- ¿Qué es el Humanismo?
- Biografía de Santo Tomás Moro.
- Biografía de Desiderio Erasmo de Rótterdam.
- Conclusión.
- Fuentes Consultadas.
Para comprender al humanismo se tomaron como referencia los escritos mas célebres de Tomás Moro y Desiderio Erasmo de Rotherdam: "Utopía" y "Elogio de la Locura" respectivamente como base de esta monografía.
Buscando la idea espiritual y humana de estos dos sabios que nos hacen conocer el humanismo hoy, tanto desde sus comienzos, cuanto desde el fondo de sus almas de hombres simples, y pertenecientes a una sociedad oprimida por la corona y el cetro papal, nos adentramos en la letra de sus obras.
Al abordar las siguientes páginas conoceremos sus vidas, pensamiento y legado, que más allá del tiempo, perduran como ejemplo para todos nosotros.
En cuanto a los autores, debemos tener en cuenta la época en que les tocó vivir, para entender sus obras.
Literatura: Cultivo y conocimiento de las letras humanas.
Filosofía: Culto de la humanidad.
Movimiento Literario de estudios y erudición del cultivo y conocimiento de las letras humanas, que culminó en el siglo XV.
José Ferrater Mora, dice en su diccionario de Filosofía que el término humanismo, fue usado por primera vez en 1808, por F. J. Niethammer, quién entendía que significaba "la tendencia a destacar la importancia del estudio de las lenguas y de los autores clásicos".
El Humanismo, comienza siendo en el Renacimiento una aproximación al hombre y una postura de rechazo al teocentrismo medieval. En el Renacimiento vemos como se descubre al hombre en todas sus dimensiones: su anatomía desde el punto de vista científico, y al cuerpo humano como interés estético.
El Humanismo del Renacimiento debe ser visto como un interés primordial por el hombre y por todo su quehacer.
Es una Doctrina, que antepone, frente a cualquier otra instancia, la felicidad y bienestar del hombre en el transcurso de su vida. El término tiene su origen en las corrientes teórico-pragmáticas que durante el Renacimiento europeo se revelaron contra las limitaciones de tipo moral impuestas por la teología dogmática de la Edad Media.
Desiderio Erasmo de Rotherdam y Tomás Moro, junto a John Colet se encuentran dentro de este enfoque siendo los precursores del humanismo inglés, criticando con escritos muy cautos, las perniciosas circunstancias pedagógicas y religiosas de la época en su "Elogio de la Locura", y sentando las bases de una nueva teología en "Enchiridion", al conjugar la fe (revelación divina a través de los Libros Sagrados y la tradición de la Iglesia) con la razón, que podía y debía investigar libremente los textos.
Su Biografía
Desiderio Erasmo nació hacia el año 1466 en la ciudad de Rotterdam Holanda, ingresó a la orden de los Canónigos Agustinos y llegó a ser el secretario del Obispo de Cambray aproximadamente en el 1492, decidiendo continuar sus estudios en París y luego en la universidad, de Oxford Inglaterra.
Conoció allí a John Colet y Tomás Moro, ya destacados eruditos de la época renacentista Inglesa.
En el 1500 regresó a París, después a Italia y luego a Inglaterra, donde se desplazaba entre Londres y la Universidad en Cambridge, donde ejercía como profesor de lengua griega. Esto sucedió entre los años 1509 al 1514, mientras escribía su obra más conocida "Elogio de la Locura", preparaba su edición del "Nuevo testamento griego", edición crítica que le traería fama mundial, y su libro "Retórica" para estudiantes avanzados de la lengua latina, el que fue publicado en 1511, alcanzando las sesenta ediciones en vida del autor.
Dejó Inglaterra en el 1517 y se trasladó a Lovaina, famosa por su Universidad, donde vivió hasta el 1521; durante ese tiempo dirigió su edición de los "Escritos sobre la Patrística", conocida como Padres Cristianos. Luego se fue a Basilea, ciudad Suiza, para mantener un estrecho contacto con la famosa imprenta Froben.
El nunca aprobó el fanatismo ni el dogmatismo, quizás ese fue el motivo por el que, la famosa Universidad de la Sorbona, condenó sus obras, por no tener una clara postura entre el Cristianismo y el Protestantismo. Su posición clásica fue la moderación. Su argumentación "Ad Hominem" (Lat. Es el argumento fundado en los hechos y opiniones del adversario) frente al método ciceriano de la época.
¿Pero, que fue lo que enseñó y que molestó tanto a la Inquisición, inspirando a los reformistas Españoles?
Para responder a esta pregunta tenemos que leer su obra "Apología", donde responde a las acusaciones en su contra, realizadas por la Inquisición, con sus noventa y nueve (99) objeciones.
Entre éstas, podremos apreciar su opinión: "Los ciervos que quieren recoger la cizaña antes de tiempo, son los que consideran que hay que quitar de en medio de los herejes, hiriéndoles y matándoles, pero el padre no quiere eliminarlos, sino tolerarlos, por si acaso se arrepienten y su cizaña se convierte en trigo; y si no se arrepienten, resérvense a su juez, a quien darán cuenta en su momento".
El trató temas candentes, tales como: la confesión auricular, el tema de la Eucaristía y el de la Virgen María, en el coloquio llamado "Naufragio"; como también, las enseñanzas contra el Papa Julio II, en su obra, "Anotaciones a la Epístola de los Romanos" donde todo se sintetiza en: "Un cristiano no debe a otro cristiano más que amor mutuo".
El atacó la ignorancia del clero, siempre con buenos fundamentos, poniendo en evidencia los manejos tortuosos e intrigas de la Iglesia de la época, y haciéndole perder prestigio y poder. Esto lo llevó a tener peligrosos enemigos dentro de la misma.
Erasmo, recurrió siempre a las Sagradas Escrituras, apelando a su autoridad, y recomendó siempre el estudio crítico de la Biblia. Su más profundo deseo fue acabar con la intolerancia y el dogmatismo, que se alejaban cada día más de las enseñanzas de Jesucristo en el Evangelio.
Para no ser destruido por la Inquisición, abogó a sus selectas amistades como el Canciller Gattinara y Alfonzo de Valdez, secretario del Emperador y hermano del reformista Juan de Valdez. Sin olvidar que el propio Emperador le envió una carta personal para su propia tranquilidad. Con esto aplacó a sus enemigos y adversarios demostrándoles que estaba formal y oficialmente en las filas del catolicismo romano, le iba la vida en ello.
Falleció hacia el 1536, en Basilea, Suiza. Antes de morir entre la intolerancia y la persecución, y considerando el saqueo de Roma en el verano de 1527, dijo estas palabras: "Si el fin del mundo esta cercano, no merece la pena discutir; si no lo está, dejemos esta discusión, pues ya se encargará de juzgarnos la posteridad".
Entre sus citas, la más usada es: "En el país de los ciegos, el tuerto es el Rey".
Habla la estulticia
Creímos conveniente repetir, las reiteradas salvedades que ha inspirado a los traductores españoles, la versión del título original. Bonilla y San Martín indicaron a tal respecto "debe traducirse Stultitia por Estulticia y no por Locura. Si Erasmo hubiese querido expresar esto último, habría escrito Insanía en vez de estulticia". Lebrija había traducido stultitia por "aquella bobería y poco saber".
Análisis de la obra
La Estulticia, dirigiéndose al pueblo, se presenta como la única que tiene poder para divertir a los dioses y a los hombres. Para esto se vale de una serie de metáforas, por medio de las cuales les muestra que ante su presencia, todos los rostros, antes tristes y apesadumbrados, cambiaron reflejando una nueva e inesperada alegría; la cual compara con el estado de ebriedad de los dioses homéricos.
Realiza una clara crítica a los grandes oradores de la época, diciendo que no consiguen con sus amplios y meditados discursos, disipar el malhumor reinante, cosa que ella logró con su sola presencia.
Excusándose por su apariencia, solicita del auditorio, la misma atención que prestan a las cuestiones de vana importancia; haciéndoles notar que, por el contrario, les resulta de poco interés, lo que pretenden transmitirles los predicadores.
