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La madurez de las letras cubanas (1940-1958)


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    La madurez de las letras cubanas – Monografias.com

    La madurez de las letras cubanas

    La literatura cubana en este período (1940-1958) se caracteriza por la desorientación de sus creadores dada la decepción y el derrotismo que predomina en la sociedad tras el agotamiento del movimiento revolucionario de la década del treinta, disuelto en el caos, el anarquismo y la dura represión de un régimen que sostuvo los intereses de los grupos oligárquicos, nacionales y extranjeros, matando a los más radicales y comprando a los vacilantes y oportunistas.

    La nueva época trae un reagrupamiento de las fuerzas progresistas y de izquierda, debilitada tanto por la represión como por las luchas fratricidas, ahora con nuevos bríos dado el auge de la lucha antifascista en el orden internacional y el reagrupamiento reivindicativo en el orden interno.

    En este ambiente socio-cultural la literatura se hace de varias formas: a) siguiendo las líneas de la vanguardia internacional; b) continuando los cánones de una literatura tradicional, extemporánea y conservadora y c) buscando la esencia de lo nacional a través del rebuscamiento barroco, el alejamiento y el hermetismo en la escritura, no para evadirse de su tiempo sino para tomar distancia de las circunstancias frustrantes de esa época.

    Incomprendidos por la intelectualidad de izquierda y de derecha, pero raigales y fundadores, este último grupo hizo los aportes más destacados de esta etapa.

    Desde inicios de la década del cuarenta del siglo XX se fue definiendo un pequeño grupo de creadores, principalmente escritores, decepcionados por la mediocridad del medio social cubano, que van a la búsqueda de las raíces de lo nacional, aferrados a un hermetismo que los protegía de la hostilidad de ese momento.

    Primero se nuclearon alrededor de revistas de efímera circulación: "Espuela de Plata", "Clavileño", "Nadie aparecía" y "Verbum", entre otras, hasta converger en la revista "Orígenes" fundada por José Lezama Lima y José Rodríguez Feo.

    El extrañamiento del grupo significa solo rechazo a la realidad de su momento social, no separación de la realidad cubana, de la cual fueron depositario al empeñarse en la búsqueda de las raíces de lo nacional.

    "Orígenes" circuló doce años y fue tribuna de creación literaria y poética en particular, aunando alrededor de la figura de Lezama Lima a un grupo de intelectuales cubanos, la mayoría escritores, que conservaron su impronta personal en medio de las esencias grupales que los unía.

    El grupo intelectual unido alrededor de la revista "Orígenes" está integrado por, José Lezama Lima, Cintio Vitier, Eliseo Diego, Fina García Marruz, Ángel Gastelu, Virgilio Piñeras, Gastón Baquero, Justo Rodríguez Santos, Octavio Smith, Lorenzo García Vargas, José Rodríguez Feo, Mariano Rodríguez (pintor), René Portocarrero (pintor) y Julián Orbón (músico). La mayoría de ellos poetas, aunque incursionaron en la narrativa, el teatro y la ensayística.

    En ellos es notable la influencia de intelectuales españoles, algunos de los cuales residieron o estuvieron de paso por La Habana a raíz del éxodo tras la derrota de la República Española. Uno de ellos, Juan Ramón Jiménez, hace sentir su magisterio entre un grupo de jóvenes escritores cubanos. Ellos conformarían el núcleo de los que rechazaron la algarabía populista y se refugiaron en un formalismo renovado, alentados por Juan Ramón y la lectura de los grandes poetas contemporáneos: Eliot, Valery, Neruda, Vallejo, etc.

    Otra poderosa influencia intelectual la ejerció la escritora española María Zambrano, residente en La Habana durante diez años, dictando conferencias y seminarios que enseñaron a estos jóvenes a, "sentir e interpretar los problemas de la cultura, de la historia, del espíritu"[1]

    El grupo Orígenes se caracteriza por su distanciamiento de la política y de los medios culturales de su momento, apartados de la alienación vanguardista, sin responder a los diversos "ismos", aunque sin ignorarlos. Su distanciamiento fue hermético y místico en busca de las esencias culturales de la nación.

    Aunque no fueron entendidos, ni por la mediocre "cultura oficial", ni por la intelectualidad de izquierda, su labor implica un compromiso con lo auténtico nacional por encima de la inmediatez chata y mediocre.

    Como guía del grupo sobresale José Lezama Lima (1910-1976), marcador de rumbos. Su concepción poética parte más de un sistema ideo-estético que de una alineación a cualquier tendencia, su impronta está en el grupo y la revista. A pesar de su obra era casi un desconocido en los medios sociales de su tiempo, que si se ocuparon de él fue para atacarlo por sus convicciones, en tanto las más jóvenes generaciones de esa época aceptaron el ataque a su obra como el combate contra el no comprometimiento social.

