El hombre del Paleolítico tenía que moverse y trabajar para comer — actividad hoy abandonada en todo sentido
Compartir debió representar algo así, como una adaptación a algo que constituiría un cambio en la organización social de la horda: si unos se dedicaban a la caza, otros debieron dedicarse a la magia para invocar a la buena suerte, otros debieron seguir dedicándose al forraje y otros al cuidado de las crías. Este reparto de tareas ha sido señalado por Harris como el resultado de la ganancia de intimidad entre la pareja humana y probablemente lo fue. Alimentarse, como beber o aparearse no necesita explicación, simplemente suceden. Se trata de la operación de un instinto, lo que cambia en los humanos es la organización social que modela este instinto, pero no el instinto en sí. Aunque para ser exactos los instintos necesitan alguna explicación, dado que estamos acostumbrados a pensarlos como un fin en sí mismos, de un modo finalista: el instinto de alimentarse puede considerarse una operación autónoma, como sucede con los llamados "cuatro grandes" (huir, aparearse, agresión, comer) y toda operación precisa de un impulso. No hay pulsión sin impulso y en este caso, en el caso de la alimentación el impulso es el hambre.
En la alimentación participan otras pulsiones que nada tienen que ver con el hambre, como por ejemplo la agresión, el rango social, la sexualidad y el gregarismo (otra de las pulsiones menores del instinto). Comer para los humanos no consiste solamente en el forrajeo individual, Comer para los humanos significa algo más que alimentarse tal y como se deduce de la propia etimología de la palabra comer (cum cudere) "estar o compartir algo con alguien". Basta con comer sólo para saber a lo que aquí nos referimos: la mayor parte de las personas que comen a solas, comen de pie, rápidamente, comida fría o escasamente elaborada, picotean o apacientan, pero no comen en el sentido ampliado de la palabra. Comer significa sobre todo hablar mientras se come, comentar, educar o instruir, un placer que precisa ser compartido, comunicado y legitimado por alguien con quien se comparte el vínculo social o sexual.
El comensalismo es una conducta ampliamente representada en la Naturaleza que viene a simbolizar algo así como un turno en el acceso a la comida o por decirlo en palabras de Lorenz "un orden de picada", que viene a representar a la propia jerarquía o rango entre los animales. Lo usual es que los machos dominantes se alimenten primero y después las hembras y los críos.
No todos los animales se alimentan siguiendo estas reglas sociales que son típicas de los leones, otros optan por otra conducta muy curiosa que se denomina "vagabond feeding" (alimentación vagabunda). Consiste en comer deprisa y a solas, esconder o enterrar comida, robar comida y sobre todo hacerlo mientras se está de pie o de un modo furtivo. El "vagabond feeding" simboliza un modo individualista y frío de alimentarse con una alimentación codiciosa y desocializada. En ambos casos, tanto el comensalismo como el "vagabond feeding" están presididos por unas reglas de rango y territoriales tácitas que penalizan ampliamente, sobre todo a los intrusos, como sucede con la agresión en general, hecho del que se desprende una de las grandes reglas de la etología: "el que lucha en su territorio lleva siempre las de ganar", un aspecto modificado del cual sería "que aquel que conserva su territorio o su rango tiene más posibilidades de sobrevivir y de llevarse el mejor bocado".
En general la alimentación está presidida por grandes reglas que tienen que ver con el territorio, el rango y la agresión extraespecífica.
¿En qué condiciones puede afectarse este instinto natural de comer?
Los etólogos hablan – en los animales – de situaciones que representen perdidas de territorio, disminuciones en el rango social o la amenaza de intrusos en el espacio. Hrdy ofrece la observación de que los animales salvajes recién enjaulados rechazan el alimento en condiciones de hacinamiento o de estrechez. Hediger interpretó que si el animal no disponía de un refugio para poder tener cierta intimidad a relativa distancia de las rejas deja de alimentarse ofreciendo un modelo animal de inanición. En casi todos los animales salvajes hay que preservar, en condiciones de cautividad, un equilibrio entre la distancia de huida y la distancia de ataque. Un equilibrio que se halla en oscilación critica y que se relaciona con la alimentación y con la agresión. Asimismo señalan otros que en aquellas especies con una jerarquía muy prominente y que se expresan con una distancia de seguridad interindividual. La proximidad de un animal dominante inhibe el comportamiento alimentario del dominado que en todo caso comerá después.
Experimentalmente, hemos observado perros muy pequeños que aceptan alimento, solamente para alejarse de donde lo obtuvieron y llevarlo a donde puedan comer sin ser interferidos.
Corre a comer a escondidas su bocadillo de bizcocho
Estas explicaciones nos sirven ahora para ilustrar el misterio clínico de la anorexia humana, una enfermedad multicausada y que según Bruch pudiera tener alguna relación con la intromisión de la madre en el territorio de la adolescente, bien sea a causa de su conducta solícita o bien a causa de la propias directrices educacionales: la madre puede invadir el territorio lábil del psiquismo prepúber que quizá termine por fomentar la aparición de la anorexia. Sin embargo las cosas no son así de sencillas en los seres humanos.
La anorexia ¿se superpone a la infertilidad?
Si este tipo de causas tuviera alguna influencia en la patología que presentan las adolescentes de hoy deberá ser porque los genes implicados en esa patología tendrían que ver con la inanición, el miedo, la rivalidad sexual y el altruismo alimentario, además podemos – siguiendo nuestra labor investigativa – asegurar que es una enfermedad de mujeres (predominantemente) y también podemos involucrar a los memes (Dawkins 2000) relacionados con la belleza física, el miedo estético a la obesidad y la mitología del rendimiento y del éxito.
