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Bibliografía Esencial de Psicoanálisis I (página 9)

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Balduin Bählamm, capítulo 8.

120 (Ventana-emergente – Popup)

La primera alusión a esto figura, al parec er, en una nota al pie del caso Schreber (1911c), AE, 12, pág. 53, n. 38.

Freud lo volvió a mencionar brevemente, aunque de manera más explícita, en su contribución al debate sobre el onanismo llevado a cabo en la Sociedad Psicoanalítica de Viena (1912f). Retomó el tema más tarde, en la 24° de sus Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), AE, 16, págs. 351 y sigs. Había tratado ya la relación entre la hipocondría y las otras neurosis «actuales» en un período muy anterior; véase su primer artículo sobre las neurosis de angustia (1895b), AE, 3, págs, 93-4.

121 (Ventana-emergente – Popup)

Cf. Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, págs. 166-7.

122 (Ventana-emergente – Popup)

Cf. [las páginas iniciales de] «Sobre los tipos de contracción de neurosis» (1912c).

123 (Ventana-emergente – Popup)

Toda esta cuestión se aborda más cabalmente en «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915c), infra, págs. 115 y sigs. Sobre el empleo del término «cantidad» en la oración anterior, véase el «Proyecto de psicología» (Freud, 1950a), AE, 1, págs. 339-41.

124 (Ventana-emergente – Popup)

Un tratamiento mucho más elaborado de este problema se encontrará en «Pulsiones y destinos de pulsión»

(1915c), infra, págs. 129 y sigs.

125 (Ventana-emergente – Popup)

Neue Gedichte, «Schöpfungslieder VII».

«Erschaffen», «crear», puede significar, asimismo, «criar» en sentido orgánico; y «genesen», «con valecer», puede entenderse como «dar a luz un hijo». Los versos son susceptibles, pues, de una doble lectura.

126(Ventana-emergente – Popup)

Véanse algunos comentarios adicionales sobre este punto al final del artículo sobre «Lo inconciente» (1915e),

infra, pág. 200.

127 (Ventana-emergente – Popup)

«Anlehnungstypus». El término ha sido traducido al inglés como «anaclitic type» {«t ipo anaclítico»} por analogía con el término gramatical «enclitic» {«enclítico»}, que designa a las partículas que no pueden ser la primera palabra de una frase, sino que deben agregarse a, o apuntalarse en, una más importante; por ejemplo el latín «enim» o el griego «??». {En castellano, sólo conservan esta característica los pronombres personales en dativo y acusativo: «Díselo tú», «Tráemela».} Esta parece ser la primera vez que figura en una publicación el término «Anlehnungstypus». La idea de que un niño alcanza su primer objeto sexual sobre la base de su pulsión de nutrición se encuentra ya en la primera edición de los Tres ens ayos (1905d), AE, 7, págs. 202-3; pero las dos o tres menciones explícitas al «Anlehnungstypus» que figuran en ese trabajo se agregaron recién en la edición de 1915. El concepto se preanuncia muy claramente en «Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa» (1912d), AE, 11, pág. 174. El término «angelehnte» («apuntalado») se emplea en un sentido similar en el historial clínico de Schreber (1911e), AE, 12, pág. 57, pero allí no se enuncia la hipótesis subyacente. Debe señalarse que el apuntalamiento {attachment} indicado por el término es de las pulsiones sexuales en las pulsiones yoicas, no del niño en su madre.

128 (Ventana-emergente – Popup)

La solución adoptada por Strachey se ha extendido a la literatura psicoanalítica en idioma castellano: «tipo anaclítico». Empero, en la presente edición hemos optado por traducir siempre «Anlehnung» por «apuntalamiento» y «anlehnen» por «apuntalar». Con respecto a la observación final que hace Strachey, debe señalarse que él emplea «attachment type» como sinónimo de «analitic type» y la palabra «attachment» tiene el sentido de un vínculo afectivo.

129 (Ventana-emergente – Popup)

Freud vuelve sobre esto en el examen del enamoramiento que efectúa en el capítulo VIII de Psicología de las masas y análisis del yo (1921c), AE, 18, págs. l06-7.

130 (Ventana-emergente – Popup)

Freud desarrolló sus puntos de vista sobre la sexualidad femenina en una cantidad de artículos posteriores: «Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina» (1920a), «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos» (1925j), «Sobre la sexualidad femenina» (1931b), y en la 33° de sus Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a).]

131 (Ventana-emergente – Popup)

Freud ya había planteado este punto en su estudio sobre Leonardo (1910c), AE, 11, págs. 92 y sigs.

132 (Ventana-emergente – Popup)

Es posible que Freud haga referencia, con esta frase, a un conocido cuadro de la época eduardiana, expuesto en la Royal Academy, que llevaba ese título y mostraba a dos policías londinenses deteniendo el farragoso tráfico para que una niñera pudiera cruzar la calle empujando un cochecito de bebé. «Su Majestad el Yo» aparece {en alemán} en un artículo anterior, «El creador literario y el fantaseo» (1908e), AE, 9, pág. 132.

133 (Ventana-emergente – Popup)

Die von der Realität hart bedrängte … »: el verbo «drängen» y sus derivados (en este caso, «bedrängen») remiten a las «fuerzas» que mueven los procesos; por eso traducimos libremente «la fuerza de la realidad»}

134 (Ventana-emergente – Popup)

En una carta fechada el 30 de setiembre de 1926 en respuesta a una pregunta del doctor Edoardo Weiss (quien amablemente nos ha informado sobre aquella), Freud escribió: «Su pregunta referente a lo que yo digo en "Introducción del narcisismo", acerca de si existen neurosis en que el complejo de castración no desempeñe papel alguno, me deja perplejo. Ya no sé en qué pensaba yo en esa época. Hoy no sabría indicar neurosis alguna en que no se encontrara este complejo, y po r cierto no escribiría así esa oración. Pero como nuestro

panorama sobre la totalidad de este campo es todavía imperfecto, preferiría no pronunciarme de manera definitiva en ninguno de ambos sentidos» (Freud, 1970a). Para otras críticas a los puntos de vista de Adler sobre la «protesta masculina», cf. «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» (1914d), supra, págs. 52-3.

135 (Ventana-emergente – Popup)

Cf. «La represión» (1915d), infra, pág. 145.

136 (Ventana-emergente – Popup)

Véase un comentario sobre esta frase en una nota al pie de Psicología de las masas (1921c),AE, 18, pág. 124, n. 3.

137 (Ventana-emergente – Popup)

En las ediciones anteriores a 1924 decía: « … es sólo el sustituto … »

138 (Ventana-emergente – Popup)

Freud vuelvesobre el tema de la idealización en Psicología de las masas (1921c), AE, 18, págs. 106-7.

139 (Ventana-emergente – Popup)

La posible relación entre la sublimación y la trasformación de la libido de objeto en libido narcisista es abordada por Freud en El yo y el ello (1923b),AE, 19, pág. 32.

140 (Ventana-emergente – Popup)

Freud desarrollaría más tarde el concepto de superyó a partir de una combinación de esta instancia con el ideal del yo. Cf. el capítulo XI de Psicología de las masas (1921c), AE, 18, págs. 122 y sigs., y el capítulo II de El yo y el ello (1923b), AE, 19, págs. 21 y sigs.

141 (Ventana-emergente – Popup)

Agregaré, sólo a modo de conjetura, que la formación y refuerzo de esta instancia observadora podrían contener en su interior también la posterior génesis de la memoria (subjetiva) y del factor temporal, que no rige para los procesos inconcientes. [Estos puntos se ac laran más en «Lo inconciente» (1915e), infra, págs. 186 y 184.]

142 (Ventana-emergente – Popup)

Cf. Silberer, 1909 y 1912. En 1914, cuando escribió el presente artículo, Freud agregó un examen mucho más extenso de este fenómeno a La interpretación de los s ueños (1900a), AE, 5, págs. 499-501.

143 (Ventana-emergente – Popup)

Aquí y al comienzo de la frase siguiente, así como también infra, pág. 97, Freud utiliza la forma personal, «Zensor», en lugar de la que emplea casi siempre («Zensur», «censura»). Véase una nota al pie del pasaje de La interpretación de los sueños citado en la nota anterior (AE, 5, pág, 501, n. 23). La diferencia entre ambas palabras es claramente establecida en la 26° de sus Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), AE, 16, pág. 390: «A la instancia de observación de sí la conocemos como el censor yoico, la conciencia moral; es la misma que por las noches ejerce la censura sobre los sueños».

