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Inmigracion y literatura. Los turcos


    1. En testimonios
    2. En biografías
    3. En sagas
    4. En costumbrismo
    5. En teatro
    6. En novelas
    7. En cuentos
    8. En poesías
    9. Notas

    En esta monografía me refiero a las obras en las que se evoca a los inmigrantes "turcos", los cuales, aunque nacidos en diversos países, en la Argentina fueron conocidos bajo esa denominación.

    "Procedentes de los países que constituían el Imperio Otomano, los así llamados ‘turcos’ aparecen en el escenario local desde la década de 1880 -señalan Marcelo Alvarez y Luisa Pinotti. Catalogados en un principio como griegos y turcos, los contingentes incluían armenios, egipcios, iraquíes, libaneses, sirios, palestinos y turcos. Sea que fuesen de religión cristiana, musulmana o judía, gran parte de estos recién llegados hablaba una lengua común que, sumada a otras características culturales, los unificaba como árabes. Impulsados a abandonar el Medio Oriente, en particular Siria y el Líbano, por una multiplicidad de factores, los ‘turcos’ ya constituían una ‘comunidad en formación’ en el cruce de los siglos: mientras el censo de 1895 sumaba 876 personas, el de 1914 reveló un grupo compuesto por 64.714 habitantes".

    "De los países árabes representados en nuestro país, la mayoría son sirios, también libaneses, armenios y palestinos en menor grado. En Buenos Aires los barrios elegidos para asentarse serían los de Palermo Viejo y Villa Crespo. Aunque los primeros –tal como ocurriría con la mayoría de los inmigrantes- se ubicaron cerca del puerto, por la calle Reconquista; con el tiempo, sumaron también San Cristóbal, Constitución y la calle Jujuy. En el interior del país los principales destinos fueron Tucumán, Jujuy, Salta, Catamarca, La Rioja, Santiago del Estero y Mendoza, constituyéndose en la tercera colectividad, después de la española y de la italiana".

    "A todos los italianos se los incluirá en "la categoría ‘tano’; del mismo modo que a los españoles se los llamará unánimemente ‘gallegos’, a todo aquel que venga del Imperio Otomano ‘turco’ (…). Este uso de rótulo sirve para homogeneizar la diversidad apabullante y de paso descalificar el ‘Otro’ " (1).

    En testimonios

    José Eduardo Abadi relata: "El abuelo paterno era juez, en Siria, pero como tuvo que abandonar el país por razones políticas, se mudó a Milán con toda la familia. Al poco tiempo, llegó el fascismo y tuvieron que volver a emigrar… Así llegaron a la Argentina" (2).

    En "El café Izmir", Carlos Szwarcer afirma: "El Café Izmir, conocido por la intelectualidad argentina a partir de la publicación de la novela Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal en 1948, era ya famoso en los años ‘30 como centro inevitable de reunión de las oleadas inmigratorias y verdadera institución en el barrio. El local del lzmir fue construido a fines de 1932 sobre la base de tres habitaciones de un inquilinato de la calle Gurruchaga 432-436; su primer dueño habría sido Jaim Danón, quien le daría ese nombre en recuerdo de lzmir, su ciudad natal. En 1940, Rafael Alboger se hace cargo del fondo de comercio y comienza su larga trayectoria de veinticinco años detrás de su mostrador".

    "Administrar un sitio plagado de diversidades étnicas, requería un anfitrión que fuera capaz de mantener un sutil equilibrio entre una ligera bonhomía, que atrajera a los parroquianos, y una fuerte personalidad que hiciera respetar su autoridad. Rafael Alboger había nacido el 30 de octubre de 1902 en Esmirna, Turquía. Hijo mayor de Haim Alboher y Reina Mizrahi, matrimonio judío sefaradí que trajo al mundo seis vástagos: Rafael (llamado "Bojor" o Alejandro), Alegre, Luna, Yaco, Isaac y un varón muerto de escarlatina a los 14 meses. Fue lustrabotas en el histórico Café Tortoni, en Avenida de Mayo al 800 y luego mozo y maître del mismo durante la década del 20 y los primeros años del '30. Destino, providencia o casualidad, también para Leopoldo Marechal el Tortoni y el Izmir serían parte de su historia personal".

    "Quien regenteaba el lzmir fracasó económicamente, al punto que se fundió y al no pagar los alquileres complicó a Rafael -a quien había pedido el aval para el fondo de comercio-. Es así que Alboger se hizo cargo del café y su misión fue ‘levantar aquel negocio’ pagar lo que se debía y sobre todo, ‘si Dios lo ayudaba’, mantener a flote a su familia. La dueña del predio en el que estaba el café, Estrada viuda de Alvarez, confió en quien finalmente a fuerza de sacrificio y con la experiencia en el rubro gastronómico adquirida en el Tortoni, cumplió con los compromisos y salvó la casa que dejara en garantía".

    "Este es el origen de la relación entre el Café lzmir y la vida de los Alboger durante casi tres décadas. Allí, en Gurruchaga 432, Villa Crespo, se hizo cargo del legendario y exótico lzmir, en noviembre de 1940".

    "En el barrio convivían representantes de las tres religiones monoteístas, por lo que algunas disquisiciones teológicas eran frecuentes en el lzmir, como las del judío Abraham, el musulmán Abdalla y el cristiano Jabil que defendían sus diferencias sobre el Mesías: ‘Los tres hombres ocupaban una mesa del Café lzmir, y la discusión mantenida en lenguaje sirio se mezclaba con otras voces de timbre igual en aquel recinto sobresaturado de anises y tabacos fuertes. Junto a la vidriera, un músico abstraído hería, como en sueños, el cordaje de una cítara negra con incrustaciones de nácar’ ".

    "En Gurruchaga al 400, a juzgar por los comentarios de vecinos de aquella época, ‘la gente se cruzaba de vereda de aquí a allá’ como si fuera ‘peatonal, una feria, un mercado persa’, relata José L. Los vendedores ambulantes ofrecían sus telas, ropa usada, plumeros y los más diversos artículos que uno pueda imaginarse, aunque lo más codiciado eran los manjares típicos, delicias paradisíacas para los sefaradíes".

    "En este torbellino urbano cada oficio callejero agregaba su cuota de variedad y así se cruzaban el zapatero remendón, con su caja de herramientas apoyada en la espalda, con el fabricante de yogur casero que hacía firuletes con su bandejón, apurando el reparto a su selecta clientela de los inquilinatos; al mismo tiempo los carros de verduleros, meloneros o cesteros pregonaban su mercancía arrimándose al cordón".

