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Monumentos prerromáticos y románicos asturianos, según Fortunato de Selgas. (página 6)


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     Es probable que cuando Alfonso VI fundó la puebla de Avilés, sirviera de iglesia parroquial una de las dos que cita el testamento del Rey Magno, situadas en el territorio de Illés, pero más adelante la población adquirió algún desarrollo debido a los privilegios y franquicias que el fuero otorgaba a sus vecinos, y entonces el pequeño templo, de pobre construcción, como solían serlo los del tiempo de la Monarquía, desapareció, alzándose el que hoy vemos de mayores proporciones y embellecido con los primores de la arquitectura Románica que ostenta todas sus galas en las archivoltas de su portada.

     No es de creer que ocupe este templo el mismo sitio que el anterior, pues si así fuera conservaría seguramente la advocación de Santa María o San Juan Bautista que aquellas basílicas tenían. Aunque en el transcurso de la Edad Media las iglesias sufrieran una o más restauraciones, ya por la necesidad de darlas dimensiones más grandes, ya por adaptarlas á las exigencias de los diversos géneros arquitectónicos imperantes en tan largo período, siempre persistía el culto del santo titular de la primitiva basílica, a no ser que la iglesia se convirtiera en monástica, porque solía llevar entonces el nombre del fundador de la institución religiosa allí establecida.

     Aparecía este templo, al principio aislado, sin las capillas y dependencias que después se hicieron, rodeada del atrio o cementerio, y la defendía de las olas del mar la cerca de la villa que aún se conserva, oculta por el moderno caserío. Como en aquellos tiempos estaban confundidas la vida religiosa y la civil, si en la nave de San Nicolás se juntaban los fieles para orar, bajo sus pórticos se reunían los ciudadanos para tratar de las cosas concernientes al pro-común según lo han por antigua costumbre (1).

(I) Así dicen documentos de los siglos XIII y XIV, publicados por D. Ciriaco M. Vigil en su Colección Diplomática del Ayuntamiento de Oviedo.

     Del estudio arqueológico del monumento no se puede deducir en qué época fue construido, pues como hemos dicho, los caracteres del arte románico en Asturias son siempre los mismos durante siglos, y en ese período se había olvidado la buena costumbre del tiempo de la Monarquía de perpetuar en inscripciones votivas la era de la fundación y los nombres de los obispos consagrantes, que nos hace conocer la fecha de la erección de la mayor parte de las basílicas de este país de la novena y décima centuria. Aunque carecemos de datos que lo confirmen, nos inclinamos a creer que este templo fue construido a fines del siglo XII o principios del XIII bajo el reinado de Alfonso IX. 

      Tenía este monarca gran predilección por el monasterio de Valdediós, cuya vida cenobítica había restaurado con la orden del Císter y alzado el magnífico templo románico hoy existente. Se dice que en aquel retiro lloró la separación de su esposa Teresa a que le obligó el Papa por su estrecho parentesco. Unido poco después con Berenguela, la hija de Alfonso VIII hizo frecuentes visitas a la villa, favorecida con su afecto y sus donaciones. En aquellos días, corriendo el año de 1216, el Pontífice ovetense Juan, primero de este nombre, consagró en la iglesia de San Nicolás al abad del Monasterio de Corias, don Juan Pérez, que lo rigió hasta 1232. Este hecho demuestra terminantemente que ya existía el templo, por lo menos en los comienzos del siglo XIII, por lo que nada tiene de extraño que no aparezcan sus archivoltas y sus vanos cerrados por arcos góticos, pues sabido es que la ojiva na se manifiesta en las construcciones asturianas hasta el siglo siguiente, como se ve en las demás iglesias de Avilés, cuya fundación no pasa de esa centuria.

     Desgraciadamente ha sufrido tales restauraciones, que no queda de la primitiva fábrica más que la fachada principal. La anchura de la nave y la carencia de contrafuertes en los muros laterales revela que debió estar cu bierto el templo de madera, empleándose la bóveda solamente en la capilla mayor, a la que daba ingreso un gran arco toral, perforado el ábside de un exornado vano que alumbraba el santuario. Llegó intacto este templo hasta mediados del siglo XVI, sin que alteraran sus formas primitivas las capillas de Solis y de los Alas, levantadas en el cementerio en las dos centurias anteriores.

    Comenzó la restauración por el ábside, como sucede casi siempre al que se dio mayor amplitud y altura, afectando su planta la forma poligonal para cubrirle de una bella bóveda de crucería con claves colgantes en las intersecciones de los nervios. También ganó la nave más elevación como puede verse en el muro de la fachada principal donde descansa la espadaña marcándose perfectamente las pendientes del primitivo tejado más bajo que el actual.

      En sustitución del antiguo techo de madera se alzaron tres bóvedas ojivales de igual estilo que las del ábside, sostenidas interiormente por pilastras resaltadas, y para contrarrestar su empuje se adosaron al exterior robustos y abultados contrafuertes, descollando los del arco toral que fue construido de nueva planta. El muro del lado de la Epístola fue perforado para hacer las capillas sepulcrales, y en una de ellas, la de Camposagrado, existe una urna del Renacimiento, poco artística, sostenida por leones con dos tumbas donde yacen los muy magníficos Sres. Fernando de las Alas, fallecido en 1545 y su mujer D.ª Catalina de Quirós. Dos grandes arcos dan ingreso a la extensa capilla del Cristo, construida en 1729, como lo demuestra su barroca arquitectura, con su pequeña cúpula y bóveda con adornos de yesería, lisos y poco relevados, muy usados entonces. La sacristía, de regulares dimensiones fue levantada a fines del siglo XVIII a expensas del obispo de la diócesis D. Juan de Llano Ponte.  

      Las restauraciones no alcanzaron, felizmente, a la fachada del templo que conserva sus primitivas formas, si bien algo deteriorada por la mala calidad de la piedra de sillería y por las mutilaciones que sus ornatos han sufrido cuando le añadieron el agobiador armatoste del pórtico, derribado poco tiempo hace. También altera la unidad artística del conjunto el pequeño vano que corona la espadaña, feo y mezquino, con reminiscencias del greco-romano, arte que si bien dominó en Asturias durante tres siglos, fue mal comprendido y peor interpretado, como lo dicen las numerosas iglesias construidas  en tan largo período. La fastuosa portada resalta fuertemente del muro, para que en el ancho macizo campeen las tres archivoltas abocinadas que embellecen tan peregrino ingreso. Las seis columnas, tres a cada lado, que sostienen las arquerías,se  asientan en un robusto zócalo, sobre el que descansan las basas, que por su forma recuerdan las áticas con sus dos toros, saliendo del inferior los característicos agrafes que llenan los ángulos del plinto. Lisos y desnudos aparecen los cilindricos fustes, pero son muy notables los capiteles que los coronan, de variada composición, exornados de cabezas humanas, leones, tallos, hojas y otros ornatos de precedencia animal y vegetal, descollando por su belleza el que representa Adán y Eva en el Paraíso comiendo la manzana. La imposta que abraza estos capiteles está tallada en bisel, y en el plano inferior se desarrollan serpeantes tallos, alternando con graciosas folias.

    Las arquerías de las archivoltas son de medio punto, viéndose en el es trados del interior que cubre el ingreso, toros, filetes y escocias, y en los otros dos, complicados  zig-zas y tondinos, que se cruzan en ángulo recto, con relieves dentro de los rombos.

      Terminaba la portada con un magnífico cornisamento, del que no queda más que un pequeño trozo en el centro, habiendo sido picado la mayor parte para adosar al muro las maderas del pórtico. Se compone de un saliente entablamento labrado en bisel, en el cual se ven círculos con cuadrifolias bien ejecutadas, y le sostienen canecillos variados, entre los que aparecen, haciendo de metopas, leones relevados, alternando con florones de cuatro hojas. El tablero de la cornisa está exornado de cruces inscritas en medallones circulares y de cuadrifolias, ornato muy prodigado en esta hermosa portada. Sobre ella se ostenta una ventana cubierta de una archivolta de medio punto, y termina dignamente la fachada una elevada espadaña de dos arcos, cuyo piñón fue destruido cuando se levantó posteriormente el pequeño vano que corona la fachada.