Realiza una jocosa crítica a los sofistas de su época, aduciendo que éstos, se dedican a enseñar a los niños tonterías, que son defendidas tercamente por los mismos, mediante discusiones sin fundamento. A la vez, manifiesta respeto y ensalza a los antiguos, que prefirieron ser llamados "sofistas", en lugar de "sabios", quienes se dedicaron a celebrar las glorias de dioses y héroes; y declara (al auditorio) que oirán, de sus propios labios, sus alabanzas a sí misma.
La Estulticia, justifica las alabanzas que a sí misma se dirige, sosteniendo, que nadie la conoce mejor que ella misma. Utiliza este alegato, para menoscabar a los sabios y poderosos, quienes, con falsa modestia, se valen de los servicios de poetas y retóricos grandilocuentes, para ser adulados de manera tal que son equiparados a los dioses; y que reaccionan con inmerecido orgullo a las compradas loas.
En ésta ocasión, el blanco de sus críticas son los oradores y los sabios, a quienes considera falsos, vulgares, hipócritas y tontos; esto, en contraposición a ella misma, que se manifiesta como la locuaz, espontánea, verídica y benéfica "Stultitia" o "Moria".
Se presenta como diosa, hija del dios Pluto, a quien considera el verdadero padre de los dioses y de los hombres, a cuya voluntad se mueve el mundo, y de la ninfa Neotete, en su opinión, la más bella y más alegre de todas; fruto de un amor furtivo, como diría Homero.
Da a conocer su lugar de nacimiento, como las paradisíacas y utópicas islas Afortunadas, a las que caracteriza como un jardín de ensueños, donde no existe la pena ni el dolor.
Enumera una serie de pasiones humanas, tales como el amor propio, la adulación, el olvido, la pereza, la voluptuosidad, la demencia, la molicie, la curiosidad y la modorra, a las que considera su familia; y expresa que, gracias a los fieles auxilios de éstas, todas las cosas – incluyendo a los "arrogantes" filósofos, a los "que el vulgo llama" monjes, a los "purpurados" reyes, a los sacerdotes "piadosos" y a los "tres veces santísimos" pontífices – permanecen bajo su potestad.
También, dirige su crítica a los estoicos, de quienes dice, se creen casi dioses, y los compara, por su barba (signo de sabiduría), con los machos cabríos. Sostiene, que les hará dejar sus dogmas diamantinos y hasta delirar un poco, ya que solo a ella, tendrán que acudir los sabios cuando quieran ser padres, porque nadie más que ella tiene parte en engendrar y propagar la especie humana.
Luego de identificarse con el placer, demuestra admiración por Sófocles, citando una frase del mismo que reza: "la existencia más placentera consiste en no reflexionar nada".
Reconoce que por obra de la experiencia y del estudio, al crecer, los jóvenes comienzan a actuar con prudencia, alejándose de ella. Pero, también sostiene, que socorre a los viejos que se encuentran cercanos al sepulcro, devolviéndoles, en la medida de lo posible la niñez. De aquí viene que la gente suela considerar como niños a los viejos.
Asegura que quienes se dedican a estudios de filosofía, o a otros graves y arduos asuntos, han envejecido prematuramente, por obra de las preocupaciones y la constante y agria agitación de ideas, lo que agota el espíritu y la savia vital.
No excluye de sus críticas a los dioses del olimpo, dedicándose a resaltar todos las pasiones humanas que ponen de manifiesto.
Destaca que en los palacios de los príncipes, ocupa un lugar preponderante la adulación.
Alaba a la naturaleza, madre y artífice del género humano, observando con que solicitud ha cuidado, que nunca falte en él, el condimento de la estulticia. En efecto, dice, "según la definición de los estoicos, si la sabiduría no es sino guiarse por la razón y, por el contrario, la estulticia dejarse llevar por el arbitrio de las pasiones, para que la vida humana no fuese irremediablemente triste y severa, nos dio más inclinación a las pasiones que a la razón". Expone cuanto vale la razón, contra la ira y la concupiscencia, pues cuando la primera clama hasta enronquecer indicando el único camino lícito y dictando normas de honestidad, las otras mandan a paseo a su soberana y gritan más fuerte que ella, hasta que cansada, cede y se rinde.
Al hablar de las mujeres, dice lo siguiente: "se deleitan, sólo en la estulticia y de ello son argumento, piense cada cual lo que quiera, las tonterías que le dice el hombre a la mujer y las ridiculeces que hace cada vez que se propone disfrutar de ella. Ya sabéis, por tanto, el primero y principal placer de la vida y la fuente de que mana".
Realiza una exaltación de la amistad y del matrimonio, considerándolos consecuencia de su intromisión en la vida del hombre. Resalta, con metáforas, la ligereza, y la falta de fidelidad, que abundaban en la época.
Asegura que sin ella "no habría ni sociedad, ni relaciones agradables y sólidas, ni el pueblo soportaría largo tiempo al príncipe, ni el amo al criado, ni la doncella a su señora, ni el maestro al discípulo, ni el amigo al amigo, ni la esposa al marido, ni el arrendador al arrendatario, ni el camarada al camarada, ni los comensales entre ellos, de no estar entre sí engañándose unas veces, adulándose otras, condescendiendo sabiamente entre ellos, o untándose recíprocamente con la miel de la estulticia".
Y declara, que no podréis encontrar empresa ilustre alguna sin su impulso, ni nobles artes que ella no haya inventado.
Con respecto a la guerra, sostiene que hacen falta hombres vigorosos y valientes, en los que prive la audacia sobre la reflexión, y reserva a los caudillos el talento militar, no el filosófico.
Considera a los filósofos inútiles para ejercer cualquier empleo de la vida, y nombra a Sócrates, Platón, Teosfrato, Isócrates, Marco Tulio Cicerón, los Catones, los Brutos, los Casios, los Gracos, Cicerón, Demóstenes y Marco Antonio, como ejemplos de esto. Sostiene que, precisamente esta especie de hombres que se da al afán de la sabiduría, aun siendo desgraciadísimos en todo, lo son por modo especial en la procreación de los hijos, lo cual parece obedecer a la providencia de la naturaleza para que el daño de la sabiduría no se extienda más entre los hombres.
Añade que, "no puede ser útil en nada ni a sí, ni a la patria, ni a los suyos, porque es inexperto en las cosas corrientes y discrepa largamente de la opinión pública y de los estilos normales de vida, de lo cual, por cierto, preciso es que siga el odio contra él, por ser tanta la disparidad de conducta y sentimientos".
Compara al pueblo con una enorme bestia, que se mueve y controla con fabulosas invenciones, que en definitiva, solo son tremendas tonterías. Pero también aclara que, de esta misma fuente nacieron las hazañas de los vigorosos héroes, exaltadas hasta las nubes en los escritos de los varones elocuentes. De tal estulticia nacieron los Estados, merced a ella subsisten imperios, autoridades, religión, consejos y tribunales, pues la vida humana no es sino una especie de juego de despropósitos.
Al referirse a las Ciencias, sostiene, que solo la sed de gloria impulsa al ingenio de los mortales a elaborar y cultivar para la posteridad, disciplinas tenidas por tan excelsas. También, esboza el pensamiento de los sofistas, al respecto, quienes estiman que: "el conocimiento de las ciencias es cualidad peculiar del hombre, quien, con el auxilio de ellas, compensa con el talento aquellas cosas en que la naturaleza le ha desfavorecido".
Además, proclama como eximia la forma de vida de "la Edad de Oro", la cual habría sido perfecta, pero cuya pureza, poco a poco fue perdiéndose, ya que primeramente, fueron inventadas las ciencias por los malos genios, según dice, pero éstas eran aún pocas y pocos quienes tenían acceso a ellas. Después añadieron otras mil la superstición de los caldeos y la ociosa frivolidad griega, que no son sino tormentos de la inteligencia, hasta el punto de que con sólo una, la gramática, basta para dar suplicio perpetuo a una vida.
Luego de haber reivindicado el mérito del valor y el ingenio, pretende hacerlo también, con la prudencia. Para esto, se vale de una frase de Homero, que dijo: "el necio solo conoce los hechos. A la consecución del conocimiento de los hechos se oponen dos obstáculos principales: la vergüenza que ensombrece con sus nieblas al ánimo, y el miedo que, una vez evidenciado el peligro, disuade de emprender las hazañas".