144 (Ventana-emergente – Popup)

No puedo decidir aquí si la separación de esta instancia censora del resto del yo puede proporcionar un fundamento psicológico a la división filosófica entre conciencia y autoconciencia.

145 (Ventana-emergente – Popup)

Este tema se amplia en Psicología de las masas (1921c), AE, 18, págs. 107-8.

146 (Ventana-emergente – Popup)

«Darstellt». En la primera edición, «hersiellt», «establecer».

147 (Ventana-emergente – Popup)

La importancia de la homosexualidad en la estructura de los grupos sociales se había insinuado ya en Tótem y tabú (1912-13), AE, 13, pág. 146, y vuelve a mencionarse en Psicología de las masas (1921c), AE, 18, págs. 118n. y 134.

S.Freud: "La organización genital infantil" (1923), AE, tomo XIX

edu.red

«Die infantile Genitalorganisation (Eine Einschaltung in die Sexualtheorie) »

Ediciones en alemán

1923 Int. Z. Psychoanal., 9,2, págs. 168-71.

1924 GS, 5, págs. 232-7.

1926 Psychoanalyse der Neurosen, págs. 140-6.

1931 Sexualtheorie und Traumlehre, págs. 188-93.

1940 GW, 13, págs. 291-8.

1972 SA, 5, págs. 235-41.

Traducciones en castellano

1929 «La organización genital infantil (Adición a la teoría sexual)». BN (17 vols.), 13, págs. 119-24.

Traducción de Luis López-Ballesteros.

1943 Igual título. EA, 13, págs. 123-8. El mismo tra ductor.

1948 Igual título. BN (2 vols.), 1, págs. 1209-12. El mismo traductor.

1953 Igual título. SR, 13, págs. 97-101. El mismo tra ductor.

1967 Igual título. BN (3 vols.), 1, págs. 1195-7. El mismo traductor.

1974 Igual título. BN (9 vols.), 7, págs. 2698-700. El mismo traductor.

Este trabajo fue escrito e n febrero de 1923 (Jones, 1957, pág.106). Es en esencia, como lo indica el subtítulo, un agregado a los Tres ensayos de teoría sexual (1905d); y, de hecho, en tina nota al pie agregada allí en la edición aparecida al año siguiente (1924) se sintetiza lo fundamental de lo expuesto en el presente trabajo (cf. AE, 7, pág. 181 ).

Le sirven de punto de partida principalmente las secciones 5 y 6 del segundo ensayo, añadidas ambas en 1915. Pero también retoma ideas que se encuentran en «La predisposición a la neurosis obsesiva» (1913i), AE, 12, págs. 343-5, y otras de más antigua data todavía, que aparecen en «Sobre las teorías sexuales infantíles» 1908c), AE, 9, págs. 191-5.

James Strachey

Es bien demostrativo de la dificultad que ofrece el trabajo de investigación en el psicoanálisis que rasgos universales y constelaciones características puedan pasarse por alto a despecho

de una observación incesante, prolongada por decenios, hasta que un buen día se presentan por fin inequívocamente; con las puntualizaciones que siguen querría reparar un descuido de

esa índole en el campo del desarrollo sexual infantil.

Es sin duda notorio, para los lectores de mis Tres ensayos de teoría sexual (1905d), que en ninguna de las posteriores ediciones de esa obra emprendí una refundición, sino que mantuve el ordenamiento originario y di razón de los progresos de nuestra intelección mediante intercalaciones y enmiendas del texto. (ver nota)(176) Debido a ello, acaso ocurra muchas

veces que lo viejo y lo nuevo no se fusionen bien en una unidad exenta de contradicción. En efecto, al comienzo el acento recayó sobre la fundamental diversidad entre la vida sexual de los niños y la de los adultos; después pasaron al primer plano las organizaciones pregenitales de la libido, así como el hecho asombroso, y grávido de consecuencias, de la acometida en dos tiempos del desarrollo sexual. Por último, reclamó nuestro interés la investigación sexual infantil, y desde ahí se pudo discernir la notable aproximación del desenlace de la sexualidad infantil (cerca del quinto año de vida) a su conformación final en el adulto. Hasta ese punto he llegado en la última edición (1922) de los Tres ensayos.

En la página 63 de ese volumen(177) consigno que «a menudo, o regularmente, ya en la niñez se consuma una elección de objeto como la que hemos supuesto característica de la fase de desarrollo de la pubertad. El conjunto de las aspiraciones sexuales se dirigen a una persona única, y en ella quieren alcanzar su meta. He ahí, pues, el máximo acercamiento posible en la infancia a la conformación definitiva que la vida sexual presentará después de la pubertad. La diferencia respecto de esta última reside sólo en el hecho de que la unificación de las pulsiones parciales y su subordinación al primado de los genitales no son establecidas en la infancia, o lo son de manera muy incompleta. Por tanto, la instauración de ese primado al servicio de la reproducción es la última fase por la que atraviesa la organización sexual».

Hoy ya no me declararía satisfecho con la tesis de que el primado de los genitales no se consuma en la primera infancia, o lo hace sólo de manera muy incompleta, La aproximación de

la vida sexual infantil a la del adulto llega mucho más allá, y no se circunscribe a la emergencia de una elección de objeto. Si bien no se alcanza una verdadera unificación de las pulsiones

parciales bajo el primado de los genitales, en el apogeo del proceso de desarrollo de la sexualidad infantil el interés por los genitales y el quehacer genital cobran una significatividad

dominante, que poco le va en zaga a la de la edad madura. El carácter principal de esta «organización genital infantil» es, al mismo tiempo, su diferencia respecto de la organización

genital definitiva del adulto. Reside en que, para ambos sexos, sólo desempeña un papel un genital,el masculino. Por tanto, no hay un primado genital, sino un primado del falo.

Por desdicha, sólo podemos describir estas constelaciones respecto del varoncito; carecemos de una intelección de los procesos correspondientes en la niña pequeña. Aquel percibe, sin

duda, la diferencia entre varones y mujeres, pero al comienzo no tiene ocasión de relacionarla con una diversidad de sus genitales. Para él es natural presuponer en todos los otros seres

vivos, humanos y animales, un genital parecido al que él mismo posee; más aún: sabemos que hasta en las cosas inanimadas busca una forma análoga a su miembro. (ver nota)(178) Esta

parte del cuerpo que se excita con facilidad, parte cambiante y tan rica en sensaciones, ocupa en alto grado el interés del niño y de continuo plantea nuevas y nuevas tareas a su pulsión de investigación. Querría verlo también en otras personas para compararlo con el suyo; se comporta como si barruntara que ese miembro podría y debería ser más grande. La fuerza

pulsionante que esta parte viril desplegará más tarde en la pubertad se exterioriza en aquella época de la vida, en lo esencial, como esfuerzo de investigación, como curiosidad sexual.

Muchas de las exhibiciones y agresiones que el niño emprende y que a una edad posterior se juzgarían como inequívocas exteriorizaciones de lascivia, se revelan al análisis como

experimentos puestos al servicio de la investigación sexual.

En el curso de estas indagaciones el niño llega a descubrir que el pene no es un patrimonio común de todos los seres semejantes a él. Da ocasión a ello la visión casual de los genitales de

una hermanita o compañerita de juegos; pero niños agudos ya tuvieron antes, por sus percepciones del orinar de las niñas, en quienes veían otra posición y escuchaban otro ruido, la

sospecha de que ahí había algo distinto, y luego intentaron repetir tales observaciones de manera más esclarecedora. Es notoria su reacción frente a las primeras impresiones de la falta

del pene. Desconocen(179) esa falta; creen ver un miembro a pesar de todo; cohonestan la contradicción entre observación y prejuicio mediante el subterfugio de que aún sería pequeño y ya va a crecer(180), y después, poco a poco, llegan a la conclusión, afectivamente sustantiva, de que sin duda estuvo presente y luego fue removido. La falta de pene es entendida como resultado de una castración, y ahora se le plantea al niño la tarea de habérselas con la referencia de la castración a su propia persona. Los desarrollos que sobrevienen son

demasiado notorios para que sea necesario repetirlos aquí. Me parece, eso sí, que sólo puede apreciarse rectamente la significatividad del complejo de castración si a la vez se toma en cuenta su génesis en la fase del primado del falo. (ver nota)(181)

Es notorio, asimismo, cuánto menosprecio por la mujer, horror a ella, disposición a la homosexualidad, derivan del convencimiento final acerca de la falta de pene en la mujer.

