- Introducción
- Problemática de la tercera edad
- Felicidad y tercera edad
- Intelectualidad y tercera edad
- La salud en la tercera edad
- La decrepitud
- Calidad de vida
- Lucha contra la senescencia
- Conclusión
Esta monografía, cuyo autor es Jscf, o más abreviadamente Jc (léase "Jotacé"), presenta el fruto individual de un estudio e investigación profundos acerca del tema que se expone, citando frecuentemente de diversas fuentes informativas consideradas fidedignas (al menos por el autor, Jotacé). Y como toda obra de investigación que se precie de serlo, la presente no puede eludir ser sometida a revisión futura, al objeto de eliminar eventuales errores y refinar las ideas manifestadas. Además, es intelectualmente libre, en el sentido de no estar vinculada oficialmente a ninguna organización académica, benéfica, política, religiosa y así por el estilo (siendo el objetivo principal de dicha "desvinculación" el deseo de descargar a las entidades aludidas o citadas de cualquier responsabilidad por las erratas y errores que pudieran detectarse en la actual monografía).
Según la Wikipedia, la "tercera edad" es un término antropo-social que hace referencia a las últimas décadas de la vida, en la que uno se aproxima a la edad máxima que el ser humano puede vivir. En esta etapa del ciclo vital, se presenta un declive de todas aquellas estructuras que se habían desarrollado en las etapas anteriores, con lo que se dan cambios a nivel físico, cognitivo, emocional y social. A pesar que esta fase tiene un punto final claro (la muerte), la edad de inicio no se encuentra establecida específicamente, puesto que no todos los individuos envejecen de la misma forma. No obstante, debido a que la edad biológica es un indicador del estado real del cuerpo, se considera que se trata de un grupo de la población que tiene 65 años de edad o más.
En el Japón, la vejez es un símbolo de estatus; es común que a los viajeros que se registran en los hoteles se les pregunte la edad para asegurarse de que recibirán la deferencia apropiada. En contraste, en Estados Unidos el envejecimiento por lo general se considera indeseable. Los estereotipos sobre el envejecimiento, internalizados en la juventud y reforzados por décadas de actitudes sociales, pueden convertirse en estereotipos personales, que a nivel inconsciente y a menudo actúan como profecías que se autorrealizan.
Este grupo de edad (de 65 años o más) ha estado creciendo en la pirámide de población o distribución por edades en la estructura de población, debido principalmente a la baja en la tasa de mortalidad por la mejora de la calidad y esperanza de vida de muchos países.
Las condiciones de vida para las personas de la tercera edad son especialmente difíciles, pues pier- den rápidamente oportunidades de trabajo, actividad social y capacidad de socialización, y en muchos casos se sienten postergados y excluidos. En países desarrollados, en su mayoría, gozan de mejor nivel de vida, son subsidiados por el Estado y tienen acceso a pensiones, garantías de salud y otros beneficios. Incluso hay países desarrollados que otorgan trabajo sin discriminar por la edad y donde prima la experiencia y capacidad.
Las enfermedades asociadas a la vejez (Alzheimer, artrosis, diabetes, cataratas, osteoporosis etc.) son más recurrentes en los países en vías de desarrollo que en los desarrollados. El Día Internacional de las Personas de Edad se celebra el 1 de octubre.
La Geriatría estudia la prevención, curación y rehabilitación de enfermedades en la tercera edad; y la Gerontología estudia los aspectos psicológicos, educativos, sociales, económicos y demográficos relacionados con los adultos mayores. Hoy en día existen especialidades como la "gerontología psiquiátrica" (o psiquiatría gerontológica), que incluyen variables como la calidad de vida y otros fundamentos científicos. También existe la educación gerontológica, que tiene como finalidad orientar los preceptos pedagógicos a la ciencia de la gerontología para enriquecerla y reforzarla. Se ha desarrollado también como una tecnología social de apoyo e industrialización y de avances científicos.
La tercera edad, al igual que la terminología de "seniors" para "elders" (en el inglés) tienen todos el propósito de esquivar los prejuicios y la discriminación. Algunos de ellos sí lo logran, y en gran medida; otros, por el contrario, generan nuevas máscaras.
Problemática de la tercera edad
Continuando con la Wikipedia, La tercera edad es una etapa de la vida en la que el ser humano elabora una reflexión de lo que ha logrado en su trayectoria de vida, así como de las oportunidades que se han dejado pasar o simplemente se han postergado. Cabe señalar que en esta etapa se hacen presentes los trastornos biológicos y psicológicos. Es decir, se comienza a tener problemas con la vista, la audición, el habla, el equilibrio y la pérdida de memoria.
También suele perderse a seres queridos y amigos, y la incapacidad para participar en actividades que antes solía realizarse a menudo. Esto puede resultar en una desestabilidad emocional que da lugar a emociones negativas como la tristeza, la ansiedad, la soledad y la baja autoestima, que a su vez conducen al aislamiento social y la apatía. La consecuencia más grave sería la depresión crónica o la depresión que es recurrente y persistente. Ésta puede tener efectos físicos que incrementan el índice de mortalidad de los hombres y mujeres.
