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Historia de Vida de Carlos J. Finlay


Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Desarrollo
  3. Bocio exoftálmico. Observación
  4. Conclusiones
  5. Bibliografía

"Y si nuestra satisfacción es grande, señores, cuál no será la del hombre, tan insigne como modesto, que, por un esfuerzo intelectual que tiene pocos semejantes en la historia del pensamiento humano, hizo posible todo ese fenómeno sorprendente, ese beneficio sin igual".

Introducción

Según el Dr. José Bell Lara, en sus reflexiones "La instauración del orden neocolonial en Cuba", para realizar un análisis  historiográfico de una época, es necesario tener en cuenta las tendencias y corrientes historiográficas; así como a los historiadores más representativos de cada una de ellas y estudiar sus obras. Según sus criterios, se debe tener en consideración, los métodos que fueron empleados, las fuentes utilizadas, los temas de mayor interés en cada momento, el momento histórico en que se escribe, la situación económica, política y social imperante y los intereses que ésta representa. Por ello, es que la historiografía es una ciencia que convoca al debate.

Por lo antes expuesto, en el presente trabajo, se pretende, a través de los datos revisados, en diferentes fuentes bibliográficas, realizar un análisis de la etapa neocolonial (1898 hasta 1958).

Esta etapa se caracterizó, por la dependencia económica y política de los EE.UU. como característica esencial, dependencia que se consolida por la imposición de tratados desiguales, junto a otros mecanismos como las inversiones extranjeras y los empréstitos. La existencia de gobiernos títeres al servicio del imperialismo yanqui, y la burguesía nacional aliada al mismo, la corrupción político administrativa, que abarca desde el fraude electoral, todo tipo de negocios turbios, el latrocinio, etc. junto a otras características como la monoproducción, monoexportación, el atraso técnico, que nos condena al subdesarrollo, complementan el panorama de la República; a esto se le suma la prostitución, el vicio, la insalubridad, el abandono de las instituciones públicas, el analfabetismo entre otras lacras sociales.

El desarrollo de la investigación científica, bajo las condiciones de la república neocolonial, fue muy limitado. El Estado no apoyó, por ejemplo, la investigación bacteriológica, en la cual había sido pionero en América el Laboratorio Histo-bacteriológico. Cierto es que se creó un Laboratorio Nacional con fines similares, pero de efímera existencia. Tampoco recibieron apoyo las investigaciones de historia natural, mediante la creación, por ejemplo, de museos, y ello se dejó por entero a los individuos, a veces agrupados en sociedades, como la Sociedad Cubana de Historia Natural "Felipe Poey", fundada en 1913 por el discípulo predilecto de don Felipe, el malacólogo Carlos de la Torre (1858-1950), quien –por cierto– llevó a cabo muy meritorias investigaciones sobre los moluscos de Cuba, y realizó aportes al estudio de la paleontología. Fue también un destacado pedagogo, y de cierta manera, la figura emblemática de la ciencia cubana, hasta su fallecimiento en 1950.

No se puede abordar este período, al margen de la lucha de las diferentes clases y sectores sociales, que se enfrentaron al neocolonialismo dando continuidad a la lucha por la independencia, los sueños de igualdad y justicia social de varias generaciones de cubanos, el comportamiento del factor unidad revolucionaria y la actitud de los círculos de poder norteamericanos, con respecto a nuestro país, así como la digna respuesta de personalidades y el pueblo en general en su enfrentamiento a sus acciones.

Durante el período generalmente conocido como Primera Intervención de los Estados Unidos (1899-1902), una de las principales preocupaciones del ejército estadounidense que ocupaba el país se relacionaba con la propagación de "enfermedades tropicales" entre las tropas, sobre todo de la fiebre amarilla y la malaria. Durante muchos años, antes de la intervención norteamericana, se había argumentado que la falta de higiene en Cuba, constituía un peligro para la salud pública en los Estados Unidos. Ello se refería sobre todo a la fiebre amarilla (que, en realidad, ya era endémica en el delta del río Mississippi). La comisión médica enviada por Estados Unidos a Cuba en 1900, para el estudio de la situación epidemiológica, se dedicó en especial a la etiología de la fiebre amarilla, pero al principio no prestó atención alguna a la "teoría del mosquito" de Carlos J. Finlay, y acudió a ella sólo cuando se encontraba en un callejón sin salida.

Objetivo

Profundizar en la vida y obra de Carlos J Finlay, durante la etapa neocolonial.

Desarrollo

Carlos Juan Finlay Barrés, nació en Cuba en la ciudad de Camagüey, el 3 de diciembre de 1833, fruto del matrimonio integrado por el doctor Edward Finlay, natural de Escocia, médico graduado de las Universidades de La Habana y Lima, y de Elizabeth de Barrés, nacida en Puerto España, Trinidad Tobago.

Su primera infancia la pasó con su familia a La Habana, residiendo hasta la edad de once años en esta capital y en Guanímar, donde su padre poseía uno de los cafetales, que por aquella época enriquecían la zona de Alquízar. Allí la vida del campo probablemente despertó en él, la vocación por los estudios de la naturaleza, mientras que recibía, al mismo tiempo, esmerada educación de su tía Ana, que hubo de dejar una escuela que tenía en Edimburgo, para venir a vivir al lado de su hermano.