      Como casi todas las iglesias asturianas restauradas en la época moderna, no se encuentra en la nave y capillas de este templo nada referente al arte, pero sí a la historia. Próximo al churrigueresco altar mayor, del lado del evangelio, se ve a bastante altura una hornacina cubierta de arco de medio punto, y en ella aparece una pobre arca de madera, semejante á las que tienen las aldeanas del país para guardar sus ropas. La larga leyenda que llena el frente del misero sarcófago, dice que allí están guardadas las cenizas del insigne marino Pedro Menéndez de Avilés, uno de los más grandes que ha producido la España del siglo XVI. Dominábale, como a todos sus hombres compatriotas, el sentimiento religioso, llevado al más exaltado fanatismo, y su ideal era la expansión del catolicismo por el mundo, especialmente por la parte de América por él conquistada, pero no con las armas del misionero, con la persuasión y el catequismo, sino con la espada que hacía rodar las cabezas de los indios que se resistían a recibir las aguas del Bautismo, o de los herejes que iban a las lejanas playas de la Florida en busca de libertad religiosa. Ningún marino de su tiempo le igualó en el conocimiento de las cosas del mar, y si la muerte no lo impidiera, la Armada Invencible por él mandada se hubiera salvado del naufragio, ya que no realizado el desembarco en Inglaterra.

      Es sensible que Avilés, villa culta y rica y en creciente progreso, tenga en el abandono y el olvido las cenizas de su ilustre hijo, que llevado del cariño a su pueblo natal, quiso que descansaran sus restos en la iglesia donde fue bautizado. Los grandes marinos españoles del Renacimiento, Sebastián Elcano, Álvaro de Bazán y Oquendo, están reproducidos en bronce en Guetaria, Madrid y San Sebastián. Avilés debe imitar su ejemplo, erigiéndole una estatua para que se perpetúe su memoria, levantando al par en este templo un monumento sepulcral que guarde dignamente sus mortales despojos.

      Al lado de la tumba del gran marino yace una hija del Adelantado de la Florida D. Pedro de Góngora, Marqués de Almodóvar y Conde de Canalejas, fallecida en Londres, donde su padre representaba  a  España en 1779,  a los siete años de edad. Era este diplomático escritor eminente, que contribuyó al renacimiento literario de nuestro país en la segunda mitad del siglo XVIII.

    Con la firma de El castellano de Avilés, escribió desde Berlín una hermosa carta en la que describe magistralmente una fiesta palatina en la Corte de Federico II ,inserta en la colección epistolar de la Biblioteca de Autores Españoles.

IGLESIA DE SAN FRANCISCO DE AVILÉS.

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   La Orden monástica de San Francisco fue traida a Asturias por un compañero del Seráfico fundador: Fr. Pedro Compater, que levantó en Oviedo el convento de este nombre, en cuya gótica iglesia de bellos ábsides, bárbaramente destruida en estos días, yacían las cenizas de aquel venerable siervo de Dios, y las de muchos asturianos ilustres del apellido de Valdés. Extendióse por el país la religión franciscana, siendo el monasterio de Avilés el más importante después del de la capital. Remonta su origen al reinado de Enrique II, según dicen antiguos documentos anteriores al año de 1380 en que se supone haber sido fundado. Carballo se inclina a creer que en este lugar estaba situado el monasterio Abelaniense, otros el de Samos, y no falta quien atribuya a los templarios su erección, a los que el vulgo suele asignar el origen de numerosas fundaciones religiosas. Ya hemos demostrado en otra parte lo absurdo y erróneo de estas opiniones, y no insistiremos en combatirlas.

      Es muy probable, sin embargo, que tuviera aquí su asiento la Basílica de San Juan o de Santa María, pertenecientes a la villa de Illés o Abellices, citadas en la donación de Alfonso III del 905, porque en unas excavaciones practicadas no hace mucho tiempo en la actual iglesia se encontró un fragmento decorativo que manifiesta el Arte de la época de la Monarquía. Según cuenta, el maestro Gil  González  Dávila, fueron protectores de esta santa casa Juan Alonso de Oviedo y su mujer Aldonza González, contribuyendo con cuantiosos recursos a la construcción del templo, que más adelante, en 1522, sufrió grandes desperfectos, causados por el terremoto que destruyó muchos edificios del Principado (1).

 (1)Carballo reproduce en su historia de Asturias el siguiente extraño suceso acaecido en esta iglesia, como sus hermanas la de San Nicolás y Sabugo, ha sido víctima de las restauraciones que se hicieron del siglo XVII a nuestros días, que han alterado sus primitivas formas románicas.

      Es de una sola nave, y a uno y otro lado del presbiterio hay dos espaciosas capillas, separadas por arcos semicirculares, que por su diafanidad tienen más bien el aspecto de brazos de crucero o de naves laterales. Un arco toral apuntado con el dovelaje desnudo de molduras, da ingreso a la capilla mayor, de planta rectangular, alumbrada por una gran fenestra, dividida por un parteluz, sin más ornatos que la ojiva que cierra sus vanos gemelos. Cubre el santuario una hermosa bóveda de crucería de entrelazadas nervaduras con claves colgantes en las intersecciones, que fue alzada posteriormente a la construcción del templo, acaso en el siglo XVII en que, como hemos dicho, a pesar de imperar en todas partes el greco-romano, se hacían en este país bóvedas góticas. La carencia de contrafuertes en los muros de la nave, indica claramente que tenía una techumbre aparente de madera, que más tarde se ocultó con una bóveda tabicada de yesería, que fué derribada á mediados del siglo pasado para hacer la no menos fea y antiartística que hoy se contempla. En los altares domina el churriguerismo y el mal gusto, viéndose en uno de ellos una hermosa imagen de Santa Rosa, obra del afamado escultor asturiano Antonio Borja, discípulo del gijonés Luis Fernández de la Vega, y éste a su vez lo fue de Gregorio Hernández, jefe de la escuela escultórica Vallisoletana (1).

(1) En la iglesia de San Nicolás existe una imagen de la Virgen del Carmen tallada por Borja. (Ceán Bermúdez, Diccionario de los Artistas Españoles, t. I, pág. 166.)

      En las capillas campean magníficas tumbas murales, viéndose en la de Santiago dos juntas cobijadas por arcos apuntados, con las urnas exornadas de arquerías ojivales y de escudos de la familia de las Alas, sobre las que descansan dos estatuas de hombre y de mujer sin inscripciones que digan los nombres de los personajes allí sepultados; y en la opuesta álzase también otra anónima muy notable, albergada en un nicho cerrado de arco semicircular, sostenido el sarcófago por leones, con una figura yacente bien ejecutada, con ángeles a la cabeza y a los pies, emblema de la armas de esta casa, que pretendía traer su origen de un hecho milagroso acaecido en el castillo de Gauzón. No queda del románico claustro ni siquiera la memoria, desaparecido, como todos los de los monasterios de Asturias, a impulso de la reacción neo-clásica de los siglos XVII y XVIII. Aquellas bajas arquerías sobre robustos basamentos, sustentadas por columnas de cortos fustes y abultados capiteles, cubiertas de ennegrecidos techos de madera, alumbraban débilmente sus ánditos convertidos en cementerios, en cuyos suelos y paredes se veían tumbas y losas sepulcrales con leyendas en bárbaros versos latinos que decían las virtudes de los monjes y levitas que esperaban allí el día de la resurrección. Al realizarse entre nosotros, aunque más tarde que en Castilla la evolución artística del Renacimiento, el claustro de la Edad Media, de una sola planta, desaparece, y en su lugar se levanta el patio clásico, remedo de las construcciones palacianas del siglo XVI, con sus amplias galerías de columnatas  de pilastras, abiertas a la luz, repartidas en dos pisos, sin sepulcros, sin inscripciones, sin nada que recuerde la vida contemplativa el misticismo y la muerte.

