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Monumentos prerromáticos y románicos asturianos, según Fortunato de Selgas. (página 2)


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Encomian los primeros cronistas, en especial el Albeldense, la riqueza de su decoración, exornadas sus habitaciones de exquisitos mármoles, columnas y frisos, pertenecientes acaso a antiguos monumentos romanos y visigodos. Había triclinios o comedores, que recordaban los de los célebres atrios emeritenses, y los muros estaban cubiertos de pinturas, demostrando la existencia de estos frescos que no se habían perdido las tradiciones del arte clásico, en el cual las pinturas murales eran el más importante de los elementos decorativos. Al par que el monarca embellecía con su palacio la naciente ciudad, contribuía al regalo y comodidad de sus habitantes con obras de utilidad pública, como acueductos, pretorios o tribunales, xenodoquios hospitales, y unas termas — Balnea — que muestra no se habían olvidado las costumbres de los romanos (1).

(1) «Nan et regalía Palatia, balnea, triclinia vel domata atque Pretoria construxit decora et omnia regni utensilia fecit pulcherrima.» Sebastián de Salamanca.

"Sed regalía palatía, balnea, triclinia pretoria, quis satis pro ipsa pulchrítudine valeat commendare" Pelayo Ovetense.

La catedral y estos edificios fueron levantados en el corto tiempo transcurrido entre el 795 y 812, según vemos por la donación citada de esta fecha, y después, durante su reinado, fueron construidas las iglesias de Santa María, San Miguel, San Juan y San Tirso, que con la del Salvador formaban una ciudad religiosa, una hierópolis habitada por obispos, monjes y presbíteros. Intentaré hacer una ligera descripción de cómo estaban agrupados estos monumentos, porque su conocimiento nos hará saber la disposición de las iglesias catedrales visigodas de las que la ovetense era una reproducción.

El arquitecto Tioda, que trazó los planos de todos estos edificios

religiosos, tuvo que obedecer, respecto á la forma de la agrupación, a tradiciones de la antigua iglesia española, conservadas religiosamente en la época de la Monarquía asturiana. Son muy escasas las referencias que se encuentran en los documentos del tiempo de los visigodos a las iglesias catedrales y a las construcciones que les circuían. Paulo Diácono cuenta que el obispo Masona levantó alrededor del templo metropolitano de Mérida, basílicas, monasterios, aulas, baptisterio y otras dependencias, de cuya riqueza artística podemos juzgar por los preciosos restos decorativos que han llegado a nuestros días; pero nada dice acerca de su situación. Difícil es formar una idea del conjunto de tantas y tan variadas construcciones como rodeaban las iglesias latinas de la primera mitad de la Edad Media, porque al ser reedificadas del siglo XII en adelante, durante los períodos Románico y Ojival, al extenderse desmesuradamente naves y capillas, ocuparon todo el espacio exterior del sagrado recinto, borrando con su desaparición toda huella de la primitiva planta, quedando tan solo el paradisium delante de la fachada y el claustro situado próximamente junto a un brazo del crucero donde los levitas hacían vida común. Aquel conjunto de edificios, habitados muchos de ellos por clérigos y monjes, constituían una ciudad levítica dentro de la civil, y en la cual, como en los tiempos posteriores del feudalismo, el obispo ejercía jurisdicción temporal.

Cúpole a la de Oviedo la suerte que a todas las catedrales visigodas y de los primeros días de la Reconquista; pero más afortunada que aquéllas, conservó por largo tiempo los monumentos que la circuían, quedando de algunas curiosas descripciones, y otras, como la Cámara Santa y la iglesia de San Tirso, a pesar de las mutilaciones que sufrieron en el transcurso de diez siglos, muestran todavía su primitiva estructura. Estas venerables basílicas podrán servir de jalones para fijar los puntos más notables en el plano del antiguo recinto del siglo VIII, cuya restauración intentaré hacer con el auxilio de los primeros cronistas, los testamentos reales y los historiadores del Renacimiento que alcanzaron a ver alguna parte de aquellas construcciones.

Levantadas éstas en un corto espacio de tiempo y bajo la dirección de un mismo arquitecto, debió sujetarse su trazado a un plan simétrico, a lo que se prestaba la regularidad del terreno, yermo por la destrucción que sufrió Oviedo por los árabes, de las basílicas, monasterios y conventos.

Monumentos ovetenses

CONSTRUCCIONES CIVILES.

PALACIO DE ALFONSO EL MAGNO.

El aula regia que Alfonso el Casto había labrado para su morada, próxima a la basílica del Salvador, exornada, según cuentan los cronistas contemporáneos, con la riqueza del arte visigodo, "sicut Toleto fuerati" no era bastante a satisfacer las fastuosas costumbres del Rey Magno, cuyo imperio había extendido hasta las márgenes del Duero.

Fuera del murado recinto de la ciudad, no lejos de la puerta de Santa María, a la parte del Poniente, levantó en el año de 875 otro palacio de mayores proporciones y más suntuoso, cercano a la fortaleza, construida por él en aquellos días para la defensa del sagrado tesoro de las Reliquias (1).

(1) …et foris, juxtaillud castellum et palatium ubi pausemus magnum fabricabimus. Donación de este monarca (Alfonso el Casto) al Salvador.

No es fácil formar una idea de su planta, pues las noticias que nos quedan de las residencias reales y de los atrios episcopales transmitidas por Paulo Diácono y otros autores, son escasas y confusas, y aunque San Isidoro, en el libro XV de sus Orígenes, define las tres clases que había de edificios regios, se fijaba más bien en los textos de los léxicos griegos y romanos que en los monumentos que tenía ante sus ojos (1).

(1) Aula, domas est regia sive spatiosum habitaculum, porticibus que quatuor Conclusum Atrium, magna aedes et sive amplia et spatiosa domus; et dictum est atrium, eo quod adantur ei tres portici estrinseci. Palatio aedem regiam, Oveto cum regiis aulis edificatur. Cronicón Albeldense. «Intra Ovetum castellum et palatium quod est juxta illud. Cronicón de Alfonso III. Martínez Marina, siguiendo la errónea opinión del canónigo Torres, cree que el palacio donado al Salvador por Doña Urraca la Asturiana era el de Alfonso III.

En estos días (Principios del S. XX) se han descubierto en Mérida restos muy interesantes del atrio metropolitano, restaurado por el obispo Masona, apareciendo un pórtico con dos columnas romanas de mármol blanco, y los capiteles visigodos, hoy custodiados en el Museo Arqueológico Nacional. Las referencias que hacen a este palacio las donaciones o testamentos reales, si bien numerosas, no dan luz para conocer su disposición, debido a la total alteración del plano de Oviedo, de la época de la monarquía, con el derribo de los muros defensivos, la reedificación de la vieja basílica y de los edificios que la rodeaban, desapareciendo el dédalo intrincado de las vías que citan antiguos documentos, haciéndose por fin la actual urbanización después del incendio de 1521, que asoló la población.

Sólo sabemos que la fachada principal estaba situada al Oriente, adornada de un saliente pórtico, y es de creer que a imitación de la casa romana tendría un impluvium, un patio cuadrado, rodeado de columnas a las cuales pertenecen probablemente los dos grandes capiteles con parte de los fustes que antes estaban en el huerto del hospital, y hoy se encuentran en el Museo Provincial. La pobreza del dibujo, la mala agrupación de las hojas y la tosquedad de la talla, revelan que no han sido traídos del interior de España, sino aquí labrados para adaptarlos a los fustes venidos de fuera, a juzgar por la riqueza del material.

También existen en una moderna casa emplazada en el solar del palacio, dos magníficos fustes de mármol blanco, colocados a la inversa, y los capiteles que les coronaban, de la misma clase marmórea, están no lejos de allí, teniendo como todos los que se esculpían en este país en aquella centuria, doble fila de hojas, que recuerda el orden corintio. Acaso pertenecerían a este monumento otras dos hermosas columnas semejantes a estas que están en el antiguo palacio del duque del Parque.

Sobre el ingreso principal debió estar incrustada en el muro la magnifica inscripción escrita en caracteres monumentales, con la bella leyenda, puesta en casi todos los edificios religiosos y civiles de aquel tiempo, en la que Alfonso y su esposa Gimena piden al Señor que ponga en su morada el símbolo de la Redención y no permita entrar en ella al ángel malo. Dice así:

Inscripción del Palacio de Alfonso III.

