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Apuntes sobre la Obra Literaria de Alberto Jiménez Ure (página 3)

Enviado por Moisés Cárdenas


Partes: 1, 2, 3, 4, 5

La filosofía, hermana de la poesía, fuente original del asombro, es denigrada en nuestros días, y acorralada en los basureros del intelecto por la mente racionalista que amenaza devorarlo todo: «Obvia e intelectualmente inferiores, abundan criaturas/Que ven a la filosofía cual basura urbana camuflada en preciosa piedra» (Denigrada filosofía, p. 5)

Para JIMÉNEZ URE poeta, en líneas generales, el hombre de nuestro tiempo es un ser mutilado interiormente, guiado por oscuros intereses políticos o gregarios, alejado de cualquier auténtica aventura espiritual individual, habitante de un mundo que oscila entre la fragmentación, la dispersión, la muerte. Enderezarlo sólo sería posible llevando a cabo una mutación de todos los valores espurios existentes, cosa de por sí utópica. En este turbio panorama donde moran autómatas, entes cercenados moral y vitalmente, la sociedad le parece ser víctima de una funesta fatalidad donde sólo refulge nítidamente la imagen tormentosa y brutal de la muerte. En Similar a un patíbulo, texto XIX, declara: «[…] No puedo afirmar que siempre es nefasto el advenimiento de la muerte;/No puedo dejar de ver al mundo similar a un patíbulo,/donde todos seremos –finalmente- ejecutados[…]»(p. 27). Pero frente al obvio escepticismo que trasuntan estas páginas: «[…] Soy quien no sueña despierto,/Y merezco la calificación de escéptico:/Un rango que no se confiere y se gana mediante la Razón[…]», afirma en el texto No sueño despierto (p. 40), sin embargo su autor apuesta discretamente por una obvia esperanza al imponer, como creían algunos antiguos ocultistas, que existe una salvación individual, una conexión con un poder supremo que lo envuelve todo. Poder Supraterrenal, El Oscuro, El Supremo, lo llama su autor en varias páginas del libro. Como afirma IvesBONNEFOY estudiando la obra de RIMBAUD, creo que en estas páginas su autor se aviene con esta esperanzadora idea que subyace en toda la tradición oculta: «[…] que el hombre está a medio camino entre Dios y la oscuridad de la materia; que él es libre. El hombre puede decidir su salvación». El mismo poeta lo deja entrever en el texto Salvación intransferible: Será finalmente vana tu entrega/A la libertad de los hombres:/Cada una de sus conciencias/Es indivisible y tu salvación intransferible[…]»(p. 18).

Por último, el erotismo, tópico recurrente en todos sus libros, también está presente en Confeso. No he estudiado de forma sistemática el erotismo en la obra poética de JIMÉNEZ URE, pero estoy casi seguro de que es asumido más o menos igual que en este libro: de forma desinhibida y sin tapujos. Con todo y lo banal o trivial en que se ha convertido la sexualidad –y el erotismo- en nuestros días gracias a la mercantilización de los medios de comunicación, no ha dejado de perder su seducción y de seguir siendo la posibilidad por excelencia para compartir la plenitud, en medio del caos afectivo que nos rodea. Escribe JIMÉNEZ URE en el poema XXIX:«[…] No era santa ni semana,/Sino un cuerpo con senos y piernas./No era santa ni semana,/Sólo el objeto de mis deseos carnales[…]» (p. 41), y en Elijo mirar tus piernas le dice a una musa inaccesible: «[…] Hoy quiero recordar los encuentros a partir/De los cuales he anhelado apretujarte,/Acariciar –jadeante- tu hermosa y rebelde cabellera[…]»(p. 33). El erotismo como hecho que envuelve la plenitud del ser, como forma de reconocernos en el otro, quizá sea, pues, la cierta posibilidad de que «entre las grietas de la nada, se pueda atisbar un nuevo tipo de paraíso».

-XIII-

«El Dignatario», del libro Perversos

Por María Conchita MAURO C.

El cortísimo cuento de Alberto JIMÉNEZ URE, El Dignatario (inserto en el libro intitulado Perversos, Alfadil Ediciones, Caracas, 2005) es un reflejo claro y conciso de la realidad de un país por muchos años golpeado por las olas del descontento social y la pobre administración política del Estado. En el caso específico del Dignatario, éste se refiere con bastante claridad a la administración actual del país. Podemos saber esto por varias señales que nos envía el texto: en primer lugar, fue publicado en el 2004, ya bien entrado el periodo de Hugo CHÁVEZ. Por otra parte, la prosa misma nos da destellos a este respecto, como por ejemplo, que el protagonista del cuento se encuentra rodeado de fuerza militar y estos se refieren a él como «mi comandante», en un gobierno «revolucionario».    

En la realidad socio política actual del país existe una coyuntura expresada en términos de dos grandes bandos encontrados: el oficialismo, es decir quienes apoyan al presidente y la oposición. En este caso no es pertinente realizar conjeturas sobre quien tiene la razón sobre qué, o qué parte de la población es el mejor o menos. El hecho, para efectos de JIMÉNEZ URE es que la crítica social que se expresa en las líneas del Dignatario es, a decir poco, mordaz y ácida.  

Un presidente, quien guía a su país desde el retrete del Palacio de Miramontaña, da de comer excrementos a sus ministros, así como a su pueblo que lo aclama desde la calle. El sentido de estos gestos repulsivos, inmersos en un cuento bastante escatológico, evidencian quizás el sentir del autor con respecto a las condiciones que vive la Venezuela de hoy.  

El detalle, por ejemplo, de que los ministros se sienten en «lujosas y lustradas sillas», mientras el pueblo come defecaciones es una expresión simbólica de una dura realidad nacional, en la cual, mientras los políticos y, en general los poderosos del país lo tienen todo, existe también un porcentaje importante de la población que vive en la pobreza, millones en miseria crítica, es decir, que mueren de hambre.  El presidente del cuento, además, se atiborra de una abominable cantidad de comida al desayuno: de nuevo la referencia a la población carente de alimentos para la subsistencia.  

Otro hecho elocuente es el diario que lee el presidente: «Sin Censura» se llama y allí se le trata de «megalomaníaco y despótico militar», tal y como los sectores más radicales de la oposición se refieren a CHÁVEZ. El Dignatario entonces, procede a enviar un convoy de la Fuerza Armada Nacional para que cierren el periódico y cercenen las lenguas de los redactores: ¿acaso una crítica a la reciente Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión, un instrumento legal que muchos catalogan como represivo y que los opositores del Presidente así como algunos medios de comunicación han llamado Ley Mordaza? JIMÉNEZ URE se cuida de mencionar nombres reales y deja bastante espacio a la libre interpretación del lector, por lo cual la respuesta a esta interrogante se encuentra en las manos de cada persona que lea el cuento.

Un personaje poco vistoso, pero bastante importante está encarnado por la edecana, descrita por JIMÉNEZ URE como «una coronela muy hermosa y eficiente». Esta mujer, cuya entera existencia está cargada de simbolismo, puede, en un cierto momento representar la justicia, por el solo hecho se ser una figura femenina. También puede ser la representación de la Cuarta República, pues obedece al Dignatario sin chistar y es la encargada de entregarle los documentos mediante los cuales podrá poner en práctica sus ideas y en marcha su plan. Es decir, es quien entrega el país en manos de este presidente diarreico. Además, por el hecho de ser de la milicia y la preferida del presidente, refleja en la pluma de URE a las Fuerzas Militares Venezolanas, pues es por medio del control de estas que muchos gobernantes han logrado sus propósitos y es bien sabido, en la Venezuela de hoy, el cariño profesado por el Presidente Chávez hacia los cuerpos de defensa militar del país.

Existen otros pormenores por demás hilarantes y fecundos en la prolijidad del Dignatario: la edecana limpia el trasero del presidente con una toalla marca Soberanía (juzgue usted mismo) luego, el presidente saluda a su obesa cocinera con un «lujurioso apretón de senos», es decir, el hombre hace y deshace a su entera voluntad.

La crítica social y el tema escatológico son elementos bastante frecuentes en la prosa de Jiménez Ure. Elementos como estos hacen de él un autor contemporáneo por excelencia.

-XIV-

Las voces de «Luxfero»

Por Carlos DANÉZ

«Luxfero», de Alberto JIMÉNEZ URE es un poemario sorprendente y que encanta al lector de una manera extrañamente «irritante». A través de las obras de este escritor (cuentista, novelista, ensayista y articulista), apreciamos una capacidad de síntesis natural que -tarde o temprano- lo conduciría a la poesía.

No señalo nada nuevo al decir que él estaría inclinado al «escándalo» en aras de ciertas fidelidades: es un «ético». El fluir de su lenguaje está caracterizado por el tono agresivo y a la vez reflexivo que le permite encauzar las vertientes rítmicas del poema en expresiones «crudas» y «virulentas»: «[…] No será que la falotración anal entre machos/Te deslumbra tanto como envidias el olor/y las formas de la mujer…/No será tu (im) postura filosófica una manera/Culta de encubrir tu falta de hombría hasta/Para ser un homosexual apacible y no el arlequín/De cualquier calle plagada de imbéciles […]» (p. 9). O: «Hoy empuño mi miembro y orino encima de lo finito» (p. 14). También: «[…] Empero, he acudido sucesivas veces al mismo lugar/Sucesivas veces atormentado de tanta e inúltil/Diligencia. He desenvainado mis próceres impresos/Para agilizar todas las operaciones que los burócratas/Tras las ventanillas de oficina volitivamente/Postergan. He deseado abofetear a esos idiotas […]» (p. 11). La presente tónica es constante en los 36 poemas de «Luxfero», que tienen la virtud de no pagar «tributo de estilo» en forma epigonal.

