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Bibliografía Esencial de Psicoanálisis I (página 4)

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Sueños que han experimentado esta elaboración por parte de una actividad psíquica enteramente análoga al pensamiento despierto pueden llamarse bien compuestos. En el caso

de otros sueños esa actividad ha fallado por completo; ni siquiera se ha hecho el ensayo de establecer un orden y una interpretación, y nosotros, identificándonos tras despertar con esta

última pieza del trabajo del sueño, lo juzgamos «totalmente confuso». Para nuestro análisis, empero, el sueño que semeja un amontonamiento desordenado de jirones inconexos tiene el

mismo valor que el ya pulido y provisto de una superficie. Y en el primer caso nos ahorramos incluso la fatiga de volver a demoler Io que se sobreimpuso al contenido del sueño.

Pero andaríamos errados(352) si en estas fachadas de los sueños no viéramos más que unas mal entendidas, y harto caprichosas, elaboraciones de su contenido por parte de la instancia

conciente de nuestra vida anímica. En la producción de la fachada del sueño no rara vez se emplean fantasías de deseo que se hallan preformadas en los pensamientos oníricos, y que

son del mismo tipo que los llamados con acierto «sueños diurnos» que conocemos por la vida despierta. Las fantasías de deseo que el análisis descubre en los sueños nocturnos resultan

ser a menudo repeticiones y refundiciones de escenas infantiles; así, en muchos sueños, la fachada nos muestra directamente su núcleo genuino desfigurado por mezcla con otro material.

Otras actividades que las cuatro mencionadas no se descubren en el trabajo del sueño. Si nos atenemos a la determinación conceptual que dice que «trabajo del sueño» designa el trasporte de los pensamientos oníricos al contenido de aquel, tenemos que admitir que no es creador, no despliega una fantasía que le sea propia, no juzga, no infiere, y en general no rinde otra cosa que condensar el material, desplazarlo y refundirlo en forma sensorialmente intuible, a lo cual todavía se agrega esa última e inconstante piecita que es la elaboración interpretadora. Es cierto que dentro del contenido del sueño se hallan muchas cosas que se querría concebir como el resultado de otro rendimiento intelectual, de nivel más alto. Pero el análisis demuestra convincentemente en todos los casos que estas operaciones intelectuales estaban efectuadas previamente en los pensamientos oníricos y el contenido del sueño no hizo sino recogerlas. Una conclusión en el sueño no es más que la repetición de un razonamiento incluido en los pensamientos oníricos; no aparece chocante cuando se ha traspasado sin alteración al sueño; se vuelve disparatada si por obra del trabajo del sueño se la desplazó, tal vez, a otro material.

Una cuenta en el contenido del sueño no significa sino que entre los pensamientos oníricos hay n cálculo; mientras que este es en todos los casos correcto, la cuenta del sueño puede brindar el resultado más loco por condensación de sus factores o por desplazamiento de ese mismo tipo de operación a un material diverso. Ni siquiera los dichos que se presentan en el contenido del sueño se compusieron como cosa nueva; demuestran ser unos emparchados de dichos proferidos, escuchados o leídos, que se renovaron en los pensamientos oníricos y cuya literalidad copian en todos sus puntos, mientras que dejan por entero de lado lo que los ocasionó y alteran su sentido hasta violentarlos al máximo.

No es superfluo, quizás, apoyar estas últimas aseveraciones mediante unos ejemplos.

I. Un sueño bien compuesto de una paciente, que suena inocente:

Va al mercado con su cocinera, que lleva la canasta. El carnicero le dice, después que ella te pidió algo: «De eso no tenemos más», y pretende darle otra cosa, con esta observación: «Esto también es bueno». Ella lo rechaza y se dirige a la verdulera. Esta quiere venderle una extraña hortaliza, que viene atada en haces pero es de color negro. Ella dice: «A eso no lo conozco, y no lo llevo».

El dicho «De eso no tenemos más» viene del tratamiento. Yo mismo había declarado textualmente a la paciente, días antes, que los recuerdos de infancia más antiguos no los

tenemos más como tales, sino que se sustituyen por trasferencias y sueños. Yo soy, por tanto, el carnicero.

El segundo dicho, «A eso no lo conozco», aconteció en un contexto por entero diverso. El día antes ella misma había espetado a su cocinera, que por lo demás también aparece en el sueño, con tono reprobatorio: «¡Pórtese usted decorosamente, a eso no lo conozco!», es decir, a un comportamiento así no lo reconozco, no lo admito. La parte más inocente de este dicho alcanzó el contenido del sueño por un desplazamiento; en los pensamientos oníricos sólo la otra parte del dicho desempeñaba un papel, pues aquí el trabajo del sueño alteró, hasta volverla irreconocible y darle el carácter más extremadamente inocente, una situación de la fantasía en que yo me portaba hacia la dama de una cierta manera indecorosa. Ahora bien, esta situación esperada en la fantasía no es, a su turno, más que la reedición de otra vivenciada realmente cierta vez. (ver nota)(353)

II. Un sueño en apariencia totalmente insignificante,en que se presentan números:

Ella quiere pagar algo; su hija le toma 3 florines y 65 kreuzer de la cartera; pero ella dice: «¿Qué haces? Sólo cuesta 21 kreuzer».

La soñante era una extranjera que había puesto a su hija en un instituto pedagógico de Viena y que podría continuar su tratamiento conmigo mientras aquella permaneciese en la ciudad. El día anterior al sueño, la directora del instituto le había sugerido que dejase a su hija todavía un año más. De ocurrir tal cosa, ella alargaría también el tratamiento en un año. Los números incluidos en el sueño cobran significado si se recuerda que el tiempo es oro. «Time is money». Un año es igual a 365 días; expresado en kreuzer, 365 kreuzer o 3 florines y 65 kreuzer. Los 21 kreuzer corresponden a las tres semanas que debían trascurrir desde el día del sueño hasta el cierre de los cursos y, por tanto, el final del tratamiento. Eran evidentemente consideraciones pecuniarias las que habían movido a la dama a rechazar la propuesta de la directora, y las responsables de la pequeñez de la suma en el sueño. (ver nota)(354)

III. Una dama joven, pero casada desde hace años, se entera de que su conocida, la señorita Elise L., casi de la misma edad que ella, ha contraído esponsales.

Esta ocasión excita el siguiente sueño:

Está sentada con su marido en el teatro, un sector de la platea está totalmente desocupado. Su marido le cuenta que Elise L. y su prometido también habían querido ir, pero sólo consiguieron malas localidades, 3 por 1 florín y 50 kreuzer, y no pudieron tomarlas. Ella piensa que eso no habría sido una calamidad.

Aquí nos interesarán el origen de los números tomados del material de los pensamientos oníricos y las mudanzas que han experimentado. ¿De dónde proviene la cifra de 1 florín y 50

kreuzer? De una ocasión indiferente de la víspera. Su cuñada había recibido en obsequio de su marido la suma de 150 florines y se apresuró a desprenderse de ellos comprándose una alhaja a cambio. Reparemos en que 150 florines son cien veces más que 1 florín y 50 kreuzer. Para el tres, que está en el número de las entradas de teatro, se descubre este único anudamiento: que Elise L., la novia, es precisamente tres meses más joven que la soñante. La situación del sueño es el reflejo de un pequeño episodio por el cual su marido se mofó a menudo de ella. Una vez se había apresurado demas iado, había reservado con anticipación entradas para una función de teatro, y cuando después entraron en él un sector de la platea estaba casi desocupado. No habría necesitado, pues, apresurarse tanto. Que no se nos escape, por último, la absurdidad del sueño, a saber, ¡que dos personas hayan de comprar tres entradas para el teatro!

Ahora los pensamientos oníricos: «Seguro que fue un disparate casarse tan temprano; yo no habría necesitado apresurarme tanto. Por el ejemplo de Elise L. veo que de todos modos habría conseguido un marido, y por cierto uno cien veces mejor (hombre, tesoro), con sólo haber esperado. Tres hombres así me habría podido comprar a cambio del dinero (la dote)». (ver nota)(355)

VIII

Después de haber aprendido, en las exposiciones precedentes, a conocer el trabajo del sueño, nos inclinaremos a declararlo un proceso psíquico sumamente particular, que, por lo que

sabemos, no tiene igual en ninguna otra parte. Se ha trasladado al trabajo del sueño, por así decir, esa extrañeza que en otras ocasiones solía despertar en nosotros su producto, el sueño.