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Llena la lápida la Cruz de la Victoria, de la que penden las letras alfa y omega, y en los cuatro espacios que hay entre los brazos se desarrolla la leyenda, grabados los caracteres, y de acentuado relieve, el signo de la salud. Las palabras no están separadas por claros, sino unidas, diciendo el penúltimo renglón: HANCAVEAM que el autor de la Epigrafía asturiana lee HAN CAVEAM. Aunque esta inscripción, como todas las de aquel tiempo, está escrita en un latin bárbaro, siempre aparece notada la C de este vocablo, como puede verse en la de Santa Cruz de Cangas: EC AVLA; en la del Asilo de Marinos de la capilla de Santa Leocadia: HANC AVLAM; y en la de San Miguel de Quiloño: HEC AVLA. No es de creer que Alfonso II conmemorase con una inscripción la apertura de un foso, que no tuvo la fortaleza, pues en las excavaciones practicadas en estos dias en la plaza de Porlier, donde estuvo la fachada, no se han encontrado profundas zanjas, difíciles de abrir en la dura roca sobre la que se asienta el antiguo alcázar.

La inscripción no se refiere a un foso, sino a unos edificios: DOMIBVS ISTÍS; y si a la L le han añadido los dos palos horizontales sobrepuestos convirtiéndola en E, es indudable que procede de un error del que la grabó, o han sido puestos posteriormente.

Alrededor del patio se extendían las numerosas dependencias del palacio, y su vasto perímetro abarcaba una manzana de forma cuadrada limitada por las actuales calles de San Juan, calleja de este nombre, del Águila y Traslacerca, comprendiendo por la parte opuesta a la fachada un huerto que en la Edad Media era conocido con el nombre de la Horta de Santivanes, separado de la vía pública por la muralla del recinto levantada por Alfonso IX, San Fernando y el Rey Sabio.

Próximo a la cerca y enfrente del monasterio de San Pelayo se alza un torreón de planta rectangular que por su vetusto aspecto parece ser contemporáneo del palacio, construido para su defensa, a juzgar por su almenado adarve, hoy cubierto de teja. Alfonso III no erigió en su morada un templo, como suponen algunos cronistas, puesto que la iglesia de San Tirso era la capilla palatina de los reyes de Asturias, pero una de sus estancias la convirtió en oratorio, cuyo altar, dedica do al precursor del Mesías, fue restaurado por feo y pequeño en tiempo del historiador D. Pelayo (1).

(1) Altare Sancti Ioannis Baptiste quod est situm in hospitali Palatio. Pelayo Ovetense, España Sagrada, t. XXXVIII, pág. 371. Don Pelayo subió a la Silla hacia 1098, rigiéndola por Don Martín, que murió en 1101. Falleció hacia 1153, aunque renunció la mitra antes de 1136. No hizo el templo de San Juan, pues si así fuera lo diría el tantas veces citado documento, que tiene la fecha posterior a su muerte, no refiriéndose más que al altar. Una donación de Alfonso III, con su esposa y sus cinco hijos, que lleva la fecha equivocada de 862. existente en el Archivo Catedral, no incluida en el Libro Gótico, dice que dona el gran palacio, fabricado cerca del castillo con las adrias de toda Asturias instituidas para su restauración: el altar dedicado a San Juan Bautista a la parte de abajo del propio palacio; la capilla de San Tirso… etc.

Suele confundirse este oratorio con la basílica que bajo la misma advocación fue erigida en el reinado de Alfonso el Casto en el cementerio puellarum o de las monjas de San Pelayo, que en la décima centuria trocó su nombre por el del niño mártir de Córdoba, y llevado de este error un historiador moderno afirma que la inscripción que el maestro Custodio vio en este monasterio en la su- puesta tumba de Silo con las iniciales H. S. E. S. S. S. T. L., forma eminentemente clásica, no empleada jamás en las losas sepulcrales de los siglos VIII y IX, estuvo en el templo del palacio del Rey Magno.

La prueba de que no existía esta basílica nos la suministra el primer testamento a favor del obispo ovetense a quien se dona para que pueda hacer en ella "ecclesiam vel quod voluerit" (2).

(2) Do autem terminum ab ipsa albergueria per illa via que discurrit ad íbute incalata usque ad illa calzada majore quae vadit pro ad Santo Pelagio et adextro per illa ripa antiqua quae est ante illa posata de Ecta Cidiz, usque ad illa posata de palatio unde exeunt pro ad Santa Maria, et intus per illa via de ante illo palatio et de illo porticu de illo palatio quo modo vadit in directo usque ad illo muro antiquo sic determino ipsa cuadra ut sedeat de ipsa albergueria ut faciat ibi ecclesiam aut quod ille episcopus voluerit.

Ítem:concedo eidem Sedi in Oveto illud palatium quod fecit atavus meus Rex Adefunsus, cum cónyuge Xemena tali tenore ut semper sit hospitalis domus peregrinorum, per suos terminos, per viam quae vadit ad fontem Colatam usque ad calzatam mayorem quae fecit septamuro petrineo et vadit ad Sanctum Pelagium, et a dextera parte per via antiqua usque portam et ecclesiam Ste Mariae, et ex alia porte per aliam viam que vadit Sanctum Tirsum, cum me dietate callium et per murum autiquum cum illa que intus est, et per viam qui vadit ad palatium et signit le in giro ubi primus diximus usque ad fonte Collata, infra os terminos, etc.

Con la traslación de la capital de la monarquía a León y más tarde a Toledo, el palacio dejó de ser morada de reyes, y Alfonso VI, en el año de 1096, realizó esta donación, confirmada más tarde por el mismo monarca para que lo dedicara a hospital de peregrinos, donde eran acogidos con caridad cristiana. Uno de sus estatutos ordenaba que se sembrara el huerto de rosas, arrayanes y salvia para lavar con aromáticas aguas los pies a los romeros cansados.

A la transformación del palacio en establecimiento piadoso, debióse la erección de la iglesia de San Juan, desaparecida no hace muchos años, que servía al par de parroquia al vecindario de esta parte de la ciudad. Era de reducidas proporciones, de una sola nave, como todos los templos asturianos de estilo románico, excepto los monásticos que tenían tres, terminado en un ábside semicircular cubierto de un cascarón, cuyo arco triunfal estaba sostenido por columnas empotradas un tercio de su diámetro en robustas pilastras coronadas de impostas y capiteles.

Restaurada interiormente en el siglo XVII cuando imperaba en el país el decadente barroquismo, no podía llamar ciertamente la atención, pero sí mucho la portada, una de las más bellas que del arte románico se han alzado en Oviedo en aquel fecundo periodo artístico, que ha merecido ser reproducida con el grabado en la magna obra «Monumentos arquitectónicos de España». No es fácil asignar la fecha en que fue construida, porque como he dicho en otra parte, la arquitectura románica aparece en Asturias, durante siglos, con los mismos caracteres, pero la ausencia de la ojiva en las desnudas archivoltas y la curvatura ultrasemicircular de los arcos, como los de la torre vieja de la catedral, hacen suponer que pertenece a los tiempos de Alfonso el Emperador.

Pórtico del Palacio de Alfonso III.

Haciendo un estudio de esta portada, años antes de su desaparición, observé que a su derecha, y a unos diez pies del suelo, resaltaba del muro de mampostería ordinaria un sillar cubierto de espesa capa de cal, percibiéndose en unos desconchados, líneas de molduras, y a poca distancia en la misma dirección, y a igual altura, veíanse otras dos piedras de idéntica forma y ornamentación. Eran las impostas de unas pilastras de sillarejo bien aparejado, descubiertas a nivel del suelo, por haberse desprendido por la humedad el cemento que las ocultaba. Sobre ellas cargaban tres arcos de medio punto peraltados, cortado el primero a los dos tercios de su curvatura por la esquina de la fábrica románica, manteniéndose completo el segundo, y perdido el tercero a la mitad en la masa de la mazonería.

A la izquierda de la portada aparecía una pared de la misma estructura de sillarejo coronada de una imposta semejante a la del lado opuesto. A primera vista parecía aquella arquería la que en las basílicas separa la nave central de las laterales, y el muro, el divisorio entre los ábsides, pero bien pronto advertí que no podía ser, porque terminaba dicha pared en ángulo saliente, formando una esquina de sillares bien labrados; por consiguiente, tenía que pertenecer esta construcción a la fachada de un edificio.

