle en algo no dude en decírmelo.
– Bien, gracias, esto se está convirtiendo en una especie de pesadilla. Hasta la próxima -.Cartucci -dijo el General- llame a su jefe en NY y dígale que personalmente llame a todos los jefes de policía de cada capital de los Estados, que no utilice ni fax ni correo electrónico, solo por teléfono, para evitar filtraciones, que les diga que alerten a todas las comisarías de que se busca un sujeto, probablemente extranjero, que cualquier individuo que puedan localizar en actitud o situación sospechosa o anómala, que le investiguen, nos lo comuniquen de inmediato, pero que el individuo no sospeche de que está vigilado, total y rigurosa discreción. ¿Entendido?
– Absolutamente, General.
– Pues en marcha todo el mundo -cerró con ello la reunión.
De repente a Cartucci pareció que se iluminara la mente:
– Voy a llamar al capitán O´Maley para que nos envíe las huellas dactilares pertenecientes al cadáver que encontramos tendido en una acera de NY, las enviaremos a la oficina del Mossad en Tel Aviv, para que las comparen con las de su agente infiltrado que dicen no saber nada de el desde hace días, no vaya a ser que se trate del mismo individuo.
– Bien -dijo el General- adelante con su idea- veamos lo que da de sí -apostilló.
Cartucci llamó a NY a la comisaría a la que estaba el Capitán O´Maley. La telefonista le pasó con su despacho, pero éste no respondía, y solicitó a la telefonista le pasara con el detective Jonhson. El cual se puso al aparato.
– Detective Jonhson, dígame.
– Danny, soy Joseph, te llamo por una emergencia -dijo.
– Dime, dime Danny, ¿cómo va la investigación?
– Lenta, pero avanzamos-. Oye, envíame de inmediato una fotografía de las huellas dactilares pertenecientes al cadáver que hallamos en la 3ª y que todavía no hemos podido identificar.
– Ahora mismo te las remito por internet, pero ¿acaso crees que guarda alguna relación con la investigación que estáis llevando a cabo?
– No estamos seguros, pero es un resorte más al que acudimos. Por cierto, Danny, pídele al Doctor que hizo la autopsia, que te diga si observó si el cadáver se le había practicado la circuncisión en su niñez.
– Ahora mismo me pongo en marcha y te lo envío, hasta luego y que tengáis "buona fortuna" -le dijo en italiano a modo simpático.
– Ciao -respondió Cartucci con una sonrisa, y colgó.
Capítulo XXIIº
En aeropuerto de Moscú, Kutnesov estaba aguardando a su tovarich Ilia, el vuelo llegó con más de treinta minutos de demora. Subieron al automóvil y tomaron la autopista de regreso a Moscú.
– ¿Cómo te ha ido? -preguntó Kutnesov.
– Excelente, mejor imposible, han aceptado la cantidad propuesta, para consolidarlo debemos enviarles un mensaje con el número de cuenta y banco, ellos nos transferirán el cincuenta por ciento y el resto lo harán a la entrega del K28 en los EE.UU., el lugar exacto de la entrega ya nos lo harán saber en su momento.
– Bien llevado, Tovarich, mejor imposible -dijo Kutnesov–. Vamos ahora ha planificar con rigurosidad el plan que llamaremos "Obtención".
Llegaron al centro de Moscú, Ilia se disculpó con su amigo:
– Puedes dejarme aquí mismo, voy a hospedarme en casa de una amiga, es más discreto, mañana por la mañana vendré a la agencia para establecer conjuntamente la operatividad.
– Bien, camarada -dijo éste- que te sea favorable la noche -le dijo con una sonrisa socarrona.
La casa de su amiga le pillaba sumamente cerca, metió las manos en los bolsillos del pantalón, no sin antes subirse las solapas de su chaqueta, en Moscú la brisa del atardecer era verdaderamente fría, Ilia todavía llevaba puesto su traje de lino de color claro.
Su amiga vivía muy cerca de la Galería Tetryakov, en la calle Zamoskvrechye, a dos pasos del Kremlin. Una voz femenina respondió al intercomunicador de la puerta de la escalera, Ilia se identificó, a continuación sonó un chasquido en la cerradura de la puerta, la empujó y entró, allá estaba la bicicleta de Eva Torvareva en un rincón del amplio recibidor de la planta baja, subió los peldaños de la escalera que comunicaba con el resto del apartamento.
Su amiga Eva estaba al final de la escalera aguardándole con una amplia sonrisa.
– Oh, Ilia, eres verdaderamente sorprendente, apareces y desapareces casi por arte de magia -decía ella al tiempo que le tendía sus brazos -lo menos que pensaba ahora era que ibas a presentarte -Ilia acabó de subir los peldaños que le quedaban y se abrazó a su buena amiga.
-Tienes frío -aseveró ésta -¿de dónde vienes con esas ropas tan veraniegas?, ven, acércate a la estufa y caliéntate -le dijo tomándole de la mano y llevándole hasta el interior de la pieza.
Realmente Ilia estaba aterido de frío, Eva le propuso una reconfortante ducha calentita, le acercó un albornoz de rizo de toalla que él se colgó de un brazo y, se dirigió al pequeño cuarto de baño, abrió el grifo del agua caliente, mientras se despojaba de sus veraniegas ropas.
Cuando se metió bajo la reconfortante tibieza de la ducha notó que le frotaban la espalda con suavidad, se giró y se encontró con Eva, también desnuda como él, que con una esponja en la mano le frotaba la espalda , sonrió y cerró sus párpados de placer, la esponja fue bajando cuerpo abajo lenta y suavemente, pasó de la cintura a la parte anterior del cuerpo del hombre, el masaje era tan estimulante que su miembro viril dio rienda suelta a su natural expansión. Abrazó y besó a Eva, ésta soltó la esponja, correspondiendo al abrazo, notó el miembro erecto del hombre apoyándose sobre su vientre, ardía, lo acarició suavemente con lentos y suaves movimientos de sus manos, aumentó la pasión de ambos hasta llegar al clímax .
Ilia le acariciaba los senos, por experiencia sabia que era una de las partes más erógenas, ella parecía enloquecer, el corazón les latía a gran velocidad, aumentando la presión sanguínea por todo el cuerpo y en particular sobre el pene del hombre. Se produjo una suave y esperada penetración, la muchacha tuvo la sensación de que algo muy suave pero de gran rigidez le llegaba hasta lo más hondo de sus entrañas, se inició el movimiento de arriba y abajo cada vez a compases más frecuentes hasta llegar al estallido de todos sus sentidos y el éxtasis final.
Deshicieron su abrazo, se pusieron los albornoces y se marcharon a la cama. Durmieron toda la noche relajados. A la mañana siguiente Eva preparó un abundante desayuno, fuera el día era desapacible.