     En esta casa, cuenta el P. Gonzaga: "Al celebrarse la fiesta de San Antonio de Padua en este convento, Nicolás Alfonso de Avilés, por instrucción de su abuelo Juan Alonso de Avilés, abriendo un pez para dar de comer á los frailes, hallaron en el buche una sortija que el mismo Nicolás Alfonso había perdido en el mar, cayéndole del dedo, yendo navegando, de que había recibido mucha tristeza por la gran estima que la tenia, por haber sido de su padre y abuelo y de precio, lo cual fue atribuido a milagro del santo".

    Los dos únicos claustros de arquitectura religiosa que existen en este país, el de la catedral y el del convento de San Vicente de Oviedo, fueron también victimas de antiartísticas restauraciones, cuando al mediar el siglo XVIII alzaron sobre sus afiligranados ventanales los pesados cuerpos de barroco estilo al que pertenece el de este monasterio franciscano.

     El templo carece de fachada principal y su ingreso está abierto en el muro septentrional de la nave, protegido al exterior por un enorme pórtico de clásica arquitectura, que si le agobia con su mole, le preserva de la intemperie y le mantiene en buen estado de conservación. Domina en la portada el arte románico, si bien la ojiva logró introducirse en las archivoltas, lo que confirma haber sido construida en el siglo XIV. No desdice tan peregrino ingreso, ni por sus proporciones, ni por su belleza, de los que exhiben las iglesias de Sabugo y San Nicolás. Está formado por cuatro archivoltas abocina das, sostenidas por ocho columnas, la mitad a cada lado, cuyos cilindricos fustes descansan sobre bien perfiladas basas, que a su vez asientan en dobles lados. En los capiteles muéstrase exuberante la ornamentación vegetal, envueltos graciosamente los tambores en hojas, frondas y algún mascaroncillo, observándose en su composición la euritmia y no la simetría, cualidad característica de la arquitectura religiosa. Una imposta tallada en bisel, decorada de folias y otros ornatos, corre horizontalmente sobre los capiteles, sirviéndoles de abacos. Las archivoltas acusan más bien el estilo ojival, pues aparte de la forma apuntada de los arcos, el dovelaje no es rectangular, sino de molduras lisas, de toras, escocias y filetes, y sólo la exterior está separada del fondo del muro por una impostilla ornamentada. Corona dignamente esta portada un cornisamento de variados y caprichosos canecillos, entre los cuales se ven folias, flores y cruces cobijadas bajo el entablamento abiselado y exornado de tallos y hojas, y en la cara inferior trenzas y otros adornos propios de este estilo arquitectónico.

     A los pies de la iglesia, bajo el coro, en sitio oscuro y aprisionada por espesa reja, se ve una pila bautismal que no pertenece, como todos los monumentos religiosos de Avilés, al Arte cristiano. Los romanos no levantaron en Asturias construcciones artísticas durante su larga dominación, como hemos dicho, así es que causa sorpresa la presencia de este magnifico fragmento de la arquitectura clásica, digno de figurar en la misma capital del imperio por sus proporciones colosales, por el rico material de que está formado, y sobre todo por la belleza de su estilo. Es un capitel de orden corintio, de noventa y seis centímetros de alto por otros tantos de ancho en su mayor vuelo. Envuelven el tambor doble fila de hojas de acanto finamente picadas, de entre las cuales brotan los vastagos y caulícalos que salen hasta los ángulos del cimacio, que al desarrollarse forman graciosas volutas.

     Desgraciadamente tan bella perspectiva se ve más bien con los ojos de la imaginación, porque allá, sabe Dios cuándo, una bárbara mano le despojó de sus ricos ornatos, arrancó los caulícalos, borró las líneas delicadas de sus hojas, lo relabró todo, dejándolo escueto y medio desnudo de su exuberante vegetación.

    No impiden, sin embargo, esas mutilaciones percibir las correctas formas que acusan la presencia del orden corintio en sus mejores tiempos, siendo probablemente tallado en la segunda centuria de nuestra Era. Por los módulos que tiene el capitel en su collarino, se deduce que la columna a que pertenecía no bajaba de 30 pies de altura, proporciones semicolosales, que sólo se empleaban en los peristilos de los templos de las grandes ciudades romanas.

      Los críticos del siglo XVIII y de principios del siguiente, Jovellanos, Ceán Bermúdez y Carlos Posada, asturianos todos, se fijaron detenidamente en este capitel, tanto por el carácter clásico de su arquitectura, en la que eran tan peritos, como por ser el único resto romano de importancia que habían hallado en este país. ¿De dónde vino ese grandioso fragmento monumental, la uña de león, como la llama elegantemente Jovellanos?.No se sabe, ni es fácil averiguarlo.  Ceán Bermúdez, que entre aquellos críticos era el que conocía mejor las antigüedades asturianas, dice: «Al considerar la belleza y perfección de este trozo de arquitectura, que hubo de pertenecer a un suntuoso edificio, y lo inverosímil de que lo construyesen los romanos en un país donde no hicieron más que obligar a los naturales a trabajar en las minas y canteras, no puedo menos de sospechar que la trajo de otro lugar algún aficionado a las Bellas Artes, y éste, acaso, fue D. Pedro Solís natural de Avilés y Protonotario y Camarero del Papa Alejandro VI» (1).

(I) Sumario de las antigüedades de España, pág. 196.

    Respetando la opinión de tan autorizado crítico, nos permitiremos objetarla, manifestando que no debió ser traído de Roma, en el Renacimiento, sino en la Edad Media, época en que los viejos capiteles se convirtieron en pilas de agua bendita, y no venido de la Ciudad Eterna, con la que no tenía Avilés fáciles comunicaciones por la larga distancia. Más probable es que proviniera de una importante población marítima de la Península, como Lisboa u Oporto (2), o más bien de Francia, en cuyo litoral existieron las ciudades romanas de Burdeos, Tours y otras, que mantenían relaciones comerciales con esta villa según dicen curiosos documentos de los siglos XIII y XIV (3).

(2) De esta ciudad llevó Alfonso el Magno, a fines del siglo IX, columnas romanas y otros mármoles para decorar la Basílica Compostelana.

(3) Véase la «Colección diplomática del Ayuntamiento de Oviedo», publicada por D. Ciriaco M; Vigil, págs. 171, 72 y 73.

      El arquitecto D. Manuel de la Peña Padura, académico de mérito de la de San Fernando, y teniente arquitecto mayor de Madrid, sacó en 1798 un bosquejo de este capitel, y después, en 1814, hizo un vaciado en yeso de una cuarta parte de su circunferencia para presentarlo a la Real Academia, que aceptó, reconocida tan artístico donativo (4).

(4) Sr. D. Manuel de la Peña Padura. — En Junta ordinaria de 7 de este mes, hice presente a nuestra Real Academia el vaciado en yeso que V. S. sacó en Avilés del trozo de capitel corintio, esculpido en mármol, que se halla a la entrada de la iglesia parroquial de dicha villa, y sirve de pila de agua bendita. Visto por los señores profesores abundaron en la idea de V. S., ya por su particular mérito, ya por ser una oferta nacida de su filial reconocimiento y del honroso deseo de propagar y fomentar con el estudio de la antigüedad el noble arte de la arquitectura que profesa. Le participo a V.S el acuerdo de la Academia para su entera satisfacción. Dios guarde a V. S. muchos años.— /José Mancirriz.

      Estuvo sirviendo el capitel de pila de agua bendita en el cementerio de la iglesia parroquial de San Nicolás, situado a mano derecha de su principal ingreso, adosado al muro de su románica portada. Allí le vieron y le estudiaron los eminentes críticos que hemos citado; pero no muchos años después, cuando este templo dejó de ser parroquial, fue llevado al de San Francisco, donde hoy se encuentra dedicado a pila bautismal.

      No deja de extrañar que siendo la única misión de un capitel la coronación de una columna, aparezca en la Edad Media adaptado a uso tan distinto como de pila de agua lustral en una iglesia cristiana. En Asturias es acaso más frecuente este hecho que en otras partes, por lo que nos permitiremos decir dos plabras acerca de él. Las pilas bautismales de las primitivas basílicas cristianas y de los templos visigodos eran grandes cubetas de piedra o de fábrica, empleándose también los labros de las termas romanas.