Hice desaparecer con la imaginación toda la obra románica y entonces apareció ante mis ojos la morada del Rey Magno, cuyo frente hacía un bello efecto, contrastando la esbeltez de la arquería con los macizos muros de los camarines que le flanqueaban, que acaso serían los cuerpos de guardia de esta regia mansión. Para convertir este pórtico en templo se tapiaron los arcos, derribando los que ocupó la portada Románica; se aprovechó el muro de fondo, cerrando la puerta principal que daba ingreso al vestíbulo y al patio, y se alargó la nave por la parte oriental para emplazar el curvo ábside. Es de sentir que cuando no hace muchos años se derribó la iglesia y los edificios a ella unidos, no se hayan hecho algunas investigaciones arqueológicas que darían por resultado el descubrimiento de los cimientos del palacio para rehacer su planta; y aún es tiempo de hacerlas, pues todavía se ven allí rastros de viejas construcciones.

LA FORTALEZA.

Fuera del recinto de la ciudad del Rey Casto, "in Oveto foras", y a pocos pasos del palacio de Alfonso III, construyó este monarca un alcázar que protegiera a las santas reliquias y a la urbe, en el caso de que los piratas normandos intentaran desembarcar en la vecina costa y quisieran hacer a Oviedo víctima de su furor. Estos temores están consignados en la lápida de larga leyenda que se veía sobre la puerta principal de la fortaleza, trasladada, no se sabe cuando, a la catedral, donde hoy aparece incrustada en el muro septentrional del crucero, al lado de la fastuosa portada Gótica de la iglesia de Santa María (l).

(1) In nomine Domini Dei Salvatoris nostii Ihesu Christi sire omnium cetus Gloriosae Santae María Virginis bisenis Apostolis ceterisque Sanctis Martiribus ob cuius honorem templum ediflcatum est iu hunc locura Ovetao ab condam religioso Adefonso principe; ab ejus namque discessim usque nunc quartns ex illius prosapiae in regno subcedene consimili nomine Adefonsus princeps divae quidem memoriae Hordoni Regis filius anc edificare sancsit munitionem cum coniuge Scemena duobusque pignore uatis ad tuiccionem munitionis tesauri aulae huius Sanctae Ecclesiae residendum indemnem carentes quod absit dum navalis gentilitas pirático solent exercitu properare ne videatur aliquid deperire. Hoc opas a novia offertum eidem ecclesiae perenni sit jure concessum. España Sagrada, t. XXXVII, pág. 330. La inscripción fue hecha cuando Alfonso y Gimena, en los primeros años de su reinado, no tenían más que dos hijos, y en esta copia, de fecha muy posterior, aparecen los nombres de los cinco, que confirman con sus padres dicho testamento.

Su presencia en este sitio hizo suponer a algunos críticos que estaba en la primitiva basílica del Salvador, para hacer constar que los muros que la rodeaban eran obra de Alfonso el Magno, lo que no es cierto, pues se sabe positivamente que pertenecía al reinado del Casto, según dice el mismo monarca en su testamento de 812. No hay más que leer la donación de 905 de aquel ilustre principe a la Sede Ovetense, en donde aparece copiada literalmente, para convencerse de que la inscripción se veía en la fortaleza y no donde hoy se encuentra (2).

(2) Concidimos hic in Oveto illud castellam quo a fundamentis construximus, et super portara ipsius Castelli in uno lapide illam concessionem scribere in testimonio mandarimus, sicut hic subtitulavimus, et foris juxta illum castellum et palatium, etc.

Son escasos los restos que quedan de este edificio, renovado la mayor parte y envuelto en modernas construcciones. En el transcurso del siglo XVII ó XVIII se reedificó el cuerpo central para destinarle a cárcel de hombres; y en los comienzos del pasado, durante la ocupación de Asturias por los franceses, fué derribada la muralla que daba a la plaza de Porlier, por el general Bonet, que queria abrir una gran vía desde el palacio de Camposagrado, su residencia, hasta el campo de San Francisco. En l816 se levantó la fachada próxima a desaparecer, como todo el edificio, donde hoy está la inscripción del Aula de Alfonso IIÍ, trasladada, probablemente, cuando el pórtico de aquella regia mansión fue convertido en iglesia. Don José Caveda, en su Historia de Oviedo.

Para la conservación y sostenimiento de este castillo, de los que con igual motivo se alzaron en los sitios más expuestos a los desembarcos de los normandos, y de los palacios reales, dedicó Alfonso las adrias (cargas concejiles) y otros impuestos creados por sus predecesores en el trono.

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En el plano de la ciudad, trazado por el pintor Reiter a mediados del siglo XVIII, (1777) aparece el primitivo recinto del castillo ya mutilado, con la pérdida de los cubos que daban a la calle de Traslacerca, derribados para levantar el moderno caserío adosado al muro, y otros en la antigua calle de la Lana para ensanche de la vía pública. Las excavaciones hechas en estos días (PP. del S. XX) en la fachada meridional no acusan la existencia de un foso que protegiera el recinto, debido, como he dicho, a la dificultad de abrirle por la dureza de la roca que sustenta el castillo.

Su planta es cuadrilonga, semejante a la de los castros romanos, alzándose en el centro un elevado cuerpo, que como las torres del homenaje de los castillos feudales, dominaba todas las dependencias de la ciudadela. Sus cuatro frentes estaban protegidos por cubos situados en los ángulos, uno de los cuales se conserva todavía y sirve de apoyo a la esquina de la cárcel moderna, cuyas paredes descansan sobre los cimientos de la primitiva construcción. Desde su adarve, el alférez mayor del Principado hacía la proclamación de los reyes de Castilla alzando sobre su más elevada almena el pendón real. En su interior y adosadas a las murallas se hallaban las dependencias del castillo que servían de morada al presidio o guarnición que defendía la ciudad de piráticas invasiones, y de calabozo a los turbulentos próceres que, en aquella monarquía semielectiva, se rebelaban con frecuencia contra la autoridad de los reyes. Este edificio está separado del recinto exterior por un espacioso patio limitado por la muralla, de la que existe mucha parte, habiendo desaparecido el frente oriental donde se abría el principal ingreso entre dos salientes cubos sobre el que se leía la citada inscripción hoy custodiada en el crucero de la catedral.

La fábrica de estos muros es de pobre construcción, de estructura incierta, que no podían ofrecer gran resistencia al ariete por su delgadez y a la escala por su poca altura, pero la resolución de sus defensores era fuerte y a eso se debe que los normandos no intentaran franquearlos. La moderna cerca de la ciudad tenía, como la de Avilés y demás pueblos de la Edad Media, un trazado circular desprovista de torres y de defensas exteriores, pero como la fortaleza estaba fuera de la población, para que no quedara aislada se alargaron los muros de la actual hasta unirse con ella formando el plano por aquel lado un ángulo recto que altera la línea curva del recinto de Alfonso IX y del Rey Sabio.

Foncalada

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En el fondo del estrecho valle que separa la colina de Ovetao de las estribaciones de la montaña deNaurancio, brota un manantial, llamado en el siglo IX fonte incallata, o collata, y hoy corrompido su nombre: Foncalada. El arte ha embellecido a la natura, alzando sobre esta fuente un ninfeo que recuerda los que los romanos dedicaban a estas benéficas deidades, las xanas de nuestros aldeanos, que moraban en el interior de su misterioso curso. De parecida forma es la de San Juan de Baños, cuyas aguas devolvieron la salud al rey Recesvinto; y semejantes a esta eran la de Santianes de Pravia destruida en nuestros días y la de Santa María del Naranco, citada por los cronistas del Renacimiento, que estaba cerca del palacio de Ramiro I.

La calzada que desde la ciudad se dirigía a esta fuente pasaba al lado de la regia morada de Alfonso el Magno según dice la referida donación del conquistador de Toledo a la iglesia ovetense. No sale el líquido por un caño algo elevado para poder llenar las vasijas con comodidad y limpieza, sino que brota al nivel del suelo, llenando un pequeño estanque o piscina, como se ve todavía en las fuentes de nuestras aldeas. Levántase encima un cuerpo mural de cuatro metros noventa centímetros de ancho, de piedra de talla bien labrada, en el cual se abre un gran arco de medio punto, de robusto dovelaje, cerrado el fondo por gruesa pared también de sillería, y terminado en un frontón triangular.

Desgraciadamente, este monumento ha sufrido restauraciones que han alterado su forma primitiva y destruido y borrado sus inscripciones.

En el triángulo del piñón campea la Cruz de la Victoria, de brazos iguales, de los que penden las letras alfa y omega y por debajo de ella corre la mutilada leyenda tan conocida: "Hoc signo tueíur pius, hoc signo vincitur inimicus". Sobre la clave del arco, se lee la prodigada inscripción en los edificios de aquel tiempo, bien aplicada a esta fuente: "Signum salutis pone, Domine, in fonte ista et non permutas introire angelum percutientem". Muchos sillares han desaparecido, y sustituidos por otros, y en todos los que quedan se ven huellas de leyendas ininteligibles que si se conservaran darían alguna luz para ilustrar la historia de la ciudad.