Ilia se vistió utilizando ropas que ya había dejado en otras ocasiones en la casa de Eva, no estaban enamorados el uno del otro, pero se tenían un gran cariño desde los años de estudiantes y del partido. Ella desempeñaba un cargo de supervisora de la biblioteca del Kremlin, lo que le permitía vivir y viajar con ciertas comodidades en la Rusia post comunista.
El aire frío del otoño moscovita le azotó la cara a Ilia, se marchó andando hasta la oficina de su camarada, el empedrado de las calles de Moscú provocaba el peligro de resbalar cuando estaba húmedo y los finos zapatos italianos de este notaban cada uno de los adoquines. Al pasar frente los Grandes Almacenes GUM, entró y compró un grueso gabán, una larga bufanda de lana, guantes y un par de zapatos de gruesas suelas de goma.
En la puerta de la oficina de turismo de su amigo, se hallaba éste conversando con un cliente, vio a Ilia acercarse desde lejos y se apresuró a despachar con su cliente. Saludó a Ilia con el brazo en alto y fue a su encuentro con paso vivo. Al reunirse lo asió del brazo y le condujo hasta una cafetería cercana a la oficina.
– Vamos a desayunar, estoy todavía sin nada en el estómago -comentó mientras iban caminando uno junto al otro.
– Es lo primero que hice -respondió Ilia- Eva, mi amiga, me ha preparado un abundante desayuno, no me cabe nada más, pero si tomaré un café bien cargado.
– No conozco a esa tal Eva, pero espero que no le hayas contado nada de nuestro proyecto -dijo Dimitry.
-Tú sabes muy bien y me conoces, no soy hombre de confesar secretos, ella es una mujer inteligente y no pregunta, desde que me fui a vivir a España sabe de mi actividad en import export, conoce mi oficina de Madrid, el año pasado la invité una semana a visitar Madrid y sus alrededores, de mis visitas a Moscú supongo que debe pensar que vengo a visitar a clientes, pero jamás pregunta, ella sabe que me molesta que lo hagan, desconoce cualquier otra actividad mía. Es una sincera y verdadera amiga -explicó Ilia.
– Bien, me basta tu explicación y te diré más, conserva esta amistad, el poder vivir en Moscú y no estar controlado por la policía es algo que nos conviene.
A todas estas ya habían entrado a la cafetería Tiflis, en la calle ul Ostozhenka, este restaurante y cafetería, era sumamente popular en Moscú, su decoración recreaba el ambiente de una casa georgiana con sus balcones y patios interiores. En su interior había un alegre bullicio de gente que conversaba, un par de violinistas deambulaban entre las mesas tocando suaves y lánguidas melodías típicas rusas, sin molestar en absoluto a quienes conversaban. Ni una sola mesa estaba libre en la planta baja del local, subieron a la primera planta por una bella y amplia escalera de caracol con una artística barandilla de hierro forjado y pasamanos de latón tan bruñido que relucía como el oro.
Se sentaron en una mesa junto a la barandilla del piso, al poco tiempo les atendió una camarera vestida con el traje típico georgiano, Dimitry pidió un desayuno completo acompañado de una jarra de cerveza e Ilia simplemente un café largo.
Ilia le explicó a Dimitry detalladamente todo cuanto había acordado en Sanna, Dimitry asintió en todos los puntos y, añadió:
– Cuando regresemos a mi oficina les enviaremos el mensaje de aceptación y conformidad.
– También le diremos a Oleg que proceda con la compra del avión, pero le daremos instrucciones de cómo debe "disfrazarlo". Ahora vayamos a la oficina y pongamos en marcha la maquinaria -Ilia pagó la cuenta en caja y salieron al exterior, caminaron unas cuantas manzanas y entraron en la oficina de Kutnesov.
Enviaron un mensaje a Sanaa con el contenido: "Alfa-Omega O.K.". A los pocos minutos recibieron respuesta procedente del mismo destino al anterior, decía:
"Depositada primera parte de Alfa-Omega".
El dinero acababa de ser ingresado en la cuenta que Ilia les dio durante su estancia en Sanaa, entraron por Internet a su cuenta del banco y comprobaron que efectivamente habían ingresado en su cuenta la cantidad acordada.
A continuación enviaron instrucciones a Oleg :
"Transferido importe para compra avión. Deberá ser pintado del mismo color azul que los de la flota ONU, sobre el fuselaje deberán pintarse las letras que digan : INTERNATIONAL GEOGRAFIC INSTITUT RESERCH-O.N.U. Matricularlo en Letonia. Pilotos deberán hablar ruso perfectamente. En nuevo mensaje daremos fecha de llegada a aeropuerto de Moscú. En cinco días nos vemos en Kiev. Confirma con O.K. y clave."
Acto seguido se pusieron a planear todos los detalles de la operación. A partir de este momento se iniciaba la ejecución de proyecto.
Treinta minutos después recibían la confirmación requerida a Oleg.
Capítulo XXIIIº
El vuelo CA-213 de Cubana de Aviación tomaba tierra en el aeropuerto José Martí-Rancho Boyeros de La Habana a las 14.35 p.m. procedente de Franckfurt. Oleg Timorov descendía por la escalerilla adosada al fuselaje del avión justo en el momento en que las cuatro turbinas de sus motores dejaban de funcionar. Algunas carretillas eléctricas se acercaban ya bajo el vientre del aparato para cargar los equipajes de los pasajeros y, dejarlos en la cinta sin fin de la pequeña terminal internacional.
A la salida del edificio le aguardaban dos hombres de unos treinta y siete años sentados en los asientos delanteros de un automóvil Lada rojo. Oleg había sido el instructor de vuelo de ambos durante su larga estancia en Moscú, con el tiempo se convirtieron en sus fieles y agradecidos amigos.
Tan pronto lo divisaron descendieron del automóvil y fueron a su encuentro, se cruzaron afectuosos abrazos, uno de ellos, llamado Carlos Gustavo le cogió la maleta y la metió en el maletero posterior del auto, Miguel Cabrera "Chitón", conducía el automóvil.
Miguel enfiló el camino a La Habana, conducía con sumo cuidado, el Caribe le saludaba y le daba la bienvenida con una tormenta de agua y viento sobre la isla, una tormenta tropical, la visibilidad era bastante reducida y el peligro de una palmera tumbada por la fuerza del viento en mitad de la carretera era muy probable, al pasar por el paseo del Malecón, vieron como las olas rompían con tal fiereza contra las piedras de la escollera que levantaban gruesas columnas de agua de más de cinco metros de altura.
Al llegar a la puerta del Hotel Plaza estacionaron el auto en la misma puerta y entraron a todo correr. La lluvia estaba arreciando mucho, apenas se distinguía la cúpula del Capitolio a pesar de la poca distancia existente. En recepción le solicitaron el pasaporte y le dieron la llave de su habitación. Los tres tomaron el ascensor y subieron a la segunda planta.