Recientemente, Ferenczi (1923), con todo derecho, recondujo el símbolo mitológico del horror, la cabeza de Medusa, a la impresión de los genitales femeninos carentes de pene. (ver

nota)(182)

Pero no se crea que el niño generaliza tan rápido ni tan de buen grado su observación de que muchas personas del sexo femenino no poseen pene; ya es un obstáculo para ello el supuesto de que la falta de pene es consecuencia de la castración a modo de castigo. El niño cree, al contrario, que sólo personas despreciables del sexo femenino, probablemente culpables de las mismas mociones prohibidas en que él mismo incurrió, habrían perdido el genital. Pero las personas respetables, como su madre, siguen conservando el pene. Para el niño, ser mujer no coincide todavía con falta del pene. (ver nota)(183) Sólo más tarde, cuando aborda los problemas de la génesis y el nacimiento de los niños, y colige que sólo mujeres pueden parir hijos, también la madre perderá el pene y, entretanto, se edificarán complejísimas teorías destinadas a explicar el trueque del pene a cambio de un hijo. Al parecer, con ello nunca se descubren los genitales femeninos. Como sabemos, el niño vive en el vientre (intestino) de la madre y es parido por el ano. Con estas últimas teorías sobrepasamos la frontera temporal del período sexual infantil.

No carece de importancia tener presentes las mudanzas que experimenta, durante el desarrollo sexual infantil, la polaridad sexual a que estamos habituados. Una primera oposición se

introduce con la elección de objeto, que sin duda presupone sujeto y objeto. En el estadio de la organización pregenital sádico-anal no cabe hablar de masculino y femenino; la oposición entre activo y pasivo es la dominante. (ver nota)(184) En el siguiente estadio de la organización genital infantil hay por cierto algo masculino, pero no algo femenino; la oposición reza aquí: genital masculino, o castrado. Sólo con la culminación del desarrollo en la época de la pubertad, la polaridad sexual coincide con masculino y femenino. Lo masculino reúne el sujeto, la actividad y la posesión del pene; lo femenino, el objeto y la pasividad. La vagina es apreciada ahora como albergue del pene, recibe la herencia del vientre materno.

NOTAS

175 (Ventana-emergente – Popup)

176 (Ventana-emergente – Popup)

Cf. AE, 7, pág. 112.

177 (Ventana-emergente – Popup)

[Corresponde aAE, 7, pág. 181, donde aparece también la nota agregada en 1924 que sintetiza los hallazgos formulados en el presente artículo. La sección del libro de la cual se tomó esta cita fue agregada en su totalidad en 1915]

178 (Ventana-emergente – Popup)

Cf. el análisis del pequeño Hans (1909b), AE, 10, pág. 10.1 -Por lo demás, es notable cuán escasa atención atrae sobre sí, en el niño, la otra parte de los genitales masculinos, la bolsita con sus contenidos. Por los análisis, no se podría colegir que los genitales masculinos constan de algo más que del pene.

179 (Ventana-emergente – Popup)

A partir de aquí, cl concepto de «desconocimiento» o «desmentida» pasará a ocupar un lugar cada vez más importante en los escritos de Freud. La palabra alemana utilizada en este lugar es «leugnen», pero más adelante Freud empleó casi siempre, en vez de ella, la forma «verleugnen». Aparece en un contexto algo distinto en «La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis» (1924e); pero por lo general es usada en relación con el complejo de castración Véase, por ejemplo, los artículos sobre el masoquismo (1924c), y sobre la diferencia anatómica entre los sexos (1925j). En su trabajo posterior sobre el fetichismo (1927e)

Freud distingue el uso correcto de las palabras «Verdrängung» («represión») y «Verleugnung» («desmentida»). Allí, así como en el trabajo póstumo inconcluso «La escisión del yo en el proceso defensivo» (1940e) y en el capítulo VIII de su también inconcluso Esquema del psicoanálisis (1940a), las disquisiciones sobre este término sirven de base a una adición a la teoría metapsicológica. En verdad, la idea de la «desmentida» ya había sido insinuada mucho antes, en «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico» (1911b), AE, 12, págs. 224, n. 7 y 225, n. 8.

180 (Ventana-emergente – Popup)

El análisis del pequeño Hans (1909b), AE, 10, pág. 12

181 (Ventana-emergente – Popup)

Con acierto se ha señalado que el niño adquiere la representación de un daño narcisista por pérdida corporal ya a raíz de la pérdida del pecho materno luego de mamar, de la cotidiana deposición de las heces, y aun de la separación del vientre de la madre al nacer. Empero, sólo cabe hablar de un complejo de castración cuando esa representación de una pérdida seha enlazado con los genitales masculinos. [Este punto se trata con mayor extensión en una nota al pie agregada en 1923 al análisis del pequeño Hans (1909b), AE, 10, pág 9. Se lo menciona también en«El sepultamiento del complejo de Edipo» (1924d)

182 (Ventana-emergente – Popup)

Me gustaría agregar que lo mentado en el mito son los genitales de la madre. Atenea, que lleva en su armadura la cabeza de Medusa, se convierte justamente por ello en la mujer inabordable, cuya sola visión extingue toda idea de aproximación sexual. – Un año antes Freud había escrito un breve ensayo sobre este tema, publicado póstumamente (1940c).

183 (Ventana-emergente – Popup)

Por el análisis de una joven señora que no había tenido padre pero sí varias tías, me enteré de que hasta bien entrado el período de latencia creyó en el pene de la madre y de algunas de las tías. Empero, a una de estas, idiota, la consideraba castrada, tal como se sentíaa sí misma. Véase una nota al pie de El yo y el ello (1923b)

184 (Ventana-emergente – Popup)

Cf. un pasaje agregado en 1915 al Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, pág. 180. Véase, asimismo, una nota al pie agregada también en 1915 a esa obra

S.Freud: "El sepultamiento del complejo de Edipo" (1924), AE, tomo XIX

edu.red

«Der Untergang des Ödipuskomplexes»

(ver nota)(220)

«Der Untergang des Ödipuskomplexes»

Ediciones en alemán

1924 Int. Z. Psychoanal., 10, nº 3, págs. 245-52.

1924 GS, 5,-págs. 423-30.

1926 Psychoanalyse der Neurosen, págs. 169-77.

1931 Neurosenlehre und Technik, págs. 191-9.

1940 GW, 13, págs. 395-402.

1972 SA, 5, págs. 243-51.

Traducciones en castellano

1930 «El final del complejo de Edipo». BN (17 vols.), 14, págs. 263-70. Traducción de Luis

López-Ballesteros.

1943 Igual título. EA, 14, págs. 273-80. El mismo tra ductor.

1948 Igual título. BN (2 vols.), 2, págs. 409-12. El mismo traductor.

1953 Igual título. SR, 14, págs. 210-5. El mism o tra ductor.

1967 Igual título. BN (3 vols.), 2, págs. 501-4. El mismo traductor.

1974 «La disolución del complejo de Edipo». BN (9 vols.), 7, págs. 2748-51. El mismo traductor.

Escrito en los primeros meses de 1924, este artículo no hace, en esenci a, sino elaborar lo dicho en un pasaje de El yo y el ello (1923b). Si reclama un interés especial es porque en él se hace hincap ié por primera vez en que la sexualidad sigue un curso diferente de desarrollo en los varones y las niñas. Esta línea de pensamiento novedosa fue proseguida unos dieciocho meses más tarde en «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos» (1925j). En mi «Nota introductoria» a este último trabajo hago la historia de las cambiantes ideas de Freud sobre esta cuestión.

James Strachey

El complejo de Edipo revela cada vez más su significación como fenómeno central del período sexual de la primera infancia. Después cae sepultado, sucumbe a la represión -como decimos-, y es seguido por el período de latencia. Pero todavía no se ha aclarado a raíz de qué se va a pique {al fundamento}; los análisis parecen enseñarlo: a raíz de las dolorosas desilusiones acontecidas. La niñita, que quiere considerarse la amada predilecta del padre, forzosamente tendrá que vivenciar alguna seria reprimenda de parte de él, y se verá arrojada de los cielos. El varoncito, que considera a la madre como su propiedad, hace la experiencia de que ella le quita amor y cuidados para entregárselos a un recién nacido. Y la reflexión acrisola el valor de estos influjos, destacando el carácter inevitable de tales experiencias penosas, antagónicas al contenido del complejo, Aun donde no ocurren acontecimientos particulares, como los mencionados a manera de ejemplos, la falta de la satisfacción esperada, la continua denegación del hijo deseado, por fuerza determinarán que los pequeños enamorados se extrañen de su inclinación sin esperanzas. Así, el complejo de Edipo se iría al fundamento a raíz de su fracaso, como resultado de su imposibilidad interna.