    El universo creativo de Lezama parte de la indagación de su yo interior, la búsqueda de huellas de sus transformaciones a través de la vasta cultura que posee imbricado con su cotidianidad, con el mundo espiritual en que se ha formado y que resumirá en lo "natural maravilloso", sistema de interpretación de la realidad desde la poesía que desarrollaría en el conjunto de su obra y su vida. Dentro de este sistema creativo tiene un relevante lugar su formación católica.

    Cintio Vitier sostiene que, ""lo natural maravilloso" en Lezama surge de la sobre abundancia de una catolicidad matinal que confluye en la necesidad de su autodescubrimiento y la apetencia de auto identificarse"[2]

    En el primer número de Orígenes, Lezama escribe: "Nos interesan fundamentalmente aquellos momentos de creación en los que el germen se convierte en criatura y lo desconocido va siendo poseído en la medida en que esto es posible y en que no engendra una desdichada arrogancia"[3]

    Su primer libro fue el poemario, "Muerte de Narciso" (1937) con una poesía barroca y sensorial que resultó una revelación para la literatura cubana por el ritmo poético y el hermetismo de sus metáforas, algo novedoso en Cuba donde la poesía de vanguardia había quedado en el formalismo de Mariano Brull y las experiencias de Florit y Ballagas.

    Lezama iba más lejos con el rebuscamiento y el lenguaje, para comunicar "algo" que solo era posible conocer a los "iniciados" de su "sistema" y donde la preocupación ideo-filosófica estaba en el centro de su búsqueda.[4]

    Su segundo libro, el poemario, "Enemigo Rumor" (1941) mantiene el tono en la búsqueda de lo bello, tónica que mantuvo en todas sus publicaciones periódicas. Su tercer libro de poemas, "Aventuras Sigilosas (1945) hace más énfasis en sus angustias existenciales alcanzando su poesía un mayor grado de subjetividad. El crecimiento poético de Lezama se acentúa en su cuarto libro de poemas, "La Fijeza" (1949) en el que se atenúan las metáforas para dar paso a las imágenes entre lo real y los onírico, en los que el sentido está más en la raíz que en el entendimiento inmediato.[5]

    La métrica de su poesía se hace irregular, sin medidas fijas, aunque incursiona en el soneto y otras formas tradicionales, experimentando con su estructura, ritmo y rima.

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    Su prosa reflexiva aparece en publicaciones de la época principalmente en "Orígenes"; artículos de valoraciones estéticas, filosóficas, crítica de arte y sobre todo de poesía. Estos trabajos sobre el arte poético van conformando su sistema poético. Sobresalen los ensayos, "Analectas del Reloj" (1953), "Tratado en La Habana" (1957) y "La expresión americana" (1957). En este último Lezama desarrolla las claves para entender la poética americana en el devenir histórico del continente, una teoría completa sobre las posibilidades de esa poesía, exuberante y barroca en la interpretación del mundo americano.

    Lezama incursiona también en la narrativa publicando en "Orígenes" dos fragmentos de su novela "Paradiso", en los que ya reafirma su gran objetivo de fundir lo manierista y lo barroco, lo espiritual y lo sensorial, lo aristocrático y lo popular.[6]

    Miembro del grupo "Orígenes", Cintio Vitier (1921- 2009) parte de la poesía para expresar, dando a conocer sus primeros versos en su libro, "Poemas" (1938), en continuidad de este poemario aparecerán "Sedienta cita" (1943), "Extrañeza de estar" (1943), "De mi provincia" (1945), "Capricho y homenaje" (1947), "El hogar y el olvido" (1949), "Sustancia" (1950), "Conjeturas" (1951), "Vísperas" (1953) y "Canto llano" (1956).

    El pródigo trabajo de Cintio en la poesía transcurre en un quehacer cercano a las inquietudes personales de trascendencia con un verso cerrado, autosuficiente, expresión del éxtasis poético, sin grandes innovaciones, alejado de las modas, aunque impregnado de la poesía de los grandes momentos.

    Su poemario, "Canto llano" marca un cambio en relación con su poesía anterior, al recurrir al verso uniforme en poemas reflexivos y de elegancia formal.

    Cintio Vitier fue para los origenistas el traductor de sus preocupaciones, al igual que Lezama, siendo el más lúcido y crítico ensayista del proceso poético del período.

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    En 1948 publica su antología, "Diez poetas cubanos" en el que aparecen obras de los miembros del grupo Orígenes. En 1952 publica la antología, "Cincuenta años de poesía cubana", minucioso trabajo ensayístico sobre la poesía republicana en Cuba; en 1958 da a conocer, "Lo cubano en la poesía" libro de definiciones conceptuales acerca de la esencia cultural y en particular de la poética cubana.

    Eliseo Diego (1920-1994), es un poeta esencial, arraigado en lo espiritual, de andar silencioso por la literatura. En este período publica su poemario, "En la calzada de Jesús del Monte" (1949) en el que refleja el mundo cotidiano del barrio citadino en que creció con la intimidad de sus versos. Casi diez años después se conoce su segundo libro, "Por los pueblos extraños" (1958) que reafirma su vocación intimista para evocar a Cuba con su atmósfera, sus tedios y misterios.

