Fundamentos ideológicos de la emancipación latinoamericana (página 3)
Enviado por Juan Puelles L�pez
Enrique de Gandía, por otro lado, basándose en el pensamiento del general O"Leary, contemporáneo de la Independencia Latinoamericana, opina que el origen de ese movimiento no estuvo, como suele afirmarse, en la influencia de las ideas de los filósofos franceses de la Ilustración, que sin duda fue importantísima, sino en una causa política: el temor de los criollos a Napoleón y su repulsa en cierto momento a formar parte de una nación donde era rey un hermano del Emperador[75]De hecho, y como recuerda Jaime Eyzaguirre[76]en Chile, por ejemplo, hacia 1810, sólo se pensaba en declararse independientes de España en el caso de que toda la Península cayese en ma-nos de Napoleón ; en un documento de la época se dice que el pueblo español estaba dando ejemplo, "… no sólo de resistencia al invasor francés, sino de repudio al absolu-tismo y de activo ejercicio de la función política con el establecimiento de las diversas Juntas Locales". En los escritos de José Tomás Ovalle (1788.1831), José Antonio de Rojas (1743-1816), Bernardino de Vera y Pintado (1780-1827), etc., autores considera-dos tradicionalmente como precursores del independentismo chileno, se incide en esa época en los siguientes puntos:
a) Indiscutida fidelidad al monarca
b) Reivindicación de los derechos políticos de la comunidad frente al absolutis-mo
c) Conciencia de que las Indias no eran colonias, sino provincias unidas a Espa-ña en la persona del monarca común.
En definitiva, lo que estos pensadores defendían, al menos por el momento, era un despotismo ilustrado más o menos liberalizado, y generalmente solían sustentar sus ideas con los argumentos de base "escolástica" a que ya nos hemos referido[77]influí-dos por pensadores españoles del Barroco como Suárez o Molina[78]Ovalle, por ejemplo, que posteriormente fue Presidente de Chile en varias Legislaturas, decía[79]
"¿Qué se entiende por independencia? ¿El separarse de la metrópoli? Eso no es lícito. Y siempre se me ha oído decir y fundar que no hay derecho para ello, porque la Corona de Castilla hizo la conquista de las Américas con su dinero y su gente. Y así, todo proyecto y toda revolución para evitar la anarquía, que es lo peor, se debe dirigir al doloroso caso de aquella pérdida. Ahora, pues, si lo que Dios no quiera, conquistaran los franceses la España, ¿deberíamos estar depen-dientes de ella? El que diga que sí merece la horca y lo mismo quien diga que debemos sujetarnos a los ingleses: luego la independencia de éstos es necesaria y justísima".
Raúl Porras Barrenechea[80]saca similares conclusiones en relación con los polí-ticos peruanos Mariano José de Arce (1781-1851), José Hipólito Unanúe (1752-1833), Manuel Lorenzo Vidaurre (1773-1841), José Ma de Pando (1787.1849) y José Joaquín de Larriva (1780-1832)[81], entre otros, y Pedro Navarro Floria hace un análisis pareci-do con respecto a Argentina[82]; lo mismo realiza Carlos Restrepo Canal con la Nueva Gra-nada[83]Todo esto que estamos diciendo da fe, en nuestra opinión, de que el espíritu de reforma que se respiraba en la España ilustrada se reflejaba perfectamente en las colonias de ultramar, como se puede comprobar, por ejemplo, a partir del informe remitido en 1811 por el mexicano José Eduardo de Cárdenas a las Cortes de Cádiz a pe-tición de las mismas acerca del estado de la provincia de Tabasco[84]y también resulta útil a este respecto pasar revista al contenido de las bibliotecas de los intelectuales lati-noamerica-nos de la época, como es el caso de la del contador Miguel Feijo de Sosa, descrita por Guillermo Luhmann Villena, quien hace, además, la siguiente refle-xión[85]
"Hoy, otros medios de comunicación sirven de transmisores de la cultura, pero hasta la aparición del periodismo en su dimensión social, el libro gozó de un respeto reverencial: en sus hojas se hallaban condensados el acervo de siglos, las normas de conducta, todo el saber humano ; en una palabra, eran los únicos veneros de conocimiento".
La verdad, sin embargo, es que ya existía el periodismo, si bien incipiente, en América Latina desde hacía bastante tiempo. Según Antonio Checa Godoy[86]éste na-ció en México en 1541, dos años después del establecimiento de la primera imprenta en el Nuevo Mundo, con la publicación de una "rotación" acerca de un terremoto, y luego se difundió rápidamente por todo el subcontinente. La primeras "gacetas" del siglo XVIII, por otra parte, eran meras reediciones de las que se editaban en Madrid ; sirva de ejemplo el famoso "El Pensador", sacado a la luz por el intelectual lanzaroteño José Cla-vijo y Fajardo (1726-1806) en 1762, 1763 y 1767, utilizando al principio del seudónimo de Joseph Alvarez de Valladares[87]que tuvo una gran difusión, tanto en España co-mo en tierras americanas[88]En opinión de Simon Collier[89]la ideología revoluciona-ria chilena se extendió rápidamente con ayuda de la prensa en tres etapas: la llamada "patria vieja" (1810-14), con la fundación de los primeros periódicos, entre ellos "La Aurora de Chile", de Camilo Henríquez (1769-1825), la época del Gobierno de Bernar-do O"Higgins (1778-1942) y la multiplicación posterior de las publicaciones después de 1823. Asunción Martínez Riaza, por su parte, registra los principales periódicos perua-nos de la época de la Independencia, clasificándolos en varios grupos según su adscrip-ción ideológica[90]
1. Prensa constitucionalista (opuesta a la independencia)
EL PERUANO (1811-12)
EL INVESTIGADOR (1813-14)
2. Prensa fidelista (defiende la unidad de la monarquía constitucional española)
EL TRIUNFO DE LA NACION (1821)
EL DEPOSITARIO (1821-25)
3. Prensa patriota (independentista)
EL PACIFICADOR (1821)
EL CORREO MERCANTIL, POLITICO Y LITERARIO (1821-24)
EL TRIBUNO DE LA REPUBLICA PERUANA (1822)
EL NUEVO DIA DEL PERU (1824)
La convocatoria de las Cortes de Cádiz tuvo, por otro lado, una gran incidencia en las Indias. Así, Nuria Sala Vila nos describe la repercusión que tuvieron las resolu-ciones gaditanas sobre política india, en los siguientes términos[91]"La aplicación de una política por la metrópoli de corte liberal, a partir de 1821, vino a socavar en buena medida los principios de una sociedad colonial de Antiguo Régimen donde las divisio-nes sociales étnicas habían definido, en buena manera los grupos sociales". Los indios, al menos sobre el papel, pasaban de repente a gozar de iguales derechos para elegir y ser elegidos, y el rechazo de esta circunstancia constituyó, sin duda, uno de los principales factores, aunque no el único, por supuesto, que impulsaron a los criollos peruanos a apoyar en 1814 el levantamiento del Sur andino[92]El citado Eyzaguirre, por su parte, nos habla de Joaquín Fernández de Leiva y de Miguel Riesgo, dos chilenos que fueron diputados en aquel foro, donde exigieron que se concediese a las provincias del Nuevo Mundo una representación equivalente a la de los territorios peninsulares ; el resultado de tal gestión no fue muy halagüeño, como se verá[93]
"En sesión de 18 de enero de 1811, el pedido de los diputados de Indias fue desechado, acentuando el resentimiento de los criollos y su desesperanza de que pudiera partir de la madre Patria un sincero propósito de reforma. La cegué-ra y el orgullo de los peninsulares y su total incomprensión de los problemas ul-tramarinos, activaron así cada vez más el fuego de la revolución americana y contribuyeron a desplazarla poco a poco del terreno constitucional al campo se-paratista".