La depresión puede llevar a hábitos alimenticios que acaben resultando en obesidad, provocando también pérdida considerable del apetito y la reducción de niveles de energía, ocasionado a veces un trastorno conocido como "anorexia geriátrica". Asimismo, pueden experimentarse índices más altos de insomnio y tiempos de reacción más prolongados de lo normal, lo que aumenta los riesgos asociados con cocinar y conducir. Es por esto que se debe poner un especial interés en la vida de los adultos mayores o de la tercera edad, ya que si ellos son acompañados en esta etapa de cambios, y se sienten apoyados, se puede reducir el riesgo de padecer depresión. También si ellos ejercitan su memoria y realizan actividades, ya sean físicas o recreativas, a un ritmo moderado, pueden sentirse útiles y así motivarse al grado de aumentar su autoestima.
En esta etapa de la vida en la que el ser humano desea envejecer de un forma digna y saludable se presentan muchos cambios psicológicos, sociales y físicos, y estos cambios representan pérdidas significativas para el adulto mayor, como, por ejemplo, el tener que ser cuidado por algún familiar o los hijos. El miedo a perder todas sus habilidades físicas e independencia puede provocar, en el anciano, una baja autoestima y esto puede derivar en una depresión muy severa. ¿Qué hacer? Reforzar la autoestima, es decir, la imagen propia del adulto mayor en base a sus logros, metas alcanzadas, esfuerzos y sabiduría de vida a partir de la experiencia (ampliar su auto-imagen positivamente). Este refuerzo puede darse a través del aprendizaje acerca de la valoración de sí mismo.
La sexualidad es una motivación básica que dirige e intensifica la conducta de los seres humanos y que se encuentra basada en el deseo sexual, el cual es un impulso personal influido tanto por estímulos externos (estímulos asociados con la sexualidad) como internos (pensamientos). Los seres humanos somos seres sexuados, por lo que a lo largo del ciclo vital presentamos excitación, placer sexual y deseo. De esta manera, aunque no se tenga actividad sexual, la tendencia motivadora de la sexualidad se mantiene en el individuo. Por lo tanto, en la tercera edad no se presenta una pérdida del deseo sexual y, a pesar de ciertos cambios fisiológicos, la sexualidad no pierde su complejidad. Durante esta etapa, la actividad sexual puede tener particulares contenidos afectivos y motivaciones sin descartar el deseo. Con ello, las relaciones sexuales en la tercera edad se ven relacionadas con el encuentro interpersonal.
Se entiende por necesidad sexual aquella necesidad en la que se buscan las manifestaciones de afecto (besos, caricias, abrazos), la intimidad corporal, la excitación, el deseo, el sentirse deseado y el placer sexual y de intimidad emocional. Así, no se reduce el sexo a la genitalidad, sino que es importante entender la necesidad de contacto en la actividad sexual. No obstante, los adultos mayores pueden atravesar ciertas dificultades para satisfacer esta necesidad, ya que muchos de ellos pueden perder a su pareja, por presentar una soledad sexual-amorosa, es decir, la falta de la necesidad de excitación, placer e intimidad corporal y emocional con otra persona. Así, el adulto mayor debe esperar nuevos vínculos para poder satisfacer la necesidad. La espera puede ser larga, ya que el encuentro interpersonal es fundamental en el acto sexual.
Socialmente, la sexualidad en la tercera edad es rechazada o no es considerada. Esto se puede explicar a partir de las falsas creencias que se tienen a nivel social sobre la sexualidad en la tercera edad. Una de las principales supone que los adultos mayores no tienen capacidades fisiológicas para tener conductas sexuales. Asimismo, se asume que los adultos mayores no se encuentran interesados en las actividades sexuales, puesto que debido a la edad la satisfacción sexual ha disminuido. Pero ninguna de estas creencias es cierta, ya que en primer lugar la mayoría de adultos mayores sí son capaces de mantener actos sexuales, puesto que conservan la fisiología del placer sexual. Y, a pesar que se pueden presentar ciertas limitaciones físicas, éstas pueden ser tratadas o sobrellevadas, por lo que la desaparición de la actividad sexual no está justificada por estos cambios. Asimismo, respecto a la segunda creencia, muchos adultos mayores mantienen un interés en los actos sexuales, presentándose en ellos el deseo sexual. Si bien es cierto que algunos adultos mayores expresan haber perdido su interés sexual o una disminución de ella, la satisfacción de la actividad sexual tiende a permanecer en la tercera edad. Así, pues, como se puede observar, se presentan ciertas preconcepciones sobre la tercera edad que no corresponden a la realidad y que son compartidas socialmente. Lamentablemente, estas falsas creencias pueden influir en las representaciones que tienen los adultos mayores sobre sí mismos, afectando su propia sexualidad.