      En las sedes episcopales estaban situadas en edificios aislados, llamados baptisterios, o en el centro de los atrios, rodeados de pórticos que precedían a los templos. Cuando cayó en desuso el bautismo por inmersión, no hubo necesidad de pilas tan grandes, y se labraron tazas de piedra, que conservaban la forma de los antiguos labros, que los árabes españoles aprovecharon para pilas de abluciones de sus mezquitas. En Asturias conservaron estas pilas durante la Edad Media la forma tradicional, siendo un bello ejemplo la de San Pedro de Villanueva, del siglo XII, hoy custodiada en el Museo Arqueológico Nacional.

      En los templos levantados en la época de la monarquía asturiana desaparecieron los patios o atrios cuadrangulares, y las pilas bautismales se albergaron en los pórticos que circuían las iglesias, y por fin dentro de las naves, a los lados de los ingresos.

      En las construcciones religiosas de la primera mitad de la Edad Media se empleaban los restos decorativos de los monumentos romanos, y entonces se convirtieron los capiteles en pilas de agua bendita, especialmente los del orden corintio, que por la riqueza de sus ornatos y por su forma alargada se prestaba a esta transformación, ahuecándolos, a manera de vaso, para contener el sagrado líquido, y colocados para ganar altura sobre un pedestal que solía ser un trozo de fuste de una antigua columna. En el interior de España y particularmente en Extremadura, donde abundan las poblaciones monumentales, se ven todavía en las iglesias muchos capiteles dedicados a este uso.

      En Asturias, a falta de ruinas romanas a quien despojar de estos bellos miembros arquitectónicos, se imitaban toscamente los viejos modelos o se labraban siguiendo los diversos estilos dominantes en la Edad Media. Hállanse con frecuencia sirviendo de pilas, capiteles del tiempo de la monarquía, aprovechados con este objeto en las diversas reedificaciones que han tenido nuestros templos, pudiendo citar entre ellos las de San Francisco de Oviedo (hoy desaparecido) y de la Colegiata de Gijón.

Friso latino-bizantino .—En la capilla de Cristo existe un curioso fragmento decorativo, de época muy anterior a la fundación de la puebla de Avilés perteneciente sin duda, como acabamos de decir, a una de las dos iglesias citadas en la donación del Rey Magno, que debió estar situada muy cerca o en el mismo lugar que la actual. Se halló no hace mucho tiempo, cuando se hizo la última restauración del templo, teniendo el acierto de incrustarle en el muro donde está libre de toda profanación. Ofrece esta interesante antigualla idénticos caracteres artísticos que se ven en los escasos fragmentos que de la época visigoda se encuentran en Mérida, Córdoba y Toledo. Su ornamentación acusa el arte contemporáneo de la monarquía asturiana, llámese latino-bizantino o como se quiera, porque la clasificación arqueológica de los monumentos de este oscuro período está todavía por hacer. En una losa de piedra marmórea y entre dos anchos filetes aparece un tallo serpeante de vid, con las hojas semihundidas, y marcadas las respicaduras con líneas convencionales, no imitadas del natural, y las uvas de forma más imaginaria que real, orilladas de un filetito cual si fueran perlas encerradas en un estuche.

      Este motivo ornamental se prodiga en las basílicas asturianas de los siglos IX y X, y se ve en el antepecho del altar de la iglesia de Santa Cristina de Lena y en el de la de Santianes de Pravia (1), y citando ejemplo más lejano, en el de San Eleucadius, en la basílica de San Apolinar in Classe de Rávena, lo que muestra el origen bizantino de este caprichoso ornato que en el templo primitivo formaba parte de la transenna o valla de piedra que separaba la nave o crucero del santuario o ábside, como vemos en la citada iglesia de Santa Cristina, donde está reproducido con exactitud este notable friso.

(1) El altar de la basílica de Silo, el más antiguo de España, erigido entre los años de 774 a 783, fue arrancado de su sitio en 1894 y sustituido por otro de escaso mérito. Afortunadamente ha sido salvado de inminente destrucción, y ha hallado digno albergue en el ábside de la capilla mayor de la cripta de la Iglesia de Jesús, levantada en estos días en el pueblo del Pito, próximo a Cudillero.

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IGLESIA PRERROMÁNICA DE SANTA CRISTINA DE LENA.

IGLESIA DE SANTO TOMÁS DE SABUGO.

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      Separado antes por ancha marisma y unido hoy con magnífico caserío, se encuentra al Norte de la villa el arrabal de Sabugo, situado al pie de la elevada planicie de la costa que desciende suavemente hasta morir en la orilla de la ría. No era en la Edad Media un barrio suburbano como en la actualidad, sino que formaba una localidad independiente con su término deslindado. Su origen debe remontarse a muy lejanos tiempos, acaso a los de la Monarquía, pues según dice el testamento que hicieron en 1199 Alfonso IX y su mujer D.ª Berenguela al Salvador de Oviedo, en la que dona la quinta parte de los fagares que aquel monarca percibía en este pueblo, a cambio de otras heredades que el Cabildo tenía en Larenes (Llaranes?) y otros lugares, existían dos iglesias por lo menos, consignando además la terminante prohibición de que nadie pudiera levantar allí un nuevo templo, más que el obispo ovetense; prudente medida que más tarde, en 1269, el Rey Sabio extendió a todas las iglesias que se alzaran en las pueblas que entonces se creaban, para evitar que los señores y los municipios quisieran ejercer en los templos parroquiales derechos y jurisdicciones sólo compatibles con la autoridad episcopal.

      Es de sentir que no dijera esta donación los nombres de los Santos titulares de estas basílicas, porque sabríamos si era alguna, o acaso ambas, las que aparecen en el testamento de Alfonso III. De todos modos debieron ser pobres y mezquinas, cuando al finar el siglo XII se hacía necesaria, dado el desarrollo del pueblo, la construcción de un templo de más vastas proporciones.

      La iglesia actual, hermosa muestra del Arte cristiano, fue construida probablemente, según dice el Sr. Fernández Guerra en una de sus notas del Fuero de Avilés, a principios del siglo XII, por la Infanta D.ª Sancha, a quien su hermano Alfonso el Emperador dio el título honorífico de Reina. En uno de los iconísticos capiteles que ostenta el ingreso principal creyó ver los bultos de la augusta fundadora y de los obispos consagrantes de él. Más acertado estuvo el sabio académico en la etimología del nombre de Sabugo (1) que en la fijación de la época en que fue erigida la iglesia, que no se remonta ciertamente a tan lejana fecha. Ningún documento existe en que conste haber sido levantada en el siglo XII, ni puede hallarse, porque la arquitectura a que pertenece es la románica, aunque alboreando el período de transición, empleada dos siglos después, viéndose en la portada principal, y en algunos vanos cerradas las archivoltas por arcos acentuadamente apuntados y otros ornatos pertenecientes al arte ojival. Existen en Asturias numerosas iglesias del mismo género, tan semejantes a ésta que parecen obra de una misma mano, cuya fecha es conocida, y de su estudio se deduce, con seguridad de acierto, que la de Sabugo, como la de San Francisco, fue construida en el siglo XIV, época en que la ojiva comienza a manifestarse en los monumentos del Principado.

(1) De la palabra latina Sambucus, de la que se ha formado la asturiana Sabugo y la castellana Saúco. Hay en Asturias muchas localidades conocidas con este nombre y con su variante sabugal, bosque de saucos.

       El capitel a que se refiere el Sr. Guerra le forma un tambor circular en la parto inferior y cuadrado en su unión con el abaco, agrupadas alrededor de él, no tres cabezas, como dice, sino cinco, todas iguales al parecer femeniles, con trenzas orillando la frente y los lados, y cubierta cada una con su caperuza triangular algo parecida a la montera asturiana. Aquellas simétricas cabezas, toscamente esculpidas, rígidas e inmóviles, no tienen símbolo al guno que demuestren ser de reinas y de obispos; son simplemente mascaroncilios, elemento decorativo muy usado entonces para exornar capiteles, ménsulas y los conecillos que sostienen los tejaroces. Donde sí aparece una tosca cabeza cubierta con una mitra es en el ángulo saliente de una de las pilastras que reciben las archivoltas, y a nuestro entender más bien que el simulacro de un Obispo debe ser un símbolo para indicar que el templo pertenece al Prelado ovetense, según la expresa voluntad de Alfonso IX y su consorte Berengueía. Razones no suministradas por la arqueología afirman nuestra opinión de que la fecha de la erección del templo es posterior a la que le asigna el Sr. Guerra. Está consagrado bajo la advocación de Santo Tomás de Canterbury o Cantauriense, como vulgarmente se le llama, que padeció el martirio en Inglaterra en 1170, siendo elevado a los altares tres años después.

