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Algunas observaciones acerca de la novela -Drácula-, de Bram Stoker (página 2)

Enviado por Enrique Castaños


Partes: 1, 2, 3

En este punto, pueden hacerse algunas consideraciones que no han sido suficientemente subrayadas hasta la fecha. Suele insistirse en que el principal modelo literario de la novela Drácula de Bram Stoker es Varney el Vampiro, de James Malcolm Rymer (1814-1884), que se publica en 1847, el mismo año de nacimiento de nuestro escritor, novela que algunos críticos han atribuido o continúan atribuyendo a Thomas Peckett Prest (1810-1859), amigo y colega de Rymer, quienes llegaron a escribir juntos, según la opinión también de algunos críticos, la novela The String of Pearls, asimismo de 1846-1847. Juan Antonio Molina Foix es un decidido defensor de la influencia de Varney el Vampiro en Drácula, aduciendo para ello una serie de analogías, que son sin duda muy difíciles de cuestionar. También es un firme partidario, como otros críticos, de la influencia de Carmilla (1872), del escritor irlandés Joseph Thomas Sheridan Le Fanu. Tampoco esta opinión puede discutirse ni ponerse en duda, por las múltiples evidencias que hay de esa aseveración. Pero yo quisiera aquí llamar la atención sobre dos pequeños relatos, que, aun cuando sí se ha reconocido desde hace tiempo que eran sobradamente conocidos de Stoker y pudieron influir en determinados aspectos de su novela, no se ha insistido en cambio lo suficiente en el valor que poseen como narraciones que se hallan en la génesis misma del vampirismo como subgénero de ficción literaria. Me estoy refiriendo al cuento Vampirismo de E. T. A. Hoffmann, escrito en 1821, y al cuento Berenice de Edgar Allan Poe, publicado por vez primera en marzo de 1835 en el Southern Literary Messenger, una revista de Richmond, en el Estado de Virginia. El propio Hoffmann tenía conocimiento de un libro extraño escrito por el pastor luterano alemán Michael Ranfft (o Ranft), que vivió entre 1700 y 1774 y era un especialista en vampiros. El libro en cuestión tiene un largo título, Tractat von dem Kauen und Schmatzen der Todten in Gräbern, Worin die wahre Beschaffenheit derer Hungarischen Vampyrs und Blut-Sauger gezeigt, Auch alle von dieser Materie bißher zum Vorschein gekommene Schrifften recensiret werden, y fue publicado en Leipzig en 1734. Lo que a nosotros nos interesa saber, en este contexto, es que de ese libro —como nos informa Carmen Bravo-Villasante en el prólogo que escribe para la edición de tres dispares narraciones de Hoffmann— se extrae «la conclusión de que un vampiro es un ser maldito que se deja enterrar como si estuviera muerto, y para luego surgir de su tumba y chuparle la sangre a las gentes mientras duermen, que a su vez, se convierten en vampiros […] Para inutilizarles hay que desenterrarles, darles con una pala en el corazón y quemar sus cuerpos y convertirles en cenizas»[21]. Esta sorprendente, por lo temprana, información extraída por Ranfft en sus investigaciones y averiguaciones, coincide más, sin embargo, con el perfil y las características del vampiro de Stoker que con lo que sucede en el relato fantástico y de terror de Hoffmann, aunque pueda parecer paradójico. Pero, en realidad, lo que debemos deducir de ello es que Hoffmann, al igual que posteriormente Bram Stoker, es un escritor sumamente original, y el hecho de que él conociera la existencia de ese raro tratado no va a condicionar la singularidad de su creación. De hecho, como acabo de sugerir, la conclusión a la que llega el más que curioso pastor luterano alemán es una conclusión que encaja con extraordinaria aproximación, si tenemos en cuenta la considerable distancia temporal, con algunos de los rasgos más peculiares de la criatura surgida de la imaginación del escritor irlandés. Las coincidencias dan desde luego que pensar. Sin embargo, en el cuento de Hoffmann no hallamos exactamente «vampirismo» en esos términos, sino que la escondida actividad de la bella pero perversa joven protagonista de la historia es nada menos que la antropofagia, lo cual supone un punto de conexión con el «discípulo» loco del conde Drácula que está encerrado en la institución psiquiátrica que dirige John Seward, es decir, con R. M. Renfield, aunque con la notable diferencia que la actividad a la que se dedica Renfield en su celda no es la antropofagia, sino la zoofagia.

A pesar de su reducida extensión, la maestría de Berenice es inigualable[22]Es, sencillamente, la creación de un verdadero genio de la literatura, de un espíritu atormentado y de poderosísima y singularísima imaginación. Pero también de un espíritu extraordinariamente preciso, exacto, conciso, que al tiempo que deja volar libremente su imaginación sabe también concebir el desarrollo de su relato con la precisión con la que actúa el bisturí del más templado cirujano. En Berenice todo está sugerido, terroríficamente sugerido, pero, quizás por vez primera en la literatura mundial, ocupan los treinta y dos dientes de una persona una presencia siniestra, amenazadora, inquietante, completamente perturbadora. No creo que Stoker necesitase más, que ya es en realidad mucho; es decir, es mucho lo que sugiere el maravilloso relato de Poe, muchas sus potencialidades ocultas, que hay que desentrañar, y que, a su vez, pueden alimentar, como de hecho nutren, otras narraciones producidas por la imaginación creadora de un escritor original.

Asimismo, quisiera destacar un aspecto que generalmente ha sido marginado en las numerosas interpretaciones críticas de la novela de Stoker. Concretamente, la profunda desconfianza hacia el cientificismo positivista, hacia esa actitud decimonónica de convertir la ciencia en una nueva religión, doctrina que tuvo, como todo el mundo sabe, su máximo exponente ideológico en Augusto Comte. Pero Stoker no se interna tanto por la senda de formular una severa crítica a los intentos del hombre de traspasar ciertos límites y tratar de emular a Dios o convertirse en un dios o en un ser al que todo le está permitido, siempre y cuando que, a su vez, se lo posibiliten la investigación científica y los avances tecnológicos, importándole ya entonces muy poco a ese tipo de hombre si la transgresión de esos límites vulnera o no los principios éticos y morales básicos en los que debe sustentarse la actuación del ser humano en el mundo, a saber, aquellos principios que impiden la deshumanización del hombre, la conversión del hombre en un medio, en un instrumento, y no en un fin; si la ciencia puede conseguirlo —razonaría ese tipo de individuo—, si la investigación científico-tecnológica puede obtener determinados resultados, sean cuales fueren, nada debe impedirlo, ni la religión, ni la ética ni la moral. Como digo, la crítica a esta peligrosa concepción, aunque en cierto modo está implícita en toda la novela, no es la que primordialmente preocupa a Stoker. Sobre la necesidad moral de poner freno a las soberbias y exorbitantes aspiraciones del hombre de ser como Dios (creando una criatura inteligente y sentiente, parafraseando a Xavier Zubiri), así como sobre la crítica moral a no poner coto a la indagación científica, tenga las consecuencias que tenga, Bram Stoker, como tantos otros lectores de su tiempo, conocía perfectamente los dos más ilustres precedentes en esa materia en cualquier literatura del mundo: los relatos Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley (Mary Wollstonecraft Godwin), publicado por primera vez en Londres en 1818, aunque manteniendo la autora el anonimato, y El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, de Robert Louis Stevenson, publicado también por vez primera en Londres en 1886.

Lo que a Bram Stoker le interesa sobre todo es constatar los límites de la ciencia, esto es, no tanto que haya que ponerle límites éticos a la ciencia —opinión que, por lo demás, compartía—, cuanto que la ciencia no posee en realidad ese poder ilimitado del que tan vanamente presume. La ciencia, viene a decirnos Stoker, no es «Ciencia», esto es, no es absoluta, ni nunca podrá serlo. La ciencia nunca podrá poseer un poder infinito, por su propia naturaleza intrínseca, que es indisociable de la naturaleza misma del hombre. La infinitud pertenece al Bien, a la Verdad, al Amor, que son absolutos en sí mismos, puesto que son atributos de Dios. Pero la ciencia, al ser una conquista del hombre, es limitada, porque el hombre es limitado. El hombre sólo puede elevarse de su condición humana, o, más precisamente, sólo será verdaderamente hombre, ser humano, si se asemeja a Dios, si opta por la defensa del Bien y de la Justicia, si cree en el Amor. Por eso, los dos eminentes científicos que aparecen en la novela, pero muy especialmente Abraham von Helsing, combinan en su lucha contra Drácula los recursos que pone a su disposición la ciencia con los poderes sobrenaturales de la religión y de la fe. Porque, aunque haya querido minusvalorarse por generaciones de críticos, el fondo esencial de la novela de Bram Stoker es la sempiterna lucha del Bien contra el Mal.