Sostiene, que todas las cosas de la vida del hombre, presentan dos facetas opuestas, como por ejemplo: vida – muerte, lindo -feo, etc. Y manifiesta, que todas las pasiones humanas corresponden a la Estulticia, puesto que el sabio se distingue precisamente del estulto en que aquél se gobierna por la razón y éste por las pasiones. Por tal razón, los estoicos apartan del sabio todos los desórdenes, como si fuesen enfermedades; sin embargo, las pasiones hacen las veces de orientadores de quienes se dirigen hacia el puerto de la sabiduría, sino que también en cualquier ejercicio de la virtud suelen ayudar como espuela y acicate en exhortación a obrar bien.
Explica el porqué de la predilección, que los reyes y príncipes sentían por la compañía de los estultos, argumentando que los sabios no suelen acudir a los príncipes con nada que no sea triste y, engreídos con su doctrina, no se recatan de herir oídos delicados con verdades mordaces; en cambio, los bufones proporcionan lo único que los príncipes buscan por doquier de mil maneras: bromas, risas, carcajadas y placeres. Fijaos de modo especial en una cualidad, nada despreciable, de los estultos, que es el ser los únicos francos y veraces.
Se compadece de los príncipes, quienes, aun viviendo en el seno de tanta dicha, o de lo que pretende serlo, le parecen desgraciadísimos, porque carecen de ocasión de escuchar la verdad y porque están obligados a tener a su lado aduladores en vez de amigos.
Realiza un parangón entre los necios (estultos) y los sabios; de esto deduce que los primeros, luego de vivir con suma alegría, enfrentan la muerte sin temor alguno, como una prolongación de la vida; mientras que los sabios, siendo ejemplos de sabiduría, han gastado toda su vida en aprender las ciencias, no habiendo degustado nada de placer, viviendo siempre sobrio, pobre, triste, malévolo y duro para consigo mismo y desagradable para los demás, al momento de morir, no les importa, porque nunca han vivido.
Distingue dos clases de locura, una que proviene del infierno, es la causa de despertar en los mortales insanas pasiones, tales como la guerra, el odio, el parricidio, etc, las que contribuyen a hacer que el alma se sienta culpable y contrita; la otra, muy diferente, es digna de ser deseada en grado sumo por todos, se manifiesta por cierto alegre extravío de la razón, que libera al alma de cuidados angustiosos y la perfuma con múltiples voluptuosidades.
Se dedica a demostrar la gran variedad de santos que han surgido, los cuales cubren todas las expectativas de los creyentes, ya que hay un santo para cada necesidad. Rescata de este desatino, sólo a la Virgen María, aunque sugiere que el vulgo la venera más que al mismísimo Cristo. Se mofa de los pseudos milagros, atribuidos a la gracia manifiesta, de tal o cual santo.
Declara que la vida entera de los cristianos todos, está tan llena de esta especie de delirios, que los sacerdotes las admiten y fomentan no de mal grado, puesto que no ignoran cuánto suelen crecer sus gajes con ello.
Sostiene que la naturaleza dotó a las naciones y ciudades de amor propio común, tal como lo hizo con el hombre. "De aquí viene, que los británicos recaben para sí, por encima de cualquier otra prenda, la hermosura, el arte de la música y la buena mesa. Los escoceses blasonan de nobleza y de entronque con la realeza, y de sus argucias dialécticas. Los franceses se atribuyen la cortesía en el trato. Los parisienses se arrogan de modo particular la gloria de la ciencia teológica por encima de todos los demás. Los judíos, con mucha mayor complacencia, esperan incesantemente a su Mesías y se aferran con uñas y dientes a su Moisés aún hoy …", etc.
Hace referencia a la "Alegoría de las cavernas", de Platón, para mostrar la diferencia que existe entre la realidad y la ficción.
Y dice: "si pudieseis contemplar desde la Luna el tumulto inmenso del género humano, creeríais estar viendo un enjambre de moscas y mosquitos peleando entre sí, luchando, tendiéndose asechanzas, robándose, burlándose unos de otros, y naciendo, enfermando y muriendo sin cesar. Nadie podría imaginar el bullicio y las tragedias de que es capaz un animalito de tan corta vida, pues en una batalla o en una peste se aniquilan y desaparecen en un instante millares de seres".
Se compadece de los gramáticos, quienes dedican su vida a tratar de descubrir -por ejemplo, cuales son las ocho partes de la oración, cosa que nadie entre los griegos y latinos ha logrado hacer de manera definitiva- las más banales de las cosas.
Así, sucesivamente, se embarca en la crítica de cada una de las ciencias y de las artes, como también de quienes las practican. Y respecto de los filósofos dice: "Entre estos se cuentan también los que anuncian lo porvenir tras consultar los astros y prometen prodigios más que mágicos, y todavía tienen la suerte de encontrar a quienes lo creen".
Al llegar el turno de los teólogos, insinúa, que quizás fuera mejor no criticarlos, ya que son gente sumamente severa e iracunda, que no dudaría en reclamarle una retractación, y en caso de que ella se negara, la declararían hereje; acota que esto sucede con todos los que no se someten a su poder.
Además, afirma que son capaces de explicar a su capricho los misterios más profundos: cómo y por qué fue creado el mundo; por qué conducto se ha transmitido la mancha del pecado a la descendencia de Adán; cómo concibió la Virgen a Cristo, en qué medida y cuánto tiempo le llevó en su seno; y de qué manera en la Eucaristía subsisten los accidentes sin sustancia. También, cita a los llamados iluminados, los que se dedican a dilucidar cuestiones más elevadas. Y considera que en todas estas cuestiones, es tan profunda la doctrina y tanta la dificultad, que opina que los Apóstoles precisarían una nueva venida del Espíritu Santo si tuvieran que habérselas con dichos teólogos.
Sobre los religiosos y monjes, alega que son nombres impropios a más no poder, pues buena parte de ellos se encuentran alejados de la religión, y cuestiona el hecho de que pretenden desvergonzadamente representarnos a los Apóstoles.
Llegado el momento, discurre ahora sobre los reyes y los príncipes. Primero hace resaltar la misión de la realeza, que se debe a la cosa pública; luego, se dedica a relatar las aberrantes prácticas de los soberanos de la época, a los que llama sus súbditos. Además, analiza las actitudes despreciables de los cortesanos.
Sobre los pontífices, cardenales y obispos, sucesores de los Apóstoles, dice: "imitan de tiempo inmemorial la conducta de los príncipes y casi les llevan ventaja. Pero si alguno reflexionase que su vestidura de lino de níveo blancor simboliza una vida inmaculada, que la mitra bicorne, cuyas puntas están unidas por un lazo, representa la ciencia absoluta del Antiguo y del Nuevo Testamento; que los guantes que cubren sus manos le indican que deben estar protegidas del contacto de las humanas cosas e inmaculadas para administrar los Sacramentos; que el báculo es insignia de vigilancia diligentísima para con la grey que se le ha confiado; que el pectoral que pende de su pecho representa la victoria de las virtudes sobre las pasiones; si uno de éstos, digo, meditase sobre todo ello, ¿no viviría lleno de tristeza e inquietud? Pero nuestros prelados de hoy tienen bastante con ser pastores de sí mismos y confían el cuidado de sus ovejas o a Cristo, o a los frailes y vicarios. No recuerdan que la palabra «obispo» quiere decir, trabajo, vigilancia y solicitud. Sólo si se trata de coger dinero se sienten verdaderamente obispos y no se les embota la vista".