JIMÉNEZ URE aporta sus propios recursos para configurar una pluralidad cardinal en lo que será la poesía venezolana de los 90; de esa manera despliega un juego de sentidos y significados utilizando los recursos de los paréntesis, puntos suspensivos, cursivas y las mayúsculas al inicio de los versos. El discurso contenido en estos poemas manifiesta la sutileza de la «ambigüedad» de manera expresiva, pensada y lograda. Trasluce un «sentido universal de justicia»; su voz (o voces) clama (n) por el bienvivir, no consagrado en, y a la vez consagrando los principios. Es una poesía de ideas concebidas en forma pathos-lógica: «[…] Los graduandos esperaban ser conducidos al estrado/por un funcionario derruido de tanta ceremonia […]» (p. 18). Ideas corrosivamente sugeridas, anteponiéndose a la imagen para enunciar lo inefable: pero, explícitamente entendido.

Aunque el nombre de este autor lo veamos constantemente en los medios de comunicación, nunca ha militado en lo que podemos llamar las filas de las vedettes nacionales de la Literatura, quienes, por supuesto, juegan un papel protagónico logrado gracias al control de los órganos de difusión cultural. Conviene aclarar que la permanencia de una tradición poética no corresponde a «modas» ni a «caprichos estilísticos» temporalmente impuestos en forma ilusoria, sino al producto literario logrado por enseñanzas espirituales en función de la «transformación interior» del hombre que busca su propia «perfección». Estas enseñanzas de la tradición son transmitidas de boca a oído, de maestro a discípulo o bien se encuentran en forma de códigos hermenéuticos insertos en las obras clásicas. La auténtica «tradición literaria» supera, incluso, las fronteras de la literatura y alcanza la totalidad de las posibilidades humanas.

Lejos de anquilosarse en «falsas seguridades» brindadas por la publicidad para lograr la aceptación colectiva de ciertas «maneras» y «modos fáciles», la «tradición literaria» compromete al creador en el camino del entendimiento en sí: descartando, de antemano, lo «superfluo» y lo «fácil», lo «premeditado» y «truculento», desarrollando la facultad oculta del poeta -incluso- a riesgo de su propia vida.

Es posible que Alberto cuente con buenos amigos, pero continúa siendo un «solitario» y así se puede apreciar por su rechazo de los escritores de «conciencia ordinaria» para configurar el «espejo de lo social» para asumir la pathos-lógica de la «consciencia superior». «Luxfero», «el caído», el «ángel rebelde», es el soñador iconoclasta y castigado por la injusticia «Divina»; su pecado es portar la luz de la «consciencia ígnea» en la que arde sin percatarse la «conciencia ordinaria». Jiménez Ure, fiel al ethos del desacato, jamás aceptaría afiliarse a alguna escuela de la «tradición iniciática». Sin embargo, su lucidez de escritor maldito lo conecta con la tradición del «Mito de la Caída»: tradición «infernal» cantada por los clásicos y los indiscutibles místicos de la Humanidad. Para este intelectual, el «Infierno» es la analogía literaria de ese estado de la cons-ciencia prisionera en la fatal condición humana. En el infierno de JIMÉNEZ URE percibimos las voces de un «misterio narrativo oculto», como sombra proyectada por el arquetipo que estrutura el poema: el «arquetipo» de la revelación pathos-lógica que no puede ni debe reducirse a definiciones. Las voces son narraciones edificadas sobre un conjunto de ritmos poéticos que delatan al prosista, no desmereciendo calidad como poeta. Las voces son experiencias probadas por la cons-ciencia, y su misterio proviene de regiones ocultas para la «conciencia ordinaria». Así leemos:

«Acaso no fue por el Poder del Mal que el Hombre surgió

En parto abrupto frente a una naturaleza perpleja;

Acaso no soy hijo del Demonio que -con su pensamiento

Inventó las calamidades contra el aburrimiento humano.

-Acaso no soy igual progenitor de una criatura diabólica

Por cuya causa el mundo cuenta con un explosivo más.

-Acaso no soy (Luxfero) Lucifer: es decir, el que la luz lleva»

(«El que lleva la luz», p. 34)

En Luxfero (cantos de una legión de tinieblas) el lector escuchará esas voces «blasfemas» repetir los himnos fundamentales de la Eternidad y les sabrá conformar un orden en el atanor del arquetipo de la revelación: maestro de las «ciencias» y el «arte». La unidad apolínea que contiene el misterio de la revelación: «[…] En cada una de las casas de cada ciudad alguien escribe/Cuanto al mismo tiempo todos juzgarán descubrimiento […]»(p. 25). Será separada por el huracán de lenguajes:

«Cuando se quiere imponer la reflexión al mediocre y mecánico registro.

Cuando el Hombre, cansado, se hace luz en lo tenebroso.

Cuando levanto mi mano, furioso, y golpeo mi rostro.

Cuando huyo de mí porque soy el imbécil.

Cuando se me paga con dinero el agotamiento físico.

Cuando vuelvo las tardes momentos para enjuiciarme.

Lloro la tragedia de no poder emanciparme;

Lloro mis pasos perdidos en calles de asfalto;

Lloro, inconforme, el mundo que habito;

Lloro, en silencio, mis sueños

Y lloro definitivamente haber ignorado mi esencia

Durante tan prolongado e inatrapable tiempo»

(«Epifonema», p. 36)

El mar antiguo de nuestra condición se agita en este poemario, y sabemos lo que nos habla y atrae en el oficio de este escritor. Su voz está acompañada por la refracción de sus voces que se multiplican al ser reflejadas en el «espejo de la eterna oscuridad».

-XV-

A propósito de «Luxfero», de Jiménez Ure

Por Isabel ABANTO ALDA

¿Qué es un poeta? He aquí una pregunta que se repite, como un eco, desde que existe eso que nadie sabe definir, pero que nos obstinamos en llamar «poesía».

A veces, como en un rito iniciático, el individuo que consideramos poeta es capaz de entrever alguna respuesta a la eterna interrogante en que se convierte el ser humano desde su nacimiento. Parece, entonces, que agujerea la realidad tangible y logra vislumbrar -tímidamente- lo que oculta el otro lado del espejo. Pero, andar siempre coqueteando con lo imposible acaba por acarrear consecuencias que hacen del hombre un loco o un apestado. Y el poeta termina por ser un tipo maléfico, demoníaco, el «hijo del Demonio».

Locos, visionarios, demonios, poetas… todos pertenecen a la misma estirpe, todos son una misma raza («[…] tu grandeza es tu desequilibrio[…]», p. 27). ¿Y no es más cierto que sólo los insensatos son capaces de decir las verdades que los demás callan?

El «clariaudiente» que ilumina el nuevo camino hallado es un revolucionario; un marginal que orina ante el vecino entrometido para desafiarlo (p. 22); un ácrata que rechaza documentos pueriles que lo aten a una sociedad paralizada y paralizante; un hombre liberado, en fin, por el poder del verso («[…] volví a la poesía porque estoy derrotado/De tanta podredumbre[…]», p. 24).

Ahora bien: ¿quién marca los límites? -El que «lleva la luz» se acerca más al Demonio que a Dios; tiene más de diabólico que de Divino, porque la sabiduría siempre ha gustado de revestir un halo mefistofélico… Y así es como el poeta se convierte en un «Príncipe de legión» (p. 30), un profeta de Lucifer en la Tierra y, al cabo, en el propio Lucifer (Luxfero), heredero del primer hombre surgido a este mundo, precisamente, por la tentación del saber, del mal, de la poesía… (…)

-XVI-

Los «adeptos» o los límites de la libertad

Por Carlos DANÉZ

Revelarse contra el mundo que no los acepta todavía como adultos es propio de la juventud. Una explosión glandular acaba de ocurrir, hay que tomar el cielo por asalto (quizá la referencia está en los Paraísos Artificiales de Baudelaire, para otros en el Mayo Francés) y no se detendrán en ningún límite: el afán es la exploración. Los jóvenes no se conforman con explicaciones, la libertad debe ser un hecho tangible, el resultado de la experiencia; pero, pronto o más tarde la experiencia nos conduce al choque con el obstáculo principal: la «condición humana»: la mía y la del prójimo, el inevitable condicionamiento que se impone como una realidad que nos atrapa.

La nueva novela de Alberto JIMÉNEZ URE, Adeptos (Fundarte, Caracas, 1994), profundiza mediante el más fresco de sus estilos narrativos en un paradigma juvenil: abordando, sin ningún tipo de prejuicios, el tema del consumo de drogas y que continúa siendo un tabú pese a marcar -definitivamente- a nuestra generación (70).