    "Allí, ‘enclavado en Gurruchaga’, en el centro de aquella febril actividad, se erguía altivo el lzmir, en cuya vereda hacían su parada no pocos de aquellos vendedores. Los testimonios muestran que la generalidad de los sefaradíes sentían orgullo por ese café tan pintoresco y sitio de recreación de gente mayoritariamente humilde. De los pocos que tenían ‘un buen pasar’ cuatro o cinco solían pedir ‘una vuelta’ de café o rakí (anís) para veinte o treinta parroquianos, visto esto como gesto de gentileza, camaradería o jadra (alarde, exhibición)".

    "En verdad muchos se demoraban allí por las charlas, el rakí, la música oriental, los naipes, el table (backgamon), etc., pero, a pesar de ello, la inmensa mayoría lo recuerda como un lugar ameno y respetado, tal como lo podemos recrear a partir del siguiente collage testimonial surgido de antiguos vecinos y habitúes: ‘el café lzmir en su momento era tradición…era importante…era una reliquia de Buenos Aires, de Villa Crespo. Ahí se sentaba gente grande de nuestra colectividad, iban camino al templo… a tomar un café. también la colectividad armenia, la griega, la musulmana…no había odios…en paz…en aquel tiempo eran todos respetados, amables…era un lugar donde gente de Montevideo venia y el lugar para ver a los 'yidios' era el lzmir, como punto de reunión…como punto de referencia’.".

    "De las tantas actividades que ofrecía el café, el esparcimiento obviamente era el Ieit motiv Sin embargo no podemos dejar de reconocerle, especialmente en las décadas del ‘30 y el ‘40, una de tipo social y hasta educativa: ‘se juntaban en una mesa a la mañana y empezaban a hablar, a leer el diario… Habla uno que leía el diario al revés, no me acuerdo el nombre; lo leía todo, todo, se ponía a leer así.. (con la hoja al revés), se ponía en el lzmir, en la ventanita… Se reunía la gente, como muchos no sabían leer’, él agarraba y leía al revés, pero leía como si fuera al derecho, no se equivocaba nunca. Lo ví yo’ afirma Jacobo .C." (3).

    Luis Norberto León nació en Buenos Aires. "Hace algunos años encaró por primera vez la aventura de escribir. A poco de terminar sus primeros cuentos le asaltó la idea de recopilar las experiencias familiares atesoradas desde su infancia en idioma sefaradí. Decidió entonces formar un taller de investigación donde recopila toda clase de material sobre el tema" (4).

    En "Un séder con el papú Menajem", evoca a su abuela turca: "Como todos los viernes cerca del mediodía, mi abuela me tomó de la mano invitándome a acompañarla. Hicimos el recorrido por la vereda arbolada. Tras cerrar la robusta puerta de calle caminamos a mi ritmo de niño, las tres cuadras hasta el mercado. Cruzamos la calle Velazco y entramos al largo y estrecho pasillo donde vivía el papú Menajem. Mi abuela estaba intranquila. El anciano le devolvía puntualmente la ollita vacía en que le dejaba comida los viernes, pero hacía dos semanas que no aparecía".

    "Esta vez tampoco estaba, y caminamos tres cuadras más hasta Yanovsky Hnos, la única fábrica de matzá que había, y desde Villa Crespo donde estaba la planta, enviaba a todos lados su producción. El dueño, y antiguo conocido, nos hizo pasar para mostrarme como era el procedimiento para producirla. Recuerdo la máquina como una cinta móvil, donde desfilaba una larga fila de matzá dorada, que después sería embolsada. ‘Diez de la común y dos de la dulce’, encargó mi abuela. La primera era para cocinar rebanadas de parida, sodra y otras comidas para la ocasión. La segunda reemplazaba a las galletitas, las comíamos con yarope, el exquisito dulce blanco (a veces con agregado de nuez molida) que hacían para la fiesta".

    "Tampoco este viernes encontramos al papú, me comentó mi abuela Masaltó decepcionada, mientras emprendíamos el regreso para retomar la planificación de tareas de la comida de Pésaj. La casa ya había comenzado a limpiarse, aunque no muy estrictamente, se procedía a una higiene de los estantes, vajilla y rincones varios, tratando de eliminar cualquier resto de pan antes de comenzar la festividad. Mi madre había comprado varias docenas de huevos, la harina especial y todos los implementos de cocina relucían esperando el envío de Yanovsky Hnos. En vísperas de Pésaj, solíamos comer en un sitio diferente al habitual, despejando el comedor para los aprontes y reservando espacio para depositar las comidas terminadas".

    "El lunes, mi abuela regresó de la calle llamando a mi madre en voz alta. Le dio la noticia que el papú Menajem estaba internado desde hacía más de una semana. Con los años no atiné a preguntar el grado de parentesco que tenía él con mi familia, aunque sospecho que había sido vecino de Karatash, el barrio de Izmir donde vivian".

    "Mi abuela decidió ir al hospital a visitarlo, y le llevó unos dulces; allí convenció a los médicos de que el estado del enfermo no era para nada preocupante como decían. Dos días después contratando un auto fue a buscarlo, le llevó ropa de mi abuelo, que a pesar de quedarle excesivamente grande, le daba el aspecto de hombre saludable. Lo ubicó en la sala del medio, la que usaba mi tío cuando era soltero, e hizo atenderlo con todo tipo de cuidados. La expresión del rostro del anciano rebosaba de gozo, y según nos confió, lo atendían así en Izmir hasta que su madre murió, treinta años atrás".

    "Así llegó la noche principal. El esperado primer séder donde el papú Menajem se animó a participar con el Siervo fuimos a paró en Aifto, aportando además algunas interpretaciones propias sobre el Éxodo y los rituales pascuales. Una noche espléndida, donde lo vi probar cada una de las comidas, compartiendo momentos alegres con nosotros, los más chicos, oponiendo resistencia a su visible debilidad".

    "A la mañana siguiente cuando me levanté, estaba el doctor Niño. Mi abuela había arreglado el día anterior para que viniera a darle su opinión sobre la salud de Menajem. Sin animarme a entrar, escuchaba su característica voz y las erres afrancesadas. Los niños tienen un verdadero instinto de defensa. Yo me ocultaba porque el doctor Niño, era de los que recetaban baterías de inyecciones de hígado y vitaminas sin que le temblara la lapicera.. Dijo a mi abuela que el anciano debía retornar al hospital para su inmediata atención. Él mismo lo llevaría en su auto. Cuando salió Menajem tomado del brazo por el doctor, usando la misma vestimenta con que llegó el día anterior, su cuerpo había envejecido aún más, caminaba con dificultad y sumamente encorvado, pero al descubrirme en un rincón observándolo, giró con esfuerzo su cabeza para mirarme y desearme saludoso ke´stés".