En realidad, el trabajo del sueño es sólo el primero que hemos individualizado entre toda una serie de procesos psíquicos a los cuales ha de reconducirse la génesis de los síntomas

histéricos, de las ideas angustiosas, de las obsesivas y de las delirantes. Condensación y, sobre todo, desplazamiento son caracteres que nunca les faltan, tampoco, a estos otros

procesos. La refundición en lo sensorialmente intuible, en cambio, es peculiar del trabajo del sueño. Si este esclarecimiento sitúa al sueño dentro de una misma serie con los productos de

ciertas enfermedades psíquicas, tanto más importante será para nosotros averiguar las condiciones esenciales de procesos como los que sobrevienen en la formación del sueño.

Probablemente quedemos maravillados si nos dicen que ni el estado del dormir ni la enfermedad se cuentan entre estas condiciones indispensables. Toda una serie de fenómenos

de la vida cotidiana de las personas sanas, los olvidos, los deslices en el habla, el trastrocar las cosas confundido, y una cierta clase de errores, deben su génesis a un mecanismo psíquico

análogo al del sueño y los otros miembros de la serie. (ver nota)(356)

El núcleo del problema reside en el desplazamiento, con mucho la más llamativa entre las operaciones singulares del trabajo del sueño. Si penetramos a fondo en eso que se nos

enfrenta, aprendemos que la condición esencial del desplazamiento es puramente psicológica; pertenece a la clase de una motivación. Damos con su huella examinando unas experiencias de que no podemos sustraernos en el análisis de sueños. A raíz de un ejemplo de sueño, he debido interrumpir la comunicación de los pensamientos oníricos porque entre ellos, según

confesé, los había tales que de buena gana yo los guardaba en secreto frente a extraños y no podía comunicarlos sin grave menoscabo de importantes reparos personales. Agregué que de nada valía si en vez de este sueño escogía otro para comunicar su análisis; en todo sueño cuyo contenido fuera oscuro o confuso tropezaría con pensamientos oníricos que pedirían guardarse en secreto. Ahora bien, sí prosigo para mí mismo el análisis, sin preocuparme por los otros (a quienes, en verdad, una vivencia tan personal como mi sueño en modo alguno puede estarles destinada), llego a pensamientos que me sorprenden, que yo no había advertido en el interior de mí mismo, que no me son sólo ajenos, sino también desagradables, y que por eso yo querría imp ugnar enérgicamente, mientras que la cadena de pensamientos que discurre por el análisis se me impone de manera inexorable. De ese estado de cosas totalmente universal no puedo dar razón si no es mediante un supuesto: esos pensamientos estuvieron realmente presentes en mi vida anímica y en posesión de una cierta intensidad o energía psíquicas, pero se encontraban en una peculiar situación psicológica a consecuencia de la cual no pudieron devenírseme concientes. A este particular estado lo llamo el de la represión. No puedo menos que suponer un vínculo causal entre la oscuridad del contenido del sueño y el estado de la represión, el de la insusceptibilidad de conciencia, de algunos de los pensamientos oníricos, e inferir que el sueño se vería forzado a ser oscuro para no traicionar los pensamientos oníricos prohibidos. Así arribo al concepto de la desfiguración onírica, que es la obra del trabajo del sueño y que sirve a la disimulación, al propósito de ocultar.

Quiero hacer la prueba con el ejemplo de sueño escogido para analizar y preguntarme cuál es, entonces, el pensamiento que se hace valer, desfigurado, en este sueño, mientras que de no estarlo provocaría mi más acerba oposición. Me acuerdo de que ese viaje en coche, gratis, me ha evocado los últimos viajes en coche, costosos, con una persona de mi familia; también de que había obtenido esta interpretación del sueño: «Yo querría saber alguna vez de un amor que no me costara nada», y que poco tiempo antes del sueño tuve que hacer un considerable desembolso de dinero justamente para esa persona. Dentro de esta trabazón, no puedo defenderme del pensamiento de que ese desembolso me pesa. Sólo si yo reconozco esta moción cobra un sentido que en el sueño desee para mí un amor que no me cause ningún desembolso. Y no obstante, puedo decirme honradamente que no vacilé un instante en consentir en el gasto de aquella suma. El pesar provocado por ello, esa corriente contraria, no me devino conciente; por qué razón, esa es otra cuestión muy distinta, que nos llevaría muy lejos, y la respuesta que conozco para ella pertenece a un contexto diverso.

Si yo no someto al análisis un sueño propio, sino el de una persona extraña, el resultado es el mismo; pero los motivos para el convencimiento varían. Si se trata del sueño de una persona

sana, para compelerla a admitir las ideas reprimidas que se hallaron no me queda otro recurso que la trabazón de los pensamientos oníricos, y esa persona siempre puede rehusarse a

reconocerla. Pero sí se trata de un enfermo neurótico, por ejemplo de un histérico, la aceptación del pensamiento reprimido se vuelve obligatoria para él por la trabazón de este último con sus síntomas patológicos y por la mejoría que experimenta con el trueque de síntomas por ideas reprimidas. En el caso, verbigracia, de la paciente de quien proviene el último sueño

mencionado, el de las tres localidades a cambio de 1 florín y 50 kreuzer, el análisis tiene que suponer que ella menosprecia a su marido, que lamenta haberse casado con él, que bien

querría permutarlo por otro. Claro está que sostiene amar a su marido, que su mundo de sentimientos nada sabe de ese menosprecio (¡uno cien veces mejor!) pero todos sus síntomas

llevan a idéntica resolución que este sueño, y después que se hubieron evocado recuerdos, reprimidos por ella, de una cierta época en que tampoco concientemente había amado a su

marido, esos síntomas se solucionaron y desapareció su existencia a la interpretación del sueño.

IX

Una vez fijado el concepto de la represión, y puesta la desfiguración onírica en relación con un material psíquico reprimido, podemos enunciar en términos bien universales el principal

resultado que brinda el análisis de los sueños. Con respecto a los sueños comprensibles y provistos de sentido, averiguamos que son cumplimientos de deseo no disfrazados, vale decir,

que la situación onírica figura en ellos como cumplido un deseo sabido por la conciencia, que ha quedado pendiente de la vida diurna y es merecedor de interés. Ahora bien, sobre los sueños oscuros y confusos el análisis enseña algo enteramente análogo: la situación onírica figura también un deseo como cumplido, el que por regla general surge de los pensamientos oníricos; pero la figuración es aquí irreconocible, sólo se la puede esclarecer por reconducción dentro del análisis, y el deseo o bien es él mismo un deseo reprimido, ajeno a la conciencia, o bien está en la más estrecha unión con pensamientos reprimidos, que son sus portadores. La fórmula para estos sueños reza, entonces: Son cumplimientos encubiertos de deseos reprimidos. Al respecto es interesante hacer notar que la opinión popular acierta cuando sostiene que el sueño lisa y llanamente anuncia el futuro. En verdad es el futuro el que el s ueño nos muestra, no el que acaecerá, sino el que querríamos que sobreviniera. El alma popular procede aquí como suele hacerlo en cualquier otra circunstancia: cree lo que desea.

Según su manera de comportarse hacia el cumplimiento de deseo, los sueños se dividen en tres clases. En primer lugar, los que figuran no disfrazadamente un deseo no reprimido; estos son los sueños de tipo infantil, que en el adulto se van haciendo cada vez más raros. En segundo lugar, los sueños que expresan disfrazadamente un deseo reprimido; sin duda, la

abrumadora mayoría de todos nuestros sueños, que para ser comprendidos requieren, después, del análisis. En tercer lugar, los sueños que por cierto figuran un deseo reprimido,

pero sin disfraz o con uno insuficiente. Estos últimos sueños van acompañados en general de angustia, que los interrumpe. La angustia es aquí el sustituto de la desfiguración onírica; en los sueños de la segunda clase, el que la ahorra es el trabajo del sueño. Puede demostrarse, sin demasiada dificultad, que el contenido de representación que ahora nos depara en el sueño una angustia fue otrora un deseo, desde entonces sometido a la represión.

Hay también claros sueños de contenido penoso, pero que dentro del sueño no se siente como penoso. Por eso no se los puede contar entre los sueños de angustia, pero siempre se los ha usado para demostrar la carencia de significado y de valor psíquico de los sueños. El análisis de un ejemplo de ellos mostrará que se trata de cumplimientos bien disfrazados de deseos reprimidos (por tanto, de sueños de la segunda clase), y al mismo tiempo evidenciará la descollante aptitud que posee el trabajo de desplazamiento para disfrazar al deseo.