Tal separatismo, aderezado con ideas más o menos rousseaunianas y animado por el reciente éxito de la revolución independentista norteamericana[94]tomó forma definitivamente a partir de la partida de la familia real española hacia el exilio de Ba-yona, doblegándose ante las exigencias de Napoleón Bonaparte ; así, el año 1812 Juan Egaña (1769-1836) redactaba, influido, no obstante, al mismo tiempo que por el jurista indiano Juan de Solórzano Pereira, por los escolásticos españoles Francisco Suárez y Domingo de Soto. La "Declaración de los derechos del pueblo de Chile". Y el periodista chileno Antonio José de Irisarri (1786-1868), influido, sin duda, por el pensamiento de Thomas Payne[95]escribe en "El Semanario Patriótico"[96]
"Quede Fernando en Francia, lisonjeando los caprichos de su padre adop-tivo, o vuelva en hora buena a ocupar el trono bárbaro de los Borbones ; noso-tros debemos ser independientes si no queremos caer en una nueva esclavitud más afrentosa y cruel que la pasada … Entiendan todos que el único Rey que te-nemos es el Pueblo soberano, que la única ley es la voluntad del pueblo ; que la única fuerza es la de la Patria".
Según Carlos Rama[97]si Inglaterra dominó la economía latinoamericana tras la Independencia, no fue ella, sino Francia, la que asumió el liderazgo cultural: "Se trata de un liderazgo en el terreno "espiritual" (como se decía entonces), notable en la admi-ración (e imitación) de los artistas, de la moda, de las costumbres y hábitos de las ca-pas superiores, pero también comportaba una aceptación de modelos ideológicos, que eran considerados por los criollos recién independientes como más afines a sus ideas revolucionarias". Dicha renovación ideológica se acentuó, como observa Rama, tras la paulatina desaparición de la esclavitud en las antiguas colonias ; sin embargo, también es verdad que las "nuevas ideas" nacidas de la actitud antiespañola de los criollos no eran tan nuevas, ni provenían todas, como suele suponerse, del extranjero, sino que, co-mo recuerda Madariaga[98]esa actitud republicana "… había sido siempre vigorosa en la Iglesia española, tal y como la supieron expresar con varios matices hombres como Vitoria o Mariana". Y Rama concluye[99]
"Las "nuevas ideas", que se remontaban al Renacimiento y a una Edad Me-dia de hombres libres castellanos y aragoneses, que se manisfestarán a través de la heterodoxia religiosa, que estarán en la obra de los escritores de la Compañía de Jesús, y que ante todo fueron receptivas de la Ilustración, ahora podían desa-rrollarse sin la coerción de la Inquisición, el control del papado de Pío VII y, ante todo, del orden político colonial … Por otra parte, los Libertadores y otros dirigentes de la Revolución Independentista integraban la masonería (Francisco de Miranda, Simón Bolívar, José de San Martín, Pedro I de Brasil, etc.) o mante-nían ideas liberales e inclusive democráticas, que les hacían ver con hostilidad a la institución eclesiástica, al estilo de los revolucionarios burgueses norteameri-canos y franceses de esos tiempos".
La crisis de la Monarquía hispánica se venía anunciando ya, en efecto, como consigna Salvador de Madariaga[100]desde la publicación en 1619 de la "Carta de Felipe III", del Conde de Gandomer, y poco después, ya en relación con las Indias y pronosti-cando la secesión de las mismas, en la obra de Gabriel Fernández de Villalobos, mar-qués de Varinas. En el siglo XVIII la crisis se fue acentuando, como se sabe, y ello se refleja en diversos escritos de la época, como fue el caso del "Testamento de España" (1740), original de Melchor Rafael de Macanaz (1670-1760), y –por lo que nos toca- las "Cartas de Madrid" 81745), del vizconde del Buen Paso, el tinerfeño Cristóbal del Hoyo Solórzano (1677-1762), donde el autor, aunque se reconoce español por los cuatro cos-tados ("Indios, señor, ¿por qué mapa? Mestizos, los canarios ¿quién lo ha dicho? Americanos ¿por qué?"[101]), reconoce también los vínculos que unen al Archipiélago Canario con el Continente Americano: "Salen diez veces más familias y más hombres a propor-ción de Tenerife para Indias que de España"[102]. En opinión de Madariaga, el origen de las ideas secesionistas y antiespañolas de América Latina fue tanto externo como inter-no ; desde el exterior actuaron, como hemos visto, los filósofos franceses de la Ilustración, especialmente cuatro (v.gr., Montesquieu, Rousseau, Voltaire y Raynal)[103], y desde el interior lo que este autor denomina las "3 cofradías": judíos, francmasones y jesui-tas[104] Especialmente sintomática resulta la influencia del pensamiento de Rousseau, transmisor y divulgador, como es sabido, del mito del "buen salvaje", de procedencia es-pañola: "… unas palabras de Colón bastaron para inflamar la fantasía de Rousseau" ; así, en los escritos de Simón Bolívar (1783-1830), sin ir más lejos, queda perfectamente reflejada la concepción rousseauniana del Estado[105]
"He aquí en mis ideas viejas el gran problema en política: Hallar una for-ma de gobierno que ponga la ley por encima del hombre […] Si por desgracia no fuera posible hallarla, y confieso ingenuamente que creo que no lo es, mi opi-nión es que hay que pasar al otro extremo y poner de pronto al hombre tan por encima de las leyes como sea posible ; por consiguiente establecer el despotismo arbitrario, y el más arbitrario que poder se pueda".