En el Almuerzo Desnudo W. Burrous incursiona en el tabú de la homosexualidad y la adicción a las drogas heroicas; pero, la experiencia de nuestros «adeptos» es diferente a la de los norteamericanos y europeos. Alberto JIMÉNEZ URE, con vitalidad y fluidez escritural, nos presenta una panorámica del consumo de Cannabis Sativa, de drogas que BURROUS llama iniciáticas (el LSD, mescalina, hongos alucinógenos, cocaína).

Encontramos en esta panorámica dos aspectos del consumo de estimulantes que nos sugieren una visión veraz y desprejuiciada del asunto: el primero ocurre en la Mérida lozana y apacible de los Años 70, cuando los jóvenes aún fumaban marihuana en la Plaza Bolívar. Pese a ser «adeptos», eran muchachos relativamente sanos en su conducta ya que procuraban la libertad mediante la paz y el amor, renunciando a las convenciones:

«[…] La actitud de tales muchachos fue un postulado hermosamente transgresor. No importa cómo, bajo qué condiciones ni cuándo: subvertir toda autoridad mediocre es una sagrada misión individual y colectiva […]» (Ob. cit. p. 25).

El segundo transcurre bajo un perfil social y geográfico completamente diferente. Su escenario es Tía Juana -casualmente, lugar de nacimiento del autor-, caluroso campo petrolero. Siendo la primera vez que en la literatura venezolana se aborda la vida dentro de las cercas de esos parajes y en la época de las compañías concesionarias norteamericanas para la explotación del petróleo zuliano:

«[…] Debo admitir que los venezolanos nos sentíamos muy bien en ese foráneo y exquisitamente corrompido ambiente…» (Ídem., p. 15). En esta cardinal los jóvenes son más violentos y la rebelión carece de ideales o sentido; su móvil está determinado por un feroz individualismo: «-Juro que mataré a quien intente tocarla, seducirla o -simplemente- piropearla […]» (cfr. p. 49).

El espíritu romántico, signado a una prevaleciente patología, y que ha acompañado a este autor en el curso de sus narraciones, está presente en Adeptos. Sus obsesiones quedan reforzadas por el leitmotiv de la droga (la calle cubierta de numerosas muñecas ensangrentadas y atravesadas de cuchillos, p. 9), quedando explícito la condición mental del intoxicado («[…] experimentaba delirio persecutorio, anorexia, insomnio, cataplexia o dispersión intelectual […]», p. 19)

Ciertas drogas «iniciáticas» facilitan el contacto con ámbitos no ordinarios de la percepción, pero, el abuso de estos «paraísos artificiales» destierra al consumidor a la dispersión y la locura: «-En silencio, una oveja se acercó y me susurró cuánto veía en mí a un indisciplinado clarividente» (p. 27). La exageración y el absurdo forman parte del estilo narrativo de Jiménez Ure, así como el humor negro: «[…]mis familiares me hostigaban y acusaban de haberles provocado alucinaciones mediante drogas o sustancias ectoplásmicas emanadas por mi Ser Físico. El médico de confianza desmintió la primera versión citada, ello luego de practicarles rigurosos exámenes sanguíneos […]» (p. 49) «[…]Un millar de cangrejos, montados en las espaldas de igual número de iguanas y sobrevolados por murciélagos escalaban El Dique y se desplazaban rumbo a la residencia de mis parientes […]» (p. 47)

Resultaría casi imposible que no hallar rasgos autobiográficos del escritor en los personajes de sus novelas. En el caso específico de Adeptos, el personaje principal -Demódoco, quien narra en primera persona todos los sucesos y pocas veces es llamado por su nombre propio-, no sólo se parece físicamente al autor («probablemente me confundían con algún cantante de música moderna», p. 6), sino que también pronuncia reflexiones que corresponden a las adhesiones políticas de Alberto JIMÉNEZ URE: «[…] No justificaré la instauración de gobiernos o la autoridad. Ni en tiempos de caos, durante las guerras, cuando lo civil es desplazado por la irracionalidad o durante la dominación de la barbarie. El mundo es penitente con sus pasiones, errores, seres abominables y, algún día, allá donde los cerebros ordinarios rehúsan llegar, una paz definitiva y extraterrestre reinará […]» (p. 60)

A veces, JIMÉNEZ URE se presenta profundamente polémico y provocador. Sus valientes posturas intelectuales han enfrentado tabúes que la mayoría profesa sin explorarlos de manera exhaustiva. Alberto es un defensor de los Derechos Individuales del Hombre que, constantemente, pretenden ser abolidos por los gobiernos en miras de un proyecto que traería «bienestar social»:

«-Porque no somos idénticos, jamás experimentaremos auténticamente la libertad. Pese a ello, seguro que elijo la disidencia…» (p. 24)

El mismo Platón, luego de explorar la legislación en La República (libro de leyes), quien pretendió formular un Estado ideal, se preguntó: ¿Qué haremos con el disidente?. Tienen los jóvenes en Adeptos un espejo legitimador de las disidencias, un mapa del sinsentido universal, de nuestros errores y -por supuesto- de la inconformidad.

Como es de esperarse, la ironía -característica de la rica y recursiva trayectoria literaria de este autor- está presente y no nos abandona en esta novela ni siquiera en los momentos de clímax erótico: «-El lector podrá imaginar lo incómodo que me sentí. Rígido, ciego y malcriado, mi pene rehusaba cejar su efusión. Menos al verse fervorosamente succionado por mi amiga, pegada cual bebé a su madre. Impertinente, Bartholomew bromeaba rociándome cerveza en la espalda y los cabellos…» (p. 51)

Es necesario aclarar que JIMÉNEZ URE, bajo ninguna circunstancia, justifica -en el desarrollo de Adeptos- el consumo de drogas; sin embargo, le da al problema un trato objetivo y profundo: manteniendo un tono ameno en una trama realista levemente fusionada -de manera diestra- con elementos ficticios.

-XVII-

Los «adeptos» de la condición humana

Por Ramón AZÓCAR

Una de las más recientes obras de Alberto JIMÉNEZ URE, titulada Adeptos (Fundarte, Caracas, 1994), es un acabado trabajo respecto a la búsqueda constante de la condición humana en tiempos modernos. Adeptos se presenta como una dosis de necesaria rebeldía ante los estigmas y dogmas de nuestra sociedad. Expresiones como «le asesté un golpe», «me comí cuatro hongos alucinógenos», etc., develan imágenes que llevan al lector a convertirse en cautivo de realidades que se ven distantes de lo cotidiano, pero que se mantienen entre los entretelones de los diversos paisajes de la sociedad burguesa.

Recordando el aporte intelectual de Balzac, quien describió la realidad social de la Francia del Siglo XIX, JIMÉNEZ URE retrata la realidad occidental del Siglo XX. Su ya remota «bohemia» y su minuciosidad en el oficio de redactarla le han abierto el camino para describir la fuerza y violencia de una sociedad de consumo similar a la de cualquier metrópolis del mundo: llena de depravaciones y abiertamente confesa de su infinito desprecio hacia el hombre.

Es bueno situar -en la realidad conceptual del término- la extinta «bohemia» de JIMÉNEZ URE. El novelista ha experimentado estremecimientos psíquicos y físicos que lo han impulsado a reflexionar profundamente. No se trata de que yo insinúe que él ha ejecutado en forma directa las «aberraciones» de los eventos que suele narrar. Su actitud contemplativa y escrutadora le ha permitido captar el fulgor y los residuos del medio social tal cual se presentan en las singularidades de los seres humanos.

Adeptos se inscribe en el género de la novela corta: fantástica o de ficción, que, más allá de profundizar en la imaginación acerca de las cosas y temas de inspiración meramente intelectual, extrae de la realidad ciertos elementos develadores de las contradicciones del sistema, o de los límites de la democracia burguesa, al punto de confrontarlos y, en ese proceso de creación fantástica, «llevarlos hasta las últimas consecuencias».

A juzgar por la trama de esta historia, se percibe una relación hombre-medio muy significativa. No se trata de exponer, en tono simple, las «aberraciones» del protagonista en su desplazamiento hacia el extremo físicamente opuesto, sino de la armonía que ellas establecen con el paisaje: es decir, en el caso de Adeptos, con el medio ambiente merideño.

Otro aspecto de Adeptos, digno de analizar, son las descripciones de los estragos que ocasiona el consumo de drogas alucinógenas. JIMÉNEZ URE se introduce en las entrañas de la bestia y dibuja, desde adentro de esa realidad, un mundo onírico y fantástico en el cual las acciones inconscientes manejan la trayectoria del relato. Alguna vez el autor me diría: «Pienso que toda pócima oculta su propio monstruo».

También sería profano desligar, abiertamente, al autor de su obra. El JIMÉNEZ URE hombre podría hallarse en algún lugar de la trama novelesca de Adeptos: hasta aparece amparando realidades por la vía de la aureola de existencia. Inclusive, narra en primera persona. Con fortaleza, evoca una acción hipotéticamente por él ejecutada y la vierte al papel. En otro aspecto, nos topamos con un creador lejano y pontificador que observa el desarrollo de los episodios como un espectador más: o lector de los cuadros pintados de fantasía narrativa.

En el marco de la narrativa hispanoamericana contemporánea, Adeptos es un cúmulo de elementos fantásticos que convergen y son entremezclados con la esencia de la filosofía occidental y lo mítico oriental: deja escapar una sensación intrincada, rebelde y dura de las relaciones interpersonales e inter-sociales que mueven la dialógica de los pueblos de Occidente.