    "Nunca más vi al papú Menajem, que falleció ese mismo día. Nadie me contó de su partida, porque de esos temas no se hablaba con los niños (El Dió ke no mos traiga), mucho menos durante el segundo séder de Pésaj, que en esta ocasión careció de la alegría de otros años" (5).

    En "Mi abuela Vida", Victoria Mizrahi de Misistrano recuerda a su abuela, llegada desde lejos: "Doña Vida, ¡Abuela Victoria!, que personaje!. La conocí por primera vez cuando llegó desde Estambul, sola, con su pelo estirado y un pequeño rodete. Su traje gris de pollera y redingote le daba cierto aire de persona seria. No se por qué a su llegada me escondí detrás de una puerta de la que me sacó para darme caramelos que traía dentro de sus bolsillos. Esta escena nunca la olvidé. Mi hermana menor nació a poco de su arribo a Buenos Aires. Con su llegada nos acostumbramos a escuchar sus cantos. Los entonaba desde que comenzaba con sus tareas en la cocina, hasta la tarde que se dedicaba a pelar chauchas, arvejas, arroz o porotos. Desde su llegada, la cocina fue su ámbito habitual, ya que mamá la reservaba para ocupar los domingos. Tratando de calcular el tiempo, cuando mi abuela llegó, tenía casi sesenta años y yo sólo cinco. Compartimos 34 años de vida en común, ya que en 1963 cuando contaba con 94 años, dejó de existir después de un accidente. Yo ya tenía 39 años y dos hijos varones que la adoraban, fue su bisabuela, y aún hoy la siguen recordando con inmenso cariño" (6)

    Los padres de Alejandra Pizarnik deseaban que la hija se casara. Uno de los candidatos era un "turco". Recuerda Aurora Alonso de Rocha: "Sus padres le hablaban con interés de dos presuntos pretendientes, hijos de un almacenero alemán uno, y de un sedero sefaradí el otro. Buma se burlaba o enojaba. Un día le dijo a su madre que se iba a casar con los dos para tener aseguradas ropa y comida, la madre la miró ceñuda y disparó una rápida respuesta en idish. Me tradujo: ‘Que sean tres, así también hay vivienda’. Creo que, por lo menos en parte, las sutilezas de Buma nacían de la dialéctica, escondida en un mal castellano, de los Pizarnik. Gracias al ‘festejante’ sefaradí marroquí escuché por primera vez música judeo-española, que me dejó maravillada" (7).

    Al regresar de la tierra de sus mayores, dijo Julia Zenko: "Un instante puede mostrarte lo que pesan tus antepasados. Eso lo vi en esta última gira: conocí Letonia y Lituania, y también Estambul, donde vivió varios años una de mis abuelas, y reconocí olores de las comidas de mi casa, músicas, acentos. Es que soy una argentina tanguera sin una gota de sangre criolla" (8).

    Luna, una inmigrante turca centenaria, "A los 17 años conoció a su marido, uno de los pocos al que sus hermanos –celosos ellos- dejaron acercarse. Víctor tenía hermanos en la Argentina que lo mandaron a buscar. Y ella se venía con él, pero en calidad de novia, jamás. De ninguna manera, le dijo su tía. Así fue como se casaron y pasaron su luna de miel en un barco rumbo a nuestro país. Fue un mes de viaje. Una inolvidable luna de miel junto con… su suegra. Sí, Luna dormía con su suegra en un camarote y Víctor en la bodega, con los demás hombres. ‘Nos veíamos en la cubierta y de noche, cada uno a su lugar".

    Estuvo a punto de volver a su tierra: "Corría el año 1921 y Luna, casada con Víctor desde hacía dos años, no lograba quedar embarazada. Vivía en Posadas, Misiones, pero su marido decidió mandarla de vuelta a casa. Así, dice la centenaria Luna, se acostumbraba en su país: la mujer que no tenía hijos se tenía que ir, y ella se iba, nomás. Con la valija y un pasaje en mano marchó sin chistar a la estación ferroviaria de Posadas. Pero, cosas del destino, el tren ya había partido. Fue cuando volvió con su marido a su casa que quedó embarazada".

    "Progresamos con mucho sacrificio –recuerda. Vivíamos en Posadas y mi marido andaba por los campos con un canasto en el que llevaba lencería para vender. Después pudimos poner nuestro propio negocio de venta de ropa y trabajamos muchísimo".

    Su experiencia se vuelve narraciones: "Recuerda cuando en su casita de Posadas llenaba un bracero con carbón por las noches, lo dejaba en medio del cuarto y reunía a sus chicos en torno de él. ‘Les contaba historias de cómo vivíamos en Turquía, el viaje en barco a la Argentina o simplemente cuentos‘ " (9).

    En biografías

    Algunas obras dan cuenta del fenòmeno històrico y social de la inmigraciòn armenia. Entre ellas, las biografìas Hayrig (Detràs del silencio de un millòn y medio de voces) (10) y Hayrig II (11), en las que Eduardo Bedrossian relata la vida de su padre, Agop. "Este relato –afirma Nélida Boulgourdjian- trasciende la historia personal de Hagop Bedrossian para adquirir una dimensiòn colectiva que involucra a todo un pueblo" (12).

    Acerca de la primera parte de esta historia, afirmó María Isabel Clucellas: "bajo una estructura de doble faz, Bedrossian hijo narra en primera persona la odisea paterna. A partir de los primitivos años de paz y bonanza que corresponden al siglo pasado, el autor ilustra a sus lectores sobre la vida familiar en Geben, ‘un pedazo de la historia ancestral de los armenios’. Las montañas, la aldea, las casas con paredes de piedra, el calor de las reuniones en torno al hogar presididas por un narrador ocurrente y sentencioso que contaba, educando, historias y costumbres, reviven en páginas coloridas, amenas, donde anécdotas y sucesos van tejiendo una urdimbre de sólidas y justificadas nostalgias" (13)

    En Mis dos abuelas. 100 años de historias, Nora Ayala relata que su abuela criolla, que vivía en Misiones, tenía prejuicios contra los extranjeros. "Nosotros no vinimos a matarnos el hambre como los gringos –decía-, estuvimos siempre acá". La venta de la casa del Tata proporciona otra evidencia de su actitud; la vivienda "fue comprada por una familia turca, aunque Gerónima hubiera preferido que no cayera en manos extranjeras, pero ellos fueron los que pagaron y no había nada que hacer". Se rumoreaba que los compradores habían encontrado allí un cofre con monedas de oro; escuchemos a la criolla: "Teniendo en cuenta que los turcos que habían llegado al país poco tiempo antes, si bien eran gente trabajadora y honesta (a pesar de ser extranjeros) no podían tener dinero como para hacer semejante inversión, el rumor tenía visos de realidad" (14).