Refiriéndose a los Papas, primero describe como deberían ser: "Si los Sumos Pontífices, que hacen las veces de Cristo en la Tierra se esforzaran en imitar su vida, su pobreza, trabajos, doctrina, su cruz y desprecio del mundo …"; luego nos muestra la realidad de la época, a través de párrafos como el siguiente: "Los Santísimos Padres en Cristo, vicarios suyos en la Tierra, a nadie apremian con más vigor que a quienes, tentados por Satanás, osan aminorar y menoscabar el patrimonio de San Pedro, pues aunque este Apóstol dijo en el Evangelio: «Todo lo hemos dejado para seguirte», se reúnen bajo el nombre de Patrimonio de San Pedro tierras, ciudades, tributos y señoríos. Encendidos de amor a Cristo, combaten con el fuego y con el hierro, no sin derramar sangre cristiana a mares, entendiendo que así defienden apostólicamente a la Iglesia, esposa de Cristo, cuando han exterminado sin piedad a los que llaman sus enemigos. ¡Cómo si hubiese peores enemigos de la Iglesia que esos pontífices impíos que con su silencio coadyuvan a abolir a Cristo, en tanto que alcahuetean con su ley, la adulteran con caprichosas interpretaciones y le crucifican con su conducta infame! Pero aduciendo que la Iglesia cristiana fue fundada con sangre, cimentada con sangre y con sangre engrandecida, resuélvanlo todo a punta de espada, como si no estuviera Cristo para proteger a los suyos, según es, propio de Él…"
En resumen, considera que, adondequiera que vuelvas los ojos, entre pontífices, príncipes, jueces, magistrados, amigos, enemigos, mayores o menores, todos se desviven por los bienes materiales.
Posteriormente, se explaya buscando en las Sagradas Escrituras, todos los pasajes en los que, sostiene, se alude a ella. Y no pierde la oportunidad de hacer notar que cada quien las interpretaba a su conveniencia. Realiza a la vez, una comparación con aquellos primeros fundadores de la Religión, a quienes reconoce como gente de extrema simplicidad y enemigos encarnizados de las letras.
Nos define a los creyentes como aquellos que deben tomar ejemplo de la muerte de Cristo, e imitarla de manera tal que se domen, se extingan y sepulten sus pasiones para resucitar con Él a una nueva vida, donde se unirán a Cristo y a todos los hermanos. Y por contraposición define al vulgo, como aquellos que creen que el sacrificio de la Misa consiste sólo en plantarse ante el altar lo más próximo posible al sacerdote, escuchar a los que cantan y contemplar las ceremonias.
Sostiene de este modo que las diferencias entre devotos y vulgo es tan grande, como la que existe entre el cielo y la tierra.
Este gran discurso, termina con las siguientes palabras pronunciadas por su majestad, la estulticia: "Pero noto que me he olvidado de que estoy traspasando los límites convenientes. Si alguien considera que he hablado con demasiada pedantería o locuacidad, pensad que lo he hecho no sólo como Estulticia, sino como mujer. Recordad, además, el proverbio griego que dice: «Los locos a veces dicen la verdad», a menos que penséis que este refrán no reza con las mujeres. Veo que estáis aguardando el epílogo; pero os erráis si imagináis que me acuerdo de una sola palabra de todo este fárrago que acabo de soltar… Vaya este adagio antiguo: «No me gusta el convidado que tiene buena memoria.» Y yo invento éste:«Detesto al oyente que se acuerda de todo.» Por todo ello, ¡salud, celebérrimos devotos de la Sandez, aplaudid, vivid y bebed!
Su Biografía
Estadista y escritor Ingles, fue un ejemplo del humanismo renacentista de su época. El humanismo renacentista iniciado por Enrique VII y heredado por Enrique VIII, que pondría a Inglaterra, en el camino del renacimiento, el mismo que un siglo antes se iniciara en Italia.
Nació en Londres el 7 de Febrero de 1478, y muy joven estuvo al servicio del Arzobispo Juan Morton de Canterbury, luego se formó en la Universidad de Oxford. En esa, estrechó lazos con dos nombres ilustres, que junto con él encabezaron el movimiento humanístico Ingles; ellos fueron John Colet y Desiderio Erasmo de Rotterdam.
Estudió derecho al salir de ella, pero sus mayores intereses y esfuerzo estaban dirigidos a la ciencia, la literatura y la teología, dedicando mucho de su tiempo al estudio de la literatura griega y latina.
En el 1499 decidió ser monje de la orden de los Cartujos, en Londres, pero, cuatro años mas tarde abandonó esa idea.
Ya en 1504, ingresó al Parlamento, siendo una de sus primeras actuaciones, el pedido de la disminución de la asignación del Rey Enrique VII. En un acto de venganza el Rey encarceló a su padre, por este suceso Moro dejó la vida pública.
En 1505 se casa con Juana Colt, con la que tiene cuatro hijos. Y en 1509, a la muerte del Rey Enrique VII, regresa a la vida pública, siendo nombrado, en el 1510, representante de la Corona.
En el año 1511 fallece su esposa Juana, y conoce a Alicia Middleton, viuda, con una hija, y se casa en segundas nupcias con ésta.
Fue, en sus matrimonios, un Padre ejemplar y devoto esposo; supo trasmitir a su familia la fe cristiana, y estuvo profundamente comprometido en la educación religiosa de sus hijos. Abrió su casa, a todos lo que buscaban la verdad o su propia vocación, dando el ejemplo con su familia, y dedicando mucho tiempo a la oración en común.
En el 1516, no dejando su inquieta pluma y dominando el latín como si esta fuera su lengua madre, escribe una de sus obras mas renombradas, "Utopía".
En 1521 le fue concedido el título de Sir, y en 1523 fue nombrado presidente de la Cámara de los Comunes. Ocupó varios cargos gubernamentales: fue miembro del Parlamento, y funcionario diplomático en importantes misiones en el extranjero, magistrado y Lord Canciller sucediendo al Cardenal Wosley en el año 1529. Fue asimismo un católico acérrimo, interviniendo en encendidas disputas contra los "herejes" protestantes de esa época.
No dejando la pluma, a pesar de sus responsabilidades, escribió obras como: "Historia de Ricardo III" y "La suplicación de las almas".
Durante ese período, el Rey convirtió a Moro en uno de sus favoritos y con frecuencia requería de su compañía, para mantener con el, largas charlas filosóficas. A pesar de esto, en el 1532, siendo amigo personal del Rey Enrique VIII, su suerte cambió cuando rehusó apoyar la petición de Enrique para divorciarse de Catalina de Aragón. Su fe hizo que se negara a sancionar cualquier desafío a la autoridad Papal, y renunció, retirándose nuevamente, de la vida pública. El Rey, ofendido, lo encarceló en la Torre de Londres en el año 1534 y lo juzgó por negarse a prestar juramento al Acta de Supremacía, que reconocía al Rey como autoridad suprema de la Iglesia Anglicana, por sobre la autoridad suprema del Papa; por esta negativa, fue decapitado en Londres el 6 de julio 1535, como traidor.
A Moro se lo reconoce por su obra "Utopía", siendo esta, un relato satírico de la vida en una isla de ficción. Donde, los intereses de los individuos se encuentran subordinados a los de la sociedad como conjunto, todos sus habitantes deben trabajar, se practica la enseñanza universal y la tolerancia religiosa, y la tierra pertenece a todos. Estas condiciones son comparadas con las de la sociedad Inglesa, con una sustancial desventaja para ésta última.
Pasados los siglos, en Inglaterra fueron mermando las presiones, y en 1850 fue reestablecida la jerarquía Católica. Así, Tomás Moro, pudo ser beatificado por el Papa León XIII en 1886, y luego canonizado en 1935 por el Papa Pío XI.
En respuesta a la solicitud de varios jefes de Gobierno y Estado, de numerosos exponentes Políticos, sumado a algunas conferencias Episcopales y Obispos en forma individual, quienes dirigieron peticiones a Su Santidad, para que fuera nombrado Patrono de los Gobernantes y de los Políticos, el 31 de Octubre de 2000, fue santificado por el Papa Juan Pablo II.
Utopía: Lugar que no existe. Teoría fundada en la justicia y la bondad pero de imposible realización. La obra "Utopía" es una novela política, donde el autor plasma ideas filosóficas y políticas. Describe una República ideal e imaginaria regida por sabias leyes, que aseguran a todos sus habitantes un mínimo de felicidad a cambio de su trabajo. Este modelo se opone a los males de la sociedad de su tiempo.
Es una novela política, cuadro idealista, de un Estado democrático. Estos ideales están reñidos con la naturaleza real del hombre y de la cosas. Es su propósito lograr una sociedad justa, regida por los máximos principios de la libertad, bienestar y solidaridad humana.