En Adeptos, JIMÉNEZ URE formula, de modo crítico, las aspiraciones y metas de la juventud occidental de finales del siglo XX. No se trata de una crítica desde el ángulo marxista o anarquista, sino esencialista (representada en el librepensamiento). El intelectual no admite, lo delata en casi todos sus libros, las sociedades que privan de libertad e igualdad a los hombres. Es por ello que se percibe en sus textos (en Adeptos se matiza un poco el tema) una crítica despiadada a toda autoridad y a la deslealtad.

El caso de Bruno CIENFUEOS (el policía de la Dirección de Inteligencia Militar que no sólo apresó al personaje central sino que, abusando de la autoridad que le confiere la Ley, trató de asesinarlo) discierne los esfuerzos narrativos de JIMÉNEZ URE por descollar las depravaciones de la condición humana contemporánea.

Así como en el Siglo XIX el francés Gustave FALUBERT fue el mayor representante del romanticismo en la novela burguesa, JIMÉNEZ URE se erige -en pleno Siglo XX- en un destacado exponente de la novela fantástica a partir de los ámbitos de la burguesía actual.

-XVIII-

Cuentos Abominables

Por José Antonio YÉPES AZPARREN

En Cuentos abominables (Universidad de Los Andes, Consejo de Publicaciones, Mérida, 1991), JIMÉNEZ URE incursiona más insistentemente -como ya se deja entrever en sus colecciones anteriores de relatos- en temas donde lo terrible y lo perverso se instauran como características sustantivas de su escritura. Y ello se corresponde, fielmente, a su intención de siempre -y de suyo irrenunciable- de ir contracorriente. En un medio como el nuestro, tan provinciano y desinformado, pocos escritores se atreven a esgrimir conceptos y tramas que escapan a los contenidos de una literatura tradicional, aunque se ensayen maneras nuevas en el planteamiento del lenguaje. Es de aclarar, sin embargo, que en el caso de JIMÉNEZ URE las peculiaridades de su escritura son el resultado de su connatural rebeldía, y de su repudio a temas y maneras tantas veces repetidos sin la necesaria invención que impone la narrativa.

En este nuevo, libro JIMÉNEZ URE ha prescindido de su costumbre de introducir axiomas filosóficos a sus narraciones; en su textos pervive ese aire intemporal que también estigmatiza su escritura fantástica, que, por su desenfado y singularidad, le ha ganado no pocos detractores entre escritores y lectores pacatos que son incapaces de reconocer sus aportes, y disfrutar del mismo divertimento que ha llevado a este autor a urdir lo absurdo en sus narraciones, a través de una decena de libros publicados (entre colecciones de cuentos y novelas cortas), que le han dado un nombre sólido entre los cultores de la ficción en Venezuela.

En uno de sus libros de cuentos anteriores, me parece que en Inmaculado (Monte Avila Editores, 1982), JIMÉNEZ URE reclamaba para la lectura de sus cuentos la actitud del sabio: contemplativa. Ella sería la mejor manera de acercarse a sus cuentos, la forma que por excelencia nos permitiría disfrutar -verdaderamente- de un escritor atípico, que se atreve.

A JIMJÉNEZ URE habría que leerlo, sobre todo, como al creador de una escritura inequívocamente personal, que tiene su razón de ser en el desacato y la irreverencia: dos vías reales para lo nuevo imaginario. El maquetista, El sicario, El malentendido y El francotirador hacen de Cuentos Abominables un libro irrechazable.

-XIX-

Jiménez Ure entre la soledad y la desgracia

Por Ramón AZÓCAR

Alberto JIMÉNEZ URE (Tía Juana, Edo. Zulia, 1952) se ha constituido -desde 1976- en uno de los escritores más representativos de la moderna narrativa venezolana. No es la prolongación de una generación de autores que puedan identificarse con algún espectro literario, sino la autonomía intelectual de un escritor que se ha forjado con elementos de la realidad para edificar un mundo de imaginación y superposición de valores.

Una de sus más recientes obras, Aciago (Edición del Rectorado de la Universidad de Los Andes, 1995), es la revelación de un hombre que -a través de la palabra- nos sumerge en un ambiente de esencia y soledad: bajo el estigma de un oficio de escritor que tiene como búsqueda al Universo Fértil. En una palabra, Aciago es una de las fases de sus lucubraciones acerca de la ausencia y soledad en el Hombre.

JIMÉNEZ URE siempre ha confrontado en sus escritos una gran proyección filosófica y esencialista; abarca un grado de reflexión que hace coincidir a sus lectores con el hecho de estar ante la presencia de un escultor de vibraciones. Cada palabra utilizada en Aciago es potencia, fuerza, vitalidad; temblor, movimiento… Son destellos fulgurantes de reacciones humanas que al encontrarse atrapadas no ven otra vía de escape que la de cambiar su influencia externa, que no es más que el Universo Estéril y producto de simulaciones. Podemos sentir esa fuerza acusadora y rebelde en versos como «Tengo una habitación seca, iluminada, ventilada y limpia:/Un cubículo dotado de todo y de nada./De aparatos electrodomésticos y mecánicos, de papeles y libros,/Pero, a la vez, sin cuanto ilimitadamente amo: mis hijas…» (III. p. 9).

En un marco esencialista, JIMÉNEZ URE anuncia su gran batalla: «Dentro de mí se libra una lucha suprema bajo el influjo exterior…» (VII, p. 13). ¿Cuál es el influjo exterior para él? -Simplemente, el Universo Estéril; pero, no se trata de buscar definiciones simbólicas del lenguaje jiménez-urerista sino mostrar pequeñas frases que delineen una búsqueda y una lucha por la vida.

El escritor es un creador de universos. La sola atinada reflexión de la palabra involucra decantar quimeras de sensiblidad en donde la autodefinición y la autoproclamación son la única oratoria que trasciende: «Soy un benévolo sin credencial de hipócritas congregaciones…» (XI, p. XVII ); y, mostrando más destellos aún: «Es cierto: la literatura me redimirá» (XVII, p. 23)

Ahora bien; JIMÉNEZ URE, como buen enamorado de la sabiduría, deja evidencias de una remarcada voz cartesiana: «Pero no soy testigo porque no experimenté el instante de mi creación o fecundación» (XXV, p. 31). Aquí captamos dos secuencias del empirismo metódico: la experiencia y la fecundación, contrastadas con un término -creación- teológico que deja entrever las raíces cristianas del autor.

Se me ha intentado persuadir en relación a que no debo dar importancia a los términos utilizados en la creación poética, pero es imposible desligar la palabra huérfana de cualquier preposición o elemento de oración: de ese sentido trascendental que intenta dar el autor. Me decía hace algunos años el maestro y escritor Renato RODRÍGUEZ que quien escribe lo hace para transmitir algo y -en eso-, cuando paso de escritor a lector, es en lo que más me fijo para poder comprender el sentido intuitivo de quien edifica un universo literario.

Aciago es la obra de JIMÉNEZ URE que más concentra un mensaje: el Hombre entre la soledad y la desgracia busca afanoso al Universo Fértil y superior donde los sentimientos abarcarían el infinito de las verdades. Alberto JIMÉNEZ URE ha legado con Aciago una obra que resume un gran llamado: «Pido que me dejen en paz porque he muerto al Universo Estéril» (XXIX, p. 35)

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La novela Aberraciones

Por Marisol MARRERO

Leyendo el libro Aberraciones (Universidad de Los Andes, Consejo de Publicaciones, 1993) de Alberto JIMÉNEZ URE, se me vienen a la mente una serie de observaciones que me gustaría compartir con los lectores.

Dice Lovera De Sola -en la contraportada del libro- que allí todo es al revés. No estoy de acuerdo con esto, pues, la obscuridad, la sombra, no es el revés del hombre, sino todo lo contrario: es parte de sí, lo impregna, lo adormece, lo arropa, es su propio «Yo», su revés y su envés.

La novela nos habla de la sombra, pues, todo lo que posee substancia posee también una sombra. El ego se yergue ante la sombra como la luz ante la obscuridad. Por más que no queramos, somos imperfectos; hay aspectos inaceptables en nosotros mismos, y son estos aspectos los que se tratan en la obra. Incesto, masturbación, lujuria, lascivia, parricidio, violación y muerte son los contornos de la novela.

Solo incorporando la «Sombra» al «Yo» podemos acceder a nuestra propia humanidad. Esto es, a mi parecer, lo que intenta hacer JIMÉNEZ URE: incorporar o aceptar la sombra como parte del hombre, como parte de sí, porque -seguramente- le ha molestado por largo tiempo.

El libro -todo- es un encuentro con su aspecto más obscuro, pero suyo al fin. A través de la palabra, que se convierte en exorcismo, saca los demonios: es una suerte de «mea culpa» humana. El «Yo» reprimido estalla, sale a la luz; por eso debió dolerle mucho descubrir a los demás ese mundo tenebroso. Tuvo que ser un proceso doloroso, intenso, quebrantador de reglas (noche obscura del alma).