– En el mueble bar deben haber algunas cervezas frías, sírvanse y sacad una para mi también -les dijo Oleg a sus compañeros. Se sentó sobre la cama y Carlos Gustavo y Chitón en sendas sillas. Las cervezas estaban realmente frías y ayudaban a sobrellevar el bochorno que caía sobre la ciudad. Fuera seguía lloviendo a mares y el viento soplaba a ráfagas.
– Veamos, voy a informaros de los trabajos a realizar en los días que siguen. Mañana volaremos a Caracas para llevarnos un avión que he comprado, un Sabre, posiblemente no lo hayáis volado nunca, no debe preocuparos lo más mínimo, allá estaremos un par de días efectuando con el vuelos de adiestramiento, yo voy a ser, otra vez más, vuestro instructor -ambos sonrieron mostrando sus blancas dentaduras.
– Tomad estos cuadernos y tomad las notas que os parezcan más oportunas -les apuntó Oleg.
– Luego, cuando ya estéis familiarizados con el aparato, lo deberéis traer a Cuba, preocuparos de que sea pintado el fuselaje del mismo color azul que utiliza la O.N.U. para sus vehículos. Por encima de la línea horizontal que forman las ventanillas que pinten en blanco "INTERNATIONAL GEOTECNIC RESEARCH", letras de unos cuarenta centímetros de alto.
– Presentareis un plan de vuelo a Estocolmo, allí os voy a aguardar para adecuar el aparato con instrumentación técnica geodésica. ¿Vais tomando nota de todo ello? -preguntó Oleg-. Los asientos últimos, los de popa, los quitáis y los dejáis en tierra, necesitaremos este espacio para que quepa la instrumentación-. Ambos pilotos asintieron.
– Luego volaremos Chitón y yo hasta Sanaa, con una escala intermedia que no puedo revelaros. Cuando estemos en Caracas iremos al banco y os entregaré veinticinco mil dólares a cada uno, por vuestro trabajo. Los trabajos y gastos que se generen en Caracas, serán de mi cuenta, y ahora todos a dormir, debemos estar frescos para mañana.
Ambos pilotos se levantaron de sus sillas y le dieron un abrazo a Oleg, para ellos la cantidad que les había dicho su "Jefe", representaba poder salir de la casi miserable vida que llevaban en La Habana, a la vez que significaba una gran ayuda a sus familias.
– No olvidéis llevar con vosotros vuestros libros de vuelo y licencias.
Poco después de que se hubiesen marchado los dos cubanos, Oleg llamó a Caracas, al agente que le vendía el avión.
– Hola, páseme con el Sr.Farías.
– Hola, aquí Farías, ¿con quién hablo? –respondió.
– Soy Mouriel, de Marsella -respondió Oleg.
– Ah sí, ¿cómo le va, Monsieur?
– Mañana voy a estar con usted, iremos al banco y le transferiré el importe acordado. ¿Tiene preparado el avión?
– Naturalmente, Monsieur Mouriel, desde hace cuatro días lo tenemos disponible y totalmente revisado, de motores, fuselaje y frenos. Puede Vd. disponer del aparato inmediatamente.
– O.K., hasta mañana -Oleg colgó el aparato y bajó al restaurante del hotel para cenar.
Capítulo XXIVº
Aquella mañana Vitale se levantó con una curiosa sensación en su mente, le seguía martilleando en el pensamiento la extraña situación del día anterior, causada por las aparentes sospechas de su recién conocida camarada Cora.
En primer lugar, el objeto que le había parecido una cámara de televisión y después no era, seguidamente unos hombres que al parecer les vigilaban y, repentinamente no estaban. Era todo muy confuso, pero decidió ser sumamente cauto en todo, no podía correr riesgos que obstruyeran el objetivo por el que había sido contratado, se jugaba demasiado, en especial una jugosa cuenta de dólares que le habían situado aquellos terroristas islámicos en un banco de Luxemburgo, de las cuales podría disponer tan pronto hubiese finalizado con éxito su cometido.
Ya en NY había tenido que deshacerse de un individuo que hacía algunos días andaba tras sus huellas, era como su propia sombra, hasta que lo "cazó" de un disparo en la nuca con su parabellum con silenciador, tuvo que actuar con gran rapidez, en plena calle, lo protegió el mal tiempo reinante y, la gran cantidad de personas que a aquella hora deambulaban por la acera, nadie pudo darse cuenta, solo cuando vieron que un individuo se caía sobre el pavimento se percibieron de ello. Tuvo tiempo de andar calle abajo y bajar hasta el andén de una estación del subway.
Pensó en dejar el hotel e intentar que Cora le permitiera vivir por unos días en su apartamento. La llamó y le propuso hacer una excursión hasta el Sequoia & Kings Park, el gran bosque de los gigantescos árboles sequoias. A Cora le pareció bien la excursión, Vitale quedó pasar a buscarla en unos treinta minutos.
Una reconfortante ducha y una indumentaria adecuada para el día, le devolvieron a la realidad, se calzó sus botas de trekking, que había adquirido en una tienda de artículos para deporte en Milán, de piel sumamente elástica y una suela de grueso dibujo en forma de espiga, le permitía una óptima adherencia, eran fabricadas por la prestigiosa firma italiana Vibram.
Bajó en el ascensor hasta el hall, allí tuvo sumo cuidado de inspeccionar bien si alguien le seguía, no vio nada que despertara sus sospechas. En la puerta giratoria se cruzó con un cliente del hotel, salió a la calle volvió a inspeccionar cuanto desde allí divisaba, nada de particular reclamaba su interés. Se dirigió al lugar en el que había dejado estacionado su Mustang dos días antes.
Allí seguía, al acercarse le pareció ver un papel cogido en uno de los limpias del parabrisas. Se trataba de una denuncia por no haber pagado el aparcamiento. No se había dado cuenta cuando lo estacionó que se trataba de una zona de pago por horas. Sacó la denuncia del parabrisas, la arrugó formando una especie de pelota y la tiró por la boca de una cloaca, abrió la puerta del lado del conductor y puso en marcha el motor, al primer golpe de llave se encendió, estaba algo bajo de carburante, pensó llenar el depósito en cuanto estuviera en la carretera, sincronizó la palanca de la caja de cambios en la posición D y salió del estacionamiento.
Cora le estaba esperando de pie en la puerta de su casa, llevaba una pequeña cesta de mimbre y una mochila, llevaba calzado adecuado, gruesos pantalones de pana y un sweter de lana fina color gris perla, de cuello alto. Al verle levantó la mano en señal de saludo.