Los principios que rigen esta obra son los de la razón y la igualdad. Presenta una sociedad ideal, donde se elimina la codicia y la propiedad privada.
Es una obra modelo de la época del pensamiento humanista. Su autor, Tomas Moro, fue Canciller durante el reinado de Enrique VIII, por lo cual, es un gran conocedor de la organización inglesa.
Una vez realizada y redactada la obra fue enviada a Peter Giles con el propósito de que sea revisada y editada. Tomas Moro hace en el inicio, una especie de carta introductoria a Giles explicándole acerca de algunas dudas e inquietudes.
LIBRO I
La primera parte, titulada La Relación de Rafael Hythloday con Moro, se refiere al mejor estado de una república.
Dado que había surgido un conflicto entre Enrique VIII de Inglaterra y Carlos I de España, se envía una comitiva a Flandes con la intención de conciliación y por una decisión final sobre el tema.
En Amberes, Moro encuentra Peter Giles, quien le presenta a Rafael Hythloday, hombre de buena reputación, honrado, bien instruido, sincero. Hombre experimentado en viajes por el mundo y un filósofo estudioso del griego y su cultura. Renunció a sus propiedades y su tranquilidad, para viajar con Américo Vespucio por el mundo.
En un diálogo con Moro le relata de tierras lejanas, de leyes justas y buenas, de las que las otras naciones debían tomar ejemplo. Ante tanta experiencia se le invita a unirse a la corte de algún Rey, con el objeto de ser útil con sus consejos. A esto, él contesta que prefiere su libertad a vivir esclavo de un Rey. Fundamenta su decisión, diciendo que ni los reyes, ni los que lo rodean, valoran los consejos de ningún sabio, por que están más interesados en guerras y hazañas caballerescas y en sus propias comodidades.
El espíritu de la injusticia por un lado, y de la justicia por el otro aparecen claramente explicados por Rafael. Continúa diciendo que la injusticia podría evitarse creando medios para que los ciudadanos puedan ganarse la vida mediante el trabajo manual y la agricultura.
El aboga en defensa del ciudadano, comentando que son los señores los que los convierten en malhechores, encarcelándolos o pagándoles con la muerte. Critica a los que se creen servidores de la República. Al Rey, a los caballeros sirvientes, señores quienes se creen sabios y solo oprimen a los trabajadores con sus leyes injustas.
Alude a Inglaterra y Francia, diciendo que allí, los hombres de guerra son ociosos mercenarios, a quienes se les da más importancia, simplemente porque conservan la paz o mejor hacen la guerra; para lo cual, los gobernantes, tratando de mantenerlos ocupados, les improvisan guerras convirtiéndolos en asesinos; pero cuando vienen de la guerra inútiles, inválidos y enfermos los expulsan y pasan a ser pobres. Aparecen los caballeros "justos", que se creen justos, pero mediante fraudes y artimañas les usurpan las tierras a los colonos y todo cuanto tienen, empujándolos a la condición de mendigos y ladrones para luego ser encarcelados o pagar con la muerte.
La ambición, la irrazonable codicia y el materialismo, la lujuria y la glotonería, de esta clase de poderosos señores, solo llevan a la extrema condición de baja moral (juegos, fiestas, prostitución, etc.).
Después de una extensa crítica a los poderosos, con los que no comparte sus acciones, sugiere soluciones para evitar los excesos. No dejar que los ricos manejen con su monopolio el mercado. Combatir la ociosidad que lleva a la mendicidad, creando leyes justas y fuentes de trabajo.
No es que el robo deba escapar del castigo, sino que no es justo ni legal perder la vida por dinero, la vida está por encima de todo. El asesinar a un hombre por dinero no es menos punitorio que el apoderarse de dinero por hambre.
Los poderosos manejan la muerte aunque Dios diga: "no mataras". El hombre le pone límite a este mandato, permitiendo matar mediante leyes que contemplan este castigo ante el delito. Lo mismo, cree, debería establecer la constitución, es decir, en que medida los actos inmorales puedan ser legales.
La ley de Moisés es un modelo, de como se castigaba el robo sin acudir a la muerte. Devolvían el dinero robado, por medio de la restitución.
Otras Repúblicas, también, castigaban dando oportunidades de vida. Les daban trabajo a cambio de comida y otras actividades, restringiéndoles la libertad. Este sistema de respeto por la vida, darles oportunidades, hacerles entender el valor de la libertad a los delincuentes, debería ser tomado como ejemplo por Inglaterra y Francia y las demás Repúblicas.
Nuevamente se le invita a Rafael a ser un consejero en las cortes de los reyes. El está de acuerdo en que se debe escuchar el concejo de un filósofo, ya que para tener una república feliz, es importante escucharlos o los gobernantes deberían estudiar filosofía. De esta manera habría reyes sabios y no corruptos, de otra manera, se usaran artimañas para alcanzar la paz y el progreso. Los actos de presión, hacen que el pueblo no se rebele. Someten por el miedo con leyes injustas. Para estos gobernantes, la paz consiste en la pobreza del pueblo, y aconseja Rafael, que el Rey que actúa así, mejor seria que renunciara.
Menciona que en la República de Platón y en Utopía hay paz, la verdadera, porque todas las cosas son en común, porque las leyes son pocas y bien aplicadas. Insiste en que las ciudades deben tomar ejemplo. Le gusta decir la verdad aunque sea desagradable, así como Cristo dijo la verdad y lo hizo públicamente.
Las costumbres, los decretos pestilentes en las otras ciudades corrompieron la justicia y el estado. Donde el dinero es el interés de los que gobiernan, no se puede gobernar con justicia y prosperidad para todos. Allí, la riqueza es para unos pocos, mientras el resto sufre miseria. No cree que la riqueza privada sea conveniente.
Ejemplifica a Utopía, donde hay pocas leyes y gran virtud, tiene abundancia por que todo es común. Mientras halla un solo hombre, dueño absoluto de lo suyo, habrá injusticia y pobreza. Por otro lado donde hay orden, organización, bien común, trabajo, estudio y dedicación, habrá prosperidad justicia y paz
LIBRO II
Referido a la mejor República. En primer lugar, hace referencia a las características de la Isla Utopía.
El rey de Utopía, guía al pueblo que era salvaje, a la perfección en las costumbres, humanamente y civilizándolos. Esta isla está constituida por ciudades – estado; donde existen granjas, y donde hay un jefe llamado filarca (cabeza de tribu).
A los miembros de la ciudad se los prepara e instruye para las tareas del campo. Para que no se produzca escasez de los productos por falta de conocimiento en el tema. (se practica la incubación artificial); lo producido, cuando no es usado se reparte entre los vecinos.
El estado provee los elementos necesarios para la producción sin costo alguno.
La ciudad más importante es Amaurota, ya que allí reside el consejo de los magistrados. Se eligen anualmente los sifograntes (filarcas), estos a su vez, con voto secreto, eligen al príncipe, el cual es vitalicio siempre que no sea sospechoso de tiranía. Además, los cargos son anuales, y el consejo es el encargado del bien común y de dar los resultados de los comicios, luego de ser tratados durante tres días. Esto se hacía con el fin, de evitar la tiranía de los gobernantes.
DE LAS CIENCIAS, ARTES Y OCUPACIONES
La ciencia común a todos es la agricultura, que es practicada por todos (hombres y mujeres), para ello se preparan desde niños en las escuelas y los campos. Además de la agricultura, se practican otras ciencias como tejer, carpintería, albañilería, herrería. La función de los sifograntes es velar para que los hombres trabajen cada uno en su arte; también hay un espacio para la música y la reflexión.
Si bien en esta isla no se cumple con las horas de trabajo, porque la provisión de las cosas no falta. Se pregunta: ¿Cuanto de ocioso tiene la vida de los sacerdotes y religiosos?
También, incluye a los latifundistas, a los que llama gentiles, hombres y nobles. Y pone de manifiesto que en la isla Utopía todos trabajan en cosas productivas y no inútiles, como en otros lugares, de modo tal, que lo que se produce es suficiente para la subsistencia, la comodidad y el placer.