En cuanto al deseo sexual en la especie humana, a diferencia de los animales, representa un factor cualitativo y, por lo tanto, no involucra únicamente un actividad sexual procreadora. En cuanto a la atracción, ésta se mantiene activa a lo largo de la vejez, aunque los modelos sociales predominantes estén más asociados a la juventud. El enamoramiento, por su parte, supone el deseo y la atracción sexual a la vez y cambia aún dentro de la misma sociedad, cada cierto tiempo.
El cuerpo en la especie humana no sólo es significativo a nivel personal, sino que también envuelve una representación que es interpretada por cada cultura, cada sociedad y cada momento histórico a partir de los cánones de belleza determinados por la misma sociedad. Los cánones de belleza son definidos, actualmente, por las industrias de belleza y moda, los productos culturales cosméticos, farmacológicos y quirúrgicos, tanto para hombres como para mujeres; sin embargo, las personas mayores pueden sufrir debido a su alejamiento por la figura corporal estética predominante en su respectiva cultura y sociedad, generándoles baja autoestima, angustia y miedo a envejecer cada vez más.
La jubilación laboral, uno de los cambios sociales más generales, debido a la avanzada edad o a las limitaciones impuestas por diversas enfermedades, puede alterar la vida social de las personas. En el caso de que la pareja de adultos tardíos vivan juntos, la jubilación laboral de uno de los miembros o de ambos los obliga a restablecer sus relaciones y a realizar cambios en ellas, debido a que pasan a estar más tiempo juntos y a estar todo el día pendientes del otro, lo cual podría significar consecuencias tanto positivas como negativas, ya que si bien, por un lado, el pasar más tiempo juntos favorecería la relación, por otro, podría significar sentimientos de atosigamiento. Por otra parte, la jubilación puede dejar aisladas a las personas de tercera edad solteras, separadas o viudas, para quienes es importante obtener actividades sociales que les permitan salir de su ostracismo.
Según un artículo titulado "Por qué la felicidad llega en la vejez" del 11 de febrero de 2016, elaborado por Boris Leonardo Caro para Noticias-yahoo (internet), la vida humana dibuja una caprichosa montaña rusa. Desde la cima de la adolescencia nos lanzamos por una frenética pendiente hacia el abismo de la mediana edad, para luego elevarnos a las tranquilas cumbres de la vejez. Los científicos sociales llaman a ese recorrido "patrón en forma de U". Traducido al lenguaje del optimismo, diríamos que nuestra existencia traza una sonrisa. Pocos en el vértigo de la juventud creen que los mejores años llegarán casi al final de la vida. ¿Por qué la juventud nos transforma irremediablemente en cuarentones afligidos? ¿Por qué recuperamos la "joie de vivre" cuando el fin se acerca? Investigaciones relacionadas en particular con la economía de la felicidad han revelado desde la década de 1990 que la susodicha forma de U se repite en geografías diferentes. Sucesivas encuestas en decenas de países han devuelto similares conclusiones: los niveles de satisfacción personal se hunden (decrecen) en el período entre el final de los 30 y el inicio de los 50. La curva se mantiene cuando se controlan variables como la generación, el estado de salud, los ingresos, la educación alcanzada Tampoco hay diferencias notables entre hombres y mujeres.
No obstante, de acuerdo con un estudio publicado por la revista The Lancet en 2014, la felicidad de los primeros años de la vida no se recupera en las regiones de la antigua Unión Soviética ni en América Latina. En el África Subsahariana el avance de la edad no reporta ni más ni menos satisfacción. Los factores económicos desfiguran la silueta de la felicidad.
El prometedor camino de la juventud hasta la mediana edad está sembrado de emboscadas que provocarán frustración. La temida crisis de los 40 no es una leyenda urbana. Nos aguarda. Algunos investigadores, que no creen en la fatalidad, atribuyen la angustia de estos años a las expectativas no satisfechas. Al parecer, en ese momento, descubrimos que no alcanzaremos varios de los sueños más ambiciosos de la juventud. Nos embarga entonces la frustración.
Despertamos en esta crisis después de una serie de decepciones sufridas en los años mozos y de pesares del presente. El estrés laboral crece a la par de las responsabilidades familiares. Mantener el equilibrio entre el hogar y el empleo se hace una tarea hercúlea. Nuestros padres se adentran en el epílogo de la vejez, enferman y mueren. Y mientras fracasos y tristezas se acumulan, las aspiraciones también empiezan a derrumbarse como castillo de naipes. Nos convertimos en seres desilusionados y pesimistas, según la conclusión de Hannes Schwandt, profesor del departamento de Economía de la Universidad de Zúrich, en Suiza.
Pero viene el tiempo de la reconciliación. Cuando observamos la vejez con el catalejo de los veintitantos, nos parece una edad gris. ¿Cómo creer que el declive físico y mental nos traerá de vuelta a la cúspide de la felicidad? Nadie en su juventud anticipa la dicha de esos años postreros. Pero las investigaciones han revelado que la satisfacción asciende nuevamente después de los 50 hasta rozar el cénit tras el umbral de los 70. Las personas de la tercera edad ajustan sus expectativas a la baja porque han experimentado la frustración y saben que el tiempo se acorta. Trazan, en consecuencia, metas más realistas.
