Monumentos prerromáticos y románicos asturianos, según Fortunato de Selgas. (página 4)
Enviado por Benedicto Cuervo Álvarez
(3). También estos cronistas dedican frases encomiásticas a las basílicas ovetenses del anterior reinado para alabar su belleza, su pulcritud; pero en las de Naranco ensalzan su construcción en las que no entra la madera, "ex sílice et calce" sólo fabricadas. Los textos de estos historiadores dicen bien claro que los visigodos, lo mismo los del interior de España que los venidos a Asturias, cubrían sus templos de madera hasta mediar la novena centuria, en que por las causas expresadas viéronse obligados a emplear la bóveda. Los cronistas francos, al par que los nuestros, hacían referencia a esta clase de templos como el de Germiny-des-Pres y la capilla palatina de Cassencuil.
(1)Interea supradictus Rex Eclesiam condidit in memoriain Ste Maria in latere montis Naurantii distante ab Oveto duorum millia passuin mire pulchritudinis, perfectique decoris et ut alia decoris ejus tacceaní cum pluribus centris fericeis sit concamerata, sola calce et lapide, constructa cui si aliquis aedificium consimiliare voluerit in Hispania non inveniet.
(2) In loco signo dictum. Ecclesian et Palatia arte fornida mire construcxit.
(3) Dice de San Miguel de Lillo: "Siquidem ad titulum Archangeli Michaelis in latere Naurancii montis motus a Deo pulchrara Ecclesiam fabricavit quodquicumque eam vidcnt testantur secundam el pulchitudine nunquam vidise. Quae Michaeli victorioso archangelo bene convenit quo divino motu Ranimiro Principi ubique de inimicis triumphum dedit".
Carlomagno, las bautizó con la pomposa frase de muy, admirables, a pesar de sus pequeñas proporciones y su construcción pobre y descuidada (1).
(1) En Francia apenas se conservan monumentos erigidos bajo los reyes de la primera y segunda raza, pero en cambio los historiadores de aquel tiempo los citan y describen con frecuencia, a la inversa de los visigodos que no los nombran jamás.
El atraso en que estaba entonces la arquitectura hacía difícil, sino imposible, el empleo de la bóveda en la cubrición de las naves, especialmente de la central, cuyas presiones había que contrarrestar a gran altura, por lo cual fue proscrita la tradicional planta de basílica, como he dicho. El anónimo arquitecto de Santa María trazó una cámara única muy alargada, y para adaptarla a las exigencias del culto separó a los extremos por arquerías dos pequeños compartimientos, dedicado el septentrional a ábside y el opuesto a coro.
Lo abrupto de la ladera en que está fundado hizo indispensable elevarla sobre un sótano como la Cámara Santa, sistema constructivo poco conocido en Asturias, en cuyas iglesias no existen criptas ni confesiones. Esta parte inferior del templo no ha sido enlucida interiormente, pudiendo verse los materiales posición de la planta superior con los retretes cerrados por muros macizos, teniendo el que está bajo el coro, el ingreso por la fachada principal de que está formada y su curiosa estructura. Reprodúcese aquí la disparidad principal hoy oculta por la vivienda del párroco. La bóveda de los tres compartimientos es de medio cañón, que descansa sobre un podio o basamento de medio metro de alto; pero la de la cámara central, de mayor longitud, está reforzada por cuatro arcos fajones de dovelaje de sillarejo, perfectamente aparejado, que sustentan valientemente el peso de la fábrica que sobre ellos gravita. Entre los dos del medio se abren en ambos muros laterales los dos vanos que dan paso a esta estancia; y para darles la conveniente altura, se hicieron grandes lunetos que elevan sus claves a dos tercios de la curvatura de la bóveda, que si tuvieran más elevación cruzarían sus lineas en el centro del tramo.
La intersección de dos cañones en ángulo recto es fácil de ejecutar cuando la planta afecta un cuadrado y la fábrica es de ladrillo u otro material ligero, pero no deja de ofrecer dificultades al querer adaptarles a una área oblonga, y más si la construcción es de sillarejo como la de esta cripta, con las hiladas exteriores de superficies de sección de esfera, cuyo enlace en los ángulos produce la arista que ha dado nombre a esta clase de bóvedas. Su resistencia y solidez está probada con su larga duración, que contrasta con la efímera vida de las que se alzaron tres siglos después, durante el período Románico de transición, hundidas la mayor parte, y para hacerlas estables se inventaron los arcos diagonales, sobre los que descansan los triángulos esféricos, como las de medio cañón sobre los torales y los fajones. Obsérvanse en esta bóveda algunos defectos debidos a la inexperiencia y a la falta de modelos que imitar, como la disposición de la plementería, que en vez de confluir las juntas de las dovelas a un centro común, aparecen horizontales en el primer tercio de su curvatura, hecho que se ha verificado siempre en los primeros ensayos de construcciones abovedadas y cupuliformes, como en el célebre tesoro de Atrea de Mikenas en Grecia.
PLANTA DE SANTA MARÍA DEL NARANCO.
1º.Sala Principal. 2º. Miradores laterales. 3º. Pórtico norte.
4º. Escaleras de acceso.
La subida a la iglesia se hace por una triple escalinata que conduce al pórtico, bajo el cual se cobija el ingreso, restaurado en el siglo XIV ó XV, según dice la ojiva que le cubre perteneciente al estilo románico de transición que duró en Asturias hasta los albores del Renacimiento. Grata impresión produce la contemplación de este monumento, al penetrar en su interior, vestidos los muros de espléndida decoración diferente de la que exhiben las construcciones arquitectónicas erigidas por los reyes que precedieron a Ramiro. Para dar a la planta proporciones armónicas se tomó el cuadrado por base de medición, que aumenta y disminuye multiplicando por tres o reduciendo por terceras partes. Obedeciendo a este principio geométrico se dio a la nave tres veces su anchura; a los camarines, en la proyección del eje de la planta, un tercio menos, y al pórtico y al mirador del lado opuesto se les asignó una longitud triple que de latitud. Las proporciones de esta nave no están en relación con las de las basílicas anteriores, que tenían el doble o poco más de su anchura; pero el arquitecto, preocupado con el difícil problema de elevar una bóveda de medio cañón, cuya clave había de subir hasta los piñones de las fachadas, para aminorar la gravitación de la plomentería, aumentada con la masa de la fábrica interpuesta entre el trasdós de la bóveda y la vertiente de la aguada y tejado; y no conceptuando suficientes las resistencias opuestas a las presiones laterales, disminuyó la anchura de la crujía, que parece más bien un pasillo que una nave, con lo cual se aminoró el peso que actúa sobre los muros y los contrafuertes. Para mayor seguridad adosó a uno y otro lado, cual gigantescos arbotantes, el vestíbulo y el mirador, situados en el centro, donde es mayor el empuje. Tales y tan grandes precauciones se tomaron para impedir el desplome de una bóveda de cuatro metros de diámetro.
Las arquerías resaltadas de los paramentos interiores tienen una misión más constructiva que estética: la de sufrir pasivamente la acción de la cubrición abovedada, mientras que los muros, machones y cuerpos resaltados anulan su esfuerzo hacia afuera. Descansan los arcos sobre resistentes pilastras, formada cada una de un haz de cuatro columnas, que se compenetran un tercio del diámetro, atizonando otro tanto en la pared. Campean en las enjutas, haciendo el oficio de ménsulas, colgantes medallones, que reciben la imposta general resaltada encima de aquéllos para sustentar los arcos fajones o torales que en número de siete en la nave y uno en cada camarín refuerzan la bóveda de cañón seguido, que, como los de la cripta, son de sillarejo aparejado, oculto por espesa capa de cal, que impide ver su estructura.