La inanición y el hambre
No cabe ninguna duda de que los largos períodos de ayuno combinados con cortas experiencias de abundancia han sido la miseria más importante, junto con los ataques de las fieras, que la raza humana ha tenido que soportar en su viaje evolutivo. La búsqueda, almacenamiento, distribución, recolección y discriminación entre lo comestible y lo venenoso han sido una de las tareas que más tiempo han ocupado entre los hombres primitivos hasta la invención de la agricultura.
La caza, pesca y la recolección de vegetales, frutos y raíces han sido, desde que el hombre abandonó la carroña como la base de su sustento alimentario, la base esencial de su estrategia de comer. Algunos antropólogos añaden además que la mujer accedió a la alimentación carnívora más tarde que el hombre y especula en torno a la teoría de que la carne fue una forma de intercambio sexual que precipitó la mutación hacia la "continua disponibilidad" de la hembra humana desde un ciclo anual, hasta la conocida regla lunar de una duración de 28 días, puesto de otra manera: el abandono del estro y con éste del celo pudo deberse a causas de presión evolutiva relacionadas con la alimentación. Este ciclo frecuente indujo notables cambios en las organizaciones humanas fuera o no al precio de la carne: modificó las relaciones entre los sexos en el sentido de que favoreció el contacto regular y afectivo entre macho y hembra y probablemente fortaleció los vínculos familiares y sociales.
Hay que comenzar temprano
Lo que me interesa señalar en este momento es que con independencia de las teorías descritas, en cuanto a que la carne tuviera algo que ver en este intercambio, es innegable que la mujer tiene una mayor resistencia a la inanición que la que el hombre goza. Lo que induce a especular legítimamente en una resistencia lograda a través de millones de años de adiestramiento en la recolección de frutas, al verse privada de los bienes alimentarios más nutritivos: las proteínas animales, que los machos, por virtud de su mayor fuerza, acaparaban. De manera que si existiese un gen llamado "resistencia a la inanición" este gen se encontraría ampliamente representado en el género femenino. En realidad se hallaría relacionado con el metabolismo y fisiología de la serotonina, dado que la ingestión proteica está mediada por este neurotransmisor. Aunque la anorexia (como casi todas las enfermedades psicosomáticas) no puede explicarse con el concurso de un solo gen, es evidente que al menos uno de entre ellos debería estar relacionado con algún defecto en el mecanismo que regula la síntesis de las hormonas relacionadas con el rendimiento calórico y la reducción de las necesidades energéticas hasta niveles de supervivencia, mientras la homeostasis se mantiene, a su vez, estable. Esto y después de reducir al máximo el gasto que en la mayor parte de las hembras se refiere básicamente a sus períodos menstruales, que por si mismos representan una perdida importante de sus reservas de hierro.
Naturalmente la inanición parece que por si misma no representa una estrategia evolutivamente estable dado que puede conducir a la muerte individual. Si la consideramos como una estrategia diseñada para obtener beneficios de la subfertilidad, podemos empezar a vislumbrar cierto provecho para las hembras que la adoptaran. Efectivamente, y siempre que esta estrategia se acogiera "durante un cierto tiempo", las ventajas competitivas de estas hembras podrían haberse visto beneficiadas en sus códigos reproductivos. Aquí nos referimos a la infertilidad inducida por una alimentación pobre, pero no ausente, o a una infecundidad relativa que alargara la aparición de la primera menstruación y propiciara – no obstante- los intercambios sexuales sin riesgo de embarazo. Sería legítimo hablar en estos casos de una supresión de la fertilidad inducida por la inanición.
Estas hembras podrían haberse visto durante más tiempo, libres de sus tareas de madres y podrían haberse desplazado más y mejor sin el peso y las cargas suplementarias derivadas de la crianza, pero sin dejar de mantener relaciones sexuales. Podrían haber mantenido más relaciones sexuales con más parejas sin pagar el costo adicional del embarazo y haber obtenido una mayor cantidad de intercambios (afectivos y materiales) a partir de su "disponibilidad estéril", que las otras hembras embarazadas o esquivas. En otras palabras, de las hembras que son gordas.
Las chicas que menstrúan temprano siempre pagan un precio, a veces, muy elevado…
Con ello no queremos decir que la anorexia fuera inventada en el paleolítico. No hacía falta. De la igual manera, la bulimia seguramente no existía en el pleistoceno y sin embargo es muy posible que nuestros antepasados recurrieran al atracón y a la siesta en cuanto tuvieran ocasión. La anorexia de la mujer actual es una forma de inanición electiva que, no por ser electiva, pierde su condición de inanición: una condición similar clínicamente a la inanición que vemos por otras causas. En realidad el cuadro somático y psicológico de la anorexia nos era ya conocido, porque coincide con los cuadros que se observan en situaciones catastróficas como las de individuos sometidos a confinamiento en campos de concentración o cárceles, o las derivadas de enfermedades consuntivas como la tuberculosis. Lo que cambia a través de la historia es la manifestación visible de la enfermedad pero no la enfermedad en sí, las causas medievales para la inanición eran probablemente de carácter espiritual o de un mimetismo de la espiritualidad, las causas decimonónicas pudieron ser sexuales como las causas de hoy son esencialmente estéticas: la búsqueda del ideal de belleza físico.