      Su culto tardó en extenderse mucho tiempo por España y es de suponer que no habrá llegado a Asturias hasta entrado el siglo XIV, cuando aquí imperaba el arte a que pertenece este notable monumento.

     La iglesia de Sabugo, como todas las de Avilés y la mayor parte de los templos románicos de Asturias, ha sufrido restauraciones que la han quitado el carácter artístico, teniendo que hacer un esfuerzo de atención, auxiliado por la arqueología, para verla en su prístino estado (2).

(2) Dice Jovellanos de este templo: En Sabugo, contiguo a Avilés, se halla una iglesia que por su forma se conoce ser de mayor antigüedad que la de San Nicolás de Avilés, por ser más parecida a la de Villamayor y Villanaeva. Se conservan bien los arcos de las dos puertas en los pies y costados; se conoce que fue consagrado porque se conservan las cruces grabadas en ambas puertas. (M. Marina, t. IV, legajo 108).

      Los siglos XVII y XVIII, época funesta para los monumentos de la  Edad Medía, han dejado huellas indelebles de su paso, vistiendo sus muros la arquitectura greco-romana. Tiene una sola nave, amplia, de buenas proporciones y una alargada capilla mayor terminada en semicírculo. Cubríala un techo de madera de dos aguadas siendo visible interiormente la armadura del tejado; pero en el siglo XVIII se le adosó debajo de las vigas tirantes una bóveda de medio cañón, dividida en tres compartimentos iguales con grandes lunetos, donde se albergan los vanos, que casi se tocan cual si fueran de arista.

      Para resistir el peso de la postiza bóveda y contrarrestar su empuje:, se  reforzaron los muros interiormente con pilastras resaltadas que coronan molduradas impostas, y por el exterior con abultados contrafuertes. En la pared septentrional de esta nave se abrieron grandes arcos que dan paso a unas capillas que se comunican entre sí por espaciosos vanos cubiertas de bóveda de crucería.

      Nada conserva el cuerpo de la iglesia de su primitiva forma más que el arco toral que da ingreso al santuario. Se compone de dos grandes archivoltas con anchas dovelas rectangulares, sin ornatos, orillada la exterior de una graciosa imposta que sigue en el extradós la curvatura del arco, el cual en su forma apuntada lleva el sello del período de transición, entre el arte Románico que expira y el ojival que nace. Sostienen las archivoltas, cilindricos fustes albergados en los codillos y en los frentes de las pilastras, con sus basas que recuerdan las áticas y los historiados capiteles, cuya composición apenas se percibe, cobijados bajo abiseladas impostas características de este bello estilo.

     Franqueado el arco toral se encuentra el santuario, de planta cuadrada, cubierto de una bóveda de crucería, con abultadas claves que por lo esmerado de la ejecución y lo complicado de la traza revela ser obra del siglo XVI. Es ciertamente bello su aspecto, pero cuadrábale mejor la bóveda de cañón seguido que antes tenía, que si bien estaba desnuda de ornatos, coadyuvaba a dar a la nave la sencillez que caracteriza las construcciones religiosas de este período. Termina el testero en un ábside semicircular, al que se adapta un cascarón de cuarto de esfera, y perfora el muro dando luz al santuario una ventana  hoy oculta por las edificaciones que se adosaron al ábside, posteriormente a su erección. El templo está rodeado de un enorme pórtico, obra desdichada del siglo XVIII, a cuya sombra se puede albergar toda la población de Sabugo.

      Tan pesada mole impide que se contemplen como se debe las archivoltas de los ingresos, y es necesario alejarse para ver la coronación del santuario que se levanta sobre el tejado del atrio, con su cornisa de graciosos canecillos y moldurado entablamento, y los fustes empotrados en el curvo muro del ábside. Alzase por el lado opuesto la severa fachada de piedra de cantería, oculta su mitad inferior por la aguada, sobre la que descuella una espadaña de dos vanos.

     La portada principal se destaca de la fachada para que puedan desarrollarse en el espesor del muro las cuatro archivoltas que decoran este hermoso ingreso. Sobre un elevado basamento, descansando en dados, se levantan cuatro columnas en cada lado, albergadas en los codillos de las pilastras, y en las dos más gruesas, que sirven de jambas a la puerta, se ven grabadas, en la parte superior de los cilindricos fustes, sendas cruces de consagración. Las basas recuerdan las áticas por sus toros, ocultos algunos por las modernas pilas del agua bendita que, sostenidas por trozos de columnas, aparecen en los ángulos entrantes del basamento. Muy notables son los capiteles, en los que la ruda imaginación del artista quiso representar animales fantásticos, cuadrúpedos, aves, cabezas humanas, vegetales, que expresan alguna leyenda misteriosa imposible de interpretar. No se observan las leyes de la simetría en la composición de los asuntos y en su agrupación. Al lado de un capitel iconístico se ve otro con motivos tomados de la fauna o de la flora; pero en todos hay una armonía, una euritmia, una unidad artística tan completa como la que se encuentra en las arquitecturas obedientes a los preceptos inflexibles de la simetría. Carecen estos capiteles de ábacos, ni los necesitan porque les sirve de coronación la saliente imposta tallada en bisel con relevados adornos triangulares que separan las columnas de las arquerías las cuales terminan en ojiva más acentuada que la equilátera, revelando su forma, como los toros y las escocias que los separan. Pertenecen al período de transición, que, según hemos dicho, vino más tarde y echó hondas raíces en las construcciones del país, alcanzando su vida hasta fines del siglo XV cuando ya la arquitectura gótica estaba en plena decadencia en Castilla y alboreaba el risueño Arte del Renacimiento. Las portadas románicas de aquel tiempo ostentaban todas sus archivoltas frisos bellamente esculpidos decorados de metopas y variados canecillos que sostenían el entablamento. 

      En los ingresos de las iglesias de Avilés muéstranse visibles estos hermosos adornos del pórtico, pero no el de este templo, oculto por el techo y el tejado. Si algún día se derriba este feo armatoste es probable que aparezca mutilado o destruido, como sucede en San Nicolás (1).

(1) A nuestro ruego, el ilustrado cura párroco de Sabugo, Sr. Monjardín, mandó derribar la parte de pórtico que ocultaba el cornisamento de esta portada, que afortunadamente se conserva en buen estado.

      La puerta lateral, aunque menos importante, llama la atención por sus bellas proporciones y su ornamentación. La forman tres archivoltas semicirculares, con los toros más gruesos y las escocias que las separan más anchas y profundas, orillada la arquería exterior de una impostilla, en la que relevan dientes de sierra y otros ornatos . Domina en los capiteles la ornamentación vegetal y en algunos se observa el hecho curioso, sólo frecuente donde existen monumentos romanos como en la Provenza, y es que el artista se inspiró para la composición en el Arte clásico, viéndose, aunque toscamente reproducidos, los caulícalos y las volutas características de los órdenes corintio y compuesto. Los dos fustes que sirven de jambas a la puerta carecen de capiteles y suben hasta la imposta general, de igual corte y dibujo que la del otro ingreso, sobre la cual arrancan las abocinadas archivoltas.

      La vieja iglesia de Sabugo ha dejado de ser parroquial, trasladándose el culto a otro hermoso templo construido en estos días, perteneciente a la arquitectura ojival. Acaso éste venerable monumento sufrirá la misma suerte que otros muchos de Asturias, bárbaramente destruidos a impulsos de la ignorancia. Es de esperar, sin embargo, de la cultura e ilustración de los avilesinos que no se reproduzca aquí tan fatal ejemplo, y que será preservado de la ruina y del olvido tan interesante recuerdo de la Edad Media.