Para nosotros, los escritores, la sombra es el otro: nada es ficción, la palabra es el hombre, consustancial con él. Ya lo decía la Biblia: «Y el verbo se hizo carne»; hombre, que equivale a decir Dios y Demonio, principio de todo, causa primigenia.

Si ponemos atención en lo que se narra, si observamos profundamente, podemos aprender muchas cosas sobre la sombra del autor y sus contenidos psíquicos. Cuando la sombra aparece en el texto, reaccionamos ante ella con miedo: desagrado o desquicio. Queremos huir de lo obscuro, cerrar el libro, lanzarlo al piso; no queremos saber, huimos de la tenebra, la cortamos porque experimentamos o sentimos que nos persigue.

La tradición cristiana original reconocía que el Mal se halla dentro de cada uno de nosotros, pero, el Nuevo Testamento sostiene que si un individuo cede ante el Mal su alma empieza un proceso psicológico negativo que termina conduciéndolo a la destrucción y la degración. Por eso el cristianismo ha perdido el contacto con la sombra, y no es de extrañar que -por ese proceso psicológico- el autor de Aberraciones se haya sentido excluido, rechazado, apedreado, porque saca a la luz lo peligroso, lo malo, lo diabólico que tenemos nosotros, esa extraña bestia que todos llevamos en nuestro interior y que, para salvarnos, proyectamos como Diablo, Lucifer o Angel de Luz. Angel Caído, qué extraña contradicción. Si observo la foto del autor en la contraportada del libro, me parece un ángel bueno, temeroso del Mal, luminoso, nada del diablo aquel que «tenía un enorme diamante por cerebro». ¡Brillante!

En la santería criolla, la maldad la personifica Elegguá, el más poderoso después de Obalatá. Este Satán o Lucifer tiene veintiún aspectos malos; creo que JIMÉNEZ URE los desarrolla todos en su novela, incluso hasta la magia negra o la brujería de los congos (Palo de monte o mayombé) a través del perro-niño huérfano. No sé si es consciente o inconscientemente.

Elegguá es lo peligroso, lo destructivo, sanguinario y astuto. Creció solo, y se hizo amigo del Dios de la Guerra, Oggún, pero, también este aspecto obscuro -este diablo- fue el primer vidente que enseñó a Orunlá la adivinación. Este personaje equivale al mago, al vidente de ojos de espejo de la novela, pues, sus poderes son diabólicos, pero tienen que ver con la salvación de la especie, con el acto primigenio (escena primordial) que, según los psicólogos, si es vista por los niños, debido a la promiscuidad, puede ser causante de deseos incestuosos, estimulando el Edipo. No sé por qué pienso que parte del drama interno que sufre el autor podría estar ahí, justamente.

El escritor loco, desquiciado (Federico Flavios) y sus demás compinches, todos exitosos hombres de la Cultura, con todas las aberraciones posibles, son hijos de madres alcohólicas, promiscuas, lujuriosas, insaciables en el sexo, serpientes; son mujeres que profesan el culto al falo, pero ahí está el problema: ese culto se relaciona con Dionisos. El deseo místico de estar «lleno de Dios» tiene su origen en el éxtasis de Eros. Volvemos a lo mismo: Dios hombre y demonio, bueno y malo, terror y bondad (recordemos a Job).

Otro aspecto que observo en el libro es la relación sadomasoquista en los personajes: ¿cómo pueden coincidir el dolor y el placer? Pues bien: el sadismo puede ser considerado como una expresión del aspecto destructivo de la sombra, del asesino que se esconde dentro de cada uno. Se trata de un rasgo específicamente humano que parece disfrutar con la destrucción. Existen seres que gozan con el asesinato y la tortura (Flavios y sus amigos) y este fenómeno está relacionado con la autodestrucción. No resulta -pues- sorprendente que el sadismo y el masoquismo sean fenómenos estrechamente relacionados y suelan aparecer juntos. El asesino autodestructivo se halla en el mismo centro de la sombra arquetípica, es el centro de la irreductible destructividad de los seres humanos (guerra, destrucción de la naturaleza, del ecosistema, del mundo en general).

¿Qué pasa cuando el ego se convierte en la sombra? Se pierden los amigos, la familia, el trabajo, las relaciones, hasta se pierde el piso, por eso hay que equilibrar muy bien el juego de luces y obscuridades, pues es peligroso sacar la «sombra»y no saber dominarla, no saber adaptarla o controlarla. Por lo menos a nivel psicológico es peligroso, no sé a nivel de la escritura, no lo he intentado; confieso que he tenido miedo.

¿Qué ha acarreado este libro a JIMÉNEZ URE? ¿Está solo o ha sido un éxito y le aplauden? -No sé, no lo conozco; simplemente, mi intuición me dice que algo no anda bien. Se metió con arquetipos muy peligrosos, aún no sabemos mucho de ellos, por lo menos como manejarlos, como domeñarlos, como hacerlos propios, aceptándolos sin que nos dañen.

Para finalizar, recuerdo que el cuerpo todo se ilumina con la sombra. Lucifer era Ángel de Luz. Afincarse en un solo aspecto es seguir con el mismo problema; la bondad sin la maldad no existe, es incompleta y -por lo tanto- artificial. El poeta Robert BLY, recordando la antigua tradición gnóstica, afirma que «nosotros no inventamos las cosas, sino que simplemente las recordamos».

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La novela Aberraciones

Por Manuel GAHETE JURADO

Avezado lector de las obras de los narradores hispanoamericanos, no me resulta extraño -aunque sí sorprendente- el ámbito de ficción hiperbólica que envuelve el texto «Aberraciones» del venezolano Alberto JIMÉNEZ URE. Fue otro autor de ese país, Rómulo Gallegos, quien consiguiera entrar en el espacio internacional con su novela Doña Bárbara: abriendo un importante camino de luz a la narrativa hispanoamericana, que no pasaba de ser una llama lejana en el remoto ultramar. Desde entonces, libros y nombres universales confirman la realidad y la fantasía que una narrativa poderosa (plena de vitalidad y fuerza expresiva, portadora de una ancestral historia de leyendas y mitos) que -arrancando de las raíces de la tierra– se eleva y magnifica hasta el culmen de la entelequia y de la ficción.

La nueva novela, lo que vendría a llamarse «realismo mágico», cuyos antecedentes ya anuncian en la crítica de arte europea, deviene en Hispanoamérica asociada a la figura del novelista cubano Alejo Carpentier y los ensayos del venezolano Arturo Uslar Pietri. Existencia y símbolo, alegoría y tragedia configuran -como nociones paradójicamente entremezcladas- la trama narrativa de esta novela, perfectamente identificable en el contexto fértil de lo «real maravilloso» que la engendra y la cobija.

La ordenación inversa de la acción, que, como «Crónica de una Muerte Anunciada» -de Gabriel García Márquez-, presenta el inminente final en la introducción del argumento, evoluciona hasta el origen y parece componer una historia concéntrica que se va anudando en sí misma. Crea un cierto clima de tensión o misterio, muy del gusto borgiano, sazonado por un buen número de imágenes superpuestas cuya procacidad corta la respiración más en la línea de la sicalíptica colección «La Sonrisa Vertical» que de las intermitencias eróticas de Adolfo Bioy Casares: cuya elegancia irónica contrasta con el también irónico impudor de JIMÉNEZ URE.

No juzgo el talante cínico ni la crítica agria que el escritor pretende arguir como justificación a un texto cargado de «amoralidad, excentricidades y tenebrismo». La oscura y lamentable biografía de Federico Flavios y sus adyacentes -inmersos en una borrascosa borrachera de hipocresía, fanatismo y sangre permite al autor exponer sus categóricas ideas sobre la sociedad, la religión y Dios. La sórdida trama -de brutales crímenes, encabezadas por el incestuoso escritor- y un sentir pesaroso (marcado por la decepción más desoladora de la vida) nos sumergen en la misma atmósfera delirante y esperpéntica que sufren los protagonistas.

El sinsentido y la irrealidad de algunas afirmaciones actúa como contrapunto cómico a una historia iniciática de sadismo y muerte, producto de la frustración y el desorden moral de los actores, dopados por su terrible realidad, abocados inexorablemente al suicidio o la implacable crueldad de sus propios correligionarios.

Más de una docena de libros jalonan la trayectoria literaria del autor, cuyas narraciones han sido ya difundidas en importantes revistas norteamericanas y en varias de Latinoamérica. Títulos tan sugerentes como «Acarigua, Escenario de Espectros» (1976), «Acertijos» (1879), «Inmaculado», «Suicidios» (1982), «Lucífugo» (1983), «Facia» (1984), «Maleficio» (1986), «Abominables» (1991) y ahora «Aberraciones» (II Edición, 1993), señalan como clarividencia el camino abierto de Alberto JIMÉNEZ URE hacia la procelosa y gratificante aventura de escribir.