Otra concepción dirá que el complejo de Edipo tiene que caer porque ha llegado el tiempo de su disolución, así como los dientes de leche se caen cuando salen los definitivos. Es verdad que el complejo de Edipo es vivenciado de manera enteramente individual por la mayoría de los humanos, pero es también un fenómeno determinado por la herencia, dispuesto por ella, que tiene que desvanecerse de acuerdo con el programa cuando se inicia la fase evolutiva siguiente, predeterminada. Entonces, es bastante indiferente conocer las ocasiones a raíz de las cuales ello acontece, y aun que se las pueda averiguar. (ver nota)(222)

No puede negarse el derecho que asiste a ambas concepciones, pues las dos lo tienen. Pero además son compatibles entre sí; queda espacio para la ontogenética junto a la filogenética, de miras más vastas. También el individuo íntegro, por su nacimiento, ya está destinado a morir; y acaso ya su disposición orgánica contiene el indicio de aquello por lo cual morirá. Empero, sigue siendo interesante averiguar cómo se cumple el programa congénito y cómo ciertos daños accidentales sacan partido de la disposición.

Ultimamente(223) se ha aguzado nuestra sensibilidad para la percepción de que el desarrollo sexual del niño progresa hasta una fase en que los genitales ya han tomado sobre sí el papel

rector. Pero estos genitales son sólo los masculinos (más precisamente, el pene), pues los femeninos siguen sin ser descubiertos. Esta fase fálica, contemporánea a la del complejo de

Edipo, no prosigue su desarrollo hasta la organización genital definitiva, sino que se hunde y es relevada por el período de latencia. Ahora bien, su desenlace se consuma de manera típica y apuntalándose en sucesos que retornan de manera regular.

Cuando el niño (varón) ha volcado su interés a los genitales, lo deja traslucir por su vasta ocupación manual en ellos, y después tiene que hacer la experiencia de que los adultos no

están de acuerdo con ese obrar. Más o menos clara, más o menos brutal, -sobreviene la amenaza de que se le arrebatará esta parte tan estimada por él. La mayoría de las veces, la

amenaza de castración proviene de mujeres; a menudo, ellas buscan reforzar su autoridad invocando al padre o al doctor, quienes, según lo aseguran, consumarán el castigo. En cierto

número de casos, las mujeres mismas proceden a una mitigación simbólica de la amenaza, pues no anuncian la eliminación de los genitales, en verdad pasivos, sino de la mano,

activamente pecaminosa. Y con notable frecuencia acontece que al varoncito no se lo amenaza con la castración por jugar con la mano en el pene, sino por mojar todas las noches su cama y no habituarse a la limpieza. Las personas encargadas de la crianza se comportan como si esa incontinencia nocturna fuese consecuencia y prueba de que el niño se ocupa de su pene con demasiado ardor, y probablemente aciertan en ello. (ver nota)(224) Comoquiera que sea, la persistencia en mojarse en la cama ha de equipararse a la polución del adulto: una expresión de la misma excitación genital que en esa época ha esforzado al niño a la masturbación.

Ahora bien, la tesis es que la organización genital fálica del niño se va al fundamento a raíz de esta amenaza de castración. Por cierto que no enseguida, ni sin que vengan a sumarse

ulteriores influjos. En efecto, al principio el varoncito no presta creencia ni obediencia algunas a la amenaza. El psicoanálisis ha atribuido renovado valor a dos clases de experiencias de que ningún niño está exento y por las cuales debería estar preparado para la pérdida de partes muy apreciadas de su cuerpo: el retiro del pecho materno, primero temporario y definitivo después, y la separación del contenido de los intestinos, diariamente exigido. Pero nada se advierte en cuanto a que estas experiencias tuvieran algún efecto con ocasión de la amenaza de

castración. (ver nota)(225) Sólo tras hacer una nueva experiencia empieza el niño a contar con la posibilidad de una castración, y aun entonces con vacilaciones, a disgusto y no sin

empeñarse en reducir el alcance de su propia observación.

La observación que por fin quiebra la incredulidad del niño es la de los genitales femeninos.

Alguna vez el varoncito, orgulloso de su posesión del pene, llega a ver la región genital de una niñita, y no puede menos que convencerse de la falta de un pene en un ser tan semejante a él.

Pero con ello se ha vuelto representable la pérdida del propio pene, y la amenaza de castración obtiene su efecto con posterioridad {nachträlglich}.

No debemos ser tan miopes como la persona encargada de la crianza que amenaza con la castración, y pasar por alto que la vida sexual del niño en esa época en modo alguno se agota

en la masturbación. Se la puede pesquisar en la actitud edípica hacia sus progenitores; la masturbación es sólo la descarga genital de la excitación sexual perteneciente al complejo, y a

esta referencia deberá su significatividad para todas las épocas posteriores. El complejo de Edipo ofrecía al niño dos posibilidades de satisfacción, una activa y una pasiva. Pudo situarse

de manera masculina en el lugar del padre y, como él, mantener comercio con la madre, a raíz de lo cual el padre fue sentido pronto como un obstáculo; o quiso sustituir a la madre y hacerse amar por el padre, con lo cual la madre quedó sobrando. En cuanto a la naturaleza del comercio amoroso satisfactorio, el niño sólo debe de tener representaciones muy imprecisas; pero es cierto que el pene cumplió un papel, pues lo atestiguaban sus sentimientos de órgano. No tuvo aún ocasión alguna para dudar de que la mujer posee un pene. Ahora bien, la aceptación de la posibilidad de la castración, la intelección de que la mujer es castrada, puso fin a las dos posibilidades de satisfacción derivadas del complejo de Edipo. En efecto, ambas conllevaban la pérdida del pene; una, la masculina, en calidad de castigo, y la otra, la femenina, como premisa.

Si la satisfacción amorosa en el terreno del complejo de Edipo debe costar el pene, entonces por fuerza estallará el conflicto entre el interés narcisista en esta parte del cuerpo y la

investidura libidinosa de los objetos parentales. En este conflicto triunfa normalmente el primero de esos poderes: el yo del niño se extraña del complejo de Edipo.

En otro lugar he expuesto el modo en que esto acontece. (ver nota)(226) Las investiduras de objeto son resignadas y sustituidas por identificación. La autoridad del padre, o de ambos

progenitores, introyectada en el yo, forma ahí el núcleo del superyó, que toma prestada del padre su severidad, perpetúa la prohibición del incesto y, así, asegura al yo contra el retorno de la investidura libidinosa de objeto. Las aspiraciones libidinosas pertenecientes al complejo de Edipo son en parte desexualizadas y sublimadas, lo cual probablemente acontezca con toda trasposición en identificación, y en parte son inhibidas en su meta y mudadas en mociones tiernas. El proceso en su conjunto salvó una vez s los genitales, alejó de ellos el peligro de la pérdida, y además los paralizó, canceló su función. Con ese proceso se inicia el período de latencia, que viene a interrumpir el desarrollo sexual del niño.

No veo razón alguna para denegar el nombre de «represión» al extrañamiento del yo respecto del complejo de Edipo, si bien las represiones posteriores son llevadas a cabo la mayoría de las veces con participación del superyó, que aquí recién se forma. Pero el proceso descrito es más que una represión; equivale, cuando se consuma idealmente, a una destrucción y cancelación del complejo. Cabe suponer que hemos tropezado aquí con la frontera, nunca muy tajante, entre lo normal y lo patológico. Si el yo no ha logrado efectivamente mucho más que una represión del complejo, este subsistirá inconciente en el ello y más tarde exteriorizará su efecto patógeno.

Tales son los nexos que la observación analítica permite discernir o colegir entre organización fálica, complejo de Edipo, amenaza de castración, formación del superyó y período de latencia.

Justifican la tesis de que el complejo de Edipo se va al fundamento a raíz de la amenaza de castración. Pero con ello no queda resuelto el problema; resta espacio para una especulación

teórica que puede desechar el resultado obtenido o ponerlo bajo una nueva luz. Antes de internarnos por este camino, tenemos que ocuparnos de un problema que se planteó en el

curso de nuestras anteriores elucidaciones y todo el tiempo fue relegado. Según se dijo expresamente, el proceso descrito se refiere sólo al niño de sexo masculino. ¿Cómo se

consuma el correspondiente desarrollo en la niña pequeña?

Nuestro material se vuelve aquí -incomprensiblemente. (ver nota)(227) Mucho más oscuro y lagunoso. También el sexo femenino desarrolla un complejo de Edipo, un superyó y un período de latencia. ¿Puede atribuírsele también una organización fálica y un complejo de castración?

La respuesta es afirmativa, pero las cosas no pueden suceder de igual manera que en el varón.