Cora subió al coche saludando con un buenos días. Vitale la dio una palmadita en el hombro de la muchacha en correspondencia de saludo. Cruzaron varias calles en dirección Norte de la ciudad, pasaron sobre el Golden Gate bridge, enfilaron la carretera 101 y posteriormente en Marin City se desviaron a la 1, dirección a San Rafael, hasta llegar al Redwood Canion , no tardaron más de 30 minutos en llegar.
Los gigantescos sequoias del Muir Woods se levantaban aparentando orgullo por su altura y envergadura. Desde algunos siglos atrás, eran el estandarte de California, la familia de estos gigantescos árboles, cubrían una gran parte del territorio californiano muchos años antes que el ser humano pisara esta parte de los EE.UU.
Pasearon bajo la espesa sombra del espectacular bosque y sobre el mediodía tomaron de nuevo el automóvil y se desplazaron hasta Tomales Bay para almorzar, en Tony´s Seafood Restaurant un pequeño restaurante en la orilla de la playa con mesas a la terraza que daba cara al mar, pidieron unas ensaladas y pescado a la plancha con picante. En ningún momento estuvieron "solos".
En la sobremesa Vitale le propuso a Cora ir a vivir a su apartamento.
– Oye, Cora, he pensado si te parecería bien que compartiera tu apartamento -Cora se quedó algo sorprendida, pero pensó por sus adentros en lo que le dijeron aquellos dos hombres.
– Vitale ¿crees que es una buena idea?
– Si tienes la menor duda, te agradeceré me lo digas, pero lo he pensado por que lo ocurrido el otro día en el hotel me ha dado que pensar, no estoy seguro, pero tengo una sensación extraña.
-No, no tengo dudas, es solo que te sientas seguro para poder llevar a cabo el encargo que te han efectuado, nada más.
– Cora, el "encargo" que tú dices, lo voy a llevar a cabo, pese a quien pese, significa para mí, el ingreso en mi cuenta de una fortuna que me permitirá retirarme para toda mi vida -dijo Vitale-. Te voy hacer una confesión, soy un profesional del crimen; mato, robo, efectúo atentados por encargo y por dinero, jamás a nadie le he preguntado el motivo, desde que dejé el ejército, no he hecho otra cosa. Me inicié asesinando por encargo a individuos de poca monta, siempre trabajos impecables, sin dejar huellas, sin dejar rastro alguno, pasando siempre desapercibido, ésa es mi norma y lo que da confianza a mis clientes, luego los encargos fueron siendo cada vez más importantes y más responsables, hasta llegar aquí. De otra manera, de haberme quedado allá en mi tierra, todavía no habría salido de la miseria-.
– ¿Tienes familia? -preguntó la muchacha, que le había estado escuchando con suma atención.
– No, a lo sumo algún pariente lejano que no conozco, mis padres fueron asesinados por sicarios del gobierno, a mí me perdonaron la vida y me internaron en un correccional de menores, por aquel entonces tenía unos once años. Luego, cuando llegué a la adolescencia, me hicieron ingresar en el ejército, llegué hasta el grado de capitán, pero la paga era ridícula, miserable, no lo podía aguantar más, deseaba prosperar y poder vivir y vestir como los héroes de las películas que veía en el cine, casi lo estoy logrando, esta es mi gran ocasión, no la voy a desperdiciar por nada en el mundo.
Capítulo XXVº
Oleg y sus dos pilotos cubanos tomaron en aeropuerto José Martí, de La Habana, un vuelo de Avianca tempranero.
El Boeing 727 cruzó el Caribe en poco menos de cuarenta y cinco minutos, sin apenas darse cuenta, descendían por la escalerilla rodante que habían adosado unos empleados al fuselaje del avión. Una vez en tierra, retiraron su breve equipaje de la cinta sin fin de la terminal, tomaron un taxi hasta el Hilton de Caracas, en la Avenida del Libertador.
Después de cenar, fueron a sentarse en la terraza del jardín que daba a la piscina. Poca gente a aquellas horas de la noche concurría aquel apacible rincón del jardín. Oleg había elegido el lugar para poder hablar con tranquilidad y exponerles a sus compañeros el plan a seguir a partir del día siguiente.
– Mirad, compañeros, mañana iremos a recoger el avión que he adquirido por encargo de unos camaradas, en ningún momento debemos pasar por rusos o cubanos, hablaremos en español con un ligero acento francés, ya sé que para vosotros va a ser algo difícil, en especial a ti "Chitón" -le dijo con una ligera sonrisa. Miguel Cabrera, "Chitón", podía parecer muchas cosas, excepto francés, era un grandote mulato, este se rió a gusto.
– Bueno, haremos lo que se pueda -dijo después de frenar sus risas -Oleg siguió.
– Nos haremos cargo del avión y presentaremos un plan de vuelo a Valencia, para el aeropuerto de Arturo Michelena, en el estado de Carabobo, la segunda ciudad en importancia del país, allí una compañía francesa tiene un hangar en el que hacen el mantenimiento de aeronaves y vamos a pintarlo, tal y como ya os había dicho en nuestro encuentro precedente. Había pensado en primer lugar efectuarlo en Cuba, pero me he dado cuenta de que el país está infestado de espías y confidentes de Fidel Castro y, podríamos tener problemas con los que ahora mandan allí, posiblemente nos harían extorsión a cambio de un buen puñado de dólares. Ahora nos vamos a dormir, hoy hemos dado un largo paseo por esa gran ciudad y, yo por lo menos me siento cansado.
– Hasta mañana -les dijo a ambos.
– Ciao, hasta mañana.
Al día siguiente, Oleg llamó a Farías y éste pasó a recogerle por el hotel, desde allí fueron al Banco de Venezuela, perteneciente al grupo Banco de Santander de España. Era el Banco al que sus camaradas desde Moscú le habían transferido el dinero necesario para financiar la compra del avión y otros gastos.
Una vez Farías se hubo anunciado, la secretaria del Director les franqueó el paso hasta el suntuoso despacho.
Una pieza espaciosa equipada con muebles fabricados en maderas nobles, talladas a mano, eran de destacar así como la mesa de trabajo del director que era una obra maestra de la carpintería, tras ella sentado en un gran sillón tapizado en cuero color marfil, se hallaba el Director Ejecutivo de la entidad, que de inmediato se levantó acercándose para saludarles.
Tras los saludos de rigor, Oleg le informó que, desde Moscú, vía Banco de Santander Madrid, se había efectuado una transferencia de un millón y medio de dólares.
El director del banco, tecleó en el PC portátil que tenía sobre su mesa y, a continuación les dijo:
– Efectivamente llegó hace tres días, al mismo tiempo se abría desde allí una cuenta disponible para el Sr. Oleg Timorov- -le agradecería me facilitara su pasaporte, es un puro formulario de identificación -añadió.
– Bien -dijo Oleg- ahora le agradeceré transfiera un millón de dólares a la cuenta que la sociedad del Sr.Farías mantiene con esta entidad.