    "El criollaje vio invadido su escenario. Esa gringada, que se pensó iría a poblar el desierto, se concentró en la urbe y cubrió todos los puestos de trabajo. Hasta los policías eran extranjeros" (15). Hugo Chumbita relata que Elías Farache, un policía turco, hostigaba al gringo Vairoleto, hijo de piamonteses. "Entre los milicos abundaban estos turcos, que en realidad eran árabes, o hijos de, famosos por lo bravos"(16).

    En sagas

    En su libro La cita en Buenos Aires, Saga de una gran familia sefaradí (17), Vittorio Alhadeff, "oriundo de la ciudad de Rodas, hace desfilar ante el lector diversos episodios del dominio turco y de la ocupación italiana del Dodecaneso. Pero la tremenda verdad de las guerras da paso a la crueldad del fascismo y del nazismo para cerrarse con la llegada en los años 40 a Buenos Aires, donde se refugian los últimos miembros de una familia que creyó en el trabajo y en el progreso" (18).

    En costumbrismo

    Escritor y periodista, Félix Lima nació en 1880 y murió en 1943. Colaboró en "La Razón", "Tribuna" y "Crítica", entre otros medios, y publicó los libros titulados Con los nueve… Crónicas policiales (1908) y Pedrín. Brochazos porteños (1923).

    En el conventillo –señala Jorge Paez- había una "Difícl, precaria, inestable armonía, sin embargo, que habitualmente perturbaban los prejuicios étnicos y nacionales en el hervidero cosmopolita de los patios conventilleros. Félix Lima ha captado uno de estos momentos de quiebra en ‘Lo ha dicho l’Aquensia Stefani’, cuadrito incluido en su libro Pedrín (1923), que retrata con previsible fidelidad las peloteras entre italianos y ‘turcos’ durante la guerra de Tripolitania" (19).

    El turco expresa conceptos como éste: "-Atienda qui voy disir yo: Turquía tiene tanto soldado como Alamania qui también Alamania inseñó pilear soldado turco a la última moda. ¡Quí vaya la gracia! Italia tira pique barco nosotro istá barco chico, piro Turquía más una dolor cabesa Italia pir la tierra. Si quieres más noticia soldado turco prigunta cómo fue la pilea con la Rusia. ¿Y la barco grande italiano qui fue pique la costa Trípoli?… ¿Quí desir osté, sañur, a eso?…". La discusión termina con "Ruptura de narices e intervención de las potencias extranjeras (representadas por un chafe)" (20).

    En 1943, Conrado Nalé Roxlo da a conocer El muerto profesional, firmado con su seudónimo Chamico. Acerca de esas páginas escribirá más tarde: "Carezco de vocación y aptitudes para el periodismo, aunque es la galera en que he remado siempre y, tal como van las cosas, seguiré inclinado sobre su borda hasta la hora del último naufragio. No me quejo. Mucho le debo al periodismo, donde tuve la suerte de encontrar amables e inteligentes cómitres que me permitieron remar con mi propio remo. Dicho en términos no tan dramáticos y náuticos, los directores de los muchos diarios en que trabajé me dejaron un rincón tranquilo, al margen del comentario de actualidad y de las noticias, donde dejar volar mis fantasías y soltar mis ocurrencias. Así nacieron muchas páginas que después pasaron al libro. Toda la obra humorística de mi alter ego Chamico, por ejemplo, tiene ese origen, y muchas cosas más" (21).

    En "Una conversación interesante", texto incluido en el volumen que mencionamos, uno de los personajes se refiere a un turco que se va a casar, y afirma que un vasco piensa frustrar ese matrimonio: "creo que se le va a aguar la fiesta porque el vasco Indurrimendi se ha enterado de que Flores es casado en Turquía y, como usted sabe que tienen rivalidad por los negocios, ha dado parte al comisario y al registro civil y hasta creo que les ha mandado el pasaje a las esposas turcas del turco para que se presenten el día del casamiento y armen un escándalo. Si vienen todas va a ser divertido" (22)

    En teatro

    "La urbe no consigue absorber del todo el aluvión tumultoso que avanza desde el puerto –afirma Luis Ordaz-, y si bien el inmigrante se va incorporando al medio que habita e integra. Éste (el medio) se conforma, asimismo, con dicha participación e incidencia. El inmigrante se adapta o no, pero, a la vez, impone un nuevo sentido a las cosas y hasta las nombra y condimenta con vocablos y giros que componen una nueva jerga de frontera. Italianos y españoles, particularmente, pero también ‘turcos’, polacos, ‘rusos’ (judíos de variadas procedencias), animan una población pintoresca por el enfrentamiento, habitualmente apacible y sin prejuicios de ninguna índole, de todas las nacionalidades, razas y credos. Todo esto resalta, de manera natural, en el ‘sainete porteño’ " (23).

    "En Mustafá, sainete que Armando Discépolo y Rafael José De Rosa escriben en colaboración, y estrenan en 1921, don Gaetano (tano típico del género) se entusiasma ante la fusión, la ‘mescolanza’, que se logra en las bulliciosas casas de vecindad porteñas" (24). Conversando con el turco que da nombre a la obra acerca del casamiento del hijo del primero con la hija del segundo. Destaca el clima amistoso del conventillo: "E lo lindo ese que en medio de esto batifondo nel conventillo todo ese armonía, todo se entiéndano: ruso co japonese; francese con tedesco; italiano co africano; gallego co marrueco. ¿A qué parte del mondo se entiéndono como acá: catalane co españole, andaluce co madrileño, napoletano co genovese, romañolo co calabrese? A nenguna parte. Este e no paraíso. Ese ne jauja. ¡Ne queremo todo! (Abrazándolo.) ¿Verdá, otomano?… Eso que dicen que turco e taliano so como perro e gato, maccanéano. (Teniéndolo estrechamente.) Mira un poco. (El turco sigue triste, frío, no se levanta de su silla.) Ne tenemo afecto, cariño puro, sincero amore. (Parece que se va a fotografiar.)" (25).

    A criterio de Ordaz, "Don Gaetano se refiere, efusivo, a una parte verdadera e importante del conventillo, mientras la otra parte, que sirve para completar la visión, queda soslayada: ¿quiénes habitan las enormes casonas, cómo se vive en un conventillo?" (26).

    En novelas

    Hay turcos en una obra de Julián Martel. Afirma Noé Jitrik: "Durante 1890 escribiò La Bolsa; la ùltima frase fue redactada el 30 de diciembre. Dos hechos notables pueden observarse: el primero es que siendo una obra realista y de actualidad no ha incluido como tema la revoluciòn del mismo año; el segundo es que en el mismo año se publicò en Francia L'Argent, novela mediante la cual Zola investiga y condena el sistema financiero. (…) La Bolsa aparece en folletìn en La Naciòn desde el 24 de agosto hasta el 4 de octubre de 1891, con gran èxito de pùblico y de crìtica".