En el paleolítico no pudo haber anorexia porque la inanición era una forma de presión selectiva. Otra teoría que explicaría y tendría como consecuencia la subfertilidad, es la que se conoce con el nombre de "teoría del crecimiento ralentizado". Según este punto de vista la selección natural pudo beneficiar aquellos genes que contribuyeran a desarrollar machos o hembras con un crecimiento lento, que se asocia con bajos niveles de hormonas sexuales, tanto de testosterona como de estrógenos. Estas bajas tasas de hormonas sexuales correlacionan con el crecimiento craneal y cerebral, por lo que se especula en torno a la idea de que en un momento determinado de la evolución, las hembras pudieron escoger a los machos no entre aquellos más agresivos o "viriles" sino entre aquellos que desarrollaron habilidades como cantar o bailar y que eran los machos con niveles más bajos de testosterona. Si esta teoría fuera cierta, la selección no sólo derivó su estrategia de diversificación de genes entre los más adaptados para la caza sino también pudo hacerlo entre aquellos machos más inteligentes que disponían de estrategias de cortejo más sofisticadas y que a la vez eran capaces de inventar nuevos símbolos, gruñidos o gestos señalizadores. Probablemente estos tipos de machos mostraban mejores aptitudes de padres que los cazadores y pudieron desparramar sus genes simultáneamente con aquellos menos dotados para el paternaje o la cooperación con las hembras. Naturalmente esta teoría presupone que las hembras elegían a sus parejas — lo que entra en contradicción con el modelo de promiscuidad sexual que durante millones de años fue seguramente la norma… Morris ha descrito supresiones fisiológicas del desarrollo sexual en ratas y monos sometidos a ciertas modificaciones de su entorno habitual o estresores específicos. Procediera de una u otra estrategia la subfertilidad tiene como consecuencia la esterilidad, equivalente al de la mujer lactante, aunque sin las servidumbres de dar el seno. Similar al de la mujer embarazada pero sin las sujeciones del peso y por último una subfertilidad similar al de la mujer en la menopausia sin la sobrecarga de la edad. Algunos autores como Dawkins suponen que la menopausia es también un programa arcaico derivado del nursing. Si no hubiera menopausia la mujer podría seguir teniendo hijos abandonando a su suerte a los nietos. Una mujer debe de hacer balance entre el cuidado que dispensará a sus hijos (el 50% de sus genes) del cuidado que dispensará a sus nietos (el 25 % de sus genes) como mucho antes hubo de hacer entre sus tareas de reproducción y enseñanza, adoptando una estrategia idónea para adaptar el tamaño de sus camadas o nidadas a su disponibilidad de crianza. Aún hoy; las mujeres gráciles, pequeñas o de aspecto débil (pseudonúbiles) cuentan con un atractivo suplementario al de su juventud o belleza. Es muy probable que la evolución haya maximizado la expresión genética de la inanición (en realidad de la resistencia a la misma) a partir de las ventajas suplementarias que durante millones de años estas mujeres acumularon como patrimonio genético. Un patrimonio genético que desparramaron a toda la humanidad como una potencialidad para resistir futuras carestías o como sucede hoy para resultar secundariamente atractivas y reversiblemente estériles.
El papel de las aversiones alimentarias en nuestra especie
Las ratas y nosotros mismos somos las únicas especies que hemos sido capaces de desarrollar aversiones, intolerancias y preferencias alimentarias, que se manifiestan en reacciones somáticas de desagrado y que inducen conductas evitativas respecto a determinados alimentos. A veces incluso representan verdaderas intolerancias alimentarias o alergias. Prácticamente todos los alimentos contienen toxinas y no me refiero tan sólo a las que proceden de su elaboración industrial, me refiero a las toxinas que contienen en su estado natural. Nombraré entre otras a las nueces, almendras, guineos, frutas diversas, papas, coliflores, sin ánimo de ser exhaustivo. La intolerancia a lácteos, carnes, la repugnancia a las vísceras, vegetales, café, alcohol, marisco o pescado son tan comunes en nuestra especie que ni siquiera pensamos en su alta prevalencia por no asociarlas a ningún trastorno mental. Sin embargo desde el punto de vista evolutivo estas aversiones están relacionadas con la persistencia de programas de discriminación entre los venenos y los alimentos comestibles. Tanto las plantas como sus depredadores han evolucionado simultáneamente y podemos suponer que no hemos logrado el tiempo evolutivo para erigir defensas naturales contra todos estos venenos. Las mujeres embarazadas durante su primer trimestre son una buena prueba de que mantenemos activados nuestros programas de discriminación de tóxicos y nuestros mecanismos de deshacernos de ellos (rinorrea, vomito, nausea, diarrea). Esta última noción aun carece de solvencia en algunos círculos del saber.
El disgusto o la repugnancia por los alimentos –incluso para aquellos verdaderamente tóxicos- no se transmiten de una forma innata sino que forma parte de los aprendizajes en este sentido. Esta opinión, sin embargo contrasta con la adquisición de la habilidad de las ratas para discriminar venenos de forma innata. Es posible que esta paradoja pueda explicarse señalando que las ratas presentan una neofobia, es decir una fobia a alimentarse con alimentos desconocidos y que esta precaución en discriminar lo venenoso y lo comestible persista en nuestro patrimonio genético, como una forma de asegurase o de prever intoxicaciones o envenenamientos, algo que podría estar relacionado con los trastornos alimentarios, donde efectivamente se observan aversiones diversas, intolerancias, estereotipias y neofobias que no pueden explicarse tan sólo a partir de la evitación de los alimentos altos en poder calórico.
En mi experiencia, tratando a pacientes que demostraban una facilidad innata al vómito, estas eran mujeres cuyas vidas comenzaron complicadas por traumas del nacimiento. Muchas terminarían siendo víctimas de alguna disorexia.