Una de las precisiones semánticas más importantes de toda la novela es la que lleva a cabo Van Helsing respecto a la expresión «no-muerto». El conde Drácula, las tres mujeres vampiro que habitan su castillo y también Lucy Westenra son seres a los que el médico holandés aplica ese vocablo, que en rumano se dice nosferatu. La explicación de Van Helsing está dada en el capítulo XVI. El no-muerto está sometido a la «maldición de la inmortalidad». La misión primordial del no-muerto es multiplicar el número de esas demoníacas criaturas, para, de este modo, acrecentar los males en el mundo. Todos los que mueren, como le ocurre a Lucy, a manos de un no-muerto, se convierten a su vez en miembros de ese círculo siniestro. Los niños pequeños que Lucy rapta por la noche, y a los que succiona la sangre, irán sintiendo cada vez más necesidad de este malvado ritual, acabando por acudir ellos mismos a Lucy, y, cuando mueran, se convertirán también en no-muertos. Esta diabólica espiral sólo cesará, en este caso concreto, si Lucy, que es una no-muerta, muere de verdad. Entonces, las huellas diminutas de sus dientes en los cuellos de esos niños desaparecerán, y esos niños volverán a ser seres normales. La muerte verdadera de la no-muerta, de Lucy en este caso, es una auténtica bendición para ella misma, puesto que en ese momento su alma queda definitivamente liberada. Al morir de verdad la no-muerta, cosa que sólo puede realizarse, como se ha dicho antes, mediante el procedimiento de separarle la cabeza del tronco y de clavarle una estaca en el corazón, su alma descansará para siempre y acompañará a los coros celestiales.

Esto es lo que dice Abraham van Helsing antes de que el amado de Lucy, Arthur Holmwood, sea el encargado de clavarle la estaca a su prometida «difunta», que se encuentra en el ataúd. La operación transcurre de día, poco después de la una y media de la tarde, como se indica en ese capítulo XVI. Otro dato fundamental es el extraordinario contraste que habrá de producirse entre el aspecto físico de Lucy como no-muerta y Lucy cuando haya muerto de verdad. ¿Qué aspecto ofrece Lucy en ese estado de no-muerta una vez que abren el ataúd? Los dientes eran «puntiagudos», la boca «voluptuosa, manchada de sangre; el aspecto cruel y carente de espíritu». La traducción de Molina Foix difiere ligeramente de la de Flora Casas: en vez de «aspecto cruel y carente de espíritu», dice «aspecto carnal y sin alma». Pero el sentido de la descripción no varía. ¿Qué aspecto físico presenta Lucy una vez que Arthur ha dado fin a su amarga pero necesaria tarea? Otra vez su rostro vuelve a estar inundado de «una pureza y una dulzura inigualables». Quedaban las huellas de la enfermedad que había padecido, pero esas huellas eran la demostración palpable de que ante sus amigos estaba de nuevo la verdadera Lucy, liberada ya para siempre su alma.

Por si todo esto no fuese suficiente, Van Helsing, además de su instrumental quirúrgico propio de un médico, de un científico eminente y riguroso, se vale especialmente para derrotar a estos seres demoníacos del crucifijo y de la Sagrada Forma, de la Hostia consagrada, que ha adquirido en Amsterdam gracias a sus contactos eclesiásticos. No creo tan grave el error cometido por Stoker al llamar «Indulgence» a ese permiso obtenido en Amsterdam para hacerse con una provisión de Hostias consagradas, error del que, como hace constar Molina Foix en la nota 162, se lamentaba el escritor Hugh Benson[23]Efectivamente, una indulgencia es una remisión total o parcial de la pena temporal, debida a los pecados perdonados. Naturalmente, para el catolicismo. En ningún momento de la novela se nos aclara si Van Helsing es católico o protestante. De lo que no cabe duda es de que es cristiano (aunque podría pertenecer, como revela su nombre de pila, a una familia judía, cosa tampoco nada rara en la capital de los Países Bajos, de donde era oriundo Baruch Spinoza, el más ilustre holandés de origen judío, de judíos marranos portugueses), creyente en Cristo Jesús, y hay sobradas muestras de ello a lo largo de la narración por sus invocaciones a Dios, al Dios de los cristianos. En el supuesto de que no fuese católico romano, cosa muy probable siendo como es holandés, tampoco tenemos ninguna pista sobre cuál podría ser su confesión cristiana protestante. Dudo mucho que calvinista, por la rigidez que entraña la doctrina de la predestinación; podría ser luterana o cualquier otra. En cualquier caso, lo más relevante es el hecho de que es creyente en Dios, en la trascendencia del hombre, en la inmortalidad del alma. Los protestantes, en términos generales, admiten sólo dos sacramentos, el Bautismo y la Eucaristía. Al menos los protestantes de la primera hora, vinculados a la Reforma de Lutero[24]No es de extrañar, pues, que Van Helsing se haya hecho con Sagradas Formas en una ciudad de aplastante mayoría protestante calvinista y luterana a finales del siglo XIX. La traductora Flora Casas se escurre en cierto modo por la calle de en medio y traduce «Indulgence» como «bula», lo que tampoco es ciertamente correcto. Si Van Helsing fuese católico, sí podría haber obtenido una bula, es decir un privilegio en alguna determinada cuestión, que sólo puede conceder el Papa de Roma.

En el caso que estamos analizando nos referimos a una dispensa, un permiso o autorización pontificia, que le permitiría a Van Helsing proveerse de aquellos objetos tan sagrados. Lo lógico, lo natural, lo que dicta el sentido común es que Van Helsing ha debido conseguir su preciada posesión, como he insinuado antes, gracias a alguna amistad con el estamento eclesiástico protestante, porque en el caso del catolicismo se requiere la autorización pontificia. Por eso digo que tampoco se trata de un error tan abultado como se quejan algunos, aunque el reproche de Benson, por proceder de quien procede, sí hay que tenerlo en cuenta y tomarlo en consideración. Lo importante, sin embargo, es que Van Helsing posee nada menos que fragmentos de Sagradas Formas, esto es, del mismísimo Cuerpo de Cristo, en virtud del milagro de la Transubstanciación[25]de las especies, del pan y del vino, que se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo gracias al rito de la Consagración durante el sacrificio de la misa. Para ser más precisos, añadiremos que los anglicanos sí creen plenamente en la Transubstanciación, mientras que los luteranos creen en la Consubstanciación, es decir, que el pan y el vino se han convertido en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, pero no dejan de ser al mismo tiempo pan ázimo y vino plenamente reales[26]Van Helsing no es un hombre supersticioso; al revés, trata de dar respuestas racionales a fenómenos irracionales, incomprensibles, ilógicos. Pero como es un creyente auténtico en Dios y en la Verdad revelada, su esencial formación de hombre de ciencia no le impide explorar otros caminos para combatir el Mal. Porque no debemos olvidar que Van Helsing es plenamente consciente de lo que en el fondo se está dirimiendo. En ese combate, él sabe que la ciencia sola no puede vencer; de ahí que recurra al auxilio de lo sobrenatural. Lo hace sin aspavientos, sin retórica, sin grandiosas exhortaciones, sino de una manera sencilla, sobria, recurriendo a lo que puede resultar plenamente eficaz, y dejando traslucir de paso que la ciencia y la fe pueden convivir y coexistir sin conflicto, siempre que se respeten mutuamente y que cada una sepa cuál es su ámbito de influencia. Sólo en determinadas situaciones, y esta es una de ellas, la ciencia y la fe deben prestarse un apoyo mutuo a fin de vencer un fenómeno de extraordinario poder: el Mal. En Abraham van Helsing conviven juntos el platonismo, el agustinismo, el tomismo de raíz aristotélica y el espíritu científico, esto es, el de la ciencia empírica de la época clásica del siglo XVII. Además, no olvidemos cuáles son sus títulos: es doctor en Medicina, pero también es doctor en Literatura y doctor en Filosofía. Doctor, naturalmente, significa que tiene hecho el doctorado, esto es, que se le ha concedido el máximo grado académico posible en una materia. Resulta extraordinariamente significativo: Medicina, Filosofía y Literatura. Es decir, que Van Helsing se mueve por igual entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu, como diría Wilhelm Dilthey, que precisamente en 1883 había publicado su famosa Introducción a las ciencias del espíritu, donde afirma, entre otras aseveraciones, que «en una amplia medida, las ciencias del espíritu incluyen hechos naturales; tienen como base el conocimiento de la naturaleza […] Los conocimientos de las ciencias de la naturaleza se mezclan con los de las ciencias del espíritu»[27].

Es evidente que Van Helsing no es monista, como lo es de manera tan explícita Baruch Spinoza, sino que es dualista, esto es, que cree en la dualidad alma-cuerpo, o, si se prefiere, espíritu-materia. Ya Platón creía en la dualidad alma-cuerpo en el hombre. El alma es para Platón el auténtico hombre, mientras que el cuerpo es su prisión, además de ser una mera sombra de aquélla. Eso es lo que le responde Sócrates a Simmias en el Fedón, o del alma: «… porque mientras tengamos el cuerpo y esté nuestra alma mezclada con semejante mal, jamás alcanzaremos de manera suficiente lo que deseamos […] nos queda verdaderamente demostrado que, si alguna vez, hemos de saber algo en puridad, tenemos que desembarazarnos de él y contemplar tan sólo con el alma las cosas en sí mismas […] Y mientras estemos en vida, más cerca estaremos del conocer, según parece, si en todo lo posible no tenemos ningún trato ni comercio con el cuerpo, salvo en lo que sea de toda necesidad, ni nos contaminamos de su naturaleza, manteniéndonos puros de su contacto, hasta que la divinidad nos libre de él. De esta manera, purificados y desembarazados de la insensatez del cuerpo, estaremos, como es natural, entre gentes semejantes a nosotros y conoceremos por nosotros mismos todo lo que es puro» (66a/67a)[28]. Más adelante, también se pronuncia Sócrates en el mismo diálogo a favor de la inmortalidad del alma: «En efecto, si el alma existe previamente y es necesario que, cuando llegue a la vida y nazca, no nazca de otra cosa que de la muerte y del estado de muerte, ¿cómo no va a ser también necesario que exista una vez que muera, puesto que tiene que nacer de nuevo?» (77c/77d)[29].