    El crìtico considera que la obra fundamental de este ciclo –la de Martel- tiene importancia desde diversos puntos de vista, a pesar de su escaso valor literario: "La Bolsa es una obra literariamente poco importante, inmadura, pero que asì y todo expresa varias cosas de interès; en primer lugar hay, conscientemente o no, una tentativa por trascender la literatura del 80 en su fisonomìa màs exterior; en segundo lugar, muestra un escritor desclasado, emergente del periodismo y que anticipa, por esas razones, un nuevo tipo de escritor, el profesional; en tercer lugar, se trata de un libro inspirado en hechos contemporàneos, ubicado en una actualidad, comprometido polèmicamente con sus interpretaciones" (27).

    "La lectura màs superficial e ingenua de La Bolsa de Juliàn Martel sorprende por la enorme carga de xenofobia y antisemitismo –afirma Gladys Onega. (…) Martel traza con los más sombríos tonos naturalistas una realidad de la ciudad que absorbió el mayor pocentaje de inmigrantes creciendo en proporción geométrica frente al resto del país: la miseria, la enfermedad y la mendicidad eran lacras concretas de la sociedad superpoblada, que no se cebaban solamente en el lumpen que el autor selecciona como muestra del parasitismo que trae la inmigración, sino entre todos los habitantes de los barrios bajos del sur que se hacinaban en los conventillos; (…) en la abstractización del oro y del cosmopolitismo, Martel aísla y diseca casos extremos, los separa del contexto histórico, carga sobre ellos una culpa de la que son víctimas y finalmente ignora la situación real del resto de la población; los turcos con sus feces rojos y las bohemias idiotas o hermosísimas se han convertido en alegorías o en personajes pintorescos". (28).

    La ensayista se refiere a este pasaje: "El corazón de las corrientes humanas que circulaban por las calles centrales como circula la sangre en las venas, era la Bolsa de Comercio. A lo largo de la cuadra de la Bolsa y en la línea que la lluvia dejaba en seco, se veían esos parásitos de nuestra riqueza que la inmigración trae a nuestras playas desde las comarcas más remotas. Turcos mugrientos con sus feces rojos y sus babuchas astrosas, sus caras impávidas y sus cargamentos de vistosas baratijas; vendedores de oleografías groseramente coloreadas; charlatanes ambulantes que se habían visto obligados a desarmar sus escaparates portátiles pero que no por eso dejaban de endilgar sus discursos estrambóticos a los holgazanes y bobalicones que soportaban pacientemente la lluvia con tal de oír hacer la apología de la maravillosa tinta simpática o la de la pasta para pegar cristales; mendigos que estiraban sus manos mutiladas o mostraban las fístulas repugnantes de sus piernas sin movimiento, para excitar la pública conmiseración; bohemias idiotas, hermosísimas algunas, andrajosas todas, todas rotosas y desgreñadas, llevando muchas de ellas en brazos niños lívidos, helados, moribundos, aletargados por la acción de narcóticos criminalmente suministrados, y a cuya vista nacía la duda de quíén sería más repugnante y monstruosa; si la madre embrutecida que a tales medios recurría para obtener una limosna del que pasaba, o la autoridad que miraba indiferente, por inepcia o descuido, aquel cuadro de la miseria más horrible, de esa miseria que recurre al crimen para remediarse" (29).

    Alamos talados (30) fue distinguida en 1942 con el Primer Premio de Literatura de Mendoza, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires y el Primer Premio de la Comisión Nacional de Cultura. Marcela Grosso y Marta Baldoni señalan la importancia de la inmigración en la novela: "El poder se ve amenazado por la presencia de lo otro, del elemento extraño: el inmigrante, figura que genera tres efectos correlativos: a) el enfrentamiento entre gringos y criollos, b) la exaltación del linaje y la hispanidad, c) el rechazo del progreso y las nuevas costumbres" (31).

    La clase alta, representada fundamentalmente por los abuelos, se mostraba bondadosa con los criollos y los inmigrantes, en general, aunque había excepciones: "El inmigrante aparece descalificado, caricaturizado (…) o mirado con simpatía, en tanto se ciña al mandato de la abuela y no compita en el circuito de producción económica. Decir ‘gringo’ es un insulto (…) El atributo ‘criollo’, en cambio, tiene connotaciones positivas (…) se convierte en una abstracción, en un símbolo de pureza racial y moral" (32).

    Cuando las penurias económicas obligan a la anciana señora a talar los álamos, allí está un inmigrante, posibilitando que el lector saque conclusiones sobre la personal postura del autor: "Con el pie en el estribo de su auto rojo, el turco hacía anotaciones en una libreta. Uno, tras otro, caían los álamos de mi adolescencia" (33). Grosso y Baldoni sostienen que "La presencia invasora del inmigrante aparece metaforizada por el coche rojo del turco, que recorre el texto en varios capítulos". Acerca del propietario del vehículo comentan: "Claras son las connotaciones demoníacas que despliega este personaje (…) Las aspiraciones comerciales del turco, que exceden a las del agricultor contratado, lo convierten en una amenaza, un peligro para el sistema. La compra de la vid y de la madera es sustituida por la idea de usurpación, de estafa: el turco no compra sino que ‘se leva’. Caída, atropello, usurpación, tala, profanación, son los efectos del ingreso del inmigrante en el sistema, que es quebrado sin posibilidades de restauración" (34).

    En La noche lombarda, Atilio Betti recrea, al acostarse en su camarote del barco que lo lleva a Italia, el duro trance que sufrió el padre del protagonista, junto con otros pasajeros: "Un chorro de agua, un manguerazo brutal, le dio en la cara. Lo vi trastabillar, mojado. Lo vi llorar de indignación y afirmarse en los zapatos claveteados, agarrándose fuertemente del tirador negro, sobre el torso sin saco, para no caer bajo el golpe del agua. (…) En tropel, árabes y turcos aparecían y desaparecían alrededor de mi padre. Corrían, gritando, aullando, perros mojados, perros azotados a manguerazos, a refugiarse bajo mi cama mientras que papá, rascándose con furia las axilas, gritaba o gemía, o gritaba y gemía al mismo tiempo: ¡Piojosos! ¡Piojosos!" (35).

    En 1988, durante la Feria del Libro, el doctor Renè Baròn entregò personalmente a Jorge Isaac el premio que lleva su nombre, distinguiendo a Una ciudad junto al rìo (36) como la mejor novela editada durante los años 1986 y 1987. El jurado que lo otorgò -designado por la Sociedad Argentina de Escritores- estuvo integrado por Luis Ricardo Furlàn, Raùl Larra y Juan Josè Manauta.