El miedo
El miedo es una emoción innata que precisa codificarse -colgarse- de algo (un símbolo o una imagen) que represente al temor que debe evitarse con el fin de no sufrir daños. Esa es la definición evolutiva del miedo, una definición previa al proceso de simbolización y desparramiento posterior a los aspectos cognitivos del mismo. Existe el miedo a algo, aunque ese algo a veces pueda ser inefable (no pueda ser dicho) y se nombre con ideas vagas como miedo a lo desconocido, o con etiquetas más vagas aun, como ansiedad generalizada, ataque de pánico, y otras categorías de índole emocional. Lo que es seguro, es que el miedo es un programa genético muy estable para la supervivencia del ser humano porque le permite evitar los riesgos y los peligros del medio ambiente que en un momento original debió poseer una larga nómina de amenazas, comenzando por los ataques de las fieras, las catástrofes o fenómenos naturales, las incursiones de intrusos belicosos o la rapiña de los congéneres. El miedo propicia la huida como el hambre propicia la alimentación. Se trata de los impulsos que "arrancan" de programas genéticos preformados y cuyas causas van más allá del miedo o del hambre. Por ejemplo la huida es la conducta que más usualmente se relaciona con el miedo, pero también la lucha es una conducta relacionada con el mismo. Algunas fobias (miedos irracionales acompañados de conductas evitativas) poseen una comprensibilidad evolutiva transparente. Se trata de miedos evolutivamente estables como nombré más atrás: las fobias a las arañas, a las serpientes, a las alturas o a los espacios abiertos pueden representar trazas residuales de programas heredados o módulos natos, y de aprendizajes fáciles. La cosa se complica cuando hemos de interpretar algunos miedos del hombre moderno en clave evolutiva, como por ejemplo sucede con el "miedo a engordar", el síntoma nuclear de la anorexia y de la bulimia (Russell). Es evidente que esta fobia no puede representar un temor atávico. La evolución no hubiera perdido ni un segundo en tratar de hacer sobrevivir un programa así diseñado. ¿Se trata de una contradicción de la teoría evolutiva? ¿O más bien podemos hablar de un temor sin representación genética, puramente cognitivo?
Evidentemente el temor a engordar es un meme (un replicante cultural) y hay que recordar ahora que los programas genéticos están indeterminados, algo así como una idea viral transmitida por los marchantes de los significados. Existe una poderosa industria mediática destinada a difundir "las verdades mercadeadas" que debe compartir la población que acaba por parasitar las mentes y los deseos de amplias capas de nuestros conciudadanos: aquellos más vulnerables a sus influencias. La "delgadez vende" por muchas razones y no voy a extenderme en explorarlas todas una por una. Se trata en cualquier caso de una idea impuesta y arbitraria que no correlaciona más que de una manera periférica con nuestro patrimonio genético. Ya he nombrado en el epígrafe anterior la resistencia a la inanición como un programa probablemente destinado y mantenido por la evolución para sostener un estado de subfertilidad benéfico aunque no exento de riesgos para las que lo adoptaran. Existen además memes sanitarios que glorifican "la buena alimentación" y, desalmados de todo tipo, que demonizan la obesidad.
La fobia a ganar peso que está de alguna manera determinada socialmente, pero ese "virus" estaría condenado a morir por inanición si no encontrara en nuestros genes y programas genéticos una correspondencia que le permitiera establecerse en él. Mi hipótesis es que los programas destinados a evitar las situaciones de temor han evolucionado de manera paralela a las amenazas del entorno, aunque contienen algunos errores de volumen. Antiguos programas destinados a evitar encuentros con seres venenosos o peligrosos han sido desplazados por nuevos temores relacionados con la complejidad de las relaciones interpersonales y por la inmensa capacidad de los humanos para inventar nuevos símbolos y nuevos temores. Hoy el enemigo parece ser nuestro prójimo, el lugar de trabajo el "ágora" donde se dilucidan las persecuciones entre depredadores y presas y la familia el entorno donde discurren los principales infortunios del ser humano moderno.
Pero aquellos engramas arcaicos persisten y pueden ser contaminados por ideas y emociones nuevas. El temor a ser excluido en la comunidad de iguales puede estar representando en las sociedades opulentas el mismo programa que alimentaba el temor y la conducta evitativa frente a las tormentas. En este sentido podría entenderse como que aquellos trozos de basura genética: programas obsoletos que ya no sirven para nada debido a que aquellas amenazas se han disipado, continúan en expansión aprovechando determinados memes que vienen a parasitar aquellos artefactos. Así, un programa como éste, relacionado con las tormentas: (Si) llueve y truena (Entonces) ponerse a cubierto en la guarida, podría haber sido sustituido por este otro: (Si) eres gorda, serás excluida (entonces) mejor quedarse en la guarida (o) ponerse a dieta. Como podrá observarse la única diferencia entre ambos programas es la sustitución de una línea por otra, la manera en que los genes y los programas aprenden en su continuo choque entre fenotipo y genotipo, entre ambiente y Naturaleza.
Rivalidad
Para una mujer joven ser aceptada y verse atractiva es más que un deseo comprensible, es vital. Es una cuestión de supervivencia cuyos aprendizajes cada vez más precoces y relacionados con el galanteo y el apareamiento tienen un singular parentesco con los desordenes del comer. Algunos autores han llegado a proponer la hipótesis de que la competencia sexual entre mujeres es la causa de los trastornos del comer. Clásicamente se ha señalado, sobre todo por los psicoanalistas, que la anorexia representaba un rechazo inconsciente a la feminidad o a la adquisición completa de un cuerpo femenino. Sin entrar a contradecir esta afirmación (que pudo ser cierta en las anoréxicas del siglo XIX y comienzos del XX), podemos afirmar que las anoréxicas de hoy, del siglo XXI, no se caracterizan por un rechazo a la feminidad sino que se definen mejor por una adaptación rígida a modelos hiperfemeninos. La razón por la que ha aumentado la competencia entre las hembras humanas tiene que ver con dos factores principales: la mayor disponibilidad sexual de las hembras, y la llegada cada vez más precoz de hembras al "mercado sexual".