En 1844, a la edad de once años, fue enviado a Francia donde prosiguió su educación escolar en el Havre hasta el año 1846, que regresó a Cuba por haber sufrido un ataque de corea. Esta afección dejó en él, la huella de cierta tartamudez, de que curó por una enseñanza metódica que instituyó su padre, sin que haya desaparecido nunca por completo cierta lentitud y dificultad, que caracterizan su lenguaje hablado, y que parecen proceder más bien de la mentalidad que de un defecto de articulación. Volvió a Europa en 1848, para completar su educación en Francia; pero la revolución de aquel año le obligó á permanecer en Londres, y cerca de un año en Maguncia. Ingresó por fin en el Liceo de Rouen, donde prosiguió sus estudios hasta el año 1851, en que tuvo que volver a Cuba, a convalecer de un ataque de fiebre tifoidea.Trató entonces de hacer valer sus estudios hechos en Europa con el fin de ganar el bachillerato e ingresar en la Universidad de la Habana, para el estudio de la medicina; lo cual no fue posible y tuvo que pasar a Filadelfia, donde no se exigía, para cursar los estudios médicos, grado alguno de facultad menor. Cursó, en Filadelfia, la carrera de medicina, doctorándose el 10 de marzo de 1855, en el Jefferson Medical College, plantel donde habían estudiado antes Brown Séquard y Marion Sims. Entre los profesores de aquella Facultad, que al parecer dejó honda impresión en la mente del joven Finlay, estaban, John Kearsly Mitchell, el primero, tal vez en enunciar y mantener de una manera sistemática, la teoría microbiológica de las enfermedades, el hijo de este profesor, hoy el famoso S. Weir Mitchell, recién llagado entonces de París, de las aulas de Claude Bernard, como preceptor particular del joven cubano y profesor auxiliar en la escuela fildelfina, debió de influir también favorablemente en el desenvolvimiento del genio Finlay, entre los dos, se estableció una buena amistad.

Recién graduado, en 1856, Carlos J. Finlay viajó a Lima, con su padre, y después de probar fortuna durante algunos meses, volvió a La Habana. De nuevo repitió la tentativa en el año siguiente con el mismo resultado. Durante el año 1860-61 estuvo en París, frecuentando las clínicas de los hospitales y dedicándose a estudios complementarios. En 1864, intentó establecerse en Matanzas, aunque también por pocos meses. Dondequiera que iba, se dedicaba al ejercicio de la medicina en general, especializando algo en la oftalmología.

El 16 de octubre de 1865 el Dr. Finlay se casó en La Habana, con la Srta. Adela Shine, natural de la Isla de Trinidad, mujer adornada de notables dotes intelectuales que, con tierna fidelidad, puso siempre al servicio del esposo. Además de los viajes ya mencionados, Finlay salió de Cuba en junio de 1869, para visitar con su esposa el lugar del nacimiento de ésta, la Isla de Trinidad, y retornó a La Habana en diciembre del mismo año. Pasó también los últimos meses del año de 1875 en Nueva York por la salud de su esposa.

El doctor Finlay hijo, siempre se sintió muy cubano, dedicó toda su vida a dar solución a los grandes problemas del cuadro epidemiológico de nuestro país en su época, hasta llegar a convertirse en un verdadero símbolo de la medicina cubana y fundó una familia de gran arraigo nacional en la que sobresalen, en el pasado, sus hijos Carlos Eduardo, médico eminente, académico, Rector de la Universidad de La Habana y Secretario de Sanidad y Beneficencia y Frank Finlay Shine, que participó en la guerra independentista de 1895-1898 y en el presente, su bisnieto Carlos M. Finlay Villalvilla, médico investigador del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí de La Habana.

Desde el 15 de marzo de 1857, en el que aprobó sus ejercicios de reválida en la Real y Literaria Universidad de La Habana hasta su muerte, los resultados de sus investigaciones, que aportaron descubrimientos de la importancia de la teoría metaxénica del contagio de enfermedades, el agente transmisor de la fiebre amarilla y las medidas epidemiológicas para la erradicación de la propia enfermedad, descubrimientos por los que fue propuesto para el Premio Nobel de Fisiología o Medicina, así como la confirmación de la transmisión hídrica del cólera, fueron presentados ante las dos más importantes instituciones científicas del país, la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana y la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana y se publicaron en las principales revistas médicas cubanas de la época como: Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana; Crónica Médico-Quirúrgica de La Habana; Gaceta Médica de La Habana; La Enciclopedia; El Progreso Médico; Revista de Ciencias Médicas; Revista de Medicina y Cirugía de La Habana; Revista Médica de Cuba; Revista de Medicina Tropical y Revista de la Asociación Médico-Farmacéutica de la Isla de Cuba, lo que hace a esta obra científica profundamente cubana. Fue miembro de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales y el Secretario de su Sección de Ciencias. En esta corporación ocupo muchos cargos y recibió varias distinciones y honores por su trabajo científico.