    La novela fue presentada en la Uniòn Arabe por el profesor Elio C. Leyes -"escritor y presidente de la Universidad Popular, autor de Voz telùrica de Gerchunoff, editado por el Ateneo Judeo Argentino ‘19 de abril’ de Rosario", quien "señalò que el libro bien podìa llamarse ‘Los gauchos àrabes’, en justo parangòn –según dijo-con la celebrada obra de Gerchunoff, en la cual no debe haber escritor que haya profundizado tanto como èl" (37).

    El Gobierno de Entre Rìos la declarò, por iniciativa del Consejo General de Educaciòn, de lectura complementaria en las escuelas superiores de la provincia, a partir del sèptimo grado, recomendando su utilizaciòn en la enseñanza.

    La obra està dedicada "a los inmigrantes àrabes –sirios y libaneses- y, por natural extensiòn, a españoles, italianos, alemanes, judìos, suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto otro origen y procedencia màs, que se lanzaron un dìa por los riesgosos caminos del mar a la aventura de ‘hacer la Amèrica’ ".Partiendo de su propia etnia, la mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a hombres de diversa procedencia, cuya gesta evoca.

    Un 10 de noviembre –nòtese la fecha elegida-, el autor fue, como de costumbre, a pescar. Ese dìa, algo inusual alterò la placidez de su hobby: un objeto centelleaba, entre las ruinas de una vivienda, a la luz del sol. Intrigado, se acercò a èl y vio que era un cofre. Una vez en su casa, lo abriò sin dilaciòn, y comprobò, con gran sorpresa, que era un libro de cuentos escrito en àrabe. Con su tesoro fue en busca de un editor, quien lo enfrentò a un problema: la obra no podìa editarse sin tìtulo, y el mismo debìa surgir de ella, como un resultado lògico. Una vez superado el obstàculo, nos hallamos ya en condiciones de emprender la lectura de estos papeles, a los que Isaac –empleando un recurso literario de larga data- no hizo màs que encontrar.

    La acciòn transcurre durante el año 1925. Cada acontecimiento se detalla prolijamente, ya que estos papeles eran un diario personal. El autor del diario, un joven, cuenta sus andanzas por el puerto, desde donde podìa observar la llegada de los inmigrantes de diferentes nacionalidades, a los que reconocìa por sus costumbres y fisonomìas, aùn cuando ellos no habìan descendido del barco.

    El protagonista evoca el momento en que los extranjeros arriban a la nueva tierra: "Los inmigrantes, aunque vengan en el mismo barco, llegan y descienden aquí de manera diferente según sea su origen que nosotros, con sólo mirarlos y hasta a veces sin oírlos, hemos aprendido a determinar con riesgo escaso de equivocarnos". Seguidamente, describe el desembarco de italianos, alemanes, españoles, judíos y árabes, señalando las peculiares características de cada grupo.

    Sobre estos ùltimos, comenta: "Los àrabes –siriolibaneses- que disputan el tercer lugar a los alemanes en cuanto al nùmero de los que ingresan en estas regiones, son los màs independientes de todos. Es muy raro que arriben en parejas. Tan raro que nunca vi ninguna. Ellos emprenden el viaje solos y si descienden varios juntos de un barco y se comportan como parientes, es que se han hecho amigos durante el dilatado trayecto. En su mayorìa son cristianos, pertenecientes a la Iglesia Griega Ortodoxa".

    "Cuando recorren la angosta planchada por la que descienden, muestran el gesto adusto, expresivo de la trascendencia que para ellos asume el primer contacto con la nueva tierra. Siempre observo que lo hacen moviendo los labios. Y aunque en manera alguna puede oìrse màs que un leve murmullo, yo sè que estàn diciendo, con la profunda y religiosa unciòn de un ruego: ‘Ayùdame, Dios mìo…’ ". Luego, solos tambièn, acometeràn la empresa que alentaron en la intimidad de sus mejores sueños".

    A este pormenorizado relato de costumbres se suman, como hilos paralelos de la acciòn, las narraciones de cuanto sucedìa en Arabia –que el joven conocìa con dos meses de retraso- y en el mundo entero, hacièndose especial hincapiè en los adelantos de la ciencia y la tècnica (38).

    En La pradera de los asfódelos, Rubén Benítez evoca una Navidad de las de antes: "En Navidad la gente parecía distinta. No como ahora. Todos estaban alegres, salían a la calle y saludaban contentos. Había que pararse en todas las puertas. Hasta los turcos que vivían en la esquina festejaban la Navidad. Don José, el que hizo el aparador, abría una sidra… ‘No es como la de Asturias, pero tampoco está mal’ decía siempre después de probarla" (39).

    En 1998 apareciò Memorias para no olvidar (40), ùltimo libro de la trilogìa que Bedrossian escribiò acerca de la Cuestiòn Armenia. Las memorias se inician cuando los padres de Nersès, que poco antes cumpliò veintiùn años, deciden realizar, como le habìan prometido, el pedido de mano de una joven para que su hijo se case. La obra finaliza con el casamiento de esa pareja, unos meses despuès.

    Esta historia ìntima sirve de marco para otra màs abarcadora: la de los armenios en la Argentina. Distintos personajes van narrando las circunstancias en que se realizò la inmigraciòn, las atrocidades que debieron padecer en manos de los turcos, la tortura, las violaciones de religiosas y alumnas, y muchos otros episodios que indignan al lector y han quedado grabados por siempre en la memoria de este pueblo bueno y sufrido.

    Otros aspectos tambièn son descriptos: las comidas, la instrucciòn, la religiòn, el respeto a los padres y la consagraciòn a los hijos, los juegos con los que se entretenìan los armenios, sus visitas a la peluquerìa, al dentista, la llegada de un pariente al que hacìa años que no veìan… Hechos cotidianos que contribuyen a dar una imagen de una colectividad en un tiempo que pasò.

    La relaciòn con inmigrantes procedentes de otros paìses es evocada en estas pàginas, en las que se presenta una Barracas cosmopolita, en la dècada del 50, en la que los extranjeros conviven solidariamente. Agobiados por haber dejado a la familia, o de haber visto como la asesinaban, la relaciòn entre los armenios es resumida en ese dicho que reza: "Mejor un vecino cerca que un pariente lejos", y que ha llegado generalizada a nuestros dìas, en los que en algunos barrios, afortunadamente, todavìa se observa.

    Algunos inmigrantes cuentan historias a un auditorio siempre interesado. La mismas tienen que ver con la tradiciòn de su naciòn, con su trabajo o con circunstancias curiosas de la vida. Bedrossian las incluye en su obra, para que todos las conozcamos.