Crisp ha señalado acertadamente a partir de sus estudios transculturales, de anoréxicas de niñas que procedían de culturas islámicas o africanas y educadas en el Reino Unido; que la mayor tolerancia sexual de los últimos, países en relación con sus culturas de origen, podía suponer una presión selectiva sobre ellas que se verían así entre dos fuegos: una presión cultural por mantener relaciones sexuales de una forma libre y precoz y otra presión procedente de su cultura que muchas veces se encuentra en contradicción con aquélla. En mi opinión, esta presión es común tanto en las niñas que proceden de países africanos o asiáticos como en las autóctonas dado que viene a dislocar un elemento que durante muchos años ha operado como un inhibidor sexual que ha mantenido a las muchachas púberes apartadas de los influjos sexuales directos. Aquí me refiero al concepto psicoanalítico conocido como "fase de latencia", un periodo de inactividad sexual que tiene como propósito apartar a las niñas de la tarea reproductiva mientras están aprendiendo cosas útiles para su supervivencia posterior y que es más dilatado en tanto es mayor la complejidad de la sociedad en que viven. La contradicción está en que en nuestra sociedad, la de mayor complejidad que pueda pensarse, ha ido relajando sus controles inhibitorios llevando a nuestros adolescentes a una presión desmedida en cuanto a mantener sus primeras relaciones sexuales, que han pasado en poco tiempo desde una conducta de escarceo y ensayo hasta las relaciones completas. Sin las que, muchas de estas adolescentes, quedan fuera de ese "mercadeo sexual", estigmatizadas en su socialización. A diferencia de la mayoría de las otras especies, el ornato, adornos, colorido, plumas y actos demostrativos que son características de los machos, son en la especie humana patrimonio general de las mujeres. Esta diferencia es muy importante para comprender como en nuestra especie se han distribuido los papeles de la rivalidad y la competencia sexuales.
Existe una correlación entre el adorno, colorido, cantos o colas llamativas y la dificultad con que los machos acceden a las hembras. Para hacer el argumento más sencillo podemos concluir que a más competencia entre los machos por las hembras, más demostraciones visuales o acústicas se pondrán en juego como mecanismo de cortejo. En este sentido, es cierto que las hembras son, en la mayoría de las especies, un bien comunitario a proteger y que los machos competirán y aun, derivarán su agresión hacia ellos mismos para ganarse su derecho a reproducirse. Un derecho que sólo ganarán algunos, aunque los estilos reproductivos como la monogamia, poligamia y promiscuidad se hallen representados en toda la escala animal, es decir se trata en todos los casos de estrategias evolutivamente estables en el sentido de Trivers…
Lo que es un enigma reciente, es la razón por la que en la especie humana esta distribución de papeles se ha establecido al revés de todas las criaturas conocidas, al menos entre los mamíferos, siendo como es la proporción entre machos y hembras estable y en torno al 50% ¿Cómo puede explicarse esta inversión en los roles demostrativos? ¿Es el macho un bien comunitario a proteger en nuestra especie? Entre las especies donde la hembra elige al macho, lo usual es que sean los machos los que hacen ostentación, mientras en aquellas especies donde elige el macho, la ostentación viene incluida en la competencia antagonista entre los machos. Este paradigma de la etología, nos lleva a preguntarnos ¿quién elige a quién, en nuestra especie? Una de las características del cortejo en los humanos es el hecho (que no compartimos con el resto de la especies) de la disociación que hacemos tanto los hombres como las mujeres en nuestros motivos de elección de pareja. Así podemos elegir según decidamos llevar a cabo una estrategia a corto o a largo plazo. Mi impresión es que en las relaciones a corto plazo, es la hembra quien elige, por la razón fundamental de que existen menos hembras que machos interesadas en este tipo de relaciones, mientras que en las relaciones a largo plazo son los machos los que eligen. Esta disociación explicaría la presencia de ornato, plumas, adornos, maquillajes y ropas sugerentes en la mujer y la conquista de rango social por parte del hombre, que les aseguraría a ambos el éxito en el corto plazo.
La rivalidad entre los sexos
Lo que es seguro es que la rivalidad femenina es un programa genético derivado de la competencia agonística y si ha sobrevivido a la deriva filogenética es porque ha producido grandes beneficios a las hembras que lo adoptaron. La evolución no hace gastos superfluos y debemos concluir que este programa genético está bien instalado en el cerebro sexual de la hembra humana. En mi opinión la razón de esta contradicción de modelos en la conducta demostrativa se halla emparentada con la elección de la monogamia como modelo hegemónico de preferencia en la selección de parejas por parte de las mujeres. Todo parece indicar que la monogamia evolucionó desde una sexualidad de prueba y promiscuidad y que representó un poste en las relaciones de pareja y comunitarias. Abrió horizontes de cooperación y de ahorro a largo plazo entre los individuos, favoreció la crianza de los hijos y permitió acumular bienes económicos que terminaron por defender los intereses a largo plazo de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, asegurando un mejor reparto de las tareas y de las cargas. La hembra mamífera atada de pies y manos a su función reproductiva vivípara, parte con una penalización original con respecto a los machos de su misma especie. No sólo lleva la peor parte en la distribución de tareas reproductivas sino que sus partos, lactancias y crianzas de su prole la mantiene ocupada de por vida sin contar con las amenazas sanitarias que acarrean, debido precisamente, a su función materna y a la estrechez de su canal pélvico derivada de la bipedestación. Entre el macho y la hembra mamífera existe una asimetría programada por la especie — una asimetría biológica.