Para Agustín de Hipona, también el hombre está compuesto de alma y cuerpo, pero fundamentalmente es una unidad, pues es el alma la que posee al cuerpo, la que lo gobierna. En su escrito De quantitate animae (XIII, 22), dice: «El alma es cierta substancia dotada de razón que está allí para dominar y regir el cuerpo». Como comenta a este pasaje Johannes Hirschberger, el hombre, hablando en propiedad, es sólo alma para San Agustín. El cuerpo no tiene el mismo rango[30]En otro escrito, De moribus Ecclesiae Catholicae et de moribus Manichaeorum (XXVII, 52), escribe: «Es el hombre un alma racional que tiene un cuerpo mortal y terreno para su uso». A diferencia de Platón, y a diferencia de Orígenes, para San Agustín el alma no vive encerrada en una prisión. En cualquier caso, el hombre es concebido por San Agustín esencialmente como alma, pero en el sentido de que el cuerpo está supeditado a ella[31]Tampoco es baladí la expresión «alma racional», ya que deja abierta la puerta a que la filosofía pueda iluminar las verdades de la fe, del mismo modo que la fe habrá de ser guía de la razón. La fe, en San Agustín, se convierte en una ciencia de la fe. De ahí su famosa respuesta: «Intellige ut credas; crede ut intelligas» (Comprende para creer; cree para comprender)[32]. Es decir, que San Agustín está buscando un equilibrio entre la fe y la razón; dicho de otro modo: quiere comprender el contenido de la fe. Esta postura supone nada menos que desbrozar el camino de Santo Tomás de Aquino.

Étienne Gilson sintetiza de este modo la posición de Tomás de Aquino en lo que se refiere a las relaciones entre la fe y la razón: Santo Tomás distingue entre fe y razón, pero ve también la necesidad de su concordancia. El ámbito de la filosofía proviene de la razón; el de la teología, de la revelación. Ambos dominios están perfectamente delimitados, pero puede constatarse que ocupan en común un determinado número de posiciones. Ni la razón, usada correctamente, ni la revelación, ya que procede de Dios, pueden engañarnos. Pero resulta necesaria una concordancia entre ambas. Debemos llevar lo más lejos posible la interpretación racional de las verdades de la fe, esto es, tenemos el deber de ascender por la razón hacia la revelación y de volver a descender desde la revelación hacia la razón. Las equivocaciones de la filosofía suelen darse cuando quiere probar en una materia en que la prueba racional es imposible, y la decisión, por tanto, debe pertenecer a la fe. Para Santo Tomás es siempre mejor entender que creer. Las dos teologías que él distingue, la teología revelada, que parte del dogma, y la teología natural, que es elaborada por la razón, deben concordar y complementarse. La teología que sobre todo desarrolló el Doctor Angélico, y en la que se mostró verdaderamente original, es la teología natural. Gracias a la fe sabe hacia dónde se dirige, pero los recursos que emplea son los de la razón[33]

Todas estas posiciones intelectuales las conoce perfectamente Van Helsing, ya que no en balde posee el doctorado en Filosofía. Por eso hemos afirmado antes que en él convergen pensamientos muy profundos provenientes de los tres grandes autores citados, a los que hay que añadir, insistimos, toda la tradición científica desde Copérnico y Galileo hasta Charcot, que sería el último científico, en este caso médico de profesión, en cuanto a proximidad temporal con los acontecimientos narrados que se menciona en la novela. En el capítulo XIV, ante el temor que le confiesa Mina a Van Helsing de que éste pudiera reírse del contenido del Diario de su marido, en el que se describen los extraños sucesos acaecidos en el castillo de Drácula, le responde el médico: «He aprendido a no menospreciar las creencias de nadie, por muy raras que sean. He tratado de mantener una mente abierta». Este gran representante del espíritu científico, del verdadero espíritu científico, que por su propia naturaleza es abierto y tolerante, también pondera en varias ocasiones la inteligencia de Mina, su fina intuición, su valentía y determinación, así como su ternura y su bondad. Pero ello no le impide ver en Mina una criatura de Dios. Lo dice en ese mismo capítulo: «Ella es una de las mujeres de Dios, modelada por Su propia mano para mostrarnos a nosotros, los hombres, y a otras mujeres, que existe un cielo en el que podemos entrar, y que su luz puede llegar aquí, a la tierra». Estas palabras sólo puede decirlas un cristiano, y, muy probablemente también un creyente judío, ya que Maimónides dejó bien sentada la creencia en la resurrección de los muertos y en la vida eterna[34]Pero, simultáneamente, se multiplican las manifestaciones de reconocimiento de Van Helsing hacia la inteligencia de Mina, como la que se produce en el capítulo XXV, inmediatamente después de hacer ella un impecable razonamiento lógico sobre el previsible modo de actuar del conde. Esta proliferación de alusiones sobre las capacidades intelectivas de la heroína de la narración, no dejan lugar a dudas de que Bram Stoker en absoluto puede ser tildado de misógino, o de favorecer la condición masculina frente a la femenina, como malintencionadamente han querido insinuar algunos críticos. Mina no tiene, eso sí es cierto, la honda formación académica y la vasta cultura de Van Helsing, pero sus capacidades intelectuales son semejantes, su curiosidad, su penetrante análisis de los hechos, su valía para el razonamiento deductivo, son equiparables, equivalentes a las del médico de Amsterdam. En esta novela no puede sostenerse desde ningún punto de vista que la mujer sea inferior intelectualmente al hombre. El ejemplo de Mina es la prueba concluyente. Lucy es más frívola, más indolente, pero del mismo modo que eso también ocurre entre los varones; unos son más superficiales y otros más profundos. Así ha sido siempre y continuará siéndolo[35]Ahora bien, Bram Stoker demuestra también sus excelentes dotes como creador al evitar la construcción de personajes planos o simplistas, al menos en lo que se refiere a los personajes principales, que, como ya se ha indicado, son Mina y Abraham van Helsing. Esto significa, naturalmente, que uno es un hombre y la otra es una mujer, y que, por lo tanto, son diferentes, diversos en su constitución biológica, pero distintos también en su constitución anímica, porque el mundo de los sentimientos de una mujer es, por fortuna, distinto al mundo de los sentimientos de un hombre. Aunque Van Helsing sea precisamente también una persona bondadosa, capaz de mostrar una inusual ternura en circunstancias delicadas y complejas, no por eso su perfil como varón queda desdibujado, sino todo lo contrario. Lo que ocurre es que es ya de edad avanzada, y la pulsión sexual se ha aminorado en él notablemente. Además de que tampoco es desdeñable en él su corrección, su exquisitez, su innata educación en el trato, su respeto profundo hacia los demás, sean hombres o mujeres.

Pero me interesa insistir en la dimensión trascendente que se desprende de las palabras de Van Helsing al referirse a Mina, a la que ve como una mujer inteligente, perspicaz, resolutiva, valiente, noble, pero también hermosa, muy hermosa, sensible, plena de sentimientos saludables y positivos, entre los que destaca su capacidad para amar. Los críticos agnósticos o ateos no pueden borrar lo que Stoker escribió, y eso que escribió es muy nítido y preciso: Mina es «una de las mujeres de Dios, modelada por Su propia mano», que está guiando con entereza, sabiduría y amor al grupo que persigue al espíritu maligno. Mina y Van Helsing son, en este sentido, personajes complementarios; sus cualidades, todas buenas y positivas, no sólo sirven de guía, sino que mantienen la cohesión del grupo y la firme decisión de combatir con todas sus fuerzas el Mal.