Una muchacha sueña que ve frente a sí, muerto, al único hijo que le queda a su hermana, y en circunstancias idénticas a las que años antes vio el cadáver del primer hijo. No siente frente a eso dolor alguno, pero naturalmente se revuelve contra la idea de que esa situación respondería a un deseo suyo. Tampoco es forzoso que así sea; pero ante el ataúd de aquel niño había visto años antes por última vez a su hombre amado, y le había hablado; si el segundo niño muriera, sin duda se encontraría de nuevo con ese hombre en casa de la hermana. Ahora anhela ese encuentro, pero se rebela contra este sentimiento. El mismo día del sueño había comprado una entrada para una conferencia anunciada por ese hombre, que seguía siendo el amado. Su sueño es un simple sueño de impaciencia, como son corrientes antes de viajes, idas al teatro y otros disfrutes esperados de pareja índole. Pero, para ocultarle esta añoranza, la situación se desplazó a una circunstancia que es la menos adecuada para un sentimiento jubiloso, que se había presentado una vez en la realidad. Repárese además en que la conducta afectiva dentro del sueño no es adecuada al contenido empujado al primer plano, sino al real, pero refrenado.

La situación del sueño anticipa la visión del amado, largamente añorada; no ofrece base alguna para una sensación dolorosa. (ver nota)(357)

X

Los filósofos no han tenido hasta hoy ocasión alguna de ocuparse de una psicología de la represión. Es lícito, por eso, que en una primera aproximación a ese estado de cosas todavía

desconocido nos procuremos una representación sensorialmente intuible de la marcha de la formación del sueño. El esquema a que arribamos, y no sólo a partir del estudio del sueño, es

por cierto ya bastante complicado; pero no podemos contentarnos con uno más simple.

Suponemos que en nuestro aparato anímico existen dos instancias formadoras de pensamiento; de ellas, la segunda posee el privilegio de que sus productos tienen franco acceso a la conciencia, mientras que la actividad de la primera instancia es en sí inconciente y sólo puede alcanzar la conciencia pasando por la segunda. En la frontera entre ambas instancias, en el pasaje de la primera a la segunda, se encuentra una censura que sólo deja pasar lo que le es agradable, y a lo otro lo refrena. Entonces, eso expulsado por la censura se encuentra, según nuestra definición, en el estado de la represión. En ciertas condiciones, una de las cuales es el estado del dormir, la relación de fuerzas entre ambas instancias se altera de tal modo que lo reprimido ya no puede ser refrenado del todo. En el estado del dormir esto acontece, acaso, por el relajamiento de la censura; así, lo hasta entonces reprimido consigue facilitarse el camino hasta la conciencia. Empero, puesto que la censura nunca es cancelada, sino meramente rebajada, a lo reprimido se le hace preciso condescender en unas alteraciones

para suavizar sus aspectos escandalosos. Lo que en tal caso deviene conciente es un compromiso entre aquello que se propone una instancia y lo exigido por la otra. Represión,

relajamiento de la censura, formación de compromiso: he ahí el esquema básico para la génesis de muchísimas otras formaciones psicopáticas(358) de igual modo que para la del

sueño, y en la formación de compromiso se observan aquí y allí los procesos de la condensación y el desplazamiento, así como el recurso a asociaciones superficiales de que

hemos tomado conocimiento a raíz del trabajo del sueño.

No tenemos razón alguna para encubrir el elemento de demonismo que ha intervenido en el planteo de nuestra explicación del trabajo del sueño. Hemos recibido la impresión de que la

formación de los sueños oscuros se produce como si una persona, que es dependiente de una segunda, tuviera que exteriorizar algo, oír lo cual tiene que resultarle desagradable a esta última; y partiendo de este símil formulamos los conceptos de la desfiguración oníricay de la censura; y nos empeñamos en traducir nuestra impresión a una teoría psicológica sin duda grosera, pero por lo menos gráfica. No importa con qué habrán de identificarse nuestras instancias primera y segunda cuando avancemos en la aclaración del objeto; podemos confiar en que se confirmará un correlato de nuestro supuesto, a saber, que la segunda instancia gobierna el acceso a la conciencia y puede bloqueárselo a la primera.

Superado el estado del dormir, la censura vuelve a erguirse de súbito en toda su alteza y ahora puede aniquilar de nuevo lo que le fue impuesto mientras duraba su debilidad. Que el olvido del sueño pide esta explicación al menos en parte, he ahí lo que surge de una experiencia corroborada incontables veces. Durante el relato de un sueño o durante su análisis no es raro que de pronto vuelva a emerger un fragmento de su contenido que se creía olvidado. Este fragmento rescatado del olvido contiene por lo general el mejor y más directo acceso al

significado del sueño. Y probablemente sólo por eso estuvo destinado a perderse en el olvido, es decir, a caer bajo una nueva sofocación.

XI

Si concebimos el contenido del sueño como figuración de un deseo cumplido y reconducimos su oscuridad a la alteración impuesta por la censura al material reprimido, ya no nos resulta

difícil discernir la función del sueño. En extraña oposición a frases hec has según las cuales el dormir es turbado por los sueños, tenemos que reconocer al sueño como el guardián del

dormir.

Para el sueño infantil, no es difícil hacer creíble nuestra aseveración. El estado del dormir, o la alteración psíquica que él trae aparejada, no importa en qué consista, es producido por la

decisión de dormir que le es impuesta al niño o que él adopta por sentirse fatigado; sólo se vuelve posible mediante el alejamiento de estímulos que podrían plantear al aparato psíquico

otras metas que la de dormir. Conocidos son los medios que se usan para mantener lejos los estímulos exteriores; pero, ¿cuáles son los medios de que disponemos para apartar los

estímulos internos que estorban el dormirse? Obsérvese a una madre que hace dormir a su hijo. El manifiesta sin cesar deseos y necesidades, quiere otro beso, querría seguir jugando, y le son en parte satisfechos, pero en parte se le difieren autoritativamente para mañana. Resulta claro que los deseos y necesidades que se avivan son los obstáculos para dormirse. Quién no conoce la risueña historia de Balduin Groller(359) sobre el niñito malcriado que despertándose a la noche berrea desde el dormitorio: « ¡Quiero el rinoceronte!». Un niño más formal, en vez de berrear, soñaría que juega con el rinoceronte. Puesto que el sueño que muestra cumplido al deseo es creído durante el dormir, cancela al deseo y posibilita el dormir. No puede dejar de pensarse que la imagen onírica suscita esa creencia porque se reviste con la apariencia psíquica de la percepción, y al niño le falta todavía la capacidad, que se adquiere más tarde, de distinguir la alucinación o fantasía de la realidad.

El adulto ha aprendido esta diferencia; también ha comprendido la inutilidad del desear, y mediante un continuado ejercicio ha logrado aplazar sus aspiraciones hasta el momento en

que, tras largos rodeos, puedan realizarse por la modificación del mundo exterior. En consonancia, también mientras duerme es raro que se le cumplan deseos por ese corto

camino psíquico; y aun es bien posible que ello ni siquiera le suceda, y todo lo que nos parece formado a la manera de un sueño infantil requiera de una resolución muy complicada. Es que en el adulto -y en toda persona cuerda sin excepción- se ha constituido una diferenciación del material psíquico, que falta en el niño. Ha advenido una instancia psíquica que, aleccionada por la experiencia de la vida, ejerce con celoso rigor una influencia regidora e inhibitoria sobre las mociones anímicas, y que, por la posición que ocupa respecto de la conciencia y de la motilidad voluntaria, está provista de los máximos recursos de poder psíquico. Ahora bien, una parte de las mociones infantiles ha sido sofocada, como inútil para la vida, por obra de esa instancia, y todo el material de pensamientos que reconoce ese linaje se encuentra en el estado de la represión.

Todo el tiempo en que se acomoda al deseo de dormir, la instancia en que reconocemos a nuestro yo normal parece verse precisada, por las condiciones psicofisiológicas de ese estado,

a relajar la energía con la cual contenía a lo reprimido durante el día. Este relajamiento es, por cierto, inofensivo; las excitaciones del alma infantil sofocada pueden agitarse todo lo que

quieran: por el estado del dormir hallan dificultado el acceso a la conciencia y bloqueado el de la motilidad. Pero hay que defenderse del peligro de que perturben el dormir. En este punto tendríamos que admitir, sin más, el supuesto de que aun en el dormir profundo un monto de atención libre es movilizado como guardián ante estímulos sensoriales que acaso hagan

aparecer más indicado el despertar que la prosecución del dormir. De lo contrario no se explicaría que seamos despertados en cualquier momento por estímulos sensoriales de cierta

cualidad, como ya lo destacó el viejo fisiólogo Burdach [1838, pág. 486]: la madre, verbigracia, por el lloriqueo de su hijo, el molinero por la detención de su molino, y la mayoría de las

personas cuando se las llama quedamente por su nombre. Ahora bien, esta atención que se mantiene alerta se dirige asimismo a los estímulos internos de deseo que vienen de lo

reprimido, y forma con ellos el sueño, que en calidad de compromiso satisface al mismo tiempo a ambas instancias. El sueño procura una suerte de finiquitación psíquica al deseo sofocado o formado con el auxilio de lo reprimido, presentándolo como cumplido; pero también contenta a la otra instancia, puesto que permite la prosecución del dormir. Nuestro yo se comporta en esto como un niño; presta creencia a las imágenes del sueño, como si quisiera decir: «Sí, sí, tú tienes razón, pero déjame dormir». El menosprecio que nosotros, despiertos, oponemos al sueño, y que se prevale de su carácter confuso y en apariencia ¡lógico, no es con probabilidad otra cosa que el juicio de nuestro yo durmiente sobre las mociones que vienen de lo reprimido, juicio que se apoya con mejor derecho en la impotencia motriz de estos perturbadores del dormir. Ese juicio menospreciador nos deviene conciente a veces aun dormidos; cuando el contenido del sueño excede en demasía a la censura, pensamos: «Es sólo un sueño», y seguimos durmiendo.