CAPILLA DEL PROTONOTARIO SOLIS.

Hijo de Avilés fue el muy reverendo Sr. D. Pedro de Solís, protonotario y cubiculario del Papa setabense Alejandro VI, arcediano de Babia abad de Santa María de Astorga, arcediano de Madrid, abad de la Colegiata de Arbás y de Mondoñedo y canónigo, maestro de escuela de la catedral de León.

Todos estos cargos ejerció el afortunado clérigo que le granjearon honores y forturna, si bien la empleó dignamente antes y después de su fallecimiento acaecido en Toledo en 1516, con la construcción y dotación del hospital hoy existente y de la capilla que lleva su nombre en el cementerio de San Nicolás, levantada para guardar las cenizas de sus padres que yacían en la iglesia conventual de San Francisco. Así dicen las inscripciones que se ven sobre los ingresos de ambos edificios, casi ilegible la de la capilla por estar grabada en una piedra blanda descompuesta con los años. Copióla Jovellanos en 1793 y se la dio a Ceán Bermúdez, que la publicó en el Diccionario de Arquitectos Españoles de Llaguno, y por cierto, que al leer aquel hombre ilustre la retahila de prebendas acumuladas en una sola persona, no pudo menos de hacer algunas consideraciones sobre los abusos que había en aquellos tiempos acerca de la pluralidad de beneficios.

Fue construida esta capilla en el año 1499 por trazas del maestro Fernán Rodríguez de Borceros, natural de Oviedo. Su principal ingreso está en el cementerio, de forma abocinada, flanqueado de delgados fustes, más bien toros, que elevándose por encima de los diminutos capiteles se inclinan hacia el centro describiendo una graciosa ojiva.

Tiene otra entrada por la iglesia, cuya arquitectura nada de par-

ticular ofrece; pero llama la atención la reja de hierro que la cierra, con su bello arco conopial, cuajado de hojas y otros ornatos, y en el centro se destaca el heráldico escudo del fundador. La planta es cuadrada, y cubre la pequeña nave una bóveda de crucería que descansa sobre ménsulas albergadas en los ángulos, y para contrarrestar su empuje se hicieron robustos contrafuertes de piedra de talla, de la que también son los muros. El primitivo altar ha desaparecido, y en su lugar se alzó otro con un retablo, cuya forma acusa el estilo del Neo-renacimiento del siglo XVIII.

La circunstancia de ser esta capilla una de las pocas construcciones asturianas en que se manifiesta francamente el arte ojival, nos obliga a decir algunas palabras sobre la pobre y efímera existencia que ha tenido durante los siglos XIV y XV, en cuyo período no logró introducir en los monumentos del país más que la característica ojiva. Cuando se levantó esta capilla todavía llevaban nuestras iglesias impreso en sus muros el arte románico, y a él hubiera pertenecido a no estar trazada por el maestro Borceros, que como hijo de Oviedo, estaba empapado en las máximas del gótico, imperante sólo en las construcciones de la capital, o mejor dicho, de la catedral. Ya dijimos, que nunca pudo penetrar el arte ojival en estas montañas a pesar del dominio absoluto que ejerció en los edificios de la última parte de la Edad Media.

Durante los siglos XIII y XIV, época de su esplendor, se observa el fenómeno de que todos los monumentos aquí erigidos pertenecen al románico, arte eminentemente religioso, el único que logró aclimatarse entre nosotros. En vano la arquitectura gótica consiguió apoderarse del edificio más importante del país: la catedral de Oviedo. En tanto que su esbelta torre se elevaba a las nubes ostentando las ricas galas de aquel estilo, levantábase en los valles, en las laderas, en medio de una vegetación espléndida, humildes iglesias con portadas de archivoltas, de semicirculares y cuadrados ábsides, coronados de cornisas sostenidas por canecillos y otros variados ornatos. La forma apuntada de los arcos, único recuerdo del gótico, que se ve en los monumentos de los siglos XIV y XV, no altera en nada la armonía del conjunto, que conserva un carácter esencialmente Románico.

Al finar la centuria, algunos maestros que se habían distinguido en las obras de la basílica ovetense, hicieron fuera de la capital varias iglesias, en las cuales la antigua arquitectura del país desaparece, como esta capilla del protonotario Solís, en donde se ven empleados en su fachada elementos decorativos usados tan sólo en los tiempos del estilo ojival, terciario o flamígero. Como este arte se extendió tarde por el país, apareció ya alterado y confundido con elementos decorativos del Renacimiento, conocido con el nombre de Plateresco, cuyos albores no aparecen hasta mediados del siglo XVI.

Un cambio tan radical en arquitectura, el paso del Gótico, rico en exhornación, al Greco-romano, donde no se ve más que severas líneas, no podía hacerse sin transición, y en efecto, aparecen al principio con timidez, y en escaso número adornos platerescos, que van aumentado a medida que los ojivales desaparecen, y por fin campean ellos solos en la decoración monumental.

Acaso sería debida su importación a un excelente maestro autor de las mejores obras que se hicieron entonces en el Principado, Juan de Cerecedo. Era este arquitecto natural del país, y como Juan de Cándame, el de las Tablas, Pedro Bunieres y el maestro Berceros, se dio a conocer en la catedral donde trabajó toda su vida. Pertenecía a la escuela gótica, y aunque siempre se mostró enemigo del clasicismo, no pudo menos de introducir, siguiendo la corriente de la moda, adornos platerescos en sus composiciones, usados con tanta economía como acierto. Son ejemplos las iglesias de Santo Domingo de Oviedo y la parroquial de Cudillero y especialmente la torre de la catedral, coronado su último cuerpo, sobre el que se levanta al cielo la elevada flecha, con su bello antepecho de balaustres, de pirámides, vanos y trepados, en donde se aunan graciosa y fraternalmente elementos del viejo y del nuevo arte.

La vida del Plateresco, como la del Gótico, ha sido bien efímera y de tan escasa importancia, que apenas ofrece monumentos dignos de mencionar.

La venida del Greco-romano a Asturias, evolución realizada más tarde que en Castilla, no hizo desaparecer completamente la arquitectura ojival. Mientras que en las iglesias de los siglos XIII al XV las naves estaban cubiertas de techumbres de madera, empleando solamente la bóveda en los ábsides, del XVI en adelante, en muchos templos, sobre los muros, decorados con elementos clásicos, se alzaron bóvedas de crucería, bellamente ejecutadas, con las complicadas combinaciones de los nervios, en cuyas intersecciones campean sendas claves y otros ornatos pertenecientes a este estilo.

Estos anacronismos, estos despropósitos arquitectónicos sólo se pueden cometer en países donde no domina en sus habitantes el sentimiento del arte, y en verdad que causa desagradable impresión el ver aquellas ligeras y delicadas crucerías que arrancan, no de haces de finas columnas o de ménsulas, sino de enormes entablamentos greco-romanos, que parecen hechos para soportar macizas bóvedas de medio punto. Este bárbaro consorcio de dos arquitecturas contrapuestas, la clásica y la cristiana, dura hasta los comienzos del siglo pasado, como puede verse en la mayor parte de las iglesias de aldea y en las capillas de las casas señoriales, cubiertos los santuarios de pobre y tosca crucería.

De estas aberraciones arquitectónicas ofrece la basílica ovetense notables ejemplos: el trascoro levantado por el maestro Meana en el primer tercio del siglo XVII, y la iglesia del Rey Casto, de principios del XVIII, con sus pilares robustos como torres, obra disparatada de Bartolomé de Haces como sus hermanas las capillas de Santa Bárbara y Santa Eulalia, del más pesado barroquismo. Algunas iglesias de Avilés, en las restauraciones que sufrieron en la época del clasicismo, fueron cubiertas de crucería, como la de San Nicolás, que un perspicuo arqueólogo la consideraría del siglo XVI cuando consta en un documento del archivo de la villa que fue levantada en 1660, a expensas del Municipio (1).

(1) Avilés, Noticias históricas, por Julián García San Miguel, pág. 191.

CAPILLA DE LOS ALAS.