Parece haber sido erigido este monumento en el reinado de Alfonso el Magno, a juzgar por la forma de la cruz más usada en su tiempo que la de los Ángeles de la época del Rey Casto.

Palacio del tiempo de fruela

El área de la ciudad religiosa estaba dividida en tres zonas, ocu pada la central exclusivamente por la iglesia del Salvador, la segunda por el cementerio y la siguiente por lo templos antealtares, conventos, aula episcopal, claustro con las viviendas de los clérigos, fuente del baptisterio y otras dependencias. Alzábase completamente aislada la catedral, ofreciendo una bella perspectiva sus sobrepuestas naves, coronada la imafronte de agudo piñón, y el santuario del elevado crucero. Circuía la basílica el atrio o cementerio que, como las calzadas romanas, servía, al par que de vía pública, de enterramiento a los muertos (1), cubierto el suelo de humildes lápidas con sencillas inscripciones, cual las que se encuentran con frecuencia en Mérida en el cementerio visigodo de la iglesia de Santa Eulalia; y en los ingresos, pórticos y vestíbulos, veíanse las tumbas relevadas de los obispos, próceres y ministros de los altares del Salvador.

(1) Cuando se reedificó la basílica del Salvador- en el siglo XIV, la nave lateral del Mediodía y sus capillas ocuparon parte del antiguo cementerio, que servía de calle pública, por lo cual el Cabildo tuvo que tolerar el tránsito por ella hasta que con la apertura de la moderna Corrada del Obispo se suprimió el paso por la catedral.

Extendíase el cementerio delante de la fachada principal del templo, abarcando el área de la actual plaza, la lonja y el vestíbulo y parte del cuerpo de la iglesia; y por el Mediodía estaba limitado por la basílica de San Tirso, que, según dicen documentos de aquel tiempo, estaba situada "in coementerio Sancti Salvatoris". En el siglo VIII, cuando se levantó esta basílica episcopal, la forma del atrio había cambiado, y no era, como en la época constantiniana, un patio cuadrado, situado delante de la fachada principal, rodeado interiormente de pórticos, de columnas y arquerías y en el centro la pila del agua lustral. Ahora los pórticos desaparecen o se adosan a los muros de la basílica, más bien a los de las naves que a los de la imafronte, ya de columnas o pilares de piedra, o de postes de madera para proteger a los fieles de las lluvias en un país tan húmedo como Asturias.

En los templos que nos quedan de aquel tiempo, suelen verse empotrados en los muros, las ménsulas o zapatas en que se apoyaba la armadura de madera de las cubriciones de estos pórticos. Los atrios basilicales de los últimos tiempos de la época visigoda, al extenderse alrededor del templo, como el del Salvador, fueron circundados de un muro, como dice la donación del Rey Casto: "Muro septum en gisso (giro) ecclesie".

Probablemente en el amplio campo que se extendía delante de la fachada se hacían las inhumaciones de la plebe y de los siervos. Las corporaciones religiosas y los ministros del altar del Salvador tenían sus sepulturas separadas de las de los demás fieles, reservándose la parte del atrio, donde estaban situados sus monasterios o sus viviendas. Las monjas de San Juan (después San Pelayo) se enterraban en el espacio que había entre la fachada de su convento y la iglesia del Rey Casto, y se le conocía con el nombre de coementerium puellarum (1).

(1) Refiriéndose a la iglesia de San Pelayo, una escritura de este convento, de la era 1031 (996), dice: «Quorum basilica est in coementerio Puellarum».

El de los monjes de San Vicente se extendía detrás de los ábsides de Santa María y de la basílica del Salvador, ocupando probablemente el lugar del primitivo, donde yacía sepultado el rey Fruela (2).

(2) Algunas escrituras pertenecientes al convento de San Vicente, que publica el P. Yepes en su «Crónica de San Benito», dicen que este monasterio está situado: in coementerio Seáis Ovetensis

Los presbíteros y demás ministros del templo se inhumaban hacia el testero de la Cámara Santa, cuyo sitio conserva todavía su antiguo aspecto, único resto que ha sobrevivido del atrio de la Sede Ovetense. Los documentos más antiguos que citan el cementerio, son las dos donaciones de Alfonso II al Salvador de 812, en que se le llama atrium, uno de los varios nombres con que se le denominaba, según Du Cange, en el latín de los tiempos medios (3).

(3) Dice la primera de dichas donaciones: «Offero igitar, Domine, ob gloriam nominis tui, Sancto altarlo in prefata Ecclesia fúndate, atrio quod est in circuitu domus tuae, muro septum», etc. Estas donaciones muestran terminantemente que el atrio o cementerio circuía la iglesia del Salvador.

La zona de terreno alrededor de la basílica destinada a las inhu-

maciones debió ser de doce pasos, porque se ve esta anchura fijada en iglesias catedrales cercanas a la ovetense y en otros templos de aquel tiempo, coincidencia que no debe ser casual, sino debida a tradiciones de la iglesia visigoda. El Concilio de Oviedo de 1115, convocado por el obispo Pelayo para calmar las alteraciones de Asturias durante la minoría de Alfonso el Emperador, impone penas graves al que entrase por fuerza en el templo y sus pórticos, "et usque XII passus". Los atrios de las iglesias de Auria (Orense) y Santiago tenían la indicada anchura, según dicen documentos coetaneos a su erección (1).

(1) El rey Ordoño II, en su donación a la iglesia de Santiago del 916, ofrece: "Ili omne risso (giro) ecclesiae, duodecin corporales ad construendum domos et palatía, et ad sepeliendrim corpora". En la donación de Alfonso III a la catedral de Orense, de 886, concede este monarca; XII passus pro corpore tumidanda.

En la tercera y última zona del sagrado recinto alzábanse numerosas construcciones dependientes del templo, habitadas por una población exclusivamente religiosa, debidas unas a la piedad de los reyes, otras a las corporaciones monásticas y hasta de los simples fieles. En aquella época mística, cuando se fundaba una iglesia como la de Oviedo, levantábanse al lado pequeños templos, de los cuales solía estar dedicado uno de ellos a la Virgen María y otro al precursor del Mesías, destinado a baptisterio. Algunas comunidades religiosas preferían hacer vida monástica junto a las basílicas episcopales que en la soledad de los campos, en el atrio, ante los altares del Salvador del Mundo, a quien se consagraba generalmente el templo. Los mismos particulares, atraídos por la santidad del lugar, querían morar en vida en el sitio donde habían de dormir el sueño eterno, v hacían en el cementerio sus viviendas, lo más próximo al santuario, y allí vivían en familia hombres y mujeres, libres y siervos, bajo el suave yugo de la regla benedictina.

Agrupábanse todos estos edificios alrededor de la catedral en una faja de terreno cuya anchura estaba también prescrita por la costum bre; era de setenta pasos, que con los doce del cementerio hacían ochenta y dos, espacio en que el obispo ejercía absoluta jurisdicción. La Iglesia legionense, desmantelada por Almanzor, fue restaurada por el obispo Pelagio en 1073 con los numerosos edificios que rodeaban el atrio, cuya agrupación era muy semejante a la de Oviedo (2).

(2) Dice el citado obispo; «Constituí ibidem locum Baptisteri ubi prius fuerat locus refectori in circuitu basilicae, palatia, claustra, et receptacula servorum Dei, in quibus simul convenerent ad prandendum, ad dormiendum, ad spiritualis vitae incitamentam, ut orationis vacapent et sub canónica institutione viverent. (España Sagrada, tomo XXXVI, cap. LIX.)

En la citada basílica auriense y en la del monasterio de San Cipriano de Arbolio de León que observaban aquellas dimensiones, y es de suponer serían también cumplidas en la ovetense (1), y lo mismo en la compostelana, erigida por Alfonso III, de la cual dicen antiguos documentos que existían en el atrio, además de la Corticela, monasterios y otras construcciones religiosas (2). El derecho de asilo que entonces gozaban los jugares sagrados, no se limitaba sólo al templo y al cementerio como entre los romanos, sino que alcanzaba a los edificios incluidos en esta zona, según vemos por los cánones de algunos concilios, que castigaban a los que intentasen penetrar a la fuerza dentro de ellos (3).

(1) La citada donación de Alfonso III a la iglesia de Orense dice: «ítem adjicimus en omni giro ecclesiae vestro LXXXII passus; duodecim pro corpore tumulanda et septuaginta pro toleratione omnes vita degentos.» De la de Arbolio dice una donación: «In Arbolio monasterium Sti. Cipriaiii, in giro ipsius monasteri octagluta duorum passum, in unoquo que passu duo decim palmos.»