El malvado conde logra llegar hasta Mina, de igual modo que había entrado anteriormente en contacto físico con Lucy, y clavarle sus afilados dientes en el cuello, a fin de succionar su preciada sangre y poder atraerla a su ámbito demoníaco, transmutarla en una criatura maléfica semejante a él, en una no-muerta. Pero hay críticos y hay lectores que se empecinan en no querer ver la realidad de los hechos, en no reconocer la descripción exacta que hace de los mismos el novelista. Porque cuando esos críticos insisten tanto en el trasfondo sexual de la narración, que por supuesto que lo hay, están también sugiriendo o admitiendo abiertamente que tanto Lucy como Mina se «entregan» a Drácula, experimentan un cierto placer oculto en que el conde las haga suyas y las posea para siempre, arrebatándoselas a Dios. Insisten en que esa «entrega» es una entrega complaciente, más o menos aceptada; en cualquier caso, no negada por ellas hacia el que quiere ser su señor y dueño absoluto. Pero olvidan esos críticos, o prefieren olvidar, que la pretendida «entrega» en ningún caso es voluntaria, que ambas mujeres ni por un segundo son conscientes de lo que les está sucediendo, sino que están siendo violentadas, forzadas, «violadas». Lucy porque es sonámbula, circunstancia que aprovecha Drácula para elegirla como fácil víctima propiciatoria. El primer ataque junto a la ruinosa abadía de Whitby y las posteriores agresiones, se producen siempre que Lucy se halla dormida o en ese estado, un estado en el que no tiene decisión alguna sobre su voluntad. Los persistentes ataques la van debilitando, van operando en ella una terrorífica transformación de su aspecto físico y de la disposición de su alma, a pesar de los esfuerzos de ambos médicos por salvarle la vida mediante transfusiones de sangre[36]o tratando de impedir que el vampiro se le acerque más físicamente. La persona sonámbula puede, afirma Derek Russell Davis, «moverse intencionadamente o levantarse y andar», aunque «parece aturdido, absorto y sin respuesta a mucho de lo que sucede a su alrededor […] Algunas veces, aunque no típicamente, una persona que camina dormida parece estar actuando, como Lady Macbeth, representando sueños irracionales y fragmentarios […] Tiende a ocurrir en el comienzo de la noche, durante el sueño "ortodoxo", cuando se observan en el electroencefalograma ondas largas y lentas»[37]. Lo importante aquí es constatar la carencia volitiva de la persona sonámbula, su imposibilidad de controlar sus acciones. Por eso decimos que Lucy es forzada, «violada» en sentido figurativo, pero son los sucesivos y reiterados ataques los que operan la metamorfosis en ella. Al «morir» en realidad no ha muerto, sino que se ha transmutado en una no-muerta, según hemos aclarado antes. El «placer» que haya podido sentir es involuntario, aunque es cierto que las continuadas actuaciones exitosas del vampiro van ejerciendo una lenta pero implacable atracción de ella hacia él, mejor dicho, un «abandono», una no resistencia; pero no debemos olvidar ni por un instante que esa no resistencia se produce siempre cuando no está despierta; jamás la ataca el vampiro estando en vigilia, lúcida, consciente, sino estando sonámbula, dormida o en estado de delirio. Me parece importante subrayarlo para desenmascarar manipulaciones interpretativas del texto. Por muy crítico que pueda ser Bram Stoker con la hipócrita moral victoriana, no hay aquí el más ligero asomo de amor, de enamoramiento de la víctima hacia su despiadado verdugo. La «atracción», la «seducción» es plenamente inconsciente —repito, involuntaria—. Los que se empeñan en hacer una lectura unilateral, una lectura fundamentalista, en el sentido de que hay un placer oculto, una aceptación escondida por parte de Bram Stoker hacia la transgresión moral, están llevando a cabo una lectura sesgada del contenido de la narración. Creo sinceramente que esta es una cuestión que no se presta a equívocos. No mezclemos ni confundamos el texto del escritor irlandés con algunas películas o posteriores tratamientos literarios del mismo tema. Stoker dice lo que dice, y me parece que está muy claro. Hay una lucha, un rechazo de la víctima hacia el Mal. Si el Mal vence en el caso de Lucy, ello también tiene que ver con la estructura de la personalidad de la víctima, con su constitución espiritual, con su menor entereza, con su mayor debilidad, pero asimismo con su sonambulismo. Este hecho, este factor es decisivo. Sin embargo, cuando falta ya muy poco para que muera, y después de que Van Helsing haya impedido enérgicamente que Arthur corresponda a la solicitud de Lucy de darle un beso de despedida, puesto que ya está enteramente poseída por el espíritu demoníaco, la muchacha, en las que serán sus últimas palabras, todavía tiene el suficiente resto de bondad en su corazón como para decirle al profesor: «¡Es usted mi verdadero amigo! —dijo con voz débil, pero con un patetismo indecible—. ¡Mi verdadero amigo, y también suyo! ¡Oh, protéjalo, y déme a mí la paz!» (párrafos finales del capítulo XII). No sólo le agradece que haya salvado a Arthur del contacto con sus labios malditos, sino que le ruega que haga con ella, con su cuerpo, lo que tenga que hacer, a fin de liberarla y salvar su alma. La misma decisión, aunque mucho más firme, tomará Mina más adelante cuando contemple la hipótesis de haber sido atrapada para siempre por Drácula.

Pero la actitud filosófica, moral e incluso religiosa de Bram Stoker en relación al comportamiento de la víctima elegida por el conde respecto de éste, la expresa con total contundencia Stoker en el caso concreto de Mina Harker. La ambigüedad desaparece aquí por completo. Asistimos a un verdadero combate del Bien contra el Mal, de las fuerzas de la Luz contra las de las Tinieblas, y aunque Mina no muestre esa respuesta inmediata y definitiva de Jesús de Nazaret cuando fue tentado tres veces por Satanás, rechazándolo sin dubitación alguna, nuestra heroína está muy cerca de esa firme resolución, aunque, claro está, el mal inoculado está también ejerciendo sus efectos, sus letales y terribles efectos, tan paulatinos y eficientes, pero ahora el Mal tiene que vérselas nada menos que con una naturaleza humana extraordinariamente pura, casi sin asomo de pecado, que posee la capacidad de amar en un grado muy alto, y que, además, es una criatura inteligente, muy inteligente, dueña de sí misma, que se resiste a que su razón sea sometida, esclavizada, y mucho más a que lo sean su corazón, el íntimo mundo de sus sentimientos y su espíritu, que sólo pertenece a Dios. El combate es terrible, a veces agónico, de dimensiones casi cósmicas, porque se están enfrentando los dos polos eternamente opuestos, el Bien y el Mal. A pesar de sus enormes cualidades positivas, a pesar de su inteligencia, de su templado razonamiento lógico, a Mina la salva, en última instancia, su profunda fe en Cristo, su pureza de corazón, su natural inclinación hacia el bien y hacia la justicia. Es verdad que va a contar con la inestimable ayuda y la colaboración constante de Van Helsing, que no se aparta de ella, que la protege sin descanso, trazando incluso, muy cerca ya del desenlace, un círculo alrededor de ella con trozos de Hostias consagradas, además de proporcionarle un crucifijo, del que Mina no se separa, y, de paso, como científico informado de los últimos avances en su disciplina médica, empleando con ella el método de la hipnosis desarrollado por Charcot, a fin de que Mina pueda proporcionar información sobre los movimientos y los propósitos de Drácula, evitando que pueda escapar de sus perseguidores. Hay que tener en cuenta que Jean-Martin Charcot empezó a trabajar en el hospital parisino de la Salpêtrière en 1853. Después de un breve paréntesis en que ejerce la medicina privada, vuelve al mismo hospital en 1862, del que es nombrado director médico en 1866. Su empleo del método hipnótico[38]parece que tiene lugar en la Salpêtrière a partir de 1878, publicándose en 1882 su primera obra importante sobre los resultados de la aplicación de la hipnosis a la histeria: Sur les divers états nerveux déterminés par l'hypnotisation chez les hystériques. Estimo conveniente recordar aquí que fue James Braid (1795-1860) quien inventó el término «hipnotismo», aunque las primeras prácticas hipnóticas casi con toda seguridad fueron llevadas a cabo por el médico vienés Franz Anton Mesmer (1734-1815), si bien él hablaba todavía de «magnetismo animal» (Le Magnétisme animal, París, 1779). Un miembro de la Sociedad Teosófica, Jules Dupotet, conocido magnetizador, inició en el mesmerismo a John Elliotson (1791-1868), catedrático de práctica médica en el University College de Londres. Elliotson empleó el mesmerismo como método en ciertos trastornos nerviosos funcionales[39]A partir de él la historia del mesmerismo se funde con la del hipnotismo, y es entonces cuando entra en escena Charcot. En definitiva, que prácticas muy similares al hipnotismo, si no hipnóticas, eran ya empleadas en Viena en el último cuarto del siglo XVIII. La importancia de Charcot radica en el extraordinario desarrollo del método, conocido por Sigmund Freud a partir de octubre de 1885, cuando era su alumno en la Salpêtrière.