Es un sistema de abovedamiento muy semejante al empleado tres siglos después en las basílicas francesas construidas después del milenario, por lo que bien se puede llamar prerrománico. Este principio, aquí sólo iniciado, vese desarrollado casi totalmente, al finar la centuria, en el pórtico de la diminuta Basílica de San Salvador de Valdediós, en donde los arcos torales descansan sobre los capiteles de las columnas empotradas la mitad de su diámetro en el muro, como en la iglesia de San Isidoro de León o en la Catedral de Santiago. La identidad no podía ser completa, porque los capiteles asturianos de aquel tiempo tenían escaso vuelo, y no los coronaba el saliente y biselado ábaco románico, resurrección del visigodo, que los convirtió en zapata para que el salmer cargara parte en macizo a plomo del fuste, y parte sobre el vacío, con el fin de dar mayor anchura al toral, con lo cual resistía mejor el peso de la bóveda. El anónimo arquitecto de esta iglesia no pudo ver estos arcos en las construcciones romanas, en las que la mole de los contrafuertes interiores y los muros de solidísima fábrica eran bastante para contrarrestar la acción de la bóveda, formada de gruesa capa de hormigón, siendo innecesario ese suplemento de fuerza.
Los romanos exornaban los paramentos interiores de los pórticos y galerías de los edificios destinados a espectáculos públicos, como el anfiteatro de Nimes, de pilastras resaltadas, continuadas en la curvatura de la bóveda, con fajas de igual anchura y relieve, pero no eran organismos independientes con el dovelaje separado de la plementería, sino meros elementos decorativos.
A lo bien equilibradas que están las encontradas fuerzas que actúan en la construcción de este monumento, contribuye el material de que están formadas las bóvedas, ligerísimo, de poco grueso, resistente a la acción de la humedad, a la que está expuesta con las filtraciones de las aguas. No se empleó el ladrillo poroso como en Santa Sofía, ni los pequeños tubos de barro enchufados y encamados en dos lechos unidos por duro cemento, como en el bizantino baptisterio de Neón de Rávena, sino la toba muy liviana, también usada por romanos y visigodos, tallada en sillarejo de unos diez centímetros de grueso; procedimiento análogo al empleado posteriormente en los períodos románico y ojival, cuyo ejemplo nos ofrecen los triángulos esféricos de las bóvedas de la catedral de León (1).
(1) Dice San Isidoro en sus Orígenes, libro XIX, capitulo X: "Sfungia sapis creatus ex aqua levis ne fistulosus et cameris aptus". Se ve la estructura de la plementería de la bóveda en el hueco abierto en el pórtico para subir a la espadaña.
La revolución en el arte de construir entonces verificada con la prescripción de la madera en las cubriciones, sustituida por la piedra y el ladrillo, alcanzó también a la ornamentación, en la que se ven olvidadas las tradiciones clásicas, apareciendo elementos extraños hasta entonces desconocidos, que dan un carácter especial a los monumentos de esta arquitectura, bautizada por Jovellanos con el nombre de asturiana, porque no veía en ella el más leve recuerdo de la de la antigua Roma. En el periodo anterior sólo se encuentran las arquerías ciegas en los ábsides, especialmente en el central, pero substituida la basílica por la cella cubrieron los muros laterales, simulando acaso las que en las iglesias latinas separaban la nave mayor de las pequeñas.
Esta bella decoración, que en los buenos tiempos de la arquitectura clásica se aplicaba generalmente a los muros que no tenían vanos, se fue extendiendo a medida que el arte decaía, como puede observarse en el palacio de Diocleciano en Spalatro, siendo una prueba de que los visigodos la aceptaron, el verla empleada en los templos asturianos, construidos en el primer tercio del siglo IX. Las de este monumento ofrecen la particularidad de que los soportes necesitan ser muy fuertes para sufrir el peso de la bóveda, y no fiando esta misión a una delgada columna, se hizo un robusto pilar, que simula un grupo de cuatro fustes decorados, no de estrías espirales, usadas en los días de la decadencia del clásico, sino de retorcidos cables, elemento ornamental del arte visigodo, más prodigado aquí que en las demás iglesias de Asturias de la época de la monarquía. Todas las molduras, finas o gruesas, ofrecen la forma funicular, lo mismo los torsos de las basas que las aristas y cimacios de los capiteles. Son éstos de caprichosa traza, semejantes a pirámides trincadas, puestas a la inversa, ofreciendo cada uno tres triángulos ligeramente esféricos, en los que campean toscas figuras en reposadas actitudes. Como sus perfiles eran diferentes de los que tienen los capiteles, de mayor vuelo en los ángulos bajo el collarino, se salió del paso cortando en chaflán la parte saliente, lo que no hace buen efecto.
Los arcos, como todos los de aquella época, tienen mucho peralte, y en vez de talones cabetos, orilla su curvatura una faja estrecha, casi plana, con estrías poco profundas, semejantes a las que decoran los contrafuertes. Las pilastras que los sostienen, en número de seis, a cada lado, no están a igual distancia unas de otras, más separadas las del centro, y estrechando su separación a medida que se aproximan a las arquerías del ábside y del coro. Esta falta de simetría se debió a la necesidad de elevar los arcos del medio casi hasta la imposta, para que los ingresos al templo y al mirador, que bajo ellos se cobijan, alcanzaran la conveniente altura para pasar holgadamente las personas, y a los últimos se les dio las mismas dimensiones que a los del santuario y del coro. Como los arcos tienen sus arranques al mismo nivel, y los radios van disminuyendo, resulta que las clavos descienden de altura, ofreciendo el aspecto de los ábsides de las basílicas, vistos desde la nave o crucero escalonados sus torales, disposición parecida a los puentes de la Edad Media. Contrasta la fastuosa exornación de los muros con la desnudez de la bóveda, con la imposta sin molduras, tallada en bisel, y los arcos fajones con la arista viva, como los de la cripta, pero estaría probablemente decorada de pintura, como la de San Miguel de Lillo.
Distínguense los templos del período anterior por la parquedad de la exornación, empleándose solamente la geométrica o la vegetal de tallos serpeantes y folias entre funículos, mas en estas iglesias predomina la iconística, que se exhibe en las jambas del ingreso, en los capiteles y en las fajas colgantes que sustentan los clípeos, donde aparecen guerreros a caballo que se acometen, cobijados bajo arquerías; figuras vestidas de tosco sayal, con las piernas desnudas, que llevan sobre su cabeza pesos voluminosos sostenidos con las manos; y en el centro de los medallones, orillados de ricas franjas circulares, se destacan animales quiméricos de procedencia oriental. Mucho se ha fantaseado.
Algunos historiadores ven en los combates ecuestres las luchas que sostenían los astures contra los normandos, aparecidos entonces en el litoral, y en las figuras, los esclavos hechos en la guerra, forzados a transportar sobre sus hombros el botín cogido a aquellos terribles piratas por los heroicos soldados de Ramiro.
Los muros de la cella son macizos y robustos, casi sin perforaciones, para resistir mejor la gravitación de la bóveda; no así los camarines, abiertos sus cuatro frentes a la luz y al aire, como los tabernáculos, que recuerdan por los haces de sus columnas y por sus arquerías los últimos cuerpos de las torres románicas francesas y los templetes ojiva les. El mismísimo dibujo, que Parcerisa publicó en el libro "Recuerdos y bellezas de España", haciendo desaparecer con su imaginación la casa rectoral que la oculta con su masa, nos da una idea perfecta de cómo estaba en su primitivo estado, viéndose aquel bosque de espirales fustes y los entrecruzados arcos, que dan a este monumento un carácter completamente original, diferente de los hasta entonces erigidos en Asturias.
A la admiración que excitó esta iglesia en aquel tiempo, de la que Sebastián de Salamanca se hace eco, debióse la construcción de otras de parecida traza, como Santa Cristina de Lena, interesante monumento, que hundida su bóveda y amenazando inminente ruina, ha sido restaurada en nuestros días por el inteligente arquitecto Sr. Lázaro, que la ha dejado tal cual estaba en el siglo IX. La semejanza entre ambos templos es tal que hace creer que son obra del mismo maestro. Como la de Naranco tiene una sola nave, algo más ancha, tomando el cuadrado por cañón de proporciones, y se la dio de longitud dos veces su anchura, dividiéndola en cinco partes, de las cuales dos corresponden al coro y al santuario. De los muros laterales resaltan arcos de excesivo peralte, sostenidos por elevados fustes desnudos de cables espirales, que reciben los capiteles, exactamente iguales a los de Santa María; y en las enjutas campean idénticos medallones colgados de la imposta, decorados de relevadas esculturas. La bóveda de medio cañón es también de plementería de toba, y está reforzada por cuatro arcos fajones de sillarejo situados a plomo de las columnas. Para prevenir el desviamiento de los muros laterales, se les adosó dos pequeñas capillas que hacen el mismo oficio que el pórtico y el mirador de la otra iglesia, pero no se elevan a la altura de la cornisa del edificio, lo que les hubiera dado mayor solidez, sino a los dos tercios, 1 metro 90 centímetros más bajo que el arranque de la bóveda, quedando ésta sin bastante contrarresto, a lo que probablemente debió su ruina, evitada acaso con la construcción de contrafuertes sobre las paredes de los camarines, acumulando resistencia donde la presión es más fuerte.