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    En el lado septentrional del antiguo cementerio de la iglesia de San Nicolás, la familia de los Alas, la más noble y poderosa de la villa, construyó, al mediar el siglo XIV, una capilla sepulcral, que aparecía antes aislada y hoy unida a otras edificaciones que se hicieron por esta parte en el siglo XVI.

     Está construida en sillería y tiene planta cuadrada, cubierta por bóveda cupuliforme reforzada por nervaduras. Sobre la portada, de estilo progótico, formado por un arco apuntado de doble arquivolta, se encuentra el escudo familiar.

    A pesar de su antigüedad, muéstrase en perfecto estado de conservación cual si no hubieran pasado los siglos por ella, lo que no sucede con los demás monumentos religiosos de Avilés, que han perdido sus primitivas formas en diversas restauraciones. Pedro Juan de los Alas, su fundador, no quiso que sus cenizas y las de sus sucesores yacieran en el suelo confundidas con las de la gente plebeya, sino en tumbas alzadas y al abrigo de artísticas bóvedas. Su testamento, otorgado en 1346, que se consorva en el archivo de la familia, hace recordar por sus cuantiosos legados a hijos naturales y legítimos, a cofradías y casas de malatos, a servidores y domésticos, el de otro prócer asturiano de la misma especie, D. Rodrigo Álvarez de las Asturias, como él rico, cuya religiosidad le hacían compatible con la licencia de sus costumbres.

   Las dimensiones de esta capilla son reducidas como conviene al panteón de un cementerio, de planta cuadrada, y la cubre una sencilla bóveda de crucería, sin molduras en los nervios, que exhiben superficies poligonales, de modo que si no fuera por la ojiva que cierra sus vanos, y sobre todo, porque se sabe cuándo fue construida, tal es su desnudez y severidad que más parece obra de la decimatercia centuria que de la siguiente. No deja de ser, sin em bargo, su portada una bella muestra del arte Románico, en donde se aunan graciosamente las líneas arquitectónicas y la decoración escultural. 

    La forma una apuntada archivolta sostenida por dos columnas en cada lado, cuyos lisos fustes descansan sobre basas áticas y éstas a su vez en dobles dados rectangulares. Llaman la atención los capiteles que representan mascarillas con las caras gesticulantes y sus notantes cabelleras de hojas y plumas que les dan el aspecto de pajecillos de la Edad Media. El arco exterior está separado del muro por una impostilla que arranca de dos cabezas pequeñas que hacen el oficio de ménsulas, y el interior, de forma trebolada, lo adornan tallos serpeantes, en cuyas ondulaciones se albergan trifolias bien perfiladas.

      Al entrar en esta capilla se ven a uno y otro lado tres turabas murales cobijadas por arcos ojivales, en los que campean sendos escudos con las armas de los señores de esta noble familia. El suelo está cubierto de losas sepulcrales con las leyendas de góticos caracteres que dicen los nombres de las personas allí inhumadas (1).

(1) Publicados en Recuerdos y Bellezas de España, y C I. Vigil en su Epigrafía asturiana. Helas aquí: «Aquí yace Esteban Pérez de las Alas que Dios perdone que finó viernes X de Noviembre de MCCCCXXXII.» Léese en otra: «Sepulcro del muy honrado e mucho bueno Juan Estébanes de las Alas que Dios haya, vecino que fue de esta villa el cual finó en el año de mil e quatro cientos e quarenta e quatro años.» Bajo un escudo de la casa se lee otro: Alonso Estébanes de los Alas que Dios haya que pasó de este mundo a cuatro días del mes de septiembre, año de mil e quatro cientos e seseta e ocho años.»

      No siendo bastante a contener este pequeño panteón los restos mortales de los sucesores del fundador, alzaron mejores tumbas, algunas con bultos yacentes, en la vecina iglesia de San Nicolás y en la de San Francisco.

      Alumbra la nave una ventana gemela, frontera al ingreso, con su parteluz y ojo de buey, sin adornos ni molduras, con los arquitos acentuadamente apuntados como los de la portada. Llama vivamente la atención de los inteligentes el altar Gótico, una joya escultórica, tanto más de admirar, cuanto que en Asturias apenas se ven muestras de este bello arte, empleado tan solo como elemento decorativo en las obras arquitectónicas durante el período Románico. Cuando se construyó esta capilla, todavía no exhibían los altares los enormes retablos que, trepan do como la hiedra por los muros de los ábsides, llegaron con sus cresterías de filigrana hasta los ventanales y arranques de las bóvedas. A mediados del siglo XIV, no eran más que unas sencillas cajas de forma de sarcófago donde estaban guardadas las reliquias de los santos, expuestas a la adoración de los fieles en la sagrada mesa. Como aquellos, tiene este retablo su frente decorado de bajo-relieves, no de plata, según se acostumbraba entonces, sino de alabastro, dorado y coloreado en algunas partes para dar más realce a las figuras.

      Siete son los asuntos, representando el central  la Ascensión del Señor formando un grupo de cinco imágenes. A la diestra aparecen sucesivamente la Asunción de la Virgen, la Coronación y un Santo, y de la otra parte la Adoración de los Reyes Magos, la Anunciación y Santa Catalina. Tienen estas figuras una altura aproximada de pie y medio, y descansan sobre un estrecho zócalo, en el cual aparecen escritos en letra gótica los nombres de las escenas y de los santos, que están coronados por una mezquina faja de crestería ojival confusa y mal ejecutada. Indudablemente, estos relieves debieron pertenecer a otro altar más grande, y para acomodarlo a las dimensiones de este los pusieron unidos, no separándoles, como exige el estilo Gótico, haces de columnitas terminadas en pináculos cubierto cada uno con su doselete, cobijado por un arco lobulado o conopial. 

     La composición de los asuntos está bien concebida y la ejecución es excelente, a lo que se presta la blandura de la piedra. Las figuras son algo alargadas, magras, y las cabezas no muy expresivas, grandes, desproporcionadas con el tamaño de los cuerpos, pero sin dureza y sequedad. Los paños bien plegados y caídos con soltura. Las actitudes naturales, nada de la angulosidad que se nota en muchas obras escultóricas de su tiempo; al contrario, vense algunos relieves, como el de la Anunciación, una flexibilidad y morbidez en las figuras que recuerdan algo la estatuaria del Renacimiento.

CONSTRUCCIONES CIVILES

CASA DE LOS BARAGAÑAS.

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     Es el edificio civil más antiguo de la ciudad de Avilés, construido en el siglo XIV en estilo gótico como palacio residencial de un rico mercader. Consta de dos plantas de altura, la inferior era utilizada como almacén y comercio, y la superior era la destinada a su vivienda. De su fachada destaca la puerta de entrada, formada por un arco apuntado, y las cuatro ventanas geminadas simulando una galería con alféizar decorado con dientes de sierra, en la planta segunda.

     Este edificio cuenta, en su fachada principal, con jambas y guardapolvos, coronado el edificio de una mezquina cornisa sin frisos ni arquitrave; en cambio, el ingreso y los balcones que a plomo se alzan, están envueltos en la más fastuosa exornación, desde el suelo hasta el tejado, un verdadero erizo de talla, semejante a los retablos de las iglesias; así son las portadas de las casas de Oñate, Miraflores, Perales y otras muchas que cuenta la Corte, monumentos que dan una triste idea del estado fatal en que cayó entre nosotros el arte de construir en aquellos días. Al contrario, en las fachadas asturianas, la distribución de los ornatos es más racional, acusándose fuertemente los ángulos formados de prominentes almohadillas: los huecos se destacan del macizo con jambas acentuadas y abultados guardapolvos, separándolos pilastras sobre las que descansan el cornisamento general.

      Aquellas formas toscas, rudas, incorrectas, la mole de sus muros de piedra de talla ennegrecida por la humedad del clima, los salientes aleros de madera obscurecidos por el tiempo, y la pesadez del conjunto, previenen desagradablemente a los que los contemplan, y no es ciertamente estética la impresión que les produce.

      El templo, por el uso a que está destinado, por su adaptación a las necesidades del culto cristiano, conserva sus formas indefinidamente; así se ven iglesias, como la de Santullano de Oviedo, que cumple sus fines religiosos desde la novena centuria; pero la casa, la habitación del hombre sufre frecuentes transformaciones, debidas a los progresos de la civilización, al cambio de costumbres, a las exigencias de la higiene, de la comodidad y hasta de la moda.