    Este libro es mucho màs que el recuerdo en tercera persona de un joven en una etapa feliz de su existencia; es la memoria de un pueblo que debiò dejar su tierra, a la que venera.

    En 1998, la novela Virgen, de Gabriel Báñez, resultó finalista del Premio Planeta. En ella evoca la confusión reinante, en la década del 30, en lo que respecta a las nacionalidades de los inmigrantes. La protagonista: "Durante esos primeros tiempos lo único que no logró explicar fue su propia nacionalidad. No era francesa, era belga, pero resultaba inútil aclarar semejante diferencia cuando las erres se le estiraban hasta la gangosidad, y cuando los ucranianos, judíos, rumanos, lituanos y polacos eran rusos o los sirios y loslibaneses resultaban turcos. Había llegado a un país de tanos y gallegos y de rusos y turcos, y todo lo que no entrara en el dos por cuatro de esa conclusión elemental era una rareza de apellido pero nunca de nacionalidad" (41).

    En Stéfano, novela de María Teresa Andruetto, aparece un turco tendero: "Stéfano le cuenta a Lina que en la tienda de rezagos hay un saxo, un instrumento para hacer música. Le ha pedido al dueño que no lo venda, él juntará el dinero para comprarlo". Vittorio pregunta al muchacho "cómo se llama ese instrumento que ha visto en la tienda del turco Rasú" (42).

    En Tama, otra novela de Andruetto, cuenta la narradora: "Durante los años que vivió con la galesa, mi abuelo estuvo vendiendo baratijas, tal como les había visto hacer con mayor suerte a los turcos que andaban por el Norte" (43).

    En cuentos

    En "Santana", uno de los Cuentos de la oficina, Roberto Mariani se refiere a los habitantes de un conventillo, entre los que se encuentran los turcos: "Una de estas antiquísimas mansiones actualmente agoniza en conventillo. En sus espaciosas habitaciones donde acaso en 1815 ó 1820 algún general de la Independencia abandona esposa e hijas para ir a satisfacer su sed patriótica en los abiertos campos de batalla, hoy conviven apretujadas seis u ocho familias de las más diversas nacionalidades, y costumbres contradictorias hasta la beligerancia. Italianos, franceses, turcos, criollos. La última habitación la ocupa un griego relojero" (44).

    En la "Cantata para los hijos de Gracimiano", escribe Daniel Moyano: "Yo conocí a Gracimiana cuando ella todavía era una niña. Tenía la piel tan suave que se le paspaba con cualquier brisa, Vivía en el campo y vino a Chepes para ir a la escuela, aunque ya era un poco grande para eso. La admití loismo y le tomé cariño. Aprendió rápidamente y si no hubiera sido porque era linda, habría pasado desapercibida. No hablaba casi nunca y se movía como una sombra. Los obrajeros y los turcos más ricos de la zona querían casarse con ella. Su desgracia fue Gracimiano. Todavía iba a la escuela cuando lo conoció. Gracimiana envejeció a los treinta años, gastada por él y por los hijos. Después la perdimos de vista, pero quien tuvo la suerte de conocer a Anita, su hija, podía ver otra vez a Gracimiana con las mejillas paspadas por el aire" (45).

    En "El mundo, una vieja caja de música que tiene que cantar", Héctor Tizón describe al "Turco": "Con la negra barba cortada a golpes de tijera, el pelo sucio, abundante y revuelto de tal manera que pueda encajar dentro del pasamontaña y mantenerse allí por días y noches y días y sobre todo con su andar cauteloso, asentando con seguridad la planta de los pies evoca sin lugar a dudas largas travesías de camelleros en los arenales de Yemen, o en las faldas de Sinaí, o quién sabe dónde. Descendiente por rama directa de uno de los Reyes Magos –afirma que de Melchor- su abolengo se encuentra hoy podrido y desnaturalizado pero aún recorre con su hato a cuestas toda la Puna, cargado de quincalla y porquerías. Con sus mejillas abultadas y tensas por la coca se lo distingue en los caminos, omnipotente y grasoso, penetrando en todas las casuchas y haciendo un hijo en cada una. Este habitante de los desiertos y de los vientos practica la fornicación con entusiasmo y con fe –como un acto ritual y hospitalario o una prueba divina de la existencia- en las pacíficas indias. A esto deniomina mestizaje. Palabra que tiene para él un extraño sonido húmedo hondo y musical a un mismo tiempo. Alardea además de no haberse mojado el cuerpo en treinta y cinco años" (46).

    Un inmigrante, personaje de un cuento de José Mantel, relata su historia: "-Apenas tenía quince años cuando vine de Izmir con mi padre viudo. No tuvo suerte, y al tiempo decidió probar en otro lado, dejándome con una prima suya. No lo vi nunca más, no sé nada de él, ni siquiera si está vivo o muerto. La prima estaba casada con un mal hombre, que cuando se hacía ‘preto candil’ le daba ‘jaftonás’. Un día quiso pegarme a mí, y le partí la cabeza con un banco que había en la cocina. Salí de la casa, sabiendo que no podría volver más. Anduve por las calles, hasta que me arrecudjeron en una marmolería cercana al cementerio de la Chacarita. Todo el día cargaba bloques de mármol, pulía cruces y lápidas, tenía las manos destrozadas. A la noche dormía en un cuchitril ahí mismo, me entesaba en invierno y me atabafaba en verano. Una noche de calor insoportable salí a caminar por ahí y conocí al ‘Títere’ y su pandilla. Con ellos recorríamos el arroyo Maldonado molestando a mujeres y parejas, apretando a los desprevenidos que se atrevían por ese lugar. Me parecía divertido, pero una vez se les fueron las manos y los cuchillos. Ese día el Dió me iluminó, me di cuenta que la fama de ‘el turco’ como me conocían, y que tú viste el otro día cómo espantó a los ladrones, no me iba a llevar a nada bueno y me vine al lado de los ‘muestros’. No me equivoqué: de los que andaban conmigo algunos están en la cárcel de Las Heras, y hasta hay uno en Ushuaia. Lo que aprendí de todo esto es que hay que andar derecho y respetar a la mujer, por eso es que me atrevo a pedirte a Bula por esposa" (47).

    En dos cuentos de Carolina de Grinbaum aparece el turco comerciante. En "La inocencia de los culpables", escribe: "Nadie faltó al convite, desde el boticario, el Juez de Paz, el turco del almacén, el cura párroco, el comisario y algunos vecinos de vieja data. La cosa daba para gran jolgorio". En "Un amarillo hiriente", leemos: "Estaban sólo ellos y el pudor en la rústica cortina comprada al turco, única escenografía florida, entre esa aridez" (48).