Destácanse de la fachada y del testero el vestíbulo y el ábside, alzándose sobre ellos el cuerpo de la iglesia, cuya disposición escalonada más recuerda a San Miguel que a Santa María, en que nave, coro y santuario tienen su cubrición abovedada al mismo nivel. Ofrece esta iglesia la particularidad de que la capilla mayor está muy elevada sobre el suelo de la nave, haciéndose la subida por dos escaleras adosadas a los muros laterales. Parecía natural que bajo el pavimento hubiera una confesión o una cripta como en la basílica visigoda de Cabeza de Griego, destinada a enterramiento de cuerpos santos, pero en las iglesias asturianas no había necesidad de estos antros porque los cristianos del interior de España trajeron solamente reliquias, que guardaban en pequeños huecos situados en los macizos de los altares o en las pilastras que sostenían las sagradas mesas; y las que vemos en la Cámara Santa y en la vecina iglesia de Santa María, ya he dicho que la primera se construyó para preservar el tesoro religioso de la humedad, y la segunda para hacer un emplazamiento artificial en la pendiente de la abrupta ladera en que está fundada.
POSTAL DEL INTERIOR DE SANTA MARÍA DEL NARANCO (1930). ARTE PRERROMÁNICO ASTURIANO (S. IX). OVIEDO.
(Colección particular, Benedicto Cuervo)
SAN MIGUEL DE LILLO.
No se dedicaban solamente templos al arcángel San Miguel en los cementerios, sino también en las alturas, in excelsis, para conmemo rar su aparición en el monte Gargano, en la Pulla, provincia italiana, y a esto se debió la construcción del de Lillo, situado en una montaña.
La fecha de su erección no es conocida por haber desaparecido la inscripción votiva y el ara del altar, pero sería levantada al mismo tiempo que Santa María, poco antes del fallecimiento del rey Ramiro. Como a ésta, dedican alabanzas los historiadores contemporáneos, mostrando su admiración al verla construida de materiales incombustibles (1).
(1) Ex aliii parte ipsius montis Linio cum Palatiis, Balneis, et Ecclesia Stl. Michaelis. — Donación del Magno de 805.— In latera montis Naurancii villam qui dicitur Linio et aliam qui dicitur Suego et ullium villam de Castro et ecclesiam Sancti Michaelis et Santae Mariae subtus Naurantium.— Donación de Ordoño I de 857.
La iglesia, como su hermana, está situada en la pendiente de la montaña, mas no se salvó la diferencia de nivel elevándola sobre una cripta sino haciendo un rellano artificial rodeado de muros de contención .
Mantúvose este monumento en buen estado de conservación hasta finar el siglo XVI o principios del siguiente, en que se destruyó la mitad posterior, alzándose en su lugar la actual capilla mayor, de pobre y tosca construcción, que si no supiéramos a qué época pertenecía la juzgaríamos de la segunda mitad de la Edad Media al ver los canecillos que coronan los rectangulares muros, traídos de una iglesia Románica próxima, restaurada en el periodo del Renacimiento.
La traza de la parte que queda de este templo es algo parecida a la de las basílicas del reinado del Rey Casto, con el narthex o vestíbulo interior, bajo y sombrío como una cripta, resaltado de la fachada, cubierto de bóveda de medio cañón que descansa sobre robustos muros, y a los lados se ven los camarines donde se albergan las escaleras que dan acceso al coro alto. A estos tres compartimientos corresponden en el cuerpo de la iglesia la nave central y las laterales, separadas no por pilastras como hasta entonces se vacía, sino a la manera visigoda, por columnas, aunque bien diferentes en la forma, en las proporciones y sobre todo en la exornación. El problema de la restauración de la planta absidal de San Miguel es difícil de resolver, para lo cual sería preciso hacer exploraciones arqueológicas bajo el pavimento de losas de sillería, que ha sustituido en estos días al primitivo de hormigón, donde tienen que verse los cimientos de la fábrica desaparecida, y lo mismo en el exterior, aunque el terreno ha sido removido por esta parte por los buscadores de tesoros. Mucho se ha fantaseado sobre la disposición del ábside, creyendo algunos arqueólogos del siglo pasado que era de planta semicircular, lo que no es probable, pues no aparece en Asturias esta forma de testero hasta el advenimiento del arte Románico en la undécima centuria. El Sr. Lampérez hace terminar estas naves en otros tantos ábsides de planta rectangular, dando al central por el exterior igual resalte que al narthex para que guardaran perfecta simetría el irafronte y el testero, como sucede en la inmediata iglesia de Santa María. No parece desacertada esta disposición que traaicionalmente se emplea en las basílicas asturianas, que persiste en las iglesias monásticas del período Románico. Ofrécense, sin embargo, serias dificultades para la aceptación de esta proyectada restauración, que el mismo autor de ella es el primero en reconocer.
Las escasas noticias que tenemos de este templo anteriores a su destrucción las debemos a Ambrosio de Morales, ( en su Viaje Santo y en la Crónica general hace una ligera y concisa descripción reproducida por el P. Carballo y otros historiadores del Renacimiento). (1)
(1) Dice en el Viaja Santo:" …con no tener ésta más que cuarenta pies de largo, y veinte de ancho, tiene toda la gracia que en una iglesia metropolitana se puede poner. Mirado por defuera se viene a los ojos con mucho contento su buena proporción, y vista de dentro alegra la buena correspondencia, crucero, cimborio,capilla mayor, tribuna, escaleras para subir a ellas, campanario, y todo lo demás tiene cierta diversidad en tamaño y en forma, y enlazándose lo uno y bajando lo otro, ensancharse aquello y retraerse lo otro que se goza enteramente las partes del edificio dándose lugar a las unas y a las otras, para que se parezcan lo que son y qué lindas son. Toda la labor es lisa, y sólo hay de riqueza doce mármoles, algunos de buen jaspe y pórfido con que se forma el crucero, altar mayor y sus partes, que todos son de fábrica gótica aunque tiene mucho del romano". En la Crónica añade: "Porque este templo tiene mucho de la forma de Capilla mayor de la Cámara Santa (un sólo ábside) y el de Nuestra Señora (del Rey Casto) tiene mucho de la arquitectura de San Julián".
Fijase primero en la parte exterior del templo llamándole la atención los diversos cuerpos de diferente altura que se levantan en tan poco espacio, citando la torre, que así llama al coro alto que se eleva sobre el vestibulo porque en el piñón del muro del imafronte o en el del ingreso a la nave estaba la espadaña donde se albergaban las campanas como en Santa María o en Santullano (2).
(2) Bances, el cronista de Pravia, llama también torre al coro alto de la basílica de Santianes, donde estaba la espadaña en igual situación que la de Santa María del Naranco.
Viene después el cimborrio, cuyo nombre ha hecho creer a más de un arqueólogo que el edificio estaba coronado de una cúpula bizantina. La nave central aparecía cubierta de bóveda de medio cañón, y para contrarrestar su empuje se alzaron, a modo de contrafuertes, como en Santa María el vestíbulo y el mirador, elevados cuerpos independientes, perpendiculares al eje del edificio, situados sobre el primer tramo de las naves laterales, próximo a la tribuna, en cuyos muros se abren las hermosas fenestras decoradas de perforadas losas de piedra.