Han aprendido a asumir las derrotas del pasado y apreciar los éxitos, grandes o pequeños. Se han reconciliado consigo mismos, lo cual constituye un gesto sumo de sabiduría. La vida aún les reserva sorpresas, que provocan brotes de felicidad allí donde ya no esperaban nada. Disfrutan el momento. Aceptan la realidad tal y como se presenta. No se empeñan en derribar muros.
Conocer la predecible U de nuestras vidas debería servirnos para tomar las cosas con más calma.
Sin renunciar a las ambiciones, aceptemos los reveses, no como el fin del mundo, sino como episodios necesarios para aprender. Y que la vejez no nos asuste. Libres de las grandes presiones de la juventud, encontraremos entonces el equilibrio, ese ingrediente fundamental de la felicidad.
Intelectualidad y tercera edad
Existe un colectivo no despreciable de aprendientes mayores en la sociedad actual y sus principales características llevan a destacar la importancia real de la tercera edad en la actualidad. A pesar de la imagen comúnmente extendida de la vejez como decadencia y pérdida de valor social, lo cierto parece ser que ésta juega un papel fundamental como eje de la sociedad actual, a través de su experiencia y valores, además de ser el elemento clave para conseguir el diálogo intergeneracional que tantas veces se ha descuidado, y que sin embargo puede influir poderosamente en la consecución de una sociedad más justa e igualitaria. Una de las formas de evitar la indiferencia e incluso el desprecio hacia los adultos mayores es potenciar su implicación como agentes activos de nuestra sociedad, para lo cual el aprendizaje es una herramienta indispensable, que desarrolla conocimientos y actitudes actuales, al mismo tiempo que favorece el entendimiento entre generaciones.
Las capacidades cognitivas no disminuyen con la edad. Sin embargo, los adultos mayores son un grupo muy heterogéneo, fruto de su experiencia y circunstancias vitales, igualmente heterogéneas, razones por las que es necesario realizar un acercamiento a sus necesidades y características de aprendizaje en el interés de obtener resultados provechosos para todos. En otras palabras, desestimar el aporte y la influencia de los adultos mayores en la intelectualidad de nuestros días es un gran desperdicio que podría tornarse contraproducente.
A medida que se han expandido las fronteras tecnológicas de las ciencias biomédicas y las condiciones de jubilación han mejorado, ha aumentado también la esperanza de vida longeva en las personas de la tercera edad en muchos países. Sin embargo, dada la actual crisis mundial a todos los niveles, es permisible sospechar que el impacto de la misma en esta bonanza pueda frenarla e incluso hacerla disminuir.
Por otra parte, si bien los recursos sanitarios avanzados y costosos a los que tiene y ha tenido acceso de manera gratuita o cuasi gratuita un gran porcentaje de la población del primer mundo han incidido favorablemente en el aumento de la longevidad, esto no necesariamente ha ido acompañado de aumento en la calidad de vida. En consecuencia, se requiere discernir cuáles son los métodos biosanitarios más apropiados para conseguir tanto longevidad como calidad de vida. En este contexto se plantean una serie de interrogantes, fundamentalmente dos: ¿Hasta qué nivel es factible mejorar el estado de salud de una población? ¿Cómo aumentar la longevidad de sus integrantes sin restar calidad de vida a los años ganados? Para abordar debidamente estas cuestiones se ha de poner el énfasis no en la atención médica y en su consecuente lucha contra la enfermedad sino, más bien, en la atención biosanitaria y naturalista, cuya pretensión debería ser la lucha por mejorar la salud de las personas ya saludables, en una progresión sin límite final; y no en la lucha contra los procesos patológicos y degenerativos. La clave está, pues, en encontrar formas de aproximar el estado actual de la población hacia un ideal de máxima perfección (el cual, por definición de ideal, es aproximable pero también inalcanzable). Y en el meollo de la cuestión surge la necesidad de encontrar una definición lo más acertada posible del concepto de "salud" humana.
El primer escollo que se adivina en la definición de salud es que ésta se tendría que incluir dentro del marco de las novedosas ciencias biológicas de la complejidad extrema, por tener que enfocarse como un estado sumamente complejo de equilibrio que comprende a la totalidad de la persona y a su interacción con un sinnúmero de factores no sólo biológicos sino también psicológicos, emocionales, sociales, económicos, culturales, ambientales, históricos y así por el estilo. El resultado es una realidad individual e intransferible, que solemos conocer y medir por sus efectos, pero que comporta multitud de fenómenos intangibles e inimaginables.
Pues bien, entre los determinantes del estado de salud ya establecidos teóricamente se encuentran componentes menos reconocidos a nivel general pero técnicamente convalidados, como el nivel de ingresos monetarios y la educación, el tipo de empleo y las condiciones de trabajo, el estado de nutrición y el saneamiento ambiental básico, las conductas adquiridas y el estilo de vida. Ese conjunto de factores, entrelazados a la biología y a la historia personal de cada ser humano, decide la salud de las poblaciones, en independencia de la naturaleza y forma de los sistemas de atención médica presentes.