Voltaire se refirió al Nuevo Mundo en su novela "Cándido" y en su tragedia "Al-zira" ; Raynal, por su parte, publicó en 1770 un tratado polémico titulado "Histoire Philo sophique et Politique des Establissements et du commerce des Européens dans les Deux Indes", un alegato "… apasionado, inexacto, pintoresco y retórico" en opinión de Salva-dor de Madariaga. El más grande precursor, por otro lado, del independentismo latinoa-mericano, influido, sin duda, por todos estos precedentes a que nos hemos referido, fue Francisco de Miranda (1750-1816), descendiente de canarios, a quien Madariaga descri-be como sigue[106]
"Típico criollo. El padre viene a Caracas de Canarias ; la madre tiene en Caracas arraigo de muchas generaciones. El padre, Sebastián Miranda, era un tendero rico. Durante la escena en que se leyó al público el pacto entre el Gober-nador Castellanos y el rebelde León, figuraba Sebastián Miranda al lado del Go-bernador y del padre de Bolívar. León era isleño como él, y ene-migo jurado de los vascongados. Bolívar era vástago –si bien remoto- de la nación vascongada ; Ponte por su madre, y amigo de los Tovar. Un Ponte y un Tovar van a ser las dos espinas más enconadas al costado del padre de Miranda. Un Bolívar será el amo de sus destinos".
En Miranda convergen todos los movimientos, precedentes y tendencias que la-boraban por la secesión durante el siglo XVIII. Por su padre sintió los resentimientos del colono español ; por su madre los del criollo americano más o menos injerto ; en los Estados Unidos respiró una revolución, en Francia vivió otra ; y se dio cuenta de los pe-ligros de la tercera ; leía los cuatro filósofos y conoció a uno en su propia casa ; estuvo en relación con judíos españoles desterrados ; frecuentó instituciones masónicas (si es que no pertenecía a la Orden) y recogió y entregó a Pitt listas de jesuitas desterrados que había preparado para agentes de la secesión. Por su vida romántica, ya en sí toda una novela, figura magnética para las Indias, había llegado a ser por su carrera meteórica co-mo general de la Revolución Francesa, antes del orto de Bolívar, el Washington del mundo hispánico".
Génesis de la identidad filosófica latinoamericana
John Lynch comenta lo siguiente, resumiendo de alguna manera lo que nosotros llevamos dicho hasta este momento[107]
"Las revoluciones por la Independencia en Hispanoamérica fueron repen-tinas, violentas y universales. Cuando en 1808 España se derrumbó ante la em-bestída de Napoleón, su imperio se extendía desde California hasta el Cabo de Hornos, desde la desembocadura del Orinoco hasta las orillas del Pacífico, el ámbito de cuatro virreinatos, el hogar de diecisiete millones de personas. Quince años más tarde España solamente mantenía en su poder Cuba y Puerto Rico. Y ya proliferaban las nuevas naciones. Con todo, la independencia, aunque pre-cipitada por un choque externo, fue la culminación de un largo proceso de enaje-nación en el cual Hispanoamérica se dio cuenta de su propia identidad, tomó conciencia de su cultura, se hizo celosa de sus recursos. Esta creciente concien-cia de sí movió a Alexander von Humboldt a observar: "Los criollos prefieren que se les llame americanos ; y desde la Paz de Versailles, y especialmente des-de 1789, se les oye decir muchas veces con orgullo: "Yo no soy español ; soy americano, palabras que descubren los síntomas de un antiguo resentimiento". También revelaban, aunque todavía confusamente, la existencia de lealtades di-vididas, porque sin negar la soberana de la corona, o incluso los vínculos con España, los americanos empezaban a poner en duda las bases de su fidelidad. La propia España alimentaba sus dudas, porque en el crepúsculo de su imperio no atenuaba sino que aumentaba su imperialismo".
¿En qué consistía esa nueva "identidad latinoamericana" que acababa de surgir? Augusto Salazar Bondy establece tres cuestiones fundamentales que hay, según él, que tener en cuenta si se quiere hablar de una filosofía específicamente americana[108]
1. Cómo ha sido el pensamiento hispanoamericano, y si ha habido una filosofía original, genuina o peculiar en esta parte del mundo
2. Cómo debe ser la filosofía hispanoamericana si quiere lograr autenticidad y asegurar su progreso futuro
3. Si lo hispanoamericano debe o puede ser tema de reflexión filosófica.
En relación con el primero de estos puntos, Salazar señala que un análisis histó-rico de la obra de los pensadores latinoamericanos revela dos tendencias en el período que transcurre desde la Conquista hasta los movimientos emancipatorios[109]una primera etapa donde el pensamiento americano refleja sin más las corrientes predominantes en España de ese período, es decir, las distintas formas de escolasticismo; le sigue una cor-ta etapa donde se nota la influencia de la política liberalizadora de Carlos III, con la pu-blicación de escritos que reflejan ese espíritu reformador, influidos sobre toso por Fei-joo y por la presencia en el subcontinente de algunos viajeros extranjeros ilustres, como fue el caso de Humboldt. A todo esto habría que añadirle la influencia que pudo ejercer en los intelectuales latinoamericanos la lectura de la obra de diversos filósofos de fama universal: Descartes, Leibniz, Locke, Grocio, Galileo, Condillac, Rousseau, Montesquieu, Adam Smith, Filangeri, Beccaria, Benjamin Constant, etc. La conclusión de Sala-zar es la siguiente[110]
"… la vinculación doctrinal es clara, pues la ideología ilustrada hispanoa-mericana no es sino el trasplante de la filosofía de la Ilustración europea, espe-cialmente la francesa. A semejan-za de Francia, en la América hispanoindia es ésta también época de cambios políticos importantes, que serán arropados por el pensamiento filosófico moderno: los cambios de la revolución emancipadora que hacia 1824 habrá cancelado el poder español en la mayor parte de nuestros paí-ses".
Contrariamente a Salazar Bondy, Ramón Castilla sí que observa una especificidad innegable en el pensamiento de América Latina, cuya evolución divide en dos períodos[111]
I) Subraya la alteridad de América, pero acaba por negarle valor al instaurarse el Racionalismo y la Ilustración.