Si la nave mayor tuviera la misma altura desde el coro hasta el ábside, era indispensable que sobre los otros tramos de las pequeñas hubiera otros dos cuerpos iguales a los anteriores, pues de lo contrario la sección de la bóveda alta quedaría sin contrarresto, expuesta a un desviamiento. ¿Sería esta la causa de su ruina? Mas bien me inclino a creer que este compartimiento tenía mayor altura en la parte confinante con la tribuna, llamada por Morales cimborio, que recordaba las torres de las iglesias francesas contemporáneas y las asturianas anteriores al reinado de Ramiro I, elevadas en la intersección de las naves central y laterales; y más baja en el segundo tramo, que el citado cronista denomina crucero, sin duda por su proximidad al santuario. El ejemplo de una basílica con un solo ábside, como San Tirso, parece que se ha reproducido aquí, pues no se refiere más que a la capilla mayor, sin nombrar las colaterales, señal de que no existían, lo que no es de extrañar, porque las otras dos iglesias trazadas por el mismo arquitecto tenían un altar único, y eran ciertamente innecesarios los de los lados si habían de estar vacíos. Compara Morales la forma de los
testeros de algunas iglesias ovetenses, y dice que el de ésta se parece al de la Cámara Santa, que tiene un solo ábside , mientras que la de Nuestra Señora del Rey Casto era semejante a la de Santullano, con las tres capillas, como así es en efecto. También el canónigo Tirso de Avilés, que logró ver este templo antes de su ruina, cita solamente la capilla mayor, guardando silencio acerca de las laterales, lo mismo que el cronista cordobés (1).
(I) El ingreso a la cúpula mayor de San Miguel de Lillo estaba adornado de seis pilastras de mármol de jaspe por labrar, blancos y colorados, con otros de mármoles. La piedra de Caesar domitat Lancia de que habla Ambrosio de Morales, está en medio del suelo de la tribuna.
La puerta del templo está en la fachada principal, y la forma un gran arco de medio punto de robusto dovelaje, orillado de una abultada imposta que le da el aspecto de una portada Románica. Las jambas que los sostienen ofrecen en la cara interior unos relieves que llaman vivamente la atención por la agrupación de las figuras y por la tosca ejecución, que marca el grado de decadencia a que habla llegado la es cultura en el siglo IX. Su composición está tomada de un díptico consular romano, exactamente copiado, dividido en tres zonas, viéndose en la superior el imperator sentado en el pulvinar, con el símbolo de su autoridad en una mano, y en la otra la niappa, dando la señal para comenzar el espectáculo circense; y a uno y otro lado aparecen dos personajes que deben ser pretores. En la zona del medio se ve un león que acomete a un juglar, apoyado en una maza, con la cabeza abajo y los pies arriba, y en la inferior se reproduce la misma escena que en la superior. Junto a la jamba se separa los tres compartimientos una ancha faja decorada de hojas de laurel imbricadas entre funículos con recuadros en las intersecciones, exornada de flores cuatrifolias, ornatos prodigados en estos ebúrneos dípticos. El Sr. Amador de los Ríos, en la monografía de este templo, dice que el asunto representa el martirio de un santo, viendo en la figura central un Cónsul o un Augusto.
Sin duda el rey Ramiro poseía entre las ricas preseas de su tesoro este díptico consular, y suponiendo que el asunto era religioso, el martirio de un santo, quiso que fuera reproducido en la portada de la iglesia. Sólo así se comprende la presencia de este asunto profano en un templo cristiano.
En la nave central, al pie de las grandes columnas que la separan de las laterales, aparecen dos pedestales de escasa altura, y en su cara superior se encuentran unos huecos circulares cuyo objeto no podía ser otro que para albergar fustes, coincidiendo su diámetro con el de los que se hallaron en las ruinas, hoy custodiadas en el Museo Provincial. (1)
(1) Existe este díptico en el Museo Mayor de Liverpool.
Todo esto, hace suponer que la nave y el crucero estaban divididos por un cancellum, más bien por una arquería de tres vanos sobre columnas, que con los adornos sobrepuestos de láminas de piedra perforadas, abiertas en las enjutas, y la cornisa que la coronaba alcanzaría la altura de los capiteles que sostienen los arcos divisorios de las naves. Es muy probable que, como su hermana la iglesia de Santa Cristina, debida al mismo arquitecto, tuviera ésta en idéntica situación y de igual forma una arquería, que recuerda el Juhé de los templos franceses; y para citar ejemplo más cercano, la que alzaron un siglo después los monjes cordobeses en San Miguel de Escalada, a imitación de las que se veían en las iglesias asturianas de este período. Debió pertenecer al cancelo que cerraba el arco central el bello fragmento de losa custodioda en
el citado museo, exornada de un relieve que representa un animal quimérico inscrito en rica franja de carácter oriental, remedo de una estofa bizantina.
Las capillas mayores de las basílicas contemporáneas solían ser bajas, y para darlas más altura por el exterior se elevaban, como he dicho, sobre sus muros, unas cámaras cual la de Santullano, cuyo tejado subía hasta la rasante del de la nave central. Es de suponer que esta extraña disposición se haya reproducido aquí, y lo confirma el ver que entre la bóveda del coro o tribuna y la de la cubrición aparece también un espacio vacío, algo semejante al que debió existir en el testero. Si el templo, como parece, tenía un solo ábside, las naves laterales debían terminar en el muro de cerramiento, decorado de arcos ciegos, sustentados por columnas que cobijan una hornacina, semejante a la que en igual situación ostenta el testero de Santa Cristina a uno y otro lado de la capilla mayor. Mientras no se hagan excavaciones en esta parte del templo no se puede saber si el santuario estaba a nivel con el pavimento de la nave, o elevado como el de Lena, al que se asciende por escalones; ni si el altar se alzaba dentro o fuera de la pequeña cámara absidal.
Morales y Tirso de Avilés citan las marmóreas columnas que decoraban el crucero y la entrada del ábside, cuyo número, según dice el primero, era de doce, algunos de buen jaspe y pórfido con que se forma el crucero, altar mayor y sus partes. Debían estar distribuidos de este modo: cuatro en la arquería que separaba la nave mayor del crucero; dos sosteniendo el arco triunfal de la capilla mayor, en cuyo fondo, albergados en los ángulos como en la Cámara Santa, había otros dos, guardando simetría con los de la entrada, y los cuatro restantes exornaban los muros que cerraban las naves laterales. A juzgar por el corto diámetro de los trozos de fustes que se conservan, algunas columnas eran de pequeñas dimensiones, que debieron ser alzadas sobre basamentos, como las del ábside de Santullano y las que cita Tirso de Avilés, existentes en su tiempo en la basílica de San Tirso. En efecto son según dicen estos cronistas, de ricos mármoles, pertenecientes a monumentos romanos traídos del interior de España, y no de las ruinas de la imaginaria ciudad de Lucus, como quieren el P. Carballo y algunos modernos historiadores, en donde no han existido construcciones artísticas. Los capiteles, con la doble fila de hojas sin picar que envuelven el tambor, sin caulicalos ni volutas, de tosca y descuidada ejecución, revelan que han sido tallados aquí, como la mayor parte de los que se ven en los edificios religiosos anteriores al reinado de Ramiro I, que reproducen siempre el mismo tipo.
Siguiendo la costumbre observada en las iglesias de Asturias, las luces son altas y bien repartidas para alumbrar convenientemente los diversos cuerpos que forman este pequeño templo. Perforan los muros cerca del sucio estrechas saeteras por donde no puede pasar el cuerpo de un hombre, abiertas más bien para ventilar las naves que para prestarlas luz. Las fenestras llaman la atención por la variedad y complicación de los dibujos de las láminas de piedra caladas, las más bellas, sin duda, de las que exhiben las basílicas de aquel tiempo. Están divididas en dos zonas: la inferior se compone de una arquería de dos o tres vanos, haciendo de parteluces, columnitas de retorcido cable, con sus basas áticas y los capiteles de estilo asturiano, y la superior la forman círculos intersecantes afectando estrellas y otras figuras geométricas de líneas curvas trazadas a compás. Descuellan por su mayor tamaño y por lo intrincado de los entrelazos las de los tramos laterales; y es de sentir que no exista la del ábside, porque en la faja rectangular que orillaba la arquería estaría probablemente consignado el nombre del santo titular, como en Santianes de Pravia, o una larga leyenda con la era de la consagración, como en San Martín de Salas. El elemento decorativo dominante en este monumento es el cable, que como en Santa María cubre las lineas arquitectónicas, substituyendo a las molduras de origen clásico en las impostas que separan las bóvedas de los muros, en las que orillan los arcos y en las esculpidas jambas del ingreso. Pero las que llaman vivamente la atención son las basas de las grandes columnas divisorias de las naves, y aún más los capiteles de forma tan extraña como los iconísticos de las otras dos iglesias hermanas, cuya obscura procedencia intentaré explicar más adelante sin muchas probabilidades de acierto. Ya hemos visto que las basílicas ovetenses tenían los aleros de los tejados de madera, sostenidos por zapatas de piedra que aún se conservan en las que nos quedan de aquel tiempo; mas al eliminar de las construcciones abovedadas de Naranco todo material combustible, se hicieron las cornisas de delgadas losas de sillería de corte rectangular, sin molduras, canecillos y otros ornatos, y de tan escaso vuelo, que apenas protegen los muros de las lluvias, en este país muy frecuentes.