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Sobre El Despotismo de Jiménez Ure

Por Luis BENITEZ

Querido y admirado amigo mío:

Estuve anoche leyendo, y releyendo, el ensayo que tuviste la generosidad de enviarme y realmente no pude contener las ganas de escribirte sobre la fuerte impresión que me ha causado tu escrito:

«Contiene una pasión que ya te conocía (sabes que soy uno de tus privilegiados lectores, desde hace mucho) pero además, es impresionante la exactitud y la profundidad con las que manejas los conceptos y las ideas, así como tu muy notable capacidad de exposición»

Ya conocía tus capacidades en esos sentidos, pero dado que hace un tiempo algo largo que no te leía, me impresionó vivamente cómo ha madurado tu prosa ensayística, cuando ya antes deslumbraba por su mérito. El conjunto del trabajo es impresionante, pero tiene para mí sus picos más altos -permíteme que te lo señale, desde mi subjetiva lectura– en secciones tales como Fenomenología de la Libertad, los agudos párrafos que le dedicas al Totalitarismo y a la Naturaleza Humana (que posee, esta última, un valor filosófico de gran peso, pese a su brevedad relativa); finalmente, los aforismos agrupados en la sección Pensamientos Políticos, configuran un remate ideal para un corpus tan poderoso como el que los precede.

Por culpa tuya y de tu ensayo, «no he podido pegar un ojo hasta las 3 de la mañana», pero quería agradecértelo así, sobre caliente, pues «estoy ciertamente impresionado por tu trabajo». Recibe mi saludo y mi reconocimiento a tu capacidad creadora y, además, a tu toma de posición, acertadísima, política y humanamente hablando.

-XXIII-

Sobre Pensamientos de Jiménez Ure

Por José Manuel BRICEÑO GUERRERO

Si yo me viera confrontado con la tarea de clasificar a todos los «escritores de ideas», es decir a todos los que «expresen sus pensamientos por escrito», y si fuera necesario establecer sólo dos categorías, y si yo escogiera la sistematicidad como criterio, entendiendo por sistematicidad el «despliegue deductivo» de la escritura a partir de una estructura de ideas conscientemente elaborada cuya coherencia unitaria gobernara los enfoques particulares determinando tanto el ordenamiento de las partes como las decisiones de índole valorativa, y si consecuentemente los dividiera en «sistemáticos y «no sistemáticos», observando en el primer grupo la tendencia por una parte de construir una gran síntesis omniabarcante de inmenso e imponente poder explicativo y por la otra a encerrarse en un aparato dogmático generador de conflictos maniqueos o de amputaciones y estiramientos procústicos, observando en el segundo grupo por una parte la actitud de quien tiene visiones en la noche a la luz de los relámpagos percibiendo y expresando objetos de un mundo en general obscuro y valoraciones profundas de un alma demasiado grande para aceptar formación conceptual y verbal pero radicalmente certera en el aislamiento de aforismos instantáneos constelables sólo a partir de una sabiduría exterior a la palabra, y por otra parte la actitud superficial del diletante inconsciente de las profundidades insensible para la voluntad de coherencia propia de la razón pero decidido a parecer pensador sin serlo, si yo procediera de esa manera y una vez construido el esquema intentara buscar en él al inquieto, talentoso y valientemente polémico escritor Alberto JIMÉNEZ URE tal como se presenta en su obra Pensamientos Dispersos y en las ideas discernibles como trastienda y retaguardia intelectual de su poderosa narrativa, me encontraría en la imposibilidad de colocarlo en el primer grupo porque ni la época en que vivimos ni su temperamento ni su vocación lo ha impulsado a construir un sistema filosófico , ni su amor a la libertad ni su mercurialidad creadora ni la amplitud de su espíritu le permitirían convertirse en «doctrinario», pero tampoco podría colocarlo en el segundo grupo porque tiende inconteniblemente a precisar su pensamiento y a formularlo inequívocamente, no está informado por ningún desbordado misticismo y nada está más alejado de él que la irresponsabilidad de la palabra pues ha asumido con auténtica seriedad el oficio de escritor con todos sus gajes peligros y martirios, de tal manera que reconozco una vez más la inutilidad de los esquemas a la hora de la verdad, y me veo forzado a declarar sin ínfulas de juez, sin pedantería de evaluador sin sabihondez de crítico observo con asombro, interés, admiración y simpatía la agonal dedicación de este joven al pensamiento y a las letras esperando lo prometido por lo ya realizado desde un centro de consciencia luminoso que no será apagado por circunstancias hostiles ni por circunstancias favorables (Escrito el 26 de Enero 1988, texto evaluativo del libro «Pensamientos» de JIMÉNEZ URE, publicado por el Rectorado y Vicerrectorado Académico de la Universidad de Los Andes el año de 1995)

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«Retrato de Memoria» de Alberto Jiménez Ure

Por Alberto José PÉREZ

En Tía Juana, población del Estado Zulia, de la ahora República Bolivariana de Venezuela, nació el escritor, ensayista y poeta, Alberto JIMÉNEZ URE, vecino, hace muchos años, de la Ciudad de Mérida, donde, en alguna mesa o barra, de aguas encantadas, nos dimos la mano, de eso hará unos 30 años, por la medida chiquita, es decir, el tiempo mínimo que yo calculo, de nuestro encuentro, que sigue siendo el piso de una grata y fructífera amistad, por supuesto, ya se ha jubilado de sus labores en la Universidad, es un viejo como yo, laboralmente hablando.

Su primer volumen de cuentos: «Acarigua, Escenario de Espectros», es el testigo de una serie de títulos que abarcan todos los géneros literarios, sin dejar de lado la filosofía. JIMÉNEZ URE como Carlitos Contramaestre, su amigo y mío también, en su tiempo, ya ausente de nuestra vista más no de la memoria, es un testigo excepcional de la vida literaria, política y social de la ciudad de Mérida; en lo político es un referente obligado de la resistencia al actual gobierno sin desconocer la huella buena; en lo literario, no aplaude mediocridades ni medianías y vida social abundante, tiene, el escritor goza la atmósfera tibia del hogar, allí es el escenario de su oficio, la escritura, la calle ya no es emoción del goce de la noche ni del café, conversadito, vivimos tiempos de disparos, atracos y atropellos. Pero el escritor que es, no huye de esa realidad, la confronta con ideas que el crecimiento del mundo civilizado le permite esgrimir ante el regreso del abismo, las sombras del infierno, con quien combate cuerpo a cuerpo, lo he visto y así lo señalo, nadie me lo ha contado.

JIMÉNEZ URE es un pensador, mejor dicho, un escritor-filosofo, que a veces la fuerza de la poesía, lo atrapa, huracanea sus cabellos y sus pequeños y oscuros espejuelos, se convierten en los hitos que señalan las fronteras de un hombre, ante su realidad y su tiempo.

Muchas son las historias de ficción que Alberto, ha construido, mucha también su poesía, gratas, muy gratas sus reflexiones filosóficas, así como verlo en el marco de una ventana, asomado a una ventana, como si desafiara una bala perdida, es la imagen cinematográfica que él mismo se ha hecho, palabra a palabra como si fuera el mismísimo Alberto JIMÉNEZ URE, redivivo, en todos sus libros.

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Sobre Absurdos

Por Gabriel JIMÉNEZ EMÁN

Creo que he venido asistiendo, acaso sin proponérmelo, al desenvolvimiento del trabajo narrativo de Alberto JIMÉNEZ URE. Digo sin proponérmelo porque desde su segundo libro editado en Mérida en 1979, Acertijos, y acaso antes, desde Acarigua, escenario de espectros en 1976, he venido presenciando en él, hasta hoy [unos veinte libros narrativos, entre cuentos y novelas] una construcción minuciosa y casi obsesiva de textos, pensares y actitudes que constituyen en si mismos un estilo literario y tal vez un estilo de existencia, tan obstinado es Alberto en sus relaciones paradójicas y peligrosas con la política y la belleza, y han determinado en él una suerte de ética personal, basada esencialmente en una actitud de inflexibilidad frente al abuso del poder político, de asumir una posición radical ante los mecanismos de ese poder, y a la vez ejercer una honestidad intelectual a toda prueba frente a éste, que le han acarreado no pocos inconvenientes. En realidad, «inconvenientes» es un eufemismo: JIMÉNEZ URE ha sufrido en carne propia el dicterio y la exclusión, la censura, el señalamiento moralista y los marginamientos académicos que le han conducido, primero, al aislamiento, y luego a una soledad fértil que es justamente la que le ha proporcionado el tiempo suficiente para dedicarlo a la literatura.

Debemos a la lucidez de Juan LISCANO el reconocimiento pleno de la obra de JIMÉNEZ URE. Fue Liscano quien vislumbró de modo consistente la importancia de su obra y abrió nuevos compases de interpretación para ella; una obra ciertamente difícil, que parece no obedecer a una tradición clara en la literatura venezolana. Entre otras cosas, LISCANO observó que […] «Cada vez perfecciona más su empeño en sorprender, descolocar, golpear mediante el absurdo y lo irracional, lo obsceno y lo hiperrealista» […] «Con independencia de su postura literaria y de su temática, la producción de JIMÉNEZ URE se inscribe dentro de la rebelión yoica y ofrece valores espirituales que merecen consideración especial»

En efecto, Albertoha transitado por vías difíciles: el absurdo, lo grotesco o lo escatológico, pero sobre todo por la naturaleza del mal. Es aquí donde tal vez resida su mayor logro, en cómo va penetrando, con la técnica de un bisturí que disecciona escrupulosamente los tejidos sociales de instituciones, investiduras, empresas y demás proyectos de Estado, del status o del Poder, y va extrayendo de allí la esencia de los personajes: sus perversiones, crueldades y sobre todo su capacidad para producir situaciones escabrosas o terribles. Júzguese sólo por los títulos de algunos de sus libros: Aberraciones, Perversos, Suicidios, Maleficios, Epitafios, Abominables, Macabros, Desahuciados. Tales abominaciones no están construidas, por supuesto, para los amantes de la literatura «hecha», de la literatura cerrada en una circularidad artística o estetizante. Ante todo, creo, la literatura de JIMÉNEZ URE quiere ir contra esa tradición, contra las convenciones de los personajes lineales, previsibles o cercados por las acciones sucesivas del capítulo, guiadas por las leyes del realismo o por cadencias estilísticas elegantes. JIMÉNEZ URE quiere ante todo mostrarnos lo absurdo, lo banal, lo insuficiente, lo inconcluso o lo fragmentario, lanzarnos a la reflexión o a la especulación filosófica. Sus cuentos no desean estar acabados; parecen más bien crónicas, relaciones escuetas o truncas de realidades dobles, de fondos ambiguos y lecturas subyacentes de la conciencia.