El hecho de que también haya casos fronterizos en los que el sueño ya no puede mantener su función de precaver de interrupciones al dormir -es lo que sucede en el sueño de angustia-, y la permute por la otra, la de cancelarlo a tiempo, no es objeción alguna contra esta concepción. En eso no procede sino como el concienzudo vigilante nocturno, quien primero cumple con su deber aquietando las perturbaciones para que no despierten a los ciudadanos, pero después lo continúa, despertándolos, cuando las causas de la perturbación le parecen graves y no puede habérselas con ellas por sí solo.

Particularmente nítida se vuelve esta función del sueño cuando los sentidos del durmiente son estimulados. Es de todos conocido que unos estímulos sensoriales advenidos durante el estado del dormir influyen sobre el contenido de los sueños; se lo puede demostrar experimentalmente, y se cuenta entre los pocos resultados seguros, aunque sobrestimados por demás, de la investigación médica sobre el sueño. Pero esta averiguación ha sido acompañada hasta la fecha por un enigma insoluble. En efecto, el estímulo sensorial que el experimentador hace

obrar sobre el durmiente no aparece en el sueño individualizado como lo que es, sino sometido a una cualquiera entre muchas interpretaciones, cuya elección parece arbitraria, librada a la ausencia de determinismo en lo psíquico. Desde luego, no hay tal ausencia de determinismo. El durmiente puede reaccionar de muchas maneras frente a un estímulo sensorial que le viene de afuera. O despierta o logra seguir durmiendo a pesar de él. En este último caso puede servirse del sueño para quitar del medio al estímulo externo, y por cierto, otra vez, de más de una manera. Puede, por ejemplo, neutralizar el estímulo soñando una situación que es del todo incompatible con este. Así, un durmiente a quien un doloroso absceso en el perineo quería turbarlo, soñó que montaba un caballo usando como silla la cataplasma que debía aliviarle el dolor, y así pasó por alto la perturbación(360). O bien -y este es el caso más frecuente- el estímulo externo experimenta una reinterpretación que lo inserta en la trabazón de un deseo reprimido que está al acecho de su cumplimiento; así se le roba su realidad y se lo trata como a una pieza del material psíquico. De ese modo, alguien soñó una vez que había escrito una comedia que daba cuerpo a determinada idea fundamental; se la representaba en el teatro, había terminado el primer acto y la aclamaban con entusiasmo. Fue aplaudida furiosamente. . .

El soñante tiene que haber logrado en este caso prolongar su dormir más allá de la perturbación, pues cuando despertó ya no oyó más el ruido, pero juzgó, con buenos motivos,

que habían estado sacudiendo una alfombra o un colchón. Los sueños que sobrevienen inmediatamente antes del despertar por un fuerte ruido han hecho, todos, el intento de

desmentir, mediante alguna otra explicación, ese estímulo despertador previsto, y de prolongar el dormir todavía un ratito.

XII

(ver nota)(361)

Quien se atenga al punto de vista según el cual la censura es el motivo principal de la desfiguración onírica, no se sorprenderá al enterarse de que el análisis reconduce a deseos

eróticos casi todos los sueños de los adultos. Esta aseveración no apunta a los sueños de contenido sexual no disfrazado, familiares por vivencia propia a todos los soñantes y los únicos

que suelen caracterizarse como «sueños sexuales». Pero aun estos dan sobrado lugar al asombro por su elección de las personas a quienes convierten en objetos sexuales, por

trasgredir todas las barreras que el soñante en su vida despierta impone a sus necesidades sexuales, y por muchos detalles extraños que recuerdan lo que suele llamarse perversiones. El

análisis muestra, empero, que muchos otros sueños que en su contenido manifiesto no dejan ver nada erótico son desenmascarados por el trabajo de interpretación como cumplimientos de deseos sexuales y que, por otro lado, muchísimos de los pensamientos pendientes del trabajo intelectual de la vigilia en calidad de «restos diurnos» sólo alcanzan su figuración dentro del sueño gracias al auxilio que les prestan unos deseos eróticos reprimidos.

Con miras a esclarecer este estado de cosas, que no es una postulación teórica, señalemos que ningún otro grupo de pulsiones ha experimentado una sofocación tan vasta por imperio de

la educación cultural como las pulsiones sexuales, pero que al mismo tiempo estas son en la mayoría de las personas las que mejor saben sustraerse de la sujeción impuesta por las

instancias más altas del alma. Desde que hemos tomado conocimiento de la sexualidad infantil, a menudo tan inaparente en sus exteriorizaciones, y por lo general omitida y mal interpretada, estamos autorizados a decir que casi todo hombre civilizado conservó la conformación infantil de la vida sexual en algún aspecto, y así concebimos que los deseos sexuales infantiles reprimidos resulten ser las más frecuentes y poderosas fuerzas impulsoras para la formación de los sueños. (ver nota)(362)

Cuando el sueño que expresa deseos eróticos logra aparecer en su contenido manifiesto como inofensivamente asexual, esto sólo puede ser posible de una manera. Al material de

representaciones sexuales no le es permitido figurarse como tal, sino que tiene que sustituirse en el contenido del sueño por insinuaciones, alusiones y modos similares de figuración

indirecta; pero, a diferencia de otros casos de esta, la empleada en el sueño no debe ser inmediatamente comprensible. Nos hemos habituado a designar a los medios de figuración que

responden a estas condiciones como símbolos de lo figurado por ellos. Pasaron a ser objeto de un particular interés desde que se notó que los soñantes de una misma lengua se sirven de los mismos símbolos, y más aún, que en ciertos casos esa comunidad de símbolos rebasa el ámbito de una comunidad lingüística. Puesto que los soñantes no conocen el significado de los

símbolos que usan, en principio sigue siendo enigmática la base de su vínculo con lo que sustituyen y designan. Pero el hecho como tal es indubitable y cobra importancia para la técnica

de la interpretación de sueños, pues con el auxilio del conocimiento del simbolismo onírico es posible comprender el sentido de elementos singulares del contenido del sueño, o de

fragmentos singulares del sueño, e incluso, a veces, de sueños íntegros, sin que nos veamos precisados a preguntar al soñante por sus ocurrencias.(ver nota)(363) Así nos aproximamos al ideal popular de una traducción de los sueños y, por otro lado, retomamos la técnica de interpretación de los pueblos de la Antigüedad, para quienes interpretar los sueños equivalía a

hacerlo mediante un simbolismo.

Por más que los estudios sobre el simbolismo onírico estén lejos todavía de su conclusión, podemos formular con certeza una serie de aseveraciones generales y de indicaciones

especiales sobre él. Hay símbolos traducibles de manera casi universalmente unívoca; así, emperador y emperatriz (rey y reina) significan a los padres; las habitaciones figuran

mujeres(364), y las entradas y salidas de ellas, las aberturas del cuerpo. La inmensa mayoría de los símbolos oníricos sirve para la figuración de personas, de partes del cuerpo y de manejos teñidos de interés erótico; en particular, los genitales pueden ser figurados por un número de símbolos a menudo muy sorprendentes, y los más diversos objetos se usan para su

designación simbólica. Si armas aguzadas, objetos alargados y rígidos, como troncos de árboles y bastones, subrogan en el sueño a los genitales masculinos, y si armarios, cajitas,

coches, hornos, lo hacen con la matriz de la mujer, el tertium comparationis, lo común a estas sustituciones, nos resulta comprensible de inmediato. Mas no para todos los símbolos es tan

fácil aprehender las conexiones. Símbolos como el de la escalera y el subir por una escalera para el comercio sexual, el de la corbata para el miembro masculino, el de la madera para el

vientre de la mujer, despiertan nuestra incredulidad hasta que no hemos adquirido por otras vías la intelección del vínculo simbólico. Toda una serie de símbolos oníricos es, por lo demás, bisexual; puede ser referida, según el contexto, a los genitales masculinos o a los femeninos.