– Al instante, Sr.Timorov -tecleó de nuevo y dijo -ya ha sido ejecutada la transacción.
– Ahora, por favor, le agradecería diera instrucciones al cajero que me prepare en una bolsa con ciento cincuenta mil dólares en efectivo, la mitad en moneda grande y el resto en billetes medios y pequeños.
– Cómo no -dijo el banquero, tomando al mismo tiempo el teléfono y dando las instrucciones necesarias para el cumplimiento de la solicitud de su cliente.
Les imprimió un comprobante de la transacción para cada uno de sus clientes, les invitó a almorzar, pero Oleg con toda cortesía rechazó la gentil invitación, excusándose en que tenía mucho trabajo por delante y el día era sumamente corto.
El financiero les acompañó personalmente hasta la ventanilla del cajero, todo estaba dispuesto. Tomaron la bolsa, se despidieron y salieron a la calle, allá aguardaban los dos cubanos.
En el mismo auto de Farías se trasladaron hasta el hangar del aeropuerto donde tenía ya dispuesto el Sabre Line, a punto de volar. Pasaron en primer lugar por la oficina para recoger los libros de vuelo y los del aparato, los dos cubanos fueron al hangar para ver el avión, mientras Oleg presentaba el plan de vuelo a la torre de control, le fue aceptado, le dieron las instrucciones del radial a volar y despegue para los próximos cuarenta minutos. Recogió los libros metiéndolos dentro del maletín de vuelo.
Ya en el interior del aparato, Oleg fue mostrando cada uno de los instrumentos de la cabina a sus otros dos compañeros, mientras el avión repostaba de carburante.
Llegado el momento, Oleg tomó los mandos del aparato secundado como copiloto por uno de los cubanos, abrió el manual de procedimiento y operación del avión, chequeó cada uno de los instrumentos siguiendo el orden establecido en el manual de procedimiento que cada fabricante edita y entrega con cada uno de sus aviones. El otro cubano estaba también pendiente de todas las enseñanzas que departía Oleg.
Finalmente se despidieron del Sr.Farías, este les prometió llamar al la compañía de mantenimiento de aviones en el aeropuerto de Valencia para que les pintaran el fuselaje del mismo.
Pusieron las turbinas en marcha y comenzó el aparato a deslizarse por la pista de aproximación a la cabecera de salida, comunicaron a la torre de control todos y cada uno de sus movimientos en tierra, el mismo tiempo que esta les iba dando instrucciones a través de la radio. Sintonizaron la frecuencia de la emisora del aparato que la torre les indicó. Recibieron la autorización para situarse en la cabecera de pista y despegar.
Las turbinas tronaron con furia llegando al máximo de revoluciones por minuto, Oleg liberó los frenos y al instante el aparato salió rodando por la pista como un disparo. A los primeros quinientos metros ya había tomado la velocidad de despegue necesaria, "flaps, arriba" murmuró Oleg, el morro del aparato comenzó a levantarse y perder la horizontalidad, en pocos segundos ya estaba en el aire, entretanto a la vez que automáticamente se plegaba el tren de aterrizaje.
Poco a poco fue virando hasta tomar el rumbo que se le había autorizado y la altura prevista en el plan de vuelo. A los pocos minutos pusieron el piloto automático y Oleg fue iniciando a sus compañeros en las particularidades de manejo del aparto.
Una hora después tomaban tierra en el aeropuerto de Arturo Michelena de Valencia. Había sido un vuelo placentero, Oleg había podido comprobar que sus dos "discípulos" le habían tomado bien el pulso al manejo de la aeronave. Podía confiar en que no le defraudarían en absoluto en el cometido por el que los había reclutado.
Capítulo XXVIº
– ¡¡Mi General ¡¡ -,casi gritó Cartucci en cuanto entró en el despacho de éste blandiendo un papel en la mano–. ¡¡Han localizado el Ford Mustang que andábamos buscando!!
– Serénese, Cartucci -dijo éste-. Explíquese.
– Seguimos teniendo la suerte a nuestro lado, han localizado al automóvil que fue comprado en NY.
– Fantástico -dijo el militar- ¿dónde lo han localizado?
– En una calle de San Francisco, sin embargo la matrícula que ahora lleva no corresponde a la que nos dieron en NY. Corresponde a un Volkswaguen Golf. Posiblemente las haya sustituido para enmascarar el vehículo. La descripción del resto del automóvil concuerda perfectamente.
– Estaba estacionado en un aparcamiento de horario limitado. Le pusieron una denuncia por impago de aparcamiento. Nos han enviado una copia de la misma.
– Bravo. Deberíamos contactar con el F.B.I. de San Francisco para que intenten localizar al propietario, pero sin despertar sospechas, si lo localizan que le sigan día y noche, el automóvil que sea controlado constantemente y a poder ser le pongan en alguna parte un localizador por satélite. Máxima discreción y secreto.
– Debería también analizarse la ruta que tomó desde que salió de NY, esta labor es para las policías locales, que busquen en hoteles, pensiones, moteles de carretera, etc.
– De inmediato, mi General, voy a contactar con todos ellos.
Cartucci cursó faxes y mensajes por internet a todos los departamentos de policía de cada Estado de la Unión, llamó por teléfono a la oficina central del F.B.I. en San Francisco, el jefe de policía de esa ciudad sabía que era un gran amigo del comisario O´Maley, pero en aquel momento no se hallaba en su despacho.
Llamó a O´Maley a NY.
– ¡Jefe O´Maley! ¿cómo le va?, ¿supongo sabrá que han localizado el automóvil del misterioso asesino de la calle 3ª?
– Sí, sí acaba de llegarme una copia de la denuncia, estamos ahora averiguando el titular de la nueva matrícula que ahora lleva puesta el Mustang, pertenece a un pequeño automóvil de fabricación alemana.
– Le llamo también por que sé que usted es amigo del jefe de la policía de San Francisco, el General tiene gran interés en hablar con el para pedirle su ayuda al respecto. ¿Quiere que le pase con el General? Ahora mismo le paso… mi General, le paso al Jefe O´Maley-.
– O´Maley, ¿cómo la va?, yo bien. Oiga ¿puede darme el teléfono del Jefe de la Policía de San Francisco? me consta por Cartucci, que ustedes dos son grandes amigos.
-Sí, es cierto, tome nota; 650 821 5001, Darey Hataway, le voy a llamar ahora yo para que sepa que contactará con él.
– Gracias, Jefe O´Maley, le quedo muy reconocido, hasta la vista -y colgó.
El General, Cartucci y el ayudante del primero tomaron una taza de café, mientras hablaban sobre el asunto. El militar le había encargado a la centralita que en cuanto pudieran contactar con el Sr. Hataway le pasaran la llamada.