Los únicos exentos del trabajo, son, además de los sifograntes, los que el pueblo, aconsejado por los sacerdotes y los sifograntes, ha elegido para concederles una dispensa perpetua del trabajo, para que se dediquen con toda tranquilidad al estudio. Estos, deberán responder a la confianza depositada, caso contrario, volverá al estamento de los artesanos. A veces, se dan casos contrarios, entre estos estudiosos se eligen los sacerdotes, embajadores y hasta el príncipe.
DE SU VIDA Y RELACIONES MUTUAS
La ciudad esta compuesta por familias, y a éstas, a su vez, la componen los parientes, las mujeres al casarse, van a la casa de su marido, no así los varones que siguen en su casa y el jefe es el más anciano. En la ciudad se establece el número de habitantes que debe mantener, como así también, el número de hijos que puede mantener una familia, la relación de los ciudadanos.
El mayor gobierno de la familia. Las esposas: dependen de sus maridos; los hijos: dependen de los padres; los más jóvenes de los mayores.
La ciudad esta dividida en cuatro partes o barrios. Barrios – centro = mercado de productos, allí la familia encuentra todo lo que necesita y lo lleva gratuitamente por que todo abunda. También existen en estos lugares una limpieza exagerada.
A la hora de la alimentación, los primeros son los hospitales, que son tan amplios, aparentando ser otras ciudades. Y están muy bien dotados de todo lo necesario. Todos acuden a comer en salas preparadas por esclavos, de las comidas se encargan las mujeres por turno.
Los habitantes de las islas tenían restricciones para los viajes, y podían ser castigados, como fugitivos o desertores y castigarlos con la esclavitud. No existen en la ciudad lugares malos, de modo que todos los hombres sanos se dediquen al trabajo y de esa manera no existan hombre pobres o necesitados.
El Estado es considerado una gran familia, donde se protegen unos a otros. En este país, su tesoro para casos de guerra y para contratar soldados extranjeros.
Los utopienses detestaban la suntuosidad y la ostentación, y criticaban a quienes lo eran y los despreciaban, por ejemplo a los embajadores que soberbios y orgullosos, exponían todo su oro.
La filosofía de las costumbres y la moral, plantea la discusión de las cualidades del alma, la razón, la virtud, pero principalmente la felicidad del hombre y debemos agregar estos principios de la religión:
- El alma es inmortal y destinada a ser perfecta.
- Premiar las buenas acciones y castigar las malas.
- La felicidad no es el placer.
La virtud es definida como una vida ordenada según la naturaleza, y los hombres son orientados por Dios. Se considera injusticia, el hecho de que un hombre trate de impedir a otro que sea feliz.
Dios recompensa a quienes han regalado placer. Los Utopienses, consideran como algo bajo y vil, el hecho de que el más fuerte oprima o destruya al más débil por placer. Podemos diferenciar dos clases de placeres: del alma y del cuerpo.
Placeres del Alma la Inteligencia y los buenos recuerdo.
Placeres del cuerpo la sensibilidad y el estar sano (verdadero placer).
La razón humana, considera verdadero lo de la virtud y el placer.
La gente de Utopía era trabajadora y estudiosa. Tenían gran interés en aprender el latín y lo hicieron muy rápido. Así, pudieron leer las obras de Platón, Aristóteles, Plutarco, Homero, Aristófanes, Heródoto y otros.
DE LOS ESCLAVOS ENFERMOS, MATRIMONIOS Y OTRAS MATERIAS
Son esclavos en Utopía, los que fueron castigados a serlo por haber cometido delitos, o quienes han sido condenados a muerte por delitos graves en otras ciudades, de esta clase hay muchos en la isla. Estos, trabajan continuamente y están encadenados. A los otros, de la isla, los tratan con mayor severidad, por considerarlos casos perdidos. Hay otro tipo de esclavos, el que elige por voluntad propia serlo, debido a la mala situación en la que vivían en otras ciudades, a estos se los trata de la misma manera que a los ciudadanos, salvo que deben trabajar más. Si alguno de estos esclavos decide irse, no hay resistencia a ello y nunca dejan que se marche con las manos vacías.
En cuanto a los enfermos, los Utopienses cuidan de ellos, con afecto y total dedicación para devolverles la salud. En caso de enfermedades dolorosas o incurables, los sacerdotes y los magistrados, inducen a estos a, que viendo que no hay posibilidad de mejoría y vivir es una tortura, no se rehúsen a morir, explicándoles, que obrando así, dejan esta vida siendo hombres virtuosos. Una vez convencidos terminan con su vida voluntariamente de hambre, el que se suicida sin el consejo de los sacerdotes y magistrados, es considerado indigno de ser sepultado.
En lo relativo al matrimonio, aquí no es solo disuelto por la muerte. Puede disolverse por adulterio o por costumbres intolerables que puedan ofender a algunas de las partes. De vez en cuando se divorcian, cuando ambos cónyuges no se pueden entender bien, con el consentimiento de los dos, se vuelven a casar. Pero el que terminara el matrimonio sin alegatos claros, es condenado a la esclavitud.
No existe ley que castigue algún tipo de transgresiones, sino que el consejo decide el castigo según la gravedad del delito. Los más graves, son condenados a la esclavitud, ya que así, se consigue más provecho para la ciudad, con su trabajo que matándolos, lo que es un desperdicio de la mano de obra para los peores trabajos.
Consideran a la burla como algo vergonzoso para quien se burla; en cuanto a la belleza, piensan que nunca está por sobre la humildad y la cualidades honestas de los hombres.
Los habitantes viven amistosamente, los magistrados se comportan como padres de la comunidad y el príncipe, ni se distingue de los demás, ya que no viste como tal, solo se le reconoce por un pequeño haz de trigo que lo precede; lo mismo sucede con el obispo, quien al frente lleva un cirio de cera.
Hay pocas leyes, por ser este un pueblo muy instruido y bien organizado. Están prohibidos los abogados y procuradores, pues consideran que es mejor que uno se defienda.
Los Utopienses opinan que la construcción, o ruina de una República depende y se apoya en las costumbres de los gobernantes y magistrados.
También, hablan de sus vecinos y los critican.
En otros pueblos esta costumbre de comprar y vender es desaprobada, como un acto cruel propio de una mente baja y cobarde, pero ellos se consideran muy dignos de alabanza, porque como hombres prudentes resuelven por esos medios grandes guerras, sin una batalla ni escaramuza. Pues, no se compadecen menos de la clase baja y común de sus enemigos, que los suyos saben que son obligados y arrastrados a la guerra contra su voluntad.
Este pueblo está a quinientas millas de Utopía hacia el este, son repulsivos, salvajes y fieros; viven en puestos agrestes y altas montañas, donde nacieron y se criaron. Son de fuerte constitución, capaces de aguantar y resistir calor, frío y trabajo; y desprecian todas las finuras delicadas y no se ocupan del trabajo y cultivo de las tierras toscas y rudas, tanto en la construcción de sus casas como en sus atavíos; no se dedican a nada bueno, únicamente a la cría y cuidado de ganado. La mayor parte de su vida consiste en robar y cazar.
Han nacido solamente para la guerra, que buscan con interés y asiduidad, y cuando lo consiguen se alegran extraordinariamente. Salen de sus tierras en grandes bandadas y ofrecen sus servicios por poco dinero. Este, es el único oficio con el que se ganan la vida, luchan esforzada, fiera y fielmente. No se comprometen por un tiempo determinado, se alistan con la condición de que al día siguiente se unirán al bando contrario por unas pagas más elevadas, y al próximo día después de esto, estarán dispuestos de nuevo por un poco más de dinero.
Pocas guerras hay por allí, en las que no haya un gran número de ellos, ocurre que parientes próximos que fueron alquilados juntos se trataban muy amistosa y familiarmente; tiempo después de hallarse separados se lanzan unos contra otros olvidando el parentesco y la amistad, se atraviesan sus espadas sin más motivos que el estar alquilados por príncipes enemigos, hasta tal punto, que se les inducirá a cambiar de bando por medio penique más. Rápidamente se han aficionado a la avaricia, pero por otra parte no les sirve de ningún provecho, pues lo que ganan luchando, lo gastan desenfrenada y miserablemente en juergas.