Hay símbolos de difusión universal que hallamos en todos los soñantes de un círculo de lengua y de cultura, y otros de aparición individual, en extremo restringida, que un individuo se ha

formado desde su material de representaciones. Entre los primeros se distinguen algunos cuyo reclamo a una subrogación de lo sexual es justificado sin más por el uso lingüístico (como los que provienen de la agricultura; por ejemplo, la fertilización o el sembrar), y otros cuyo vínculo con lo sexual parece remontarse a las épocas más antiguas y a las más oscuras profundidades de nuestra actividad conceptual. El Poder de plasmar símbolos no se ha extinguido en el presente para ninguna de las dos variedades que distinguí al comienzo de este párrafo. Puede observarse que objetos de reciente invención (como el aeróstato) son elevados de inmediato a la condición de símbolos sexuales de uso universal.

Por lo demás, sería erróneo esperar que un conocimiento más profundo aún del simbolismo onírico (el «lenguaje del sueño») pudiera independizarnos de inquirir al soñante por sus

ocurrencias y nos remitiera por entero a la técnica de interpretación de sueños de los antiguos.

Prescindiendo de los símbolos individuales y de las oscilaciones en el uso de los universales, nunca se sabe si un elemento del contenido del sueño ha de interpretarse simbólicamente o en

el sentido genuino, pero se sabe con certeza que no todo contenido del sueño ha de interpretarse simbólicamente. El conocimiento del simbolismo onírico nunca hará otra cosa que

procurarnos la traducción de ingredientes singulares del contenido del sueño, y jamás tornará ocioso el uso de las reglas técnicas que antes hemos dado. Sin embargo, se presentará como el medio auxiliar más útil para la interpretación justamente ahí donde las ocurrencias del soñante no quieran sobrevenir o sean insuficientes.

El simbolismo onírico se revela también indispensable para la comprensión de los llamados «sueños típicos», comunes a todos, y de los «sueños recurrentes» del individuo. Si el estudio

de los modos simbólicos de expresión del sueño parece tan incompleto en esta breve exposición, ese descuido se justifica por referencia a una intelección que se cuenta entre lo

más importante que podemos enunciar acerca de este tema. El simbolismo onírico nos lleva mucho más allá del sueño; no pertenece en propiedad a él, sino que de igual manera preside la figuración en los cuentos tradicionales, mitos y sagas, en los chistes y en el folklore. Nos permite perseguir las vinculaciones internas del sueño con estas producciones; pero debemos

decir que no es engendrado por el trabajo del sueño, sino que es una peculiaridad, probablemente de nuestro pensar inconciente, que brinda a aquel el material para la

condensación, el desplazamiento y la dramatización. (ver nota)(365)

XIII

No pretendo haber echado luz aquí sobre todos los problemas del sueño, ni tratado convincentemente los que aquí se elucidaron. Al que se interese por la vasta bibliografía sobre el

sueño, lo remito al libro de Sante de Sanctis, I sogni (Torino, 1899); quien busque una concepción más profundizada de la que yo he expuesto, que recurra a mi escrito La

interpretación de los sueños ( 1900). (ver nota)(366) Me limitaré a señalar la dirección en que habrán de proseguirse mis exposiciones sobre el trabajo del sueño.

Cuando presento como tarea de una interpretación del sueño la sustitución de este por los pensamientos oníricos latentes, vale decir, la resolución de lo que ha urdido el trabajo del sueño, planteo con ello, por un lado, una serie de problemas psicológicos nuevos atinentes al mecanismo de este trabajo onírico como tal, y a la naturaleza y condiciones de la llamada

represión; por otro lado, sostengo la existencia de los pensamientos oníricos como un material muy rico de formaciones psíquicas del orden más alto y provistas de todos los rasgos de un rendimiento intelectual normal, material que, empero, se sustrae de la conciencia hasta que le da de sí una noticia desfigurada por el contenido del sueño. Me veo precisado a suponer la presencia de tales pensamientos en todos los hombres, pues casi todos ellos, aun los más normales, son capaces de soñar. A lo inconciente de los pensamientos oníricos, y a la relación de estos con la conciencia y la represión, se vinculan cuestiones ulteriores importantes para la psicología, cuyo tratamiento ha de aplazarse sin duda hasta que el análisis haya aclarado la génesis de otras formaciones psicopáticas, como los síntomas histéricos v las ideas obsesivas.

NOTAS

324 (Ventana-emergente – Popup)

{Freud emplea «Psychopathie» («psicopatía») como sinónimo de «enfermedad de la psique», en general. Hoy suele designarse «psicopático» a un tipo particular de enfermedad mental.}

325 (Ventana-emergente – Popup)

{Comida servida en un restaurante, que los comensales pagan por partes iguales.}

326 (Ventana-emergente – Popup)

[Estos versos son de una de las canciones del arpista en Wilhelm Meister, de Goethe. En el original las palabras estaban dirigidas a los Poderes Celestiales, y su traducción literal sería: «Vosotros nos ponéis en la vida, / dejáis que la pobre criatura se llene de culpas». Pero tanto «Armen» como «schuldig» pueden tener también otros significados.

«Armen» puede significar «pobre» en el sentido económico, y «schuIdig», «en deuda». De manera que en el presente contexto el segundo verso podría traducirse: «vosotros hacéis caer en deuda al hombre pobre». Estos versos son citados nuevamente por Freud en El malestar en la cultura (1930a), AE, 21, -pág. 128.]

327 (Ventana-emergente – P opup)

[El episodio es también mencionado por Freud en su Psicopatología de la vida cotidiana (1901b), AE, 6, pág. 136.]

328 (Ventana-emergente – Popup)

El primer verso podría tomarse ahora en el sentido de que estas palabras están dirigidas a los padres.

329 (Ventana-emergente – Popup)

{«Fresas, fresas silvestres, huevos, papilla», que en la media lengua propia de los niños sería, más o menos, «Fesas, fesas silvestes, evos, papía».}

330 (Ventana-emergente – Popup)

{«¡Gemán comió todas cedezas!» («¡Germán secomió todas las cerezas!»).}

331 (Ventana-emergente – Popup)

Una montaña de los Alpes austríacos.

332 (Ventana-emergente – Popup)

[En La interpretación de los sueños (1900a), donde se informa sobre el mismo sueño, se dice en dos oportunidades

que la niña tiene «ocho» años.]

333 (Ventana-emergente – Popup)

[La mayoría de estos sueños infantiles son comunicados con más detalle en La interpretación de los sueños ( 1900a), y en la 8º de las Conferencias de introducción al psicoanálisis (Freud, 1916-17), AE, 15, págs. 115 y sigs.]

334 (Ventana-emergente – Popup)

Citado en forma completa, desde 1911 en adelante, en La interpretación de los sueños (1900a). Las dos últimas oraciones de este párrafo se agregaron en 1911.

335 (Ventana-emergente – Popup)

«Durchsichtigen». Así rezaba en la primera edición. En la segunda y siguientes dice, por error de imprenta, «undurchsicktigen»

336 (Ventana-emergente – Popup)

«Anschauung»

337 (Ventana-emergente – Popup)

Pasarela móvil instalada en la Exposición de París de 1900.

338 (Ventana-emergente – Popup)

{«Mit dem Hute in der Hand kommt man durchs ganze Land»; literalmente, «Con el sombrero en la mano sepuede atravesar todo el país».}

339 (Ventana-emergente – Popup)

Probablemente debería decir «rojas»; así son descritas las flores en el relato, mucho más completo, que se da de este sueño en La interpretación de los sueños (1900a)

340 (Ventana-emergente – Popup)

Cf. La interpretación de los sueños (1900a)

341 (Ventana-emergente – Popup)

Freud emplea el galicismo «Avance».

342 (Ventana-emergente – Popup)

Un pórtico ceremonial construido según el modelo ateniense.

343 (Ventana-emergente – Popup)

El sueño del que se ha tomado este detalle fue el primero analizado por Freud en forma exhaustiva. Se informa extensamente sobre él en La interpretación de los sueños (1900a)

344 (Ventana-emergente – Popup)

Cf. La interpretación de los sueños (1900a)

345 (Ventana-emergente – Popup)

[Nota agregada en 1911:] Merece señalarse que lingüistas de nombradía aseveran que las lenguas más antiguas tendían en general a expresar opuestos contradictorios mediante la misma palabra (fuerte-débil, adentro-afuera, etc.).