      Apenas se encuentra en Asturias una vivienda de la Edad Media, y si alguna existe es pequeña, mezquina, sin decoración arquitectónica, acusando tan sólo su antigüedad la ojiva de sus escasos vanos, el voladizo de la planta alta y el saliente alero del tejado. No deja, pues, de sorprender encontrar en esta villa, y de una época tan atrasada, una casa como ésta, hermosa muestra de la morada de un señor asturiano, cuando, dejando los castillos roqueros, aquellos nidos de águila, bajaron a establecerse en las villas y pueblas de reciente fundación, donde labraron viviendas dignas de su elevada posición.

      La fachada está dividida en dos plantas, perforando la baja dos puertas de igual forma y dimensiones, cuyas jambas, de poca altura, aparecen lisas, con la arista viva, coronadas de una saliente imposta tallada en bisel que corre también por los macizos uniendo ambos vanos. Cubren las puertas arcos de acentuada ojiva con las dovelas sin molduras en el intradós; pero en la parte exterior se desarrolla, siguiendo la curvatura, una impostilla de delicadas líneas, exornada de dientes de sierra. Uno de los ingresos, a juzgar por lo que se observa en otras construcciones análogas del extranjero, debió ser de una tienda o almacén, y lo confirma la existencia en el muro sobre ambos vanos de unas ménsulas o zapatas, donde se apoyaba la armadura de madera de un tejadillo o marquesina que protegía de la lluvia los objetos puestos a la venta y a los compradores. Para que campease con holgura este artefacto, el arquitecto no colocó la bien decorada imposta que separa ambas plantas en su verdadero lugar, al nivel del suelo, acusándolo al exterior, sino que la elevó a la altura del ventanaje, al que sirve de antepecho y de asiento.

      Decoran esta hermosa fachada cuatro ventanas iguales en la traza y en los ornatos, obedeciendo su colocación á las leyes de la simetría, algo olvidadas en las arquitecturas medioevales. Estos agimeces son semejantes a los que ostentan los imafrontes y los ábsides de las iglesias del país, y están formados de dos arquitos que se apoyan en un parteluz central y en dos columnitas laterales adosadas a las jambas, en las que penetran un tercio del diámetro, sustentados los tres fustes en molduradas basas, coronándolos abultados capiles de ornamentación vegetal. Estos pequeños vanos aparecen abiertos en una gran losa perforada de un ojo de buey y se alberga bajo un arco, cuyas dovelas, como las jambas sobre que descansan, son de corte rectangular.

      A la altura del salmer corre horizontalmente una bellísima imposta, compuesta de una escocia decorada de discos o pomas, filete y toro que, al llegar al arco, asciende adaptándose a su curvatura, formando agradable contraste la parte recta con la semicircular. Termina la fachada en un tejaroz que la afea y la quita carácter que sus tituyó al primitivo alero de madera, destruido por el tiempo o por el fuego.

      Toda la obra es de sillarejo, de buena labra, de construcción sólida, manteniéndose en perfecto estado de conservación. Lástima que la hayan embadurnado en estos días de colorines, que deben borrarse y devolverle el color de hoja seca de la piedra, que es la tonalidad propia de los viejos monumentos arquitectónicos. El arte a que pertenece esta fachada es el románico de transición, viéndose empleados indistintamente arcos ojivos y semicirculares, por lo cual nos atrevemos a afirmar que ha sido levantada en el siglo XIV, al par que las iglesias de Sabugo, San Francisco y la capilla de los Alas.

      Cuenta la tradición que en esta casa paró el rey Don Pedro el Cruel cuando vino a Asturias en persecución de su hermano bastardo Don Enrique, en cuyo caso ya estaría construida en el año de 1352 en que se verificó aquel hecho histórico.

CASAS CONSISTORIALES.

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      El edificio más antiguo de Avilés que lleva impreso el sello de la arquitectura Greco-romana es el Ayuntamiento. El desarrollo que había alcanzado la villa en los comienzos del siglo XVII hacía necesario la construcción de un consistorio donde se reunieran decorosamente los representantes del Concejo que en los albores de su vida municipal hacían sus reuniones en el pórtico de la iglesia de San Nicolás (como los de Oviedo en el de San Tirso), y después en una modesta casa de la calle de la Fruta. El emplazamiento del nuevo edificio no pudo ser mejor elegido. Los límites del murado recinto de la Edad Media eran estrechos para contener la creciente población de la floreciente villa, que rebasó la cerca en el transcurso de los siglos XIV y XV.

      Como no podía hacerse el ensanche hacia Sabugo, pues la ría llegaba entonces hasta la muralla, rodeándola por aquella parte y sirviéndole de foso, tuvo que extenderse por la parte alta levantándose el caserío a los lados de los caminos de Oviedo y Grado, formando las calles del Rivero y Galiana. Ambas vías arrancaban de un espacioso campo limitado al Norte por el muro en donde se alzaban los dos arcos flanqueados de cubos, que daban ingreso por este lado a la población, levantándose sobre la puerta oriental un elevado torreón que sirvió de alcázar a la villa en la contiendas civiles; y cuando en el Renacimiento perdió su importancia, todavía aspiraban los señores del país al título honorífico de ser sus castellanos, que lo fueron después a perpetuidad los Condes de Canalejas, descendientes de Pedro Menéndez de Avilés.

      Apoyadas en la cortina del muro que unía las dos puertas se levantan aisladas las casas consistoriales. Afecta la planta de este edificio un paralelógramo con una sola fachada, dividido en dos pisos, perforada la baja por once arcos en su frente y dos en los lados, haciendo una cómoda y espaciosa lonja, y la principal igual número de balcones abiertos a plomo de los vanos inferiores. Tanto estos como los superiores están separados por pilastras fuertemente relevadas de los macizos, que suben desde el suelo hasta la cornisa, cortadas a la mitad de su altura por una faja horizontal que corre entre las dos plantas. Campea en el centro un frontón triangular, sobre el cual carga a manera de ático un cuerpo coronado de un gracioso retablito hecho en nuestros días para cobijar la esfera del reloj. Pudiera criticarse a este edicio la carencia de ornamentación, dadas sus vastas dimensiones, pero si es verdad que no se ven en su fachada molduras, capiteles, guardapolvos y otros elementos decorativos comunes en los monumentos greco-romanos, en cambio, la solidez de su construcción toda de piedra de sillería, la corrección de sus proporciones y la buena traza de sus arquerías le dan un aspecto serio y majestuoso que hace olvidar la falta de decoración arquitectónica.

      La situación de este edificio, apoyada su espalda en la muralla y haciendo frente a una espaciosa plaza, es idéntica a la del Ayuntamiento de Oviedo, y no coinciden sólo en el emplazamiento, sino en la forma y traza, que son iguales: como que ambas construcciones han sido levantadas por unos mismos maestros y en el mismo período, precisamente cuando el Greco-romano hacía su aparición en Asturias, por lo cual nos permitiremos reproducir lo que en otra ocasión hemos dicho acerca de las vicisitudes que este género de arquitectura ha sufrido en este país. Al morir, hacia el año de 1568, el célebre maestro Juan de Cerezedo, que había mantenido enhiesta, durante medio siglo, la bandera del arte ojival, puede decirse que murió también el Gótico plateresco del Renacimiento, y desde entonces van despojándose los monumentos de su lujosa vestidura, hasta que, al terminar el siglo, desaparece del todo, como sucede en la iglesia de San Vicente de Oviedo, construida en gran parte por el eminente historiador de la orden de San Benito, el P.Yepes, en la que se muestran completamente victoriosos los órdenes del Greco-romano.

      Algunos sectarios de esta escuela neo-clásica, que se daban el modesto título de canteros, paisanos y discípulos de Juan de Herrera, autor de las trazas de El Escorial; vinieron a Asturias, y a ellos se deben varias iglesias y santuarios de escasa importancia en general, pero curiosos, porque revelan la transformación que sufrió aquí el arte de edificar en aquella época.

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