Alguien ve en el cuerpo central de este monumento reminiscencias lejanas del arte bizantino, que en tiempo de Carlo- magno se manifiesta en algunas construcciones francesas. Al mediar el siglo VI (554), los orientales, bajo el imperio de Justiniano, se apoderaron de gran parte de las costas españolas del Mediterráneo, en donde crearon importantes colonias durante su dominación, hasta que en el año de 625 fueron arrojados del país para siempre. Este suceso histórico ha hecho suponer a nuestros arqueólogos que aquellos conquistadores, más civilizados que los bárbaros y los hispano romanos, habrían erigido monumentos cuya original arquitectura se reflejaría en los construidos por los visigodos en la sexta y séptima centuria, alcanzando su influencia a los que después se alzaron en Asturias. Paulo Diácono y otros historiadores dicen que las relaciones mercantiles entre España y Constantinopla eran muy frecuentes y de allí venían las ricas estofas decoradas de artísticos adornos, especialmente la indumentaria religiosa, que en un documento del tiempo de la monarquía asturiana se llama grecisca, por su procedencia oriental. Nada de extraño tiene que estos ornatos pasaran de las orlas de las telas, de las iluminaciones de los códices y de los relieves e incrustaciones de la orfebrería, a los frisos, a las aras de los altares y a las cancelas de los ábsides. En efecto; los numerosos restos decorativos que se conservan de la época visigoda acusan la mayor parte su filiación bizantina, y lo mismo sucede en Francia y en la Italia del Norte sometida a las influencias artísticas del Exarcado de Rávena.
Pero esas influencias sólo se manifiestan en la decoración, no en la forma de los templos, que continuó siendo latina, empleándose con preferencia la tradicional planta de basílica, como puede verse en los monumentos erigidos por los visigodos establecidos en Asturias cuando la invasión musulmana, en los que no aparece jamás la cúpula ni otra bóveda que las de medio cañón. Los mismos bizantinos, aun en la época de Justiniano, cuando se levantaba Santa Sofía, aunque innovadores en el arte de construir, no podían olvidar las tradiciones clásicas, reproduciendo en la mayor parte de sus edificios religiosos la planta de los que Constantino había levantado en Roma, que tan admirablemente satisfacían las necesidades del culto cristiano. Dado el medio ambiente artístico de España eminentemente latino, si los orientales erigieron templos en sus colonias mediterráneas, serían de forma basílica), y así lo hace creer la cella, poco ha descubierta en Elche, de planta rectangular y ábside curvo, que por los caracteres griegos de su espléndido pavimento de mosaico revela ser de procedencia bizantina.
Algunos arqueólogos creen ver en la traza de San Miguel, casi cuadrada, con un cuerpo central rodeado de otros más bajos que ascienden en escalón, un vago recuerdo de una iglesia bizantina, que en vez del domo sobre pechinas está coronada de una torre cubierta de bóveda.
No hay que buscar en la arquitectura oriental formas semejantes; las tienen algunos baptisterios de Occidente desde la época de Constantino, porque como no se celebraban en ellos los oficios divinos y su objeto no era otro que para albergar los labros o piscinas del agua lustral, no se les dio la forma basilical que tan bien se adaptaba a las imposiciones del culto, sino la circular, ochavada y hasta cruciforme, siendo el único que nos queda, aunque alterado por restauraciones, el de la sede Egarense, cuya planta y construcción difieren bastante de la de esta iglesia.
No por eso he de decir que en San Miguel de Lillo se reprodujo una de las diversas plantas que tienen los baptisterios, pero tampoco en cuentro semejanza, en cuanto a la construcción se refiere, con un templo bizantino formado de naves de igual anchura que se cruzan en ángulo recto, alzándose en]sus intersecciones de cuadrada planta cúpulas hemisféricas sobre pechinas que descansan directamente sobro los cuatro arcos del crucero, cual la de Santa Sofía, o elevadas sobre un tambor, como en las iglesias erigidas del siglo IX en adelante, reproducidas en Occidente durante el período románico, y especialmente en el Renacimiento, en que se cubren con las galas del greco-romano, adquiriendo suprema belleza en el ingente domo de San Pedro del Vaticano. Si la disposición de la planta de San Miguel difiere de la de los templos de la época anterior, no es debida a influencias venidas de fuera ni al capricho del arquitecto, sino a la imprescindible necesidad de cubrir de bóveda a gran altura los diferentes cuerpos que se agrupan alrededor de la nave central, contrarrestándose mutuamente, problema difícil de resolver, dado el atraso en que había caído el arte de construir. El nombre de cimborio con que Ambrosio de Morales denomina a la parte culminante del edificio, ha dado lugar a la suposición de que estaba coronado de una cúpula, y así opinaban los arqueólogos Tubino y D.Pedro de Madrazo, deduciendo de este falso hecho la filiación bizantina de este monumento. El Sr. Lampérez, al ver el trazado de la planta que se aproxima al cuadrado no vacila en clasificarla como perteneciente al tipo dominante en Bizancio, substituida la cúpula típica por la mayor elevación de la bóveda central.
Una sola iglesia conocida, algo semejante a la de San Miguel de Lillo, existe en Francia: la de St. Germigny-des-Pres, erigida en 806 por el obispo de Orleans Teodulfo, según dice la inscripción grabada en los muros de este célebre monumento. Su planta afecta un cuadrado perfecto, dividido en nueve compartimientos, formado el del centro por cuatro pilares rectangulares, que sostienen la linterna, alta como una torre, alrededor de la cual se agrupan escalonados los ocho cuerpos más bajos y los tres ábsides con que terminan la nave central y los brazos del crucero, que trazan una cruz griega. La bóveda que la cubre es posterior a la construcción del edificio, y antes la coronaba un campanil de madera, la tristega, generalmente empleada en las iglesias francesas anteriores a Carlo magno. La forma ultrasemicircular de la planta de los ábsides, reproducida también en los arcos divisorios de las naves y en todos los vanos, era desconocida en Francia y lo mismo en Italia, por lo cual los arqueólogos franceses han ido a buscar su procedencia al Oriente. No tenían necesidad de ir tan lejos, pues en España encontrarían monumentos de los siglos VI y VII, como las basílicas de Cabeza de Griego y San Juan de Baños, en las que se emplea sistemáticamente esta clase de arcos; y como sabemos positivamente por los historiadores franceses que en aquel país, durante el periodo merovingio, se hacían muchas construcciones á la manera gótica (gothica manu), nada de extraño tiene que entre los elementos arqui tectónicos aportados por los visigodos se contara el arco de herradura, y de ahí su presencia en este minúsculo templo, levantado por un obispo español. Como los arqueólogos españoles ven influencias bizantinas en San Miguel de Lillo, los franceses encuéntranlas también en St. Germigny. Respeto profundamente su autorizada opinión, pero no puedo adherirme a ella porque ni en uno ni en otro monumento aparece la cúpula sobre pechinas que caracteriza aquella peregrina arquitectura, introducida más tarde en Occidente, coronando los cruceros de nuestras catedrales, de elevados dorados, como el de la vieja sede salmantina.
PLANTA ORIGINAL DE SAN MIGUEL DE LILLO O LIÑO.
POSTAL DE SAN MIGUEL DE LILLO (1930).
ARTE PRERROMÁNICO ASTURIANO (S.IX). OVIEDO.
(Colección particular, Benedicto Cuervo).
BASÍLICA DE SAN TIRSO.