Unos minutos después Hataway estaba al otro lado de la línea.
– General, acaban de pasarme su llamada, ¿en qué puedo serle útil?
– Reciba mi saludo, no hemos tenido la oportunidad de conocernos, pero por O´Maley sé de usted, espero que pronto tengamos esa ocasión. Verá -siguió- verá, Sr.Hataway, me voy a referir a este misterioso individuo al que andamos intentando dar caza, nos consta, por una serie de indicios e informaciones recibidas, que tiene algún tipo de proyecto terrorista entre manos, no sabemos todavía con certeza el alcance del mismo, hasta ahora solo son suposiciones basadas en ligeros indicios. La central del Mossad en Tel Aviv también le está siguiendo la pista, al parecer este sujeto asesinó a uno de sus agentes infiltrado en una organización terrorista islámica, quizás lo ejecutó por que se le aproximó demasiado.
– Hasta ahora solo hemos podido averiguar que recibió y retiró una importante suma de dinero en un banco de NY, que procedía de un banco en el Líbano. Que compró un automóvil Ford, modelo Mustang coupe, color azul y pagó en efectivo, matriculado en el Estado de NY, este vehículo ha sido hallado estacionado en una calle de San Francisco gracias a una denuncia de estacionamiento de pago, con otra matrícula, esa otra matrícula pertenece a la ciudad de San Francisco, de alguien que vive allí.
– Ahora viene cuando le solicito la intervención del FBI, intenten averiguar quién es el propietario del otro vehículo, no dejen de ejercer una vigilancia permanente al automóvil Mustang, caso de localizar a su propietario, no le detengan todavía, sométanlo a una férrea, pero discreta vigilancia, vean si se relaciona con alguien, quién es ese alguien, etc. Tenemos motivos suficientes para pensar que puede estarse cociendo algún atentado de la dimensión al ocurrido en Nueva York y el Pentágono el 11S. Por nuestra parte estamos analizando y coordinando desde el Pentágono toda la información que se recibe, ayudados por la CIA, ustedes mismos y todas las policías locales, creo que jamás en la historia se había movilizado tanto personal para dar caza a un terrorista, ni tan siquiera se efectuó para la caza del famoso y misterioso terrorista colombiano Carlos.
El corazón me dice que estamos ante un "soldado de alquiler". Un profesional del crimen, posiblemente un "solitario" con soportes y ayudas puntuales, es el modo de dejar poco rastro, lo que lo convierte en casi invulnerable a cualquier investigación.
Le solicito, Sr.Hataway, toda su ayuda y la de sus colaboradores en San Francisco -terminó el General.
Hataway respondió:
– General, no tenga la menor duda de la total cooperación de nuestra policía en este caso, no se trata de hacerle solamente un favor , se trata de un acto de patriotismo, ya conocemos el caso pero hasta el momento todavía no nos habían solicitado nuestra intervención directa. Le mantendré informado de nuestros progresos.
– Gracias, le quedo muy reconocido y le envío un informe completo de lo que llevamos averiguado, hasta la próxima -.
Capítulo XXVIIº
Después de tomar tierra, dirigieron al Sabre directamente al hangar de mantenimiento del aeropuerto valenciano. Conversación con el jefe de los talleres, para establecer con fijeza los trabajos de pintura a ejecutar en el fuselaje del avión, el tono del azul de la pintura y el tipo y dimensiones de las letras a dibujar.
Establecieron un precio fijado por todos los trabajos y Oleg lo pagó en efectivo en aquel mismo instante, no quiso factura alguna. Determinaron una semana de tiempo para todos los trabajos, los cuales comenzaron de inmediato.
Aparcaron el avión, con ayuda de unas vagonetas, en un lado del hangar y, acercaron una serie de escaleras alrededor del fuselaje para poder iniciar la operación de preparación para el pintado.
Oleg le preguntó, al jefe de talleres, dónde se podía comer buena carne en Valencia, y éste le recomendó muy particularmente el restaurante de la "Cooperativa Ganadera".
Llamaron por teléfono a un taxi, en pocos minutos este les vino a recoger.
La Cooperativa Ganadera, era una asociación fundada por todos los ganaderos del país. Se hallaba en un lugar periférico a la ciudad, casi en el campo, rodeada de bellos jardines naturales.
Un diligente camarero les acondicionó una mesa bajo el porche del edificio.
– Dígame -inquirió Oleg al camarero que les atendía- ¿puede recomendarnos algún tipo de carne?
-Oh sí -dijo éste -les recomiendo muy especialmente la de cebú asada, ahora en estos momentos tenemos uno en el asador, acompáñenme les mostraré como la preparamos y asamos, es un animal escogido para asar y degustarlo.
Se levantaron los tres y, siguieron al simpático y amable camarero hasta el lugar en que se hallaba el asador.
Unas rojas brasas estaban esparcidas a nivel del suelo formando un rectángulo, en cada extremo del mismo, una especie de caballetes metálicos, clavados en el suelo, dabas soporte a cada extremo de una varilla, también metálica, de un grosor aproximado de unos dos centímetros que atravesaba de norte a sur un animal que en aquellos momentos estaban asando. Se trataba de un Cebú de algo menos de un año, según les informó el camarero, mediría algo más de un metro y treinta centímetros, naturalmente ya sin vísceras y sin la piel.
Despedía el asado un grato olor que invitaba a ser comido.
De regreso a la mesa, encargaron una abundante ensalada, y carne asada de cebú. Junto al primer plato, les sirvieron unos trozos del animal que vieron en el asador.
– No he comido en mi vida carne tan deliciosa y tierna -exclamó uno de los pilotos cubanos.
– Efectivamente -dijo Oleg- es deliciosa, exquisita-. Acompañaron al ágape un buen vino tinto argentino, de la Rioja Argentina.
A la vez que degustaban la placentera comida, Oleg instruía a sus pupilos.
– Oíd -, inició con semblante serio, – he reconsiderado la ruta que deberéis efectuar, yo mañana volaré vía La Habana, hasta Frankfurt, allí os voy a esperar, cuando el aparato esté listo a punto de partir me llamáis al teléfono que os doy en este papel, memorizadlo y luego lo destruís. Vosotros haréis un plan de vuelo a Bahamas, New Providence, aeropuerto de Paradise Islands, desde allí haréis el salto Atlántico hasta cualquiera de los aeropuertos de las Islas Canarias o alternativamente las islas Azores, de este a Frankfurt, luego volaremos juntos hasta otro país del norte europeo. ¿Alguna duda al respecto, caballeros?
– No, en absoluto -respondieron ambos casi al unísono.
– Ahora gocemos de ese excelente almuerzo -propuso Oleg.
Estuvieron hasta la rojiza puesta del sol charlando de mil cosas. Luego tomaron un taxi y marcharon al hotel, allí Oleg se despidió de sus dos compañeros.