Es sabido que la mayoría de las personas no enferma ni muere por causa de fallos en la atención médica. Los sistemas médicos contribuyen poco a la mejora del estado de salud de una población, y un ejemplo de esto está en el Japón, que tiene el índice de esperanza de vida más alto del planeta y, paradójicamente, una tasa de médicos cada mil habitantes claramente menor que Alemania, España o Francia, y cuyo gasto en salud apenas supera la mitad del gasto que realizan los Estados Unidos en tal concepto. Por tanto, cabe entonces interrogarse acerca de las causas de la enfermedad, esto es, dónde se debe colocar el centro de gravedad en cuanto a la responsabilidad de la salud individual y colectiva en la sociedad occidental contemporánea.
El extracto de un informe de 1994 del Haut Comité de la Santé de Francia explicó las complicadas relaciones de los determinantes de la salud en los individuos y la población, para todos los grupos de edad de las sociedades del entorno de esa fecha y más contundentemente para las personas de la tercera edad. En dicho extracto se explicaba que aunque la identificación de las enfermedades prevalentes en la vejez es importante, es del todo limitado como enfoque fundamental para la mejora de la salud en la tercera edad. Es necesario abordar los factores ambientales y de comportamiento (en dicho orden lógico), pues son los que determinan las enfermedades varias y las posibilidades de salud.
El envejecimiento es un proceso dinámico y multidimensional que opera fisiológicamente a lo largo de la vida de los seres humanos y está influido por diversos factores endógenos y exógenos que, en su conjunto, contribuyen a incrementar progresivamente la tasa de mortalidad específica para la edad. Esto implica aceptar que es un proceso con múltiples causas cuyo resultado, la vejez, es tan heterogéneo en sus manifestaciones unitarias como lo son los seres humanos sujetos de las mismas.
Hall (1984) ha propuesto una integración de las diversas teorías contemporáneas que intentan explicar el envejecimiento a partir de un enfoque biológico para formular un modelo que compara el envejecimiento con una curva parabólica como la descrita por un proyectil, cuya trayectoria depende de varios factores. Dada una situación biológica ideal, cada ser humano tendría una fuerza genética individual y primigenia que le permitiría cursar su ciclo de vida con una trayectoria óptima y previsible. A lo largo de la vida, desde su concepción hasta su muerte, pero más particularmente en la segunda mitad del ciclo, al concluir la fase de crecimiento, los cambios ambientales y endógenos, las presiones inherentes al estilo de vida, la nutrición, el medio ambiente y los errores metabólicos serían limitantes del proceso de desarrollo y de la longevidad potencial máxima. Algunos de estos factores alcanzan a todos los organismos, en tanto que otros afectarían sólo a algunos. Asimismo, mientras que algunos son inevitables, otros son evitables, reversibles o bien se encaminan por sí mismos a la compensación de sus propios efectos.
Al entender el envejecimiento como un proceso fisiológico diferenciado de la enfermedad, se puede avanzar hacia un modelo menos complejo que permite un abordaje más práctico y útil en la atención de quienes envejecen, tratando de deslindar si los cambios observados en el curso de la vida tienen o no que ver con mecanismos patológicos, sobre los cuales se puedan ejercer acciones preventivas o correctivas, así como la factibilidad y legitimidad de la promoción de la salud para la tercera edad.
Empero, cuando se tiene en cuenta el registro documental e histórico del Génesis y el estudioso se cerciora de que efectivamente las genealogías de este libro sagrado presentan un cuadro realista acerca de la longevidad humana (cuasi milenaria en los comienzos y menos que centenaria a partir de la época denominada "patriarcal"), entonces surge la necesidad de compaginar estos datos con el mapa teórico acerca del envejecimiento humano que se viene considerando. Además, tomando en consideración a los mamíferos "superiores" y contrastándolos con el hombre, al que se excluye de entre los animales por razones perentorias de evitación de errores de clasificación y de sus nefastas consecuencias teóricas, aparece un esquema menos paradójico a la hora de tratar de interpretar el envejecimiento humano.
Si, tal como insinúa el Génesis, existe un abismo diferencial entre la expectativa de vida del hombre y la de los animales, tanto en sentido de longevidad como en el aspecto mental, sucediendo que la finitud existencial animal es por diseño creativo y la humana es por transgresión de la norma divina para el hombre, entonces se entiende que si empaquetamos al hombre junto con los animales en un similar enfoque cíclico de la existencia biológica estamos pasando por alto un aspecto muy importante de la realidad: los designios estructurales de uno y otros, que son completamente diferentes. El envejecimiento animal habría que tratarlo como un proceso no patológico y normal, en tanto que el envejecimiento humano sería un error biológico. La evidencia más convincente en cuanto a ello la encontramos en el cerebro, un órgano que en el caso humano se resiste a fenecer y que según los últimos descubrimientos sería capaz de soportar muchas vidas (infinitas vidas, tal vez) sin agotar su potencial; pero, en cambio, para lo investigado acerca de los animales se llega a un puerto diferente, pues en éstos no se observa semejante potencialidad ni tampoco algún asomo de trascendencia por encima de lo cotidiano y rutinario.