    Parte de esta poética son sus dos libros de prosa, "En las oscuras manos del olvido" (1942) y "Divertimento" (1942), obras de juventud que sirven de ensayo formativo para su poesía mayor, pero en el que ya asoma su calidad literaria.

    Fina García Marruz (1923), es la única voz femenina del grupo, poetisa de sensibilidad que no se aleja de la estructura del soneto y los versos alejandrinos, aunque también incursiona en los versos libres. Ha publicado sus volúmenes, Poemas" (1942), "Transfiguración de Jesús del Monte" (1947) y "Las miradas perdidas" (1951). Su trabajo ensayístico es muy notable, sobresaliendo por sus estudios sobre el Apóstol, iniciados con el ensayo, "José Martí" (1952), también incursiona en la crítica literaria y la reseña de libros.

    Ángel Gaztelu (1914- 2003), es uno de los mejores poetas del grupo, de origen español, se formó en Cuba de cuya cultura forma parte. Sus versos se caracterizan por el uso del hexámetro y los alejandrinos, alcanzando poesía de hermoso misticismo que llega a sus mejores momentos en los verso nocturnales. Publico dos poemarios, "Poemas" (1940) editado como cuaderno de la revista Espuela de Plata, y "Gradual de Laudes" (1955), prologado por Lezama Lima.

    Gastón Baquero (1914- 1997), se inicia en la poesía dentro de grupo origenista principalmente en sus primeros momentos. En 1942 da a conocer su cuaderno, "Poemas" en el que hace una poesía marcada por su religiosidad y teniendo como modelo a Witman, Eliot y Unamuno. Dos poemas suyos sobresalen: "Palabras escritas en la arena por un inocente" y "Saúl sobre la espada".

    La poesía de Justo Rodríguez Santos (1915-1999) es la más apegada a formas tradicionales dentro del grupo origenista. De sus versos aparecieron tres cuadernos:"F.G.L. Elegía por la muerte de Federico García Lorca" (1936), "Luz cautiva" (1938) y "La belleza que el cielo no amortaja" (1951), este último su mejor poemario. En 1942 editó, "Antología del soneto en Cuba".

    A Lorenzo García Vega (1926- 2012) se le califica de efectista y en ocasiones de surrealista en su poesía, el propio Lezama le llamó "cubista. En 1948 publico, "Suite para la espera" y en 1952 un volumen de prosa poética, "Espirales de cuje".

    Octavio Smith (1921- 1987) hace una poesía simbólica que lo acerca mucho a Lezama, aunque sin su impenetrabilidad. Publicó el poemario, "Del furtivo destierro" (1946).

    Cerrando este grupo está Virgilio Piñera (1912-1979), dueño de una poesía desengañada, amarga y de gran fuerza expresiva que lo revela como un poeta singular. Sus primeros poemarios fueron, "Las furias" (1941), "La isla en peso" (1943) y su tomo de "Poesía y prosa" (1944) en el que incluye cuentos. Controvertido y difícil Piñera romperá con el grupo Orígenes, aunque mantuvo su impronta. A él volveremos cuando hablemos de la literatura teatral.

    Singular por el parentesco de silencio, aunque por otros motivos, resultó la obra lírica de Dulce María Loynaz (1902-1997) conocida ya desde la década del 30 por sus versos intimistas. En este período publica en España sus libros, "Juegos del agua. Versos del agua y del amor" (1947), la novela lírica, "Jardín" (1951); "Cartas de amor (al rey) Tut-Ank-Amón" (1958) y la novela de viaje "Un verano en Tenerife" (1958), obras todas de gran factura estilística, extemporánea y cerrada.

    El tono mayor de su poética lo alcanza con su novela "Jardín" aporte importante a la narrativa cubana. Es una novela metafórica, lírica como la calificó ella misma. En sus páginas se reflexiona acerca de la relación del ser humano con la naturaleza, la paradoja civilizadora que lo aleja de ella y su retorno continuo, onírico o real, a sus orígenes naturales. La búsqueda constante del ser natural y el reencuentro de sí mismo con la naturaleza.

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    Dulce María Loynaz, trascendental en su soledad poética es una de las voces más consolidadas de la literatura cubana.

    Mirta Aguirre (1912-1980) tiene una obra poética que no se caracteriza por su amplitud sino por su calidad, sacrificando el verso a un sólido y amplio trabajo ensayístico y crítico, tanto de compromiso social como literario. Se distinguió por ser una de las más notables intelectuales comunistas de Cuba en este período.

    Desde 1938 con "Presencia interior" y otros poemas publicados, muestra su valía poética en versos de forma sencilla y ágil dentro de la mejor tradición de la poesía popular española.

    Eugenio Florit (1903-1999), publica es esta etapa el poemario, "Poema mío" (1947), "Conversación con mi padre" (1947), Asonante final" y "Antología Poética", ambos en 1956. En este período de madurez de su poética ensaya nuevas formas que lo aproximan a la poesía coloquial, con una vocación intimista no exenta de calidad y merecimiento.