Los historiadores francos citan con frecuencia las capillas que los monarcas levantaban en sus palacios, como las de Aquisgrán e Ingelsehim por Carlomagno. Alfonso el Casto, imitador de este gran emperador y de los reyes visigodos, edificó, según cuentan nuestros cronistas, al lado de su aula regia, una capilla que por sus vastas proporciones era y es más bien un templo, que al cabo de once siglos está sirviendo de iglesia parroquial al barrio más importante de la ciudad.
Las restauraciones y mutilaciones que ha sufrido este monumento desde los comienzos del siglo XVI a nuestros días, han alterado sus primitivas formas, siendo muy difícil precisar el estado en que estaba en la novena centuria. Su erección, como la de todos los edificios religiosos que rodeaban la basílica del Salvador, es posterior al año de 812, en que su egregio fundador donó a la Sede Ovetense, en aquel célebre testamento, las construcciones entonces existentes, entre las que no aparece ningún templo, siendo levantada después que cesaron las irrupciones de los árabes por Asturias, suceso acaecido con posterioridad a la fecha de la citada donación. El Sr. Amador de los Ríos fija en su monografía de la Cámara Santa la construcción de esta iglesia y la de Santullano en el año de 830, apoyándose en la autoridad del Padre Carballo, pero como no consta esadataen los documentos contemporáneos, y en las inscripciones que se han encontrado al hacerse las últimas restauraciones, carece de valor la afirmación de este ilustre arqueólogo.
Mantúvose en buen estado de conservación hasta el año de 1521, en que el terrible incendio que destruyó la ciudad consumió la bella techumbre de madera, sustituida por otra más mezquina, de cuya armadura se conservan algunos restos. Pobreza tanta no parecía decorosa en los primeros años del siglo XVIII, época nefasta para las basílicas asturianas, que fueron reedificadas totalmente como Santa María del Rey Casto, o vestidos sus muros y pilares de barroca arquitectura como la de San Tirso.
Dice el Sr. Canella en su "Guía de Oviedo", que en 1723, predicando en esta iglesia el misionero franciscano Padre Lavarejos, y viendo su miserable estado, cubierta de teja vana, excitó a los vecinos a repararla y ponerla decente, y por popular cuestación se cerraron de bóveda, ábside y naves.
No podemos tributar a esta basílica las encomiásticas frases que le dedican los antiguos escritores, por haber perdido su carácter artístico con las profanaciones de que ha sido victima, especialmente las sufridas en nuestros días (1).
(1) Basilicam in honorem Sti Martiris Tirsi prope palatium condidit cuyus operis pulchritudo plus presentes possuut mirari quam eruditus scriba laudere. Pelayo Ovetense.
Illam capellain nostram sancti Tirsi damus et concedimus hic in Ovetum. Donación de Alfonso III de Basilicam St Tirsi miro edificio cum multis angulis fundamenta vit. Albeldense. Ecclesiam B. Tirsi martiris in eodem cementerio pulcro opere fundamentavit. Silense.
La fachada principal, que es la que hoy tiene, y su mayor ingreso miraban al cementerio del Salvador, y estaba protegida por un pórtico, restaurado en 1723 y derribado en 1870, donde tenía sus reuniones el Concejo durante la Edad Media, y se celebraban actos religiosos, como la solemne entrada de los obispos en la catedral.
En el plano de Oviedo, levantado a mediados del siglo pasado, aparece la planta de esta iglesia, no rectangular sino romboidal, apenas perceptible a la vista, y esta forma si la tuvo, fue debida a la irregularidad del emplazamiento limitado por construcciones anteriores y vias públicas, como la angosta calleja que lleva el nombre del templo, adonde da el imafronte, desnudo de vanos, de pobrísima mampostería ennegrecida por el tiempo, separado apenas un metro, de un robusto muro que sería probablemente el del primitivo recinto de Alfonso el Casto.
La planta de esta iglesia es de forma basilical, de tres naves, la central de seis metros cuarenta centímetros de anchura, y de tres metros ochenta y cinco centímetros cada una de las laterales, teniendo una longitud desde los pies hasta el ingreso del Santuario de veinte metros cuarenta y seis centímetros. El testero estaba cerrado por un solo ábside, como en las basílicas constantmianas, reproducidas por los visigodos y los francos, con un altar único, que citan los primeros historiadores de la Monarquía, los cuales al referirse á las iglesias hermanas de ésta, Santa María y Santullano, consignan la existencia de tres aras albergadas en igual número de ábsides, y de las reliquias ocultas bajo la sagrada Mesa; y ciertamente que si este templo estuviera bajo la advocación de otros Santos, no dejaría de decirlo el obispo D. Pelayo en cuyo pontificado fueron restaurados, como he dicho, la mayor parte de los altares de la catedral y de las iglesias de la ciudad, entre los que no aparece el de San Tirso. La inspección del monumento confirma mi fundado parecer, de que no ha tenido más que un ábside.
Mirado el testero por el exterior, hoy cubierto de espesa capa de cal, percíbense aún las esquinas que enlazaban los muros central y laterales, coronadas de unas zapatas que sostenían el alero del tejado, marcándose las pendientes de las aguadas levantadas a mayor altura cuando la reforma del edificio en 1723. Las paredes de los lados formaban ángulos entrantes con la de cerramiento de las naves pequeñas, en las cuales estarían probablemente perforados los ingresos que trazo en el plano. Estos muros estaban reforzados con contrafuertes para resistir el empuje de la bóveda, formando numerosos ángulos entrantes y salientes,que llamaron la atención al Albendense que lo consigna en su crónica.
Durante el período ojival, que en Asturias se alargó hasta mediados del siglo XVI, fue construido el ábside del lado del evangelio, cubier to de tosca bóveda de crucería levantada acaso después del incendio de 1521; y en el opuesto se alzó en el XVIII la capilla en donde se contempla sobre el altar una hermosa tabla de escuela flamenca. Se conoce a primera vista que este ábside es posterior a la erección del templo, no sólo porque su fábrica y vano llevan el sello del barroquismo de la época en que se hizo, sino por el muro lateral del cerramiento, que en vez de estar en línea recta con el de la nave, se inclina marcadamente hacia dentro, sin duda para dejar algo más amplia la vía pública.
El muro de la nave oriental ha desaparecido con la construcción de las capillas sepulcrales de linajudas familias ovetenses, que ocupan probablemente el lugar de una galería cubierta o pasadizo paralelo al templo, que serviría acaso de comunicación con el palacio de Alfonso el Casto, que estaba cerca, prope, según dice el historiador D. Pelayo, como hoy está el del obispo que ha sustituido al del siglo IX. De ese cuerpo exterior se conserva en la fachada que da a la calleja de San Tirso, adonde no alcanzaron las restauraciones, la pared, cuyos materiales y estructura acusan su unidad constructiva con la mazonería de toda la obra, siendo el tejado que le corona continuación del de la nave, y con la misma pendiente. Pudiera ser este muro el de cerramiento de un pórtico, como el del imafronte, destinado a enterramientos de elevados personajes en alzadas tumbas, mientras que la plebe era inhumada en el inmediato cementerio.
Las pilastras que separan las naves son de piedra de sillería de trozos desiguales, y para ocultar su pobreza y tosquedad, cuando la restauración del siglo XVIII, las cubrieron y recrecieron con ladrillo y
yeso que en estos días han sido adornadas de columnitas en los ángulos que no hacen buen efecto. Contrasta la pesadez y abultamiento de estos pilares con la esbeltez de los arcos, que conservan su primitivo dovelaje, de marcado despiezo, que fueron relabrados, desapareciendo una ligera estría paralela a la arista que aún se ve en el arco correspondiente al ingreso. En 1878, al hacerse en esta iglesia varias obras de reparación, se desnudaron algunas pilastras, encontrándose, grabadas en los paramentos que miran a la nave principal, mutiladas inscripciones de carácter religioso, como era costumbre entonces, según vemos en San Salvador de Priesca y de Fuentes, que desgraciadamente no dan luz para fijar la era de la fundación y consagración del templo (1).