La exigencia feminista de igualdad entre los sexos no tiene aquí mucha vigencia; la diferencia morfológica tiene que exteriorizarse en diversidades del desarrollo psíquico. (ver nota)(228)

Parafraseando una sentencia de Napoleón, «la anatomía es el destino». El clítoris de la niñita se comporta al comienzo en un todo como un pene, pero ella, por la comparación con un

compañerito de juegos, percibe que es «demasiado corto», y siente este hecho como un perjuicio y una món de inferioridad. Durante un tiempo se consuela con la expectativa de que

después, cuando crezca, ella tendrá un apéndice tan grande como el de un muchacho. Es en este punto donde se bifurca el complejo de masculinidad de la mujer. (ver nota)(229) Pero la

niña no comprende su falta actual como un carácter sexual, sino que lo explica mediante el supuesto de que una vez poseyó un miembro igualmente grande, y después lo perdió por

castración. No parece extender esta inferencia de sí misma a otras mujeres, adultas, sino que atribuye a estas, exactamente en el sentido de la fase fálica, un genital grande y completo, vale decir, masculino. Así se produce esta diferencia esencial: la niñita acepta la castración como un hecho consumado, mientras que el varoncito tiene miedo a la posibilidad de su consumación.

Excluida la angustia de castración, está ausente también un poderoso motivo para instituir el superyó e interrumpir la organización genital infantil. Mucho más que en el varón, estas

alteraciones parecen ser resultado de la educación, del amedrentamiento externo, que amenaza con la pérdida de ser-amado. El complejo de Edipo de la niñita es mucho más

unívoco que el del pequeño portador del pene; según mi experiencia, es raro que vaya más allá de la sustitución de la madre y de la actitud femenina hacia el padre. La renuncia al pene no se soportará sin un intento de resarcimiento. La muchacha se desliza -a lo largo de una ecuación simbólica, diríamos- del pene al hijo; su complejo de Edipo culmina en el deseo, alimentado por mucho tiempo, de recibir como regalo un hijo del padre, parirle un hijo. (ver nota)(230) Se tiene la impresión de que el complejo de Edipo es abandonado después poco a poco porque este deseo no se cumple nunca. Ambos deseos, el de poseer un pene y el de recibir un hijo, permanecen en lo inconciente, donde se conservan con fuerte investidura y contribuyen a preparar al ser femenino para su posterior papel sexual. La menor intensidad de la contribución sádica a la pulsión sexual, que es lícito conjugar con la mutilación del pene, facilita la mudanza de las aspiraciones directamente sexuales en aspiraciones tiernas de meta inhibida. Pero en conjunto es preciso confesar que nuestras intelecciones de estos procesos de desarrollo que se cumplen en la niña son insatisfactorias, lagunosas y vagas. (ver nota)(231)

No tengo ninguna duda de que los vínculos causales y temporales aquí descritos entre complejo de Edipo, amedrentamiento sexual (amenaza de castración), formación del superyó e

introducción del período de latencia son de naturaleza típica; pero no tengo el propósito de aseverar que ese tipo es el único posible. Variaciones en la secuencia temporal y en el

encadenamiento de estos procesos no pueden menos que revestir considerable importancia para el desarrollo del individuo.

Desde la publicación del interesante estudio de Otto Rank acerca del «trauma del nacimiento» [ 1924], por otra parte, ya no se puede admitir sin ulterior examen el resultado de esta pequeña indagación, a saber, que el complejo de Edipo del varoncito se va al fundamento a raíz de la angustia de castración. Pero me parece prematuro internarse hoy en ese examen, y quizá sea también inadecuado iniciar la crítica o apreciación de la concepción de Rank en este punto. (ver nota)(232)

NOTAS

220 (Ventana-emergente – Popup)

«Untergang». Jones (1957, pág. 114) nos informa que Ferenczi, en una carta a Freud del 24 de marzo de 1924, le objetó que esta palabra era demasiado fuerte y le dio a entender que la había escogido como reacción a las ideas de Rank sobre la importancia del «trauma del nacimiento». En su respuesta, dos días después, Freud «admitió que la palabra del título podría haber estado emocionalmente infl uida por sus sentimientos sobre las nuevas ideas de Rank, pero afirmó que en sí mismo el artículo era totalmente independiente de estas» (Jones, loc. cit.). En verdad, debe señalarse que Freud ya había utilizado la frase «Untergang des ödipuskomplexes» en dos pasajes de El yo y el ello (1923b), escrito antes de que Rank publicara su hipótesis (1924). De hecho, en el primero de ellos empleó también la palabra, más fuerte aún, «Zertrümmerung» {«demolición»}.]

221 (Ventana-emergente – Popup)

El sepultamiento d el complejo de Edipo (1924)

222 (Ventana-emergente – Popup)

Las ideas expuestas en este párrafo y el precedente ya habían sido expresadas por Freud en términos muy semejantes en «Pegan a un niño"» (1919e), AE, 17, págs. 185-6.

223 (Ventana-emergente – P opup)

Cf. «La organización genital infantil» (1923e)

224 (Ventana-emergente – Popup)

Cf. el caso «Dora» (1905e), AE, 7, pág. 66, y Tres ensayos de teoría sexual (1905d), AE, 7, pág. 172

225 (Ventana-emergente – Popup)

Véase una nota al pie agregada, más omenos por la época en que fue escrito el presente artículo, al historial clínico del pequeño Hans (1909b), AE, 10, págs. 9-10, haciendo referencia a trabajos de Andreas-Salomé (1916), A. Stärcke (1921) y Alexander (1922). En esa nota se menciona una tercera experiencia de separación (el nacimiento), pero, como

ocurre en este párrafo, Freud critica su confusión con el complejo de castración. Véase también una nota al pie en «La Organización genital infantil» (1923e).

226 (Ventana-emergente – Popup)

En El yo y el ello (1923b).

227 (Ventana-emergente – Popup)

Freud sugirió una posible explicación en «Sobre la sexualidad femenina» (1931b), AE, 21, págs, 227-9.

228 (Ventana-emergente – Popup)

Cf. «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos» (1925j), trabajo escrito más o menos un año, y medio después que este, y donde se elabora gran parte de lo que sigue aquí. La paráfrasis del dicho de Napoleón ya había sido mencionada en «Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa» (1912d), AE, 11, pág. 183.

229 (Ventana-emergente – Popup)

Cf. «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos» (1925j).

230 (Ventana-emergente – Popup)

Cf. «Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal» (1917c), AE, 17, págs. 118 y sigs., y «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos» (1925j).

231 (Ventana-emergente – Popup)

[Freud examinó este tema con mucho más detalle en sus trabajos sobre la diferencia anatómica entre los sexos (1925j) y sobrela sexualidad femenina (1931b); en ambos, sus elucidaciones del complejo de Edipo en las niñas son muy distintas de las que aquí ofrece.]

232 (Ventana-emergente – Popup)

Esta cuestión fue retomada poco después por Freud en Inhibición, síntoma y angustia (1926d). Véase la sección E, titulada «Angustia y nacimiento», de mi «Introducción» a dicha obra, AE, 20, págs. 89 y sigs.

S.Freud: "Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica de los sexos" (1925), AE, tomo XIX

edu.red

«Einige psychische Folgen des anatomischen. Geschlechtsunterschieds»

Ediciones en alemán

1925 Int. Z. Psychoanal., 11, nº 4, págs. 401-10.

1926 Psychoanalyse der Neurosen, págs. 205-19.

1928 GS, 11, págs. 8-19.

1931 Sexualtheorie und Traumlehre, págs. 207-20.

1948 GW, 14, págs. 19-30.

1972 SA, 5, págs. 253-66.

Traducciones en castellano

1955 «Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica». SR, 21, págs. 203-15.

Traducción de Ludovico Rosenthal.

1968 Igual título. BN (3 vols.), 3, págs. 482-91.

1974 Igual título. BN (9 vols.), 8, págs. 2896-903.

Concluido en agosto de 1925, fecha en que Freud lo mostró a Ferenczi, este trabajo fue leído en nombre del autor por Anna Freud en el Congreso Psicoanalítico Internacional de Homburg, el 3 de setiembre; poco después se lo publicó en la Zeitschrift (Jones, 1957, pág. 119).

En este breve artículo está condensada la primera reformulación completa que hizo Freud de sus concepci ones sobre el desarrollo psicológico de la mujer. Contiene en germen toda su labor posterior en torno de este tema.

Desde los primeros tiempos, Freud se lamentó de la oscuridad que rodeaba la vida sexual de las mujeres.