Hagamos aquí un inciso para aclarar una cuestión que no puede demorarse por más tiempo. Hemos dicho que Mina Harker está muy dotada para el razonamiento discursivo, para la deducción a partir de ciertos datos y de ciertas premisas. Pero también hemos insistido en el hecho de que su formación no es científica, sino que su actuación está guiada por su inteligencia y su poderosa intuición. En cuanto a Abraham van Helsing, pues en relación a él hago esta breve aclaración, su formación, su espíritu y su método científicos se ponen de manifiesto constantemente desde que aparece en la novela. Pero hay una expresión suya que se presta a todo tipo de confusiones, en lo que al método científico se refiere, que es cuando, en el capítulo XXV, en la entrada del Diario del Dr. Seward correspondiente al 28 de octubre, le dice a Mina que su mente (la de la joven) funciona bien y no como la de un criminal, como es el caso de Drácula, que «razona a particulari ad universale», es decir, literalmente, «de lo particular a lo universal». Éste sí sería para mí la vez en que Stoker no expresa con claridad su pensamiento, cometiendo probablemente un grave error filosófico y semántico, que me resulta inexplicable en un escritor como él. He revisado una y otra vez la edición original, y las traducciones son correctas. Quizás quiso simplificar en exceso, o decir algo correcto, que, sin embargo escribió de un modo incorrecto. Ya en el capítulo XIX, en el Diario de Jonathan Harker del 1 de octubre, nos encontramos con una expresión parecida pronunciada por Van Helsing: «También hemos aprendido una lección, si se me permite argumentar a particulari», es decir, algo así como «partiendo de este caso particular», como indica en nota Flora Casas. Pero lo cierto es que esa expresión, como oportunamente recuerda Molina Foix en la nota 188, no existe. Son dos extraños errores, aunque el del capítulo XXV es más misterioso. Porque el caso es que la expresión «a particulari ad universale», sí es correcta y existen ejemplos de su uso. Un ejemplo sobresaliente es el que está contenido en un libro de filosofía del jesuita Andrés de Guevara y Basoazábal (Guanajuato, 1748-Piacenza, 1801), en donde dice: «… quae à particulari ad universale deducit»[40]. Esta expresión, que, insisto, incomprensiblemente se la adjudica Bram Stoker, a través de Van Helsing, al modo de razonar de un criminal, de Drácula en este caso, está en realidad aludiendo al método científico inductivo, que es el que en buena medida está aplicando nuestro doctor holandés a lo largo de toda la novela. La ciencia no puede basarse exclusivamente en el método inductivo, como tampoco únicamente en el deductivo, pero la inducción, tal como la entendió en primer lugar Aristóteles, es fundamental para el desarrollo del espíritu científico y para el ejercicio de la ciencia. En el libro primero, capítulo segundo, de los Tópicos, que es el quinto de los tratados que componen el Organon de la Lógica aristotélica, dice el Estagirita: «la inducción es un tránsito de las cosas individuales a los conceptos universales»[41]. En el libro octavo, capítulo primero, asimismo de los Tópicos, agrega: «la inducción debe marchar desde los casos individuales a lo universal, y desde lo conocido a lo desconocido»[42]. La importancia del pensamiento analítico de Aristóteles y de su pensamiento lógico para el nacimiento de la «ciencia en sentido moderno» y para la verdadera fundación de la «filosofía científica», ha sido reconocida por sus más eminentes estudiosos [43]Sobre el concepto de «inducción» en Aristóteles, ha escrito con gran claridad William Keith Chambers Guthrie en su justamente célebre Historia de la filosofía griega [44]La aportación del pensador empirista inglés Francis Bacon (1561-1626) al proceso inductivo científico y la de los pensadores racionalistas, especialmente el alemán Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), quien hablaba del ascenso de la mente desde los particulares a los principios, también han de ser tenidas muy en cuenta.

Antes de referirnos a las sesiones hipnóticas a las que somete periódicamente Van Helsing a Mina, digamos algo sobre cómo ataca a ésta por vez primera el vampiro. Pero completemos previamente la descripción del vampiro y el conocimiento sobre su poder al que ha llegado Van Helsing, que, además, ha contado con la inestimable ayuda de su amigo Arminius, de la Universidad de Budapest, para obtener información histórica sobre los antecedentes familiares y la existencia pasada, cuando era una persona viva y real, de Drácula. Tanto la descripción de los poderes del vampiro como la escueta biografía y la genealogía familiar del conde las escribe Mina Harker en las páginas de su Diario reproducidas en el capítulo XVIII. El poder del nosferatu se acrecienta a medida que multiplica sus ataques y succiona más sangre de sus víctimas. Además de astuto, cuenta con la ayuda de la necromancia, es decir, el poder de la adivinación mediante la invocación a los muertos, estando éstos, si el vampiro se acerca a ellos, a sus órdenes. Es cruel y no tiene corazón. Puede estar en cualquier sitio con suma diligencia, según su voluntad, cuando y donde desee, aunque con ciertas condiciones, así como metamorfosearse (en lobo, en murciélago, en bruma, en polvo) y gobernar los elementos, como la tormenta, el viento, la niebla y el trueno (recordemos aquí la siniestra travesía de la goleta Deméter que transporta a Drácula desde el puerto de Varna y su extraña e inexplicable llegada a Whitby, teniendo en cuenta que toda la tripulación había muerto, así como la transformación del conde en perro y alcanzar de ese modo la orilla de la localidad costera inglesa). Puede dar órdenes a ciertos animales, crecer y hacerse pequeño. Es un ser sin conciencia. No sólo no muere con el paso del tiempo, sino que sus energías y sus facultades vitales se rejuvenecen cuando puede engordar a costa de la sangre de los vivos. No come ni bebe, no produce sombra ni se refleja en un espejo. Cuando aparece en la bruma que él crea, la distancia que puede alcanzar esa bruma es limitada. Puede ver en la oscuridad. Pero también tiene sus limitaciones; por ejemplo, no es libre, ni puede ir donde quiera, salvo que se cumplan determinadas condiciones. Por eso viaja en la goleta metido en una caja con tierra de Transilvania. Necesita la ayuda de peones, de seres humanos a los que engaña y le sirven de meros instrumentos para sus propósitos. No puede entrar en un sitio a no ser que se le franquee la entrada una primera vez. Durante el día cesa su poder, y sólo en ocasiones, de día, tiene una limitada libertad. Sus cambios de lugar sólo pueden efectuarse al mediodía, a la salida del sol o en el crepúsculo. El ajo reduce su poder, una rama de rosa silvestre sobre su féretro le impide salir de él y una bala consagrada disparada contra el ataúd donde reposa lo mata verdaderamente.

Todos estos son los preciosos datos que Van Helsing ha ido averiguando, tanto a través de las informaciones proporcionadas por el Diario de Jonathan Harker, por la experiencia acumulada en el caso de Lucy y por las investigaciones y consultas en las bibliotecas.

Drácula ataca por primera vez a Mina cuando está sola en las habitaciones en que se halla alojada provisionalmente, junto con su marido, en el interior del manicomio que dirige el Dr. Seward, ya que ambos esposos no han tenido más remedio que dejar su residencia en Exeter y permanecer durante un tiempo en Londres, hasta que el vampiro haya sido destruido. Lo ocurrido, es decir, aquello que puede recordar, lo describe minuciosamente Mina en la entrada de su Diario del 1 de octubre, en el capítulo XIX. El día anterior se había quedado sola en su habitación, pues el grupo (todos son hombres), con la mejor de las intenciones, ha decidido por ahora mantenerla lejos de las pesquisas y de la localización de los cajones de tierra diseminados por Drácula en diversos lugares de Londres, a fin de alejarla del peligro. Pero el efecto es el contrario. Es el conde el que acude al lado de su nueva víctima. El vampiro se aproxima hacia el edificio transformado en niebla blanca, deslizándose muy sigilosamente, lenta y casi imperceptiblemente. Esta niebla la ve la propia Mina, pero no le concede la importancia debida, aunque le llamó la atención la vitalidad propia que parecía poseer. En la cama la invadió una especie de letargo, pero, al no poder conciliar el sueño, se levantó, se acercó a la ventana y vio que la bruma era ahora más espesa y que se deslizaba como queriendo adherirse a las paredes y llegar a las ventanas. Volvió a la cama, se tapó todo su cuerpo, incluida la cabeza, con las mantas, asustada como estaba, en parte por los ensordecedores gritos de Renfield, y debió quedarse dormida, pues no recordaba a la mañana siguiente nada de lo sucedido durante la noche, excepto extraños sueños; extraños porque era como si se mezclasen los pensamientos propios del estado de vigilia con la fase onírica. Repárese en la precisa descripción de lo que Mina cree que ha ocurrido, un don que poseen muy pocas personas. En ese estado como de duermevela, entre la vigilia y el sueño, dióse cuenta de la creciente pesadez de su cerebro y de sus miembros, así como de la pesadez, de la humedad y de la frialdad del aire. Todo estaba muy oscuro, pero la diminuta llama de la lámpara de gas le permitió percibir que la bruma, a pesar de su densidad, se colaba por las rendijas de las ventanas, que estaban cerradas (ella recordaba muy bien haberlas cerrado). Rememoremos una vez más aquí cómo se introduce Lucy por entre las rendijas del panteón, adelgazándose hasta extremos inverosímiles. Mina va siendo invadida de nuevo por el letargo; de ahí que no pudiese levantarse para comprobar si efectivamente, a pesar de saberlo, estaban bien cerradas las ventanas. Los ojos se le cerraban de sueño, pero, inexplicablemente, podía ver a través de los párpados. La niebla, cada vez más espesa, se introdujo por las rendijas de la puerta, y empezó a adoptar la forma de una columna, que le evocó las palabras del Éxodo: «Porque durante el día la Nube de Yahveh estaba sobre la Morada y durante la noche había fuego a la vista de toda la casa de Israel» (40, 38)[45]. La fijación de la mirada de Mina, a pesar de tener los ojos cerrados, en la llama encendida, le hizo entrever, entre la espesa bruma, dos ojos brillantes y como de fuego, dos ojos rojos como los que creyó haber visto Lucy en Whitby. Se acordó entonces Mina de las palabras del Diario de Jonathan cuando describe a las mujeres vampiro que había visto en el castillo de Drácula. Desde este instante, Mina debió desvanecerse por completo, siendo lo último que recordaba un rostro blanco, lívido, que se inclinaba sobre ella en medio de la bruma. Al despertar por la mañana, como hemos indicado antes, cree que todo ha sido una pesadilla, un espantoso sueño que, si llegara a repetirse —lo escribe ella misma—, podría perturbarle la razón.