En el año 1881, fue a Washington como representante de Gobierno colonial, ante la Conferencia Sanitaria Internacional allí reunida, y escogió aquella ocasión para enunciar por primera vez su teoría de la transmisión de la fiebre amarilla por un agente intermediario, el mosquito Aedes Aegypti. Sus declaraciones fueron objeto de burlas por parte de médicos estadounidenses, sin embargo, luego trataron de exponer estos descubrimientos como desarrollados en su país. Existe una anécdota que dice que estando una noche rezando el rosario, le llamó la atención un mosquito zumbando a su alrededor. Entonces fue cuando decidió investigar a los mosquitos. Con sus modestos medios fue capaz de identificar al mosquito Culex o Aedes aegypti, como el agente transmisor de la enfermedad. Sus estudios lo llevaron a entender que era la hembra fecundada de esta especie la que transmitía la fiebre amarilla.

Allí se refirió a la existencia de una corriente demostrable científicamente, diferente al contagionismo y al anticontagionismo, y basada en la transmisión de enfermedades de un individuo enfermo a otro sano por conducto de vectores biológicos. Mediante la aplicación de esta teoría a la propagación de la fiebre amarilla, descubrió que el mosquito Aedes Aegypti era el único agente capaz de transmitirla. Esta teoría, que Finlay pudo además comprobar experimentalmente, fue acogida con frialdad por la comunidad científica cubana, puesto que significaba una ruptura con el nivel de los conocimientos médicos prevalecientes en la etapa. Sin embargo, este avance estimuló el desarrollo de investigaciones similares en otras enfermedades y creó una nueva ciencia: la entomología médica.

Finlay creó el método experimental de producir formas atenuadas de la fiebre amarilla en los seres humanos, lo que no sólo le permitió comprobar la veracidad de sus concepciones y descubrimientos, sino también iniciar el estudio de los mecanismos inmunológicos de la enfermedad infecto contagiosa. Formuló las reglas básicas para la erradicación del mosquito, con lo que dio inicio al método sanitario-social conocido como lucha antivectorial que aún se práctica.

De regreso a Cuba, en junio de 1881, realizó experimentos con voluntarios y no solo comprobó su hipótesis sino que descubrió también que el individuo picado una vez por un mosquito infectado, quedaba inmunizado contra futuros ataques de la enfermedad. De ahí nació el suero contra la fiebre amarilla. En agosto de ese mismo año presentó ante la Academia de Ciencias Médicas de La Habana su trabajo de investigación. El principal aporte de Finlay a la ciencia mundial fue su explicación del modo de transmisión de la fiebre amarilla, planteó que era preciso postular un agente enfermo capaz de transmitir el germen de toda la enfermedad, del individuo enfermo en sangre. Finlay y su único colaborador, el médico español Claudio Delgado Amestoy, realizaron una serie de experimentos para tratar de verificar la transmisión por mosquitos. Llevaron un total de 104 inoculaciones experimentales, al menos, 16 casos de fiebre amarilla benigna y otros en estados febriles.

El primero en comprobar independientemente la teoría de Finlay (con huevos del mosquito Aëdes aegypti suministrados por éste) fue el miembro de la comisión Jesse Lazear, quien falleció durante sus experimentos. El jefe de dicha comisión, Walter Reed, reportó de inmediato, en el propio 1900, sobre la base de los limitados experimentos de Lazear, la comprobación de la teoría de Finlay, pero argumentó, al mismo tiempo, para dar más relevancia a su reporte, que Finlay mismo no había llegado a comprobarla. Al año siguiente Reed, llevó a cabo meticulosos experimentos que, sin embargo, sólo corroboraban las conclusiones de Finlay y otros investigadores, y como señalara el descubridor del modo de trasmisión de la malaria, el inglés Sir Ronald Ross, no descubrían nada nuevo. Sin embargo, las autoridades sanitarias  en los Estados Unidos presentaron a Reed (fallecido en 1902) como el descubridor del modo de transmisión de la fiebre amarilla, a pesar de que figuras tan distinguidas como el propio Ronald Ross o Alphonse Laveran, ambos ganadores del Premio Nobel, reconocían la indudable prioridad de Finlay, y propusieron a éste para igual galardón. En realidad, sólo el éxito de la campaña de erradicación de Aëdes aegypti en La Habana, llevada a cabo en 1901, con el asesoramiento de Finlay, demostró de manera totalmente convincente la certeza de sus ideas.

Finlay fue un científico integral pues, a su trascendental obra en relación con la fiebre amarilla, unió su dedicación al estudio de otras dolencias como la lepra, las enfermedades de la visión, la malaria, el beriberi, la corea, la tuberculosis y el absceso hepático. Fue él incluso, quien primero descubrió la existencia en Cuba de enfermedades como el bocio exoftálmico, la filariasis y la triquinosis; se adelantó a Carl Von Rokitansky, en la afirmación del origen hídrico del cólera y su observación sobre el tétanos infantil posibilitó hacer descender la mortalidad por dicha causa. Su gran contribución para liberar al género humano de los terribles estragos de la fiebre amarilla y erradicar otras enfermedades, lo convirtieron en benefactor de la humanidad.