Así, al comienzo de sus Tres ensayos de teoría sexual (1905d), escribió que la vida amorosa del hombre «es la única que se ha hecho asequible a la investigación, m ientras que la de la mujer permanece envuelta en una oscuridad todavía impenetrable» (AE, 7, pág. 137). Análogamente, en «Sobre las teorías sexuales infantiles» (1908c) sostuvo: «Debido a circunstancias externas e internas poco propicias, las comunicaciones que siguen se refieren predominantemente al desarrollo sexual de uno de los sexos, a saber, el masculino» (AE, 9, pág. 189). Y mucho tiempo más tarde, en su folleto sobre el análisis ejercido por legos ( 1926e): «Acerca de la vida sexual de la niña pequeña sabemos menos que sobre la del varoncito. Que no nos avergüence esa diferencia; en efecto, incluso la vida sexual de la mujer adulta sigue siendo un dark continent {continente desconocido} para la psicología» (AE, 20, pág. 199). (ver nota)

Uno de los resultados de esta oscuridad fue que a menudo llevó a Freud a suponer que la psicología de la mujer podía considerarse simplemente análoga a la del hombre. Hay muchos ejemplos de esto. En La interpretación de los sueños (1900a), en su primera descripción amplia de la situación edípica, parte de la premisa de un total paralelo entre ambos sexos: « … la primera inclinación de la niña atendió al padre y los primeros apetitos infantiles del varón apuntaron a la madre» (AE, 4, págs. 266-7). De modo similar, en la 21º de las Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), dentro de su extensa descripción del desarrollo sexual en los niños afirma: «Como ustedes notan, sólo he pintado la relación del varoncito con su padre y su madre. Con las necesarias modificaciones, las cosas son en un todo semejantes en el caso de la niña pequeña. La actitud de tierna dependencia hacia el padre, la sentida necesidad de eliminar por superflua a la madre y ocupar su puesto… » (AE, 16, págs. 303-4). 0 bien, en Psicología de las masas y análisis del yo (1921c), refiriéndose a la historia de las identificaciones del niño: «Lo mismo vale para la niña, con las correspondientes sustituciones» (AE, 18, pág. 100). Incluso en El yo y el ello (1923b), se supone que los complicados procesos concomitantes y posteriores al sepultamiento del complejo de Edipo son análogos en niñas y varones. (ver nota) En otros sitios, Freud meramente omite la descripción del complejo de Edipo en las mujeres, como ocurre en el artículo para la enciclopedia de Marcuse (1923a), AE, 18, pág. 241. Pero al analizar la «fase fálica» y el papel que desempeña dentro de la organización genital infantil (1923e), reconoce honestamente: «Por desdicha, sólo podemos describir estas constelaciones respecto del varonci to; carecemos de una intelección de los procesos correspondientes en la niña pequeña … ».

Lo cierto es que durante largo tiempo, desde su análisis de «Dora» en 1900, Freud no había dirigido su interés a la psicología femenina. En el curso de quince años no dio a publicidad ningún material clínico importante referido a una mujer. Vino luego «Un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica» (1915f), donde lo esencial estaba en la relación de la paciente con su madre. Lo mismo podría decirse de «Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina» (1920a). Entre uno y otro, se publicó «Pegan a un niño"» (1919e), que versaba casi con exclusividad sobre el desarrollo sexual infantil de las niñas; y aquí ya hay clara evidencia de insatisfacción con la «analogía» entre ambos sexos: «Así se

malograba la expectativa de un paralelismo íntegro» (AE, 17, pág.193).

No hay duda de que a partir de entonces el problema de la evolución sexual de la mujer no abandonó la mente de Freud. Y aunque poco se encuentra al respecto en El yo y el ello, las teorías allí formuladas sobre el fin del complejo de Edipo, sumadas a nuevas obse rvaciones clínicas, suministraron la clave de la nueva tesis. Ya en «El sepultamiento del complejo de Edipo» (1924d) Freud estaba tentando el camino que lo llevaría hacia ella, pero sólo en el presente artículo la expuso cabalmente por vez primera. Se explayaría más acerca de este tema en «Sobre la sexualidad femenina» (1931b), en la 33º de las Nuevas conferencias de introducción a l psicoanálisis (1933a), y, por último, en el capítulo VII de su póstumo Esquema del

psicoanálisis (1940a).

Casi no hay aspecto que no esté ya presente en esta obra en forma resumida, pero lo notable es que muchos de ellos habían estado al alcance de la m ano desde largo tiempo atrás, y sólo se requería ligarlos entre sí. Verbigracia, ciertas peculiaridades del desarrollo sexual de las niñas habían sido notadas anteriormente por Freud, poniendo énfasis en ellas. En la primera edición de los Tres ensayos sostuvoque «en la niña la zona erógena rectora se sitúa en el clítoris» y que, en armonía con esto, «la sexualidad de la niña pequeña posee un carácter enteramente masculino», y tiene que producirse «la oleada represiva de la pubertad» para que la estimulabilidad erógena del clítoris se trasfiera a la vagina y la masculinidad se

trueque en feminidad (AE, 7, págs. 200-2). Sin embargo, la mayoría de estas puntualizaciones ya habían sido hechas en una carta a Fliess del 14 de noviembre de 1897 (Freud, 1950a, Carta 75), AE, 1, págs.

311-3. La elucidación fue ampliada en «Sobre las teorías sexuales infantiles», conectándola con la envidia del pene por parte de la mujer y con el complejo de castración (AE, 9, págs. 193-4). (ver nota) En «Algunos tipos de carácter di lucidados por el trabajo psicoanalítico» ( 1 916d), AE, 14, pág. 322, se apunta que el daño narcisista que esto causa a la niña l a lleva a experimentar resentimiento contra su madre; y otros motivos de este resentimiento habían sido enumerados en «Un caso d e paranoia que contradice la teoría

psicoanalítica» (AE, 14, págs. 267-8).

Ni siquiera habían dejado de formularse los fundamentos primordiales de la nueva tesis -aunque parecieran haber permanecido en el olvido durante un largo período- En los Tres ensayos se declara que el primer objeto sexual de un niño es el pecho materno, el cual «se vuelve paradigmático para todo vínculo de amor» (AE, 7, pág. 203). A todas luces, esto se pretendía válido tanto para la niña como para el varón, pero al parecer es en el presente trabajo donde se lo repite expresamente por primera vez. (ver nota) Se ponía así de manifiesto el doble cambio exigido de la niña pequeña para que pudiera alcanzar el complejo de Edipo «normal»: cambio de órgano sexual rector y cambio de objeto sexual. Y quedaba abierto el camino para investigar su fase «preedípica», así como las diferencias entre niña y niño que estaban implícitas en las hipótesis de El yo y el ello: la diferencia en cuanto a la relación entre su complejo de castración y su complejo de Edipo, y la ulterior diferencia en la construcción del superyó. La síntesis de estas diversas piezas de conocimiento, provenientes de estratos de la obra de Freud tan separados entre sí, es lo que otorga importancia al presente artículo.

James Strachey

Mis trabajos y los de mis discípulos sustentan con decisión cada vez mayor el reclamo de que los análisis de neuróticos penetren también en el primer período de la infancia, la época del

florecimiento temprano de la vida sexual. Sólo si se exploran las primeras exteriorizaciones de la constitución pulsional congénita, así como los efectos de las impresiones vitales más

tempranas, es posible discernir correctamente las fuerzas pulsionales de la posterior neurosis y precaverse de los errores a que inducirían las refundiciones y superposiciones producidas en la edad madura. Este reclamo no sólo reviste importancia teórica sino también práctica, pues diferencia nuestros empeños del trabajo de aquellos médicos que, siendo su orientación

exclusivamente terapéutica, se sirven durante cierto trecho de métodos analíticos, Un análisis así de la primera infancia es lento, trabajoso, y plantea a médico y paciente exigencias con cuyo cumplimiento no siempre transige la práctica. Además, lleva a regiones oscuras, para atravesar las cuales nos siguen faltando las señales indicadoras. La situación es tal, yo creo, que uno puede tranquilizar a los analistas: por varias décadas su trabajo científico no corre peligro de mecanizarse y así perder interés.

En lo que sigue comunico un resultado de la investigación analítica que sería muy importante si pudiera demostrarse su validez universal. ¿Por qué no pospongo la publicación hasta que una experiencia más rica me brinde esta prueba, si se la puede producir? Porque en las condiciones de mi trabajo ha sobrevenido un cambio cuyas consecuencias no puedo desmentir. Yo no me he contado entre quienes son incapaces de reservarse durante algún tiempo una novedad conjeturada, a la espera de su corroboración o rectificación. Antes de publicar La interpretación de los sueños (1900a) y «Fragmento de análisis de un caso de histeria» (1905e) (el caso de «Dora») esperé, si no los nueve años que recomienda Horacio, entre cuatro y cinco años; pero en esa época veía por delante un tiempo de extensión ilimitada –« oceans of time(278)», como dijo un amable poeta-, y el material me afluía con tanta abundancia que casi me abrumaban las nuevas experiencias. Por añadidura, era el único trabajador en un nuevo campo, y mi reserva no significaba peligro alguno para mí ni perjuicios para otros.