    Mariano Brull (1891-1956) culmina en 1941 con el cuaderno "Solo de rosa", una etapa de su poesía donde los problemas del ser pasan a un primer plano. En 1950 publica, "Tiempo en pena" en el que asume profundamente la estética purista y la indagación del ser.

    Emilio Ballagas (1908-1954) cierra un ciclo poético con, "Cielo en rehenes" (1951) publicado póstumamente en 1955, junto a otros trabajos suyos.

    Otros poetas cubanos importantes publican en estos años su poesía de madurez: Agustín Acosta (1886-1979) da a conocer sus poemarios, "Últimos instantes" (1941) y "Las islas desoladas" (1943), en los que su poesía deja atrás el modernismo trasnochado de sus primeros versos. En 1956 da a conocer "Jesús", interpretación personal del mito cristiano, sin abandonar su apego a las problemáticas sociales.

    Manuel Navarro Luna (1894- 1966) continúa su obra lírica, épica, política y militante, comprometida con la causa de los humildes. En 1943 da a conocer su poemario, "La tierra herida", en la que continúa un compromiso social que lo acompañó toda su vida. Su obra se une a su militancia comunista y caracterizado por Juan Marinello como, "un gran poeta político"…teniendo en cuenta que "…el poeta político es un prisionero insigne que no obtiene la libertad sino al precio de la obediencia"[7]

    Una tendencia a la poesía de "folletín" que acude a los resortes sentimentales, eróticos y sensibleros, partiendo de un neo-romanticismo puesto al servicio del facilismo y la cursilería, se desarrolla con fuerza como una expresión de la cultura de masas que se vende.

    Su principal exponente fue José Ángel Buesa (1910- 1982), de fácil verso, pródigo en su lirismo de tema amoroso que le proporcionó gran popularidad por la venta masiva de su poesía de folletín y el ataque de la crítica cultural que vio en su obra el mejor ejemplo de seudo-literatura. Sus poemarios vendidos profusamente fueron, "Oasis" (1943), "Lamentaciones de Proteo" (1947), "Canciones de Adán" (1947), "Alegría de Proteo" (1948), "Nuevo Oasis" (1949) y "Poemas de la arena" (1949); además de la década del cincuenta se editaron antologías y recopilaciones de sus poesías ampliamente difundidas en Cuba, España e Hispanoamérica.

    La poesía neo-romántica fue cultivada por otros creadores como Ernesto García Arzola (1914-1996) quien trabaja el verso de temática social siendo el más reconocido el extenso poema que le valió un premio en el año del centenario de Martí, "Martí va con nosotros" (1953). Serafina Núñez (1913), inspiradas en los temas íntimos y el canto a su isla, es una voz sin grandilocuencia, íntima, que trascurre casi olvidada en la literatura cubana. De ellas son los cuadernos poéticos, "Mar cautiva" (1937), "Isla en el sueño" (1938), "Vigilia y secreto" (1941) y "Paisaje y elegía" (1958). Cerrando este grupo de poetas apegados a formas tradicionales está la poetisa Julia Rodríguez Tomeu (1913-2005) que publicó su poesía en la prensa de la época.

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    La poesía de corte folklórico popular tuvo en Samuel Feijoo (1914-1992) un sólido exponente. Investigador, periodista, dibujante y animador cultural, Feijoo hizo una poesía de inspiración campesina en la que está presente los temas de la flora cubana; el campo y sus guajiros, tratados de un modo creativo que elude el folklorismo fácil, captando esencias y atmósferas. Otra vertiente de su lírica se apropia de preocupaciones existenciales en temas que lo acercan al grupo origenista.

    También en esta línea folklórica está Marcelino Arozarena (1912-1996) quien trabaja los temas de las culturas negras basándose en los mitos afro cubanos.

    La poesía de Nicolás Guillén (1902-1989), continúa su desarrollo ascendente a pesar de su exilio en Argentina. Cuba sigue viviendo en su obra, esta vez en su cuaderno, "El son entero" (1947), publicado en Buenos Aires, en el que logra sintetizar las posibilidades rítmicas de la música cubana como expresividad de lo nacional.

    De este período son sus célebres elegías, creadas para denunciar y expresar los sentimientos populares. De ellas aparecen, "Elegía camagüeyana", "Elegía cubana", "Elegía a Jacques Rowmain" y sobre todo la "Elegía a Jesús Menéndez" (1948), dedicada al líder negro de los azucareros cubanos en ocasión de su asesinato; en este poema asume la voz colectiva para convertirse en expresión de la rebeldía y el dolor popular.

    En Argentina publica también, "La paloma del vuelo popular" (1958) en el que se unen el buen oficio y su raíz popular con la identificación ideológica con su pueblo en lucha por la liberación nacional.