Al estallar la guerra hispanoamericana, el Dr. Finlay, que tenía entonces sesenta y cinco años, pasó a los Estados Unidos a ofrecer sus servicios al Gobierno americano, e insistiendo con su amigo el Dr. Sternberg, Jefe entonces de la Sanidad Militar, tuvo éste que enviarlo a Santiago de Cuba, donde hizo vida de campaña con las tropas sitiadoras, manteniendo, como lo hacía en todas las ocasiones oportunas, las ventajas que a las mismas reportaría la aceptación de sus opiniones sobre la transmisión de la fiebre amarilla. Al volver a La Habana en el año 1898, el Dr. Finlay se dirigió á los oficiales de la Sanidad Militar americana, el Gobierno y la Prensa médica de los Estados Unidos, proponiendo su nuevo plan de campaña contra la fiebre amarilla, el mismo que, aceptado más tarde, hubo de desarraigar en nuestro territorio la secular endemia. Con entusiasmo generoso el Dr. Finlay, explica sus doctrinas, muestra sus copiosas notas, sus experimentos, sus aparatos y sus mosquitos. Mientras tanto, el Dr. William Crawford Gorgas, médico militar que había tratado, sin conseguirlo, de erradicar la fiebre amarilla en Santiago de Cuba, fue nombrado Jefe Superior de Sanidad en La Habana en diciembre de 1898. A iniciativa de Finlay se creó una Comisión Cubana de la Fiebre Amarilla que, siguiendo las indicaciones del médico cubano, hicieron guerra al mosquito y aislaron a los enfermos. En sólo siete meses había desaparecido la terrible enfermedad de Cuba. Con la primera ocupación militar norteamericana (1899-1902), esta situación cambió radicalmente y, tras varios intentos infructuosos, una comisión médica yanqui dirigida por el Dr. Walter Reed e integrada por los médicos Jesse Lazear, James Carroll y Arístides Agramonte, corrobora lo planteado por Finlay. No obstante, como ha señalado el historiador José López Sánchez, debe quedar claro que el "…afrontamiento de la fiebre amarilla por el gobierno interventor fue una acción política, porque si ellos no lograban exterminar la fiebre amarilla, se desmoronaba su tesis de que venían a sanear la isla."

Posteriormente, en Estados Unidos se desarrolló una campaña dirigida a opacar la figura de Finlay y a glorificar a Walter Reed, a la cual no fue ajeno este último. Hoy "…se hace evidente que el intento de despojo, y de adjudicación por parte de Estados Unidos, fundamentalmente, en favor de Walter Reed, no es un episodio como otros tantos, que han tenido lugar en el decurso de la historia médica sobre cuestión de precedencias, rivalidades o celos, sino que se proyectó rebasando lo meramente científico, para hacer de esto un factor más en la prepotencia del imperialismo en su afán expansivo por América y de sojuzgamiento de sus pueblos.

En 1902 al proclamarse la independencia de Cuba, el Gobierno de la República, por indicación del Dr. Diego Tamayo, Secretario de Gobernación, hizo justicia al nombrar a Carlos J. Finlay Jefe Superior de Sanidad, cargo que ocupó hasta 1909, año en que se retiró. Durante todo ese tiempo, estructuró el sistema de sanidad del país sobre bases nuevas. Desde este cargo le tocó encarar la última epidemia de fiebre amarilla, que se registró en la Habana en 1905, y fue eliminada en tres meses. Desde 1909 no se han producido nuevos brotes de fiebre amarilla en Cuba.

Entre 1905 y 1915, varios eminentes investigadores europeos como Ross y Laverán propusieron de modo oficial la candidatura de Finlay al premio Nóbel. Aunque nunca se le otorgó, si recibió muchos otros homenajes y reconocimientos, entre ellos: un banquete de honor, organizado por el Gobernador Leonardo Wood ; la medalla Mary Kingsley, del Instituto de Medicina Tropical, institución que dirigía Ross en Liverpool, Inglaterra; y el premio Bréant, otorgado por la Academia de Ciencias de París.

El Dr. Gorgas, fue eventualmente enviado a sanear el Istmo de Panamá a fin de poder completar la construcción del canal, allí aplicó los mismos principios indicados por Finlay lo cual permitió terminar esta gran obra de ingeniería. Una placa en el propio Canal de Panamá reconoce la contribución del Dr. Carlos J. Finlay en el éxito de esta magna obra. El 15 de agosto de 1914 atravesó el primer barco del Océano Atlántico al Océano Pacífico a través del canal.

No es sólo en el campo de la fiebre amarilla que el Dr. Finlay, se hace acreedor a la gratitud universal. La inventiva de su claro ingenio, descubrió, o dio forma práctica, a la solución del problema del tétanos infantil. En el 1903, el Dr. Finlay fijó su atención en este importante asunto y, con una precisión verdaderamente admirable, sugirió al Dr. Dávalos, que examinase bacteriológicamente el pabilo que el pueblo usaba para la ligadura del cordón umbilical. La investigación dio por resultado que, efectivamente, esta cuerda suelta de algodón era un nido particularmente rico en bacilos del tétanos. En aquel mismo año sugirió el Dr. Finlay, la preparación de una cura aséptica para el ombligo, la cual, desde entonces, viene distribuyéndose gratuitamente, en paquetes cerrados, por el Departamento de Sanidad, habiéndose reducido, en consecuencia, la mortalidad por el tétanos de 1,313 en el año 1902 a 576 en el año 1910.