II) Se inicia con el Romanticismo y, tras el paréntesis del Positivismo, conduce al momento actual.
En lo que se refiere al primero de estos períodos, que es el que aquí nos interesa, habría que considerar, según Castilla, tres apartados[112]
Capacidad de América para la cultura
Revelación de las peculiaridades de América
Presentación de América como el continente del futuro.
I) Capacidad de América para la cultura
Se trata en este caso de un tema muy debatido durante todo el período colonial, tanto por autores autóctonos como por pensadores europeos más o menos afamados: el de si el indio era un ser "racional" o "irracional". En el siglo XVII, los pensadores esco-lásticos españoles Francisco Suárez y Juan de Cárdenas alabaron en sus escritos la "inte-ligencia americana". Feijoo (1730-32) defiende la cultura americana, Juan José de Eguiara (1735) dice que "… los ingenios americanos, lejos de decaer prematuramente, son brillantemente precoces", y el ilustrado Llano Zapata (1759) defiende claramente a los indios, que en su opinión forman parte de "su" América y sólo están faltos de cultu-ra. Como observa Mariano Picón-Salas[113]en todo aquel período, y especialmente en la época inmediata a la conquista americana, a los pensadores europeos se les plantearon de repente una serie de problemas que no podían resolverse recurriendo a las fuentes tradicionales (i.e., la Biblia y Aristóteles):
"¿Descienden los indios de Adán? ¿No constituyen un inferior linaje y no son siervos por naturaleza como lo proclamaban algunos aristotélicos? Cómo se compagina la tradición bíblica con el poblamiento de América y cómo descen-diendo de la pareja edénica pudieron llegar las gentes a tan remotos países ; cómo -contra lo afirmado por Aristóteles- la zona tórrida resultó habitable y los antípodas no andaban de cabeza, son algunas de las más populares cuestiones suscitadas, cuando se trata de incorporar América al sistema de ideas y creencias hasta entonces vigente en la cultura cristiana europea".
En este contexto de incertidumbre teóricas destaca sin duda la figura del Padre José de Acosta (1540-1600), insigne jesuita, el cual, en uno de sus principales escritos, concretamente la "Historia natural y moral de las Indias" (1590), avanza por primera vez la hipótesis comunmente aceptada hoy en día de que el hombre probablemente accedió al Continente Americano a través de las regiones árticas ; su razonamiento no deja de ser sobremanera curioso[114]"Cuando cesó el Diluvio, del Arca de Noé salieron las pa-rejas de animales allí encerradas. Algunas por instinto natural se trasladaron a lugares donde la vida era fácil y posible, abandonando el antiguo Continente y pasando al nuevo por la tierra ártica". El llamado "humanismo jesuítico" de tierras americanas no alcanzó, sin embargo, su auge hasta bien entrado el siglo XVIII, y estos jesuitas, con sus alabanzas a la inteligencia americana, se convertirían, en opinión de Castilla, en la base del independentismo latinoamericano ; a este respecto cita la "Carta Crítica", original de un tal Francisco Iturri, donde ya puede detectarse cierto patriotismo americanista en es-tado embrionario.
II) América como utopía
Según Ramón Castilla[115]hasta el final de la Ilustración no puede encontrarse verdaderamente ningún pensamiento auténticamente americano, y es que en su opinión la Ilustración, al contemplar el territorio americano como un "mundo joven" que se en-contraba en un estado de progreso menos avanzado que en Europa, redunda en cierta negación y menosprecio de su ser. Esta idea (i.e., el ya mencionado mito del "buen sal-vaje"[116]que Rousseau, como es sabido, volvió a resucitar[117]siendo precedido en su labor por Montaigne, Montesquieu, Shakespeare, Berkeley, Voltaire, Hobbes, etc.) ya se venía arrastrando desde tiempos de la Conquista y estaba latente en los proyectos utópicos de algunos misioneros españoles de la época (v.gr., Pedro de Córdoba, Rodrigo de Figueroa, Bartolomé de las Casas, Juan Zumárraga, Vasco de Quiroga, etc.), que se pro-ponían "… no contaminar al indio con los males de la corrompida civilización euro-pea". Vasco de Quiroga, por ejemplo, pretendía, influido por Tomás Moro, llevar a cabo en su misión "… el sueño platónico de un orden más armonioso del mundo" ; según Pi-cón-Salas, su labor y la de otros misioneros de la época constituye un claro precedente –en casi dos siglos- de las reducciones jesuíticas del Paraguay[118]En lo que respecta al mencionado "humanismo jesuítico" del siglo XVIII, Picón-Salas se refiere de manera es-pecial a un grupo de jesuitas mexicanos que fueron expulsados de su tierra en 1767 y que en el exilio (generalmente en Italia) desarrollaron "… un pensamiento que se acerca bastante al reformismo social de la Enciclopedia, aunque no ha perdido su hilo conduc-tor religioso". Así, tenemos, por ejemplo, a los siguientes, entre otros[119]
FRANCISCO JAVIER ALEGRE (1729-1788):
Partiendo del Derecho Natural y de una cultura vastísima en la que se conci-lian los filósofos griegos, Santo Tomás de Aquino y los tratadistas modernos, busca y plantea las bases de la más ecuánime sociedad cristiana, en cuya estructura está implícita la idea del "pacto social" y del Estado democrático-representativo, en lucha contra el absolutismo monárquico ; sus tesis, expues-tas en el libro "Instituciones Teológicas", se pueden resumir, según Antonio Ibargüengoitia, en los siguientes puntos[120]
a) El origen de la autoridad no es la superioridad intelectual, física o fisioló-gica.
b) La autoridad se funda en la naturaleza social del hombre, pero su origen próximo es el consentimiento de la comunidad.
c) La autoridad civil no viene inmediatamente de Dios a los gobernantes, si-no mediante la comunidad.
d) Mucho menos puede decirse que la autoridad civil provenga del romano pontífice y que él la confiera a los príncipes.
FRANCISCO XAVIER CLAVIJERO (1751-1787):
En "Historia Antigua de México" describe interesantes aspectos de la vida del pueblo mexicano antes de la llegada de los españoles, así como el proce-so de encuentro de las dos culturas[121]
ANDRES CAVO (1739-1802)[122]:
En "Tres siglos de México" argumenta que la creciente malquerencia contra los españoles que se palpa en las colonias tiene como motivo determinante el justo rencor racial.