Por supuesto, estos rasgos generales no se aprecian todos en cada uno de sus libros (sus pensamientos y poemas también poseen estas cualidades heteróclitas; exhiben características narrativas y líricas mezcladas a sesgos conceptuales); mas si podrían ser enunciados para buena parte de su cuentística. En Absurdos, por ejemplo, están más que ratificadas estas tendencias a examinar el poder, tanto en su fase «cívica» como en su fase militar, y por supuesto en una buena serie de sus escatologías, que van de la agresión sexual hasta el asesinato, desde el deseo más inocente hasta la violación: todo parece suceder en JIMÉNEZ URE de la manera más natural, se desnudan las acciones más descabelladas ante el lector como si fuesen lo más normal de este mundo. Ello hace que nos familiaricemos con sus personajes (una vez que ya hemos descifrado sus códigos secretos en nuestro inconsciente) y los acompañemos en sus acciones, nos gusten o no; presenciamos sus elecciones o desviaciones hasta el final, a veces con un rictus de desagrado en nuestros labios. En cualquier caso, representan un reto para el lector, un reto que no posee necesariamente consecuencias felices: gags, historietas truncas, comics, muecas, escorzos o trozos del todo, pero nunca el todo.

Para concluir, una anécdota de amistad personal. La eufonía JIMÉNEZ URE-JIMENEZ EMÁN nos ha jugado buenas y malas pasadas de gente que cree que yo soy el autor JIMÉNEZ URE o que él soy yo [quizá por ser cuentistas lacónicos y fantásticos ambos], cuestión que lejos de irritarnos nos permite intercambiar identidades e ir más allá de lo literario; es decir, yo puedo ser perfectamente Él y Él ser Yo sin que eso tenga que afectar nuestra literatura o nuestros cuentos, excepto cuando en alguna ocasión yo puedo asesinar a uno de sus personajes y él tal vez apoderarse de uno de los míos. Una vez esto tocó sus extremos en una librería del bulevar de Sabana Grande, en Caracas: un hombre quedó tan maravillado de reconocerme como JIMÉNEZ URE, que yo no quise desilusionarle y le seguí la corriente y hasta le acepté una invitación a almorzar. Cuando tomábamos el café en la sobremesa, luego de disfrutar de unos platillos suculentos, le confesé a mi consecuente lector mi verdadera identidad, y aquel señor pasó de un colapso de ira a una sonora carcajada que aún escucho retumbar en mi oído. Por supuesto, el título de este libro indica su sentido; o en todo caso el sentido de sus sinsentidos. Ni las situaciones ni las acciones de estos cuentos están enlazadas a una causalidad o a una lógica racionalista [como no sea a una lógica fantástica, como la comprendía G.K. CHESTERTONrefiriéndose a «una lógica del país de las hadas»] muecas irresolutas, pesadillas o crueldades, toman el lugar de los comportamientos sociales aceptados y nos invitan a transgredir el entorno visible.

Yo diría que los textos de Absurdos se manejan principalmente desde las situaciones límites, y desde ahí se lanzan a embargar la realidad con una sobrerrealidad que a primera vista puede parecernos chocante o insolente, pero si somos pacientes pueden abrir un boquete en nuestra conciencia para que veamos un poco más allá de las comodidades cotidianas, y atisbemos o vislumbremos zonas vedadas del delirio o la alucinación.

-XXVI-

Sobre Revelaciones de Jiménez Ure

(El escritor «a quien el Diablo dicta»)

«Es preferible morir a odiar y temer: es preferible morir dos veces a hacerse odiar y temer»

«Soy donde no pienso»

(Friedrich NIETZSCHE)

Por Teódulo LÓPEZ MELÉNDEZ

Alberto JIMÉNEZ URE publica, de nuevo, poesía (Revelaciones, «Pen Club», Caracas, 1998) La premisa es clara. Procedemos de una creación arbitraria y las consecuencias son lamentables: enfermedades, dolor y discordia. El cosmos fue inventado y henos aquí sufriendo, absurdamente, lo que para nuestro autor significa que la existencia carece absolutamente de sentido. Los poemas de este libro le fueron dictados a JIMÉNEZ URE, llamado por el «dictante» cordialmente «discípulo», por el mismísimo Satanás. El poeta advierte al lector que no debe sorprenderse por su capacidad de recepción de estos mensajes, pues siempre ha sido un buen perceptor de las cosas del «Más Allá». Sin embargo, precede una segunda advertencia: el dictado fue hecho cuando el poeta estaba bajo extrema depresión. Sigue una explicación: el poeta justifica la entrega de estos textos al lector, asumiendo como un papel fundamental del hombre dar razonamientos (extraña palabra en un texto dictado desde el «Más Allá») que excedan las inquisiciones urdidas en concilio. Seguramente está pensando en capillas cerradas con sus dogmas y mandamientos.

En Revelaciones, JIMÉNEZ URE narra –lo que no debe extrañar en un texto poético- el inicio de sus relaciones con Dios, cuando era niño, católico y estaba sometido a las palabras de los sacerdotes, de los familiares y de los conocidos. Existía, entonces, miedo en el niño hacia quien era mencionado «Todopoderoso». Pero, ahora no: ahora el hombre Alberto JIMÉNEZ URE no tiene «miedo» ni puede atribuirle a aquél nada trascendental, lo que es una confesión importante. ¿Por qué habría sentirse miedo por alguien que, según el autor, perdió todo su poder?

El poder al que se refiere el escritor era aquél ejercido por el Diablo, quien se liberó gracias al ejercicio de un papel de hijo «parricida». El nuevo reinado es de Satán, quien está por encima de los mandamientos –definidos como «hipócritas en el texto- emanados de su espurio progenitor. Dios cae desde el mismo momento en que su hijo (el Diablo) lo desconoce. Me pregunto: ¿todo padre cae por la misma causa?

Quienes conocen la narrativa de JIMÉNEZ URE podrán recordar que la presencia humana en este planeta es uno de los absurdos fundamentales en su temática. La extinción de esa «presencia», en consecuencia, es el propósito que lo une a Luzbel, líder de un «Supremo proyecto de extinción». La vía expedita para realizarlo es que el Mal triunfe sobre el Bien hasta la eliminación total de todo lo diseñado por el «Creador Arbitrario». El Mal que se transforma, así, en justa «vindicación del desarraigado». Quienes no se adhieran al Mal pasan a ser molestosos, descartables e insectos. Comienza a expandirse, así, uno de los leivmotiv fundamentales en Revelaciones: «A quien cruz quiera/dale sobre la cruz muerte». Para ello hay que incitar a las naciones a que se hagan la guerra y el Universo debe morir bajo el fuego, pues, de allí provino.

Se inserta una condena a la palabra: ésta «no nació con nosotros, ella es anterior, nació de Dios y existe para su perverso disfrute»: en otras palabras, el difusor de la palabra de Satán está concluyendo en lo mismo que hemos dicho quienes no somos divulgadores de mensajes de tan sulfurosa procedencia: la palabra es de origen Divino. Una de dos: o ello le confiere un inmenso poder o, por el simple hecho de provenir de un poder destronado por la sublevación de Luzbel, está devaluada. Observo que –incluso- el mensaje del Diablo está formulado en palabras, lo que debe ser, entonces, grato a los oídos de Dios.

La apelación de uno de los poemas para que nadie se aferre «al Ser Físico signado por la transitoriedad», puede tener cualquier proveniencia, inclusive una cristiana de la infancia de JIMÉNEZ URE, o puede atribuirse a Satán previo a la gran ruptura. En cualquier caso no se niega nunca la existencia de Dios, puesto que Satán es un alzado contra Él. Se critica, en cambio, a Dios, y se le critica haber creado con arbitrariedad y habernos condenado al sufrimiento. En consecuencia, hay que destruir, mediante una gran alianza con Luzbel, esta condena. No hay posibilidades de salvación por otras vías: lo que está mal hecho debe ser quemado. En consecuencia, podemos hablar de un pesimismo total, vecino a cierto existencialismo: el hombre no tiene salvación.