Esto es exactamente lo que dice el texto. ¿Es posible deducir de esta descripción que Mina se «entregase» a Drácula, que hubiese un escondido placer, un voluntario abandono hacia ese ser maligno que quiere apoderarse de su alma? Porque Drácula quizás pretenda apoderarse del cuerpo de Mina, poseerla, circunstancia que en todo caso no se menciona, pero de lo que no cabe duda es que anhela arrebatarle para siempre su alma, arrojándola a una condenación maldita. A la pregunta anterior, mi respuesta es no. Mina se encontraba en un estado de semiinconsciencia, primero, y de inconsciencia profunda, después. No es en absoluto responsable de lo que ha sucedido. El vampiro ha visto la posibilidad de atacar a su víctima, de iniciar la diabólica espiral que irá conduciéndole paulatinamente a apoderarse de ella, a tener poder sobre ella, y la ha aprovechado inmediatamente. Se ha metamorfoseado en una sustancia verdaderamente sutil, ambigua, indeterminada, como es la bruma, la niebla, y, cuando Mina ha sido vencida por esa atmósfera enrarecida, malsana, envenenada, cuando Mina no ha podido resistirse al sueño, es cuando Drácula, adoptando ahora su forma característica, le ha clavado los dientes en el cuello y le ha sorbido parte de su sangre. Habrá quien deduzca todo tipo de mensajes ocultos, de alusiones sugeridas por el novelista, como, por ejemplo, que lo que en realidad ha sucedido es, también, que Mina ha sido poseída sexualmente por el conde. Admitámoslo. Concedamos a tales intérpretes esa posibilidad. Sigo considerando ese hecho irrelevante desde el punto de vista en que me he situado desde el principio de mi argumentación, esto es, que no puede demostrarse el más ligero atisbo de abandono voluntario, de entrega consciente de la hermosa joven hacia el malvado demonio. Esto es para mí lo relevante y lo significativo: que Mina no se siente atraída por el Mal.

Todavía se va a producir un segundo asalto del conde hacia Mina, aún más violento y espeluznante que el primero, que, además, transcurre en presencia de Jonathan y que también tendrá varios testigos, entre ellos ambos médicos, que pudieron ver con sus propios ojos la horripilante escena, aún inconclusa, pues estaba desarrollándose cuando irrumpieron de improviso en la estancia, teniendo por eso que suspender su terrible acción Drácula, lleno de cólera y de ira, retrocediendo ante la presencia de la Hostia consagrada y de los crucifijos. Toda la escena es descrita pormenorizadamente por John Seward en su Diario del 3 de octubre, en el capítulo XXI. Entre el anterior y primer ataque a Mina y este segundo, han transcurrido, pues, apenas setenta y dos horas. ¿Qué es lo que vieron Van Helsing y John Seward al entrar violentamente en la habitación? A Jonathan yaciendo en la cama, en estado de shock, estupefacto. A Mina arrodillada junto al borde izquierdo de la cama, y a su lado, de pie, Drácula. Con la mano izquierda le sujetaba las manos y con la derecha le agarraba la nuca «para obligarla a bajar la cabeza hacia su pecho. El camisón blanco de la mujer estaba cubierto de manchas de sangre, y por el desnudo pecho del hombre, que asomaba por la camisa desgarrada, discurría un fino reguero. La actitud de ambos guardaba una terrible semejanza con un niño que obligase a un gatito a meter el hocico en un plato de leche para forzarlo a beber». Una cólera diabólica se apoderó del conde, que arrojó a su víctima sobre la cama, tratando de atacar al grupo, que, como hemos adelantado, se defendió vigorosamente con los objetos sagrados, hasta que el conde de nuevo se transformó de manera repentina en vapor y volvió a deslizarse por debajo de la ventana, escapando. Mina pronunció entonces un grito agudo y aterrador, hallándose su rostro «cadavérico, con una palidez acentuada por la sangre que manchaba sus labios, mejilla y barbilla; de su cuello manaba un fino reguero de sangre. Tenía los ojos desorbitados por el terror. Se tapó el rostro con sus pobres manos magulladas, que mostraban en su blancura las señales rojas del terrible apretón del conde, y se oyó un gemido sofocado y desolado, en comparación con el cual el grito que había lanzado antes no parecía más que la expresión rápida de una aflicción infinita».

¿Es esa la actitud de una mujer complaciente, de una mujer entregada, por levemente que sea? Nadie puede sostener esa forzada, sesgada, distorsionada e irreal interpretación, sencillamente porque no fue eso lo que ocurrió. Es más, un poco más adelante, en la misma entrada del Diario del Dr. Seward, nos enteramos, por la detallada descripción que hace Mina de lo sucedido a sus amigos, que cuando Drácula, por esta segunda vez, accede al dormitorio de Mina de nuevo transformado en niebla, con la inaudita osadía, además, de entrar estando Jonathan dormido, es decir, con el marido de la joven en la misma habitación, y después de adoptar de manera inesperada su forma «humana» de hombre alto y delgado, amenaza con un «susurro penetrante» a Mina que como haga el más mínimo ruido, le destroza allí mismo la cabeza a su marido. La sujetó entonces con fuerza, le desnudó el cuello, y, antes de hincarle los dientes le espetó: «¡No es la primera vez, ni la segunda, que tus venas han calmado mi sed!» Nos enteramos en ese momento de la narración que ha habido otras veces, de las que Mina no recuerda absolutamente nada. Pero en esta ocasión sí admite Mina ante sus oyentes que «por extraño que parezca, no deseaba entorpecerle». Aunque ella misma proporciona en la siguiente frase la respuesta que únicamente puede justificar su actitud: «¡Supongo que forma parte de la terrible maldición que cae sobre la víctima cuando el conde la toca!» Es decir, el efecto perverso y demoníaco de los varios ataques de Drácula han comenzado ya a actuar, pero obsérvese que de nuevo el conde procede con la máxima intimidación posible, nada menos que amenazando con despedazar a Jonathan delante de los propios ojos de su atribulada y horrorizada esposa, y que Mina aún continúa calificando de nauseabundos los labios del conde posados sobre su garganta. Cuando la terrible acción hubo terminado, habiéndose sumido Mina mientras duró «en una especie de desmayo», Drácula le hace saber que ya es suya, que ya es carne de su carne y sangre de su sangre, que no sólo no podrá entorpecer sus pérfidos propósitos, sino que se convertirá en su ayudante, en su compañera, como lo son ya las tres mujeres vampiro que habitan en el castillo de Transilvania. A partir de este momento es cuando se nos revela la auténtica estatura moral, espiritual e intelectual de Mina, pues luchará con todas sus fuerzas para que ese designio no tenga lugar, a pesar de que a veces le entran dudas y cree que, por lo que respecta a ella, todo está perdido, de que Drácula ha ganado la partida, y por eso les pide a sus amigos que si se producen indicios irreversibles de que eso es así, de que su transformación en una no-muerta es sólo cuestión de tiempo, pues entonces deben matarla y hacer con ella lo que hicieron con su queridísima Lucy, a fin de que su alma sea de Dios y no del espíritu del Mal. Hasta ese punto se resiste Mina a formar parte definitivamente de las fuerzas de la oscuridad, a perder su alma; está resuelta a sacrificar su propia vida; es más, lo considera absolutamente imprescindible en caso de necesidad. El Dr. Van Helsing toma buena nota de ello, aunque alberga fundadas esperanzas de que ese desenlace fatal no se producirá, de que esta vez no cometerá o permitirá que se cometan los errores que tuvieron lugar durante la enfermedad de Lucy. A la propia Mina le surgirá en la frente una marca, un horrible distintivo, aparentemente imborrable, de que está ineluctablemente destinada a convertirse en compañera de Drácula.