ANDRES DE GUEVARA Y BASOAZABAL (1748-1801)[123]:
Según él, los filósofos "… son cosmopolitas, tienen por compatriotas a todos los hombres y saben que cualquier lengua por exótica que parezca puede, en virtud de la cultura, ser tan sabia como la griega y que cualquier pueblo puede llegar a ser tan culto como el que crea serlo en mayor grado. Con respecto a la cultura, la verdadera Filosofía no reconoce incapacidad en hombre alguno, o porque haya nacido blanco o negro, o porque haya sido educado en los polos o en la zona tórrida. Dada la conveniente instrucción –enseña la Filosofía-, en todo clima el hombre es capaz de todo".
Elogia a Descartes, Galileo y Bacon como los genios que abrieron la ruta pa-ra una nueva cultura humana.
El retraso de América con respecto a Europa es un estado transitorio y per-fectamente superable a medida que se difundan las luces.
PEDRO JOSE MARQUEZ (1741-1793)[124]:
Crítico de arte ; analiza el arte hispanoamericano desde la óptica estética neoclásica de Lessing o Winckelmann.
Según Salvador de Madariaga, por otra parte, la contribución de los jesuitas a la propagación de la ideología emancipadora comenzó en el momento de su expulsión de tierra españolas y portuguesas, ya que con anterioridad a esa fecha habían contribuido entusiásticamente al desarrollo de la vida colonial ; lo expresa como sigue[125]
"La labor civilizadora y creadora de los jesuitas en las Indias fue asom-brosa. De Nueva España a Chile, sembraron de colegios el continente, propagan-do enseñanza secundaria y superior de modo tal que no hubo pronto en toda la América española y Filipinas ciudad de alguna importancia donde los jesuitas no contribuyeran en primera fila a formar las clases directoras del país. Suele insis-tirse sobre la tendencia de los jesuitas a ocuparse de los ricos. Aunque no deja de tener fundamento esta observación, no se aplicaba esta táctica en las Indias al punto de olvidar las demás clases […] Los jesuitas prestaban la mayor atención a la enseñanza mental, moral y artística de los indios de sus misiones del Rio de la Plata, misiones que con el tiempo se pusieron a la cabeza del fomento de la im-prenta, la arquitectura, la pin-tura, la escultura, el dorado y la música, al punto que un autor argentino moderno considera que los jesuitas habían llegado a abo-lir por completo el analfabetismo en los territorios de su jurisdicción. Los artistas eran casi siempre indios".
III) América como continente del porvenir
Este aspecto se deriva, según Ramón Castilla, del anteriormente desarrollado mi-to del "buen salvaje" adornado éste con temáticas procedentes de pensadores tan dispa-res como San Agustín, Orosio, San Isidro, Campanella o Justo Lipsio. Así, por ejemplo, un aforismo de Montaigne dice, refiriéndose sin duda a esta idea: "El universo cae en parálisis ; un miembro está equilibrado ; el otro, en vigor". Ya en el siglo XVIII, Ber-keley (1739) demuestra su fe en la perspectiva de implantar las artes en América, "… no como las produce Europa en su decadencia, sino como las produjo cuando era fresca y joven". Raynal (1759), por su parte, manifiesta: "Después de haber sido devastado, este Nuevo Mundo debe florecer a su turno y tal vez sin mandar al antiguo" ; finalmente, Galiani (1774) dice: "Ha llegado la hora del derrumbe total de Europa y de la transmi-gración a América. Todo cae podrido entre nosotros: religión, leyes, artes, ciencias ; y todo va a reconstruirse desde los cimientos en América".
Hacia un nuevo concepto de educación
En vísperas de la Revolución, la burguesía criolla se encontraba, como decimos, imbuida del espíritu cosmopolita y de los ideales humanos que le llegaban desde Euro-pa ; para fundamentar sus aspiraciones disponía, como comenta Picón-Salas[126]"… de una abundante literatura descriptiva y crítica inspirada en América y en la que se fun-den la curiosidad científica de la época y la más concreta propaganda contra España que se elabora en Francia y, más señaladamente, en Inglaterra, ávida de abrirse paso a los mercados y rutas ultramarinas del ya vacilante imperio hispánico"" Ese ansia de los intelectuales criollos por adquirir cultura de cualquier parte del mundo que no fuese Es-paña se refleja en la siguiente cita del ya mencionado Francisco de Miranda, extraída de la "Carta a Cagigal'"(1783), donde dice que se marcha[127]
"… para dar principio a mis viajes por el extranjero. Con este designio he cultivado de antemano con esmero los principales idiomas de la Europa que fue-ron la profesión en que desde mis primeros años me colocó la suerte y el naci-miento. Todos estos principios ; toda esta simiente que, con no pequeño afán y gastos, se ha estado sembrando en mi entendimiento por espacio de treinta años que tengo de edad, quedaría desde luego sin fruto ni provecho por falta de cultu-ra a tiempo: la experiencia y conocimiento que el hombre adquiere visitando y examinando personalmente con inteligencia prolija en el gran libro del Universo. Las sociedades más sabias y virtuosas que lo componen ; sus leyes, Gobierno, Agricultura, Policía, Arte militar, Navegación, Ciencias, Artes, etc., es lo que únicamente puede sazonar el fruto y completar en algún modo la obra magna de formar un hombre sólido".
Estas declaraciones de Miranda reflejan –aparte de la inclinación cada vez más probritánica de la burguesía criolla- la evidente influencia en este personaje de la obra de John Locke[128]el cual, defendiendo en sus "Pensamientos acerca de la educación", del año 1714, la conveniencia de viajar para complementar la educación, expresa opi-niones similares[129]Por otro lado, ese interés por la educación propia que manifestaban los intelectuales criollos era asimismo extensible a investigar sobre formas viables de ampliar el nivel educacional de la población de sus respectivos países (no olvidemos que la influencia de la Ilustración era enorme, y los ilustrados insistían, como se ha visto más arriba[130]en esta temática) ; en ese aspecto no se apartaron mucho, según Picón-Salas, de lo que a la sazón se estaba haciendo en España[131]"Fórmulas o planes que los enciclopedistas españoles de entonces daban para superar la postración de la Pe-nínsula, son adoptadas también en América, y así, la influencia ya perceptible de las ideas cosmopolitas –inglesas o francesas- en el pensamiento criollo de entonces, se ejercita sobre un fondo común de ideología española". La referencia común a este res-pecto es el ya citado Benito Jerónimo Feijoo[132]el cual acusaba a los sectores más retrógrados de la Iglesia española de "… querer escudar la Religión con la Barbarie, de-fender la luz con el humo, y dar a la ignorancia el glorioso atributo de necesario para la seguridad de la Fe"[133]. Feijoo completa su apreciación en el siguiente texto:
"De los que se oponen [al adelantamiento de las Ciencias y Artes en Es-paña] unos proceden por ignorancia, otros por malicia, Los primeros tienen alguna disculpa, ninguna los segundos. Y la malicia de estos atrae para auxiliar suya la ignorancia de los otros. Grita este, que cuanto da a luz el nuevo Escritor son unas inutilidades que tanto vale ignorarlas como saberlas. Cla-ma aquél, que todas las novedades en materias literarias son peligrosas. Fulmina el otro que cuanto produce como nuevo su compatriota es tomado de Extranjeros, que o son herejes, o les falta poco para serlo. Y aquí entra con afectado énfasis lo de los aires infectos del Norte, que se hizo ya estribillo en tantos asuntos, y es admira-ble para alucinar a muchos buenos católicos, mas igualmente que católicos, ig-norantes".