– Hasta Frankfurt, llamadme al hotel en cuanto vayáis a salir -se dieron la mano y se marcharon cada uno a su habitación.
Capítulo XXVIIIº
Ilia recibió de madrugada una llamada telefónica de Oleg, fue muy escueta pero explícita.
– La operación avión está en marcha, hasta el momento todo correcto, dentro de una semana estaré en Frankfurt, a vosotros dos os espero en Estocolmo dos días después. Desde allí podremos volar hasta Solikamks. Hasta entonces.
Siguió durmiendo. A la mañana siguiente llamó a Kutnesov, le contó las noticias de la llamada recibida, aquella madrugada le dijo que le esperaba en Estocolmo en nueve días con todo el equipo científico para instalarlo en el aparato.
Cuatro horas más tarde tomaba un vuelo de Lufthansa a Frankfurt, llamó a un taxi que le llevó al centro de la ciudad bávara, le dejó frente el Hotel Frankfurt Marriott, en la Hamburguer Alle.
Dejó el equipaje en la habitación y salió a dar un paseo por la ciudad. La zona centro del casco histórico de la ciudad, reconstruido después de los terribles bombardeos de la guerra mundial, estaba plagado de tiendas de todo tipo de productos. Al pasar por delante de una tienda taller de instrumentos de medición y control, entró en ella, sonó una campanilla al empujar la puerta, acudiendo de inmediato un hombre de unos sesenta y cinco años de pelo sumamente blanco.
– ¿En qué puedo servirle señor? -preguntó.
– Buenos días, verá, estamos rodando una película en las afueras de la ciudad y en uno de los platós deberemos simular un laboratorio de medición y control de otros instrumentos, ¿podría construirnos dos paneles, rectangulares ambos, que contuvieran unas cuantas pantallas de instrumentos digitales? ,No es necesario que los instrumentos funcionen, solo simularlo, con que se enciendas las pantallas y aparezca una lectura cualquiera, nos bastaría. ¿Puede hacerlo?
-Sí, no será excesivamente difícil, solo se trata de tiempo, ¿para cuándo lo precisaría usted? -preguntó el hombre del pelo blanco.
– Para dentro de unos cuatro días.
– Bien, pues es posible.
– Por favor, no olvide de practicar un agujero en cada esquina de los paneles, deberá ser un agujero de unos 3 milímetros de diámetro, los necesitaremos para sujetar los paneles a la pared.
El hombre de la tienda fue tomando nota de todas las particularidades que Ilia le iba indicando.
Ilia sacó la billetera y pagó el importe que le había indicado.
-Hasta dentro de cuatro días -dijo a modo de despedida.
Se metió las manos en ambos bolsillos de su pantalón y se dedicó a pasear por el barrio de las cervecerías, era una zona de la ciudad sumamente simpática, los bávaros son los más alegres de los alemanes, se diría que son los más "latinos".
Al día siguiente alquiló un automóvil en una tienda de Hertz, eligió un mercedes serie CLK cabriolet , salió de la ciudad por una de las autopistas dirección Este, a unos dieciocho kilómetros entró en el parking de un campo de golf. Necesitaba relajarse.
Mostró su licencia federativa española en la oficina del campo, pagó los ciento cinco euros por el green fee, alquiló una bolsa con un juego completo de palos, además de media docena de "bolas" Dunlop, antes de empezar a jugar, se pasó por el campo de prácticas para tirar unas bolas.
En el tee de salida del hoyo 1 plantó la bola, cogió el driver y se aposentó en un cómodo stance junto a la bola, tomó la distancia con el palo inició el backswing, bajó con rapidez y seguridad impactando la bola con un golpe seco, un swing casi perfecto, la bola voló recta algo más de doscientos metros, dio varios botes sobre el césped de la calle y se quedó quieta en el centro de la misma. Caminó con decisión hasta llegar a ella, con la vista midió la distancia hasta el green, tuvo en cuenta la serie de bunkers que defendían al green y la dirección del aire, eligió un hierro 5 de la bolsa, se emplazó cómodamente a la distancia necesaria de la bola para impactarla, atacó con un suave pero enérgico swing y la bola salió limpia desviándose ligeramente a la izquierda, desafortunadamente cayó dentro de uno de los temibles bunkers.
Entró con cuidado dentro del bunker, cogió el sandwedge para elevar la bola y sobrepasar la pared de arena y césped que tenía por delante, efectuó un backswing corto, lamentablemente hundió demasiado el palo en la arena al impactar y la bola rebotó en el talud de arena regresando al mismo punto de partida. Nuevamente inició el golpe, esta vez puso mayor concentración, atacó de nuevo y ahora la bola se levanto casi vertical unos veinte metros dibujando una parábola, fue a caer a unos ochenta centímetros del hoyo, restableció con el rastrillo la arena pisada del bunker y caminó al green.
Sacó de la bolsa el putter y pateó con sumo cuidado y suavidad, no sin antes tener en cuenta la pendiente del tramo que la bola debía recorrer, golpeó y la entró en el hoyo, no sin antes hacer una media "corbata".
Cogió la bola la limpió de arena con la mano y caminó en busca del tee de la calle del 2. Una jornada relajante. La necesitaba.
Capítulo XXIXº
Al capitán O´Maley se le ocurrió una idea, sabían que un hombre había sido asesinado por haberse infiltrado en una organización terrorista islámica, que muy probablemente lo había ejecutado un individuo que más tarde comprobaron que había adquirido un automóvil de un determinado modelo, en una población cercana en NY. Ahora este automóvil había sido localizado en San Francisco. O sea, que había cruzado con el todo el continente de Este a Oeste. La cuestión era: ¿por qué no lo hizo en avión? Algún motivo habría para ello. También sabían, por una conversación telefónica captada, que se llamaba Vitale.
Si este hombre estaba todavía en San Francisco habría que intentar identificarle.
Llamó al detective Johnson, éste al despacho de su jefe en el piso superior.
– Dígame, capitán.
– Verá, Jonhson, desplácese al lugar donde fue adquirido el Mustang, llévese un dibujante para ver si el vendedor puede dar una descripción del sujeto que permita efectuar un retrato robot del mismo. Si tuviéramos esa posibilidad podríamos difundir el retrato por todas las comisarías del país y, en especial por San Francisco.
– ¿Por qué no se nos habría ocurrido antes lo del retrato robot? Voy a ir ahora mismo.
Tomó un coche oficial y marcharon allá de inmediato, el Bronx neoyorquino no pillaba demasiado lejos de la comisaría, no obstante activaron la sirena del vehículo para poder progresar por el denso tráfico de la ciudad.
Media hora más tarde paraban el vehículo en la puerta del negocio de compra venta de automóviles en el que adquirido el Mustang.