Se lo ha llamado «el sentido antitético de las palabras primitivas». [Cf. Freud(1910e).]

346 (Ventana-emergente – Popup)

«el año en que escribimos» es una locución muy comúnmente empleada por Goethe en su epistolario

347 (Ventana-emergente – Popup)

{«gestörte geistige Tätigkeït»; en pág. 438, supra, al informar sobre este sueño, Freud hablaba aquí de «parálisis general» («paralytische Geistesstörung»). Véanse, el comienzo de la página siguiente, las alusiones a la parálisis.}

348 (Ventana-emergente – Popup)

Sin embargo, Freud atenuó esta afirmación en un agregado hecho en 1925 al capítulo V de La interpretación de los sueños (1900a).

349 (Ventana-emergente – Popup)

[Según Ernest Jones (1953, pág. 218), se refiere aquí al doctor Franz Scholz]

350 (Ventana-emergente – Popup)

[«Schafkopf»; literalmente, «cabeza de oveja» {«tonto», «necio»}.]

351 (Ventana-emergente – Popup)

[Este sueño es también considerado extensamente en La interpretación de los sueños (1900a). El descubrimiento de Goethe en el Lido se menciona corno asociación a otro sueño en la Carta 70 a Fliess (Freud,1950a), AE, 1, pág. 304]

352 (Ventana-emergente – Popup)

Este párrafo se agregó en 1911

353 (Ventana-emergente – Popup)

Este sueño se comunica con mayor detalle en La interpretación de los sueños (1900a).

354 (Ventana-emergente – Popup)

Cf. para este sueño La interpretación de los sueños (1900a)

355 (Ventana-emergente – Popup)

Este sueño, que se menciona nuevamente, es analizado en La interpretación de los sueños (1900a), y con mayor extensión en las Conferencias de introducción al psicoanálisis (Freud, 1916-17), AE, 15, esp. págs. 111-4 y 201-2.

356 (Ventana-emergente – Popup)

Cf. Psicopatología de la vida cotidiana (Freud, 1901b).

357 (Ventana-emergente – Popup)

Este sueño es comunicado con mayor detalleen La interpretación de los sueños (1900a).

358 (Ventana-emergente – Popup)

Véase la nota de la traducción castellana

359 (Ventana-emergente – Popup)

[Un popular novelista austríaco del siglo xix.]

360 (Ventana-emergente – Popup)

Cf. La interpretación de los sueños (1900a)

361 (Ventana-emergente – Popup)

Esta sección :se agregó en 1911

362 (Ventana-emergente – Popup)

Véanse mis Tres ensayos de teoría sexual (1905d).

363 (Ventana-emergente – Popup)

Véanse, sin embargo, las salvedades que con respecto a esto se hacen tres párrafos más adelante.

364 (Ventana-emergente – Popup)

Cf. «Frauenzimmer» [literalmente, «habitación de mujer», expresión común en alemán para referirse en tono despectivo a la mujer

365 (Ventana-emergente – Popup)

Más información acerca del simbolismo onírico puede hallarse en, las viejas obras sobre interpretación de los sueños, como las de Artemidoro Daldiano, Scherner (1861), y también en mi libro La interpretación de los sueños (1900a), en los estudios sobre mitología de la escuela psicoanalítica, y en los trabajos de W. Stekel (p. e¡., 191la). [Cf., además, la

10º de las Conferencias de introducción al psicoanálisis (Freud, 1916-17), AE, 15, págs. 136 y sigs.

366 (Ventana-emergente – Popup)

[Cf. también las once conferencias sobre los sueños que constituyen la parte 11 de las Conferencias de introducción al psicoanálisis (Freud, 1916-17), AE, 15, págs. 73 y sigs.

S.Freud: "Tres ensayos de teoría sexual" (1905), AE, tomo VII

edu.red

Nota introductoria(131)

Prólogo a la segunda edición

(ver nota)(132)

El autor, que no se llama a engaño sobre las lagunas y oscuridades de este pequeño escrito, ha resistido empero la tentación de incorporarle los resultados logrados por la investigación en los últimos cinco años; no quiso destruir su carácter de documento unitario. Por eso reproduce el texto original con mínimas variantes y se contenta con añadir algunas notas de pie de página, que se distinguen de las notas antiguas por llevar antepuesto un asterisco. (ver nota)(133) Por lo demás, es su ferviente deseo que este libro envejezca rápidamente, a causa de la aceptación universal de lo que antaño fue su nuevo aporte, y del remplazo de las deficiencias que contiene por las tesis correctas.

Viena, diciembre de 1909

Prólogo a la tercera edición

Tras observar durante un decenio la recepción y el efecto que este libro ha tenido, quiero dotar a su tercera edición de algunas observaciones previas, enderezadas a corregir malentendidos y reclamos incumplibles que se le han hecho. Sobre todo, es preciso destacar que la exposición parte aquí enteramente de la experiencia médica cotidiana, que la indagación psicoanalítica está destinada a ahondar y a prestarle relevancia científica. Los Tres ensayos de teoría sexual no pueden contener más que lo que el psicoanálisis necesita suponer o permite comprobar. Por eso queda excluido que alguna vez puedan ampliarse hasta constituir una «teoría sexual», y es comprensible que ni siquiera tomen posición sobre muchos problemas importantes de la vida sexual. Pero no se crea que estos capítulos omitidos del gran tema fueron ignorados por el autor, o que los desdeñó por considerarlos accesorios.

Ahora bien, este escrito es tributario de las experiencias psicoanalíticas que llevaron a redactarlo, lo cual se evidencia no sólo en la selección del material, sino en su ordenamiento.

Dondequiera se atiende a un cierto itinerario de instancias, se da prioridad a los factores accidentales, los disposicionales son dejados en el trasfondo y el desarrollo ontogenético se

considera antes que el filogenético. En efecto, lo accidental desempeña el papel principal en el análisis, y este lo domina casi sin residuos. En cambio, lo disposicional sólo sale a la luz tras él, como algo despertado por el vivenciar, pero cuya apreciación rebasa con mucho el campo de trabajo del psicoanálisis.

Una proporción parecida gobierna la relación entre ontogénesis y filogénesis. La primera puede considerarse como una repetición de la filogénesis en la medida en que esta no es modificada por un vivenciar más reciente. Por detrás del proceso ontogenético se hace notar la disposición filogenética. Pero, en el fondo, la disposición es justamente la sedimentación de un vivenciar anterior de la especie, al cual el vivenciar más nuevo del individuo viene a agregarse como suma de los factores accidentales.

Junto a su fundamental dependencia de la investigación psicoanalítica, tengo que destacar, como rasgo de este trabajo mío, su deliberada independencia respecto de la investigación

biológica. He evitado cuidadosamente introducir expectativas científicas provenientes de la biología sexual general, o de la biología de las diversas especies animales, en el estudio que la

técnica del psicoanálisis nos posibilita hacer sobre la función sexual del ser humano. En verdad, mi propósito fue dar a conocer todo cuanto puede colegirse acerca de la biología de la vida sexual humana con los medios de la investigación psicológica; me era lícito señalar las relaciones de consecuencia y de concordancia obtenidas a raíz de esa indagación, pero el

hecho de que en muchos puntos importantes el método psicoanalítico llevara a perspectivas y resultados muy diversos de los producidos por la biología sola no era razón suficiente para

apartarme de mi camino. En esta tercera edición introduje abundantes intercalaciones, pero renuncié a marcarlas, como en las ediciones anteriores, mediante un signo particular. Es

verdad que en el campo que aquí abordamos los progresos del trabajo científico se han hecho en la actualidad más lentos; pero hacía falta complementar este escrito para ponerlo en armonía con la bibliografía psicoanalítica más reciente. (ver nota)(134)

Viena, octubre de 1914

Prólogo a la cuarta edición

(ver nota)(135)

Retirada la marea de la guerra, puede comprobarse con satisfacción que el interés por la investigación psicoanalítica ha permanecido incólume en el ancho mundo. Empero, no todas las

partes de la doctrina tuvieron el mismo destino. Las formulaciones y averiguaciones puramente psicológicas del psicoanálisis acerca del inconciente, la represión, el conflicto patógeno, la

ganancia de la enfermedad, los mecanismos de la formación de síntoma, etc., gozan de un reconocimiento creciente y son tomados en cuenta aun por quienes los cuestionan en principio.

Pero la parte de la doctrina lindante con la biología, cuyas bases se ofrecen en este pequeño escrito, sigue despertando un disenso que no ha cedido, y aun personas que durante un lapso

se ocuparon intensamente del psicoanálisis se vieron movidas a abandonarlo para abrazar nuevas concepciones, destinadas a restringir, de nuevo, el papel del factor sexual en la vida

anímica normal y patológica.