Se destacan además, dentro de sus trabajos científicos, los relativos a las enfermedades de la visión, pues fue la Oftalmología la especialidad con la que dio inicio a su ejercicio profesional; así como a los asuntos de salud pública (desde mayo de 1902 hasta diciembre de 1908 aparecieron cada mes y año en el Informe Sanitario y Demográfico de la República de Cuba, tanto en español como en inglés, sus observaciones como Jefe de la Sanidad Cubana).

Otras dolencias humanas objeto de sus investigaciones reflejadas en su bibliografía activa fueron la filariasis (a él corresponde también el mérito de haber descubierto la existencia de este mal en Cuba), el cáncer, la lepra, el tétanos infantil, la malaria, el beriberi, la corea, la tuberculosis y el absceso hepático, por sólo citar algunas. También dedicó sus esfuerzos al estudio de la patología vegetal, principalmente a las afecciones de los cocoteros, y animal, sobre todo al muermo.

Bocio exoftálmico. Observación

Con este encabezamiento puso Finlay a la consideración de sus colegas académicos su comunicado sobre este trastorno, que luego se publicó con el mismo título en el primer número de los Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, revista surgida en agosto de 1864 como órgano oficial de esa corporación. La publicación se mantuvo durante casi un siglo, divulgando principalmente las contribuciones de los miembros de la Academia, además de las de otras personalidades de las ciencias y que ha sido hasta ahora la más trascendental y la de más larga vida entre todas las revistas científicas cubanas (su último número salió en 1958).

Finlay dio inicio a su comunicado sobre el bocio exoftálmico, con mención al interés que habían suscitado en Europa, las discusiones de la Academia de París, respecto a la entonces extraña enfermedad, lo que le sirvió de motivación para recoger los apuntes de un caso, el primero detectado en Cuba, ocurrido en la ciudad de Matanzas en diciembre de 1862. En su intervención hizo el sabio una exhaustiva descripción, de los síntomas de la paciente objeto de sus observaciones, una negra partera de 37 años llamada Inés Sosa, coincidentes todos con los descritos por Graves y Basedow.

En ese trabajo hizo Finlay un pormenorizado recuento del examen y de las pruebas que practicó a la enferma, así como de los signos que halló, con los que llegó a la conclusión de que se trataba del bocio exoftálmico. Asimismo informó en detalle acerca de la estrategia terapéutica que puso en práctica y de los favorables resultados que obtuvo al cabo de las tres semanas con su aplicación. Finalmente, dedicó gran una parte del texto al análisis y discusión de los resultados, sobre la base del pronóstico de la evolución de la enfermedad observada por sus colegas de Europa. En esa discusión fundamentó y defendió su criterio de clasificar el mal entre las neurosis del nervio gran simpático, a partir de los fenómenos por él observados tales como la dilatación de los vasos y la elevación de la temperatura del cuello y de la cara; las palpitaciones del corazón; la prominencia del globo ocular y la dilatación de las pupilas. Otra circunstancia que alegó para defender su posición acerca del origen nervioso del trastorno fue la posibilidad de curación de la dilatación hipertrófica del corazón. Ese comunicado, expuesto por el sabio cubano en febrero de 1863, tiene además, desde el punto de vista bibliográfico, la doble significación de haber sido el primer trabajo científico que él publicó y el primer artículo sobre bocio exoftálmico, que vio la luz en una revista científica editada en el archipiélago cubano.

En medio del trabajo constante de su profesión, y de la producción frecuente de escritos sobre asuntos de Patología y de Terapéutica, en los que se adelanta generalmente a sus compatriotas, como puede verse en sus trabajos sobre la filaria y el cólera, encuentra tiempo por ejemplo, para descifrar un antiguo manuscrito en latín, haciendo acopio de datos en fuentes históricas, heráldicas y filológicas para comprobar que la Biblia, en que aparece el escrito hubo de pertenecer al Emperador Carlos V, en su retiro de Yuste, o trabaja en la resolución de problemas de ajedrez, de altas matemáticas o de filología; o elabora complicadas y originales teorías sobre el Cosmos, en las que figuran hipótesis atrevidas, sobre las propiedades de las substancias coloideas y el movimiento en espiral. Más recientemente, en medio de la labor mecánica y cansada de una gran oficina del Estado, y cumplidos ya los setenta años, se familiariza, hasta conocer a fondo toda la doctrina de la inmunidad, y las teorías de Metchnikoff, Ehrlich, Muchner, presentando su propia concepción del intrincado problema. La designación del Gobierno para enviarle como representante al Congreso de Higiene y Demografía de Berlín en 1907, espolea aquellas grandes energías, y revive los estudios sobre la influencia de la temperatura en la propagación de la fiebre amarilla, por su acción sobre el mosquito, estudios que, en sus principios, habían contribuido a fijar en su mente la teoría que le ha hecho inmortal.