    Poesía militante, comprometida, de aires populares, pero en constante evolución, la obra de Nicolás Guillén alcanza su tono más vibrante en este período de definiciones políticas, manteniendo el lenguaje popular para traducir los anhelos de su gente.

    Mientras la década del cincuenta ve surgir una nueva generación intelectual, no adscrita a ninguna tendencia, manifiesto o publicación, sin ninguna figura focal que centralizara sus preocupaciones y sin definir una manera única para expresar, cada uno en su tono o con la forma que ha aprendido.

    Los poetas de esta generación eran una voz diferente, no procuran el alejamiento, ni eluden el compromiso, si bien en su mayoría permanecen al margen de los acontecimientos político-revolucionarios que están en desarrollo en el país. Su acercamiento a la vida de la gente de su tiempo, sus preocupaciones y problemas existenciales le dieron homogeneidad a este grupo de creadores, algunos influidos por las vanguardias pasadas, por el trascendentalismo, sin eludir el prosaísmo, el coloquialismo o la efusión sentimental.

    Ellos constituirán la base de la primera generación del período revolucionario, en el que alcanzan su plenitud, cada uno con su definición ideológica y social. Ellos no están nucleados, muchos no se conocen, están en La Habana, en ciudades de provincias o en el extranjero, pero ya publican por estos años, fundamentalmente en las revistas culturales, algunos colaboraran en "Orígenes", otros lo hacen en, "Nuestro Tiempo" y muchos de ellos en "Ciclón".

    Entre los poetas de esta generación están, Pablo Armando Fernández (1930), Roberto Fernández Retamar (1930), Fayad Jamis (1930-1988), Pedro (1931) y Francisco de Oraá (1929-2010), Cleva Solis (1926-1996), Rafaela Chacón Nardi (1926-2001), Carilda Oliver (1922), Heberto Padilla(1932-2000), Antón Arrufat (1935), Rolando Escardó(1925-1960), Nivaria Tejera (1930), Carlos Galindo (1928), Luis Marré(1929) y Severo Sarduy(1927-1993), entre otros.

    Aunque existe un elemento anecdótico provocador de la ruptura de José Rodríguez Feo y José Lezama Lima y punto de partida de la revista "Ciclón", costeada por el primero, como lo había hecho con "Orígenes" hasta su desaparición, la creación de esta nueva revista encuentra una nueva voluntad renovadora en la literatura cubana de los años cincuenta en la que tuviera cabida lo nuevo con su implicación de compromiso social, aunque aún titubeante. "Ciclón" no era vocera de un grupo homogéneo, pero sí tribuna de inquietudes en la que tuvieron cabida desde las preocupaciones existenciales hasta la lucha sutil contra los prejuicios sociales, junto a diferentes matices de la preocupación socio política del momento.

    La revista "Ciclón" se publicaba bimensual a partir de enero de 1955 y su último número salió en 1959. En ella colaboran jóvenes escritores: Severo Sarduy, José Triana, Antón Arrufat, Guillermo Cabrera Infante, Fayad Jamís, Luis Suardíaz, César López, Ambrosio Fornet, Manuel Díaz Martínez, Roberto Branley Calvei Casey y Rine Leal, entre otros. Alentados por José Rodríguez Feo y Virgilio Piñeras, provenientes del grupo "Orígenes" y ahora en plena ruptura con ellos.

    No es muy grande la producción narrativa de este período, esta es una etapa evidente de predominio poético, presente incluso en algunas formas de esta propia narrativa; pero desde el punto de vista formal y estético se logran importantes avances en la narrativa del momento.[8]

    El cuento se beneficia con la influencia de la nueva narrativa norteamericana; el surrealismo se hace presente en algunos narradores importantes, el realismo social alcanza su mejor expresión entre nosotros con Onelio Jorge Cardoso y Félix Pita Rodríguez, en tanto Alejo Carpentier da a conocer sus novelas del "realismo mágico" en las que el tiempo y la naturaleza americana pasan a un fascínate protagonismo.

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    Alejo Carpentier (1904-1980) parte del surrealismo para crear su forma de narrar. Su estancia parisina en pleno apogeo del surrealismo lo convierten en crítico del mismo, pero salvando para su literatura los mejores momentos del mismo para aplicarlo a su empeño por entender y expresar la realidad americana.[9]

    En 1944 escribe dos cuentos determinantes, "Oficio de tinieblas" y "Viaje a la semilla", con los que, según sus propias palabras, encontró una forma u estilo que pondrá en función de develar el "misterio de este mundo americano" desconocido por los europeos.