La mejor expectativa que hoy día se puede esperar para una persona de la tercera edad es el denominado "envejecimiento exitoso", al que según algunas fuentes profesionales acceden un número progesivamente creciente de individuos de entre 60 y 75 años de edad. Se caracteriza por un envejecimiento óptimo, en el que observa sólo un decremento funcional y sensorial con ausencia de enfermedades. La mayoría de los autores sostienen que este envejecimiento ideal es multidimensional e implica la existencia de cambios prevenibles o reversibles en el proceso de decrepitud. Rowe y Kahn (1987) sugieren que abarca mínimamente 3 aspectos, a saber: ausencia de enfermedad o discapacidad, mantenimiento de un alto nivel físico y cognitivo y participación en actividades sociales y productivas.
Sin embargo, la incidencia de determinadas enfermedades aumenta con la edad avanzada, especialmente a partir de los 80 años, pero tener esa edad no significa contraerlas necesariamente. Pero después de los 80 años no es posible sustraerse a las últimas etapas de la vida, donde el balance global entre las ganancias y las pérdidas en cuanto a vitalidad se va tornando cada vez menos positivo a un ritmo acelerado, en lo que parecen últimos esfuerzos de un anciano saludable por mantener una adaptación exitosa en el inclemente terreno de la zozobra obligatoria. En concordancia con ello, se modifica gradualmente la asignación de los recursos vitales disponibles desde las funciones asociadas al crecimiento y el desarrollo (como alcanzar niveles funcionales más altos) hacia metas de mantenimiento (sostener o recobrar niveles funcionales al afrontar nuevos desafíos o pérdidas de potencial) o directamente de regulación de las pérdidas cuando el mantenimiento o la recuperación ya son imposibles. Así, en las edades más avanzadas se orientan cada vez más recursos hacia el mantenimiento y el manejo de las pérdidas, tanto en los aspectos físicos como en las esferas cognitiva y afectiva. Estos recursos varían desde algunos básicamente cognitivos o intelectuales (como la eficiencia en procesar la información) hasta otros de naturaleza afectiva (como la autoestima, el autocontrol, la aceptación de las limitaciones y la resignación constructiva).
Según la OMS, las personas de 60 a 74 años son consideradas de edad avanzada; de 75 a 90 viejas o ancianas, y las que sobrepasan los 90 años son denominadas "grandes viejos" o "grandes ancianos". En Europa, a todo individuo mayor de 65 años se le llama "persona de la tercera edad". Sin embargo, algunos autores científicos, biomédicos, definen la tercera edad, o la vejez, a partir de los 60 años; pero otros a partir de los 65 ó 70 años.
Para la OMS, una persona es considerada sana, en cualquier edad (en la primera edad, desde el nacimiento hasta los 30-35 años aproximadamente, en la segunda edad, desde los 30-35 hasta los 60-65 años, y en la tercera edad, desde los 60-65 años hasta la muerte), si sus aspectos orgánicos, psicológicos y sociales se encuentran integrados equilibradamente. Esto quiere decir que un individuo está sano si su organismo está en buenas condiciones mofológicas y fisiológicas, si lleva una vida plena y psicológicamente sana y si mantiene relaciones socialmente aceptables con sus congéneres.
La Geriatría es la rama de la medicina que se ocupa de las necesidades médicas de las personas de la tercera edad, tal como la Pediatría lo hace para las personas de la primera edad y más especialmente para los niños. En cambio, la Gerontología se ocupa del estudio de las personas envejecidas desde un punto de vista multidisciplinar, relacionando en un todo lo orgánico, lo psicológico y lo social de la vida humana en la tercera edad; comprende el envejecimiento como un proceso evolutivo normal del individuo humano, esperable e influenciado por el contexto sociocultural. Esta visión de la Gerontología incita a comprender la necesidad de planificar programas de acción para favorecer a la población de los mayores de edad en cuanto a desarrollo cultural, cognitivo, afectivo, físico, de visión de futuro y superación en la calidad de vida.
Si bien cada individuo recorre el trayecto de su vida y de su vejez de una manera muy particular, todos deben afrontar el hecho de que la tercera edad conlleva limitaciones insalvables. Hay padecimientos físicos que el adulto mayor debe aguantar con mayor frecuencia que en cualquiera otra edad. Leslie Libow (1977), especialista en medicina geriátrica, considera una serie de problemas comunes en las personas de edad avanzada, a saber:
– Limitaciones de movilidad, que obliga a la mayoría de los ancianos a usar el bastón, el andador o la silla de ruedas.
– Limitaciones mentales, que dificultan la agilidad del pensamiento.
– Problemas de corazón, presentes en la mayoría de los ancianos.
– Dificultades prostáticas, hasta cierto punto operables y que no dejan secuelas importantes en el funcionamiento sexual.
– Irregularidades intestinales, como estreñimiento y flatulencias.