No sucede así en todas las especies por igual pero es una constante en la mayoría, sobre todo – como he dicho antes, en las vivíparas. La distribución de tareas de reproducción y de cuidado de la prole tiene una amplia gama de recursos en la Naturaleza, que recorren desde la monogamia, hasta los harenes o la simple promiscuidad. Sin embargo la estrategia evolutivamente más estable para asegurarse la colaboración del macho en las tareas del cuidado y alimentación de la prole, es sin duda la monogamia. De hecho los trastornos alimentarios no sólo no existen en los países con escasos recursos alimentarios sino que son prácticamente desconocidos en aquellas sociedades que regulan el matrimonio a través de la poligamia, lo que puede interpretarse aceptando que la poligamia es protectora para los conflictos agonísticos de la mujer (rivalidad intrasexual mujer- mujer). Para una hembra monógama, discriminar las intenciones del macho para las tareas ulteriores al propio apareamiento son tan necesarias y vitales como asegurarse una pareja sexual atractiva, tan importante es pues atraerlo como mantenerlo, en palabras de Buss: "la evolución ha favorecido a las estrategias femeninas diseñadas para evaluar estas intenciones en paralelo con su preferencia por la sensibilidad y el alto estatus socio-económico del varón". Trataré de explicar qué cosas son las que hacen las hembras para discriminar a los machos colaboradores de los machos galanteadores y qué cosas son las que hacen los machos para librarse de la carga de la crianza de sus hijos que les impedirá seguramente tener otros hijos con otras hembras dispuestas. Mantengo la suposición de que tanto machos como hembras harán lo que mejor se acomode a los planes de sus genes, que aunque carecen de intencionalidad ejercen una presión evolutiva sobre los individuos portadores, de tal modo que podremos concluir que tanto machos como hembras adoptarán las estrategias necesarias para tener el máximo de hijos, al menor precio posible de cuidados y de inversión en su alimentación.
Ya he dicho que en esta partida de barajas la mujer parte con una desventaja al margen de su mayor inversión de nursing y teaching: no puede abandonar a sus hijos mientras están en su vientre, cosa que podrían hacer y de hecho hacen los peces que ovulan en el lecho del río cuando el macho está listo para eyacular y aprovechar esa fracción de segundo para dejar al macho descuidado o ausente al cuidado de la nidada. La hembra vivípara no puede abandonar a sus crías como hacen los moluscos, lo que si pueden hacer – y de hecho hacen- los machos que las fecundaron, con algunas excepciones. Estas excepciones son diversas según las de distintas especies, pero siempre tienen que ver con las condiciones o el pago que impone la hembra al macho previamente al sexo. Lo que a veces puede tratarse de una estrategia de simple aplazamiento o de escarceos demostrativos de huida previos al acoplamiento.
Ahora se habla de: "para ser tuya, primero, tienes que casarte conmigo".
Entonces tenemos las hembras esquivas y las fáciles
En otros animales, este pago puede relacionarse con la condición de que le construya un nido, que le aporte regalos o comida o que escarbe en la tierra una buena madriguera, como ejemplo de laboriosidad previa al consentimiento. Todo parece indicar que las hembras que adoptan una estrategia esquiva con respecto a los galanteos del macho se aseguran de un mayor cumplimiento por parte de éste en la parte que le toca en el contrato, siempre y cuando la prueba no sea demasiado dura o agotadora o que no existan en el entorno inmediato otras hembras fáciles que no pidan nada a cambio. Un macho que ya haya invertido determinados recursos en la seducción de una hembra estará menos dispuesto a dejarla, dado que este abandono le dejaría con parte de su inversión sin crédito que ofrecer a otra hembra. Este argumento debe ser cierto en aquellas especies donde las hembras esquivas son la regla, evolutivamente estable, en muchas especies animales, pero naturalmente no es así del todo en el ser humano. Las hembras de nuestra especie están distribuidas de un modo ecológicamente constante entre esquivas y fáciles. Su equilibrio se mantiene por oscilación como siempre sucede en los sistemas abiertos. Una mayoría de hembras esquivas asegura el cumplimiento de los machos domésticos, pero no de los galanteadores. Las hembras no tienen manera de conocer de antemano las verdaderas intenciones de los machos, porque inmediatamente surge la contra estrategia evolutiva, si las mujeres esquivas abundan, los machos desarrollarán conductas engañosas a fin de cohabitar con ellas y disimular sus verdaderas intenciones de abandonar a la hembra a su suerte apenas haya comenzado la crianza. Por otra parte una mayoría de hembras fáciles dejarían en desventaja a las esquivas que aspiran a la monogamia y su efecto de llamada aumentaría el número de machos galanteadores con lo cual y de nuevo, el convertirse en macho doméstico pasaría a ser una rareza por la que competirían las hembras a su vez, multiplicando el número de machos domésticos.
El número de machos domésticos y galanteadores junto con las hembras esquivas y fáciles se encuentra en todas las comunidades vivientes en un equilibrio matemático, en torno al cual se establece una densidad estable. El sistema tiende hacia la autorregulación, apenas se desequilibra momentáneamente, siempre que se entienda que este adverbio en términos evolutivos precisa más de una generación.