Picón-Salas resume el pensamiento crítico de Feijoo en cuatro "idola" de las tra-dición nacional, enarbolados de una forma u otra por prácticamente todos los teóricos de la educación latinoamericana de la época[134]
1. El abuso de las disputas verbales que convirtieron la llamada ciencia españo-la de la época barroca en un laberinto de palabras sin contenido útil
2. Los argumentos de autoridad, absorbiendo el sano criterio de la razón
3. El desdén por la experiencia y por la observación de la naturaleza
4. Las vanas credulidades y supercherías que en España constituían el follaje parásito de la fe religiosa.
Entre los autores que en América Latina teorizaron sobre temas educativos por aquellas fechas podemos citar, entre otros, a José Baquijano y Carrillo (1751-1818)[135], Francisco Espejo (1758-1814)[136] y Francisco José de Caldas (1771-1816)[137]. Las ideas de Feijoo sobre la realidad española de su tiempo, por otro lado, fueron aplicadas sin más por el venezolano Miguel José Sanz (1754-1814)[138] para poner en solfa los defectos de la educación colonial , en cuanto a Manuel de Salas, uno de los contertulios de Olavide durante la estancia de aquél en tierras venezolanas, Picón-Salas dice lo si-guiente[139]
"… ha estudiado el inglés, lo que le pone en contacto ya no sólo con el nuevo pensamiento de educación técnica de que estaba impregnada la reciente ideología norteamericana. Curiosamente Manuel de Salas recuerda a Franklin en la doble y armoniosa capacidad de pensar y de hacer".
Eclosión de la ideología emancipadora en diferentes países de América latina
Los sueños de libertad política de Latinoamérica a que nos hemos venido refi-riendo se vieron reflejados, como constata Picón-Salas[140]en la "Carta de los Españoles Americanos" (1782), un panfleto propagandístico clandestino original del intelectual pe-ruano Juan Pablo Vizcardo y Guzmán (1747-1798) que Francisco de Miranda se encar-gó de difundir por toda Hispanoamérica y donde, tras analizar la en su opinión desastro-sa política colonial española, se propugnaba la independencia a imitación de lo que ha-bía sucedido en los Estados Unidos en fechas recientes. En el resto del libelo, que fue traducido al francés e impreso en Filadelfia, se nota, como puede comprobarse, la influ-encia tanto de Rousseau como de los teólogos escolásticos españoles[141]
"La conservación de los derechos naturales y, sobre todo, la de la libertad de las personas y seguido de los bienes, es incuestionablemente la piedra funda-mental de toda sociedad humana, bajo cualquier forma política en que ésta sea organizada. Estamos obligados a reivindicar los derechos naturales que debemos a nuestro Creador ; derechos preciosos que no tenemos facultad para enajenar, y de los cuales no puede privársenos sin incurrir por ello en un crimen. ¿Puede el hombre acaso renunciar a su razón? Pues su libertad personal no le pertenece menos especialmente".
Casi simultáneamente, el joven colombiano Antonio de Nariño (1765-1823) tra-ducía al castellano, como ya hemos mencionado[142]la "Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano", Carta Magna, como se sabe, de toda revolución liberal que se precie, lo que le costó varios años de cárcel, pero resultó a la larga un hecho de gran trascendencia, ya que la susodicha traducción alcanzó una amplia difusión por todo el subcontinente[143]Por otro lado, lo que Picón Salas denomina el "contagio de la Revolu-ción francesa" accedió a los criollos igualmente –también hemos hecho mención de ello[144]a través de España, y no únicamente por la lectura de las obras polémicas de los disidentes españoles, sino de una manera bastante más directa:
"Un grupo de maestros españoles, empapados de Rousseau y de ciega espe-ranza en el poder de las ideologías, fraguaron en la Península la llamada conspi-ración de San Blas (primer sueño de crear una república democrática hispana). Descubiertos y hechos cautivos estos "afrancesa-dos" –Juan Bautista Picornell, Manuel Cortés de Campomanes y Sebastián Andrés-, se las señala como presi-dio las bóvedas de La Guaira en las lejanas costas del Caribe. Era precisamente ese puerto de La Guaira –tan visitado de naves vizcaínas que exportaban el pre-cioso cacao de Caracas, y vecino de las Antillas inglesas, francesas y holandesas, focos muy activos de contrabando comercial e ideológico- uno de los lugares de América más contaminados por el naciente espíritu de agitación".
Fue precisamente en ese entorno propicio donde, como es sabido, se desató por fin la vorágine revolucionaria, y fueron esas condiciones objetivas las que permitieron la formación intelectual del gran Libertador, Simón Bolívar (1783-1830), que Picón-Sa-las describe a continuación[145]
"Simbólicamente en los finales del siglo XVIII, el 19 de enero de 1799, el adolescente Simón Bolívar, que ya ha tenido los tres y más extraordinarios ma-estros que entonces podía ofrecer Venezuela: el licenciado Sanz, crítico de la educación colonial ; el joven Andrés Bello, que antes de los veinte años era el más consumado latinista y el más fino intérprete de las letras clásicas y moder-nas en la capitanía general, y el extrañísimo Simón Rodríguez, rusoniano prácti-co y enemigo radical de toda tiranía (llámese familia, iglesia o estado), empren-de en el navío San Ildefonso su primer viaje de estudio a Europa".