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    "(…)Si bien el escritor cubano aparece como un crítico implacable del surrealismo, salva para sí, como influencia positiva y mecanismo útil en su empeño americanista, ciertas enseñanzas del movimiento que incorpora a su reflexión y su narrativa: la superación de la contradicción de la magia del encuentro de dos realidades aparentemente inconexas, el misterio de los mitos, la crítica a la civilización occidental y su más importante hallazgo surrealista posterior: lo maravilloso está dentro y fuera del hombre (Pierre Mabille) concepción que Carpentier ya arrastraba al venir a América"[10]

    En su desarrollo posterior Carpentier supera estas influencias surrealistas y elabora su propia teoría:

    "(…) lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad (milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de "estado límite". Para empezar, la sensación de lo maravilloso presupone una fe (…) ¿Pero qué es la historia de América sino una crónica de lo real maravilloso?"[11]

    Desde 1945 Alejo Carpentier se radica en Venezuela país en el que comienza su formidable labor narrativa. La primera de sus novelas de este período fue, "El reino de este mundo" (1949), simbiosis de lo histórico y lo sobrenatural del continente americano en el que se mezclan personajes de ficción con figuras históricas en un alucínate episodio de la Revolución antiesclavista de Haití, donde se produce el choque del iluminismo francés con el mundo mágico afroamericano. Frente a las ideas liberales burguesas, el vudú y la santería son realidades mucho más arraigadas y predominantes.

    El prólogo de esta novela es el manifiesto de la nueva novela latinoamericana explicitando el concepto de lo Real Maravilloso en el continente americano.

    En 1953 aparece su novela más difundida, "Los pasos perdidos" en la que el tiempo se vuelve a hacer objeto de especulación carpenteriana. Desarrollada en varios planos, su trama va desde la metrópoli desarrollada a la vida intrincada de la selva, pasando por la monotonía provinciana y dormida de la ciudad latinoamericana.

    El argumento cuenta la historia de un joven musicólogo que realiza investigaciones sobre instrumentos primitivos de música por encargo de una Universidad que costea su expedición a las zonas selváticas en busca de su objeto de estudio.

    Novela de factura barroca que pone de manifiesto la erudición de su creador, deja a un lado la sicología de los personajes para centrarse en el alucinante mundo americano y principalmente en sus paisajes más exuberantes.

    En Buenos Aires se edita su noveleta "El Acoso" (1956), que mueve su trama en el tiempo de la "Sinfonía Heroica" de Ludwing van Beethoven (46 minutos), tiempo en el cual el protagonista pasa revista a su vida, mientras en tiempo real ocurre la trama de la novela.

    "Guerra en el tiempo" (1958) es un trío de relatos que publica en México; "El camino de Santiago", "Viaje a la semilla" y "Semejante a la noche", publicados esta vez junto a "El Acoso". En este conjunto es evidente la experimentación con el tiempo en los diferentes planos narrativos.

    Cerrando este ciclo se edita también en México, "El Siglo de las Luces" (1962), novela de la madurez dentro de la teoría de lo real maravilloso, culminación de sus especulaciones y en la que el destino humano se une a un devenir histórico en un determinismo hermoso, cerrado e inevitable.

    La novela comienza en La Habana a través de un personaje que hace el recuento de la Revolución Francesa y su repercusión en América. La historia aparece enlazada con la naturaleza en una narración que no olvida lo mágico y maravilloso del mundo americano.

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    Junto a esta fructífera labor novelística, Alejo Carpentier desarrolla en Caracas, Venezuela, un amplio trabajo de periodismo cultural, desde las páginas del periódico "El Nacional" (entre los años1951y 1959), labor que consolida sus méritos literarios. Fueron sus años de esplendor creativo.

    En el ambiente literario cubano de estos momentos predomina el realismo con diversos matices, sobresaliendo la obra de Lino Novás Calvo (1903-1983), quien alcanza su madurez creativa con sus relatos sobre los desheredados del país: pescadores, carboneros, humildes negros y gallegos que hacían las más difíciles labores por salarios de miseria en las ciudades, el campo o en los mares de esta isla.

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    Con él culmina un modo de decir y escribir sobre la realidad cubana, los héroes de sus cuentos están atrapados por las circunstancias principalmente en su libro, "Cayo Canas" (1946) en el que los seres humanos son víctimas del mar, los ciclones y otros fenómenos naturales. La mayoría son personajes negativos en los que la bondad se da por excepción para ser destruida por la dura realidad del personaje, es por ello que su obra tiene una gran carga de amargura y pesimismo.

    Su estilo se acerca al guión cinematográfico, con descripciones breves, prosa coloquial y el uso del lenguaje de los personajes, sin escatimar los giros populares y las expresiones vulgares. Si de influencia se trata, es de notar en su prosa la huella de los escritores norteamericanos como Hemingway o Faulkner.

    Otros creadores cubanos adoptaron el realismo para expresar el mundo interior de sus personajes, pero desde otra óptica. Tal es el caso de Onelio Jorge Cardoso (1914-1986) quien inicia una fructífera labor creativa partiendo de la narración popular campesina, manejando su lenguaje, destapando la imaginación de sus cuenteros criollos para mirar el campo cubano tal cual era, en su duro panorama de desalojos, latifundios, ignorancia, sueños truncos, supersticiones y el mundo imaginativo del guajiro que él narra con sus realidades y problemas pero sin la carga de pesimismo derrotista de Novás Calvo.