– ¿Es usted el propietario? Soy el detective Johnson, de la policía metropolitana -dijo mientras exhibía su placa.
– ¿Qué puedo hacer por ustedes? -respondió el propietario.
– Usted vendió, hace unas semanas, un automóvil Ford, modelo Mustang, de color azul, creo que del 98, ¿es así?
– Sí, ya le dije a un agente que vino a interesarse hace unos días, aguarde voy a por mi libro de registro de ventas-. El hombre cruzó el local y abrió un pequeño armario metálico del que sacó un libro bastante grueso-. Veamos, con el dedo índice iba recorriendo la hilera de inscripciones, hasta que dijo- aquí está, Ford Mustang ¿qué desea saber, detective?
– Nos interesa el individuo que le compró, ¿podría describirle?
-Sí lo recuerdo bastante bien, era extranjero, pero hablaba un ingles británico bastante correcto, me mostró un pasaporte austríaco, se llamaba Thomas Hasselblad, era alto y atlético, más de seis pies de estatura, unos treinta y nueve años, pelo creo que rubio, no estoy muy seguro pues llevaba una gorra de color azul oscuro, de base ball, con las letras de los Yankees, ojos de un azul muy claro, pagó al contado, creo que poco más puedo decirles.
– Ha venido conmigo un compañero dibujante que, con su ayuda, tratará de interpretar la cara del sujeto y difundirla por las comisarías para ver si podemos detenerle.
– Vamos a intentarlo -respondió el hombre.
Se sentaron en unas sillas que estaban alrededor de una mesita no muy grande y llena de papeles, el dibujante comenzó a hacerle preguntas mientras iba garabateando sobre la hoja del cuaderno que llevaba.
Poco después de una hora se había obtenido una cara a la que el vendedor manifestó que se parecía mucho, casi igual al original, exclamó.
Le dieron las gracias por su colaboración y regresaron de nuevo a su comisaría.
El capitán O´Maley quedó impresionado por el dibujo que plasmó su dibujante sobre el papel, parecía realmente que aquella cara estaba dotada de vida, en especial los ojos que eran la parte de la figura que más destacaban respecto al resto.
– Envíen por fax a todas las comisarías del país una reproducción de esta cara con la descripción -ordenó a su ayudante.
A continuación llamó a Cartucci en el Pentágono. Cuando le tuvo al teléfono le informó del fax que iba a recibir.
– Cartucci, hemos dado un paso adelante muy importante, el hombre que buscamos tiene cara, esta mañana Jonson ha interrogado al vendedor del Mustang, por fortuna es un hombre de buena memoria, hemos podido hacer un retrato robot bastante bueno, según el hombre claro está, estamos enviando a todas las comisarías el retrato, también a la C.I.A y F.B.I., yo sugeriría que desde el Pentágono enviaran una al Mossad en Tel Aviv, no fuera a ser que en sus archivos tuvieran algo que guardara relación con esa cara.
– En la descripción del individuo que se acompaña, se dice que tiene pasaporte austríaco, se hace llamar Thomas Hasselblad, pero ahora que recuerdo, en una de las llamadas intervenidas, en la conversación sale un nombre… aguarde un momento, debo leerlo -un minuto después regresó- Cartucci, ¿está todavía ahí?
-Sí, sí capitán, sigo al aparato.
– En la conversación se dice: " Soy Vitale…."
– Sí ahora recuerdo, en aquel momento no le dimos importancia al nombrecito, pero ahora puede significar algo, quiere decir que debemos tener en consideración ambos nombres.
– Sabe que le digo, Cartucci, váyase a San Francisco y colabore con la policía local, consúltelo con el General, si le parece bien a él, dígamelo, hablaré con el jefe de la policía y le explicaré el motivo de su presencia en la ciudad.
– O.K., Capitán, voy a hablar con el General, hasta la próxima -.
Capítulo XXXº
Los dos pilotos cubanos subieron al Sabre con sus maletines de vuelo, después de haber presentado en control su plan de vuelo y haber recibido las instrucciones necesarias para ello. El día anterior habían adquirido en una tienda de Caracas unos uniformes de pilotos de aviación civil.
Pusieron en marcha los motores y situaron al avión en la cabecera de pista aguardando la orden de salida de la torre. A los pocos segundos la recibieron e iniciaron el despegue. Una vez tomado el rumbo que les habían indicado, fueron tomando altura hasta los 7500 m..
Tomaron tierra por primera vez en Bahamas, repostaron para cruzar el Atlántico y reemprendieron el vuelo camino al aeropuerto de Los Rodeos, en Tenerife.
Siete horas después, aterrizaron en el archipiélago canario. Siguieron al "follow me" hasta el lugar que les asignaron para estacionar al avión. Descendieron y fueron acompañados por un vehículo de servicio del aeropuerto hasta la aduana de la terminal aérea. Las normas de seguridad de los aeropuertos tenían estipulada la inspección de los aviones por las autoridades aduaneras y la policía. Este también fue inspeccionado a pesar de que estaba en tránsito.
Los dos cubanos pasaron el control de pasaportes y tomaron un taxi para Santa Cruz. Pasearon por la bella ciudad tinerfeña, uno de ellos llamó por teléfono a unos parientes que residían en la isla, no los había visto jamás pero sus padres se carteaban con ellos desde hacía bastantes años, le invitaron a que les visitara y almorzara con ellos, éste les agradeció la invitación pero les dijo que iba acompañado.
– No importa, ven con tu amigo -le dijeron. Tomaron otro taxi y fueron a la dirección que le habían dicho.
Guimar era un pueblecito de pescadores, sumamente blanco y lindo, el taxista paró en la puerta del número quince de la calle de La Legión.
Llamaron a la puerta y asomó una mujer de unos sesenta años, con un rostro sonriente y bello, a pesar de que los años ya habían dejado sus primeras huellas en el mismo, el pelo comenzaba a tener destellos de nieve.
– Pasad, pasad -les dijo la mujer.
– ¿Cuál de los dos es Miguel Cabrera? -dijo la señora.
– Soy yo, el más moreno de los dos -y ambos se echaron a reír ruidosamente por el chiste, ambos eran mulatos.
– Yo soy Candelaria Cabrera, prima hermana de tu madre-. Ambos se abrazaron efusivamente.
– Entrad, entrad -les dijo también sonriendo Candelaria, tomando a ambos por el antebrazo y acompañándoles hacia el interior de la vivienda.
Eran alrededor de las 11.40 h de la mañana, en la parte posterior de la casa había un amplio jardín muy cuidado con varias palmeras y flores por doquier, se respiraba una sensación de paz y tranquilidad, se sentaron en unas butacas de mimbre muy cómodas, se relajaron y hablaron de las familias, de sus respectivos países, en especial de la situación actual de Cuba.
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