(2) Argaiz: Soledad Laureada, t. III, p. 343.

(3) Canon III del Concilio Ovetense de 1115: Secundum etiam decreta Canonum, utsuperius sanximus quod aliquem pro aliqua calumnia a dextris ecclesiae infra LXX passus per vin non extrhamus nisiservum naturaliter provatum aut latronem publicum aut proditorem de proditione convictum, aut publicae excomunicatum, aut mouachum vel monacham refugas aut violatorem ecclesiae cui procul dubio ecclesia nuUo modo debet refugium.» Este canon es reproducción del IV del Concilio de León de 1020, aunque este último no se refiere más que al cementerio.

En las iglesias parroquiales y en las de los monasterios el ejercicio de esta inmunidad no alcanzaba más que a los ingresos y vestíbulos que flanqueaban los muros laterales, como el de San Salvador de Valdediós, y no al atrio o cementerio, cuya anchura solía ser más reducida que en las catedrales (4).

(4) Una constitución sinodal del obispo D. Gutierre de Toledo dice que «cuando venga a Oviedo rey, principe o prelado no salga a recibirlo la clerecía más allá del cementerio de la iglesia que fuere a visitar».

Aunque las afortunadas empresas militares del Rey Casto habían llevado por Castilla el teatro de la guerra, era de temer que los árabes llegaran en sus bélicas excursiones ante los muros de Oviedo, y para preservarla de semejante peligro circuyó la catedral, el cementerio y los edificios de un muro más fuerte y sólido que el que había sido destruido por aquellos invasores en las campañas de 794 y 790, del que no quedan vestigios, y de cuya existencia apenas sabríamos si aquel monarca no lo dijera en el testamento hecho a favor de la iglesia del Salvador en el año de 812 (5).

(5)«Offero.. Atrio quod est in circuitu domas tuae omnenque Oveti urbem quam raurum circmndatam te auxiliante peregimus… foris muro civitatis concedo», etc.

Acaso haya sido este templo el primero que en la Edad Media se vio ceñido de obras militares, pues ni las basílicas visigodas, ni las francesas de la época Merovingia, tenían otra defensa que la muralla que circuía la ciudad. La fortificación de las iglesias episcopales y de las grandes abadías no tuvo lugar en Francia hasta la aparición de los normandos, que para protegerlas de su furor hubo que convertirlas en verdaderas fortalezas. El Sr, Amador de los Ríos, en su monografía de la Cámara Santa, publicada en la obra Monumentos Arquitectónicos de España, emite la opinión de que este murado recinto se levantó más tarde, en el reinado de Alfonso III, para contener a tan terribles piratas, suposición infundada, pues los testamentos y donaciones del Rey Casto que he citado no dan lugar a duda que se remonta la construcción de sus muros al reinado de este monarca.

Los normandos no aparecieron en las costas de Asturias hasta mediar el siglo IX; por consiguiente, no eran los bárbaros del Norte, sino los del Mediodía, quienes, bajo el reinado de Alfonso, podían hacer a Oviedo presa de sus depredaciones, aunque bien pronto, al finar la centuria, el temor a un desembarco de estos piratas hizo necesaria la construcción de una fortaleza en tiempo de Alfonso el Magno.

Levantadas estas defensas por un sólo arquitecto y en corto tiempo, debieron sujetarse a un plan simétrico y regular, y es probable que formando un paralelogramo la basílica y el cementerio, igual forma tendría el muro que protegía la ciudad. Me inclino a creer que la torre vieja de la catedral próxima a la Cámara Santa ha sido uno de los cubos de la muralla, coronada más tarde, en el período románico, del bello campanario que se conserva, aunque mutilado. Nótase entre la parte inferior y la superior diferencia en los materiales de construcción, en la estructura del muro y en el estilo arquitectónico, que revela una distancia de siglos entre una y otra fábrica. También es probable que la torre de San Tirso haya pertenecido al primitivo recinto, habiéndose levantado muy posteriormente el cuerpo de arcos que la corona. De sus ingresos sabemos que había dos en el lado occidental, paralelo a la fachada, uno situado frente a la puerta central de la iglesia del Salvador para dar paso al atrio, y otro hacia el templo del Rey Casto. En el lado meridional existía un arco llamado Rutilante, que daba acceso a la catedral, que en aquella parte tenia una entrada en la fachada del crucero. Perforaba el muro otro ingreso situado no lejos del ábside de la basílica y del monasterio de San Vicente.

A la paz interior que disfrutó Asturias durante el reinado de Alfon so II y sus sucesores se debe el engrandecimiento de Oviedo en el transcurso del siglo IX, pero así como la ciudad civil tenía ancho campo por sus muros, no podía desarrollarse cual lo exigían las necesidades del culto, cada día creciente, sobre todo desde que el Magno elevó a metropolitana la Sede ovetense y oficiaban más de veinte obispos en los altares del Salvador. La Hierópolis de los comienzos del siglo IX cambió bien pronto de aspecto con la construcción de las iglesias y monasterios que se aglomeraban en el cementerio de la catedral, levantados por la piedad de los fieles.

Consérvanse algunas noticias acerca del estado en que se hallaban en tiempo de los Alfonsos VI, VII y Doña Urraca, en varias donaciones hechas por estos reyes a la Sede Ovetense insertas en el libro gótico (1), pero dan escasa luz por lo vagas y poco precisas, y porque al ser reedificada la catedral y los monasterios inmediatos, en el siglo XIV y siguientes, y con la apertura de nuevas vías por la mayor extensión que se dio a los edificios restaurados o consumidos por el incendio de 1521, se ha borrado toda huella del trazado que tenía la ciudad en la duodécima centuria. Según se deduce de aquellos documentos, parece que la parte del atrio confinante con las naves laterales se convirtió en estrecha calle orillada de pequeños monasterios, casas y otros edificios; y por el lado del ábside pasó a ser propiedad de los monjes de San Vicente. Cuando del siglo XI en adelante se hicieron las inhumaciones dentro de las iglesias, el espacioso campo que precedía a la basílica cesó de ser cementerio, dedicándose a la iglesia ovetense de los bienes que le había dado su padre el Emperador y su hermano el rey de León.

Junto a la plaza pública, y en el lado meridional se conservó el palacio de Alfonso II, donado al Salvador para morada de los obispos ovetenses, en 1161, por Doña Urraca la Asturiana. Siguiendo la dirección del antiguo cementerio y pasando por delante de la puerta principal del Salvador había una calle que descendía hacia San Pelayo; torcía su curso al llegar a la fachada de la basílica del Rey Casto, formaba un ángulo hacia el saliente, seguía paralela a la nave lateral Norte de la catedral y rodeando el ábside venía hacia el claustro y Cámara Santa a morir en la citada plaza del Palacio donde estaba la fuente del baptisterio.

(1) «Infra hos temimos totum ab integro et circumdante adherente ecclesiae Sti. Salvatoris illa quam dicunt Sti. Crucis per portam Sti. Mariae et per viam ubi est scriptum signum Salutis indirectum usque ad ecclesiam Sti, Tirsi, et usque ad principalem portam Sti. Salvatoris.» Donación de Doña Urraca, hija de Alfonso VI, en la que ofrece al Salvador Oviedo y su coto .,.Doao juxta muros ipsius ecclesiae Sancti Salvatoris, palatia regalía cum platea sua juxta fontem baptisteri que vocatur Paradisius, cum domibus que ex utraque parte iuxta palatia sunt edificatae per terminis subscriptis. In introitu ecclesiae Sancti Salvatoris per portam arcus que vocatur Rutilans domos ipsas ibi edificatas concedo ab integro, quomodo vadunt usque ad viam publicam et quomodo ipsa via publica descendit circa palatia versus Sanctum Pelagium et per términos Sancti Pelagi revertitur per aliam viam indirectum externi auguli ecclesiae Sanctae Mariae et conducitur per portam et murum qui est inter plateam palatii et domos Sancti Crucis et coniungitur murus ipse et figitur in baptisterio Paradisi…»

Donación de Doña Urraca la Asturiana

Construcciones religiosas

LA BASÍLICA DEL SALVADOR DE OVIEDO. (SS. VIII-IX)

      El templo que Alfonso el Casto dedicó al Salvador del Mundo, construido la mayor parte al finar la octava centuria, ha merecido, por su magnificencia y sus vastas dimensiones, los encomios de los primeros cronistas de la monarquía (1).