En un principio, según Picón-Salas, no se establecieron grandes diferencias entre los movimientos emancipadores de las distintas regiones ; así dice[146]"Una conciencia de destino común hispanoamericano (que después hemos perdido) es característica del clima espiritual de aquellos días. Miranda llama compatriotas a sus corresponsales y amigos desde México hasta Buenos Aires. Así como un chileno –Madariaga- va a revo-lucionar Caracas, un guatemalteco –Irisarri- será uno de los más agudos panfletistas de la independencia en Santiago de Chile. Para la idea y la obligación que viene no se conocen entonces fronteras". Pero, como se sabe, no tardó en cundir la división, no sólo entre distintos países latinoamericanos, sino también en el seno de una misma nación, como veremos en el apartado que sigue.
Región del Río de la Plata (Argentina, Paraguay y Uruguay)
Según John Lynch[147]la idea de independencia de España llegó a esa zona de una manera casual, con motivo del ataque que la Marina inglesa realizó a Buenos Aires en el curso de la guerra de Inglaterra contra España (1806) , entonces, durante la defen-sa de la ciudad, pudieron comprobar los criollos su evidente superioridad numérica so-bre las peninsulares: "Sus regimientos, llamados de patricios y de arribeños, eran ma-yores y más numerosos que los de los peninsulares, y llegaron a tener alrededor de 8.000 hombres. Al mismo tiempo escogían a sus oficiales superiores mediante elección, convirtiendo así a su organización militar en una especie de democracia". Esa circuns-tancia fue antes que nada la que los empujó a una actividad política cada vez más inten-sa y cada vez más crítica para con el sistema colonial. Aparte de esto, mientras que, co-mo hemos visto, la debilidad de España en América llevó a los criollos a la política, la crisis española en Europa les dio aún mayores oportunidades para hacer progresar sus intereses. Además, aunque el poder de los criollos residía sobre todo, como hemos visto, en su capacidad militar, éstos disponían asimismo, como constata Lynch, de fuertes re-cursos ideológicos[148]
"… entre los criollos había también un definido grupo de intelectuales, gra-duados, abogados, doctores, oficinistas y sacerdotes, un incipiente sector medio, influido por la Ilustración, y directa o indirectamente nacido del reciente creci-miento de la colonia. Procedían de grupos sociales más bajos que los militares: Belgrano y Castelli eran hijos de italianos ; Moreno y Viey-tes, hijos de modes-tos inmigrantes españoles ; Larrea y Matheu, catalanes. Y tenían que trabajar para vivir, como pequeños burócratas o profesionales. Estaban más interesados en las ideas que en las armas, y aunque no discutían la estructura social exis-tente, tendían a ser más radicales en su pensamiento, apoyando reformas ilustra-das, el Semanario de Agricultura y otros periódicos, ; y al fracasar en su intento de conseguir una monarquía constitucional empezaron a defender la independen-cia".
En Uruguay la cosa funcionó de forma distinta ; su estamento criollo se encontraba al principio más dispuesto a apoyar a España que al movimiento independentista liderado por Argentina. La razón era que ellos de quien realmente querían independizar-se era de Buenos Aires, y utilizaban la lealtad a la metrópoli como un medio para con-seguir aquel fin ; pero no se percataban, al menos al principio, de que su peculiar secesionismo beneficiaba más a los realistas que a su propio partido. Uno de los primeros en darse cuenta de este extremo fue José Gervasio Artigas (1764-1850), un caudillo gaucho que, a consecuencia de esta constatación, decidió unirse en Febrero de 1811 al movi-miento independentista del Plata ; con ello consiguió que la Junta constituida en Buenos Aires le dotase de medios humanos y materiales para llevar la revolución a la Banda Oriental, convirtiéndose de esta manera con el tiempo en el fundador de la nación uruguaya[149]El caso de Paraguay también fue especial, pero distinto del que acabamos de describir[150]
"Paraguay, como Uruguay, repudió la autoridad de Buenos Aires, primero y muy brevemente para apoyar a España, luego más vigorosamente para afirmar su propia independencia. Fue un movimiento muy rápido, y Paraguay de hecho se convirtió en un estado soberano desde 1811 sin pasar por la larga prueba de combates sufrida por Uruguay. Pero, mientras que Uruguay utilizó su independencia para crear un estado liberal, dominado por la aristocracia agraria y mer-cantil, Paraguay tuvo una dictadura seudopopulista bajo el gobierno del siniestro doctor Francia".
Una vez secesionados Uruguay y Paraguay, los problemas no cesaron en las lla-madas Provincias Unidas del Río de la Plata –la actual Argentina-, que al menos durante la lucha independentista estaban de acuerdo en principio para formar una sola nación ; pero, como constatan Bushnell & Macaulay[151]esa determinación unitaria se reveló con frecuencia bastante frágil, toda vez que de hecho, "… ya en 1810, el mismo año de la declaración de unidad, se vino abajo la autoridad nacional al desencadenarse un conflicto armado entre las provincias y dentro de cada una de ellas, que degeneró en una situación de desorden generalizado". El origen de estos enfrentamientos estaba por lo ge-neral en la diferencia de puntos de vista acerca de la forma de organizar el Gobierno:
"Unos pretendían estructurar la nueva nación como una república centraliza-da, con un fuerte control por parte de las autoridades de la capital, mientras que otros destacaban la formación de una federación de provincias ligadas por lazos flexibles. Por su parte Buenos Aires, con fuertes vínculos comerciales y de otro tipo con Europa occidental y con los Estados Unidos, y que poseía una cuota desproporcionada de la riqueza y del capital humano del país, se consideraba destinada por la naturaleza a "civilizar" a la aislada y atrasada región interior … A su vez, el federalismo es apoyó en el resentimiento que despertaba en el inte-rior la prepotencia de Buenos Aires y de sus habitantes, los porteños".
Chile
Según Lynch[152]en esta colonia, a pesar de hallarse a la sombra del Perú realista, se había desarrollado un sentido de identidad nacional más acendrado que en el Alto Perú, "… y su clase dominante tenía menos miedo a la revolución". La razón estribaba tal vez en que la sociedad chilena era bastante homogénea en su composición, con unos 800.000 habitantes aproximadamente, mestizos en su mayoría, a los que se sumaban 20.000 españoles, 20.000 negros, zambos y mulatos (5.000 de ellos esclavos) y alrededor de 100.000 indios [ver gráfico]. La estructura social del país se edificaba en torno a la propiedad de la tierra, que se encontraba concentrada en manos de una reducida élite y, como dice Lynch, resulta "… lógico que los aristócratas criollos, amos del campo, aspiraran a ser amos del país". Esa autoconciencia chilena se expresó en una abundante y rica literatura, cuyos primeros exponentes fueron, lo mismo que en el caso de México, algunos jesuitas exiliados, los cuales, describiendo su patria, sus recursos humanos y naturales, su historia y sus instituciones, fraguaron un incipiente sentido de nacionalidad:
"Una generación entera de criollos, Manuel de Salas, José Antonio de Rojas, Juan Egaña, rindieron tributo literario a su país y afirmaron su patriotismo en una prosa elegante aunque exagerada. Después de un largo período de desarrollo, el crecimiento de la identidad chilena fue repentinamente acelerado por los acontecimientos. La crisis del 1808-1810 obligó a los líderes criollos a actuar como nacionalistas, y en 1810 el concepto de patria había empezado a significar Chile más que el mundo hispánico como un todo".