La marca aparece en el preciso momento en que Van Helsing (capítulo XXII), con el laudable propósito de proteger a Mina del vampiro que ya la ha atacado, y debido a que el grupo tiene de nuevo intención de entrar en la mansión de Carfax, dejando a la esposa de Jonathan en sus habitaciones privadas del manicomio, le coloca la Hostia consagrada a Mina en la frente, con el sobrecogedor efecto de que la Sagrada Forma chamusca y quema la carne de la hermosa joven. Ella misma no puede por menos que exclamar, gimiendo: «¡Impura! ¡Impura! ¡Incluso el Todopoderoso rehúye mi carne contaminada! Habré de llevar esta marca vergonzante hasta el día del Juicio Final». La respuesta consoladora, entera, convincente, de Van Helsing no tiene desperdicio; son las palabras de un hombre con fe: «Es posible que tenga que llevar esa marca hasta que Dios mismo lo crea conveniente, como sin duda hará, en el día del Juicio Final, para redimir todos los males de la tierra y de Sus hijos, a quienes Él ha colocado aquí. Y, ah, señora Mina, querida mía, querida mía, ojalá que los que la queremos estemos allí para verlo, cuando esa marca roja, la señal de que Dios sabe lo que ha ocurrido, desaparezca y deje su frente tan pura como el corazón que conocemos. Porque tan seguro como que vivimos, esa señal desaparecerá cuando Dios quiera librarnos de la pesada carga que sobre nosotros ha caído. Hasta entonces llevaremos nuestra cruz, como la llevó Su Hijo por obedecer Su voluntad. Tal vez seamos los instrumentos elegidos de Sus designios, y ascenderemos a su presencia como otros ascienden a través de vergüenza y sufrimientos; a través de sangre y lágrimas; a través de dudas y temores, y todo lo que constituye la diferencia entre Dios y el hombre». ¿Es que se expresaba normalmente así un científico, un médico eminente, en la segunda mitad del siglo XIX, en el agnóstico, descreído y positivista periodo que ya ha visto la publicación de El origen de las especies de Charles Darwin en 1859? Por supuesto que no. ¿Se expresa de este modo Van Helsing porque Bram Stoker está dirigiéndose especialmente a un público lector mayoritariamente cristiano? No lo creo en absoluto; se dirige a todo tipo de lectores, sin distinción de sexo ni de religión ni de pensamiento. ¿Lo hace por un afán de lucro, por un supuesto incremento de las ventas de la novela? Lo creo menos aún. Stoker lo hace porque esa es su convicción profunda, porque tiene fe y porque, aunque a algunos no les guste escucharlo, está imbuido de una religiosidad y de una moralidad cristianas. Stoker no es un novelista al que podamos incluir en el apartado de escritores cristianos en el sentido en que lo fueron antes de él Anne Brontë con La inquilina de Wildfell Hall (1848), o el cardenal Nicholas Patrick Stephen Wiseman con Fabiola (1854), o poco después Robert Hugh Benson con El amo del mundo (1907), o el caso del gran escritor Gilbert Keith Chesterton, que se convirtió al catolicismo en 1922. Anne Brontë era anglicana, pero los otros tres se convirtieron al catolicismo romano. Bram Stoker no es un escritor de esa clase, es decir, no escribe bajo una nítida cosmovisión cristiana que pretenda ser explícita, muy explícita, en algunos casos incluso proselitista, en el mejor sentido del término. No es esta su manera de proceder. Sería también arriesgado intentar encontrar similitudes con la literatura francesa simbolista y decadentista, del tipo de Un cura casado (1864), de Jules Barbey d"Aurevilly, o la producción de Joris-Karl Huysmans posterior a su novela À rebours (1884), es decir, hasta 1907, periodo en que se afianzó la temática religiosa de su obra literaria como consecuencia de su crisis espiritual de hacia 1892, que derivaría en una inmersión en el catolicismo y en el misticismo, hasta el punto de retirarse a una pequeña localidad junto a un monasterio benedictino. Abraham Stoker es un escritor dotado de una poderosa imaginación, posee los datos necesarios para construir una historia no contada nunca antes, para crear un personaje, Drácula, no concebido jamás por nadie en esos términos tan particulares y originales, y se decide a hacerlo. Pero Stoker no es un escritor que se contente con entretener al lector; lo entretiene, y mucho, lo captura con la aventura increíble que viven los protagonistas. Pero también quiere ir más allá, es decir, dibujar personalidades espirituales, convicciones religiosas, perfiles psicológicos, sentimientos profundos, y resulta evidente que lo consigue de un modo muy notable. Pero al mismo tiempo, y de manera complementaria con lo anterior, quiere abordar un tema muy presente en la literatura desde la época medieval, pues lo encontramos ya en los relatos del ciclo artúrico: el tema de la lucha del bien contra el mal. Y es aquí donde Bram Stoker se define, sin ambigüedades, sin medias tintas, sino optando claramente por una línea de conducta ante la vida, por una actitud moral, por unas convicciones religiosas determinadas, que, inequívocamente, son de raigambre cristiana, evangélica. No pretende convencer a nadie; él no es un hagiógrafo, pero de su libro se desprende una concreta posición moral, por la que el escritor toma partido, no de un modo intransigente y fundamentalista, sino, como corresponde a una persona inteligente y no sectaria, con múltiples aristas, con reflexiones críticas de carácter intelectual, incluso con avances y retrocesos en las creencias de algunos personajes, lo que no necesariamente implique entrar en contradicción con lo afirmado antes respecto de la ambigüedad, puesto que lo importante es el itinerario de los personajes, de Mina y de Van Helsing especialmente, y ese itinerario nos revela una apuesta que no da lugar a dudas, aunque, como es natural, haya momentos de profundo desánimo, de desaliento, de desconcierto, de abatimiento; pero al final se termina imponiendo siempre la verdad, que está indisolublemente ligada al bien, a la honestidad, a la rectitud moral, que en este caso, insisto, es una verdad y una rectitud moral cristianas. Rebajar la importancia de este dato es demostrar una ideología sectaria.

Muy pronto van a comenzar las sesiones hipnóticas de Van Helsing, sobre todo cuando el conde logra zafarse del grupo de amigos en su solitaria propiedad de Picadilly, en el corazón de Londres, a donde han llegado sus perseguidores para inutilizar todas las cajas y destruirlo. El conde logra burlarlos y zarpar en otra goleta, la Zarina Catalina, rumbo a Varna, desde donde se supone que regresará inmediatamente a su castillo. También conseguirá momentáneamente despistarlos, pues en vez de presentarse en la mencionada ciudad portuaria del Mar Negro lo hará en Galatz (Galati), en tierra firme, varias decenas de kilómetros antes de llegar al delta del Danubio (que ha sido esta vez su vía de acceso), iniciándose desde ese momento una frenética carrera contra el tiempo a fin de darle alcance antes de que recobre sus poderes y sea ya imposible matarlo de manera definitiva. No hace falta relatar esas peripecias, trepidantes y llenas de accidentadas aventuras, aunque sí hay que subrayar lo que Van Helsing ha podido corroborar: que el conde se siente acosado, perseguido de manera implacable, cada vez más acorralado, desesperado por llegar a su guarida. Este dato es muy importante. Se han invertido los papeles. Ahora es Drácula quien huye. En este contexto la colaboración y la ayuda de Mina es valiosísima, indispensable. Gracias a las sesiones de hipnosis puede dar cuenta de los movimientos del conde, de sus intenciones, pues entre ella y Drácula hay un vínculo provocado por el bautismo de sangre derramado por el vampiro sobre su víctima, aunque estas sesiones, que Van Helsing debe sólo realizar en ciertos momentos de cada jornada para que sean efectivas, cuando sale el sol y cuando llega el crepúsculo, cada vez son menos eficientes, cada vez es más difícil conseguir de Mina el trance hipnótico, además de que su duración va contrayéndose progresivamente.

A una semana de que todo concluya, al final del capítulo XXV, Mina continúa dando muestras de su capacidad de razonamiento, de su fino análisis, del conocimiento de las oscuras intenciones de Drácula. En una conversación a la que ya hemos aludido, cuando está todo el grupo reunido en Varna, en la que el doctor pondera la inteligencia de su interlocutora, dice Mina: «Pues bien, como es criminal, es egoísta; y como su intelecto es pequeño y sus acciones están basadas en el egoísmo, se limita a un solo designio. Ese designio es implacable. Al igual que huyó por el Danubio, dejando que despedazaran a sus tropas [referencia a Vlad el Empalador], ahora toda su obsesión consiste en ponerse a salvo a cualquier precio. Por eso, su propio egoísmo libera en cierta medida mi alma del poder que adquirió sobre mí aquella noche espantosa. Lo sentí, sentí su poder. ¡Gracias a Dios por Su gran misericordia! Mi alma está más libre que nunca desde aquel terrible momento; y lo único que me preocupa es el temor de que, en trance o en sueños, haya podido utilizar mis conocimientos para sus fines». Fíjese el lector de qué modo tan agudo penetra Mina en la mente del que quiere ser su dueño, cómo comprende el funcionamiento de su cerebro, y cómo se alegra de la aparición de esos indicios de liberación de su alma respecto del señorío del conde, cómo invoca a Dios y le da las gracias. El itinerario espiritual de Mina es extraordinario, pues lo que de verdad la sostiene, lo que, como decíamos antes, hará posible que no caiga vencida ante el dominio del Mal, es su fe, su profunda fe en Dios, una fe que tiene un íntimo contacto con la pureza de su corazón, y por eso el novelista menciona varias veces el color blanco del vestido de Mina cuando el conde la ha atacado en diversas ocasiones en el manicomio de Purfleet.

A aquellas palabras, el profesor le responde a Mina no sólo dándole la razón, sino redoblando sus esperanzas de liberarse del vampiro, pues ahora es la propia Mina la que, a voluntad, gracias a la hipnosis, puede acudir en espíritu al conde: «Pero su mente de niño sólo ha llegado hasta ahí [despistarlos por un momento y presentarse en Galatz en vez de en Varna]; y es posible que, como siempre ocurre con la Providencia de Dios, la misma cosa en que el malvado confía para su bien egoísta resulte ser su mayor perjuicio. El cazador es atrapado en su propia trampa, como dice el gran salmista[46]Porque ahora que cree haberse librado de cualquier vestigio de nuestra persecución, y haber escapado de nosotros con tantas horas de ventaja a su favor, su cerebro infantil le susurrará que duerma. También piensa que, como se ha aislado del conocimiento de su mente [de la mente de Mina], usted no puede tener conocimiento de él; ¡ahí es donde se equivoca! Ese terrible bautismo de sangre que le ha dado [que le ha dado el vampiro a Mina en el manicomio de Purfleet], la hace libre de acudir a él en espíritu, como ha hecho hasta ahora en sus momentos de libertad, cuando sale el sol y cuando se pone. En tales momentos, usted acude por mi voluntad, y no por la de él; y este poder, que beneficia a usted y a otros, lo ha ganado por el sufrimiento que usted ha padecido a manos del conde. Esto es importante porque él no lo sabe y, para protegerse, incluso se inhibe de conocer nuestra posición. Pero nosotros no somos todo egoísmo y creemos que Dios nos guía a través de esta negrura, y estas múltiples horas oscuras».