A pesar de ello, no me decido a suponer. que esta parte de la doctrina psicoanalítica pueda apartarse mucho más que las otras de la realidad que colegimos. El recuerdo que de ella tengo, y su examen repetido una y otra vez, me dicen que nació de una observación tan cuidadosa cuanto desprevenida. Por lo demás, no es difícil explicar esa disociación que advertimos en el reconocimiento público. En primer lugar, los comienzos aquí descritos de la vida sexual humana sólo pueden ser corroborados por investigadores que posean la paciencia y la destreza técnica suficientes para llevar el análisis hasta los primeros años de la infancia del paciente. Y aun suele faltar la posibilidad de hacerlo, pues la acción médica pide una solución más expeditiva, en apariencia, del caso patológico. Pero los que no son médicos, y por tanto no ejercen el psicoanálisis, no tienen absolutamente ningún acceso a este campo, ni posibilidad alguna de formarse una opinión no influida por sus propias aversiones y prejuicios. Si los hombres supieran aprender de la observación directa de los niños, estos tres ensayos podrían no haberse escrito.

Pero, además, es preciso recordar que una parte del contenido de este trabajo, a saber, su insistencia en la importancia de la vida sexual para todas las actividades humanas y su intento

de ampliar el concepto de sexualidad, constituyó desde siempre el motivo más fuerte de resistencia al psicoanálisis. En el afán de acuñar consignas grandilocuentes, se ha llegado a

hablar del «pansexualismo» del psicoanálisis y a hacerle el disparatado reproche de que lo explica todo a partir de la «sexualidad». Esto solamente nos asombraría si olvidáramos la

confusión y desmemoria que provocan los factores afectivos. En verdad, hace ya mucho tiempo, el filósofo Arthur Schopenhauer expuso a los hombres el grado en que sus obras y sus

afanes son movidos por aspiraciones sexuales -en el sentido habitual del término- ¡Y parece mentira que todo un mundo de lectores haya podido borrar de su mente un aviso tan sugestivo!

Pero en lo que atañe a la «extensión» del concepto de sexualidad, que el análisis de los niños y de los llamados perversos hace necesaria, todos cuantos miran con desdén al psicoanálisis

desde su encumbrada posición deberían advertir cuán próxima se encuentra esa sexualidad ampliada del psicoanálisis al Eros del divino Platón. (Cf. Nachmansohri, 1915.)

Viena, mayo de 1920

Las aberraciones sexuales

(ver nota)(136)

El hecho de la existencia de necesidades sexuales en el hombre y el animal es expresado en la biología mediante el supuesto de una «pulsión sexual». En eso se procede por analogía con la pulsión de nutrición: el hambre. El lenguaje popular carece de una designación equivalente a la palabra «hambre»; la ciencia usa para ello «libido». (ver nota)(137)

La opinión popular tiene representaciones bien precisas acerca de la naturaleza y las propiedades de esta pulsión sexual. Faltaría en la infancia, advendría en la época de la pubertad

y en conexión con el proceso de maduración que sobreviene en ella, se exteriorizaría en las manifestaciones de atracción irrefrenable que un sexo ejerce sobre el otro, y su meta sería la

unión sexual o, al menos, las acciones que apuntan en esa dirección. Pero tenemos pleno fundamento para discernir en esas indicaciones un reflejo o copia muy infiel de la realidad; y si

las miramos más de cerca, las vemos plagadas de errores, imprecisiones y conclusiones apresuradas.

Introduzcamos dos términos: llamamos objeto sexual a la persona de la que parte la atracción sexual, y meta sexual a la acción hacia la cual esfuerza la pulsión. Si tal hacemos, la

experiencia espigada científicamente nos muestra la existencia de numerosas desviaciones respecto de ambos, el objeto sexual y la meta sexual, desviaciones cuya relación con la norma

supuesta exige una indagación a fondo.

Desviaciones con respecto al objeto sexual.

La fábula poética de la partición del ser humano en dos mitades -macho y hembra- que aspiran a reunirse de nuevo en el amor se corresponde a maravilla con la teoría popular de la pulsión sexual. (ver nota)(138) Por eso provoca gran sorpresa enterarse de que hay hombres cuyo objeto sexual no es la mujer, sino el hombre, y mujeres que no tienen por tal objeto al hombre, sino a la mujer. A esas personas se las llama de sexo contrario o, mejor, invertidas; y al hecho mismo, inversión. El número de esas personas es muy elevado, aunque es difícil averiguarlo con certeza. (ver nota)(139)

Consideraciones generales sobre todas las perversiones.

Variación y enfermedad.

Los médicos que primero estudiaron las perversiones en casos bien acusados y bajo circunstancias particulares se inclinaron, desde luego, a atribuirles el carácter de un signo

patológico o degenerativo, tal como hicieron respecto de la inversión; no obstante, en el caso que nos ocupa es más fácil rechazar este punto de vista. La experiencia cotidiana ha mostrado que la mayoría de estas trasgresiones, siquiera las menos enojosas de ellas, son un ingrediente de la vida sexual que raramente falta en las personas sanas, quienes las juzgan como a cualquier otra intimidad. Si las circunstancias lo favorecen, también la persona normal puede remplazar durante todo un período la meta sexual normal por una perversión de esta clase o hacerle un sitio junto a aquella. En ninguna persona sana faltará algún complemento de la meta sexual normal que podría llamarse perverso, y esta universalidad basta por sí sola para mostrar cuán inadecuado es usar reprobatoriamente el nombre de perversión. En el campo de la vida sexual, justamente, se tropieza con dificultades particulares, en verdad insolubles por ahora, si se pretende trazar un límite tajante entre lo que es mera variación dentro de la amplitud fisiológica y los síntomas patológicos.

Comoquiera que sea, en muchas de estas perversiones la cualidad de la nueva meta sexual es tal que requiere una apreciación particular. Algunas de ellas se alejan tanto de lo normal por su contenido que no podemos menos que declararlas «patológicas», en particular aquellas en que la pulsión sexual ejecuta asombrosas operaciones (lamer excrementos, abusar de cadáveres) superando las resistencias (vergüenza, asco, horror, dolor). Pero ni aun en estos casos puede abrigarse la expectativa cierta de que se trate regularmente de personas con otras anormalidades graves, o enfermos mentales. Tampoco aquí es posible pasar por alto el hecho de que personas que en todo lo demás tienen una conducta normal se acreditan como

enfermas solamente en el campo de la vida sexual, bajo el imperio de la más indómita de las pulsiones. En cambio, la anormalidad manifiesta en otras relaciones vitales suele mostrar

invariablemente un trasfondo de conducta sexual anormal.

En la mayoría de los casos podemos encontrar en la perversión un carácter patológico, no por el contenido de la nueva meta sexual, sino por su proporción respecto de lo normal. Si la

perversión no se presenta junto a lo normal (meta sexual y objeto) cuando circunstancias favorables la promueven y otras desfavorables impiden lo normal, sino que suplanta

{verdrängen} y sustituye a lo normal en todas las circunstancias, consideramos legítimo casi siempre juzgarla como un síntoma patológico; vemos este último, por tanto, en la exclusividad y en la fijación de la perversión.

La contribución de lo anímico en las perversiones.

Quizá justamente en las más horrorosas perversiones es preciso admitir la más vasta contribución psíquica a la trasmudación de la pulsión sexual. He aquí una obra del trabajo

anímico a la que no puede negarse, a pesar de su horrible resultado, el valor de una idealización de la pulsión. Tal vez en ninguna parte la omnipotencia del amor se muestre con mayor fuerza que en estos desvíos suyos. En la sexualidad, lo más sublime y lo más nefando aparecen por doquier en íntima dependencia («Desde el cielo, pasando por el mundo, hasta el infierno» [ver nota](171)).

Dos resultados.

El estudio de las perversiones nos ha procurado esta intelección: la pulsión sexual tiene que luchar contra ciertos poderes anímicos en calidad de resistencias; entre ellos, se destacan de la

manera más nítida la vergüenza y el asco. Es lícito conjeturar que estos poderes han contribuido a circunscribir la pulsión dentro de las fronteras consideradas normales, y que si se

han desarrollado temprano en el individuo, antes que la pulsión sexual alcanzara la plenitud de su fuerza, fueron justamente ellos los que marcaron la dirección de su desarrollo. (ver

nota)(172)

Hemos observado, además, que algunas de las perversiones investigadas sólo podían comprenderse por la conjunción de varios motivos. Si admiten un análisis -una

descomposición-, tienen que ser de naturaleza compuesta. De ahí podemos conjeturar que acaso la pulsión sexual no es algo simple, sino que consta de componentes que en las

perversiones vuelven a separarse. La clínica nos habría revelado así la existencia de unas fusiones que no se dan a conocer como tales en la conducta normal uniforme. (ver nota)(173)

La pulsión sexual en los neuróticos.