Revelaciones no está exento de contradicciones que, lejos de anularlo, lo enriquecen, como veremos. En efecto, Satán dice a su «discípulo JIMÉNEZ URE» que deberá ocuparse de los execrados y abandonados de las sociedades, lo que nos conduce a un Demonio que ordena una misión de redención social. Deberá, asimismo, «enseñarles el Mal, para dar paso a la incandescencia, donde nadie sufrirá ni resucitará». En otras palabras, parece asomarse una vía y nos resulta la misma de muchas religiones orientales que no hablan del Mal sino que presentan vías como el Mandala, el Nirvana, la contemplación o cualquier otra, puesto que el objetivo es el mismo: olvidarse de las ataduras carnales, esperar la muerte y luego tratar de evitar –por todos los medios- la reencarnación, porque, en el fondo, el Infierno es dotarse de carne y huesos, vivir aquí, ser humanos. La inmovilidad de Hinduismo, por ejemplo, o del Budismo, pasa por el rechazo al deseo y acceder, aun desde esta misma vida, a los pormenores del «Más Allá», esto es, indica la búsqueda de la luz que está en el centro del Mandala, en un centro que tampoco está allí como en ninguna parte, pero que sigue siendo el centro. Tenemos, entonces, que el «discípulo» a quien Satanás confía sus «revelaciones», lo que quiere es la iluminación, el escape de las terrenas ataduras: quiere lo mismo a lo que aspiran las enseñanzas bien entendidas, y no las del Dios culpable de habernos sumido en el sufrimiento: quiere que lleguemos a tal estado que el alma no requiera de otra reencarnación, de otro aprendizaje, pues ya sabe tanto que ha escapado para siempre del dolor de nacer.

Nos enteramos, igualmente, «que Satanás no aspira a que nadie crea en su mensaje, los feligreses serán liberados con su solo envío. Derramarse sobre el cuerpo de muchas mujeres es una buena manera, puesto que llenarla de semen equivaldrá a frenar la procreación»

Satán manda a su «discípulo» a buscar el poder, pues eso lo ayudará notablemente a la difusión del Mal. Este concepto es recurrente en JIMÉNEZ URE, quien siempre ha satanizado el poder dando espacio a criterios vecinos al Anarquismo. El mundo de la Economía es para Satán, en su dictado, una prueba clara -ante el «discípulo»- de que no hay falacia alguna en el mensaje. Es de nuevo una requisitoria sobre la organización económico-social del mundo presente, que se confirma con la afirmación: «Del mal viven los pueblos». Me pregunto: si la maldad está instalada, si es el presente y el aquí, ¿qué interés puede tener un nuevo ejercicio de propagación o difusión? Este Satanás que dicta a JIMÉNEZ URE parece más una conciencia colectiva del Hombre que un ser de largas orejas dedicadas a robarle a Dios, su oponente, unas cuantas almas.

JIMÉNEZ URE parece más un reformador social, un denunciante feroz del Capitalismo Salvaje y de las iniquidades humanas que un «perceptor fiel de los mensajes de un supuesto Representante Supremo del Mal». Y, otra vez: la denuncia contra la obsesión por el dinero, al que, como sabemos sus lectores, JIMÉNEZ URE siempre llama próceres impresos. Y, por si fuera poco: el ataque contra los aparatos que nos dan confort pueril, contra los avances tecnológicos que supuestamente facilitan las comunicaciones (donde me parece encontrar una reminiscencia de Juan LISCANO). Fue que «Dios tuvo una concepción hedonista del nacimiento, por ello los males», concluye el poeta. Entonces, es Dios el creador del Mal y no Satán.

Tenemos que lo que JIMÉNEZ URE está profesando –en el fondo- es una aspiración desolada y aullante por la Justicia: es decir, lo que está reclamando, en verdad, es el Bien. Pero, veamos un poco la concepción de la vida y el universo en este libro: «estamos aquí penitentes sin ser culpables». ¿A dónde se dirige ahora el lamento? ¿Acaso a la pérdida del Edén, de la pureza original? Fue Eva quien, inducida, sedujo a su Adán a morder la manzana prohibida, si es que nos permitimos la Cosmogonía Cristiana para explicarnos el nacimiento del mundo. No recuerdo ninguna otra, indígena americana u oriental, donde todo no se haya iniciado con macho y hembra, es decir, con la conjunción de los opuestos en una unidad que conserva los dos elementos que uno pasa a conformar, pero que siguen siendo dos. En ellas, el Mal provenía de otras deidades, no por la vía de la rebelión como la de «Satán-Hijo» contra «Dios-Padre», sino, simplemente, de otras deidades porque la existencia del Mal resulta tan necesaria como la existencia del Bien. De allí el certero adagio de un autor, cuyo nombre no recuerdo: «Sin el Diablo no existiría el mundo». En otras palabras, es prudente recordarle a JIMÉNEZ URE que Satanás es tan culpable de nuestra existencia como Dios. Lo que existe siempre tiene anverso y reverso, «adentro» y «afuera», arriba y abajo, sólo que lo que está abajo está arriba, y lo que está oscuro tiene luz y la luz tiene oscuridad.

Descubrimos en Revelaciones que Luzbel no tiene ambiciones: «cuando el Universo desaparezca se marchará con nosotros». Está claro, si el Demonio quisiera poder, ante los ojos de JIMÉNEZ URE ya no sería digno de confianza: habría incurrido en el mismo error, puesto que este reformador social semi-oculto de quien nos ocupamos, este hombre que no soporta las injusticias a lo o largo y ancho de su ya vasta obra literaria, califica al poder como una fuente inagotable de perversidades. Y no le falta razón. Recordemos que, en toda su narrativa, JIMÉNEZ URE ha dicho «que nunca debimos partir de La Nada. A la Nada debemos regresar, pues, inexistentes, no habrá dolores, tragedias, desigualdad, humillaciones, odio u oprobio».

Yo siente en JIMÉNEZ URE la misma herida mía: el dolor humano. En el fondo, y quizás paradójicamente, veo a este perceptor supuesto de Satanás como un ser lleno de amor hacia el hombre, pues, es su sufrimiento lo que provoca el lamento.

¡Ah!, pero, no podía faltar la soberbia o rebelión de la Inteligencia y allí asoma otra indignación: «La mayor tragedia que puede un hacedor experimentar/Es la de ser gobernado por alguien intelectualmente inferior». JIMÉNEZ URE está olvidando que una ley del mundo es la de que el poder está reservado a seres intelectualmente inferiores. Si se leen los ensayos sobre las modernas corporaciones podrá encontrarse que, para dirigir una empresa, siempre son rechazados los más inteligentes, que se busca una media-práctica. JIMÉNE URE olvida que hay muchos casos como el suyo. Cuando se es demasiado inteligente, se asumen funciones literarias: es decir, funciones de inutilidad, divorciadas completamente del economicismo que domina al mundo perverso de hoy.

Al final, JIMÉNEZ URE nos hace la obvia confesión. Dice «que ha terminado de redactar la palabra que nos redimirá». Debo concluir con una afirmación obvia, con un lugar común, con una perogrullada, pero que, si vemos bien, no está exenta de malicia: al terminar de leer Revelaciones, queda sabido lo que ya uno sabía: que Alberto JIMÉNEZ URE es un escritor y un poeta. Al margen de perdernos en SCHOPENHAUER o NIETZSCHE, de buscar las influencias filosóficas de varias procedencias que alimentan a este autor, debemos decir que es, simplemente, un provocador: es decir, un intelectual. Una digresión final: si JIMÉNEZ URE hubiese sido consecuente hasta la última gota de sangre con el planteamiento de este libro, ha debido atribuir a la palabra no un origen divino sino demoníaco. Aun así, habría cometido un error: La Palabra es Divina y es Demoníaca, al igual que el amor, al igual que todo. Toda oscuridad lleva la luz, toda luz lleva oscuridad, todo lleva dentro de si lo opuesto. JIMÉNEZ URE no es la excepción, sólo que tiene una particularidad: él es uno de los escritores más importantes de este país en este tránsito de un siglo a otro

-XXVII-

Sobre Cuentos Abominables

Por Azhiel (¿?)

En Cuentos Abominables (Universidad de los andes, Consejo de Publicaciones, 1991), Alberto JIMÉNEZ URE trata de realizar relatos con finales impactantes, pero un lector agudo o adiestrado es capaz de anticipar la culminación de las acciones.

No busca que los personajes estén en un ambiente de felicidad y, en caso de estarlo, los transporta a un cuadro de pesimismo con un fuerte sentido de lo fatal.

No utiliza frases con sentido poético, sino que construye oraciones sencillas, de fácil comprensión. En algunas oportunidades toma palabras que denotan lo común para amoldarlas a una descripción muy personal (para él los billetes serán próceres impresos).

Los temas principales de los relatos no dejan de ser fuertes e impactantes. La muerte se presenta en forma violenta y el erotismo es llevado a un punto poco normal (que puede llegar a los desagradable, el miedo, la incertidumbre). Gracias a la presión social que afecta el sicología individual, los personajes son llevados a la locura utilizando aquello que envuelve a todos los temas: lo absurdo. JIMÉNEZ URE es un filósofo de la burla, la cual está oculta en lo abominable de las acciones que se suceden en sus obras; ese es su fin, mofarse de la realidad. Describe acciones ilógicas en un ambiente común, situaciones inverosímiles sobre un marco real.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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