Obsérvase en la planta una grave infracción de las reglas de la simetría, y es que las pilastras no tienen igual separación, y por consiguiente, los arcos no son de un mismo radio, apareciendo el primero, próximo al ingreso, con una luz de 3,75 metros; el segundo, de 3,85; el tercero, de 4,85, estrechándose desmesuradamente el cuarto, que no pasa de 2,90. No se comprende semejante anomalía, si bien el arquitecto habrá tenido sus razones para hacerla; pero lo más extraño es que a este último arco, para elevar su clave a la altura del anterior, se le ha dado la forma apuntada bastante aguda, que no se encuentra en ningún monumento de aquel tiempo y menos en los de Asturias, en que se daba al arco de medio punto toda la elevación que se quería, con un exagerado peralte. La aparición de la ojiva en este vano no tiene fácil explicación, y hace recordar el que de igual traza existe en la mezquita de Córdoba de la misma época, solitario y perdido en aquellas innumerables arquerías de curvatura semicircular y de herradura. Pudiera caber la duda de si este arco y los demás han sido construidos al hacerse la restauración de 1723; pero se desvanece, cuando desde la bóveda de la nave lateral del Mediodía se ve ía vieja estructura del muro que sobre ellos gravita, que aún conserva en su coronación algunas zapatas, que recibían el alero del tejado, de idéntica forma y dibujo que las de Santullano.
Márcase perfectamente la línea de separación entre la pared antigua y la moderna, alzada muy posteriormente para dar mayor altura a la iglesia. El suelo es de madera, apoyado en los machones que resaltan del muro del imafronte, haciéndose la subida por uno de los camarines que están a los pies del templo, sirviendo el otro probablemente de sacristía.
De las bellezas de esta iglesia, tan alabadas por los escritores del siglo IX, sólo queda el magnífico ajimez que presta luz al santuario, el más notable, sin duda, de los que exhiben los monumentos de este país de aquel periodo artístico. Cuatro columnas, dos aisladas haciendo de parteluces, y las otras dos adosadas a las jambas sostienen los tres arcos en que está dividido el vano, que se levanta dos metros sobre el nivel del suelo. Molduradas basas de abultados toros sustentan los cilindricos fustes, y sobre ellos campean los capiteles, separados por collarinos funiculares, desarrollándose alrededor del tambor doble fila de hojas bien perfiladas con palmeras por volutas que se arrollan bajo el corintio ábaco de frentes curvilíneos, exornado de rosas en los centros, de estilo genuinamente asturiano, como los de la vecina Cámara Santa.
Siguiendo la costumbre, el intercolumnio central es más ancho para dar mayor diámetro al arco que rompe la monotonía de la arquería, la cual no tenía láminas de piedra perforadas, sino que se cerraba con hojas de madera que abrían hacia fuera, cuyos quicios se conservan incrustados en el muro. Los arcos son de excelente ladrillo, no enlucido como los de Santullano, marcándose las juntas con gruesa lechadas de cemento. Encuadra graciosamente el conjunto una moldurada imposta que llega por los lados a la altura de los capiteles.
BASÍLICA DE SANTULLANO.
A media milla de Oviedo, en sitio ameno y próxima a la vía que conduce a la romana Gigia, el Rey Casto levantó una basílica bajo la advocación de los Santos Julián y Basilisa que padecieron el martirio en Antioquía, y a quienes el rey Fruela había erigido, al lado de la iglesia del Salvador, un templo destruido por los árabes en la invasión del 794.
Heredó Alfonso la devoción que su padre profesaba a estos héroes del cristianismo, y cuando restauró la catedral, les dedicó altares que más tarde fueron trasladados al ábside meridional de Santa María del Rey Casto. El piadoso monarca quiso honrar la memoria de aquellos mártires, dedicándoles el magnífico templo que hoy se admira, que por fortuna ha llegado a nuestros días sin haber sufrido las restauraciones y las mutilaciones que los demás monumentos ovetenses que nos quedan de la novena centuria. Si se echara abajo el miserable pórtico que oculta y asombra el imafronte; si se derribara la bóveda tabicada del siglo XVIII que cubre las naves, y en vez de los feos y churriguerescos retablos adosados a los muros de los ábside, que impiden ver las arquerías que los decoran, se alzaran las mesas de los altares, aisladas, podríamos contemplar la vieja basílica tal cual estaba cuando el arquitecto Tioda la levantó. Cítanla con elogio los cronistas contemporáneos, que cuentan que su fundador tenía allí cerca una villa suburbana, con un palacio, triclinios, baños y numerosas dependencias y extensas propiedades. (1)
(1) Aedificavit etiam a circio distante a palatio stadium unum, Ecclesiam in memoriam Sti Juliani Martiris circumpositis hinc et inde geminis altaribus mirifica instrucciones decoris. Sebastián de Salamanca. -Según Quadrado, corresponde a lo que dice este cronista con lo que añade el Albeldense, de esta iglesia: Admitens hinc et inde títulos mirabile compositione togatos.— En una escritura de donación no incluida en el Libro Gótico, que lleva la fecha equivocada de 862, Alfonso III dice: Extra villam ipsam de Oveto per medio miliare concedimus eciam ecclesiam domini Juliani cum nostris palaciifl et balneis et triclinis etcum suis totis adiacentis ab integro.
Los reyes y altos personajes solían hacer sus moradas al lado de los templos por ellos construidos, siguiendo la costumbre de los Pontífices romanos, que unidas a sus grandes basílicas de Santa María la Mayor, San Juan de Letrán, San Pedro del Vaticano y otras, alzaban suntuosas viviendas; y para citar ejemplo más cercano, el de San Tirso, que formaba parte del aula regia de Alfonso el Casto. Cuando la sede ovetense fue elevada a metropolitana, Alfonso III destinó los mejores templos de Asturias más cercanos a la capital para residencia de los obispos que venían a la Corte, siendo este palacio e iglesia morada de los prelados Dulcidlo de Salamanca, y Jacobo de Coria, asistentes al Segundo Concilio ovetense, celebrado en la basílica del Salvador. Pertenecía, a fines del siglo IX, a una comunidad religiosa, probablemente dúplice, y en la segunda mitad de la Edad Media, aparece bajo el poder del monasterio de San Pelayo, cuya abadesa, en recuerdo de su antiguo dominio, conserva todavía el derecho de presentación del párroco (1).
(1 )In suburbe Oveti monasterium Sti lulani cum suis adjacentis ab integro. Donación de Alfonso III de 905. Escritura del monasterio de San Pelayo, citadas por D. José María Flórez en su estudio sobre esta iglesia, publicado en las actas de la Comisión de monumentos históricos y artísticos de la provincia, en marzo de 1874.
ESTE
OESTE
PLANTA DE LA BASÍLICA DE SANTULLANO
La planta de esta basílica afecta un paralelogramo de doble longitud que anchura, comprendiendo en su área el vestíbulo o narthex con dos apartamientos laterales, la nave central y las pequeñas, el es pacioso crucero y los tres ábsides. La armonía y buena correspondencia que tienen entre sí las partes que forman el conjunto es tal, que hacen de esta basílica un tipo perfecto en su género, dándonos una idea aproximada del plan y disposición de la del Salvador, de la que puede considerarse como una reproducción. No es extraño que los templos ovetenses tengan iguales formas, o al menos, muy parecidas, que les dan un aspecto un tanto monótono, porque han sido levantadas por un mismo arquitecto y en corto espacio de tiempo, que ha impreso en ellos su manera particular de construir. Interrumpe la simetría del recinto un cuerpo saliente rectangular de piso alto, adherido al brazo septentrional del crucero, que se conoce ha sido levantado poco des pués que el edificio, pues sus muros no se enlazan con los de aquél, si bien la estructura de la mazonería y sus materiales son idénticos.
Los historiadores francos dicen que en las grandes basílicas, especialmente en las de planta cruciforme, había unas cámaras o tribunas elevadas llamadas Salutatorium, desde donde los reyes, los obispos y los altos personajes presenciaban los oficios divinos, sirviendo al par de salas de espera o de recepción. No podía ser otro el destino de esta habitación, que tenía un ingreso especial por la parte exterior para que los asistentes á los actos religiosos no se confundieran con la plebe al atravesar las naves, y unas ventanas hoy tapiadas, cubiertas de arcos de ladrillo de medio punto. Con la construcción de este cuerpo quedó el crucero con poca luz, y para dársela se abrió en el lado opuesto un gran vano terminado en semicírculo, que hubo que reducir de diámetro más tarde porque comprometía la estabilidad de la fábrica la falta de contrarresto a su presión. La actual sacristía, que con el Salutatorium da a la basílica la forma de una cruz, que no tuvo al principio, es de construcción moderna, como lo indica la estructura de sus muros que tampoco se enlazan con los primitivos, y la imposta que los corona, obra acaso contemporánea del vestíbulo que precede al narthex.