El psicoanálisis.

Una importante contribución al conocimiento de la pulsión sexual en personas que por lo menos se aproximan a lo normal se obtiene de una fuente asequible por un único y especial camino.

Para conseguir una información exhaustiva y certera acerca de la vida sexual de los llamados psiconeuróticos ( [los que sufren de] histeria, neurosis obsesiva, la falsamente llamada

neurastenia, con seguridad también la dementia praecox y la paranoia) (ver nota)(174) existe un único medio: someterlos a la exploración psicoanalítica, de la que se sirve el procedimiento terapéutico introducido por Josef Breuer y por mí en 1893, y entonces llamado «catártico».

Debo anticipar, repitiendo lo que he dicho en otras publicaciones, que estas psiconeurosis, hasta donde llegan mis experiencias, descansan en fuerzas pulsionales de carácter sexual.

Con ello no quiero decir que la energía de la pulsión sexual preste una mera contribución a las fuerzas que sustentan a los fenómenos patológicos (síntomas), sino aseverar expresamente

que esa participación es la única fuente energética constante de las neurosis, y la más importante, de suerte que la vida sexual de las personas afectadas se exterioriza de manera

exclusiva, o predominante, o sólo parcial, en estos síntomas. Como he expresado en otro lugar(175), los síntomas son la práctica sexual de los enfermos. La prueba de esta aseveración

me la ha brindado un creciente número de psicoanálisis de histéricos y de otros neuróticos, que vengo realizando desde hace veinticinco años(176), acerca de cuyos resultados he dado

detallada razón en otros lugares, y seguiré haciéndolo. (ver nota)(177)

El psicoanálisis elimina los síntomas de los histéricos bajo la premisa de que son el sustituto -la trascripción, por así decir- de una serie de procesos anímicos investidos de afecto, deseos y aspiraciones, a los que en virtud de un particular proceso psíquico (la represión) se les ha denegado {frustrado} el acceso a su tramitación en una actividad psíquica susceptible de

conciencia. Y entonces, estas formaciones de pensamiento que han quedado relegadas al estado de lo inconciente aspiran a una expresión proporcionada a su valor afectivo, a una

descarga, y en el caso de la histeria la encuentran en el proceso de la conversión en fenómenos somáticos: precisamente, los síntomas histéricos. Ahora bien, siguiendo ciertas

reglas, con ayuda de una técnica particular, es posible retrasformar los síntomas en representaciones ahora devenidas concientes, investidas de afecto; y así se consigue la

averiguación más exacta acerca de la naturaleza y el linaje de estas formaciones psíquicas antes inconcientes.

Resultados logrados por el psicoanálisis.

Por este camino se averiguó que los síntomas son un sustituto de aspiraciones que toman su fuerza de la fuente de la pulsión sexual. Armoniza plenamente con ello lo que sabemos sobre el carácter de los histéricos (los tomamos como modelo de todos los psiconeuróticos) antes de contraer su enfermedad, y sobre las ocasiones de esta última. El carácter histérico permite

individualizar una cuota de represión sexual que rebasa con mucho la medida normal; un aumento de las resistencias a la pulsión sexual, resistencias que conocimos como vergüenza,

asco y moral; una especie de huida instintiva frente a todo examen intelectual del problema sexual, que en los casos más acusados tiene por consecuencia mantener una total ignorancia

sexual aun después de alcanzada la madurez genésica. (ver nota)(178)

Este rasgo de carácter, esencial en la histeria, no rara vez se oculta a la observación superficial por la presencia del segundo factor constitucional de la histeria: el despliegue hiperpotente

{übermächtig} de la pulsión sexual; sólo el análisis psicológico sabe descubrirlo en todos los casos y solucionar lo enigmático y contradictorio de la histeria comprobando la existencia de ese par de opuestos: una necesidad sexual hipertrófica (übergross} y una desautorización de lo sexual llevada demasiado lejos.

La ocasión de enfermar se presenta para la persona de disposición histérica cuando, a consecuencia de su propia y progresiva maduración o de las circunstancias externas de su

vida, el reclamo sexual objetivo se torna serio para ella. Entre el esforzar de la pulsión y la acción contrarrestante de la desautorización sexual se sitúa el recurso a la enfermedad; esta no

da una solución al conflicto, sino que es un intento de escapar a él mudando las aspiraciones libidinosas en síntomas. (ver nota)(179) El hecho de que una persona histérica, por ejemplo un hombre, enferme a raíz de una emoción trivial, de un conflicto en cuyo centro no se sitúa el interés sexual, no es más que una excepción aparente. En tales casos, el psicoanálisis puede

demostrar regularmente que fue el componente sexual del conflicto el que posibilitó la contracción de la enfermedad sustrayendo los procesos anímicos a la tramitación normal.

Neurosis y perversión.

Buena parte de Id oposición que han suscitado estas tesis mías se explica por el hecho de que se hace coincidir la sexualidad de la cual yo derivo los síntomas psiconeuróticos con la pulsión sexual normal. Pero el psicoanálisis enseña todavía algo más. Muestra que los síntomas en modo alguno nacen únicamente a expensas de la pulsión sexual llamada normal (no, al menos, de manera exclusiva o predominante), sino que constituyen la expresión convertida {konvertiert} de pulsiones que se designarían perversas (en el sentido más lato) si pudieran exteriorizarse directamente, sin difracción por la conciencia, en designios de la fantasía y en acciones. Por tanto, los síntomas se forman en parte a expensas de una sexualidad anormal; la neurosis es, por así decir, el negativo de la perversión, (ver nota)(180)

La pulsión sexual de los psiconeuróticos permite discernir todas las aberraciones que en lo anterior hemos estudiado como variaciones respecto de la vida sexual normal y como

manifestaciones de la patológica.

a. En la vida anímica inconciente de todos los neuróticos (sin excepción) se encuentran mociones de inversión, de fijación de la libido en personas del mismo sexo. Sin una elucidación

que cale hondo no es posible apreciar como corresponde la importancia de este factor para la configuración del cuadro patológico; sólo puedo asegurar que la inclinación inconciente a la

inversión nunca falta y, en particular, presta los mayores servicios al esclarecimiento de la histeria masculina. (ver nota)(181)

b. En el inconciente de los psiconeuróticos pueden pesquisarse, como formadoras de síntoma, todas las inclinaciones a la trasgresión anatómica; entre ellas, con particular frecuencia e

intensidad, las que reclaman para las mucosas bucal y anal el papel de los genitales.

c. Entre los formadores de síntoma de las psiconeurosis desempeñan un papel sobresaliente las pulsiones parciales(182), que las más de las veces se presentan en pares de opuestos; ya

tomamos conocimiento de ellas como promotoras de nuevas metas sexuales: la pulsión del placer de ver y de la exhibición, y la pulsión a la crueldad, configurada activa y pasivamente. La contribución de esta última se hace indispensable para comprender la naturaleza penosa. de los síntomas, y casi regularmente gobierna una parte de la conducta social de los enfermos.

Por medio de este enlace de la libido con la crueldad se produce también la mudanza de amor en odio, de mociones tiernas en mociones hostiles, característica de toda una serie de casos de neurosis y aun, al parecer, de la paranoia en su conjunto.

El interés por estos resultados aumenta más todavía si se tienen en cuenta algunas particularidades que presenta el material fáctico. (ver nota)(183)

a. Toda vez que se descubre en el inconciente una pulsión de esa clase, susceptible de ir aparcada con un opuesto, por regla general puede demostrarse que también este último

produce efectos. Por tanto, toda perversión «activa» es acompañada aquí por su contraparte pasiva. Quien en el inconciente es exhibicionista, es al mismo tiempo voyeur; quien padece las consecuencias de la represión de mociones sádicas, recibe otro suplemento a sus síntomas desde las fuentes de una inclinación masoquista. Es por cierto muy notable la concordancia con la conducta de las correspondientes perversiones «positivas»; pero en los cuadros patológicos, una u otra de las inclinaciones opuestas desempeña el papel prevaleciente.

P. En un caso de psiconeurosis más acusado, rara vez se encuentra una sola de estas pulsiones perversas: las más de las veces -hallamos un gran número de ellas y, por regla

general, huellas de todas. Empero, la intensidad de cada pulsión singular es independiente del desarrollo de las otras. También en este punto el estudio de las perversiones «positivas» nos

proporciona la exacta contrapartida.

Pulsiones parciales y zonas erógenas.

(ver nota)(184)

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