Cuando el grupo, una vez llegado a Galatz, se separa el 30 de octubre por la noche en tres parejas en persecución de Drácula, la pareja formada por Van Helsing y por Mina es, naturalmente, la que más capta la atención del lector. De las palabras del médico holandés anteriormente reproducidas, que corresponden al 28 de octubre en Varna, se desprende meridianamente de qué modo se están invirtiendo las tornas, cómo pasan ellos, los perseguidores del demonio, a tener el control de la situación, cómo puede todavía Mina proporcionar valiosísimos servicios, que, no obstante, se debilitan ya de una manera alarmante el 4 de noviembre, cuando Van Helsing, que escruta sin descanso el comportamiento de su adorable compañera, observa cómo no tiene apetito, cómo llega a resultar prácticamente imposible que pueda quedar sumida en el trance hipnótico, por breve que pretenda que sea. Pero reparemos de nuevo en las invocaciones nítidas a Dios, en la clara separación de qué lado se halla la causa del Bien y de qué lado la del Mal. Hay críticos que han pretendido marginar, menospreciar, minusvalorar, tergiversar o incluso burlarse de las numerosas referencias bíblicas diseminadas por toda la novela. En primer lugar, es de todo punto evidente que esas invocaciones a Dios, a Cristo, o las alusiones directas o indirectas al texto bíblico por parte de Van Helsing[47]de Mina y del resto de los personajes que representan el lado positivo de la existencia humana, poseen un carácter muy serio, firme, propio de personas creyentes que ven necesaria la intercesión divina, es decir, que comprenden que la ciencia por sí sola no es suficiente para combatir y vencer a Drácula, puesto que el combate tiene un significado mucho más profundo, y, como hemos reiterado, se dirime entre las dos grandes fuerzas que dividen al hombre, al espíritu humano, la que lo inclina hacia el Bien y la que lo conduce hacia el Mal, o sea, en este segundo caso, a generar el sufrimiento de sus propios semejantes, hacia el egoísmo, hacia la mentira, hacia los pecados capitales, que no son más que la expresión de la ausencia de humanidad en el hombre, de la carencia de vida espiritual, del sentido de la trascendencia y de la fe en la vida eterna. No puede haber en esto asomo posible de duda. Abraham Stoker, a través de estos personajes llenos de virtudes y de cualidades positivas, morales e intelectuales, está dejando traslucir su concepción del hombre y del mundo, y es muy difícil no reconocer que esa concepción es de raíz cristiana, de confianza en las posibilidades humanas siempre que éstas se sustenten en el Amor de Cristo, en la fe en Cristo Jesús, en la solidaridad del corazón humano y en los sentimientos nobles y hermosos.

Por otro lado están las referencias religiosas del conde, que, éstas sí, deben ser consideradas irónicas, blasfemas, paródicas, irreverentes. Pero esto no debe extrañarnos. Drácula representa la amoralidad, la ausencia de humanidad, el egoísmo y la lujuria más desenfrenados, el deseo de causar daño, de secuestrar la propia voluntad de la víctima elegida, de doblegarla y hacerla suya.

En definitiva, mientras Van Helsing y Mina, en buena medida como consecuencia de su fe religiosa, creen en la libertad del ser humano, una libertad que es inalienable y que constituye la esencia misma de su naturaleza, una libertad real que se cimenta en la libre voluntad de ser el hombre semejante a Dios, a Cristo, de imitar su actuación real en la vida, que no fue más que aliviar el sufrimiento de sus semejantes, orientarlos a que encontrasen en lo más recóndito de su ser su verdadero espíritu, el que los une con Dios, sin servilismo de ningún tipo, sino como una religación, un vínculo sagrado en el que la criatura humana nunca pierde su capacidad de decidir su propio destino; mientras que esta es la postura existencial de Mina y de Van Helsing, la posición adoptada por Drácula es la diametralmente opuesta, porque él se ha rebelado, como lo hizo Luzbel, contra Dios, porque él representa la negación de la libertad, de la auténtica libertad, que es aquella que procede del reconocimiento del infinito Amor de Cristo a todos los hombres. Drácula, lo que él encarna y simboliza, es el espíritu de servidumbre, de esclavitud, la alienación de la criatura humana, el odio, la venganza, la mentira, la ausencia de compasión. Éste último punto es fundamental. No hay compasión alguna en el siniestro habitante de las profundidades de Transilvania; lo que ordena hacer a los lobos con aquella madre desesperada que llega hasta el patio del castillo implorando que le devuelva al hijito que le ha arrebatado, una orden que no es otra que la despedacen viva y se la coman, lo confirma sobradamente y de manera espantosa (capítulo IV, entrada del Diario de Jonathan Harker correspondiente al 24 de junio). Abraham Stoker es, sin duda, un crítico agudo de la hipócrita moral victoriana, pero también es un decidido defensor de los valores morales cristianos auténticos, del carácter beneficioso de la ciencia siempre que esté al servicio del hombre, esto es, que no olvide que el hombre es un fin y la ciencia es un medio.

El 5 de noviembre por la tarde (capítulo XXVII), podemos certificar por el Diario del Dr. Van Helsing, que las tres mujeres vampiro que habitaban el castillo de Drácula han muerto definitivamente, pues nuestros amigos han hecho con ellas lo mismo que hicieron con Lucy, a fin de concederles el descanso eterno y permitir la liberación de sus almas. Son significativas las palabras del doctor en este sentido, cuando escribe «… ahora puedo apiadarme de esas pobres almas y llorar, al pensar en ellas, plácidamente sumidas en el sueño de la muerte, un segundo antes de desaparecer», pues al poco de ser seccionada la cabeza se convirtieron en polvo. Es muy interesante la expresión «plácidamente sumidas en el sueño de la muerte», pues ese mismo era el anhelo del gran escultor neoclásico italiano Antonio Canova al realizar sus monumentos funerarios, en los que no debía vislumbrarse ningún atisbo de dolor, de sufrimiento o de amargura, sino que debían estar presididos por un sentimiento impersonal, por «la noble simplicidad y la callada grandeza de las estatuas griegas»[48] [Die edle Einfalt und stille Größe der griechischen Statuen] a que se refería Johann Joachim Winckelmann para caracterizar las esculturas griegas clásicas, que él conoció fundamentalmente a través de copias romanas; el mejor ejemplo de lo que decimos en el caso de Canova es el Monumento de María Cristina de Austria en la iglesia de los Agustinos en Viena (1798-1805), donde el artista, con maestría insuperable, concilia el sentimiento cristiano y el sentimiento pagano ante la muerte, y consigue separar, mediante el diafragma de la entrada a la tumba-pirámide, el ámbito oscuro de la muerte del espacio luminoso de la vida[49]

En ese mismo capítulo final, también se alegra Mina en su Diario de la expresión del conde cuando todo hubo terminado: «Me alegrará mientras viva el hecho de que en el momento de la disolución final hubiera en el rostro del conde una expresión tal de paz como nunca había imaginado en semejante ser». Una vez más afloran de modo natural los buenos sentimientos de este ser puro que es Mina Murray. En ese preciso instante desaparece de su frente la marca maldita, el estigma que la había colocado, involuntariamente, a un paso de la condenación y de la perdición.

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No es el propósito de este breve ensayo hacer consideraciones críticas sobre las secuelas de la novela Drácula de Abraham Stoker en la literatura y el cine. Sólo haré dos referencias cinematográficas, sobre todo para corregir mínimamente aquellas confusiones que se producen en el público cuando un personaje deviene en mito, como es el caso que analizamos, especialmente porque muchas veces se habla de oídas, no se ha leído en realidad la novela del escritor irlandés y se tiende a confundir, o, mejor dicho, fundir en la mente pasajes de la novela de Stoker, de otras secuelas literarias y, no digamos, de las más variopintas producciones cinematográficas, ocurriendo en ocasiones, incluso de buena fe, que se citan hechos o circunstancias, o se delinean y perfilan personajes, como si correspondiesen a la novela de Stoker, cuando lo cierto es que esas referencias más parecen casi un palimpsesto, en el que se hubiesen superpuesto inconscientemente imágenes de las más diversas procedencias, confundiendo unas con otras y dando como resultado, de ese modo, un residuo imaginario que puede ser muy interesante, pero que desfigura la naturaleza y el contenido de la novela que aquí nos interesa, que es la de Stoker.

En primer lugar, Nosferatu, el vampiro (1922), del director de cine alemán Friedrich Wilhelm Murnau. El título original en alemán es Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, haciendo en él ya una alusión directa a lo horrible y a lo siniestro (Grauens). Es bien conocida la amplia formación humanística de Murnau, especialmente en filosofía, historia del arte y literatura. La película, muda, en blanco y negro y con una duración de unos 80 minutos, es una adaptación libre de la novela de Bram Stoker, siendo Henrik Galeen (1881-1949) el autor del guión cinematográfico.

Partes: 1, 2, 3
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