Muchos de sus artículos aparecieron también en importantes revistas de Europa y Norteamérica como: Archives de Medicine Navale de París; The Journal of the American Medical Association; National Board of Health Bulletin; The American Journal of the Medical Sciences; The Lancet of London; Boston Medical and Surgycal Journal; The Climatologist; Edimburg Medical Journal y The Philadelphia Medical Journal.

Lo más esencial de sus descubrimientos fue presentado en eventos internacionales tan importantes como: la V Conferencia Sanitaria Internacional, Washington en 1881; el Congreso de Climatología, Chicago en 1893; el VIII Congreso Internacional de Higiene y Demografía, Budapest en 1894; el III Congreso Pan-Americano, La Habana en 1901; el Congreso Sanitario Internacional, La Habana en 1902; la Conferencia de las Juntas de Sanidad de los Estados y de las Provincias de la América del Norte, New Haven, Conn en 1902; la I Convención General Sanitaria Internacional de las Repúblicas de América, Washington en 1902; la XXXI Reunión Anual de la Asociación Americana de Salud Pública, Washington en 1903; el IV Congreso Médico Pan-Americano, Panamá en 1905 y el XIV Congreso Internacional de Higiene y Demografía, Berlin en 1907. La más reconocida autoridad europea en fiebre amarilla, el doctor Louis J. Béranger Féraud, comentó ampliamente y en forma elogiosa, la obra del doctor Finlay en varios capítulos de su clásico libro Teoría y clínica de la fiebre amarilla, París, 1890. Todo lo cual permite afirmar que los descubrimientos del sabio cubano, eran conocidos y valorados favorablemente en medios científicos extranjeros de muy alta calidad.

El doctor Finlay llegó a ocupar los más destacados cargos de la salud pública cubana de su época: Director Nacional de Sanidad, Presidente de la Junta Nacional de Sanidad y Jefe de la Junta Municipal de Sanidad de La Habana. En 1907 como ya se dijo, recibió la medalla "Mary Kingsley", la más alta condecoración de la Escuela de Medicina Tropical de Liverpool, Inglaterra, indiscutiblemente la más importante institución de la infectología en aquella época en el mundo, al reconocerlo como descubridor del agente de transmisión de la fiebre amarilla; un año después el gobierno francés le otorgó la Orden de la Legión de Honor de Francia, y el gobierno interventor de los Estados Unidos en Cuba lo nombró Presidente de Honor de la Junta Nacional de Sanidad y Beneficencia al jubilarse en 1908.

Parte de su obra científica fue publicada en volumen con el título Trabajos Selectos del Doctor Carlos J. Finlay, La Habana, 1912, con unos "Apuntes biográficos" escritos por el eminente sanitarista cubano doctor Juan Guiteras Gener. Entre dichos trabajos aparecían recopilados sus inmortales estudios: "El mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla" (1882), "Nuevos datos acerca de la relación entre la fiebre amarilla y el mosquito" (1882), "Fiebre amarilla experimental comparada con la natural en sus formas benignas" (1884), "Estadísticas de las inoculaciones con mosquitos contaminados en enfermos de fiebre amarilla" (1891), "Transmisión del cólera por medio de las aguas corrientes cargadas de principios específicos" (1873), "Explicación del cuadro de casos de cólera observados en el Cerro desde noviembre 11 de 1867 hasta enero 29 de 1868" (1873) y otros.

Importantes documentos en los cuales se solicitaba el Premio Nobel de Fisiología o Medicina para el doctor Finlay y para el doctor Agramonte, tal como aparecen en el tomo seis de las Obras Completas, La Habana, 1981, del doctor Carlos J. Finlay.

En 1904 el doctor Ronald Ross, médico inglés, que había recibido el Premio Nobel en 1902 por su descubrimiento del agente transmisor del paludismo, viajó al istmo de Panamá y sostuvo largas conversaciones con los doctores William C. Gorgas, Henry R. Carter, John W. Ross y otros que habían de alguna manera participado o eran testigos de los trabajos realizados en La Habana por la IV Comisión del Ejército Norteamericano para el Estudio de la Fiebre Amarilla, y tuvo también conocimiento de la labor científica del doctor Finlay, por lo que propuso para el premio de 1905 al genial investigador camagüeyano y al doctor Henry R. Carter, descubridor del período de incubación extrínseca de la fiebre amarilla. El premio se le concedió al doctor Robert Koch, bacteriólogo alemán, junto a Louis Pasteur, las dos más grandes uras de la bacteriología mundial de todos los tiempos, descubridor entre otros de los bacilos de la tuberculosis y del cólera y de los postulados, que llevan su nombre, sobre si un agente biológico es capaz o no de producir una enfermedad infecciosa.