– Debilitamiento óseo y osteoporosis, más acusado en las mujeres que en los hombres.
– Problemas oculares, como las cataratas, operables en la mayoría de los casos. También la dismi- nución de la visión del lejos.
– Artritis y artrosis, bastante comunes en la tercera edad y sin cura al presente.
– Achaques cardiovasculares e hipertensión arterial.
– Pérdida de las sensibilidades gustativas, olfativas y táctiles.
Es imposible permanecer impávido ante la llegada de la tercera edad, pues es un periodo en el que la vida de la persona se ve profundamente alterada. Los hijos se han ido del hogar paterno y han establecido su propia familia; ahora la vida con el cónyuge se hace necesariamente más intensa y si tal cosa no ocurre (porque ya exista un desencuentro previo e irreductible) dicha interacción puede tornarse muy desagradable. Disminuye el poder adquisitivo y aumenta la incidencia de enfermedades crónicas, así como la posibilidad de haber perdido en la muerte a algún amigo o familiar querido. Estos factores producen estrés y frustración, lo cual provoca percepciones de la vida y de la vejez frecuentemente negativas.
Un estudio hecho por Schaie y Willis evaluó cada 7 años el desempeño de un grupo de personas de diferentes edades, entre 25 y 81 años. Se encontró que la inteligencia en general se incrementa hasta pasados los 30 años e incluso hasta el inicio de los 40, existiendo un periodo estable que va desde los 40 hasta el inicio de los 60 y un decremento posterior desde los 60 en adelante. Los investigadores han asumido que la inteligencia es producto de 2 clases de habilidades intelectuales: la inteligencia fluida y la inteligencia cristalizada. La "inteligencia fluida" aglutina las capacidades de resolver problemas nuevos, en tanto que la "inteligencia cristalizada" es la que se aplica a situaciones presentes y resuelve los problemas gracias a la acumulación de experiencias anteriores. Pues bien, la inteligencia fluida disminuye con el aumento de la edad, mientras que la inteligencia cristalizada aumenta con los años. La inteligencia cristalizada se encuentra, pues, íntimamente ligada a la experiencia, es decir, a historias y vivencias guardadas en la memoria.
Sin embargo, al contrario de lo que mucha gente piensa, las habilidades intelectuales se mantienen estables en algunas personas a pesar del aumento de la edad y ello mueve a los estudiosos a replantearse una serie de cuestiones. Aun así, todo parece indicar que en la mayoría de los casos es la memoria inmediata la que más se deteriora, cosa que no le ocurre a la memoria a largo plazo, la cual se refiere al pasado lejano del sujeto (recuerdos de la infancia y la juventud); pero en este aspecto, algunos investigadores aseguran que la pérdida de la memoria inmediata se debe más bien a una falta de interés por la realidad actual; ello obedece al hecho de que hay evidencias de que el rendimiento intelectual y las capacidades mentales del hombre no parecen disminuir con la edad. Por lo tanto, algunos autores, tales como Stokes, han señalado que la creatividad y la productividad en la vejez no sólo dependen de una buena salud, sino también de una buena implicación y reconocimiento por parte de las personas ancianas de su entorno y de su interés en el mismo, especialmente experimentando la necesidad de hacer contribuciones importantes tanto al entorno familiar como al comunitario.
Un rol es un patrón de comportamiento previsible asociado con una posición que se ocupa en la sociedad (Cox, 1984). Algunos de los roles asumidos por la gente a lo largo de su vida son deseados y elegidos por los propios individuos, existiendo ventajas y desventajas en dicha elección a la hora en que la persona se convierte en adulto mayor; siendo el momento más crítico en ese sentido el que tiene lugar al tiempo de vez en su vida para escoger sus propios roles y actividades, ya que para la gran mayoría de los individuos, al estar acostumbrados a trabajar y a tener un rol específico en la sociedad por tantos años, es muy problemático adaptarse ahora a esa nueva etapa en donde tiene la opción de elegir sus actividades cotidianas. Es el síndrome del "pajarillo enjaulado", que cuando se le coloca fuera de la jaula se siente terriblemente perdido y desamparado.
Muchos estudios han revelado fluctuaciones acusadas a lo largo del ciclo vital de una persona. Marguerite Kermis (1986) ha reportado que la habilidad de liderazgo en los hombres con capacidad directiva reside entre los 35 y 49 años y empieza a disminuir a partir de los 50 años de edad, en tanto que el sentido de liderazgo femenino no para de disminuir hasta la edad de 65 años. Matilda Riley y sus asociados hicieron un estudio gerontológico en 1968 y encontraron los siguientes resultados al comparar a las personas mayores con las jóvenes:
– Las personas mayores son más reacias a admitir sus defectos que las jóvenes.
– Las personas mayores se consideran a sí mismas en peor estado de salud que las jóvenes.
– Las personas mayores están menos preocupadas por su peso que las jóvenes.
– Las personas mayores que aun trabajan aprecian su trabajo de manera similar a como lo hacen las personas jóvenes.