    En poesías

    Leopoldo Lugones, en "la ‘Oda a los ganados y las mieses’ muestra una expansión jubilosa en la exaltación de la tierra, los hombres y los frutos, sin rehuir prosaísmos certeros de cordial resonancia. Desde el diálogo pintoresco que sitúa con felicidad en su medio al criollo o al extranjero hasta el cuadro familiar a veces íntimo y conmovido de recuerdos, Lugones hace explícita una convivencia con el mundo humano, animal o de humildad biológica que sorprende por la extrema y sutil observación. Hay ternura y gracia en el diminutivo y las imágenes justas multiplican ante el lector la hirviente variedad de ese vivo universo" (49).

    Canta al árabe: "Más allá viene el sirio buhonero,/ Balanceando a la espalda su bicoca,/ Al canto gutural de la sabida/ ‘Cosa linda barata’ que pregona" (50).

    En su poema "En el día de la recolección de los frutos", Bufano expresó: "Salud, hombres morenos que escuchásteis/ a los cedros del Líbano sonar,/ y que hoy en nuestros vientos creéis oír las voces/ de la patria que acaso ya no veréis jamás./ Hombres de los desiertos remotos/ a quienes en las pampas hoy vemos galopar/ luciendo nuestro escudo en el pañuelo gaucho/ o en la rastra de plata o el mango del puñal./ ¡Hombres de ojos negros y lejanos;/ hermanos árabes que lloráis/ cuando en las noches nuestras agobiadas de estrellas,/ oís una guitarra gemir y sollozar" (51).

    …..

    Con sus costumbres y sus oficios, los turcos están presentes en la literatura argentina y en los testimonios que transcribimos parcialmente. Aunque unificados bajo una común denominación, supieron mantener las tradiciones de las tierras de las que provenían y contribuyeron al engrandecimiento de la nuestra.

    Notas

    1. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: A la mesa. Ritos y retos de la alimentación argentina. Buenos Aires, Grijalbo, 2000.
    2. Aubele, Luis: "A boca de jarro", en La Nación, 23 de junio de 2002.
    3. Szwarcer, Carlos: "El café Izmir", en SEFARaires N° 14.
    4. S/F: en Refranes y expresiones sefaradías de la tradición judeo española de Esmirna. Buenos Aires, Milá, 2001.
    5. León, Luis: "Un seder con el papú Menajem", en SEFARaires
    6. Mizrahi, Victoria: "Mi abuela Vida", en SEFARaires
    7. Alonso de Rocha, Aurora: "Entonces la mujer", en El Tiempo, Azul, 25 de mayo de 2003.
    8. S/F: Reportaje a Julia Zenko en La Nación Revista 11 de agosto de 2002.
    9. S/F: "Una mamá que hoy celebra sus 100 años", en La Nación, Buenos Aires, 20 de octubre de 2002.
    10. Bedrossian, Hagop: Hayrig. Ediciones Akian. Buenos Aires, 1991.
    11. Bedrossian, Hagop: Hayrig II. Buenos Aires, 1995.
    12. Boulgourdjián-Toufeksián, Nélida:Los armenios en Buenos Aires. Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.
    13. Clucellas, María Isabel: en La Prensa, 8 de septiembre de 1991.
    14. Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
    15. Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: op. cit.
    16. Chumbita, Hugo: Ultima frontera. Vairoleto: Vida y leyenda de un bandolero. Buenos Aires, Planeta, 1999.
    17. Alhadeff, Vittorio: La cita en Buenos Aires, Saga de una gran familia sefaradí. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1997.
    18. Malinow, Inés: "Testimonio familiar", en La Nación, Buenos Aires, 4 de enero de 1998.
    19. Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
    20. Lima, Félix: "Lo ha dicho l’Aquensia Stefani", citado en Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
    21. Nalé Roxlo, Conrado: "Borrador de memorias", citado por Jorge B. Rivera en el prólogo a Chamico: El muerto profesional. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    22. Chamico (Conrado Nalé Roxlo): El muerto profesional. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    23. Ordaz, Luis: "Armando Discépolo o el ‘grotesco criollo’ ", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    24. Ordaz, Luis: ibídem
    25. Discépolo, Armando y De Rosa, Rafael: Mustafá. Citado por Páez, Jorge en El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
    26. Ordaz, Luis: op. cit.
    27. Jitrik, Noè: "El ciclo de la Bolsa", en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    28. Onega, Gladys: La inmigración en la literatura argentina (1880-1910). Buenos Aires, CEAL, 1982.
    29. Martel, Juliàn: La Bolsa. Buenos Aires, Kraft, 1956..
    30. Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
    31. Grosso, Marcela y Baldoni, Marta: "Guía de trabajo para el profesor", adjunta a Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
    32. ibídem
    33. Arias, Abelardo: op. cit.
    34. Grosso, Marcela y Baldoni, Marta: op. cit.
    35. Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984.
    36. Isaac, Jorge E.: Una ciudad junto al rìo. Buenos Aires, Marymar, 1986.
    37. S/F: Nota explicativa en Gonzàlez Rouco; Marìa: "Jorge Isaac: novelista de la inmigraciòn àrabe", en La Capital, Rosario, 24 de julio de 1988.
    38. González Rouco, María: "Jorge Isaac: la inmigración árabe", en www.monografias.com
    39. Benítez, Rubén: La pradera de los asfódelos. Bahía Blanca, Siringa, 1989.
    40. Bedrossian, Eduardo: Memorias para no olvidar. Buenos Aires, Edición del autor, 1998.
    41. Báñez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
    42. Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
    43. Andruetto, María Teresa: Tama. Córdoba, Alción Editora, 2003.
    44. Mariani, Roberto: "Santana". Citado por Páez, Jorge en El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
    45. Moyano, Daniel: "Cantata para los hijos de Gracimiano", en Hernández, J.J., Tizón, H., Blaisten, I. y otros: El cuento argentino 1959-1970 antología. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    46. Tizón, Héctor: "El mundo, una vieja caja de música que tiene que cantar", en Hernández, J.J., Tizón, H., Blaisten, I. y otros: El cuento argentino 1959-1970 antología. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    47. Mantel, José: "La historia de Yaquito Péres", en SEFARaires.
    48. Grinbaum, Carolina de: La inocencia de los culpables. Buenos Aires, e.g, 2003.
    49. Ara, Guillermo: "Leopoldo Lugones", en Historia de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    50. Lugones, Leopoldo: "Oda a los ganados y las mieses", en Antología poética. Buenos Aires, Espasa, 1965.
    51. Bufano, A.: "En el día de la recolección de los frutos", en "Para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino". Buenos Aires, Clarín.

    Trabajo enviado por

    María González Rouco

    Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional Matriculada