Ahora todo eso ha cambiado. El tiempo que tengo ante mí es limitado, ya no lo aprovecho completamente en el trabajo, y por eso no son tan abundantes las oportunidades de hacer

nuevas experiencias. Cada vez que creo ver algo nuevo, dudo si me es posible esperar su corroboración. Por otra parte, ya se agotó lo que se agita en la superficie; el resto debe

recogerse de lo profundo con laborioso empeño. Y por último, ya no estoy solo: un grupo de diligentes colaboradores está dispuesto a sacar partido aun de lo inacabado, de lo discernido sin seguridad, y puedo confiarles la parte del trabajo de que yo mismo me habría encargado en otras circunstancias. Por eso me siento con derecho, esta vez, a comunicar algo que urgentemente requiere prueba antes de que pueda discernirse su valor o disvalor.

Cuando hemos indagado las primeras plasmaciones psíquicas de la vida sexual en el niño, en general tomamos por objeto al varoncito. Suponíamos que en el caso de la niña todo sería

semejante, aunque diverso de alguna manera. No quería aclarársenos el lugar del proceso de desarrollo en que se hallaría esa diversidad.

La situación del complejo de Edipo es la primera estación que discernimos con seguridad en el varoncito. Nos resulta fácilmente inteligible porque en ella el niño retiene el mismo objeto al que ya en el período precedente, el de lactancia y crianza, había investido con su libido todavía no genital. También el hecho de que vea al padre como un rival perturbador a quien querría eliminar y sustituir se deduce limpiamente de las constelaciones objetivas {real}. Y ya en otro lugar(279) he expuesto que la actitud (postura) edípica del varoncito pertenece a la fase fálica, y que se va al fundamento {zuarunde gehen) por la angustia de castración, 0 sea, por el interés narcisista hacia los genitales. Ahora bien, hay una complicación que dificulta nuestro esclarecimiento: aun en el varoncito, el complejo de Edipo es de sentido doble, activo y pasivo, en armonía con la disposición bisexual. También él quiere sustituir a la madre como objeto de amor del padre; a esto lo designamos como actitud femenina.

En lo tocante a la prehistoria del complejo de Edipo en el varoncito, falta mucho para que todo nos resulte claro. Hemos aprendido que hay en ella una identificación de naturaleza tierna con el padre, de la que todavía está ausente el sentido de la rivalidad hacía la madre. Otro elemento de esta prehistoria es el quehacer masturbatorio con los genitales, siempre presente, en mi opinión; es el onanismo de la primera infancia, cuya sofocación más o menos violenta, por parte de las personas encargadas de la crianza, activa al complejo de castración. Suponemos que este onanismo es dependiente del complejo de Edipo y significa la descarga de su excitación sexual. Pero no sabemos con seguridad si esa es desde el comienzo su referencia, o si más bien emerge espontáneamente- como quehacer de órgano y sólo mas tarde queda anudado al complejo de Edipo; esta última posibilidad es, con mucho, la más verosímil. También sigue siendo dudoso el papel de la enuresis y su deshabituación por obra de la educación. Preferimos esta síntesis simple: el hecho de que el niño siga mojándose en la cama sería el resultado del onanismo, y el varoncito apreciaría su sofocación como una inhibición de la actividad genital y, por tanto, en el sentido de una amenaza de castración. Pero está por verse si esa fórmula es cierta en todos los casos. Finalmente, el análisis nos permite vislumbrar que acaso la acción de espiar con las orejas el coito de los progenitores a edad muy temprana dé lugar a la primera excitación sexual y, por los efectos que trae con posterioridad {nachträglich}, pase a ser el punto de partida para todo el desarrollo sexual. El onanismo, así como las dos actitudes del complejo de Edipo, se anudarían después a esa impresión, subsiguientemente interpretada. Empero, no podemos suponer que esas observaciones del coito constituyan un suceso regular, y en este punto nos topamos con el problema de las «fantasías primordiales(280)». Es mucho, pues, lo que permanece inexplicado respecto de la prehistoria del complejo de Edipo incluso en el varoncito, y todavía está sujeto a examen si ha de suponerse siempre el mismo proceso, o si son estadios previos muy diferentes entre sí los que confluyen en idéntica situación final.

A más de los problemas del complejo de Edipo en el varón, el de la niña pequeña esconde otro.

Inicialmente la madre fue para ambos el primer objeto, y no nos asombra que el varón lo retenga para el complejo de Edipo. Pero, ¿cómo llega la niña a resignarlo y a tomar a cambio al padre por objeto? Persiguiendo este problema he podido hacer algunas comprobaciones que acaso echen luz, justamente, sobre la prehistoria de la relación edípica en la niñita.

Todo analista ha tomado conocimiento de mujeres que perseveran con particular intensidad y tenacidad en su ligazón-padre y en el deseo de tener un hijo de él, en que esta culmina. Hay

buenas razones para suponer que esta fantasía de deseo fue también la fuerza pulsional de su onanismo infantil, y uno fácilmente recibe la impresión de hallarse frente a un hecho elemental, no susceptible de ulterior resolución, de la vida sexual infantil. Pero precisamente un análisis de estos casos, llevado más a fondo, muestra algo diverso: que el complejo de Edipo tiene en ellos una larga prehistoria y es, por así decir, una formación secundaria.

Según puntualiza el viejo pediatra Lindner [1879], el niño descubre la zona genital dispensadora de placer -pene o clítoris- durante el mamar con fruición (chupeteo), (ver nota)(281) No quiero entrar a considerar si el niño efectivamente toma esta fuente de placer recién ganada como sustituto del pezón materno que perdió hace poco; posteriores fantasías (fellatio) quizás apunten en esa dirección. En suma: la zona genital es descubierta en algún momento, y no parece justificado atribuir un contenido psíquico a los primeros quehaceres del niño con ella.

Ahora bien, el paso siguiente en la fase fálica que así ha comenzado no es el enlace de este onanismo con las investiduras de objeto del complejo de Edipo, sino un descubrimiento grávido en consecuencias, circunscrito a la niña pequeña. Ella nota el pene de un hermano o un compañerito de juegos, pene bien visible y de notable tamaño, y al punto lo discierne corno el correspondiente, superior, de su propio órgano, pequeño y escondido; a partir de ahí cae víctima de la envidia del pene.

He aquí una interesante oposición en la conducta de ambos sexos: en el caso análogo, cuando el varoncito ve por primera vez la región genital de la niña, se muestra irresoluto, poco

interesado al principio; no ve nada, o desmiente(282) su percepción, la deslíe, busca subterfugios para hacerla acordar con su expectativa. Sólo más tarde, después que cobró

influencia sobre él una amenaza de castración, aquella observación se le volverá significativa; su recuerdo o renovación mueve en él una temible tormenta afectiva, y lo somete a la creencia en la efectividad de la amenaza que hasta entonces había echado a risa. Dos reacciones resultarán de ese encuentro, dos reacciones que pueden fijarse y luego, por separado o

reunidas, o bien conjugadas con otros factores, determinarán duraderamente su relación con la mujer: horror frente a la criatura mutilada, o menosprecio triunfalista hacia ella. Pero estos

desarrollos pertenecen al futuro, sí bien a uno no muy remoto.

Nada de eso ocurre a la niña pequeña. En el acto se forma su juicio y su decisión. Ha visto eso, sabe que no lo tiene, y quiere tenerlo. (ver nota)(283)

En este lugar se bifurca el llamado complejo de masculinidad de la mujer(284), que eventualmente, si no logra superarlo pronto, puede deparar grandes dificultades al prefigurado

desarrollo hacia la feminidad. La esperanza de recibir alguna vez, a pesar de todo, un pene, igualándose así al varón, puede conservarse hasta épocas inverosímilmente tardías y

convertirse en motivo de extrañas acciones, de otro modo incomprensibles. 0 bien sobreviene el proceso que me gustaría designar desmentida(285), que en la vida anímica infantil no es ni raro ni muy peligroso, pero que en el adulto llevaría a una psicosis. La niñita se rehusa a aceptar el hecho de su castración, se afirma y acaricia la convicción de que empero posee un pene, y se ve compelida a comportarse en lo sucesivo como si fuera un varón.