– Las personas mayores se consideran tan inteligentes como las jóvenes.
– Las personas mayores opinan tener mejores valores morales que las jóvenes.
– Las personas mayores se encuentran más a gusto con su estado matrimonial y paternal que las jóvenes.
Uno de los grandes problemas en el ciclo vital del hombre moderno es el que se plantea a la hora de la jubilación, ya que ésta constituye un cambio en el cual la persona deja de realizar actividades en las cuales siempre basó su seguridad. El estilo de vida que la persona ha desarrollado durante su vida laboral, la cual ha supuesto una rutina ininterrumpida de 30 a 50 años y que ha embargado toda la estructura vital del individuo, alrededor de un eje invariable de 5 a 10 hora de trabajo casi diario y cuya vida social estaba indirecta o directamente conectada con amistades y compañerismo en el trabajo, todo ello, pues, se viene abajo en cuestión de pocos días, al paso hacia la jubilación. En ese momento, en el que forzosamente el sujeto tiene que adaptarse a un nuevo estilo de vida, se da cuenta de que carece por completo de la preparación adecuada para elegir nuevas actividades y afrontar el mucho tiempo libre de la jubilación. Ahora todo es tiempo libre, sin obligaciones de peso, y el individuo suele reaccionar colapsándose socialmente y encerrándose poco a poco en su casa.
Sin embargo existe un reducido grupo de jubilados para los que la situación es diferente, de tal manera que el proceso de alejamiento del mundo laboral lo perciben como una gran liberación, un tiempo para comenzar a vivir y practicar la búsqueda y realización de actividades creativas que antes no pudieron llevar a cabo al estar sometidos a las exigencias del trabajo y la familia. Curiosamente, las personas que son consideradas más sabias y entendidas pertenecen, casi todas ellas, a edades que frisan los 60 a 70 años. Como datos interesantes en este sentido, encontramos los siguientes:
– Los compositores de música alcanzan su etapa más productiva entre los 30 y 40 años, aproxima- damente.
– Los arquitectos, dramaturgos, poetas, psicólogos, astrónomos y científicos en general, alcanzan dicha etapa entre los 40 y 50 años.
– Los matemáticos, entre los 30 y 70 años.
– Los políticos, financieros y banqueros eminentes, entre los 60 y 70 años.
– Los historiadores, filósofos e inventores, entre los 60 y 75 años.
– Sófocles escribió "Edipo en Colono" cuando tenía 89 años de edad. Goya produjo su famosa litografía a partir de los 70 años. Picasso pintaba más allá de los 90 años. Pasteur descubrió su método para combatir las enfermedades infeccionas cuando contaba 58 años de edad. Goethe terguel Ángel trazó el plano de la Cúpula de San Pedro a los 76 años. Hendel compuso "La africana" a los 72 años. Churchill abandonó el poder voluntariamente a los 80, etcétera.
En el proceso de envejecimiento, nuestro cuerpo comienza a cambiar progresivamente y a hacerse cada vez más decrépito. El cansancio aumenta en general, así como una mayor vulnerabilidad a las enfermedades. Los sentidos corporales (sobretodo la vista, el oído y el tacto) se deterioran. Ante esto, la Asociación Canadiense de Salud Mental, recomienda lo siguiente a las personas de la tercera edad:
– Aceptar la realidad, pues tratar de negar este tipo de cambios hará que la vida del anciano se torne menos disfrutable, tanto para él como para los que le rodean.
– Mantener una actitud positiva frente a la vida, procurando desarrollar la paciencia para consigo mismo y buscar maneras y métodos que le permitan desarrollar áreas productivas dentro de sus limitaciones.
– Procurar llevar una vida sana y dar atención inmediata a los problemas de salud que vayan apareciendo, al objeto de evitar que éstos se cronifiquen. Y en todo caso, ser muy comedidos con el uso de medicamentos, en evitación de efectos secundarios contraproducentes.
– Cambiar los hábitos alimenticios, en favor de una dieta bien balanceada, consumiendo menos grasas y siendo menos dados a la ingesta de comidas copiosas.
– Mantenerse socialmente activos y buscar continuamente contactos sociales, puesto que el anciano suele estar fácilmente abocado a la soledad a causa de la muerte de amigos y familiares contemporáneos y de la emancipación de los hijos. En este sentido, los centros u hogares de ancianos son un buen lugar para salir al paso de este tipo de problemas.
– Evitar al máximo caer en la depresión, pues ésta conlleva una pérdida significativa de la calidad de vida y hace proclive al anciano a contraer achaques y enfermedades gravosas que pueden introducirlo en un círculo vicioso malsano.
La "calidad de vida" puede definirse como el criterio a través del cual se juzga en qué medida las circunstancias dela vida son satisfactorias o insatisfactorias para el paciente, y hasta qué grado son susceptibles y requeridoras de mejora (Dorsch, 1985). Hay, por lo visto, 8 áreas importantes para determinar la calidad de vida de un anciano, así como también en otras personas adultas de menor edad (Reig, 1994):
Página siguiente |