Este pueblo lucha a favor de los utopienses porque ellos les dan mayores salarios que cualquier otra nación. Pues los utopienses de la misma manera que utilizan bien a los hombres buenos, se aprovechan de estos malos y viciosos con promesas de grandes recompensas, donde la mayor parte de ellos, nunca regresan para pedir sus premios. Pagan lealmente a los que quedan vivos, para que estén dispuestos a un peligro semejante otra vez.
Los utopienses, creen que harían una acción muy buena a la humanidad, si pudieran liberarla de aquel cubil de gente sucia y apestosa, malvada y odiosa.
Además de esto, utilizan a los soldados, y en último término, reclutan a sus propios súbditos; a uno de los cuales, de probado valor y destreza dan el mando y dirección de todo el ejército. A sus órdenes designan a dos o más, que mientras aquel está a salvo están en reserva y fuera del cargo.
Eligen en cada ciudad como soldados, a los que se ofrecen como voluntarios pues no obligan a ningún hombre a la guerra contra su voluntad. Pero si se hace alguna guerra contra el propio país, entonces ponen a estos cobardes, mientras sean rudos.
Como ninguno es llevado a la guerra fuera de sus fronteras contra su voluntad, no se prohíbe a las mujeres que quieran acompañar a sus maridos, y en el campo de batalla las esposas están al lado de sus maridos. Es un gran motivo de deshonra para el marido volver a casa sin su esposa, o viceversa, o el hijo sin su padre.
Pues, así como ponen todos sus medios para evitar la necesidad de luchar, haciéndolo por medio de sus mercenarios; cuando no hay más remedio que luchar, ellos entonces, se lanzan con tanta valentía como prudencia pusieron antes, mientras podían evitarla. Tampoco son valerosos a la primera acometida, sino que poco a poco incrementan su fiero valor, con ánimos tan decididos, que morirían antes que retroceder una pulgada. Además, su conocimiento de caballería y hechos de armas les da confianza.
Nunca estiman tanto su vida, ni tienen un valor tan excesivo por ella que ambicionan conservarla vergonzosamente, cuando el honor les exige abandonarla.
Cuando la Batalla es más violenta y más fiera, un grupo de jóvenes, escogidos y selectos toman la responsabilidad con un ataque largo y continuo, ocupando las tropas de refresco el lugar de los hombres fatigados. Tampoco emprenden la caza y persecución de sus enemigos, de modo que, si todo su ejército es dispersado y vencido, salvo la retaguardia y con ésta alcanzan la victoria, prefieren dejar escapar a todos sus enemigos-
Pues recuerdan, que ha ocurrido más de una vez, que sus enemigos animados por la victoria, han perseguido a los que huían salidos de la formación, y que proseguían la persecución confiados en su seguridad, lo que ha cambiado la suerte de la batalla, arrebatándoles de sus manos la segura e indudable victoria.
CARTA APOSTÓLICA EN FORMA DE MOTU PROPIO
PARA LA PROCLAMACIÓN DE SANTO TOMAS MORO COMO PATRONO DE LOS GOBERNANTES Y DE LOS POLÍTICOS
JUAN PABLO II PONTÍFICE PARA LA PERPETUA MEMORIA
Recientemente, algunos Jefes de Estado y de Gobierno, numerosos exponentes políticos, algunas Conferencias Episcopales y Obispos de forma individual, me han dirigido peticiones en favor de la proclamación de santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de los políticos. Entre los firmantes de esta petición hay personalidades de diversa orientación política, cultural y religiosa, como expresión de vivo y difundido interés hacia el pensamiento y la conducta de este insigne hombre de gobierno.
- De la vida y del martirio de Santo Tomás Moro brota un mensaje que a través de los siglos habla a los hombres de todos los tiempos, de la inalienable dignidad de la conciencia la cual, como recuerda el Concilio Vaticano II, (es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella) (Gaudium et spes, 16). Cuando el hombre y la mujer escuchan la llamada de la verdad, entonces la conciencia orienta con seguridad sus actos hacia el bien. Precisamente por el testimonio, ofrecido hasta el derramamiento de su sangre, de la primacía de la verdad sobre el poder, Santo Tomás Moro es venerado como ejemplo imperecedero de coherencia moral. Y también fuera de la Iglesia, especialmente entre los que están llamados a dirigir los destinos de los pueblos, su figura es reconocida como fuente de inspiración para una política que tenga como fin supremo el servicio a la persona humana.
Su sensibilidad religiosa lo llevó a buscar la virtud a través de una asidua práctica ascética: cultivó la amistad con los frailes menores observantes del convento de Greenwich y durante un tiempo se alojó en la cartuja de Londres, dos de los principales centros de fervor religioso del Reino. Sintiéndose llamado al matrimonio, a la vida familiar y al compromiso laical, se casó en 1505 con Juana Colt, de la cual tuvo cuatro hijos. Juana murió en 1511 y Tomás se casó en segundas nupcias con Alicia Middleton,
viuda con una hija. Fue durante toda su vida un marido y un padre cariñoso y fiel, profundamente comprometido en la educación religiosa, moral e intelectual de sus hijos. Su casa acogía yernos, nueras y nietos y estaba abierta a muchos jóvenes amigos en busca de la verdad o de la propia vocación. La vida de familia permitía, además, largo tiempo para la oración común y la «lectio divina», así como para sanas formas de recreo hogareño. Tomás asistía diariamente a misa en la iglesia parroquial, y las austeras penitencias que se imponía eran conocidas solamente por sus parientes más íntimos.
- Tomás Moro vivió una extraordinaria carrera política en su país. Nacido en Londres en 1478 en el seno de una respetable familia, entró desde joven al servicio del arzobispo de Canterbury Juan Morton, canciller del Reino. Prosiguió después los estudios de leyes en Oxford y Londres, interesándose también por amplios sectores de la cultura, de la teología y de la literatura clásica. Aprendió bien el griego y mantuvo relaciones de intercambio y amistad con importantes protagonistas de la cultura renacentista, entre ellos Erasmo Desiderio de Rótterdam.
Estimado por todos por su indefectible integridad moral, la agudeza de su ingenio, su carácter alegre y simpático y su erudición extraordinaria, en 1529, en un momento de crisis política y económica del país, el rey le nombró canciller del Reino. Como primer laico en ocupar este cargo, Tomás afrontó un período extremadamente difícil, esforzándose en servir al rey y al país. Fiel a sus principios se empeñó en promover la justicia e impedir el influjo nocivo de quien buscaba los propios intereses en detrimento de los débiles. En 1532, no queriendo dar su apoyo al proyecto de Enrique VIII que quería asumir el control sobre la Iglesia en Inglaterra, presentó su dimisión. Se retiró de la vida pública aceptando sufrir con su familia la pobreza y el abandono de muchos que, en la prueba, se mostraron falsos amigos. Constatada su gran firmeza en rechazar cualquier compromiso contra su propia conciencia, el Rey, en 1534, lo hizo encarcelar en la Torre de Londres dónde fue sometido a diversas formas de presión psicológica. Tomás Moro no se dejó vencer y rechazó prestar el juramento que se le pedía, porque ello hubiera supuesto la aceptación de una situación política y eclesiástica que preparaba el terreno a un despotismo sin control. Durante el proceso al que fue sometido, pronunció una apasionada apología de las propias convicciones sobre la indisolubilidad del matrimonio, el respeto del patrimonio jurídico inspirado en los valores cristianos y la libertad de la Iglesia ante el Estado. Condenado por el tribunal, fue decapitado.
Con el paso de los siglos se atenuó la discriminación respecto a la Iglesia. En 1850 fue restablecida en Inglaterra la jerarquía católica. Así fue posible iniciar las causas de canonización de numerosos mártires. Tomás Moro, junto con otros 53 mártires, entre ellos el obispo Juan Fisher, fue beatificado por el Papa León XIII en 1886. Junto con el mismo obispo, fue canonizado después por Pío XI en 1935, con ocasión del IV centenario de su martirio.