Para que la planta tuviera proporciones armónicas, el arquitecto tomó como base de medición el cuadrado, dando al edificio doble longitud que anchara (8 metros por 2), lo mismo que al crucero (6,90 metros por 2), siendo cuadrados casi perfectos los tres compartimentos del imafronte y ábside central, teniendo de largo la nave mayor próximamente vez y media que su latitud. Precede al cuerpo de la iglesia el narthex, y a uno y otro lado se ven los ingresos adintelados de ambos camarines o retretes que no tienen comunicación con el interior, cobijados como el vestíbulo, bajo una techumbre de madera de dos vertientes, y estaban dedicados a sacristía, tesoro o biblioteca.
La nave central está separada de las laterales por arquerías de tres vanos, sostenidas por pilastras rectangulares de piedra de talla compuestas de salientes basas, de macizos fustes, y las impostas que los coronan formadas de filetes, toros y plintos sobre los que descansan los arcos de medio punto también de sillería, sin molduras, ocalto su dovelaje por el yeso y la pintura. No se ven como en otras basílicas de aquel tiempo inscripciones grabadas en los frentes de las pilastras que miran a la nave central, ni se han encontrado sobre los arcos del crucero y de los ábsides, que pudieran ilustrarla historia del monumento. El carácter artístico de estas arquerías como todas las de este templo es eminentemente clásico, y no tiene nada de extraño que le recordaran a Carballo, y sobre todo, a Ambrosio de Morales, las de las iglesia del Rey Casto y de otros monumentos visigodos de Castilla, existentes en su tiempo, semejantes a los de la antigua Roma, cuya arquitectura reproducía Herrera en aquellos días en los claustros menores del Monasterio del Escorial.
La nave central tiene una cubrición de dos aguadas, y de una las pequeñas, quedando entre ambas, por la diferencia de altura, un elevado muro, perforado cerca del alero del tejado, de ventanas situadas a plomo de las claves de los arcos, que alumbran esta parte del templo, quedando las laterales con tenue luz, debido a la costumbre que había entonces de no abrir vanos en las paredes de cerramiento; o cuando más, unas estrechas saeteras para dar ventilación al interior del templo.
La puerta que se ve en el muro meridional, cerca de uno de los camarines, cubierta de un arco de medio punto, entre dos contrafuertes, es de construcción moderna, acaso del siglo XVIII, en que esta iglesia sufrió diversas restauraciones.
Del muro del ingreso a la nave, se destacan dos salientes machones en línea con las arquerías que sostienen el coro alto, de madera, semejante a los del panteón de los reyes y de la iglesia de San Tirso, al que se subía por una escalera situada en una de las pequeñas estancias que forman las naves laterales a los pies de la basílica. El arco toral que da paso al crucero, para darle las mismas dimensiones que al triunfal del santuario, se le elevó sobre dos grandes pilastras correspondientes a las de los ábsides, más altas que las de las arquerías, perforadas a un metro del suelo por un gran vano rectangular, cada una, que al par que prestan más luz a la nave, producen un bello efecto. Igual que la de ésta, es la anchura del crucero, en cuyo frente aparecen las tres capillas absidales, escalonados sus ingresos, dominando el mayor sobre los colaterales, donde estuvo, en el centro del elevado muro que recibe la cubrición, la imagen de Cristo en la Cruz flanqueado de dos santos, y a los lados se leían inscripciones votivas o religiosas que acaso estarán ocultas por la yesería de la bóveda moderna. Arrimado a una de las pilastras del crucero, campea el moderno pulpito, al que sirve de pedestal un magnífico trozo de fuste de mármol blanco veteado, que por la riqueza del material y por el delicado perfil de su entasis, revela pertenecer a los buenos tiempos del arte romano. Esta columna, por su diámetro, parece que estaba destinada a recibir el arco toral de un ábside, pero no de esta basílica, porque están sostenidos por pilastras.
Toda la riqueza artística la guardó el arquitecto para el Santuario central. El arco triunfal que le precede se levanta sobre el suelo del crucero la altura de un paso, como los laterales, descansando sus salmeres sobre las impostas de las robustas pilastras que los sustentan, contrastando la severidad clásica de sus líneas con la espléndida exor nación del interior del ábside. Decoran los paramentos de los lados arquerías ciegas de dos vanos simulados, apoyándoselos arcos próximos al ingreso en antas o pilastras de mármol, de forma semejante a las que flanquean la entrada de la cisterna romana del conventual de Mérida y de otras ciudades monumentales del interior de España, lo que prueba su procedencia visigoda. Cubren toda la superficie ornatos de escaso relieve, que representan figuras geométricas, como cuadrados inscriptos en octógonos, y entre sus líneas aparecen perfiladas folias, que recuerdan los dibujos de los códices y de la orfebrería de aquel tiempo.
En los capiteles que las coronan se refleja el estilo corintio, con la doble fila de hojas de acanto picadas y de poco vuelo, que recibe el ancho ábaco festonado de ondulantes tallos. Las columnas que los sostienen se componen de molduradas basas que asientan sobre el pavimento, ocultas las próximas al muro del testero, por haberse elevado el nivel del suelo la altura de un escalón, para hacer más visible el moderno altar.
Los marmóreos fustes, de veintiocho centímetros de grueso, están separados de los capiteles por abultados collarinos funiculares, brotando de ellos las hojas que en dos filas sobrepuestas envuelven el tambor, iniciándose en algunos los caulícalos bajo el pesado abaco, decorados los frentes, como las de las antas, de serpeantes tallos con folias en sus ondulaciones. No exornan los arcos impostas ni molduras, y la espesa capa de yeso que los cubre, no permite ver la estructura de su construcción que será probablemente de ladrillo, prodigado en los cerramientos de los vanos exteriores.
El muro del testero está también ornamentado de arquerías como los laterales, pero sus fustes no descansan en el suelo sino en un podio o basamento, elevado un metro quince centímetros, sin duda para que las columnas no estuvieran ocultas por el altar, y hoy lo están por el churrigueresco retablo que llena todo el frente del Santuario. En el intercolumnio central se abre la fenestra que daba luz al ábside, y los de los lados la reciben ahora por pequeñas ventanas abiertas en los muros laterales. Sólo las tres capillas están cubiertas de bóvedas de medio cañón, que arrancan de una imposta de igual forma y de la misma altura que las de las pilastras que sostienen los tres arcos triunfales.
El ejemplo de la basílica del Salvador, en cuyos santuarios se albergaban más de un altar, vease reproducido aquí conteniendo el central dos: "geminis altaribus, mirifica instrucciones decoris", como dice Sabastián de Salamanca; uno dedicado a San Julián y el otro a su esposa Basilisa. Los ábsides pequeños tenían sus paramentos desnudos de exornación, y todavía conserva el meridional el primitivo pavimento de hormigón romano, de igual estructura que el de la Cámara Santa, que nos da una idea de cómo estaban soladas las iglesias de aquel tiempo, habiendo desaparecido estos suelos del siglo XII en adelante, en que empezaron a hacerse las inhumaciones dentro de los templos.
Según cuenta el historiador Carballo, aún existía en el siglo XVI el altar de la novena centuria, bajo cuya ara yacían las reliquias del Santo titular; y en el ábside opuesto se alzaba otro altar de idéntica traza, destruido como todos, para alzar los miserables retablos que afean este interesante monumento histórico y artístico.
Es muy notable la cubrición, que puede considerarse como un perfecto modelo de las que coronaban las basílicas visigodas, y sus sucesoras las asturianas, de la que se conservan importantes restos aprovechados en ulteriores restauraciones. Como el edificio se compone de diferentes cuerpos, agrupados y escalonados alrededor del crucero, que es la parte culminante, los aleros horizontales de los tejados están a distintas alturas, más bajos y al mismo nivel los de los camarines que flanquean el vestibulo, los ábsides y naves pequeñas, sobreponiéndose los de la central y capilla mayor, y estos a su vez son dominados por los del crucero, único compartimento que no tiene su cornisa en la dirección del eje del monumento sino perpendicular a él.
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