    La narrativa de Onelio Jorge Cardoso se salva del lastre sociológico de los narradores realista que le precedieron, por su forma escueta y simple, su dominio del diálogo, su auténtica imagen del campesino y esa forma suya de darnos el nudo del cuento desde las primeras líneas. Su prosa parece primitiva e ingenua pero detrás de su fino humor está el valor artístico de sus cuentos.

    Se dio a conocer en 1945 al recibir el "Premio Hernández Catá" con su cuento, "El carbonero". Ese mismo años aparece su volumen de cuento, "Taita diga usté cómo" (1945) y seguirá una profusa colaboración con las revistas de la época en las que aparecen sus cuentos. Su segundo libro, "El cuentero" (1958) es un compendio de sus mejores cuentos publicados en prensa.

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    La narrativa de Félix Pita Rodríguez (1909-1990) se desarrolla en este período. Sus inicios parten del cultivo del relato humorístico, satírico, ingenioso y bien estructurado pero lastrado por un gran escepticismo.

    Publica en México su libro de cuentos, "San Abul de Montecallado" (1945) escrito con sencillez y la presencia de un tono poético que denotan sus cambios caracterizados por esas historias de aires cosmopolita y un aliento casi mágico de sus experiencias de viajero.

    Regresa a Cuba y da a conocer su libro, "Tobías" (1952), considerado su obra de madurez. Recopila historias y relatos contados con economía de recursos que le dan a los mismos una objetividad que no impide ver todo el humanismo del autor. Entre los trece relatos del libro sobresalen, "Tobías" y "El de Basora".

    Hombre de izquierda comprometido con las más nobles causas, Félix Pita Rodríguez clasifica entre los mejores y más significativos narradores del realismo cubano.

    Notable fue su práctica poética que resumirá en su poemario, "Corcel de fuego" (1948), con una lírica insurgente y alusiva que lo sitúa entre los poetas de la vanguardia en Cuba. Incursiona en el teatro, con el drama, "El relevo", de corte histórico social y en el periodismo con la publicación de ensayos, artículos y reseñas críticas. Para la radio escribió guiones dramáticos.

    Enrique Labrador Ruiz (1902- 1991) continúa su notable aportación literaria tanto en la técnica como en la forma. En este período publica, "Carne de Quimera" (1947) y "Tráiler de sueños" (1949), volúmenes de cuentos con un clima poético en los que desarrolla personajes pintorescos en una atmósfera irreal que lo emparenta con el surrealismo.

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    "La sangre hambrienta" (1951) es una novela que él llamó "caudiforme", coqueteando con el costumbrismo pero a su manera. En 1953 publica el libro, "El gallo en el espejo", subtitulado por él como, "Cuentería cubiche". Es su obra más acabada del período; en ella aprovecha muy bien la idiosincrasia del cubano para dar el ambiente de chismes, enredos y calumnias, propias de los pequeños pueblos, dando rienda suelta al lenguaje popular como base lingüística de su obra.

    También publica tres libros de ensayos, "Manera de vivir" (1941), "Papel de fumar"(1945) y "El pan de los muertos" (1958).

    Dentro del grupo "Orígenes" se desarrolla el relato imaginativo en el que se distinguen dos tendencias principales: uno fantasea con evidente cuidado formal y valores poéticos, como ocurre en las narraciones de Eliseo Diego, "En las oscuras manos del olvido" (1942) y "Divertimentos" (1946)[12]. La segunda tendencia gira alrededor de lo absurdo, lo ilógico propio de la narrativa de Virgilio Piñera, "El conflicto" (1942), "Poesía y rosa" (1944) y "Cuentos fríos" (1956), así como en su novela, "La carne de René" de fuerte influencia kafkiana.[13]

    Lydia Cabrera (1900- 1991), incursiona en la literatura trabajando los temas de la mitología afrocubana, yoruba principalmente, dando a conocer en 1940 su libro, "Cuentos negros de Cuba" que en opinión de Fernando Ortiz, son las tradiciones del folklore negro a través de una traductora blanca. En 1948 entrega su segundo volumen de estos cuentos, "Porque…", en todos ellos Lydia se aleja de la cientificidad para entregarnos relatos de valor literario, reflejo de la tradición oral del negro cubano.

    Incursionan en esta vertiente narrativa afrocubana, Rómulo Lachatañeré (1909-1951), Ramón Guirao (1909-1949) y Gerardo del Valle (1898-1973), entre otros.

    Un importante volumen de cuento, "Aquelarre" (1954) publica Ezequiel Vieta (1922-1995), eran cuento fantásticos y con algo de absurdo, donde el mundo onírico de autor influye de una manera importante. Influido por el surrealismo este libro es el precursor de la narrativa contemporánea cubana, por su economía de recursos, enfoques múltiples para reflejar la existencia del hombre y la novedosa sintaxis.

    Humberto Rodríguez Tomeu (1919-1994) también incursiona en la literatura del absurdo y el surrealismo en su libro "El Hoyo" (1950), recopilación de sus relatos.