- En 1504, bajo el rey Enrique VII, fue elegido por primera vez para el Parlamento. Enrique VIII le renovó el mandato en 1510 y lo nombró también representante de la Corona en la capital, abriéndole así una brillante carrera en la administración pública. En la década sucesiva, el rey lo envió en varias ocasiones para misiones diplomáticas y comerciales en Flandes y en el territorio de la actual Francia. Nombrado miembro del Consejo de la Corona, juez presidente de un tribunal importante, vicetesorero y caballero, en 1523 llegó a ser portavoz, es decir, presidente de la Cámara de los Comunes.
En este contexto es útil volver al ejemplo de santo Tomás Moro que se distinguió por la constante fidelidad a las autoridades y a las instituciones legítimas, precisamente porque en las mismas quería servir no al poder, sino al supremo ideal de la justicia. Su vida nos enseña que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de virtudes. Convencido de este riguroso imperativo moral, el estadista inglés puso su actividad pública al servicio de la persona, especialmente si era débil o pobre; gestionó las controversias sociales con exquisito sentido de equidad; tuteló la familia y la defendió con gran empeño; promovió la educación integral de la juventud. El profundo desprendimiento de honores y riquezas, la humildad serena y jovial, el equilibrado conocimiento de la naturaleza humana y de la vanidad del éxito, así como la seguridad de juicio basada en la fe, le dieron aquella confiada fortaleza interior que lo sostuvo en las adversidades y frente a la muerte. Su santidad, que brilló en el martirio, se forjó a través de toda una vida entera de trabajo y de entrega a Dios y al prójimo.
Refiriéndome a semejantes ejemplos de armonía entre la fe y las obras, en la Exhortación apostólica postsinodal "Christifideles laici" escribí "que la unidad de vida de los fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en la vida profesional ordinaria. Por tanto, para que puedan responder a su vocación, los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio a los demás hombres" (n. 17).
Esta armonía entre lo natural y lo sobrenatural es tal vez el elemento que mejor define la personalidad del gran estadista inglés. Él vivió su intensa vida pública con sencilla humildad, caracterizada por el célebre "buen humor", incluso ante la muerte.
Éste es el horizonte a donde le llevó su pasión por la verdad. El hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral. Ésta es la luz que iluminó su conciencia. Como ya tuve ocasión de decir, "el hombre es criatura de Dios, y por esto los derechos humanos tienen su origen en Él, se basan en el designio de la creación y se enmarcan en el plan de la Redención. Podría decirse, con expresión atrevida, que los derechos del hombre son también derechos de Dios" (Discurso 7.4.1998, 3).
Y fue precisamente en la defensa de los derechos de la conciencia donde el ejemplo de Tomás Moro brilló con intensa luz. Se puede decir que él vivió de modo singular el valor de una conciencia moral que es "testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran la intimidad del hombre hasta las raíces de su alma". (Enc. "Veritatis splendor", 58). Aunque, por lo que se refiere a su acción contra los herejes, sufrió los límites de la cultura de su tiempo.
El Concilio Ecuménico Vaticano II, en la Constitución "Gaudium et spes", señala cómo en el mundo contemporáneo está creciendo "la conciencia de la excelsa dignidad que corresponde a la persona humana, ya que está por encima de todas las cosas, y sus derechos y deberes son universales e inviolables" (n.26). La historia de santo Tomás Moro ilustra con claridad una verdad fundamental de la ética política. En efecto, la defensa de la libertad de la Iglesia frente a indebidas injerencias del Estado es, al mismo tiempo, defensa, en nombre de la primacía de la conciencia, de la libertad de la persona frente al poder político. En esto reside el principio fundamental de todo orden civil de acuerdo con la naturaleza del hombre.
- Son muchas las razones a favor de la proclamación de santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de los políticos. Entre éstas, la necesidad que siente el mundo político y administrativo de modelos creíbles, que muestren el camino de la verdad en un momento histórico en el que se multiplican arduos desafíos y graves responsabilidades. En efecto, fenómenos económicos muy innovadores están hoy modificando las estructuras sociales. Por otra parte, las conquistas científicas en el sector de las biotecnologías agudizan la exigencia de defender la vida humana en todas sus expresiones, mientras las promesas de una nueva sociedad, propuestas con buenos resultados a una opinión pública desorientada, exigen con urgencia opciones políticas claras en favor de la familia, de los jóvenes, de los ancianos y de los marginados.
- Confío, por tanto, que la elevación de la eximia figura de santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de los políticos ayude al bien de la sociedad. Ésta es, además, una iniciativa en plena sintonía con el espíritu del Gran Jubileo que nos introduce en el tercer milenio cristiano.
Por tanto, después de una madura consideración, acogiendo complacido las peticiones recibidas, constituyo y declaro patrono de los gobernantes y de los políticos a Santo Tomás Moro, concediendo que le vengan otorgados todos los honores y privilegios litúrgicos que corresponden, según el derecho, a los patronos de categorías de personas.
Sea bendito y glorificado Jesucristo, Redentor del hombre, ayer, hoy y siempre.
Roma, junto a San Pedro, el día 31 de octubre de 2000, vigésimo tercero de mi Pontificado. IOANNES PAULUS PP.II
Como podemos observar, el Humanismo es el núcleo ideológico del renacimiento y lo podemos definir como una nueva cultura, surgiendo este, en el siglo XV.
Esto fue posible, gracias a hombres con una visión muy clara, que hicieron de sus ideales éticos, la base fundamental de sus vidas.
Ellos dejan ver a través de sus actos, su preocupación por la familia y la sociedad misma, no importando su posición social, ya que la historia nos muestra el triste fin que tuvieron, en manos del poder político y religioso que no pudo doblegar sus ideales y principios, siendo uno ajusticiado por el monarca y el otro perseguido por la Iglesia.
Como podemos ver, Tomas Moro, hombre de familia y con claras ideas Políticas enfrentó el poder de la Monarquía absolutista Inglesa que imperaba en ese momento y no dudó en poner en juego su vida, por sus principios éticos y su fe cristiana. Demostrándonos, no solo su valentía como hombre, sino la inquebrantable fe en sus principios.
Así también, Erasmo, firmemente apoyado en sus ideales, no dudó en enfrentar, abiertamente y colocando su propia vida en riesgo, a la Iglesia misma. La que corrompida por el poder y los hombres, y apoyándose en su arma más temida, la inquisición misma, utilizó la fuerza y la barbarie para acallar cualquier voz que se levantara en su contra.
Ambos, demostrando sus profundas convicciones éticas y religiosas, más allá de las presiones o amenazas y nunca claudicando, nos dejaron sus enseñanzas. Podemos servirnos de éstas, como ejemplo, para forjar una personalidad cuyos valores y principios éticos y políticos, puedan redundar en beneficio de la sociedad en la que nos toca vivir.
No debemos olvidar, que el humanismo renacentista está centrado en el hombre (antropocéntrico), teniendo como finalidad al hombre (antropotélico), siendo los puntos más importantes que desarrolla esta nueva cultura, el hombre y su libertad, la relación del individuo con Dios, con el mundo y con la naturaleza.
Así, el renacimiento se va a destacar por la libre interpretación de la Biblia, ilustrando con claridad, una verdad fundamental de la ética política y de la libertad de la persona frente al poder político.
- Moro, Tomás: "Utopía" – Hyspanoamérica Ediciones Argentina S.A.- España – 1984.-
- Roucek, Joseph. S.: Antología del Pensamiento Político – Editorial Freterna.-
- Diccionario de la Lengua Española – Océano – México – 1990.-
- Biblioteca de la Santa Sede – Vía Internet.-
- Diccionario Consultor Político.- Librograf Editora S.R.L. Argentina – 1992.-
- Erasmo, Desiderio: "Elogio de la Locura"
- Biblioteca del Vaticano: Carta Apostólica en forma de mutuo propio, para la proclamación de Santo Tomás Moro como Patrono de los Gobernantes y los Políticos – Vía Internet.-
Editorial Cumbre S.A. – México – 1980.-
- Pirenne, Jacques: "Historia Universal" – Tomo II – Siglos VII al XVI –
- Diccionario de Ciencias jurídicas, Políticas, Sociales y de Economía.- Ed. Universidad – 1996.-
Autor:
EDUARDO L. HAIEK, ESTUDIANTE DE CIENCIA POLITICA DE LA UNLAR
ENVIADO POR Claudia Liliana Luna