(1) «Iste (Alfonso II) in Oveto templum sancti Salvatoris cum XII ApostOles ex sílice et calce mire fabricavit. (Cronicón Albeldense). Basilicam quoque in nomine Redemptoris Jesu Christi miro construxit, et consacrari a septem episcopis fecit».(Sebastián de Salamanca.)

      Ocupaba el mismo sitio que el erigido por su padre Fruela, pues en todas las reedificaciones de las iglesias de aquella edad se emplazaba el altar mayor en el lugar donde estaba el anterior, por lo que se encuentran con frecuencia bajo los cimientos de la sagrada mesa restos de la antigua. Restaurada la de Oviedo en más vastas proporciones, su cabeza debió estar donde hoy; pero su cuerpo, brazos y pies se extendían en la dirección de la actual, pues estando ésta orientada, la anterior lo estaba también, como sabemos por las iglesias del Rey Casto, San Tirso y Cámara Santa, en cuya disposición no se cumplieron las prescripciones de una constitución del Papa Clemente (2) de los primeros tiempos de la Iglesia, por la cual las facha das miraban a Oriente, como vemos en San Pedro del Vaticano y San Juan de Letrán, sino al contrario, costumbre seguida del siglo V en adelante en Occidente, observada en Asturias en todos los monumentos religiosos del tiempo de la monarquía, a no impedirlo la irregularidad del terreno, cuyos ábsides se inclinaban al saliente, hacia el lugar donde murió el Señor.

(2) «Ac primira quidem sit cedes oblonga ad Orientem versus navi símiles utiiiique Pastaphoriam orientem>.

Lleváronse los trabajos de la construcción tan rápidamente, que en el undécimo año del reinado de Alfonso estaban ya terminados, siendo consagrados los altares el 13 de diciembre de 802 por los obispos Ataúlfo de Tría Flavia, Suintila de León, Quiodulfo de Salamanca, Maido de Orense y Teodomiro de Calahorra. La ausencia del Prelado ovetense en tan solemne ceremonia revela que no se había verificado todavía la traslación de la Sede britoniense a la capital de la monarquía, hecho que tuvo lugar poco tiempo después (1).

(1) El Rey Casto en uno de sus testamentos dice: «Et ipsam civitatem ovetensem fecimus ea et confirmavimus pro Sede Britoniense; quae ab Ismaelitis est destructa et inhabilitabilis est». Sin embargo, la sede debió conservarse aun en tiempo de Alfonso III, pues fue adjudicada a este obispo y al de Orense la iglesia de San Pedro de Nora, según dicen documentos del siglo IX, y aparece este Prelado suscribiendo algunos testamentos del citado monarca.

    Seis siglos se mantuvo intacta esta basílica, hasta fines del XIV en que el obispo D. Gutierre de Toledo, émulo del Pontífice toledano D. Pedro Tenorio, a quien debe aquella iglesia primada su magnífico claustro, acordó la destrucción del venerable monumento para alzar en su lugar el que hoy se contempla, de arquitectura Gótica. Ya antes de su reedificación, la ojiva que caracteriza este arte había logrado introducirse en importantes construcciones anexas a la catedral: primero en la sala capitular, donde apenas se muestra perceptible, exhibiendo después su apuntada forma en las arquerías del claustro, exornado con las más ricas galas del gótico en sus estilos radiante y flamígero. La vieja basílica latina tenía que desaparecer, porque los adelantos del arte en el siglo XIV exigían mayor belleza arquitectónica y el culto más grandes dimensiones que las de este templo, con sus estrechas y sombrías naves y su pobre techumbre de madera.  

      Las revueltas que agitaron el Principado en los primeros años del pontificado de D. Gutierre demoraron su destrucción; pero calmados aquellos disturbios, hízose el derribo de los tres ábsides, substituyéndoles la actual capilla mayor, a cuyo efecto los monjes de San Vicente, dueños del terreno confinante con el testero, cedieron la parte necesaria para la ampliación. Como en todas las reedificaciones de las iglesias catedrales, en la de Oviedo, después de consagrado el santuario, se echó por tierra el crucero de la vieja basílica, después las naves y por fin la fachada principal. No queda ningún vestigio de ella, ni se encuentran apenas datos y noticias que puedan dar idea de sus formas arquitectónicas; mas este silencio se puede suplir en pane con el auxilio de la arqueologia, que nos dice cómo eran las basilicas catedrales de aquellos tiempos, y con el estudio de los monumentos, que afortunadamente se conservan inmediatos a ella, debidos al mismo arquitecto que hizo las trazas, no es muy difícil rehacer la planta del monumento tai cual estaba cuando Tioda lo levantó.

     Estando orientada la basílica del siglo VIII, el eje del edificio era el mismo que el actual; por consiguiente, la planta de aquélla estaba inscrita en ésta, y en efecto, se ha confirmado hace poco, cuando se levantó el suelo del coro, apareciendo el pavimento de hormigón de la antigua, sentado sobre la roca, en la misma dirección que el de la moderna. Es lástima que cuando se hizo en 1830 el marmóreo enlosado antiartístico, más propio de un salón que de un templo, que dejó al descubierto la cimentación de los muros de la primitiva, no se haya hecho el plano, puesto que todas las fundaciones estaban dentro de la iglesia Gótica.  

      El cerramiento del ábside de la antigua basílica ocupaba el mismo lugar que el actual, y si bien dice un documento del siglo XIV que el abad de San Vicente cedió al cabildo diez y seis pies de terreno perteneciente al monasterio para extender la capilla mayor por aquella parte, fue para levantar los machones que contrarrestan la bóveda de crucería que cubre dicho testero. La iglesia moderna alargó los brazos del crucero hasta tocar el septentrional con la capilla del Rey Casto y el meridional con la Cámara Santa; pero la antigua basílica, más estrecha, estaba limitada por el atrio que, como dije, debía tener unos doce pasos de anchura, quedando entre los ingresos laterales y los citados templos un espacio abierto dedicado a enterramientos.

      Al extenderse la actual basílica quedó dentro del crucero la escalera que daba acceso a la Cámara Santa, que en 1722 se trasladó adonde hoy está. Cuando los presbíteros de la antigua iglesia, y después los canónigos regulares, iban diariamente en corporación a orar a la capilla del Rey Casto y a la Cámara de las Reliquias, al atravesar la parte descubierta del cementerio recogían las largas colas de sus mantos para no mancharlas, costumbre que se observó mucho tiempo después de la construcción de la actual.

           Tenemos, pues, tres puntos fijos para saber hasta dónde llegaba la catedral antigua: el testero y los brazos del crucero dándonos la anchura de la planta. Más difícil es fijar el sitio donde estaba la fachada principal, pues aunque los datos existentes son débiles, dadas las proporciones que solían tener entonces los templos de la forma de éste, me inclino a creer que debía estar entre el altar de Nuestra Señora de la Luz, poco ha destruido, y el muro de la actual faenada. La planta de la basílica era simétrica y regular, afectando un cuadrilongo, aproximamente de doble longitud que anchura, sin ningún cuerpo resaltado al exterior, interrumpiendo sólo lo recto de los muros los machones que a trechos robustecían la fábrica. La citada donación del monasterio de San Vicente a la catedral, dice que la cesión del terreno era para construir la capilla mayor en lugar de las tres "capiellas antiguas del cuerpo de la dicha eglesia" (1).

 (1) En el archivo de la iglesia toledana se conserva un curioso documento, allí llevado acaso por el obispo D. Gutierre, de Toledo, que reedificó la capilla mayor, que da interesantes datos sobre la antigua catedral. Es una escritura de cesión hecha por los monjes de San Vicente al Cabildo catedral de un trozo de terreno para la ampliación del ábside, dice así: «…et facemos donación buena o pura et libre entre vivos, entre el dicho señor obispo para la dicha iglesia catedral que es fea y pequeña a la cual concurren muchas gentes de diversas partes del mundo por la gran devoción a las indulgencias de la dicha eglesia, et para fabricar con ella una capiella grande e honrada, damosvos del corral nuestro sin el cimiento de la capiella comenzando desde los pilares de la pared de la dicha eglesia contra las dichas casas de la dicha Maestrescolia, la cual capiella conteaga e encierre en sí, las tres capiellas antiguas del cuerpo de la dicha eglesia, a saber los altares de San Bartholome, et de San Ximon et Judas et de San que están a la mano siniestra del altar mayor a la parte de la Epístola, como van al palacio del obispo, et los dichos diez e seis pies que vos damos de ancho del dicho nuestro corral que tornen en luengo en la dicha capiella que entendades mandar facer de los dichos tres altares, et que la dicha capiella, haya una puerta pequeña que salga al dicho monesterio et que se cierre además las partes con dos llaves de las cuales tengan los monjes del dicho monesterio la una que salirá al dicho corral et la otra el que mandase el dicho señor obispo». (Biblioteca Nacional, Dd 39.) No siendo bastante este terreno para la ampliación de la Capilla mayor, el monasterio cedió en 24 de marzo de 1421,siendo abad Álvaro Rodríguez, otra parcela más. (Sandoval, Cinco obispos, 122.) Lo mismo aconteció en el siglo XVI cuando el cabildo quiso construir una librería; tuvo que ponerse de acuerdo con los monjes para la cesión del terreno.