El coronel doctor John W. Ross, jefe de sanidad de la Armada de los Estados Unidos propuso el 27 de noviembre de 1905 al doctor Finlay para el premio de 1906 y un poco después el 9 de enero de 1906 incluyó al doctor Henry R. Carter. El premio se otorgó compartido a los doctores Camillo Golgi, histólogo italiano y Santiago Ramón y Cajal, histólogo español, por sus aportes al conocimiento de la estructura del sistema nervioso.

El doctor Carl Sundberg, miembro del Comité del Premio, repitió la propuesta de los doctores Finlay y Carter para el premio de 1907, pero ese año se le concedió al doctor Charles Louis Alphonse Laveran, inmortal médico francés, por su descubrimiento de uno de los hematozoarios o plasmodium del paludismo en 1880. Para el premio de 1912 el profesor Braut Paes Lewe, de la Facultad de Medicina de Río de Janeiro, Brasil, propuso nuevamente al doctor Finlay y para ese mismo premio el doctor Laveran propuso a los doctores Finlay y Agramonte, a este último por ser el único sobreviviente en esos momentos de la IV Comisión Americana. Lo obtuvo ese año el doctor Alexis Carrell, fisiólogo y cirujano francés, por sus procedimientos hemostáticos de suturas de los vasos sanguíneos, sus tratamientos de las heridas, tratamiento para fijar injertos sobre una superficie ulcerada y por sus estudios sobre injertos de tejidos en general. El doctor Carrell también es autor del famoso libro La incógnita del hombre.

El doctor Laveran repitió su propuesta de los doctores Finlay y Agramonte para los premios de 1913, 1914 y 1915. La muerte del sabio cubano el 20 de agosto de ese último año hizo que el sabio francés cesara en sus propuestas y que el descubrimiento del agente intermediario de la fiebre amarilla dejara también de ser posible motivo de un premio Nobel. En 1913 se le concedió a Charles Robert Richet, fisiólogo francés, por sus estudios sobre anafilaxia, regulación térmica de los animales homotermos y por sus descubrimientos de las propiedades diuréticas de los azúcares; en 1914 al doctor Robert Bárány, otólogo y patólogo austríaco, por sus aportes en el estudio del aparato vestibular y los procesos o cuadros patológicos radicados en el mismo y no se concedió por la primera guerra mundial en 1915, ni tampoco en 1916, 1917 y 1918.

El erudito historiador médico cubano doctor Rodolfo Tro Pérez en su estudio "Las ideas del contagio de enfermedades a través de mosquitos. Carlos J. Finlay y sus precursores", afirma que el doctor Patrick Manson, tropicalista inglés de prestigio mundial, entre otros, por su descubrimiento del agente de transmisión de la filaria Wuchereria bancrofti, propuso también al doctor Finlay, sin mencionar el año, pero esta nominación no es citada por el doctor del Regato.

15 de noviembre de 1904

Dr. Carlos J. Finlay

Querido señor: Confío en que Ud. me excuse que le escriba sobre el siguiente asunto: en 1902 obtuve el premio Nobel en Medicina por mi trabajo sobre paludismo, y este me permite recomendar a quien yo quiera para un premio similar cada año. Hace mucho tiempo que estoy impresionado por su gran labor sobre la fiebre amarilla y durante una visita que hice a Panamá, pude, en mi conversación con otros médicos que lo han conocido a Ud. verificar mi impresión sobre el valor de su trabajo. Quisiera, por lo tanto, someter su nombre al Comité del premio Nobel de Medicina para el año 1905 y espero que Ud. me permita hacerlo. Si Ud. tiene la bondad de acceder a esto, le agradeceré me envié una lista completa de sus publicaciones sobre fiebre amarilla, y si es posible el mayor número de los trabajos mismos que Ud. pueda tener a mano. Esto debe hacerse cuanto antes y tanto la lista como los trabajos, serán enviados inmediatamente por mí al Comité Nobel, en Estocolmo.

Permítame, sin embargo, advertirle que sólo tengo el poder de proponer su nombre y que la adjudicación de los premios anuales, se encuentra exclusivamente en las manos del Comité.

Créame de Ud. Fielmente.

(Fdo. ) Ronald Ross

5 de enero de 1905

Estimado Dr. Finlay:

Debí haberle escrito antes para reconocer su carta. Sus publicaciones han sido enviadas al Comité Nobel en Estocolmo, y espero que le ayudarán a obtener el premio que Ud. tanto merece.

La suma del premio alcanza aproximadamente unas ? 8,000 y es entregado el 10 de diciembre de cada año al autor de la obra más merecida con relación a la medicina, realizada entre los años más previos a la misma. No es entregado a quien ha realizado grandes obras algún tiempo atrás, por lo que creo que hombres como Koch, Lord Lister, Laveran y otros están excluidos.(*)

Permítame felicitarle por sus excelentes reportes sanitarios que constantemente edita. Mi deseo sería que las autoridades británicas coloniales lo hicieran también.

Con muchos cumplidos, créame, fielmente suyo,

(Fdo.) Ronald Ross

Solicitud del doctor John W. Ross

Clarksville, Tennesse. 27 de noviembre de 1905

A los miembros del Comité Nobel de Medicina,

Instituto Real "Carolina"

Estocolmo, Suecia.