Tales ideales de identidad nacional chilena empujaban, en efecto, a la acción a líderes como Bernardo O"Higgins (1778-1842), pero, como afirma Lynch, no eran en absoluto compartidos por las clases bajas, muchos de cuyos miembros combatieron en el bando realista. O"Higgins, por su parte, los arengaba en unos términos nacionalistas que posiblemente no comprendían: "¿Cómo os habéis olvidado que sois chilenos, her-manos nuestros, de una misma patria y religión y que debéis de ser libres a pesar de los tiranos que os engañan?"[153]. la independencia de este país, por otra parte, constituyó, como consignan Bushnell y Macaulay[154]el mayor de los éxitos, en todos los sentidos, de todo el proceso independentista latinoamericano, puesto que O"Higgins y sus suceso-res, como liberales reformistas que eran, hicieron todo lo posible, con la ayuda de los británicos, por "… situar a Chile en línea con los avances políticos y de otro tipo vigen-te en la zona del norte del Atlántico".
Perú
La aristocracia peruana, al contrario que la chilena, se agarraba fanáticamente a sus privilegios ; Lynch dice[155]"Su conservadurismo estaba provocado no sólo por nos-talgia de la situación pasada, sino también por miedo a los futuros desórdenes" (esta circunstancia estaba, por demás justificada, ya que los blancos peruanos, 140.800 de una población total de 1.115.207 en 1797, fueron siempre conscientes de que los indios y los mestizos los superaban en número)[156]. Los liberales del Perú no eran independentistas ; sólo pedían reformas políticas e igualdad para los criollos dentro del armazón colonial. Por eso el primer levantamiento antiespañol de la zona no estuvo protagonizado por los criollos, sino que se concretizó en la sublevación india de Túpac Amaru (1780), que lo único que en realidad buscaba era un alivio inmediato de la situación, y no un cambio político permanente ; no se trataba, por tanto, de genuinos movimientos de independen-cia[157]La liberación definitiva de Perú del dominio español estuvo dirigida, como se sabe, desde Chile y fue conseguida manu militari por el general San Martín[158]El resul-tado del proceso anteriormente descrito fue, por supuesto, un régimen extraordinaria-mente inestable, donde influían todas las diatribas étnicas (v.gr., divisiones tribales entre indios quechuas, aymaras, etc.) como las rivalidades regionales entre las diferentes zo-nas de montaña y entre las gentes de la cordillera y las de la costa ; a todo ello se unía la ruina de la minería de la plata a causa de las guerras de independencia. No obstante, en Perú, al igual que en Bolivia, se acometieron en los años que siguieron a la independen-cia algunas innovaciones institucionales de alto vuelo (v.gr., abolición de la mita[159]y di-versas medidas contra la acumulación de bienes por parte de la Iglesia), que, sin embar-go, no llegaron a alcanzar la profundidad requerida para que tuviesen auténtica repercu-sión social : por ejemplo, aunque el odiado tributo indio fue abolido de entrada, pronto fue restaurado con el nuevo nombre de "contribución de los indígenas", que intentaba enmascarar la memoria de la opresión española[160]
Venezuela
Como consigna Lynch[161]en Venezuela, hasta los últimos años del régimen co-lonial, "… la aristocracia criolla no vio alternativa a la estructura de poder existente y aceptó el dominio español como la más efectiva garantía de la ley, el orden y la jerar-quía". Entre 1797 y 1810, no obstante, esa lealtad se fue erosionando ante las cambian-tes circunstancias:
"En una época de creciente inestabilidad, cuando España ya no podía con-trolar los acontecimientos ni en su casa ni fuera de ella, los criollos empezaron a considerar que su preeminencia social dependía de conseguir un inmediato obje-tivo político –tomar el poder en exclusiva en vez de compartirlo con los funcio-narios y representantes de la debilitada metrópoli-. Además la economía venezo-lana era víctima de las guerras europeas en que estaba metida España y que per-mitían ver más claramente los fallos del monopolio colonial: la gran escasez y los altos costos de los productos manufacturados y la dificultad en enviar los productos coloniales a los mercados exteriores. El contrabando era la única vál-vula de salvación, pero también se convirtió en una forma de monopolio perma-nente en manos de ingleses o de holandeses".
Esos objetivos políticos tomaron forma en Julio de 1808 cuando llegó a Caracas la noticia de la capitulación de los Borbones ante Napoleón. "Mientras que la burocra-cia española se estremecía, un grupo de dirigentes criollos presentó una petición para el establecimiento de una junta independiente que decidiera la posición política de Ve-nezuela"[162]. Aunque la represión no se hizo espera, el proceso emancipador siguió ade-lante imparable bajo los auspicios de intelectuales criollos de la talla de Francisco de Miranda y, sobre todo, de Simón Bolívar. El concepto criollo de nueva sociedad no afloraría, sin embargo, hasta la promulgación de la Constitución en Diciembre de 1811, "… una constitución fuertemente influida por la de los Estados Unidos, escrupulosa-mente federal, con un poder ejecutivo débil, y jerárquica en sus calores sociales" ; en ella la igualdad legal era reemplazada por una desigualdad real basada en el sufragio, que limitaba los derechos al voto y confería la entera ciudadanía únicamente a los pro-pietarios, dejando prácticamente fuera de juego a los "pardos"[163]y, por supuesto, a los esclavos[164]
"Los esclavos y los "pardos" libres, que durante la guerra habían acariciado la esperanza de conseguir la libertad y la igualdad, vieron cómo se desvanecían estos deseos, sólo parcialmente satisfechos cuando en 1830 tuvieron que volver (la mayoría de ellos) a su antiguo conformismo. Sin embargo, al haber sido aren-gados por los líderes de uno y otro bando, constituían ahora un foco potencial-mente conflictivo".
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