Las hembras humanas (al menos las occidentales opulentas) se agrupan en torno a este magneto ideológico (un meme) que es el atractivo físico y la rivalidad sexual que a su vez es un programa genético yuxtapuesto mucho más en aquellas mujeres intelectuales, perfeccionistas y sensatas que forman el grupo de las más vulnerables para padecer esta condición. Sin saberlo, la hembra compite con otras hembras por el bien social que representa el macho doméstico, aquel que no abandona a la hembra después del parto aun habiéndola escogido por su atractivo sexual que en si mismo no asegura la cooperación posterior. Si es cierto que la anorexia representa la activación del programa rivalidad llevado al límite, en una sociedad de hembras competitivas y alienadas habrá que suponer que una forma de neutralizar este fenómeno se realiza a través de posibilitar una relación en exclusiva con el padre sin la interferencia de la madre, lo que contiene sugerencias terapéuticas de elevado interés. No hay que olvidar que la posición anoréxica es una postura de realzado poder para aquella que la ejerce en relación con el manejo de su ambiente. La mayor enemiga de una hembra fascinada por la monogamia es la hembra fácil, aquella que simplemente escoge a los machos (a los hombres) en función de su atractivo físico, de su posición social o de su rango jerárquico a un costo o precio distinto al de la cooperación. La primera objeción que se puede poner a esta clasificación de hembras esquivas o de hembras fáciles (que es un ejemplo sacado de la etología) es que las hembras humanas no son todo el tiempo esquivas o fáciles, como tampoco es cierto que los hombres sean todo el tiempo doméstico o galanteador. Claro que no, el ser humano ha desarrollado – quizá debido a la enorme potencialidad de sus aprendizajes- la capacidad de ser hoy doméstico y mañana galanteador, así como la hembra ayer esquiva puede tornarse mañana fácil con la misma u otra pareja, en el descubrimiento de algo que se ha venido en llamar la monogamia sucesiva, una forma de monogamia al fin y al cabo que no hace sino someter a la mujer a nuevos esfuerzos de por vida a fin de mantener sus parejas sucesivas. De hecho está establecido que los trastornos del comer correlacionan con dos factores de relevancia sociodemográfica: una elevada tasa de divorcios y una baja tasa de natalidad, ambas predicen una alta tasa de casos. Lo que es lo mismo que admitir que el ser humano ha desarrollado, en mayor medida que otras especies, una mayor capacidad de engañar, (en este caso engañar con la apariencia) disimular los engaños y también discriminar las intenciones engañosas de los demás para con nosotros mismos; puesto que lo mejor para un grupo humano, en términos de estabilidad evolutiva, es que las hembras sean esquivas las 5/6 partes del tiempo (o de la población total) y fáciles la 1/6 parte (o población) restante, siempre que los machos domésticos representen el 5/8 del total o del tiempo invertido en cooperar y los galanteadores sólo representen el 1/8 del total de la población o el tiempo invertido en merodear. Es en este punto exacto donde el sistema se estabiliza hasta la próxima descompensación generacional. Se podrá enseguida decir que estos argumentos no tienen nada que ver con los problemas que plantean las anoréxicas de hoy y es cierto, porque este dilema no solamente afecta a las anoréxicas, afecta a todas las mujeres actuales, como en el siglo XIX les afectó a todas el doble modelo de moral sexual aunque no todas desarrollaran síntomas de enfermedad mental: en aquel caso no todas las mujeres eran histéricas, aunque quizá las histéricas del XIX no eran sino el síntoma de una enfermedad social más amplia que se llamaba disimulo, como la de hoy se llama apariencia.
Aquí se trata tan sólo de hacer un intento más de explicar cuál es la sobrecarga adicional que la mujer actual tiene que soportar respecto a sus antepasadas, una sobrecarga que procede de su búsqueda de simetría y de competencia sexual a través de la belleza física y de los rendimientos intelectuales, un meme que ha venido a ocupar el lugar de la rivalidad entre hembras que buscan a ciegas un hueco en la mirada del otro que lleva a muchas de ellas no sólo al fracaso reproductivo sino a la decrepitud y devastación física y mental.
Auto sacrificio
Fue Hilde Bruch en 1978, la autora que irguió los conceptos modernos en que se asienta, aun hoy, nuestra concepción de la anorexia. Entre otras cosas fue la pionera que intuyó que las anoréxicas sufrían una distorsión del esquema corporal y no sólo de un adelgazamiento nervioso. Que la anorexia no tenía nada que ver con la histeria, ni con la depresión o con ninguna de las patologías conocidas hasta entonces. La anorexia constituía entidad propia, se trataba de una categoría distinta y no de una simple dimensión más de las enfermedades de mujeres que en el siglo pasado sirvieron para etiquetar y desacreditar, de paso, al género femenino.