      Era, pues, una basílica con tres ábsides, a los cuales debían corresponder forzosamente otras tantas naves. La capilla mayor, como se observa en algunas basílicas asturianas, resaltaba de los muros de las pequeñas la mitad de su longitud para que las tres afectaran cuadrados perfectos; así dice la donación, en la que consta que el área rectangular de diez y seis pies por lado, 4,50 por 4,50 metros, sin el ancho del cimiento era el espacio comprendido entre el paramento lateral exterior del ábside central y las líneas proyectadas de los muros de cerramiento.

       Con tan preciosos datos no es difícil rehacer la planta de esta parte del templo, fijar sus dimensiones y la disposición de los altares. Entre los ábsides y las naves se alzaba un elevado crucero de igual anchura que la central, semejante al de la iglesia de Santullano, en cuyos extremos perforaban sus muros dos grandes ingresos que daban paso al cementerio y alas dos iglesias de Santa María del Rey Casto y de la Cámara Santa.

      Elevábase el crucero sobre la nave, desarrollando en su frente los tres arcos triunfales, sostenidos por marmóreas columnas (1).

 (1) Un trozo de fuste de una de estas columnas de mármol blanco veteado está sirviendo de pedestal a la pila de agua bendita próxima al ingreso del claustro.

      Como estos arcos eran bajos, quedaba entre sus claves y la armadura de la cubrición un amplio espacio que estaba dignamente decorado. Sobre el central, de doble altura que los laterales, campeaba un enorme crucifijo con las cabezas de bulto y pintados los cuerpos, y a uno y a otro lado del Señor estaban, probablemente, las imágenes esculpidas en relieve de San Pedro y San Pablo, que cuando la destrucción del crucero fueron trasladadas al claustro donde hoy se ven incrustadas en el muro oriental. Sobre los arcos de los ábsides pequeños aparecían las dos notables inscripciones que Alfonso el Casto puso allí para conmemorar la erección de la basílica. Aquellas lápidas desparecieron, pero  el historiador  D. Pelayo las copió, y constan en un documento del archivo catedral. Dicen así:

"Quicumque cernís hoc templum Dei honore dignum, scito hic ante ipsum fuisse alterum, hoc eodem ordine situm, quod princeps condidit Salvatori Domino, suplex peromnia Froila, duodecim apostolis dedicamus bissena altaría, pro quo ad Dominum sit vestra oratio, cunctorum pia, ut ómnibus vobis et Domiuus siue fine premia digna.

Preteritum hic antea edificium fuit partim a gentilibus diruptum, sordibusque contaminatum, quod de novo a fámulo Dei Alphonso cognoscitur esse fundatura et omne in melius renovatum. Sit merces lili pro tali Christe Labore. Et laus hic jugis sit sine fine tibí".

      He aquí la traducción que de ellas hace el P. Carballo; dice la primera: Tú cualquiera que ves ese templo santo, por la honra de Dios, sabrás que en este lugar estuvo primero otro edificado a la misma traza; el cual fundó el rey Fruela muy humilde de nuestro Señor, al Salvador, dedicándole doce altares a los doce apóstoles; por el cual haréis todos los devotos oración a Dios para que el Señor os conceda los eternos premios, merecidos para siempre. El pasado edificio fue aquí antes destruido en parte por los infieles y violado con suciedades, el cual de nuevo se sabe que fue todo edificado y reparado por el siervo de Dios Alfonso.

      Así como esta inscripción hace la historia del templo, la que sigue es exclusivamente religiosa:

"Quicumque hic positus degis jure sacerdos, per Christum te ipsum obtestor, ut fiis mei Adephonsi memor quatenus sepe, ut saltem una die per singulas hebdómadas semper pro me offeras sacrificium, ut ipse tibi sit peremne auxilium, quod si forte neglexeris statim sacedotium amittas. Tua sunt, Domine, tibi tua offerimus huyus perfectam fabricam templi. Exiguus servus Adefonsus exiguum tibi dedico muneris votum, et quod de manu tua accepimus, in templo tuo danrtes gratenter offerimus".

      Dice esta segunda inscripción: Cualquier sacerdote que conforme a derecho residiere en esta iglesia pídete por Jesucristo, que te acuerdes de mí, Alfonso, para que muchas veces, o a lo menos una cada semana, siempre ofrezcas por mí sacrificio a Jesucristo, para que él mismo sea en tu ayuda; y si acaso fueres negligente en esto pierdas el sacerdocio. Tuyas son, Señor, todas las cosas que criaste y te dignaste de darnos; a ti. Señor, a ti te ofrecemos  lo que es tuyo, a ti te ofrece tu humilde siervo Alfonso la perfecta fábrica de este templo, y el pequeño y corto voto de este don; y lo que hemos recibido de tu mano te lo ofrecemos de buena gana en el templo.

      Sobre el arco toral del crucero debía estar la inscripción votiva que conmemoraba el hecho solemne de la consagración del templo, diciendo los nombres de los citados obispos que asistieron a este acto, y acaso las reliquias guardadas bajo las aras de los altares. La rasante de la antigua basílica era la misma que la actual, y según dice Ambrosio de Morales, todavía se conservaba en su tiempo restos del hormigón a la entrada de la capilla mayor, hacia la antigua sacristía, situada donde está hoy el ingreso del moderno trascoro, obra del siglo XVII, ocupado en el XVI por dicha sacristía, y en el lado opuesto la capilla de los Romeros (2).

(2) La iglesia del Casto (dice este cronista), se junta y se continúa ahora con la Cámara Santa por la capilla mayor y sacristía y capilla de los romeros porque enterraban allí los peregrinos. En la sacristía parece un poco de suelo de argamasa, y a la entrada de la capilla mayor, y al otro lado de la capilla mayor en la capilla de los Romeros; y siendo esta argamasa de la que dijimos de la Cámara Santa, es mucho más linda que ella y que la de la iglesia del Rey Casto. Morales supone equivocadamente que este suelo era de la iglesia de Fruela. Catedral, que acusaba la misma rasante que la actual y de igual clase de hormigón que cita el cronista cordobés.

      Era aquel pavimento mejor y más bien ejecutado que el de las demás iglesias de la época del Rey Casto. Cuando se levantó poco hace el entarimado del magnífico coro gótico, desacertadamente destruido en estos días, se descubrió el antiguo suelo de la basílica.

      Dada la importancia del templo, debía tener un pórtico exterior de columnas y arquerías, y un vestíbulo interior o narthex, como vemos en otras basílicas contemporáneas levantadas por el mismo arquitecto Tioda. El estudio de las proporciones generales de estos monumentos y los datos, aunque escasos, que quedan referentes al del Salvador, me autorizan a creer que la anchura de la nave no bajaba de nueve metros (uno menos que la actual), 6 igual medida las dos laterales que con el grueso de las pilastras que las separaban sumaban veinte metros, las mismas dimensiones que el crucero, llegando el muro de los brazos cerca de los churriguerescos altares de la Virgen y de Santa Teresa, correspondiendo próximamente los tres arcos triunfales de los ábsides de la antigua, a los tres grandes ingresos de la capilla mayor y de la giróla de la catedral moderna (1).

(1) Las dimensiones de la catedral Gótica según Cuadrado son: de la portada principal al fondo del ábside, 210 pies; 38 ancho de la nave mayor; 38 y 20 cada una de las laterales.