    Enrique Serpa (1900.1968) mantiene su tónica naturalista publicando, "Noche de fiesta" (1951), conjunto de ocho relatos con temas urbanos y rurales. En 1957 publica su novela, "La trampa", acercándose a las luchas pandilleras de los grupos seudo revolucionario tras el fracaso de la revolución 30, reflejo de la gran frustración revolucionaria. Historia realista, capta con singular fuerza escenas habaneras muy típicas de la época.

    Como un raro exponente de la novela policial cubana Leonel López Nussa (1916-2004) publica en México sus obras, "El ojo de vidrio" (1955) y "El asesino de la rosa" (1957), cuyas tramas trascurren en Nueva York y La Habana respectivamente.

    Miguel de Marcos (1894-1954) continúa una narrativa costumbrista y crítica que pierde su eficacia en el "choteo criollo". En este período aparecen sus novelas, "Papaíto Mayarí" (1946) y "Fotuto" (1948).

    Ernesto García Arzola (1914-1996) cultiva el cuento rural en su libro, "La presencia interior" (1956); Raúl Aparicio (1913-1970) incursiona en la narrativa social y política, en tanto José M. Carballido Rey (1913-1987), Ramón Ferreira (1921-1970)), Dora Alonso(1912-2001), Raúl González del Cascorro(1922-1985), Surama Ferrer Deulofeu (1923) e Hilda Perera (1926), trabajan la narrativa y principalmente el cuento, muchos de ellos estimulados por el concurso "Hernández Catá", convocado desde 1942 y que contribuyó a darle auge al género.

    La literatura para teatro de este período está marcada principalmente por la dramaturgia de Virgilio Piñera (1914-1979), intelectual de gran capacidad creativa que incursionó en varios géneros literarios, poesía, narrativa, traducción y sobre todo teatro donde su obra se destaca como la más importante del siglo XX cubano.

    Modernizador de la dramaturgia cubana, su obra se caracterizó por la introducción del absurdo, el pesimismo, la amargura y la sátira, como forma de reacción ante la dura situación social del país.

    Virgilio refleja la sociedad en que le tocó vivir, pero desecha el costumbrismo, la obra de propaganda o el compromiso social, para acudir a la situación extrema, absurda pero cargada de humor negro, del que fue un maestro; no buscaba soluciones, ni pretende dar lecciones, simplemente se explaya en la situación, exagerando de forma grotesca para exagerar el defecto y al igual que Kafka dejarla sin salida.

    La crítica ha calificado a Piñera como autor subversivo, duro, agrio, sarcástico, que arremete contra los prejuicios apoyado en la burla, no pocas veces cruel.

    "Electra Garrigó" (1945) es su obra maestra, basada en la tragedia griega, su situación se traslada a una finca cubana, con personajes cubanos de clase media, viviendo una situación extrema. Virgilio trata de mantener el tono clásico de la obra original, aunque la obra se desarrolla en Cuba, intercalando frases y giros del habla popular cubana; junto a esto el Coro canta décimas al compás del punto guajiro. Los personajes visten a la criolla y finalmente Clistemnestra es envenenada con una Fruta bomba (papaya).[14]

    La disparidad de los elementos de esta tragedia parecen romper con la unidad dramatúrgica de la obra, pero todo está hecho a propósito para acentuar el tono satírico y absurdo de la obra en la que se juzga en forma satírica las más respetadas actitudes humanas y su trascendencia.

    "Electra Garrigó" es una de las más duras críticas contra la sacralización de una moral en ruinas, en ella Electra es el símbolo de la degradación, cumpliendo su trágico destino en forma desvergonzada.

    «"Electra Garrigó", una de las piezas liberadoras de nuestro teatro. Aún perdura el estremecimiento que produjo el estreno de esa pieza, donde coexisten armónicamente la grandilocuencia y el lenguaje popular, lo periódico y lo intelectual.

    « Su dramaturgia contemporanizó al teatro cubano y lo instaló en las fórmulas más audaces de la vanguardia, logrando una imagen teatral de profundas raíces nacionales.»[15]

    El absurdo se acentúa en "Jesús" (1948), un barbero habanero con este nombre, tomado por sus vecinos como el "nuevo Mesías", lo que es negado por él con vehemencia pero sin resultado. Las circunstancias lo llevan a su sino fatal como al Nazareno, pero sin querer, negándolo en medio de situaciones satíricas e irónicas que parodian la vida de Jesucristo.[16]

    En 1949 escribe, "Farsa alarma" muy influida por la novela, "El proceso de Frank Kafka, el argumento se basa en un juicio criminal deshumanizado y mecánico al que es sometido un hombre. La ley se aplica sin razonamiento ni justicia como en una pesadilla que aplasta al ciudadano común. La obra se desarrollada a un ritmo violento y los personajes, más que humanos son símbolos del comportamiento del hombre; esto unido a un diálogo arbitrario e incongruente completan la atmósfera de farsa del drama.[17]

    Partes: 1, 2
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