Señores:

Correspondiendo a su estimada invitación de septiembre 1905, tengo el honor de proponer al Dr. Carlos J. Finlay, de la Habana, como candidato para el premio Nobel, Sección de Fisiología y Medicina, que se debe conceder durante el año de 1906. He opinado durante mucho tiempo que no hay nadie que tanto merezca el premio Nobel de Medicina como el Dr. Finlay, en reconocimiento de sus brillantes servicios a la ciencia y a la humanidad, al descubrir la manera de propagarse la fiebre amarilla, así como los medios de erradicar y evitar epidemias de tan tremendo flagelo. Tan atrás como el año 1881, el Dr. Finlay no sólo promulgó la teoría (hoy un hecho aceptado) de la transmisión de la fiebre amarilla por el mosquito, sino que llegó a determinar y señalar la especie que la transmitía (Stegomyia fasciata), pudiendo ser considerado este trabajo como la labor de un verdadero genio, que precedió por lo menos en dos o tres años a todos los descubrimientos relacionados con la transmisión del paludismo por el mosquito, debido a la virtud científica de Manson, Ross y otros.

Es más, Finlay presentó ante el Congreso Internacional de Higiene y Demografía, en Budapest el año 1894, un trabajo en el que especifica las medidas necesarias para evitar la propagación de la fiebre amarilla por el mosquito. Estas medidas eran prácticamente las mismas que con tanto éxito fueron llevadas a cabo en Cuba, por el coronel Gorgas, al limpiar la ciudad de La Habana de fiebre amarilla en el 1901, por lo cual obtuvo una fama mundial. La Conferencia de las Juntas de Sanidad Estatales y Provinciales de Norteamérica, en New Haven en el 1902, rindió un tributo a esta labor del coronel Gorgas con estas palabras: "Nosotros consideramos esto, como una de las más brillantes consecuencias de la aplicación de la ciencia sanitaria a la salud pública, que jamás hasta ahora ha sido realizada".

Yo conocí íntimamente, tanto en el orden profesional como en el personal al Dr. Finlay y al mayor Walter Reed, antes y después de la famosa labor de la Comisión de Fiebre Amarilla del Ejército Americano en Cuba del año 1900 a 1901.

De lo que personalmente he visto y he oído, de las circunstancias en que se realizó y de sus resultados, he llegado al convencimiento de que es justo concederle un total y absoluto crédito científico al Dr. Finlay, por su extraordinario descubrimiento de que era el mosquito el agente responsable de la transmisión de la fiebre amarilla en la raza humana; descubrimiento que ha salvado millares de vidas y que está destinado a limpiar la faz de la tierra de tan terrible enfermedad.

Las publicaciones que acompaño marcadas respectivamente A, B, C, D, E, F, G, H, I, J, K y L detallan los más importantes trabajos y períodos de desarrollo en la labor del Dr. Finlay sobre el mosquito y la fiebre amarilla; y sus resultados tan completos están perfectamente condensados en el adjunto trabajo marcado "L", por el Dr. Benjamín Lee, reconocido como una de las autoridades más eximias sobre cuestiones sanitarias en los Estados Unidos.

En carta dirigida a mí, con fecha noviembre 7, de 1905, el Dr. Finlay con su habitual modestia expone en ella los principales argumentos en favor de su tesis en la siguiente forma:

  • 1. En cuanto yo conozco, soy el primero que sugirió y llevó a la práctica el empleo de mosquitos, que previamente habían picado a un enfermo de fiebre amarilla durante los primeros cinco días de su enfermedad, como un instrumento inoculador, al hacerlo picar después a otra persona no inmune y producir un ataque experimental de fiebre amarilla. (Junio 30, 1881).

  • 2. Desde un principio había fijado el Culex Mosquito (Robineau-Desvoidy), ahora clasificado como Stegomyia fasciata Theobald, como la especie particular de mosquito por la cual la fiebre amarilla era transmitida en Cuba y probablemente en otros lugares.

  • 3. Cualquiera que sean las objeciones que han sido opuestas a los resultados obtenidos por mi amigo el Dr. Claudio Delgado y por mí, en nuestros experimentos, basadas en que nuestros mosquitos no habían nacido en un laboratorio, no impiden que en un caso, por lo menos, he demostrado positivamente que un ataque de fiebre amarilla fue producido ocho días después, por la picada de un mosquito (Stegomyia) infectado, en un paciente que no fue expuesto a ninguna otra fuente de infección durante los dos meses precedentes a dicha experiencia. Me refiero al caso P. U. descrito detalladamente en mi trabajo "Fiebre amarilla experimental" y leído ante la Sociedad de Estudios Clínicos de la Habana, en Enero de 1884, y recientemente impreso por aquella sociedad (véanse pp. 25-30 del folleto que acompaño). En este caso, considerando la posibilidad de que el mosquito antes de ser capturado, ya hubiera picado a otro enfermo de fiebre amarilla, además de las dos en que se le había permitido intencionalmente saciarse, queda siempre firme el hecho de que la única fuente de infección a que se expuso P. U., fue la picada de mi mosquito infectado.

  • Partes: 1, 2
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