      Como se ve, las proporciones de esta basílica eran vastas, no inferiores a las de los célebres templos contemporáneos de las Galias, descritos por Gregorio de Tours y otros historiadores francos. El de San Martín Turonense, el más suntuoso de aquel país, era de más pequeñas dimensiones, y sólo le superaba la iglesia monástica de San Gall, cuya nave mayor tenía cuarenta pies de anchura, ocho más que la ovetense. En estas basílicas francesas, observando la tradición latina, la separación de las naves se hacía con arquerías sobre columnas, mientras que en la ovetense, como en todas las de Asturias, los soportes eran pilares rectangulares, lo que daba al monumento un carácter clásico que llamó la atención de algún cronista del Renacimiento. La iglesia del Salvador vémosla reproducida, pocos años después, en San Julián de los Prados, que nos da una idea exacta de cómo se agrupaban alrededor del elevado crucero, ábsides, naves y vestíbulo, antes de la construcción del salutatorium, adherido al brazo septentrional, que altera la simétrica planta de este notable monumento. Sólo estaban cerradas de bóvedas las tres capillas absidales, y el cuerpo de la iglesia tenía la cubrición de madera a dos aguas, visible interiormente, con las trabes y cabríos achaflanadas las aristas y decorados de círculos, estrellas y otros adornos trazados con compás. Algunas vigas tirantes de la armadura estaban en mal estado en los comienzos del siglo XII, en el Pontificado de D. Pelayo, que las substituyó con otras, nuevas, según dice un curioso documento del archivo catedral, que cuenta las obras hechas en la vieja basílica por el prelado historiador (1).

(1) Erant tune in principali ecclesia ligaae vetustisimae et débiles XXX trabes quas cum filiis ecclesiae suae precipitavit et novas XIIII sicut modo apparent composuit.

Altares. Dada una idea de la forma de la primitiva iglesia, pasaré ahora a describir los altares, la parte más importante de todo monumento religioso. Solían tener los templos asturianos de aquel tiempo,especialmante los de planta basilical, tres altares albergados en otros tantos ábsides; pero en el ovetense, por estar bajo la advocación del Salvador del Mundo y de los Doce Apóstoles, se erigieron trece, número excesivo que no creo haya habido en ninguna basílica anterior al siglo XII (2).

(2) La basílica que en Roma tenía mas altares era la de San Juan de Letrán, que llegaban a siete, y en Francia, el cronista Gregorio de Tours cita una iglesia que albergaba trece como la de Oviedo, lo que hace creer que estaría dedicada al Salvador y a los Doce Apóstoles.

      Sin embargo, no estaba cada altar exclusivamente dedicado a un discípulo del Señor, según cuentan los primeros historiadores de la Reconquista. Por la citada donación de terrenos hecha por el monasterio de San Vicente a la catedral, se sabe que algunos eran dúplices, es decir, consagrados a dos apóstoles; San Simón compartía el suyo con San Judas, y San Pablo y San Juan Bautista, que no habían estado en el cenáculo del Señor, eran adorados, el primero en el altar de San Pedro y el segundo en el de San Juan Evangelista (3).

(3) A veces se dedicaban los altares a mayor número de santos. En el año de 998, Mirón, presbítero, fundó una iglesia junto al río Premaña con tres altares: el del medio bajo la advocación de cuatro santos, y los de los lados a dos cada uno. (Jovellanos. Colección de documentos de Asturias, T. IV, p. 28.)

      La capilla o ábside del lado del evangelio contenía el de San Bartolomé, Santos Simón y Judas y el de otro que no he podido averiguar, ni tampoco los de los otros que se veían en los altares del lado opuesto (4).

(4) En dicha relación de las obras hechas por el obispo D. Pelayo, pero escrita indudablemente después de su muerte, se cita la restauración de algunos de estos altares: Deinde suscripta altaría quae erant faeda et exigua precipitavit et majora et optima sicut modo apparent condidit in Idus Octobris scilicet: Altare Nostri Salvatoris, Altare Apostolorum Petri et Pauli, altare Sti. Joannes apostoli et evangeliste, etc., etc. (Cronicón del obispo D. Pelayo)

      Alfonso el Casto no reedificó la basílica, destruida por los árabes,que su padre Fruela había erigido al lado de la del Salvador, dedicada a los santos mártires Julián y Basilisa, pero les dedicó altares en la nueva catedral, según él mismo dice en su donación de 812 (1).

(1) Offerimus, igitur, Domine, ob gloriam nomini tui, Sancto Altarlo tuo in praefata ecclesia fúndate ve! ad reliquia Altarla Apostolorum slve et Julianas et Basilisae, Martyrum, etc. -Unde sepecialiter ecelesiam Sti. Salvatoris nuncupatur adjiciens principali altari ex utroque latere numerum titulorum reconditis reliquiis omnium apostolorum. (Sebastián de Salamanca.)

      Los trece altares estaban situados: cinco en el ábside central, cuatro en cada uno de los laterales y los dos últimos citados probablemente delante de las pilastras que separaban los santuarios, o acaso en los testeros de los brazos del crucero. La existencia de este número de altares está confirmada por el primer testamento al Salvador, en el que dona túnicas, velos y palas, algunas dobles, de lino para los días ordinarios y de sirgo para los festivos, excepto el principal, que naturalmente tenía mayor riqueza de indumentaria que los demás (2).

(2) Offerimus, igitur Domine .. in ornatu ecclesiae vela de paleis principalia oloserico duo. Linea vela ornata tredecim —frontales de altari ex palléis sex. Pallas ex palleis de super altari duas. Frontales de reliquia altaria XXV. Frontales linees ornatos duodecim. Túnicas de altaria XIII.

      Aunque la citada cesión de terreno era para levantar la capilla principal conte niendo el área de las tres de la vieja basílica, no llegó a cumplirse esa condición, y la Gótica catedral no tuvo más que un sólo ábside sin que las naves laterales giraran alrededor de él. Como el nuevo santuario tenía próximamente la anchura del anterior, si bien de mayor longitud, quedaron a uno y otro lado parte de los ábsides pequeños, derribado el meridional por D. Gutierre de Toledo para hacer la capilla que llevó su nombre, y el opuesto se convirtió, ampliando sus dimensiones, en sacristía. Allí se conservaban intactos tres de los cuatro altares correspondientes a este ábside, según cuenta Ambrosio de Morales que los vio en 1572 cuando hizo su viaje santo, y es lástima que no haya hecho una descripción de ellos, y lo mismo los que en aquel tiempo se ocuparon en estudiar las antigüedades de la catedral. Pocos años después desaparecieron estos venerables restos de la vieja basílica al levantar en 1622 la girola greco-romana que circuye el santuario Gótico,formando desagradable contraste el consorcio de tan opuestas arquitecturas.

      Al finar el siglo XI, o a principios del siguiente, fueron destruidos los altares del Salvador, de San Pedro y San Pablo y de los Santos Juan Evangelista y Bautista que estaban en el ábside central, rehaciéndolos por otros más pequeños, para adaptarlos a las exigencias del arte Románico que comenzaba a aparecer entonces en Asturias (1 ).

(1) Incrustada en el muro occidental del claustro y a metro y medio del suelo aprovechado como piedra de construcción aparece el canto de una losa de dos metros de largo por diez y seis centímetros de grueso, orillada de finos funículos, entre los que campean bellas cruces de brazos iguales terminados en graciosos tréboles romo los de la célebre de la Victoria, que pudiera haber sido la mesa del altar mayor, derribado en el siglo XII, si bien sus dimensiones excesivas más bien hacen creer que habrá sido la tapa de un sepulcro como el del panteón real, que lleva el nombre de Itacio. La mesa de Santa María del Naranco en vez de funículos tiene palmetas que encuadran la inscripción votiva que se desarrolla en los cuatro frentes.

      Los demás parece que se mantuvieron en pie hasta el siglo XV, quedando un solo altar dedicado al Salvador y a los Doce Apóstoles en el santuario de la actual Capilla mayor. Encerrados los altares en los estrechos limites de los ábsides, sus mesas estaban muy juntas y apretadas, separadas por las columnas o pilastras de madera, de los baldaquinos, quedando a los lados ingresos para los celebrantes de los oficios divinos. Ateniéndome a los datos expuestos he hecho la distribución y colocación de los altares, poniéndolos cerca de los arcos triunfales, quedando en el ábside central, entre ellos y el muro del testero, el espacioso coro destinado para los ministros del Salvador, donde el obispo tenía su elevada sede bajo la fenestra que iluminaba el santuario. Se puede formar una idea exacta de la disposición de estos altares al fijarse en algunos que quedan en las iglesias asturianas del tiempo de la monarquía, como el de Santianes de Pravia, erigido pocos años antes que los de la basílica del Salvador, arrancado bárbaramente de su sitio y expuesto a inminente profanación, hallando hoy decoroso albergue en la capilla mayor de la cripta de la iglesia de Jesús Nazareno en la aldea de Pito, próxima a Cudillero. Reproduciré aquí la descripción que de esta venerable antigualla hice en otra parte (1).

(1) La primitiva basílica de Santianes de Pravia y su panteón regio. Artículo publicado en el Boletín de la Sociedad Española de Excursiones. Madrid, 1902

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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