Las consecuencias psíquicas de la envidia del pene, en la medida en que ella no se agota en la formación reactiva del complejo de masculinidad, son múltiples y de vasto alcance. Con la

admisión de su herida narcisista, se establece en la mujer -como cicatriz, por así decir- un sentimiento de inferioridad. (ver nota)(286) Superado el primer intento de explicar su falta de

pene como castigo personal, y tras aprehender la universalidad de este carácter sexual, empieza a compartir el menosprecio del varón por ese sexo mutilado en un punto decisivo y, al

menos en este juicio, se mantiene en paridad con el varón. (ver nota)(287)

Aunque la envidia del pene haya renunciado a su objeto genuino, no cesa de existir: pervive en el rasgo de carácter de los celos, con leve desplazamiento. Es verdad que los celos no son

exclusivos de uno solo de los sexos, y se asientan en una base más amplia; pero yo creo, no obstante, que desempeñan un papel mucho mayor en la vida anímica de la mujer porque

reciben un enorme refuerzo desde la fuente de la envidia del pene, desviada. Aun antes de reparar en esta derivación de los celos, yo había construido una primera fase para la fantasía

onanista «Pegan a un niño», tan frecuente en la niña; en esa primera fase significa que otro niño, de quien se tienen celos como rival, debe ser golpeado. (ver nota)(288) Esta fantasía

parece un relicto del período fálico de la niña; la curiosa rigidez que me llamó la atención en la fórmula monótona «Pegan a un niño» probablemente admita todavía una interpretación

particular. El niño golpeado-acariciado en ella no puede ser otro, en el fondo, que el clítoris mismo, de suerte que el enunciado contiene, en su estrato más profundo, la confesión de la

masturbación que desde el comienzo de la fase fálica hasta épocas más tardías se anuda al contenido de la fórmula.

Una tercera consecuencia de la envidia del pene parece ser el aflojamiento de los vínculos tiernos con el objeto-madre. La concatenación no se comprende muy bien, pero uno se

convence de que al final la madre, que echó al mundo a la niña con una dotación tan insuficiente, es responsabilizada por esa falta de pene. El curso histórico suele ser este: tras el

descubrimiento de la desventaja en los genitales, pronto afloran celos hacia otro niño a quien la madre supuestamente ama más, con lo cual se adquiere una motivación para desasirse de la ligazón-madre. Armoniza muy bien con ello que ese niño preferido por la madre pase a ser el primer objeto de la fantasía «Pegan a un niño», que desemboca en masturbación.

Hay otro sorprendente efecto de la envidia del pene -o del descubrimiento de la inferioridad del clítoris- que es, sin duda, el más importante de todos. A menudo yo había tenido, antes, la impresión de que en general la mujer so. porta peor la masturbación que el varón, suele revolverse contra ella y no es capaz de utilizarla en las mismas circunstancias en que el varón

habría recurrido sin vacilar a ese expediente. Por cierto, la experiencia mostraría incontables excepciones a esta tesis, si se la quisiera estatuir como regla. Es que las reacciones de los

individuos de ambos sexos son mezcla de rasgos masculinos y femeninos. No obstante, sigue pareciendo que la naturaleza de la mujer está más alejada de la masturbación, y para resolver el problema supuesto se podría aducir esta ponderación de las cosas: al menos la masturbación en el clítoris sería una práctica masculina, y el despliegue de la feminidad tendría

por condición la remoción de la sexualidad clitorídea. (ver nota)(289) Los análisis de la prehistoria fálica me han enseñado que en la niña sobreviene pronto, tras los indicios de la

envidia del pene, una intensa contracorriente opuesta al onanismo, que no puede reconducirse exclusivamente al influjo pedagógico de las personas encargadas de la crianza. Esta moción es manifiestamente un preanuncio de aquella oleada represiva que en la época de la pubertad eliminará una gran parte de la sexualidad masculina para dejar espacio al desarrollo de la

feminidad. Muy bien puede ocurrir que esta primera oposición al quehacer autoerótico no logre su meta. Es lo que en efecto había sucedido en los casos analizados por mí. El conflicto

prosiguió entonces, y la niña hizo en ese momento, así como más tarde, todo lo posible para liberarse de la compulsión al onanismo. Muchas exteriorizaciones posteriores de la vida sexual en la mujer permanecerían incomprensibles si no se discerniera este intenso motivo.

No puedo explicarme esta sublevación de la niña pequeña contra el onanismo fálico si no es mediante el supuesto de que algún factor concurrente le vuelve acerbo el placer que le

dispensaría esa práctica. Acaso no haga falta buscar muy lejos ese factor; podría ser la afrenta narcisista enlazada con la envidia del pene, el aviso de que a pesar de todo no puede

habérselas en este punto con el varón y sería mejor abandonar la competencia con él. De esa manera, el conocimiento de la diferencia anatómica entre los sexos esfuerza a la niña pequeña a apartarse de la masculinidad y del onanismo masculino, y a encaminarse por nuevas vías que llevan al despliegue de la feminidad.

Hasta ese momento no estuvo en juego el complejo de Edipo, ni había desempeñado papel alguno. Pero ahora la libido de la niña se desliza -sólo cabe decir: a lo largo de la ecuación

simbólica prefigurada pene = hijo- a una nueva posición. Resigna el deseo del pene para remplazarlo por el deseo de un hijo, y con este propósito toma al padre como objeto de amor.

(ver nota)(290) La madre pasa a ser objeto de los celos, y la niña deviene una pequeña mujer.

Si me es lícito creer en comprobaciones analíticas aisladas, en esta nueva situación puede llegar a tener sensaciones corporales que han de apreciarse como un prematuro despertar del

aparato genital femenino. Y si después esta ligazón-padre tiene que resignarse por malograda, puede atrincherarse en tina identificación-padre con la cual la niña regresa al complejo de

masculinidad y se fija eventualmente a él.

Ya he dicho lo esencial que tenía para decir, y aquí me detengo para echar una ojeada panorámica sobre los resultados. Hemos obtenido una intelección sobre la prehistoria del

complejo de Edipo en la niña. Lo que pueda corresponderle en el varón es bastante desconocido. En la niña, el complejo de Edipo es una formación secundaria. Las repercusiones

del complejo de castración le preceden y lo preparan. En cuanto al nexo entre complejo de Edipo y complejo de castración, se establece una oposición fundamental entre los dos sexos.

Mientras que el complejo de Edipo del varón se va al fundamento debido al complejo de castración, el de la niña es posibilitado e introducido por este último. Esta contradicción se esclarece si se reflexiona en que el complejo de castración produce en cada caso efectos en el sentido de su contenido: inhibidores y limitadores de la masculinidad, y promotores de la feminidad. La diferencia entre varón y mujer en cuanto a esta pieza del desarrollo sexual es una comprensible consecuencia de la diversidad anatómica de los genitales y de la situación psíquica enlazada con ella; corresponde al distingo entre castración consumada y mera amenaza de castración. Entonces, nuestro resultado es en el fondo algo trivial que habría podido preverse.

En cambio, el complejo de Edipo es algo tan sustantivo que no puede dejar de producir consecuencias, cualquiera que sea el modo en que se caiga en él o se salga de él. En el varón

-según lo expuse en la publicación que acabo de citar [1924d] y que sigo en general en estas páginas-, el complejo no es simplemente reprimido; zozobra formalmente bajo el choque de la amenaza de castración. Sus investiduras libidinosas son resignadas, desexualizadas y en parte sublimadas; sus objetos son incorporados al yo, donde forman el núcleo del superyó y prestan a esta neoformación sus propiedades características. En el caso normal -mejor dicho: en el caso ideal, ya no subsiste tampoco en lo inconciente ningún complejo de Edipo, el superyó ha devenido su heredero. Puesto que el pene -en el sentido de Ferenczi [1924]- debe su investidura narcisista extraordinariamente alta a su significación orgánica para la supervivencia de la especie, se puede concebir la catástrofe. {Katastrophe} del complejo de Edipo -el extrañamíento del incesto, la institución de la conciencia moral y de la moral misma- como un triunfo de la generación sobre el individuo. Punto de vista interesante este, si se reflexiona en que la neurosis estriba en una renuencia del yo frente a la exigencia de la función sexual. Pero el abandono del punte de mira de la psicología individual no nos lleva a esclarecer de entrada esos enredados vínculos.

En la niña falta el motivo para la demolición del complejo de Edipo. La castración ya ha producido antes su efecto, y consistió en esforzar a la niña a la situación del complejo de Edipo.

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