Bruch fue capaz además de entrever que el temor atávico que anida en la poblaciones humanas, en la misma línea que yo vengo defendiendo no es el temor a la obesidad sino el temor a morir de hambre. Un temor que sigue alimentando la imaginación del hombre moderno a pesar de que hoy la oferta de bienes comestibles no represente, racionalmente, amenaza alguna — ya he hablado más atrás de los programas basura y de la expresividad fenotípica de estos temores de modo que no voy a extenderme sino para hacer hincapié en un aspecto más de este temor. Si es cierto que el hombre moderno sigue albergando este temor, ¿qué sentido comunicativo tiene la anorexia? ¿Por qué se extiende tan fácilmente? ¿Por qué se imita y se desea la delgadez? Es precisamente en las ideas de Bruch donde se encuentra la respuesta: la anorexia representa una actitud desafiantemente heroica respecto a ese temor. Se trataría más bien de una conducta contra fóbica demostrativa que se mantendría por el ejercicio del control sobre el cuerpo que ha logrado la anoréxica. Algo así como los logros de un deportista, su marca, su límite. Se trata de una idea convincente porque nos permite explicar las formas diversas que esta enfermedad ha ido adoptando con el paso del tiempo, desde la mascarada religiosa hasta la superficialidad de la apariencia o del glamour. Es evidente que la anorexia ya existía en la edad antigua o media, aunque como epidemia podemos comenzar a localizarla en los años 50 y 60, los periodos de abundancia posbélicos que significaron resueltamente el incremento de casos que hoy atendemos, con el consiguiente adelanto en los EE. UU. que posteriormente se trasladó a Europa como la moda de los blue–jeans. No es de extrañar, los patrones de consumo de la imagen proceden de la poderosa industria de aquellos países que operan como inductores de las mismas y la anorexia es no sólo una enfermedad de moda, sino que en cierto modo es una enfermedad de la moda, en el sentido de que, en muchos casos, se transmite por contagio cultural. La anorexia es no sólo una enfermedad sino un modelo de enfermar que nos ha hecho aprender mucho sobre las colisiones entre las causas ambientales y heredadas, algo así como una enfermedad de laboratorio, que aunque espontánea no deja de carecer de ciertos elementos siniestros que proceden de su persistente esencia de artificio. Prueba de ello, son las diversas razones y las distintas conflictivas personales que se dan cita en la anorexia, desde la búsqueda de perfección santa en las anoréxicas de la edad media, hasta el más profano deseo de ser bella o el más obsesivo deseo de perfección o de altos rendimientos de las anoréxicas de hoy. Todos los motivos parecen ser legítimos para entrar a formar parte de la nómina de anoréxicas, como si la malla semántica o de significados que soporta esta etiqueta se hubiera constituido en un atractor, una especie de imán que por si mismo captara hacia sí un numero diverso de malestares individuales distintos que se dan cita en él, con la condición clara de que el cuerpo tiene que ser el epicentro de esta lucha.
Que la anorexia es admirable no cabe ninguna duda, prueba de ello son los cientos de adolescentes que imitan la escalada de adelgazamiento exitoso y como crece el ejército de consumidoras, que representan las bulímicas, la otra pariente cercana de anoréxicas sin recursos de autodisciplina.
Beumont supone que la verdadera enfermedad no es la anorexia, sino estar a dieta, como en el siglo XIX la verdadera enfermedad no era la histeria sino la doble moral sexual, una enfermedad social que devoraba a sus víctimas, las más vulnerables, en este caso las adolescentes de las sociedades opulentas.
En resumen
Existe un atractor (una malla semántica) a la que llamaremos "atractivo físico" que captura un ejercito de consumidoras que no tienen entre ellas ningún parecido causal, poniendo patas arriba los conceptos deterministas de la formación clásica de síntomas psiquiátricos, sino tan sólo aspectos demográficos relacionados con el sexo, la edad y su pertenencia a una sociedad opulenta. Esta malla semántica está constituida por programas genéticos heredados y otros replicadores sociales como los memes ya descritos con anterioridad. Una vez constituida, esta malla, se comporta como el material genético, se difunde a partir de un automatismo programado que no está a disposición de la intencionalidad del ser humano individual. Esta malla de significados se apoya en programas hereditarios muy poderosos derivados de estrategias de apareamiento sexual como la rivalidad sexual y a programas relacionados con el temor a la exclusión y la resistencia; a la inanición que puede operar como una conducta demostrativa de éxito y control. Los individuos anoréxicos carecen de control sobre estos programas que se muestran especialmente rebeldes a la extinción, aunque pueden encontrar razones para su malestar a partir de su poder casi infinito de simbolización. La anorexia no tiene una causa intrapsíquica, familiar o de malos hábitos de vida, la matriz anoréxica se distribuye al azar entre la población vulnerable y además el síntoma anoréxico es probablemente un síntoma vacío en el sentido de que no procede de ninguna señal neurobiológica patológica del cerebro, sino un constructo mental innominado que se constituye en síntoma a través de múltiples negociaciones pragmáticas entre el individuo y su entorno. La población vulnerable para enfermar de anorexia o de cualquier otro trastorno del comer la constituyen aquellas personas fascinadas por lo que Brumberg ha llamado "el aspecto núbil"- una exageración mítica (andrógina) del deseo heterosexual- y que han llegado a perder el control sobre ese deseo que se inserta en la competitividad sexual de las hembras humanas — una estrategia cuyo propósito es la selección y retención de la pareja. La madre interfiere en los necesarios aprendizajes acerca de los hombres que las niñas obtienen de sus padres, tanto más cuanto más éxito agonístico acumule en relación con la competencia intersexual con su marido. En las familias de las anoréxicas y de las bulímicas hay que sospechar siempre que el rango del padre es confuso respecto al de la madre, lo que deja a las niñas indefensas con relación a sus aprendizajes heterosexuales o confusos respecto a su identidad como sucede en los varones anoréxicos. Hay que recordar que la anorexia es una enfermedad que afecta sobre todo a las muchachas jóvenes y de orientación femenina.
La enfermedad está en los valores que una determinada sociedad abraza, y no en los individuos. Esto aun reconociendo que las sociedades pueden estar enfermas como los individuos, lo que implica que aun no disponiendo de un sustantivo mejor me inclino por adoptar el del meme: una idea o creencia replicante que no necesariamente es universal. De existir el meme de la delgadez es tan débil e inestable que no resistirá mucho tiempo en el patrimonio de las creencias humanas.
(Esta ponencia fue presentada como discurso inicial a la Asociación Americana de Psiquiatras Hispanos en San José, Costa Rica –julio 1993).
Dr. Félix E. F. Larocca
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